Capítulo 37
Compartir los problemas
Había acordado con Vero que le contaría a Sergio todo lo que le estaba pasando. Aunque había intentado explicarle por segunda vez que prefería mantenerlo apartado del asunto, al final Vero la hizo recapacitar diciéndole que, si estaban juntos, debía compartir con él el problema que tenía. Entendía que quisiera ser ella misma quien buscara la solución, pero no por ello debía excluir a Sergio. Aunque estaba dispuesta a prestarle su hombro cada vez que lo necesitara, Vero sabía que el mayor y mejor apoyo que su amiga podía obtener se encontraba en los brazos de su pareja.
Así que, finalmente, decidió que aquella tarde hablaría con él y le explicaría lo que estaba sucediendo. Sergio tenía previsto ir al notario para empezar con los arreglos de los papeles de su tío, así que, como no tenía hora fija para quedar, habían acordado verse en el piso de Alana cuando terminara con sus gestiones.
No llegó hasta cerca de las diez de la noche, y cuando lo hizo, su cara dejaba ver a las claras que las cosas no habían ido demasiado bien.
—Se te ve cansado, Sergio —le dijo nada más verle.
—Vengo como si me hubieran dado una paliza. Ha sido una tarde difícil.
Se abrazó a ella, y si dos días atrás, había sido Alana quien buscara refugio y apoyo en él, ahora parecía que era él quien precisaba de ese abrazo sincero y reparador.
—Anda, pasa y me cuentas. Ya había perdido la esperanza de que fueras a venir.
—Hemos acabado muy tarde en la notaría. He venido para acá en cuanto he podido.
—Pero si estabas cansado, podíamos haberlo dejado para mañana.
Sergio negó con la cabeza.
—Perdona que suene egoísta, pero no me encontraba con ánimo para encerrarme en mi casa. Y no hay nadie con quien me apetezca estar más que contigo. Espero que no te moleste…
—No me molesta —aseguró mientras con la mano acariciaba la ancha espalda de Sergio—. Sabes que eres bienvenido.
Entró en el salón delante de Alana, que aún se sorprendía de la forma tan natural con la que podía hablar de lo que estaban compartiendo.
—¿Acaso no ha ido bien el tema del testamento?
—No demasiado... A ver, te explico —se mesó el cabello antes de continuar—: Mi tío tenía un amigo que le ayudaba con las gestiones. Cuando se enteró de que se iba a abrir el testamento, insistió en estar presente, y como eran temas de papeleo le dijimos que sí. Durante la reunión, nos han puesto al corriente de cómo se encuentra la verdadera situación de los asuntos de mi tío, y la verdad es que nos hemos llevado todo un chasco impresionante.
—¿Por qué? —Sergio hizo una mueca de disgusto que Alana interpretó de manera errónea—. ¿Te apetece hablar de ello o prefieres relajarte un poco? No quiero que te agobies contándome nada si no lo deseas…
—No. Estoy seguro de que me sentiré mejor si lo comparto contigo.
No pudo evitar una punzada de remordimientos al pensar que, mientras él quería desahogarse con ella, Alana había pretendido hacer todo lo contrario.
—Yo también necesito ponerte al corriente de un problema que tengo, —comentó, decidida a hacer lo correcto—, pero primero tú.
Sergio se dejó caer en el sofá y apoyó su cabeza sobre el respaldo mullido.
—No sé si alguna vez te he llegado a contar que mi tío quería dejarme a mí como heredero de sus bienes. No tenía hijos, y siempre me dijo que todo lo que tenía, el piso de mis abuelos y la tienda, me lo dejaría a mí el día que faltara.
—¿Vas a hacerte cargo de la tienda? —preguntó sorprendida. Sergio tenía su trabajo en el colegio y, además, muchas de sus tardes libres se las dedicaba a Nico. Una tienda, fuera del tipo de fuera, requería tiempo y dedicación, aun cuando contratara a alguien que se hiciera cargo.
Sin embargo, el joven negó con la cabeza.
—La situación de mi tío no era nada boyante. Sabíamos que era un hombre desprendido y que le gustaba, en cierta medida, ir al día. Pero no estábamos al corriente de que su situación, económicamente hablando, era realmente mala. Deja numerosas deudas, la mayoría relacionadas con la tienda, pero también con gastos propios —hizo una pausa y cerró fuertemente los ojos antes de continuar—. No sé cómo se pudo embarcar en ese viaje a Australia, que seguramente le había costado un riñón, si sabía que no disponía de fondos suficientes para permitírselo. Tiene deudas con proveedores desde hace años, y parece ser que la mayoría de la mercancía de la tienda la tiene pendiente de pago, porque en los dos últimos años sus ingresos habían bajado considerablemente.
—¿Nunca te dijo que tenía problemas económicos?
—Para nada… —confirmó negando con la cabeza—. Más bien, todo lo contrario. Nos hacía ver que, si bien es cierto que no tenía para grandes lujos, vivía con comodidad, o al menos, como a él le gustaba vivir. Y no dejo de pensar que, si nos hubiera contado que tenía problemas, la familia hubiera podido ayudarle, siempre dentro de nuestras posibilidades, claro. No somos muchos, pero estamos unidos y nos cuidamos entre nosotros.
—Seguramente no quiso preocuparos… —trató de mostrarse comprensiva con el desaparecido.
—Es probable… Él era así —afirmó como si con eso estuviera todo dicho.
—¿Y qué vais a hacer entonces?
Sergio se frotó las palmas de las manos sobre los vaqueros nerviosamente.
—No hay muchas opciones. Vamos a intentar liquidar los pocos bienes que tenía para saldar las deudas que ha dejado. Supongo que será suficiente…
—Es lo más sensato, aunque no parece que esa solución sea de tu agrado… —apuntó al ver el gesto triste en su rostro.
—No te negaré que no me siento bien con lo que vamos a hacer. No es que tuviera un especial interés en quedarme con la tienda. Como te puedes imaginar, hacerme cargo de ella me requeriría un tiempo del que no dispongo. Si por la mañana trabajo en el colegio, por la tarde, en la tienda y muchos días, estoy con Nico, ¿cuándo vivo? Pero ese era el deseo de mi tío, y siento que le estoy fallando al no cumplir con su última voluntad —reconoció apesadumbrado.
Alana se acercó más y tiró de él hasta hacer que se recostara sobre su pecho. Le pasó los brazos por los hombros y lo abrazó desde atrás.
—Tu tío hubiera querido que fueras feliz, y hacerte cargo de la tienda, con todo lo que llevas por delante, hubiera sido demasiado para ti. Además, sería una insensatez por tu parte hacerte cargo de algo que no puedes afrontar.
—Lo sé. Sé que la decisión que hemos tomado es la más acertada, pero no puedo evitar sentirme mal por ello.
Alana le cogió la cara entre las manos para obligarlo a que la mirara a los ojos.
—Te están sucediendo demasiadas cosas en muy poco tiempo. Estás superado por la muerte de tu tío y por el tema del testamento, pero estoy segura de que en unos días te sentirás mucho mejor. Aunque te duela, sabes que esta decisión es la correcta, tanto para ti, como para Nico. Él debe ser tu prioridad y dudo mucho que tu tío se sintiera feliz si dejaras de lado a tu hijo para dedicarle ese tiempo a la tienda.
—Sé que podría poner a un encargado al frente, pero no tengo capacidad económica para permitirme pagar un sueldo a nadie, y más teniendo en cuenta la cantidad de compromisos que ha dejado detrás. Mi sueldo me da lo suficiente para vivir cómodamente, pagar la hipoteca de mi casa y la pensión de Nico. Pero si me hiciera cargo de las deudas, me ahogaría… No llevo tanto tiempo trabajando como para tener suficientes ahorros con lo que afrontar ese sobrecoste.
—No le des más vueltas, Sergio… Has hecho lo que debías.
Sergio suspiró y se cobijó de nuevo entre los brazos de Alana. Todo parecía más llevadero resguardado ahí, con ella.
—Supongo que sí. Sólo necesito tiempo para asumirlo. En fin… Ahora te toca a ti. ¿Qué era eso de lo querías hablarme? ¿Qué es lo que te ha pasado?
Alana miró hacia su regazo y observó la cara de Sergio que, con los ojos cerrados, por fin parecía que empezaba a suavizar el gesto. Alargó la mano y le tomó un mechón que enredó sobre el dedo índice.
—No tiene importancia…
—Pero si tienes un problema, me gustaría que me lo contaras. Ya sabes que quiero ayudarte, sea lo que sea.
La joven frunció los labios, ahora que él no podía verla. Se lo contaría, sí, pero no en ese momento. Sergio había tenido bastante agobio en un solo día para que ahora Alana le contara sus propios quebraderos de cabeza. Quería convencerse a sí misma de que la situación con Alex estaba en vías de solución (o al menos, eso deseaba fervientemente), así que se lo contaría, pero a toro pasado, cuando ya no fuera más que una amarga anécdota del pasado.
—No es nada. Ahora relájate, que falta te hace. Ha sido una tarde demasiado intensa para ti…
—Sí, pero…
—Pero nada. —Empezó a masajearle los hombros y en poco tiempo comenzó a sentir que la tensión acumulada cedía bajo sus dedos—. Como no sabía cuándo llegarías, no he preparado nada de cena. ¿Te apetece que pidamos algo?
—La verdad es que no mucho. —Sergio permanecía con los ojos cerrados—. Preferiría quedarme aquí echado, entre tus brazos. Tu compañía me alimenta más que nada, pero si tienes hambre, te acompaño con lo que quieras.
—Bueno, podemos dejarlo para más tarde. Yo tampoco tengo hambre ahora mismo.
Apenas llevaban diez minutos así, tranquilos, sin hablar especialmente de nada, disfrutando de su compañía, cuando el móvil de Alana la avisó de que acababa de recibir un mensaje.
Miró el aparato que estaba sobre la mesa y temió cogerlo. Esperaba que fuera Vero, quizás para preguntarle si le había contado a Sergio lo de Alex. Pero después de la desagradable sorpresa del día anterior, temía que se tratara de un mensaje no deseado. Así que decidió no hacer caso. Ya lo miraría más tarde o cuando fuera.
El sonido de un segundo aviso, hizo que Sergio abriera un ojo.
—¿No vas a mirarlo? —le preguntó con voz somnolienta en alusión al teléfono.
—No. Mi vida no está pegada ni depende de ese chisme; ahora mi atención está puesta en ti. Ya lo miraré más tarde…
La sonrisa en los labios de Sergio dejó claro que la respuesta le había encantado, así que no insistió más.
Sin embargo, el teléfono no quería dejarlos en paz. El ruido incesante de un mensaje detrás de otro empezaba a resultar molesto.
—Voy a quitarle el sonido —anunció Alana disgustada—. Sea quien sea es un pesado.
Cogió el teléfono, y sin poder evitarlo, comprobó quien era su remitente. El gesto se le descompuso al reconocer el mismo número del día anterior.
—¿Me disculpas un momento? —le dijo Alana obligándolo a incorporase de su regazo.
No quería arriesgarse a que él la viera así, pero no podía evitar que el simple hecho de recibir un nuevo mensaje de Alex le perturbara. Ojalá fuera sólo para confirmarle que la dejaría en paz, que no la molestaría más. Pero algo en su fuero interno le dijo que no iba a ser así.
Sin mirar atrás (esperaba que Sergio se hubiera vuelto a recostar en el sofá y que hubiera cerrado de nuevo los ojos), se fue hacia su dormitorio y cerró la puerta con cuidado. Con manos temblorosas, abrió la temida pantalla de WhatsApp.
«Te quedan tres días para darme mi Noche de Pecado»
«O te gustaría ver esta foto corriendo por los correos de todos los compañeros?»
Un montaje donde aparecía su rostro (¿de dónde demonios habría sacado la foto?) con el cuerpo de una mujer sacada seguramente de una página porno, le hizo subir la bilis a la garganta.
«No te estoy pidiendo tanto, pequeña»
«Sólo una única noche de lujuria»
«Merece la pena pasar por esto a cambio de tan poco? Una noche. Sólo eso.»
«Los dos lo deseamos. No te reprimas»
«Después, si quieres, volveremos a tratarnos como compañeros.»
¿Compañeros? Y una mierda…
Tiró el teléfono sobre el tocador y se aferró al filo con fuerza hasta que los nudillos se le quedaron blancos. Su reflejo se dibujaba en el espejo que tenía delante, y en él se adivinaba, a pesar de la oscuridad, su desesperación. Cerró los ojos y agachó la cabeza, impotente.
¿Cómo había que hablarle a este hombre para que entendiera que no quería nada con él? Había sido clara y rotunda en decirle que no. Y sin embargo, seguía empeñado en lo mismo…
¿Con qué cara dura se atrevía a decirle que ambos lo deseaban?
¿Acaso no creía que fuera capaz de denunciarlo por acoso? ¿Tan seguro estaba de que ella realmente estaba enamorada de él?
Joder, joder, joder…
Tan inmersa estaba en sus cavilaciones, que no se dio cuenta de que Sergio había abierto sigilosamente la puerta de la habitación para acercarse a ella desde atrás.