—Te digo que no es aquí, Rain —gruñó Sasha frunciendo el ceño como un niño aburrido.
—Me acuerdo perfectamente. Lo vi aquí, en el escaparate.
—Podemos ir a Camdem. Allí encontrarás cualquier cosa.
Rain suspiró resignada y salió de la tienda. Estaba convencida de haber visto allí un precioso atuendo gótico, botas de tacón incluidas, y había pensado usarlo en una de sus actuaciones, cuando incluyera temas de Evanescence en su repertorio. Sasha le tendió la mano para que bajara las escaleras de la entrada de la tienda y caminaron calle arriba en busca de la siguiente estación de metro. Rain se detuvo en seco:
—¡Mira, Sasha! —dijo con voz apenas audible, a pesar de que no había nadie que pudiera oírlos. Señaló con la barbilla al frente—. ¡Es Maddie!
Sasha siguió con la vista la dirección en la que ella señalaba y abrió la boca, incrédulo.
—¡No me lo puedo creer! ¡Está con Andrew!
Frente a ellos, Andrew y Maddie caminaban uno junto a otro en actitud amistosa, aparentemente.
—¿Crees que por eso dejó a Al? —preguntó Rain aún sin creer lo que veía.
—Está claro, ¿no?
—¿Y qué teníamos que ver nosotros?
—Bueno, somos amigos de Al. Si ella no se hubiera ido, tarde o temprano nos hubiéramos alejado.
Rain observó cómo los otros dos se perdían en una cafetería y dijo:
—Tenemos que decírselo a Álvaro.
—¡Ni de coña! —protestó Sasha—. No pienso hacerle eso.
—¡Sasha, tiene que saberlo!
—¡No! Tú no vives con él, yo sí. Yo lo he oído llorar, lo he escuchado levantarse y pasar noches enteras delante de la tele porque no podía dormir, lo he recogido borracho del suelo del salón. Ahora que parece estar superándolo no voy a volver a meter a Maddie en su vida. —El ruso estaba realmente enfadado.
—¿Superándolo? ¿Por qué? ¿Porque se acuesta con Diana de vez en cuando? Eso no es amor.
—¿Y quién coño quiere amor para que te saquen el corazón y lo metan en una batidora?
Rain rio ante la ocurrencia. Ella misma no lo hubiera expresado mejor. Reflexionó un instante y prometió no decir nada a su amigo, pero no tenía demasiada fe en su propia promesa.
—¿No te parece un poco raro todo esto?
—¡Bah! El clima de Inglaterra vuelve a la gente loca.
Rain lo ignoraba por completo mientras seguía reflexionando en voz alta.
—Rompe con Andrew, se lanza a los brazos de Al y, cuando están en lo mejor de su relación, lo deja para volver con Andrew... Algo no encaja.
—Rain, hay gente que no sabe ser feliz. Quizás Maddie sea una de esas personas.
Álvaro estaba en la cocina preparándose un sándwich cuando Sasha y Rain entraron en el piso. Los saludó desde dentro y les ofreció prepararles algo de comer. Rain entró en la cocina mientras Sasha suplicaba desde el salón:
—Rain, no, por favor...
Ella lo ignoró. Abrazó a Álvaro, que se sorprendió un poco y le devolvió a medias el abrazo sujetando con una mano el pan y con la otra el tarro de mahonesa.
—¿Te encuentras bien? —preguntó algo escamado.
—Rain —seguía insistiendo Sasha desde el salón.
—Hemos visto a Maddie y a Andrew juntos.
—Hala. Lo soltó —musitó Sasha.
Álvaro entornó los párpados como si volviera de otro mundo, como si se hubiera dado de bruces contra un muro. La miró un momento confundido y, de repente, contra todo pronóstico, siguió preparándose el almuerzo.
—¿No vas a decir nada? —insistió ella.
—¿Qué quieres que diga?
—¡No sé! ¡Algo! ¿Acaso lo sabías?
—¡Claro que no! Lo único que me dijo fue que no era feliz.
—¿Y va a ser feliz con él? —preguntó ella enfadándose a medida que las palabras abandonaban su boca.
—¡Y yo qué sé! —dijo Al enfadándose también y levantando la voz—. Es más, no quiero saberlo. Es su vida.
—No te creo.
—Me da igual, Rain. ¿Y tú qué vas a saber? Eres una cría.
—¡Vete a la mierda! Siempre sales con eso.
Sasha entró en la cocina y los interrumpió.
—Parecéis una vieja pareja rusa.
—¡No te metas! —contestaron al unísono.
—Te dije que no le dijeras nada, Rain.
—¡Genial! —dijo Álvaro—. ¿Así que no ibas a decírmelo?
—¿Pero no dices que no te importa? —preguntó Sasha con cara de no comprender nada.
Álvaro arrojó sobre la encimera lo que tenía en las manos y dando un portazo salió del piso. Sasha no pudo contener un «Te lo dije» al que Rain no contestó, aunque puso los ojos en blanco.
Ya en la calle, Álvaro ni siquiera se percató de que Diana lo estaba llamando desde unos metros más atrás. Echó a correr tras él y, cuando lo alcanzó, lo tomó por el brazo.
—¡Álvaro!
—¡Qué! —gritó él dándose la vuelta.
Cuando vio el rostro perplejo de Diana, se disculpó.
—Lo siento. No es un buen momento.
—¿Qué te pasa? Pareces... muy enfadado —dijo estudiando sus gestos.
—Nada. Necesito que me dé un poco de aire. Ya te llamaré.
Al echó a andar en dirección al parque y Diana subió al apartamento y les preguntó a Sasha y Rain si sabían qué le sucedía a su amigo. Cuando Rain estaba a punto de contestar, Sasha la interrumpió:
—No sabemos qué le pasa. Estaba así cuando llegamos.
Diana enseguida intuyó que le estaban mintiendo, pero prefirió no hacer ningún comentario. Esperaría a que el joven estuviera más calmado para preguntarle lo que le había ocurrido. Esa vez no lo llamó, no le envió ningún mensaje, al contrario de lo que solía hacer siempre, porque tenía el presentimiento de que él iría a buscarla. Por eso cuando unas noches después abrió la puerta de su apartamento y lo encontró al otro lado con unas flores, tuvo que fingir que estaba sorprendida.
—¡Vaya! Creí que no volvería a verte —le dijo e, invitándolo a entrar, le dio un beso en los labios.
—Quiero disculparme por lo del otro día.
Una vez dentro, Diana no dudó en preguntar:
—¿Vas a contarme lo que pasó?
—Rain me contó que había visto a Maddie con su ex.
—No sabía que aún te afectara tanto.
—Creía que al menos me había ganado el derecho a saber la verdad.
—Bueno, si es cierto que volvió con su ex, no te mintió del todo. Te dijo que no era feliz.
Al no contestó. Estaba mentalmente agotado. Desde que Maddie se había marchado tenía la impresión de que su vida era un puro caos en el que actuaba sin saber muy bien por qué y acababa en lugares que no tenía muy claro que lo condujeran a alguna parte. Diana, por su parte, estaba más que contenta de verlo en su casa. Le sirvió una copa de vino y brindó con él:
—Por una noche de sexo salvaje producto del despecho.
Al sonrió:
—Diana, no he venido por eso.
—No me importa a lo que hayas venido. Eso es lo que va a pasar —dijo mientras empezaba a quitarse la camisa.
—Creo que por eso me gusta estar contigo, porque no tienes ningún problema en pedir lo que quieres. —La observó mientras daba un trago a su copa.
—¿Así que te gusta estar conmigo? —preguntó ella pestañeando lentamente mientras le tendía la mano para llevarlo a su dormitorio.
Pero Álvaro no pensaba dejar que esa vez nadie le dijera lo que tenía que hacer. Tiró de ella y la sentó sobre él sin dejar de acariciarla y repartir besos húmedos por su cuello; dejando que su respiración rozara su piel, le erizó cada poro. Se deshizo del sujetador y bajó sus manos lentamente hasta sus pechos disfrutando de cada pausa en su respiración. Ella hizo ademán de volverse, pero él no se lo permitió. Bajó una de sus manos por su costado, luego por su vientre, hasta que alcanzó la parte alta de la falda y la dejó perderse en su interior sin que sus labios abandonaran su cuello y sus hombros, sin que su otra mano se detuviera en su excursión por su cuerpo. Diana gimió y musitó algo parecido a un «aún no» cuando supo que aquella maravillosa experiencia llegaba a su punto más álgido mucho antes de lo que ella hubiera deseado, y él le susurró al oído: «Siéntelo, siéntelo...» apenas pudiendo pronunciar las palabras debido a la excitación que le produjo notar cómo el cuerpo de ella se volvía rígido un instante para descontrolarse después por completo atrapado en una locura casi apocalíptica hasta que se quedó sin fuerzas. Entonces la tomó en sus brazos y la condujo a la habitación, donde se libró de su ropa para volver a empezar su dulce tortura colocándola de nuevo delante de él y dejando que sus manos se perdieran por cada rincón, escuchando que su respiración se aceleraba y sus labios pedían que no se detuviera. Colocó sus manos en su vientre para inclinarla delante de él y entró en ella como nunca antes lo había hecho, furioso, desatado, enloquecido, sin detener sus manos ni sus labios. El sonido de los ruidos guturales de Diana, que intentaba apagar sus gritos contra la almohada mientras volvía a rozar el cielo, lo llevaron a lo más alto, desde donde caer agotado era el único fin posible. Durante un momento permanecieron tumbados uno junto a otro recuperando el aliento sin poder articular palabra. Diana sabía algo que él no sabía. Le gustaba demasiado, adoraba sus gestos, sus guiños al despedirse de ella, el cielo de sus ojos, su sonrisa perfecta y confiada, su caminar despreocupado y hasta el remolino de su pelo indomable, pero también sabía que decírselo solamente conseguiría que desapareciera de su vida para siempre, porque él buscaba exactamente lo que ahora compartían, la sensación de saber que siempre habría alguien a quien acudir cuando el dolor no lo dejara respirar.
Desde que había visto a Maddie y Andrew juntos, Rain no había pasado ni un solo día sin que se preguntara por qué aquello no le cuadraba. La única persona capaz de contestar a esa pregunta era Maddie, y tenía que encontrarla, así que se puso manos a la obra y siguió a Andrew desde la salida de su trabajo hasta el barrio de casas en el que los había visto ella. No tardó en ver cómo entraba en una de las viviendas, hacia la mitad de la calle. Sabía que aquel no era el momento de seguirlo, así que se marchó a esperar su oportunidad. Al día siguiente, se levantó temprano y se apostó frente a aquella casa hasta que vio salir a Andrew con su maletín camino del trabajo. No sabía lo que iba a encontrar tras aquella puerta, pero, si no llamaba, no lo averiguaría nunca. Pulsó el timbre que había a la derecha y esperó un momento antes de volver a hacerlo. Finalmente, la puerta se abrió. Las dos mujeres se sorprendieron ante el descubrimiento de quién se hallaba al otro lado. Era solo un tablón de madera, pero en realidad separaba dos mundos miles de kilómetros. Rain se dejó llevar por la alegría de volver a ver a su mejor amiga y se lanzó a abrazar a Maddie, que la miraba confusa, como si no supiera muy bien si lo que estaba viendo era real o no.
—¡Maddie! —dijo apretándola fuerte contra ella aprovechando que se encontraba muy débil para escapar.
—¿Qué haces aquí? ¿Cómo me has encontrado? —musitó ella débilmente.
La tomó del brazo y la condujo hasta el salón de la casa como si quisiera evitar que alguien pudiera verla hablando con ella, y luego se acurrucó en un rincón del sofá mientras Rain se sentaba a su lado sin perder detalle.
—¿Así que ahora vives aquí... con Andrew?
—No es lo que piensas. No pongas esa cara. Es algo temporal. —Su voz sonaba tan distante y lánguida como su mirada.
—No tienes muy buen aspecto —afirmó mientras la examinaba escrupulosamente. Tenía ojeras, su piel estaba pálida y estaba muy delgada, aparte de aquel cierto letargo que parecía incluso impedirle fijar la vista y hablar con naturalidad.
—Rain, ¿qué quieres?
—Sabes lo que quiero. Necesito una explicación. Álvaro merece una explicación, ¿no te parece?
Maddie tomó aire un instante y luego soltó un suspiro, acomodándose en su pequeño rincón, donde parecía haberse parapetado del mundo.
—Sé que no vas a parar hasta conseguir lo que has venido a buscar. Sé también cuánto quieres a Álvaro y por eso debo pedirte que no le digas que me has visto.
Rain carraspeó intentando convencerse a sí misma de que sería capaz de guardar el secreto, pero estaba segura de que ambas sabían que no era cierto.
—Estoy enferma, Rain. Aunque creo que eso es algo que salta a la vista.
La joven no contestó:
—Es una enfermedad mental genética. Comencé a sufrir alucinaciones, ataques de pánico y temblores, y supe que había empezado a padecer la misma enfermedad que tuvo mi madre y que hizo de mi infancia un infierno, por no hablar de la vida de ella y la de mi padre.
Rain abrió la boca para decir algo, pero Maddie le hizo un gesto con la mano para que esperase y continuó:
—Tras años de calvario junto a mi madre, mi padre se suicidó. Ella fue a parar a una residencia y mi hermano y yo nos quedamos con mis tíos. Al menos en aquella época pudimos conocer lo que era un poco de normalidad. —Miró fijamente a su amiga, con una claridad con la que no lo había hecho hasta entonces—. Yo no quería condenar a Álvaro a ese infierno. Si me hubiera quedado, él no me hubiera abandonado; si hubiera seguido en mi trabajo, o en contacto con vosotros, él no habría renunciado a mí. Tenía que hacer lo que hice.
—Debiste haberle dicho la verdad —dijo Rain firmemente.
—¿No has oído lo que te acabo de contar?
—No es justo. Él cree que lo dejaste por Andrew. Ha sufrido mucho. Tenías que haber dejado que decidiera por sí mismo lo que quería hacer.
—¡Rain! —dijo Maddie agarrándola por los brazos—. Si se lo hubiera dicho, se hubiera vuelto loco buscando médicos y tratamientos, y al final no hubiera servido de nada. ¿Eso quieres para el hombre que te sacó de la calle y te dio una familia?
La chica no supo qué contestar. Estaba dividida en dos. Su razón le decía que Maddie había hecho lo correcto, pero su corazón le gritaba que su amigo tenía derecho a saber lo que estaba pasando.
—Andrew conocía toda mi historia. Es psicólogo, no me costó abrirme a él enseguida. Y cuando empecé a sospechar que todo había empezado y apareció ofreciéndome ayuda, acepté.
Rain seguía observando a su amiga. Parecía exhausta y, cuando se hizo un ovillo en el rincón que ocupaba en el sofá y cerró los ojos para recuperar el aliento, creyó incluso que se había quedado dormida.
—No se lo digas, Rain. No le arruines la vida, por favor —dijo Maddie débilmente.
A la par que las lágrimas inundaron el rostro de Maddie, la garganta de Rain sintió un nudo que no la dejaba hablar. Se levantó del sofá y le dio un beso en la frente dispuesta a marcharse y dejarla descansar, que era lo que parecía que necesitaba más que nada en el mundo.
—Andrew me llevó a ver a un amigo suyo, un especialista en psiquiatría, de los mejores de la ciudad, y me incluyó en un tratamiento experimental que parece arrojar muy buenos resultados. Por eso estoy aquí. En cuanto me recupere lo suficiente, me marcharé a España.
Rain la abrazó otra vez en absoluto silencio. No podía expresar con palabras lo que significaba para ella su sacrificio, aunque estaba convencida de que había cometido un gran error. Cuando por fin la soltó, la miró a los ojos y le dijo:
—Volveremos a vernos. Sé que crees que abandonar a todos los que te quieren era lo mejor que podías hacer, y no te lo reprocho. Llámame si necesitas ayuda, por favor.
Respecto a lo de contar lo que había descubierto, ni ella dijo nada, ni Maddie quiso insistir.
En el trayecto hacia su casa en el metro, Rain no podía dejar de pensar en Álvaro. Si había alguien en el mundo que tenía derecho a saber lo que sucedía, era él, porque durante semanas no había comido ni dormido corroído por la culpa y la incertidumbre de no saber qué podía haber hecho para que la mujer a la que más amaba hubiera decidido marcharse. No había sido ni la sombra de sí mismo hasta que se había resignado a que no había nada que él pudiera hacer para que Maddie volviera. Tenía que decírselo y no pensaba consultarlo con Sasha. Sabía que él lo quería tanto como ella y que le aconsejaría que respetara la decisión de Maddie, aunque solo fuera para no tener que ver sufrir a su amigo otra vez.
Cuando salió de la estación, su decisión estaba tomada. Al llegar a casa de Al llamó al timbre y un inocente «Sube» hizo que su corazón se retorciera en su pecho. La puerta estaba abierta, y Al estaba trabajando en su mesa cuando ella entró. Se fue hasta él y le dio un beso en la mejilla.
—¿Aún trabajando? ¿No piensas comer?
Él sonrió y soltó el rotulador.
—Sí, claro. Ahora iba a prepararme algo. ¿Y Sasha?
—No sé. Hoy no lo he visto —respondió ella con gesto distraído.
—¿Te pasa algo? —preguntó Al.
—Tú sabes que te quiero, ¿verdad?
—Rain, no me gusta nada cuando empiezas a hablar así. Nunca dices nada bueno después.
Ella se frotó los labios y se rascó la nuca.
—Creo que uno debe tener derecho a decidir lo que quiere hacer con su vida, y que para eso debe tener toda la información necesaria.
—¡Madre mía, qué miedo me estás dando! —dijo él medio en broma.
—He estado hablando con Maddie.
Álvaro frunció el ceño, incapaz de contestar por lo inesperado de la noticia y porque un nudo se había instalado en su garganta y no permitía que nada saliera de ella, apenas el aire que exhaló cuando digirió lo que acababa de escuchar.
—Tienes que ir a verla. Tienes que hablar con ella.
Al tragó saliva.
—Rain, no pienso ir a ver a nadie. ¿A qué viene todo esto ahora?
—Se marchó porque está enferma.
El joven cerró los ojos y apretó los párpados intentando reunir la calma necesaria como para no gritar. Sabía que algo horrible debía haberle sucedido a Maddie para que tomara aquella decisión. Algo en su interior le decía que se había rendido demasiado pronto, que no había luchado lo suficiente, y ahora, al oír de labios de Rain que estaba enferma, supo que su calvario no había hecho más que empezar.
—Al —dijo Rain, que estaba frente a él tomándolo de las manos—, deja que te cuente lo que he visto y, si luego no quieres hacer nada, no lo volveré a mencionar.
Saliendo de un trance, él suspiró profundamente y contuvo un momento el aire que había inhalado antes de soltarlo de nuevo de golpe, y se dispuso a escucharla, aunque solo fuera para no tener que volver a oír el nombre de Maddie nunca más. A medida que su relato avanzaba, el rostro de Álvaro se iba transformando primero en una mueca de incredulidad, luego en una de dolor y angustia.
—Lo siento. Tenía que decírtelo —concluyó la joven.
Álvaro estaba confuso. Hasta entonces solo sabía que Maddie lo había dejado para volver con su ex, y ya casi lo había aceptado. ¿Y ahora qué? ¿Cómo soportar saber que se había estado desquitando saliendo, bebiendo y acostándose con Diana mientras Maddie atravesaba aquel infierno? ¿Por qué le costó tan poco aceptar que su relación se había acabado sin más? ¿Por qué no pensó que algo tenía que haber sucedido para que Maddie hiciera lo que hizo? ¡Había sido tan fácil no luchar, darse por vencido!
—¡Llévame a verla! —dijo dirigiéndose hacia la puerta. Rain le tiró del brazo y lo hizo retroceder de golpe.
—No, Al. Ahora no es buen momento. Es mejor por la mañana temprano, cuando Andrew se marche al trabajo.
Al miró su reloj.
—Si acaba a las cinco, tenemos tiempo de hablar con ella. —Estaba muy nervioso e intentó de nuevo ir hacia la puerta. Rain lo detuvo otra vez.
—¡No! —dijo perdiendo la paciencia—. Llevo un par de días observándolo. A veces aparece por casa a mediodía. No es seguro. ¿Quieres estropearlo? —Lo miró a los ojos con los suyos en llamas.
En aquel momento, la puerta se abrió y apareció Sasha cargado de comida para llevar. Al verlos uno frente a otro, mirándose como si estuvieran a punto de liarse a golpes, solo pudo preguntar:
—¿Qué coño pasa aquí?
Álvaro fue quien contestó:
—Rain ha estado hablando con Maddie.
Sasha miró a Rain meneando la cabeza de un lado a otro y no pudo evitar preguntar:
—¿Sería posible que guardaras algún secreto para ti solita?
—No pienso cargar toda mi vida con esa responsabilidad. Yo también quiero a Álvaro, y por eso creo que tiene que saber todo lo que ha sucedido. Siéntate, te lo contaré.
Una vez que Rain terminó de nuevo el relato de su encuentro con Maddie aquel día, Sasha solamente pudo decir que estaba totalmente sorprendido y que jamás se hubiera imaginado que detrás de su marcha hubiera un motivo tan sórdido. Rain tampoco lo dejó decir mucho más.
—Estoy segura de que aquí hay gato encerrado.
—¿Dónde? —preguntó el ruso mirando a su alrededor.
—¿Dónde qué?
—¿Dónde está el gato?
Rain estalló en una carcajada y le dio un abrazo tan tierno que él enseguida comprendió que había vuelto a meter la pata con el idioma.
—Me refiero a que pasa algo raro, Sasha.
—¡Mierda de frases!
—Todo ha sido raro desde el principio. No sé cómo no nos hemos dado cuenta antes —dijo Álvaro en voz baja, como si estuviera hablando consigo mismo—. ¿Cómo no nos extrañó nada lo que hizo? Creíamos que la conocíamos y lo primero que hicimos fue juzgarla.
Rain lo miró con una compasión infinita. Sabía que nada de lo que ella dijera o hiciera podría hacer desaparecer la sensación que se había instalado en su pecho y que auguraba más noches horribles como las primeras que había pasado después de que Maddie se fuera.
Aquella noche, Álvaro no pudo pegar ojo. Hasta entonces había estado compadeciéndose de sí mismo, relegando en Maddie toda la responsabilidad de su ruptura, había sido una postura muy cómoda en cierto modo. Sin embargo, saber que todo lo que había hecho había sido para protegerlo, para no condenarlo a una vida desgraciada, había vuelto todo del revés. Con los ojos clavados en el techo en la oscuridad de su cuarto, casi sin pestañear siquiera, se preguntaba una y otra vez cómo había podido aceptarlo todo con tanta facilidad, sin dudar ni un instante de lo que ella le dijo cuando lo dejó, sin ver más allá de sus frías palabras de aquella tarde. Ella no era así, y él no supo verlo. No podía con aquel sentimiento de culpa que le gritaba que, mientras Maddie estaba sufriendo, él había estado viviendo como si nada.
Rain durmió aquella noche en casa de Sasha y, por la mañana, ella y Álvaro salieron con destino al lugar en el que ella había visitado a Maddie el día anterior. Guardaron silencio durante todo el trayecto en metro. Rain únicamente pensaba en que Al tenía que ver a Maddie porque sabía que, una vez que lo hiciera, no podría dejarla donde estaba. Álvaro casi no era capaz de pensar después de su horrible noche en blanco.
Al llegar a la calle, hicieron lo mismo que Rain había hecho en su primera visita, esperaron enfrente, donde no pudieran ser vistos, con la idea de ir hacia la casa una vez Andrew hubiera salido de ella. Pero pasaban los minutos y nadie aparecía. La única persona que había en la calle era un hombre mayor que paseaba un perro aún mayor que él.
—Tenemos que llamar, Rain. Puede que Andrew ya se haya marchado.
—O que no piense marcharse hoy. No hay forma de saberlo a no ser que esperemos.
Al salió de su escondite y cruzó la calle mientras musitaba:
—No he venido hasta aquí para marcharme sin hablar con ella.
Se detuvo en la puerta y no llegó a pulsar el timbre, interrumpido por el hombre del perro, que le dijo:
—No hay nadie.
Álvaro sintió el golpe de su esperanza al estrellarse contra el suelo.
—¿Cómo?
—Se marcharon anoche de vacaciones. Estuve hablando con ellos un momento antes, mientras guardaban el equipaje. Esa chica necesita unas vacaciones.
Al pensó que hubiera sido demasiado fácil que ella hubiera estado allí. Rain, que ya estaba junto a él, lo tomó de la mano y juntos entraron a desayunar algo en una cafetería cercana.
—Tenemos que pensar en qué vamos a hacer ahora. Hay que encontrarla. Esto cada vez es más extraño —dijo Rain dando un sorbo a su taza.
—Justo cuando tú la encuentras y te cuenta todo lo ocurrido, desaparece —dijo Al, de nuevo pensando en voz alta—. No hay manera de saber dónde están.
Rain parecía estar dándole vueltas a algo en su cabeza, distraída, mirando por la cristalera de la cafetería. De repente, exclamó:
—¡Boxford!
—¿Boxford?
—¡Sí! Maddie me dijo una vez que Andrew y ella habían ido a una casa de campo que él tenía allí. Me acuerdo perfectamente del nombre porque me recordó a Oxford.
—Bueno, suponiendo que hayan ido allí.
—No tenemos nada que perder. No está ni a un par de horas de la ciudad. Vamos a casa, tenemos que buscar a Sasha.
Aquella misma tarde los tres amigos subieron al coche de Sasha con destino a Boxford tras haber reservado una habitación en un romántico hotel de la zona. Para su sorpresa, habían encontrado una dirección en Internet a nombre de Andrew y allí se dirigían, aunque no estaban seguros de que fueran a encontrar lo que buscaban. Había sido demasiado fácil dar con ese lugar, y las cosas nunca solían serlo. Llegaron de noche y, después de soltar las mochilas en la habitación, salieron a dar una vuelta por el pintoresco pueblo. Casi todo eran casas que parecían sacadas de un cuento, y dieron también con un pub local, aunque estaba poco animado. Los únicos clientes eran ellos. Pidieron unas cervezas y algo para picar, y trataron de averiguar cómo encontrarían a Andrew y Maddie. No parecía tarea muy difícil a juzgar por el tamaño del pueblo, donde solamente había una tienda para abastecerse, así que probablemente sería cuestión de observar y esperar. Por el momento, lo único que podían hacer era relajarse y pensar en cómo enfrentar lo que se avecinaba si encontraban allí a la pareja. No tenían ni idea de que sería más fácil de lo que habían imaginado.
A la mañana siguiente, paseando por el pueblo, descubrieron el coche de Andrew aparcado frente a una de las casas de la hilera derecha, no muy lejos de donde ellos se alojaban. En realidad, era imposible que en aquel pueblo algo estuviera demasiado lejos. Rain fue quien lo reconoció primero, ya que lo había estado observando durante varios días, y Álvaro también estuvo seguro, en cuanto vio el vehículo, de que era el del hombre que estaban buscando.
—¿Ahora qué? —preguntó Sasha mientras se daban la vuelta disimuladamente para evitar ser vistos y echaban a caminar hacia el hotel—. No creo que sea buena idea simplemente llamar a la puerta y ver qué pasa, ¿no? —propuso sin estar muy seguro de lo que decía.
—¿Y si esperamos a que salgan? Tendrán que comprar cosas, o salir a pasear —dijo Al.
—Dudo mucho que Maddie tenga muchas fuerzas para salir a pasear. Cuando hablé con ella casi no podía mantenerse despierta.
—¿Qué hacemos entonces? —pregunto Al desesperado.
—Yo voto por esperar por aquí un rato. Después ya pensaremos qué hacer si no los vemos —sugirió Rain.
Álvaro ya no estaba escuchando porque no podía esperar ni un minuto más. Sin que los otros pudieran tener tiempo de detenerlo, volvió a la casa y aporreó la puerta mientras Sasha y Rain llegaban hasta él. Para cuando los tres estuvieron juntos, la figura esbelta e inconfundible de Andrew apareció en el umbral sin llegar a abrir del todo.
—¡Abre la puta puerta! —dijo Al intentando contenerse.
—¿Cómo coño...? —intentó hablar Andrew.
—Abre la puerta si no quieres que la echemos abajo —dijo esa vez Sasha.
El hombre retiró la pequeña cadena y abriendo se hizo a un lado para que entraran, a sabiendas de que a partir de ese momento no habría mucho más que pudiera hacer para retener a Maddie.
—¿Dónde está? —dijo Al, que entró como una exhalación e inspeccionaba la estancia.
—Arriba. Está en la cama.
—¡Sube! —animó Sasha—. Este no se mueve de aquí.
Al subió las escaleras de tres en tres y abrió dos puertas antes de dar con el dormitorio en el que una figura femenina yacía vestida dormida sobre la cama.
—¡Maddie! ¡Maddie! —gritó Álvaro lanzándose hacia ella temiéndose lo peor.
Entonces Maddie entreabrió los ojos y dijo:
—Dime que no eres una alucinación.
Al se sentó en la cama y le retiró el pelo de la cara, teniendo tiempo de observar lo delgada y pálida que estaba. Tenía unas enormes ojeras y los labios totalmente secos y descamados. Álvaro, al ver que volvía a cerrar los ojos, la zarandeó un momento repitiendo su nombre varias veces, intentando que le sirviera de ancla para aferrarse a estar despierta.
—¡Maddie, no te duermas, háblame!
Ella volvió a abrirlos pestañeando lentamente y repitió su nombre varias veces.
—¿Así que eres tú de verdad? —dijo y abrazándose a su cuello se dejó caer con las pocas fuerzas que tenía.
—¡Soy yo, cariño, soy yo! —le dijo Al mientras la levantaba en sus brazos y comprobaba con una enorme tristeza que era ligera como una pluma. La apretó contra su cuerpo, colocando su cabeza bajo su barbilla, y bajó con ella las escaleras. Sasha y Rain no daban crédito a lo que veían cuando aparecieron aparecer en el rellano. Al le pidió a Rain que fuera a por su coche y las mochilas, y se colocó delante de Andrew con Maddie en sus brazos totalmente dormida.
—¡Tú y yo tenemos esto pendiente! Ahora me la voy a llevar y voy a comprobar lo que le has hecho y reza para que se recupere porque, si no es así, no habrá sitio en la Tierra donde puedas esconderte.
Andrew no dijo nada. Agachó la mirada y vio cómo Álvaro y Sasha salían de la casa.
Al se sentó detrás y tumbó a Maddie en el asiento trasero con medio cuerpo y su rostro sobre su pecho. Durante el trayecto no dejó de acariciarle el pelo mientras le besaba dulcemente la sien. Reconoció como un terrible sentimiento de culpa el agujero que había aparecido en su estómago, que hacía que le costara trabajo respirar. Pero antes de dejarse llevar por él, tenía que averiguar hasta dónde llegaba el daño que Andrew le había hecho a Maddie. Ella siguió dormida todo el camino de vuelta a casa de Al, abrió un par de veces los ojos, ausente, para decirle que la llevara a casa; que, si era cierto que era él y no estaba soñando, simplemente la llevara a casa. Y eso exactamente fue lo que hizo Álvaro, subirla con él a su apartamento y acostarla en su cama para que pudiera descansar mientras ellos averiguaban lo que harían después.
—Deberíamos llevarla a un hospital —sugirió Sasha—. No sabemos lo que ese hijo de puta le habrá hecho.
—¿Y qué vamos a decir? ¿Qué la hemos encontrado así? ¿O que creemos que alguien se ha estado aprovechando de ella porque está enferma? Si vamos al hospital, tendremos que estar dispuestos a contestar muchas preguntas y a separarnos de ella y, lo que es peor, a volver a dejarla sola con extraños —contestó Rain.
—Esperemos a que despierte y se encuentre más despejada. Hablaremos con ella y tomaremos una decisión —dijo Al llevándose las manos a las sienes mientras se echaba en el respaldo del sofá.
Finalmente se tumbó y Sasha y Rain desaparecieron en el cuarto de él, no sin antes decirle que los llamara si necesitaba algo o si Maddie se despertaba. Durante toda la tarde el silencio reinó en el apartamento. Estaban demasiado cansados como para tomar ninguna decisión. Al entró y salió de la habitación donde Maddie aún dormía intentando observar algún cambio. Le tomaba el pulso, le tocaba la frente para saber si tenía fiebre, al darle agua un par de veces casi consiguió despertarla, pero sus ojos no parecían encontrar la fuerza suficiente como para fijar la mirada. No sabía cuánto durarían los efectos de lo que le hubiera dado Andrew, ni siquiera sabía lo que habría hecho con ella, y no podía soportarlo. Una parte de él quería no tener que perderla de vista de nuevo y otra le decía que tenía que llevarla a algún hospital donde le hicieran todas las pruebas que le asegurasen que se encontraba bien. Había recibido además varios mensajes y llamadas de Diana, que no había contestado porque no sabía qué decir, lo cual había despertado de nuevo su sentimiento de culpa. Tumbándose detrás de ella en la cama un instante, escuchó su respiración. Maddie parecía en otro mundo.
La noche fue eterna, y ver las primeras luces del amanecer entrar por la ventana fue un verdadero alivio para Al, que no había podido dormir. Cuando volvió a tocar a Maddie, notó que estaba ardiendo y sudaba, y fue a buscar a Rain a la habitación. La chica salió con los ojos casi cerrados por el sueño que había conseguido conciliar bastante tarde.
—¿Qué pasa? —le preguntó preocupada saliendo del cuarto solo vestida con una camiseta de manga corta de Sasha que había usado como pijama.
—Maddie tiene mucha fiebre. Tenemos que hacer algo —dijo Al casi temblando. La ola de tristeza que inundó su rostro al mirarlo le encogió el corazón. Era la primera vez que lo veía tan asustado.
Rain entró a la habitación y Al la siguió. Maddie temblaba y tiritaba mientras él daba vueltas a los pies de la cama como un tigre enjaulado repitiendo que había que llevarla a un hospital. En un acto instintivo, Rain levantó la manga que cubría el brazo de Maddie y encontró lo que estaba buscando, pequeñas heridas de pinchazos. Se lo mostró a Álvaro, que se quedó mirando horrorizado comprendiendo lo que su amiga intentaba decirle.
—Trae un antitérmico y algo para el dolor, y llena la bañera de agua fría. Es síndrome de abstinencia —dijo.
—Rain... —dijo Álvaro casi sin poder hablar, el dolor reflejado en sus ojos.
—¡Rápido! Es un mono. Lo he visto demasiadas veces.
Sasha, que había aparecido en la habitación medio dormido, echó a correr hacia el cuarto de baño para llenar la bañera.
A duras penas consiguieron darle los medicamentos a Maddie y meterla en el agua fría.
—No sé lo que le habrá estado inyectando, pero ha debido ser algo muy fuerte —dijo Rain mientras Álvaro, arrodillado en el suelo junto a la bañera, estudiaba las heridas de los brazos de Maddie, pasándole las yemas de los dedos por encima. Cuando la fiebre empezó a bajar, por fin abrió los ojos enrojecidos y vidriosos, y vio a Rain y a Álvaro junto a ella.
—¿Qué pasa? ¿Dónde estoy? —preguntó sin recordar nada de lo sucedido.
Al cogió una enorme toalla y la sacó del agua para envolverla en ella y llevarla de vuelta en sus brazos a la habitación, donde la dejó caer suavemente en la cama. Pesaba tan poco que le produjo un escalofrío, y no paraba de temblar repitiendo que tenía mucho frío.
—Tranquila. Te podrás bien. Estás en casa.
Rain salió del cuarto cerrando la puerta con mucho cuidado y a Al lo único que se le ocurrió para que Maddie entrara en calor fue quitarse la ropa, y tras dejarse únicamente unos boxers y después de frotarla con la toalla, se metió en la cama con ella y la abrazó con toda la fuerza que pudo, pero con mucho cuidado de no hacerle daño. Estaba congelada, y parecía tan pequeña y tan vulnerable que sintió una pena infinita por ella. En un rato su plan surtió efecto y Maddie recuperó la temperatura y abrió por fin los ojos de nuevo.
—Al...
—Shhhhh... No hables, duerme. Tienes que descansar.
—Tienes que llevarme con Andrew... — susurró ella con voz apenas audible.
—Eso no va a pasar —dijo él firmemente apretando las mandíbulas hasta casi hacerse daño.
—Él tiene mi medicación. No puedo dejar de tomarla o volverán las alucinaciones y las voces.
Álvaro respiró profundamente antes de susurrarle al oído:
—Mañana lo arreglaremos. Ahora intenta dormir un poco.
—Te he echado tanto de menos...
—Y yo a ti, preciosa, y yo a ti —contestó con gesto amargo besándole la mejilla.
Cuando la luz del sol deslumbró a Álvaro al día siguiente, lo primero que hizo fue darse la vuelta y suspirar al ver a Maddie aún dormida a su lado. Se puso el pantalón que usaba para andar por casa y salió a preparar un café. Sorprendentemente, Sasha y Rain estaban dormidos en el sofá. Al pensó que seguramente se habían quedado allí por si él necesitaba algo mientras cuidaba de Maddie. Fue Sasha el primero en abrir los ojos y entrar tras él a la cocina.
—¿Qué tal está Maddie?
—No lo sé. Ahora está dormida, pero tengo miedo de que el ataque de ayer vuelva a repetirse. Necesitamos saber lo que Andrew le estaba dando y cómo podemos limpiar su organismo de esa mierda —dijo dando un sorbo a su taza.
—Alguien tiene que haberle recetado la medicación, o sea, algún médico la ha estado tratando... espero —dijo Rain.
—¿Qué significa eso?
—Venga, Al. No seas ingenuo. Hay muchas drogas en la calle que pueden tener ese efecto en una persona: letargo, cansancio, incapacidad para tomar el control... Y los pinchazos son una prueba de que puede que le haya estado metiendo algo ilegal.
Álvaro soltó aire con fuerza y entró de nuevo en su dormitorio. Se sentó en la cama y despertó suavemente a Maddie tocándole el pelo y la cara. Sus ojos al abrirse eran todo lo que él necesitaba ver para sentirse mejor.
—Hola —dijo ella en voz baja.
—Hola. Necesito que me ayudes.
—¿A qué? —preguntó sin intentar incorporarse.
—Necesito saber la medicación que tomabas y quién te la proporcionaba.
—Andrew me llevó a ver a un psiquiatra amigo suyo. No recuerdo el nombre, pero sé que es el doctor Martin. Me incluyó en un estudio experimental para tratar mi enfermedad.
Entonces se sentó en la cama. Ahora, a la luz del día, parecía aún más pálida y demacrada que el día anterior. Al la abrazó con fuerza.
—Debiste confiar en mí, Maddie. Hubiera hecho cualquier cosa por ayudarte.
—Por eso me fui. No podía soportar la idea de arruinar tu vida con esto —dijo ella entre sollozos sin atreverse a mirarlo.
—Te quedarás aquí con Rain —le dijo levantándole la barbilla con los dedos para mirarla a los ojos—. Sasha y yo vamos a buscar a ese médico. Tenemos que saber todo sobre este asunto. Rain sabrá cuidar de ti.
—Dichosa cría... —Ella sonrió débilmente.
—Si no hubiera sido por ella... Yo no me molesté en averiguar qué pasaba... —dijo Al amargamente, mirándola con fijeza, a punto de dejar caer las lágrimas.
—No, Al. No te sientas así. Fui yo quien se aseguró de que no me buscarías, tenía que hacerlo.
—Sí, pero lo mismo hiciste con Rain, y ella no ha parado de buscarte.
—A ella no le hice daño... Simplemente, me marché.
Maddie limpió con sus dedos las lágrimas que recorrían las mejillas de Al y él le tomó las manos y las besó.
—Ahora tengo que irme. No quiero que vuelvas a sufrir un ataque como el de anoche. Volveré en cuanto sepa algo.
Para cuando Álvaro abandonó la habitación, Rain ya iba camino de ella con una bandeja de comida:
—Hay que hacer que coma, está muy débil —dijo dándole un beso a Al en la mejilla mientras pasaba a su lado.
En el salón, Sasha tecleaba en su móvil mientras esperaba que su amigo apareciera.
—¿Listo?
—Listo. Vámonos. Ve buscando un tal doctor Martin, psiquiatra. Espero que no haya muchos. Es muy famoso, al parecer.
Sasha siguió mirando su móvil mientras bajaban las escaleras.
—¡Aquí está! Solo hay uno. Vamos a la estación de Bayswater.
Al cabo de una media hora, estaban delante de un edificio alto del centro de la ciudad mirando todos los carteles del portal donde se anunciaban quienes ejercían allí. Cuando entraron en la clínica, una chica les sonrió desde el mostrador de recepción.
—Buenos días, ¿en qué puedo ayudarles?
—Necesitamos hablar con el doctor Martin. Es acerca de una paciente suya —dijo Sasha.
—¿Tienen cita? Hoy tiene la mañana bastante ocupada.
—No. No tenemos cita. Pero es un asunto muy grave. Si no hablamos con él ahora, quizás volvamos con la policía.
La enfermera, sorprendida, pulsó el botón de la consulta y le dijo al doctor que dos hombres querían verlo y que era un asunto muy importante.
—En cuanto salga el paciente que hay dentro, pueden pasar —les informó.
Cuando por fin entraron en la consulta, se encontraron con un médico más mayor de lo que esperaban. Al ser amigo de Andrew se habían imaginado que sería alguien joven, pero se trataba de un hombre de más de sesenta años, a juzgar por su aspecto.
—Buenos días, señores. ¿Puedo ayudarlos en algo?
—Necesitamos información sobre una paciente suya.
—Me temo que no puedo facilitarles esa información.
—Si no nos la facilita a nosotros, tendrá que enfrentarse a la policía con una orden judicial —amenazó Al acercándose a la mesa. Sasha lo cogió de la camisa y tiró de él hacia atrás.
—Bueno, está bien. ¿De quién se trata? —preguntó el hombre algo alarmado.
—Magda Tovar —dijo Sasha, que aún conservaba cierta calma.
El médico se sentó delante de su ordenador y revisó un instante sus archivos hasta que encontró el nombre que le habían dado.
—Aquí está. Ya creo que la recuerdo. Es la novia de un amigo mío. ¿Ha pasado algo? —Se detuvo un instante mirando fijamente la pantalla antes de volver a hablar—. Pero ella no es mi paciente. Vino a un par de consultas y le hicimos dos o tres pruebas. Todo dio negativo.
—¿Cómo? —exclamó Álvaro—. ¿Y por qué la incluyó en un grupo de tratamiento experimental?
—Yo no hice tal cosa. Una vez que le di los resultados a Andrew, ya no volví a verlos más.
—¡Maldita sea! —exclamó Al dando un fuerte golpe sobre la mesa.
—Muchas gracias, doctor. Es todo lo que necesitábamos saber.
Sasha agarró a Álvaro por los hombros y lo sacó de allí. Estaba en lo cierto, no había medicamentos. Probablemente, le había estado inyectando cualquier tipo de droga a la que pudiera tener acceso con facilidad. Su principal problema ahora era averiguar cuál era, o acompañar a Maddie en su descenso a los infiernos cuando el síndrome de abstinencia volviera a aparecer.
Una vez en casa, Sasha llamó a Rain, que respondió desde el dormitorio y fue hacia allí.
—¿Qué pasa? —dijo Al viendo a Maddie acostada en posición fetal y sudando, como entrando y saliendo de un trance.
—Ha vuelto a pasar. ¿Qué sabéis?
—Nada.
—¿Nada? —exclamó Sasha—. ¿Te parece poco haber descubierto que Maddie no está enferma?
Rain se puso en pie de un salto.
—Según el médico, no le pasa nada y no tenía que tomar ninguna medicación. Al ser amigo de Andrew, le dio a él todos los resultados de las pruebas.
—¡Hijo de puta! —gritó Rain—. La ha tenido así para que no pudiera marcharse. Al, eso es un secuestro. ¡Es un delito! Hay que denunciarlo inmediatamente. ¿Quién sabe qué más le habrá hecho? —Al decir esto último, Rain se llevó las manos a la boca.
Sasha la tomó de las manos y, retirándolas de sus labios, le dijo:
—Tenemos que llevarla al médico, hay que averiguar cómo parar esto.
Rain pareció ausente unos instantes.
—Quizás no haga falta llegar a eso, al menos por el momento. Venid —dijo dirigiéndose al salón.
Una vez que se sentaron los tres, ella comenzó a explicarles su idea.
—En algunas zonas hay unidades móviles que cuidan de todo tipo de gente marginada, prostitutas, drogadictos. Son médicos y voluntarios que trabajan para el Sistema Nacional de Salud, solo que de otro modo, ganándose la confianza de las personas a las que intentan ayudar. Si la llevamos a uno de esos centros, tal vez puedan ayudarnos.
Al no podía dejar de preguntarse cómo había sido la vida de Rain hasta que apareció en la suya para haber aprendido tanto sobre el mundo de las drogas y de la calle. Estaba orgulloso de ella, de lo fuerte que había sido y su orgullo traspasaba en aquel instante su mirada.
—Si queréis, buscamos una ahora mismo. Podemos ir al Soho y dar una vuelta, alguna aparecerá tarde o temprano. —Miró a Al—. Tenemos que llevarla con nosotros, Al. Tendrán que averiguar lo que ha tomado.
—¿Y cómo lo harán?
—Hay test de drogas muy rápidos. Cógela en brazos. Tendremos que ir en taxi, llegaremos antes.
Afortunadamente, Maddie pudo ponerse más o menos en pie para caminar, aunque llevada por Al durante todo el trayecto. Recorrieron en taxi la zona hasta dar con una de las ambulancias, donde varios voluntarios repartían preservativos, en las afueras de una zona boscosa de la que entraban y salían las prostitutas que se ganaban allí la vida. En cuanto los vieron llegar, los dos chicos supieron que no estaban ante un caso como los que solían ver habitualmente. Fue Rain, al ser más joven, la que primero habló con ellos y elaboró sobre la marcha una historia creíble para que ellos se hicieran una idea de lo que necesitaban. Los chicos condujeron a Maddie al interior de la ambulancia donde le hicieron un análisis de sangre para averiguar el tipo de droga que recorría sus venas, aunque, a simple vista, la chica ya había intuido de cual se trataba.
—Lo sabía. Tiene todo el aspecto y los síntomas. Narcótico, en cantidades industriales.
Rain soltó un poco de aire antes de preguntar:
—¿Cómo lo hacemos?
—Metadona —dijo esa vez el chico—. Y un control exhaustivo mientras la está tomando. Reducirá los síntomas del mono y le permitirá ir limpiándose poco a poco.
Al, que había permanecido fuera de la ambulancia todo el tiempo dejando que Rain se entendiera con los voluntarios, no podía creer que alguien fuera capaz de hacerle a una persona de quien se suponía que estaba enamorado lo que Andrew le había hecho a Maddie. Al cabo de un rato, Rain bajó de la ambulancia y entre los dos chicos ayudaron a Maddie a bajar.
—Le hemos dado una dosis, y tendrás suficiente con lo que te hemos dado para unos días. Pero tendrás que volver a por más, es la única forma de que nos aseguremos de que estáis siguiendo nuestras indicaciones y de que no vuelva a recaer.
—No va a recaer. Te lo aseguro.
Rain estuvo tentada durante todo momento de contarles a los voluntarios cómo había llegado Maddie a esa situación, pero prefirió inventarse una depresión, un despido del trabajo, y unas cuantas cosas más que la habían llevado a consumir sin que ellos lo supieran. Si hubiera dicho la verdad, los enfermeros habrían tenido que levantar un atestado con lo sucedido y seguramente la hubieran internado en alguna clínica, y ninguno de ellos quería volver a perderla de vista. Ya en casa, tumbada en el sofá de Álvaro, Sasha y Rain decidieron quedarse en el piso de ella para que ellos tuvieran más intimidad. Se despidieron con un fuerte abrazo de Al, que parecía estar en otro mundo desde que había recuperado a Maddie.
—Si nos necesitas, llámanos. Nos vamos a casa a dormir, estoy hecha una mierda.
Al preparó un poco de sopa de pollo casera. Tenía que conseguir que Maddie fuera recuperando el apetito poco a poco y recordó que eso era lo que le cocinaba su madre cuando él estaba débil o enfermo. Ante el olor del caldo, Maddie olfateó y dijo:
—¡Oh, Dios! Parece que estoy en casa de mi abuela.
Al soltó una carcajada y se sentó en el suelo, delante de ella.
—¿Cómo te encuentras?
—Mejor. Cansada, entumecida, pero creo que mejor.
Álvaro le acarició el pelo y le pasó el dorso de la mano por la cara. Ella sucumbió a su tacto y cerró los ojos.
—Maddie... —Lanzó un suspiro en el que parecía haber dejado escapar su alma.
—Lo siento mucho, Al. —Ella empezó a llorar.
—No, no, no —dijo limpiándole las lágrimas con las manos—. Tienes que recuperarte y estar fuerte. Ya hablaremos de todo cuando estés bien. ¿Sabes la buena noticia? No estás enferma. No te estás volviendo loca.
Maddie frunció el ceño en una confusión absoluta.
—¿Cómo? ¿Qué? —balbuceó confundida.
—Es cierto. No estás enferma. Ha sido todo una historia de Andrew para mantenerte a su lado.
—Pero... el doctor Martin, las medicinas...
—El doctor Martin le dio a Andrew los informes. Todos negativos. No había nada en ninguna de las pruebas.
Maddie no lograba articular palabra. Un horrible calor la invadió de la cabeza a los pies y le provocó vértigo. ¿Quién había sido capaz de hacer algo así? ¿Quién puede llamar amor a mantener a alguien a su lado a base de miedo y engaños? La sombra de la decepción cruzó un instante delante de su mirada. Había confiado en Andrew porque él la conocía, porque era el único que sabía toda su historia y la de su familia, y había creído ciegamente que iba a ayudarla en el trance que la vida le había puesto en el camino.
—Álvaro... —Los ojos de ella se volvieron a llenar de lágrimas—. ¿Cómo ha podido hacerme esto? He pasado semanas tomando drogas que no necesitaba, tengo lagunas en la memoria, ni siquiera sabía en qué día vivía hasta hoy. ¿Por qué? —Una sospecha apareció en su mente que no quiso ni mencionar. ¿Habría Andrew aprovechado su estado para satisfacer sus más bajos instintos sin que ella lo supiera? ¿Por qué si no iba a tenerla prácticamente dormida la mayor parte del tiempo? ¿Por qué retener a su lado a una mujer con la que no compartía nada?
La pregunta abandonó sus labios sin que pudiera detenerla:
—Álvaro, ¿crees que... crees que Andrew podría haberme...?
No tuvo tiempo de terminar la frase porque la mirada de Al se había oscurecido como la noche cuando la idea entró en su mente como un relámpago. No se le había ocurrido en ningún momento porque él jamás hubiera sido capaz de algo así, pero ahora el cruel fantasma de la duda había sentado plaza en su cabeza y no descansaría hasta averiguarlo.
—Deberíamos haber ido a un hospital —dijo al fin—. Te habría reconocido un médico. Habría que hacerte un test de embarazo...
El gesto de Maddie palideció por completo. ¿Embarazo? Ni en un millón de años se le había ocurrido verse en esa situación. Pero, si había una sola posibilidad de que Andrew la hubiera violado, también podría haberla de lo otro.
—Eso puedo hacerlo yo misma. —De repente se sintió avergonzada y aquel sentimiento traspasó su mirada cuando se clavó en la de Al de nuevo.
—Maddie... Ni por un momento se te ocurra pensar que esto es por tu culpa. Tu único error ha sido confiar en la persona equivocada. Lo que él haya hecho es su responsabilidad y no te quepa la menor duda de que pagará por ello.
Y al decir eso le alzó el rostro suavemente con su mano.
Al se levantó y le trajo un cuenco con sopa que sabía de sobra que ella no iba a querer probar, pero, si no comía, no se pondría mejor, así que tuvo que poner todo su empeño en que tomara algo.
—Ahora tienes que comer. Aunque no tengas hambre, solo un poco, ¿vale?
—No tengo hambre. No creo que pueda comer nada.
—Tienes que intentarlo. —Casi suplicó al decirlo—. Estás muy delgada y muy débil, y tu cuerpo necesita mucha fuerza ahora para recuperarse. Solo un poco de sopa, por favor. Te prometo que no te ofreceré nada más.
Finalmente ella asintió y cogiendo la cuchara, hizo con ella círculos dentro del cuenco, como intentando encontrar el momento de llevársela a la boca.
—¿Cómo puedes ser tan fuerte? —le preguntó, sin esperar una respuesta en realidad.
Al escuchar el zumbido de su móvil, Al lo miró y vio que era una llamada de Diana. Lo cortó. Al cabo de unos minutos, la situación se repitió.
—¿No vas a contestar, Al? —dijo ella y, soltando el cuenco en la mesa, volvió a tumbarse.
—No. Tranquila. Es trabajo. Ya lo arreglaré mañana. Ahora, a la cama.
La ayudó a levantarse y ella procuró llegar sola hasta la habitación y meterse en la cama. Tenía mucho sueño y su cuerpo se le antojaba pesado e hinchado, a pesar de lo que le había dicho Al. El móvil de Al volvió a sonar y esa vez contestó.
—Diana, ¿qué quieres?
—Estaba preocupada por ti. Llevas días desaparecido. Tus amigos tampoco me cogen el teléfono. ¿Pasa algo?
—Es una historia muy larga. Ya te llamaré y te contaré.
—Si quieres, puedo pasarme por tu casa.
—No. Yo te llamaré mañana, no te preocupes. Estoy muy cansado.
En aquel momento, Álvaro supo que tendría que hablar con Diana cuanto antes para que supiera cómo estaba la situación. Tenía la impresión de que la joven estaba más interesada en él de lo que era capaz de admitir, y ahora, con Maddie de nuevo en su vida, fuera lo que fuera lo que habían tenido, ya no existía. Al se fue al cuarto de su amigo a dormir. Si necesitaba algo era una noche de sueño profundo y reparador. Aún no había amanecido cuando saltó de la cama como si el diablo en persona lo hubiera arrancado de ella.
No había logrado dormir todo lo que hubiera querido, entrando y saliendo de sus sueños invadidos por imágenes de Andrew, que se aprovechaba de la debilidad de Maddie para tocarla o invadir su intimidad sin que ella fuera ni siquiera consciente. Tenía una cuenta que saldar con él y sabía que no podría volver a dormir tranquilo a no ser que lo hiciera. Se dio una ducha y abandonó el piso en absoluto silencio cuando las primeras luces del día entraban por la ventana. Era aún temprano cuando llegó a casa de Andrew. A esas horas estaría aún allí, si era que no había intentado desaparecer. Cuando vio luz en su piso, tuvo la esperanza de que todas sus preguntas obtendrían respuesta de una manera o de otra.
Andrew miró por la mirilla antes de abrir y dudó un instante, pero no tuvo tiempo de pensar demasiado porque Al empezó a golpear la puerta diciendo que sabía que estaba allí y que tuviera el valor de abrirle. Para evitar un escándalo en todo el edificio, abrió y apartándose lo dejó entrar.
—Tengo unas cuantas preguntas dando vueltas por mi cabeza y no voy a irme de aquí hasta que tenga las respuestas. —Su voz, empapada de ira y rabia, ni siquiera le sonó familiar al otro hombre, que se colocó en pie junto a la mesa, apoyándose en ella con una mano, intentando mantener una compostura que amenazaba con abandonarlo por momentos.
Al continuó.
—¿De dónde salieron las alucinaciones de Maddie?
—¿Te ha hablado ella de su amigo Daniel?
—No.
—Fue su mejor amigo durante muchos años. Murió en un accidente de tráfico hace bastante tiempo. Ella misma me lo contó una vez y me enseñó fotografías. Yo no lo recordaba, pero curioseando en las carpetas de mi ordenador las encontré. Ahí surgió la idea. Contraté a alguien que se parecía muchísimo para que se dejara ver por los lugares que ella frecuentaba. Nunca demasiado cerca, para que no pudiera verlo con total claridad.
Al se llevó las manos a las sienes al tiempo que preguntaba:
—¿Tú te estás oyendo? ¡Eres un psicópata! ¿A qué persona normal se le ocurriría algo así?
—A alguien que ha perdido lo que más amaba.
—¡Vete a la mierda! Lo que tú has hecho no tiene nada que ver con el amor, y no va a quedar impune. En cuanto Maddie se recupere un poco, iremos a la policía. No importa lo que hagas, ni dónde te escondas, vas a pagar por lo que has hecho.
Andrew siguió hablando como si no hubiera oído nada de lo que Al le había dicho, enfrascado en sus propios recuerdos.
—Contraté a otro hombre para que le diera un mensaje en el metro y le dijera que viniera a verme, y luego fingí que yo no sabía nada. Es curioso lo fácil que fue que se lo creyera todo, como si estuviera convencida de que tarde o temprano perdería la razón y solo necesitara un pequeño empujón que lo confirmara, como si toda su vida hubiera estado esperando ese momento. Si tú no lo hubieras estropeado todo, si tu amiga no hubiera estado metiendo la nariz donde no la llaman... Debiste haber muerto en aquel atropello.
Álvaro ni siquiera había vuelto a pensar en el accidente, pero ahora todo tenía sentido. Si él hubiera muerto, probablemente Rain y Sasha no hubieran puesto tanto empeño en averiguar dónde estaba Maddie, y Andrew hubiera ganado la partida.
—¡Maldito cabrón! —Al no pudo contenerse y lanzándose contra Andrew le propinó dos puñetazos que lo tiraron al suelo. Él no lo vio venir y no tuvo tiempo de defenderse. Se levantó limpiándose los labios de algo caliente y denso que enseguida supo que era sangre y le devolvió un par de golpes a Álvaro. Antes de que pudieran darse cuenta, se habían enzarzado en una lucha cuerpo a cuerpo que ambos habían estado deseando desde hacía mucho tiempo. Fue cuando Al lo cogió por el cuello y lo empujó contra la pared, llevado por una fuerza que solo podía venir de la rabia que sentía por lo que Maddie había sufrido en aquel mismo apartamento, cuando la pelea alcanzó su cénit. Mirándolo fijamente a los ojos, despeinado y con incipientes moratones en la cara, le preguntó enfurecido:
—Te lo voy a preguntar solo una vez. ¿Has abusado de ella mientras estaba drogada?
Los ojos de Andrew se abrieron como si quisieran abandonar sus órbitas antes de contestar.
—¡No! No le he tocado ni un pelo. Lo único que yo quería era que no volviera a marcharse. Te lo juro, no la he tocado.
Álvaro dejó de apretarle la garganta y lo empujó. Andrew aterrizó esta vez en el sofá y decidió no volver a levantarse.
—Tendrás noticias de su abogado. Prepárate para pasar mucho tiempo en prisión.
Se dio la vuelta para marcharse mientras se apretaba una mano con la otra en un intento de calmar el dolor que la inminente hinchazón le estaba provocando.