Capítulo 19
Divina Providencia
En la otra piragua, y en voz baja, sus amigos conversaban tratando de mantener cierto grado de privacidad. De vez en cuando, Sergio desviaba la mirada hacia ellos, pero por más que intentó agudizar el oído, fue incapaz de pillar onda de lo que decían.
—¿Tú sabías que Alana y Sergio se conocían? —le preguntó Santi a su novia.
—Bueno, no…
—¿Seguro?
Como respuesta, obtuvo un simple encogimiento de hombros.
—Dime que tú no tienes nada que ver en este repentino encuentro.
Vero se giró lo suficiente sobre la barca para poder mirar un instante a su chico.
—¿Yo? —preguntó con fingida inocencia, volviéndose de inmediato a su posición para que él no pudiera indagar en su mirada.
—Sí, tú. Te conozco mejor que tu madre, y algo me dice que este repentino interés para que yo recupere mi antigua afición por la naturaleza no es casual. ¿No me habrás utilizado para juntar a estos dos, no?
—¿Cómo puedes pensar algo así? —trató de sonar ofendida, pero no se atrevió a girarse de nuevo al contestar, provocando que Santi estuviera cada vez más convencido de que allí la casualidad imperaba por su ausencia.
—No me mientas, Vero…
Ella trató de pensar con rapidez.
—A ver… Sabía que Alana se había visto un par de veces con un chico llamado Sergio. ¿Pero cuántos hombres habrá en la ciudad con el mismo nombre? Que justamente se tratara de este
Sergio… Bueno, más bien lo llamaría providencia…
—Sí, claro: Divina Providencia…
—No sé si divina o no, pero el destino es así de caprichoso. Además, ¿no te parece que hacen muy buena pareja?
Santi bufó. Definitivamente allí nada tenía que ver ni el destino ni la casualidad. Eso había sido totalmente premeditado.
—¿Buena pareja? Si parece que estuvieran a punto de lanzarse cuchillos el uno al otro. Menudo viajecito en coche más incómodo.
—Bueno, ahora parecen bien avenidos…
Dos pares de ojos se fijaron sin disimulo en la pareja que continuaba remando en silencio en la otra piragua. Sergio, que los estudiaba intentando captar algo de lo que estaban hablando, se sintió descubierto y giró la cabeza al frente como un resorte.
—¿Qué pasó entre ellos? —quiso saber Santi.
—No lo sé.
—Venga ya, Vero, a otro perro con ese hueso. Sois lo bastante amigas como para que ella te hubiera contado algo. Y tú, demasiado metomentodo como para dejar de meter las narices en el asunto.
—De verdad, a veces me sorprende la opinión que tienes de mí… —de nuevo, trató de parecer ofendida.
—Alana me cae bien, ya lo sabes. Y Sergio es un buen tío. No me gustaría tener problemas con ninguno de los dos a causa de tus tejemanejes.
Vero volvió a meditar su respuesta, a sabiendas de que con ella terminaría de confirmar la intuición de su chico.
—Quizás esos dos sólo necesiten hablar un poco. ¿Por qué no facilitarles la tarea?
—Así que me confirmas que tú has tenido que ver en el asunto.
—A ver, no como tú crees. Ya te he dicho que Alana me habló de un tal Sergio, pero nunca llegué a conocerlo en persona. Según tengo entendido, sólo se vieron dos o tres veces y la cosa no funcionó.
—¿Y por qué no funcionó?
—Pero mira que te has levantado preguntón hoy. Después eres tú el que me llamas cotilla a mí…
Santi volvió a resoplar, consciente de que le estaba dando largas.
—Pues si lo que necesitaban eran hablar, mucho me temo que tu plan no está dando resultado. Esa barca es una tumba.
—Démosle tiempo. La excursión no ha hecho más que empezar.
Sergio perdió interés en la conversación ajena al sentirse descubierto. Volvió a fijar los ojos en la espalda recta que se movía de izquierda a derecha mientras remaba acompasadamente. Si su intención era normalizar
la situación con Alana dentro de lo razonable, sería mejor que buscara cualquier tema de conversación lo más neutro posible.
—Te veo algo diferente desde la última vez, más delgada quizás...
El cuerpo de la chica se envaró.
—¿Me estás diciendo que antes estaba gorda?
«Bravo, Sergio, te has lucido. Acabas de tocar un tema tabú para el noventa y siete por ciento de las mujeres».
—En absoluto. Siempre me gustaron tus curvas; y tú deberías saberlo mejor que nadie. Pero no por eso voy a dejar de admitir que te veo muy bien.
«Mierda, mierda. Me tengo que ceñir a un tema neutro. Deja de remover lo que pasó que la vas a cagar…»
Por fortuna, el joven no pudo percibir desde su lugar el ligero rubor que tiñó las mejillas de Alana.
—Sólo he perdido cuatro o cinco kilos. Tampoco es que se note tanto.
—Yo sí lo noto.
Claro, él, que conocía hasta las zonas más recónditas de su cuerpo…
De nuevo, silencio.
—Nunca imaginé que te dedicaras a organizar excursiones. —Ahora fue ella quien se decidió a hablar, sorprendiéndolo gratamente.
—Y no lo hago. Mis salidas las realizo más bien por afición. —Calló unos segundos antes de continuar, buscando de alguna manera continuar la conversación.
—¿A qué te dedicas entonces?
Sergio sonrió.
—Ya te lo dije: Soy profesor de primaria. De infantil, para ser más exacto.
—¿En serio? —Alana se volvió y a Sergio le pareció intuir una sonrisa natural—. Pues tampoco te imaginaba como maestro, la verdad —se encogió de hombros y volvió la vista al frente.
—¿Puedo preguntar qué es lo que te imaginabas?
«¿Modelo de calzoncillos? ¿Empotrador oficial? ¿Follador de primera?», Dios mío, qué barbaridades se le estaban ocurriendo… Un rubor más intenso tiñó de repente sus mejillas. Dio de nuevo las gracias en silencio porque él no pudiera verlo desde su asiento.
«Desvíate de esos pensamientos, Alana… Ese no es el camino correcto. Tengamos el día en paz».
—No lo sé. Pero entre una cosa y otra, te pega más lo de las excursiones.
No volvieron a hablar durante un buen rato. Como estaba previsto, se detuvieron más tarde en un recodo del embalse donde pudieron dejar las piraguas sin problemas mientras se daban un chapuzón. A pesar de estar en plena sierra, el inicio del verano suavizaba las temperaturas lo bastante como para dejar pasar aquella opción.
Alana tuvo que reconocer que, una vez superada la tensión del principio, estaba pasando un día agradable. El bello entorno que los rodeaba había contribuido, y mucho, a calmar sus miedos iniciales cuando se dio de bruces con Sergio. Lo primero que había pensado era que su secreto
iba a acabar estallando por los aires. Sin embargo, no había vuelto a sacar el tema en público, y era evidente que trataba de comportarse como si se tratara de una simple reunión de amigos sin más.
El agua estaba condenadamente fría, pero a todos le sentó bien el chapuzón. Poco a poco se fue imponiendo entre ellos una conversación cordial, sobre temas intranscendentes como el tiempo, el cine o lo que tenían previsto hacer en las próximas vacaciones de verano.
Después de media hora larga en el agua, a Vero empezaron a castañetearle los dientes y decidió que ya era hora de salir a secarse. Le apetecía remolonear un rato al sol antes de comenzar el camino de regreso. Todos estuvieron de acuerdo en secundarla, pero cuando enfilaban sus pasos de vuelta hacia la orilla, Sergio tomó la mano de Alana bajo el agua haciendo que se detuviera y lo mirara a los ojos.
—¿Podrías quedarte un momento conmigo? —le preguntó con voz serena.
A pesar de que con el transcurrir de los minutos había conseguido relajarse en su compañía, aquellas simples palabras hicieron que los nervios volvieran a invadirla.
—Es que yo también tengo frío —fue su cobarde respuesta.
—Será sólo un momento. No pienso retenerte demasiado tiempo.
Alana volvió la cabeza para ver como Santi y Vero salían en esos instantes del agua, dejándolos solos. Cuando Sergio estuvo seguro de que nadie podría oírlo, volvió a dirigirse a ella.
—Quería pedirte perdón por lo de la última noche. Soy consciente de que no tenía derecho a quitarte la máscara sin tu consentimiento.
—Sergio, no quiero recordar lo que pasó…
—Lo sé. Pero es una espina que tengo clavada desde entonces y necesito sacármela de alguna manera.
Alana suspiró.
—Sergio, aquello fue un error. No quiero que pienses que…
—¿Por qué fue un error? ¿Porque yo no era él? —Se arrepintió de decir aquello enseguida, pero por más que lo intentaba no lograba controlase. Se había creado una exigua tregua entre ambos y sabía que con aquella pregunta podía dinamitar el frágil puente que a duras penas comenzaba a sustentarse sobre débiles pilares—. Perdón…
Alana volvió a suspirar. Quedaba claro que hasta que no lo aclararan, el asunto de Alex iba a seguir saliendo una y otra vez, y lo que menos deseaba era que aquello ocurriera con Vero y Santi delante.
—Mira, si te sirve para dejar el asunto en paz, lo de Alex no tenía futuro. Nunca lo tuvo. Me he dado cuenta de que Alex tampoco era una buena opción. Ya puestos, y mirando a toro pasado, casi me alegro de haber cometido aquel error y que fueras tú y no él porque… bueno, son cuestiones que no vienen al caso. —Mierda. ¿Por qué había dicho eso? Sonrojada por sus palabras, miró hacia la orilla antes de volver a hablarle con decisión—. Me gustaría pedirte un favor relacionado con todo esto, Sergio.
—El que quieras —contestó aguantando la sonrisa que estaba a punto de escapársele al oír sus últimas palabras.
—No le digas nunca a Santi de qué me conoces.
La petición lo sorprendió.
—¿Me crees capaz de contarle algo así a alguien que sólo he visto un par de veces?
—No te conozco, Sergio. A los tíos os gusta pegaros el moco de que os habéis acostado con esta o con la otra, y nuestras circunstancias son… bueno, supongo que jugosas para cualquier conversación entre machotes
. Ya me entiendes…
—¿Doy por sentado que tú no le has dicho nada a Vero?
—Bueno… Ella fue la que me regaló la primera visita. Algo sabe, aunque no le he dado mucho detalle. Ya te dicho que me avergüenza todo aquello.
—No deberías, Alana. Ambos somos adultos; lo pasamos bien. No hay nada de vergonzoso en eso.
—De verdad, Sergio. Me incomoda hablar de lo que pasó.
—Está bien. Si lo que te preocupas es que me vaya de la lengua, te doy mi palabra de que no diré nada.
Alana asintió, confiada en que él le estaba diciendo la verdad. Pero aún tenía una duda que la inquietaba.
—Esto… ¿Le has contado a alguien lo que pasó? —volvió a preguntarle.
Parecía un tema que para ella era importante. Podía mentirle, pero prefirió no hacerlo.
—Al igual que tú, sólo lo sabe la persona que me regaló el pase. Pero es un hombre en quien confío plenamente y sé que nunca contará nada al respecto.
Alana asintió más tranquila. Poco más quedaba por decirse entre ambos.
—Creo que deberíamos volver ya. Me gustaría secarme antes de que subamos de nuevo a la piragua.
—¿Podríamos al menos ser amigos? —le preguntó cuando ella ya enfilaba el camino hacia la orilla.
Alana se detuvo y meditó su respuesta.
—Creo que no me sentiría cómoda siéndolo, la verdad. Lo mejor que podemos hacer es pasar página y olvidarnos, tanto del encuentro de hoy como, sobre todo, de los anteriores.
Sergio asintió. La tregua parecía mantenerse y habían sido capaces de volver a hablar de lo que habían pasado sin que surgieran recriminaciones por ninguna de las dos partes. Definitivamente, y aunque ella no lo viera así, para él aquello sí era un nuevo comienzo.