Capítulo 16
De Excursión por la Sierra
Dos semanas más tarde, a las ocho de la mañana, Sergio aguardaba a la puerta del local de su tío la llegada del tal Santi. Apenas diez días atrás, Vero le había llamado para confirmarle que su novio tenía libre aquel sábado. Y pensando que definitivamente una buena ruta conseguiría arrancar a Débora de sus pensamientos durante unas horas, hasta se encontró con ganas de conocer al famoso novio apocado
que tanta necesidad
tenía de hacer nuevos amigos.
Y para su sorpresa, se encontró con un hombre bastante resuelto que se acercó a él con una pequeña mochila en la espalda de cuyo extremo sobresalía el puño de un bastón.
—Hola, ¿eres Sergio? —lo saludó con afabilidad.
—Supongo que tú debes ser Santi… —dedujo estrechándole la mano.
—Así es.
Sergio lo estudió unos instantes. No se lo había imaginado así… Bueno, la verdad es que no lo había imaginado de ninguna manera. Quizás, como una persona tímida, retraída, que le costaba hablar, mirar de frente,… Vamos, que había tirado de todos los tópicos de las personas hurañas que salían en las películas.
Sin embargo, con un simple vistazo y únicamente cruzando un par de palabras, intuyó que Santi no tenía nada que ver con la persona acobardada que él esperaba encontrar. Más bien, parecía animado y amigable, impresión que con toda probabilidad tendría ocasión de verificar durante las horas que pasarían juntos.
—¿Estás listo? —le preguntó finalmente.
—Por supuesto. Hacía siglos que no hacía una escapada de estas. A mi novia no le gustan demasiado; cree que todos los bichos del mundo acabarán metiéndose dentro de su ropa.
Sergio no pudo evitar sonreír imaginándose a la chica haciendo aspavientos cada vez que se le acercara una mosca.
—¿Conoces la ruta que vamos a hacer?
—Sí, por supuesto. Pero como te digo, hace tanto que no salgo que cualquier ruta me vale. Además, Vero estaba muy ilusionada con este regalo, así que no se lo voy a despreciar.
—La verdad es que tu novia tenía mucho interés en que te gustara la salida. Me alegro de que el regalo haya resultado de tu agrado.
«La gente normal regala escapadas de turismo; la gente anormal
regala bonos para los Viernes de Pecado… Ya me podrían haber regalado algo más corriente
para poder ahorrarme estas dos semanas de mierda que llevo», pensó sin poder evitarlo.
—Sí. Es una mujer estupenda… —comentó con orgullo sin percatarse del rayo de tristeza que por un momento nubló la mirada de Sergio.
—Espero que no te moleste si te digo esto, pero me pareció un tanto alocada.
Santi sonrió.
—A veces, Vero puede resultar un poco desconcertante porque va por todas partes como un elefante en una cacharrería, pero te aseguro que es una mujer muy dulce y noble. Sus ocasionales salidas de tono sólo la hacen más adorable de lo que parece y sobre todo, es alguien que no tiene ni una gota de maldad en todo su cuerpo.
Sin lugar a dudas, Santi estaba muy colado por su chica. Sólo había que ver el brillo de sus ojos cuando pronunciaba su nombre. Definitivamente, el amor era muy ciego… Y si no, que se lo dijeran a él.
«Mierda… ¿No ibas a olvidarte de Débora por unas horas?», le reprochó su yo
interior. «Además, recuerda que tú no estás enamorado. Sólo te gustaba acostarte con ella y punto.»
«Cállate, conciencia… No sigas por ahí que acabarás metiendo la pata» —se contestó a sí mismo acallando una posible discusión entre su corazón y su razón.
—¿Tienes que coger algo más o nos vamos? —terminó preguntando Sergio para dar por concluida la deriva de sus pensamientos.
—Por mí, cuando quieras. Creo que en la mochila llevo todo lo que necesito.
—Perfecto. Como tienes experiencia previa, confiaré en tu criterio. Mientras lleves suficiente líquido, algo de azúcar y una gorra para el sol, me doy por satisfecho. Yo me encargo de llevar el móvil, un pequeño botiquín y crema protectora por si acaso. Si conoces la subida, ya sabes que la ruta no es nada del otro mundo.
—Y la comida, que no se nos olvide.
—Eso, que no falte, por supuesto.
—Bien, ¿cómo vamos? ¿Cada uno en nuestro coche?
—No, hombre. El transporte está incluido en la excursión. Lo único es que, como somos dos, y si te apetece, podemos coger mi moto en vez de la furgoneta de mi tío. Lo dejo a tu elección.
—Sin duda, prefiero la moto —contestó con una sonrisa radiante—. Yo también tengo una pero a Vero le da miedo subirse a ella. Así que sólo la saco para ir a trabajar, si el tiempo acompaña, y cuando quedo con la gente del club de moteros al que pertenezco.
«¿Realmente este hombre tiene problemas para hacer amigos?»
—Pues nada. Pongámonos en marcha antes de que el sol se ponga a apretar.
Aquella misma tarde, Vero esperaba ansiosa la llegada de Santi en el chalet que compartían. Llevaba dos horas mirando el reloj, esperando que su novio entrara de una vez por la puerta.
No tenía ni idea de cuánto tiempo solían durar aquellas excursiones, pero cuando dieron las siete y media de la tarde, ya empezaba a preocuparse de no tener noticias suyas. Cuando al fin escuchó el ruido de llaves abriendo la puerta de casa, dio un salto del sofá para ir hasta él.
—Bueno, ya iba siendo hora de que aparecieras. Me tenías preocupada.
Santi elevó las cejas, sorprendido por aquel recibimiento. Al pasar por su lado, la tomó por la cintura y le dejó un beso tierno en los labios, acompañado de una sonrisa.
—Vengo muerto… —fue su simple contestación—. No imaginaba que estuviera en tan mala forma física. Tengo que volver al gimnasio cuanto antes…
—¿Por qué? ¿Cuántas veces habéis subido al Pichachu
ese?
—¿Cómo que cuántas? —preguntó divertido—. ¿Qué te crees, que hemos estado subiendo y bajando todo el día?
—Por la hora en que llegas, al menos debes haber hecho el recorrido tres veces —contestó, moviendo delante de sus ojos tal número de dedos.
—Si no son ni las ocho de la tarde…
—Ya, pero en el folleto ponía que apenas era un trayecto de poco más de tres kilómetros. Desde las ocho de la mañana que te fuiste, te ha dado tiempo de hacer el camino no tres, sino siete veces.
—Claro, eso sin contar con la hora de camino desde aquí hasta Alcalá de los Gazules, de que paramos a desayunar, que la ruta la hemos hecho en plan tranquilo, que hemos comido en la cima, que nos hemos quedado un buen rato allí arriba charlando, que teníamos que bajar, que nos hemos parado a merendar por el camino, la otra hora de la ruta de vuelta…
—Vale, vale, ya lo he captado.
—Para una vez que consigo escaparme a la sierra, déjame que me recree a gusto, mujer. Además, te recuerdo que ha sido un regalo tuyo. Qué menos que haberlo disfrutado a tope.
—Ya, pero no te hubiera costado nada una llamadita para decir que todo iba bien.
—De acuerdo, eso sí lo puedo aceptar, aunque para mi descargo alegaré que la cobertura allí no es demasiado buena. No obstante, lo tendré en cuenta para la próxima vez, ¿de acuerdo?
—¿La próxima vez? —la ceja derecha de Vero se arqueó por arte de magia.
—Sí, Sergio y yo hemos pasado un día fantástico. Hemos acordado repetir otro día, con una ruta nueva, o cualquier otra actividad.
La sonrisa que había mantenido oculta durante gran parte del día, asomó feliz e ilusionada a los labios de Vero.
—¿Y qué tal Sergio? ¿Qué te ha parecido?
—La verdad es que es un chico muy agradable. Creo que hemos conectado muy bien y es un buen compañero de ruta. Al menos él no se está quejando de que hay bichos por todas partes… —comentó haciendo alusión a la única vez que había conseguido convencer a su novia de que fuera con él, dos años atrás.
—Ya estamos… Sabes que el monte no es santo de mi devoción. Prefiero la ciudad y sus comodidades.
—Ya, ya lo sé…
—Además, que a mí no me guste no significa que tú tengas que renunciar a estas excursiones… ocasionalmente, claro.
—Claro… Pero preferiría compartirlas contigo, no te lo voy a negar.
—Bueno, pues parece que por fin acabas de hacer un nuevo amigo con quien compartir esta afición.
—Es posible.
—¿Y cuándo volveréis a quedar?
La ceja de Santi volvió a arquearse en un signo interrogante.
—¿Qué manía te ha dado a ti ahora porque me vaya de excursión?
—Ninguna. Es que sé que te encanta…
—Me encanta lo mismo que hace tres años cuando nos conocimos. Pero hasta ahora nunca habías mostrado tanto interés en que fuera.
—Que yo sepa, tampoco te lo he impedido.
—Ya, ya…
Impedírselo, era verdad que no se lo había hecho; pero ponerle trabas y excusas…
—¿Entonces?
—Entonces, ¿qué?
—¿Cuándo habéis vuelto a quedar?
Santi supo en aquel instante que allí había gato encerrado. Tomó a Vero de la mano y se dejó caer en el sofá con ella. Estiró las piernas y acomodó a su chica entre ellas, abrazándola por detrás.
—¿Me vas a decir qué es lo que te traes entre manos?
—¿Quién, yo? —intentó hacerse la sorprendida, girando la cabeza y clavando sus abiertos ojos negros en las pupilas de él.
—Vero, que nos conocemos…
—Ya estás imaginando cosas… —le contestó volviendo la cabeza para que él no pudiera ahondar en su mirada.
—Vero…
—¡Vero nada! Te he hecho un regalo con toda la ilusión del mundo, pensando que lo disfrutarías y ya está. No hay ningún interés detrás de eso.
«¿Y entonces, por qué se enfadaba?», pensó Santi. «Aquí se está cociendo algo… vaya que sí.». Y si no lo averiguaba en aquel instante, era cuestión de tiempo de que saliera a la luz. La paciencia era una virtud que él podía llegar a cultivar muy bien; en cambio, no se podía afirmar lo mismo respecto a Vero.
—En tal caso, puedo asegurarte que he disfrutado muchísimo de tu regalo.
—¿Y?
—Y no hemos quedado en nada en concreto. Quizás nos animemos a hacer una ruta en piraguas por el embalse de Guadalcacín, porque salir a andar con este tiempo puede resultar muy penoso. Hoy casi nos fundimos de calor.
—Ostras, ¿en piragua? ¡Qué chulo! —exclamó encantada—. Mira, a esa igual me apunto.
Santi rió por lo bajo. Vero no daba puntada sin hilo, y ahí olía a chamusquina que apestaba.
—¿Apuntarte, tú? ¿Y dónde dejas los bichos? —le preguntó conteniendo la risa.
—Bueno, es un recorrido por agua, no por la montaña.
—¿Montaña? —volvió a reír el joven—. Ni que acabara de subir el Everest, mujer. El Picacho sólo tiene 900 metros de cota.
—Demasiado para mí… Pero en un pantano, supongo que podríamos nadar un poco además de remar.
—Sí, se podría. Al menos en este, sí.
—Ves, esa idea me gusta más. Definitivamente, creo que me apuntaría.
—Se lo podría comentar a Sergio. Me dijo que podíamos pillar la piragua para dos, pero supongo que también las habrá individuales.
Una sonrisa traicionera volvió a asomar a los labios de Vero. Por fortuna, Santi no podía verla desde su posición. Guardó silencio unos segundos antes de sugerir una nueva posibilidad.
—Podría decírselo a Alana a ver si le apetece. De esa manera seríamos cuatro y no habría problemas con las piraguas.
Vero tampoco pudo ver desde su posición que por tercera vez en escasos minutos, la ceja derecha de Santi se arqueaba considerablemente.
—¿Alana?
—Bueno, ella es más de campo que yo, aunque tampoco sea algo que la mate de gusto. Pero si le pido que se apunte para poder formar el grupo, igual se anima.
—Es posible…
—¡Ay, me encanta la idea! Vamos a hacerlo, Santi…
—Puedo llamar la semana que viene a Sergio y sugerírselo, a ver qué opina. O bien, hacerlo nosotros tres directamente; ya sabes, Alana, tú y yo…
—¡No, no! Mejor los cuatro —se apresuró a replicar—. Además, ella está un poco baja de ánimo. Pienso que le sentará bien distraerse un poco.
—¿Por qué? ¿Qué le pasa? —se interesó con sinceridad. Aunque Alana era más amiga de Vero que suya, era una buena chavala a la que apreciaba de verdad.
—Ha tenido problemas con un chico.
—No sabía que estuviera saliendo con alguien. No me habías contado nada.
—Bueno, es que no ha durado mucho y todo es muy reciente.
—En tal caso, lo superará pronto. Si no han tenido tiempo para conocerse mucho, es de esperar que pueda superar el bache más fácilmente.
—Eso espero, aunque tengo entendido que ha sido una relación muy intensa a pesar de que haya durado poco. No sé mucho más al respecto, la verdad. Ya sabes que ella es muy discreta para sus cosas y yo tampoco he querido ahondar más en la herida.
—Ya. Vaya, pues lo lamento por ella. Es una mujer muy linda y ya va siendo hora de que tenga un poco de suerte. La verdad es que desde que la conozco, no la he visto con ninguna pareja, y mira que la chica lo vale.
—Ay, yo tampoco lo entiendo, Santi… —Salvo por el hecho de que había perdido el tiempo como una tonta fantaseando con un tío que no valía ni un pimiento como persona—. Y esto… ¿sabes si Sergio tiene pareja?
«Ay, Vero, que mucho me huelo yo que te ha dado por sacar tus armas de celestina».
—No lo sé. No se lo he preguntado, la verdad. ¿Quieres acaso que lo haga?
Vero se giró.
—¿No resultaría muy descarado?
—¿Me lo parece a mí, o estás intentando emparejar a Sergio con Alana?
—Bueno, acabas de decir que es un chico muy agradable… Así que, quién sabe…
—Ay, Vero, no tienes arreglo… —le dijo sin poder contener más tiempo la risa.
—¿Por qué? ¿Qué he hecho yo ahora?
—Nada, bonita. Nada.