Capítulo 39
No estás sola
Sergio estiró las manos sobre el tablero del tocador mientras reponía su aliento y recuperaba el ritmo de sus pulsaciones. Sin pretenderlo, con el movimiento, rozó el filo del móvil de Alana lo suficiente para hacerlo caer al suelo. Lo ignoró. Su respiración errática y la flojedad de sus piernas sumadas a la contemplación de la musa que tenía frente a él, no le permitían prestar atención a algo tan insignificante en ese momento.
Alana le acariciaba el pelo, aún abrazada a su cuello.
—No sé tú, pero yo ahora mismo me comería una vaca entera —bromeó con tono satisfecho—. Puedo buscar algo rápido de preparar, ¿te apetece?
Él asintió.
—Y algo de beber… —añadió— Me tienes seco.
—Bah, no será para tanto —respondió con coquetería. Luego añadió no tan contenta—. Anda, déjame salir. Veré qué tengo por ahí. Podemos cenar aquí, en el cuarto.
—Perfecto —dijo besándole la sien—. ¿Necesitas ayuda en la cocina?
—No hace falta. Encárgate tú de prepararlo todo aquí.
—Perfecto. —Se hizo a un lado y la dejó ponerse en pie—. No tardes, preciosa.
Una vez que se hubo ido, recordó que había dejado caer algo unos momentos antes. Se agachó y palpó a tientas el suelo hasta dar con el teléfono que se iluminó al recogerlo.
La pantalla del WhatsApp permanecía abierta. La imagen de Alana con las piernas abiertas en una posición bastante descriptiva, fue como si le dieran un puñetazo en el estómago. No tenía derecho a cotillear un móvil ajeno, pero la imagen había saltado a sus ojos y una vez que la tuvo delante, no pudo apartar la vista de ella. No era una visión agradable encontrar la foto de su chica de semejante guisa. En la parte superior de la pantalla, buscó el nombre del remitente, pero sólo encontró un número, sin más.
No debía hacerlo… Pero tampoco podía contenerse. Desplazó el dedo por la pantalla buscando el histórico de la conversación. Pero apenas había subido un poco con el índice, cuando el video de Alex masturbándose le golpeó aún más que la imagen anterior.
Dio varios pasos hacia atrás, incrédulo. ¿Alex y Alana se mandaban ese tipo de archivos ?
Sintió como la bilis le subía por el esófago, y no porque las imágenes fueran escabrosas, más allá del significado que contenían. Sino porque se trataba de la mujer a quien acababa de declararle su amor, y el hombre del que ella afirmaba que no sentía nada.
Se sentó en la cama aturdido, con el teléfono en la palma de la mano abierta, pero sin poder mirar de nuevo lo que tenía delante. Rabia, dolor, tristeza… No podía identificar con claridad el tumulto de sensaciones que estaban desparramándose por cada fibra de su ser. Quizás fuera un poco de todas, quizás un mucho de ninguna.
—No es lo que parece. Si has visto una foto con mi cara, no soy yo… Créeme —la voz ahogada de Alana llegó desde la puerta de la habitación. Había vuelto para preguntarle qué quería beber, y cuando vio en su mano la pantalla encendida del teléfono, se le cayó el alma a los pies. Sobre todo, porque la cara de decepción de Sergio era tan evidente y tan intensa que le dolió en lo más hondo de su corazón.
—¿Entonces qué es lo que es? —preguntó con tristeza.
—¿Has leído los mensajes? —Sergio se limitó a negar con la cabeza—. Hazlo entonces. Éste era el problema del que quería hablarte.
Sergio la observó unos instantes, intentando ahondar en su mirada, buscando descubrir algo en ella. Pero sólo encontró decisión y expectación.
Quería que viera por sí mismo el significado de aquellas imágenes, como si con eso pidiera en silencio que confiara en ella.
Desvió sus ojos hacia la pantalla y fue leyendo con rapidez la conversación desde el principio. Al terminar, aspiró hondo y golpeando el colchón con la mano, le pidió que lo acompañara en el filo de la cama.
Si antes no había tenido claro que sentimiento había albergado al descubrir la conversación, ahora no le cabía duda de que la rabia imperaba sobre todos ellos.
—¿Cuándo empezó esto?
—Hace pocos días. Después de que volviéramos de la sierra.
Sergio asintió.
—¿Por qué no me lo contaste? ¿No confiabas en mí?
—No, no era una cuestión de confianza. Sólo intentaba arreglarlo por mí misma. Además, nunca imaginé que la cosa llegara a estos extremos.
Sergio sopesó mucho la siguiente pregunta. Si le daba una respuesta que no fuera de su agrado… bien, no sabía de qué podía ser capaz.
—¿Te ha hecho algo?
Alana suspiró. Agachó la mirada dispuesta a contárselo todo. Era lo que tenía que haber hecho desde un principio, pero no se habían dado las circunstancias propicias para ello.
—Bueno, no te negaré que me ha estado molestando. La primera vez que me reclamó su noche , me amenazó diciendo que, si no se la daba, difundiría entre mis compañeros mi paso por la noche de los Viernes.
Instintivamente, Sergio apretó los puños, pero fue capaz de contener todos los improperios que pugnaban por salir de su boca. Necesitaba saberlo todo. Debía controlarse lo suficiente antes de que la bomba que latía en su interior estallara definitivamente.
—¿Qué más? Y ya sabes a qué tipo de molestia me refiero —apretó los dientes pugnando por no salir corriendo y partirle la boca al indeseable de Alex—. Quiero saber si te ha agredido físicamente.
Un nuevo suspiro salió de sus labios antes de confesarle:
—Me ha besado en contra de mi voluntad. Sólo una vez —volvió a suspirar para reprimir las lágrimas que amenazaban con escapar de sus ojos—. También me mandó un sobre con una máscara y una nota donde me decía que debía llevarla en nuestro encuentro. Ese día, cuando encendí el ordenador, me encontré un mensaje muy… desagradable… Lo borré de inmediato.
—¿Te ha mandado un correo comprometedor a tu trabajo? ¿Con su IP ? —preguntó extrañado. Ese imbécil debía sentirse muy seguro para mandar un correo así.
—Sí, pero ya te digo que lo eliminé.
—¿También de la papelera de reciclaje?
—Ay, Dios. Eso no lo hice —contestó llevándose las manos a la cara.
—No lo hagas. Déjalo ahí.
—¿Y si alguien lo ve?
—Es bueno tener una prueba de su acoso, y ha sido tremendamente torpe en mandarte un correo desde su puesto de trabajo. Ahora, sigue contándome. ¿Qué más te ha hecho?
Volvió a tomar aire. A pesar de la vergüenza y las ganas de llorar que sentía, pensaba que le costaría mucho más contarle todo aquello a Sergio. Estaba descubriendo que con él no le costaba abrirse y liberarse de toda la presión que llevaba soportando sola los últimos días.
—Luego vinieron los mensajes que has visto. Ni siquiera sé de dónde ha sacado mi número, porque yo, como puedes imaginar, no se lo he dado, y Vero, que trabaja con él, tampoco. Ella es la única que lo sabe todo, aunque sólo desde esta mañana que se lo conté. —Volvió a hacer una pausa para tomar aire antes de continuar—.  Hoy fui a verlo a su despacho para decirle que tenía que poner fin a todo esto, que ni en sueños iba a tener la noche que me está reclamando. Volvió a intentar ponerme la mano encima, pero le pateé los huevos —Hizo una mueca de angustia—. Le dije que, si me seguía molestando, lo denunciaría. Pero ya ves que no me ha tomado muy en serio. La de la foto no soy yo —dijo negando con la cabeza enfáticamente—, es un montaje. Pero ¿quién lo va a creer si la difunde por ahí? —preguntó agobiada.
—A ese hijo de puta me lo cargo. —Tiró de ella y la abrazó con fuerza. No dudó ni por un instante en la veracidad de su relato—. Ya le tenía ganas antes, pero ahora… Debiste decírmelo…
—De verdad que pensaba que lo podía arreglar yo sola.
—¿No entiendes que no estás sola? Estoy contigo. Siempre. Para todo.
—Pero tú ya tienes suficientes quebraderos de cabeza con lo de tu tío —se cobijó aún más entre sus brazos—. Tenía previsto contártelo esta tarde, pero te vi tan agobiado que no quise preocuparte más.
La tomó de los hombros y la obligó a mirarlo a los ojos. Ya estaba bien de que le rehuyera la mirada, como si fuera la culpable de algo.
—Lo de mi tío no tiene comparación con esto, Alana. Sólo es dinero que, si Dios quiere, se podrá solucionar cuando vendamos el piso que tenía. Esto te afecta a ti, a tu vida. No voy a permitir que ese capullo te acose y mucho menos que te haga daño. Ahora mismo nos vamos a la comisaría a denunciarle.
La joven hizo un gesto de congoja. Una cosa era decirlo y otra muy distinta hacerlo.
—Yo… Sé que le dije que iría a la policía si no paraba, pero me asusta meterme en ese lío.
—¿A qué vas a esperar? ¿A qué siga mandándote mensajes? ¿A que difunda esa foto falsa entre tus compañeros?
Alana se llevó de nuevo las manos a la cara.
—¿No entiendes que esto es muy difícil para mí? Intento hacerme la dura —su voz se quebró—. Sé qué es lo que tengo y lo que debo hacer, pero no es fácil…
—Nadie dice que lo sea, pero no queda más remedio… Eso, o mañana me presento en su trabajo y me lío a puñetazos con él y no paro hasta dejarlo listo de papeles, que es lo que más me apetece en estos momentos.
—¿Para qué? ¿Para que acabes tú en la cárcel en vez de él? La violencia no soluciona nada…
—No, pero a veces le deja a uno la mar de a gusto —reconoció con un bufido—. Pero me contendré si me prometes que lo denunciarás a la policía. Acepto que no sea ahora, pero sí mañana a primera hora.
—¿Y si lo hago y publica mi foto de todas formas en algún sitio?
—¿Y si no aceptas sus condiciones y lo hace igualmente? ¿O es que acaso tienes pensado claudicar?  —sus ojos la escrutaron detenidamente—. ¿Quién te dice que después de esa primera noche no te pide una segunda o una tercera? ¿Piensas estar siempre a su merced?
—No, por supuesto que no. No pienso concederle ninguna. Pero reconozco que todo esto me asusta. Sé que, si no puedo solucionarlo por mí misma, tendré que buscar ayuda. Y aun así, tengo miedo de lo que pueda pasar.
—No serías humana si no lo tuvieras.
Por primera vez desde que empezara toda aquella pesadilla, una lágrima silenciosa recorrió su mejilla. Ahora que se estaba liberando, sentía que toda la presión que había estado aguantando empezaba a salir al exterior.
—A veces pienso que puede presentarse aquí, en mi casa. Sé que no tiene por qué saber dónde vivo, pero tampoco debería saber mi número de teléfono y aún así lo tiene…
—Eso tiene fácil solución. Te vienes conmigo y punto.
—No me voy a ir contigo, Sergio. Apenas estamos empezando y es muy precipitado… Además, está tu hijo. ¿Cómo se tomaría él que una desconocida invadiera su espacio?
—No eres ninguna desconocida para Nico. Además, no tienes por qué considerarlo como algo definitivo si no quieres. Cuando te apetezca o te sientas por fin segura, puedes volver a tu casa si eso es lo que deseas. Pero mientras pasa toda esta mierda, preferiría que te vinieras conmigo.
Una sonrisa triste brotó de los labios de la chica.
—¿Es que tú y yo no podemos hacer nada normal? Tuvimos sexo antes de conocernos. Lloré tu muerte antes de darme cuenta de que te habías convertido en alguien demasiado importante para mí. Y ahora pretendes que vivamos juntos, aunque sea por una temporada, cuando sólo llevamos juntos tres días.
—No me negarás que nuestra vida es de lo más interesante —sonrió él también—. A ver que pareja supera lo nuestro.
—No creo que haya muchas que puedan hacerlo… —su sonrisa se tornó divertida.
—¿Qué me dices entonces? ¿Te vienes?
—Supongo que sí… Contigo siempre cometo locuras. ¿Por qué no una más? —concedió encogiéndose de hombros.
—Y mañana —la señaló con un dedo— iremos a la policía a primera hora. Yo iré contigo.
—¿Qué te parece si lo denuncio primero en el trabajo? Tengo pruebas suficientes de lo que está pasando y ellos pueden intentar meterlo en cintura. Además, igual pueden bloquear su acceso a los correos de los compañeros de la Corporación, no sé… —suspiró abatida—. En el caso de que esa vía no funcione, entonces, como último recurso, acudiré a la policía.
—No me convence… Si presentas una denuncia y lo detienen, un juez podría imponerle una orden de alejamiento y así dejaría de molestarte. Pero no sé bien cómo funcionan estas cosas.
—No quiero escándalos, Sergio. Si lo pudiera arreglar internamente…
—Creo que eres demasiado considerada con esa piltrafa, pero respetaré tu decisión si crees que esta solución es la mejor para ti. Si no es así, prométeme que harás lo que debes.
—Está bien. Te lo prometo.
—De acuerdo. En cuanto nos levantemos, te acompañaré al Ayuntamiento y trataremos de solucionar esto definitivamente. Juntos. No hay vuelta atrás. Ahora, me tienes a mí.