Capítulo 36
Ya no puedo más…
Las siguientes horas fueron una tortura para Alana. Por más que lo intentó, le fue imposible conciliar el sueño. Y cuando por fin su despertador sonó, se dio cuenta de que había pasado toda la noche en vela.
Iba a ser una mañana muy complicada y larga, pero debía ocuparse de la situación que la preocupaba antes de que fuera a más.
Nada más llegar al Ayuntamiento, Alana llamó a Vero y le preguntó si Alex estaba en la oficina. Esta le dijo que tenía una reunión de trabajo fuera de Urbanismo y que no lo esperaban de vuelta hasta mediodía por lo menos.
—¿Me vas a decir qué pasa? —le preguntó Vero, inquieta al escuchar el tono de voz de su amiga.
—Luego. En el desayuno te cuento —dijo abatida—. No quiero hacerlo por teléfono, pero te advierto que es un tema bastante serio.
—¿Está relacionado con Alex? ¿Ha vuelto a decirte algo?
—Vero, por aquí no —le advirtió muy seria—. Te lo contaré, pero en privado. No quiero por nada del mundo que, con la suerte que últimamente arrastro, lo que me está pasando salga a la luz.
—Vale, vale, lo comprendo. En el desayuno me cuentas.
—De acuerdo.
—Si quieres, podemos vernos en la otra cafetería, la que está más alejada.
—Sí, lo prefiero. Cuanta menos gente del trabajo nos crucemos, mejor. Tengo que contarte esto porque ya no puedo más. Me está quemando por dentro y no tengo a nadie más con quien pueda hablarlo, porque no quiero meter a Sergio en esto.
—¿Sergio? ¿También él tiene algo que ver en lo que te pasa?
—No, en absoluto. Esto sólo me atañe a mí, por eso estoy intentando mantenerlo al margen.
—Creo que tienes más cosas que contarme aparte de lo que sea que te esté pasando con Alex…
—Sí, así es. Sergio y yo hemos decidido darnos una oportunidad, pero no quiero pringarlo en todo este asunto.
—Alana, cielo, me estás alarmando.
—Es para alarmarse, pero mejor te lo explico luego, por favor. Sólo una pregunta más: ¿por casualidad le has dado a Alex mi número de teléfono?
—¿Yo? No —contestó extrañada— Ni él me lo ha pedido, ni yo se lo he dado.
—Pues lo tiene. No sé cómo lo habrá conseguido, pero ayer me mandó unos mensajes… Uff.
—¿Cómo de uff
?
—No te lo puedo decir. Te dejo y luego nos vemos a la hora de siempre en la cafetería.
Cuando colgó, Vero se quedó más que preocupada. Pero tuvo que esperar las tres horas que faltaban hasta que llegó el momento de coger el bolso y salir al encuentro de su amiga.
Cuando llegó al lugar de reunión, Alana ya la esperaba sentada y con un zumo en la mano. Vero se sentó junto a ella y enseguida le llamó la atención su aspecto demacrado.
—Chica, qué mala cara tienes —le dijo sin tapujos.
—Como que no he pegado ojo en toda la noche…
—Dime qué ha ocurrido para que estés así. ¿Qué es lo que pasa con tu móvil?
—¿Qué me pasa…? Toma, míralo por ti misma, pero ten cuidado, que nadie lo vea.
Alana le pasó el teléfono con la pantalla preparada para que Vero comprobase de dónde provenía el motivo de su agobio.
Los ojos de la chica se fueron abriendo como platos, sorprendida por las primeras imágenes. Pero cuando llegó al video, la barbilla ya le llegaba a la altura de los tobillos.
—Pero esto… —comenzó a decir incrédula.
—Me tiene amargada, Vero…
—No entiendo nada…
Alana le contó desde el principio las pretensiones de Alex, o mejor dicho, desde que fuera a hablar con ella días atrás para reclamarle su particular Viernes de Pecado.
Lo que achacó a una simple bravuconería, se estaba convirtiendo en un verdadero acoso, y el límite había quedado más que sobrepasado con las imágenes recibidas la noche anterior.
Vero no salía de su asombro. La imagen que Alana le estaba pintando de su compañero, aquel con quien trabajaba codo con codo, nada tenía que ver con el hombre amable, encantador e incluso atento con el que ella estaba acostumbrada a tratar.
—Debe haber un error, un malentendido, por alguna parte, Alana. No me puedo creer todo esto…
—¿Un error? ¿Crees acaso que el tío que se la machaca en el video no es Alex? —le preguntó molesta porque su amiga pudiera dudar de su versión cuanto la evidencia la tenía delante.
—No, no. Está claro que es él, pero me pinchan ahora y no sangro. Esto es demasiado fuerte…
—Dímelo a mí. Para colmo, las imágenes me llegaron a las tantas de la noche cuando estaba en casa de Sergio.
—¿Y qué hacías tú en casa de Sergio a esas horas?
—Pelando la pava, no te fastidia. Deja ahora el tema de Sergio que esto me tiene con los nervios hechos pedazos.
—Vale, vale, perdona… ¿Qué vas a hacer ahora?
Alana se echó hacia atrás en su asiento y suspiró.
—No me queda más remedio que hablar con él. Por eso te pregunté esta mañana si estaba en la oficina. Esto debe acabar ya.
—Ahí estamos de acuerdo —le confirmó con voz grave—, pero después de esto que te ha mandado, ¿consideras prudente ir a verle?
—No me queda otra. No puedo permitir que vaya a más. A pesar de ser un salido asqueroso, quiero arreglar este problema por las buenas. Le voy a dejar claro que ninguna proposición que me haga me interesa. Ahora estoy con alguien y no voy a permitir que lo estropee.
—¿Quieres que vaya contigo? Ya no me fío de él.
—No, no creo que sea conveniente. Si te cuento todo esto es porque no soporto más esta tensión. Ayer llegué a casa temblando como una hoja y sin saber qué iba a hacer. Durante todas las horas que he pasado despierta, he llegado a la conclusión de que debo solucionar esto directamente con él. De verdad, quiero pensar que se va a mostrar razonable.
—¿Y si no es así?
—Tiene que serlo —Alana se llevó las manos a la cara de sólo imaginar que no atendiera a razones.
—Si no para, sabes que tendrás que denunciarlo.
—Madre mía, yo no quiero eso —contestó con aprehensión en la voz—. No quiero líos, y si lo denuncio, todo va a salir a la luz: no sólo quedará expuesto él; también yo.
—Bueno, bueno, no adelantemos acontecimientos. Esperemos que, como dices, Alex se muestre razonable. Pero sigue sin agradarme la idea de que te reúnas con él a solas.
Sin embargo, la decisión de Alana era firme. Era cerca de la una de la tarde cuando Vero la avisó de que su jefe había regresado de su reunión.
Se marchó de su departamento con una excusa, dispuesta a terminar de una vez por todas con la situación que la tenía sin sueño.
La sonrisa triunfal de Alex al verla aparecer fue desbordante. Vero le había avisado, siguiendo las indicaciones de su amiga, que esta iría a verle. Y como era previsible, Alex había aceptado de inmediato, encantado y convencido de que Alana acudía para concretar en persona el lugar donde habrían de quedar.
Debió sospechar que las cosas no irían como él pretendía cuando Alana entro en su despacho, y sin ningún miramiento hacia los que estaban en la sala adjunta, cerró la puerta a sus espaldas con un fuerte portazo.
Se acercó a la mesa donde Alex la aguardaba sentado, plantó las manos en el borde y lo miró a los ojos de frente.
—Alex, esto tiene que acabar ya —no hacía falta que se anduviera con rodeos. Los dos sabían qué la había llevado hasta allí.
—Estaba perdiendo la esperanza de que acudieras a mí. Veo que los mensajes que ayer te mandé han resultado convincentes.
¿Este tío era idiota o qué le pasaba? ¿No se daba cuenta de que estaba mucho más que molesta precisamente por los dichosos mensajes
?
Alex se levantó de su silla y rodeó la mesa para ponerse a su lado. Sin mediar palabra, le acarició la espalda y bajó la mano audazmente hasta posarla en su trasero. Alana dio un salto hacia atrás como un resorte. Tenía los ánimos muy caldeaditos, y ese imbécil estaba comprando todas las papeletas donde se rifaba un buen sopapo.
—A ver, so pedazo de capullo. Quiero que esto se termine ya.
Alex se sentó sobre el filo del escritorio y cruzó los brazos delante del pecho. Por la mirada que le dirigió, recorriéndola de arriba abajo como un lobo hambriento, supo que no iba a recibir la respuesta que esperaba.
—¿Vas a darme mi noche?
—No te voy a dar una mierda —contestó furiosa.
Alex chasqueó la lengua.
—Yo de ti, me lo volvería a replantear, cariño.
—¡Yo no soy tu cariño!
—No, eres más que eso. —Por sorpresa, la cogió por la cintura y tiró de ella hasta pegarla a su cuerpo. Alana se dio cuenta enseguida de que estaba empalmado—. Eres una viciosa y yo quiero probarte. Olvídate del capullo con el que te confundiste. Te voy a meter mi polla por todos los agujeros de tu cuerpo.
Alana sintió un asco tremendo. Sin pensárselo siquiera, levantó la rodilla derecha para impactar con fuerza en sus testículos, consiguiendo que la soltara de inmediato mientras se doblaba en dos por el dolor.
—Hija de puta… Zorra… —se quejó audiblemente.
Alana apretó los dientes. No había nada que le apeteciera más que seguir pateándole los huevos, pero se contuvo. Tomó aire y dio varios pasos hacia atrás en dirección a la puerta.
—Esto se termina aquí y ahora, Alex —dijo con firmeza—. Como vuelvas a molestarme, como vuelvas a acosarme… te juro que te denuncio a la policía.
Salió de la puerta cerrando de nuevo a sus espaldas para que nadie del departamento de Urbanismo pudiera ver el estado en que dejaba a su jefe.
Vero la esperaba fuera con el gesto descompuesto. Al ver que el rostro de Alana era de todo menos sereno, la cogió de la mano y se la llevó al lavabo de señoras, desierto en aquel momento.
—¿Lo habéis podido solucionar? ¿Se va a terminar ya? —preguntó en voz baja, por si acaso.
—Dios, espero que sí…
Se abrazó con fuerza a su amiga y, allí mismo, se derrumbó.