Diana daba sorbos lentos a su té mientras miraba por el cristal de la cafetería esperando ver aparecer la figura de Álvaro. Por fin había conseguido quedar con él para satisfacer su curiosidad y, sobre todo, para volver a verlo. Lo había echado muchísimo de menos, más de que lo pensaba admitir, y eso que había sido solo unos días. Cuando lo vio abrir la puerta sonrió. Venía mojado, probablemente porque el último chaparrón lo había cogido por sorpresa. Debía ser el único habitante de Londres que se negaba a ir por ahí con un paraguas. Él la divisó enseguida y se dirigió hacia ella con su eterna sonrisa en los labios y ese brillo de sus ojos verdes que lograba encenderla en todos los sentidos simplemente con mirarla. Cuando lo tuvo más cerca fue cuando Diana pudo notar los moratones de su rostro.
—Hola —saludó Al sentándose frente a ella.
—¿Qué te ha pasado? ¿Te has peleado con alguien? —dijo Diana pasándole la yema de los dedos por la mejilla.
—Esta última semana está siendo un poco dura —contestó él sin darle importancia al gesto de ella.
—¿Qué ocurre? ¿Tienes algún problema?
—No. No es un problema.
Al se mantuvo en silencio unos instantes, pero luego decidió que la mejor manera de decir lo que tenía que decir era rápida y directamente. Así que soltó:
—Maddie ha vuelto. —Su tono era calmado.
Diana no contestó enseguida, una enorme bombilla roja se había encendido en su mente, pero tenía que evitar a toda costa que su miedo se reflejara en su rostro.
—Mmmm. Así que ha vuelto. ¿Y esos moratones y los de los nudillos tienen algo que ver con eso?
—Es una historia muy larga. En realidad, no se había marchado por voluntad propia, por decirlo de una forma sencilla —añadió él sabiendo que la verdad era demasiado cruda como para contársela y que lo entendiera, y que, después de todo, prácticamente no eran ni siquiera amigos, pues en sus encuentros habían compartido más bien su necesidad de no sentirse solos.
—Supongo que tengo que alegrarme por ti, aunque, la verdad, se me acaba la diversión.
Al sonrió y, al hacerlo, sus pestañas parpadearon un par de veces lentamente.
—Hay por ahí cientos de hombres que matarían por divertirse junto a ti, lo sabes.
—No me interesan. Lo siento —dijo ella con una sonrisa floja—. Me había acostumbrado a lo que teníamos. Nuestras charlas, nuestras copas, nuestros momentos de sexo explosivo. —Al mencionar lo último le lanzó una mirada provocadora.
—No seas exagerada. ¿Explosivo? —Y soltó una carcajada.
—No lo soy, Álvaro. Es muy difícil conectar con alguien en todos los aspectos, y es muy fácil acostumbrarse a lo bueno cuando se encuentra.
Álvaro empezaba a sentirse incómodo, lo cual se reflejó en todo su cuerpo, en su postura, en su mirada. Daba la impresión de que ya había dicho todo lo que había ido a decir y quería marcharse.
—Disculpa. No quería hacerte sentir mal.
—Podemos seguir siendo amigos —sugirió a sabiendas de que aquello no iba a ser posible.
—No creo que se me diera bien. Me gustas demasiado —afirmó ella rotundamente.
Él, de nuevo, prefirió guardar silencio, hasta que se dispuso a marcharse del local.
—En fin, si me necesitas, sabes dónde encontrarme —le dijo guiñándole un ojo y luego se inclinó para darle un beso en la mejilla. Ella no dijo nada más.
Lo vio caminar hacia la calle mientras se levantaba el cuello de la chaqueta para protegerse del viento, mientras pensaba que acababa de perder a alguien muy importante para ella y que ni siquiera se lo había dicho. ¿Para qué? Él estaba loco por Maddie. Cuando lo conoció solo hablaba de ella y, cuando dejó de hacerlo, para Diana fue mucho peor, porque supo que la había idealizado en algún rincón de sus recuerdos, a pesar del daño que le había hecho. Y seguía loco por ella. Había vuelto y él simplemente le había abierto de nuevo su vida y su corazón. Pensó cuántas veces le hubiera gustado tener ese efecto sobre cualquiera de los hombres con los que había estado. Se levantó, pagó su té y salió de la cafetería a la calle, donde ya estaba diluviando de nuevo.
Cuando Álvaro volvió a casa, Maddie estaba dormida en el sofá y se despertó en cuanto escuchó el sonido de la puerta al cerrarse.
—Hola —dijo restregándose los ojos—. ¿Qué hora es?
—Las cinco. Siento haberte despertado. No sabía que estabas ahí.
—No lo sientas. Necesito abrir los ojos de una maldita vez. ¿Qué te ha pasado en la cara? —dijo incorporándose con gesto alarmado.
Al se sentó a su lado y ella le acarició con la palma la mejilla, donde él se apoyó un instante antes de contestarle:
—No es nada. Solo... Solo fui a decirle un par de cosas a Andrew.
Cuando él puso su mano sobre la de ella, Maddie vio sus nudillos hinchados y morados, y no preguntó nada más. Lo que hubiera pasado probablemente había empezado el día en que ella y Álvaro se enamoraron y no había acabado aún. No acabaría hasta que Andrew diera con sus huesos en la cárcel.
Desde que Maddie estaba en su casa, no habían tenido mucho tiempo para hablar. Ella rara vez se encontraba despejada, y él no quería agobiarla con nada para no influir en su recuperación. Sin embargo, ahora que se había sentado en el sofá justo en el hueco que dejaban sus pies, le acarició la pantorrilla lentamente de arriba a abajo mientras la miraba ausente.
—¿Te encuentras bien, Al?
—Sí. ¿Por qué?
—No sé. Pareces distraído.
—Maddie... tenemos tantas cosas de las que hablar...
Ella se incorporó dispuesta a sentarse en el sofá.
—No. No tenemos por qué hablar ahora —se disculpó él—. Necesito que estés totalmente recuperada para saber qué piensas hacer sobre lo nuestro.
Maddie no podía creer que después de todo lo que había pasado, aún quisiera estar con ella. Jamás dejaría de sorprenderla. Ella intentaba recuperarse para averiguar cómo retomar su vida y cómo agradecerle todo lo que había hecho por ella, y ahí estaba él, como si nada hubiera pasado, esperando saber si aún había posibilidad de algo entre ellos. Se acercó a él y apoyó su cabeza en su hombro sin decir nada.
—Si no estuviera tan horrorosa, te daría uno de esos besos de película y te dejaría sin respiración.
Él sonrió divertido:
—No estás horrorosa. Un poco flaca y pálida, pero podré soportarlo.
Entonces la miró fijamente y la distancia entre ellos desapareció como por arte de magia. Se fundieron en un beso largo y cálido, de los que sanan las heridas del alma. Cuando se separaron un poco, Álvaro le tomó la cara entre las manos:
—Te quiero, Maddie. Nunca he dejado de quererte. Ni siquiera cuando creía que me habías dejado para volver con Andrew. Nunca he querido a nadie como a ti.
Ella lo miró y le apartó el mechón rebelde que le caía sobre la frente.
—Yo también te quiero, Álvaro. Por eso no podría soportar que no fueras feliz. Eres la mejor persona que he conocido en mi vida.
Sasha, abriendo la puerta del salón, soltó divertido:
—¡Oh, vamos, ya estamos otra vez! Espera a que se recupere, hombre.
Todos rieron divertidos. Rain se había quedado abajo comprando algo de comida para la cena.
—¡Dios, Sasha, cómo te he echado de menos! —dijo Maddie lanzándose a darle un tierno abrazo.
—Lo sé, lo sé. Es este acento. No sé qué tiene que os vuelve locas a todas. Por mí no os cortéis, yo solo he venido a coger unas cosas de mi habitación.
A los pocos minutos salió de nuevo de su cuarto con un portátil, unos auriculares y unas cuantas cosas más, y se despidió de ellos.
—Maddie —preguntó Álvaro cuando estuvieron de nuevo a solas—. ¿Por qué no me has hablado nunca de Daniel?
Ella miró un momento al suelo y se humedeció los labios antes de hablar.
—Era mi mejor amigo, mi vecino, fuimos juntos al colegio y al instituto. No hay mucho que contar, la verdad. No recuerdo ni un solo momento de mi infancia o mi adolescencia en que él no aparezca. Está en mis fotos de cumpleaños, en las de los días que compartíamos en la piscina, en la playa, en las pocas que conservo de mi familia. Fue mi apoyo, más que un hermano. Yo ya vivía aquí cuando una amiga me llamó para decirme que había tenido un accidente y había muerto. —Maddie rompió a llorar—. Después de tantos años, aún no puedo hablar de él sin llorar. Lo quería muchísimo. Ni siquiera fui al entierro porque así me parecía casi mentira que aquello hubiera sucedido. Después, sin embargo, fui a ver su tumba en más de una ocasión. Ni después de haberme convencido de que había muerto pude dejar de hablar con él a través de un diario y luego mediante mails que me enviaba a mí misma en los que le contaba todo lo que me iba pasando porque así me parecía que lo sentía conmigo. ¿Quién te ha hablado de él? —preguntó limpiándose las lágrimas con el dorso de la mano.
Álvaro le cogió las manos entre las suyas.
—Andrew. Me dijo que había contratado a alguien para que se hiciera pasar por él.
Ella recordó horrorizada las veces que había creído ver a su amigo entre la multitud, o que miraba a su ventana desde la calle, o reflejado en algún escaparate.
—¿Por qué fuiste a ver a Andrew? —preguntó pasándose los dedos por las sienes, como si intentara borrar los últimos meses de su memoria.
—Me aterraba la idea de que pudiera haber abusado de ti cuando no podías defenderte. Me dijo que no y lo creí porque, aunque sea de una manera terriblemente enfermiza, está enamorado de ti. Tenía que decirle que íbamos a ir a por él, que lo que había hecho recibirá el castigo que se merece. ¿Te acuerdas del hombre del metro, el que te dio un mensaje de su parte?
Ella asintió.
—También lo contrató él. Intentaba hacer que dudaras de ti misma. Se aprovechó de tu miedo más grande para que acudieras a él en busca de ayuda... Mi atropello también fue cosa suya.
Aquella última frase bastó para que Maddie decidiera que Andrew tenía que pasar mucho tiempo en prisión. Aún sentía escalofríos al recordar a Álvaro sobre las rodillas de Sasha mientras intentaba atrapar una bocanada de aire.
—Tienes razón, Álvaro. Esto no se va a quedar así. Haré todo lo que esté en mi mano para que vaya a la cárcel.
Una sola mirada de él bastó para que Maddie supiera dos cosas. La primera, que su sufrimiento había terminado, y la segunda, que nunca jamás nadie volvería a hacerle daño.
Álvaro fue a cambiarse de ropa para ponerse algo más cómodo y una idea lo asaltó a traición. Si quería que todo volviera a ser como antes entre Maddie y él, sin secretos, sin mentiras, tendría que contarle tarde o temprano su relación con Diana. Ese pensamiento logró ponerlo nervioso al imaginar cómo reaccionaría ella. Tenía todo el derecho a enfadarse porque se había lanzado a los brazos de otra mujer poco tiempo después de que ella se marchara y a él no le bastaba como excusa que Maddie lo hubiera dejado. Pero no iba a pensar en eso esa noche, porque esa iba a ser la noche de la mujer que había sido tan generosa como para marcharse al pensar que él sufriría si se quedaba a su lado. Esa noche abrirían una botella de buen vino y disfrutarían juntos de la cena que trajera Rain porque tenían que celebrar que Maddie había vuelto con ellos y que, de alguna manera, eso suponía que por fin el universo había recuperado un poco de sentido.
El tratamiento empezó a dar sus resultados y Maddie se fue sintiendo mucho mejor según pasaban los días. Sin que nadie hubiera propuesto nada abiertamente, había vuelto a vivir con Rain. Una preciosa mañana de domingo, Álvaro pensó que sería muy buena idea ir a dar un paseo al parque y comer algo por allí. Hacía un estupendo día de primavera para disfrutar de algo delicioso y luego tumbarse un rato en el césped a disfrutar de no hacer absolutamente nada. Maddie necesitaba recuperar un poco de color, ahora que por fin habían desaparecido sus ojeras y, sobre todo, el halo de tristeza que había estado empañando su rostro. Dieron un largo paseo hasta el quiosco junto al lago y allí compraron unos sándwiches y unos refrescos para después sentarse en la hierba a la sombra de un árbol. Durante un momento se perdieron en la observación de toda la gente que inundaba el lugar con sus risas, sus chistes, su música, su vida, en definitiva. Maddie respiró profundamente sintiéndose afortunada de haber salido de su particular infierno. Finalmente, se había atrevido a denunciar a Andrew y a contar todo lo que había sucedido mientras estuvo retenida. Primero lo insinuó brevemente en una de sus visitas a la unidad móvil donde le controlaban el tratamiento, lo que inevitablemente llevó a que la doctora que estaba a cargo la convenciera de que algo así no podía quedar impune. De hecho, si ella no denunciaba, el equipo médico no tendría más remedio que hacerlo, ahora que sabían lo que había sucedido. Maddie estaba avergonzada pues sentía que había sido una imbécil acudiendo a Andrew en busca de ayuda y luego dejándose engañar sin intentar siquiera averiguar nada sobre su tratamiento y su supuesta enfermedad. Estaba tan convencida de que había comenzado el proceso que llevó a su madre a su desgracia que no se planteó dudar ni un solo instante. Fue la doctora la que le habló de la facilidad de manipular a alguien como ella, con todo aquel miedo a perder la razón, a hacer daño a quienes la rodeaban. La convenció de que había sido muy fácil para Andrew hacerle creer que sus peores miedos se habían convertido en realidad y aprovechar su relación personal con su médico para obtener los informes y falsearlos antes de que ella pudiera verlos. Y absolutamente todo aquello constituía un grave delito de secuestro y abuso psicológico. Ahora todo estaba en los juzgados y lo único que ella podía hacer era esperar el momento del juicio para ver cómo Andrew recibía el castigo que merecía.
—Maddie —repitió Álvaro por tercera vez intentando sacarla de dondequiera que se hubiera marchado su mente.
—Perdona... Me he distraído.
—Sí, ya me he dado cuenta. ¿Estás bien?
—Sí. Solamente pensaba en lo afortunada que soy de estar aquí contigo de nuevo. —Y al terminar de hablar le dio un beso en los labios.
—Yo también me alegro mucho de que todo esté por fin en su sitio. —Álvaro frunció un poco el ceño antes de continuar—. Hay algo que he querido decirte todo este tiempo. He intentado encontrar el momento, pero, en realidad, no creo que haya un buen momento para este tipo de cosas.
—Sabes que puedes decirme cualquier cosa, ¿verdad?
Él agachó un instante la mirada y finalmente clavó sus ojos esmeralda en los de ella.
—No quiero hacerte más daño del que ya te han hecho, Maddie, pero tengo que decirte algo que me está devorando por dentro.
Ella enseguida se alarmó, pero no quiso interrumpirlo por miedo a que no acabara de contarle lo que había empezado.
—Mientras tú no estuviste... No sé cómo decirlo de otra forma, de verdad...
—Álvaro... —susurró ella con mirada interrogante.
—Estuve con otra mujer —soltó sin dejar de mirarla fijamente.
Maddie se estremeció por dentro, pero no lo aparentó. Reunió las fuerzas suficientes para musitar:
—No tienes que explicarme nada, Álvaro. Yo me marché, te dejé. Estabas en tu derecho de salir con quien te viniera en gana.
Sus palabras sonaban frías a pesar de que ella parecía no sentirse demasiado afectada por lo que él le había contado.
—¿Y qué pasó? ¿Dónde está ella ahora? —preguntó llevada por la curiosidad y un poco por los celos.
—En realidad, no fue importante... Ella... Diana... Fue algo más bien físico. Simplemente le expliqué que habías vuelto y no nos hemos visto más.
Maddie guardó silencio y le tomó las manos entre las suyas.
—No importa, Álvaro. De verdad. Olvidemos todo lo que pasó entonces. Tenemos que concentrarnos en el presente, que al final es lo único que realmente tenemos.
Él se tumbó en la hierba y ella apoyó la cabeza en sus piernas y se tumbó también en silencio. ¿Quién sería aquella otra mujer? ¿Cómo había entrado en la vida de Álvaro en tan poco tiempo? Él no era de esos hombres que se lanzan a la yugular de la primera mujer que se les insinúa, de hecho, cuando se conocieron solía comentar que estaba cansado de ese tipo de relaciones y que buscaba algo real. Sentía una tremenda curiosidad, pero no quería preguntar más para no hacerlo sentir incómodo, aunque sí sabía de dónde podía obtener toda la información que necesitara: Sasha y Rain, sobre todo ella, que no sabía guardar un secreto. Lo extraño era que no le hubiera dicho nada todavía.
Por la tarde, mientras Álvaro trabajaba en casa, Maddie fue al restaurante donde trabajaba Rain a intentar sonsacarle algo de información sobre la tal Diana. Justo cuando llegó a la barra, Rain preparaba café.
—Vaya —dijo Maddie—. Veo que lo tienes todo listo para la cena.
—¡Mira quién ha venido! ¡Tienes muy buen aspecto! —dijo apoyándose sobre la barra para elevarse y darle un beso a su amiga—. ¿Un café? Estrenamos cafetera.
—¡Vale!
—¿Qué te trae por aquí a estas horas? Creía que estarías con Álvaro todo el día.
—Tenía que trabajar —dijo Maddie frotándose los labios—. Lo he dejado en casa con no sé qué proyecto. Además... —Al decir esto último se detuvo un instante—. Quería preguntarte algo.
Rain colocaba la taza con el café sobre la barra cuando su amiga se atrevió a decir:
—¿Quién es Diana?
La joven cogió su taza y la miró con gesto resignado dejando escapar un suspiro casi imperceptible.
—Sabía que tarde o temprano me preguntarías por ella. ¿Quién te ha hablado de Diana?
—Álvaro.
Rain arqueó las cejas en gesto de sorpresa.
—Entonces ya sabes quién es, ¿no?
—Sí, pero no me ha dicho gran cosa. Solo que ha sido algo así como una relación puramente física.
—Te ha dicho la verdad. —Rain dio un sorbo intentando ganar tiempo, a sabiendas de que la conversación solamente acababa de empezar.
—Pero tengo curiosidad. ¿Dónde la conoció? ¿Cómo llegaron a... bueno... a eso? Álvaro no es el hombre más lanzado que conozco, y tú lo sabes.
—Maddie... No tiene ninguna importancia. En realidad, no tenía por qué haberte dado ninguna explicación, tú te habías marchado.
Maddie torció el gesto. Eso mismo llevaba ella diciéndose desde el momento que Álvaro mencionó a la tal Diana, sin embargo, sentía una especie de curiosidad morbosa y Rain era la única que sería capaz de contarle algo.
—No te vas a ir hasta que te lo cuente, ¿verdad? —preguntó Rain pasándose la mano por su pelo corto.
—No.
—Se la presentamos nosotros. Sasha la conocía de un canal de televisión local y Álvaro estaba muy deprimido desde que te fuiste. Pensó que sería una buena idea que conociera a alguien, que se animara un poco. Y Diana se lanzó en picado en cuanto lo vio. Fue acoso y derribo, en serio. No pretendo disculparlo, ya te he dicho que no creo que te deba ninguna explicación, pero fue así. Y bueno, se vieron unas cuantas veces, una cosa llevó a la otra... —Rain intentaba acabar la conversación con todo el disimulo de que era capaz, pero Maddie volvía otra vez al tema.
—¿Cómo es?
—Maddie...
—Es curiosidad, en serio.
—Pues no es muy especial físicamente, no muy alta, de complexión media, pelo largo castaño... Yo diría que del montón. Pero es simpática y abierta y, por lo visto, sabe muy bien lo que quiere.
Maddie permaneció en silencio un momento y acabó su café. De repente, se puso en pie y se despidió de Rain, que la observó marcharse mientras rumiaba que eso no había acabado allí y que le iba a caer una buena bronca por parte de Sasha por haber vuelto a irse de la lengua.
Aquella noche, a Maddie le costó bastante conciliar el sueño pues su mente se había empeñado en inventarse imágenes de Al con una chica como la que le había descrito Rain. Sabía perfectamente cómo era él en la intimidad, así que no le costó demasiado trabajo montarse su propia película donde los dos hacían el amor como solo Álvaro sabía hacerlo; a veces, lentamente; otras, salvaje, pero siempre dándolo todo en cada beso, en cada caricia, en cada mirada de aquellos ojos que ella imaginaba totalmente inundados de deseo mientras se perdían en las pupilas de otra que no era ella. Sabía que no tenía derecho a pedir explicaciones y, sin embargo, no había manera de cerrar el hueco que se había abierto en su estómago desde el mismo instante en que escuchó el nombre de aquella otra mujer.
Rain masticaba su trozo de bizcocho como si no hubiera tomado nunca nada parecido mientras Maddie ni siquiera pestañeaba observándola devorarlo.
—Rain, deberías aprender a comer.
—Ya sé comer, ¿no lo ves?
—Comes como si alguien te fuera a quitar la comida. —Maddie rio.
—Una nunca sabe cuándo va a volver a comer algo tan delicioso.
La mujer volvió a sonreír y dio un sorbo a su café latte con los ojos cerrados. Al abrirlos, notó que Rain masticaba mucho más despacio y tenía la vista fija en algo que había a su espalda. Maddie se giró y vio cómo una mujer joven, de pelo castaño largo y con flequillo, sonreía ampliamente mientras abría sus brazos para abrazar a Rain.
—¡Qué alegría verte! ¿Qué haces por aquí?
Rain dejó el bizcocho en el plato para levantarse y abrazar a la joven.
—¡Diana! Pues, verás... Me he acordado del bizcocho de zanahoria que sirven aquí y no he podido resistirme.
El sonido de aquel nombre envió escalofríos desde la nuca hasta los dedos de los pies de Maddie. ¿Qué probabilidades habría de que esta Diana fuera otra y no la que había estado con Al en su ausencia?
—Maddie —dijo Rain dirigiéndose a ella apretando los labios en gesto resignado—, ella es Diana, una amiga. Trabaja en un estudio de los que frecuenta Sasha.
A pesar de su sorpresa, Maddie se levantó y le tendió la mano para sentarse inmediatamente intentando evitar cualquier contacto visual con ella.
—¿Os importa si me uno a vosotras a tomarme el té? Esto está abarrotado.
Rain asintió y se movió hacia la pared en su banco de madera para dejar sitio a la otra chica, que se sentó tras coger su bebida de la barra.
—Parece mentira que estemos en verano. Ahí fuera está lloviendo a mares —dijo intentando romper un poco el hielo. No había podido resistir la tentación de ver de cerca a la mujer que había vuelto para arrebatarle a Álvaro. A juzgar por la expresión de ambas, ninguna de las dos era una desconocida para la otra, y Diana supuso que Al no había querido ocultarle su relación. Lo conocía demasiado bien como para saber que no le mentiría a la mujer que más quería. El móvil de Rain sonó y para cuando ella descolgó ya no había nadie al otro lado, así que se disculpó diciendo que tenía que salir un momento a devolver la llamada, pues era del trabajo. Las dos mujeres se quedaron a solas y Diana no desperdició la oportunidad.
—¿Así que tú eres la famosa Maddie?
—¿Famosa? Me halagas —dijo ella mirando a uno y otro lado como si pidiera que se la tragara la Tierra.
—Te imaginaba diferente. No sé, quizás más espectacular, como una modelo o una actriz de cine, aunque en realidad Álvaro nunca te describió físicamente.
Genial. Álvaro. No habían estado ni un minuto a solas y ya había sacado su nombre a relucir. La conversación se preveía interesante. En aquel momento Maddie supo por qué todos decían que Diana sabía muy bien lo que quería y que no tenía pelos en la lengua para pedirlo. Maddie miró de nuevo hacia el escaparate suplicando mentalmente que su amiga volviera para acabar con esa situación que le estaba resultando tan incómoda.
—No deberías jugar con un hombre como él.
—¿Perdona? —digo Maddie tensando su expresión.
—Vienes, te vas, vuelves... ¿No se te ha pasado por la cabeza que quizás le estés robando la oportunidad de ser feliz junto a otra persona?
—No voy a contarte mi vida. No te conozco lo suficiente. Y déjame decirte que Álvaro ya es mayorcito. Sabe cuidar muy bien de sí mismo.
—Bueno, no seré yo quien te lleve la contraria, pero no me costó demasiado meterlo en mi cama. Y, si no hubieras vuelto tan pronto, ¿quién sabe si lo habrías recuperado?
—Mira —dijo colocándose en su asiento en actitud agresiva—. Lo mejor de los hombres como él es que pocas veces entregan su corazón, no importa cuántas veces se acueste con alguien. Es obvio que no ha tenido que decidir entre tú y yo. Si quieres jugar a algo, juega tú solita.
Diana se defendió:
—Yo no soy la mala aquí. Lo único que hice por él fue sacarlo a flote cuando tú lo dejaste completamente hundido.
—Se ve de lejos que estás muy dolida porque no esperabas que Al dejara de verte en cuanto yo aparecí. Lo de que eres la mala, lo has dicho tú, no yo.
—¿Sabes cuánto me costó que volviera a confiar en alguien? Tardó semanas en atreverse a quedarse a solas conmigo.
—¿Y qué pretendes? ¿Qué te dé las gracias?
—Solo quiero que sepas que, aunque significó más para mí que yo para él, nunca me sentí con nadie como con él.
—Pues bienvenida al club. Ahora sabes por qué preferí marcharme antes que hacerle daño, y por qué, ahora que sé que fue la peor decisión de mi vida, no pienso volver a irme a ninguna parte sin él.
En aquel momento Rain entró de nuevo y se quedó de pie un momento junto a la mesa mientras se arrepentía profundamente de no haberse detenido a observar a través del escaparate antes de entrar, porque no lo hubiera hecho. La tensión se palpaba en el ambiente. Diana se levantó y despidiéndose con gesto frustrado dejó a las dos amigas envueltas en un silencio espeso que ninguna sabía cómo romper.
—¿Qué te ha dicho? No le hagas demasiado caso. No es mala chica, pero está más dolida de lo que es capaz de reconocer.
—Lo sé. Rain, no voy a dejar escapar a Álvaro después de todo lo que hemos pasado juntos. De hecho, estaba pensando en alguna forma de compensarlo —dijo con una sonrisa pícara en los labios—. Creo que es un buen momento para retomar lo nuestro.
—¿Cómo que retomar? —preguntó Rain.
—Bueno, no hemos tenido tiempo para nosotros desde que volví, pero ahora ya estoy recuperada y Álvaro ha dejado de mirarme como si me fuera a romper. Me gustaría darle una sorpresa.
—¿Y me lo cuentas por...?
—Porque se me ocurrió que sería una buena idea salir a cenar, escuchar algo de música, bailar pegados...
—¡Calla, zorrón! Si sigues hablando así, me vas a poner cachonda hasta a mí.
—Sé que hay que reservar con muchos meses de antelación en el restaurante donde trabajas, pero si pudieras...
—¡Claro que puedo! Sobre todo, si eso va a servir para que dos buenos amigos míos tengan una noche de lujuria y desenfreno —bromeó la joven—. Además, así verás mi nuevo repertorio: Adele, Amy Winehouse, Sia...
Pagaron sus cafés y caminaron de vuelta a casa, Rain cogida del brazo de Maddie.
—Nunca te he dado las gracias —dijo Maddie.
—¿A mí? ¿Por qué?
—Por no haber dejado nunca de buscarme. Si no hubiera sido por ti...
—Maddie, Álvaro estaba muy dolido, y cuando creyó que habías vuelto con Andrew los celos no lo dejaron pensar con claridad. Y Sasha... él estaba dolido por su amigo.
—Gracias —dijo Maddie dándole un abrazo y un beso en la mejilla. No conocía a nadie de la edad de Rain con aquel aplomo y aquella madurez, con su determinación.
—¡Se acabaron los dramas! Cómprate un vestido bonito y unos taconazos. Quiero que Álvaro se quede sin respiración cuando te vea.
—Te aseguro que lleva tanto esperando este momento que se queda sin respiración incluso cuando me ve en pijama.
Ambas estallaron en una sonora carcajada.
Maddie siguió el consejo de su amiga y se compró un precioso vestido azul eléctrico y unos zapatos de tacón beige, que guardó con mucho cuidado de que Al no los descubriera, y esperó pacientemente a que su amiga le confirmara la reserva. Álvaro estaba emocionado con la idea de una cita con Maddie, sobre todo porque sabía que si ella había estado organizando todo eso era porque empezaba a superar lo que le había sucedido.
La noche de su cita, cada uno se vistió en su casa para sorprender al otro. Cuando Maddie bajó las escaleras hacia el portal, con su precioso vestido, su pelo suelto y su bolso en la mano, Al ya estaba abajo esperándola y un escalofrío le recorrió la espalda al pensar en lo preciosa que estaba después del infierno que había vivido. ¿Cómo había podido pensar alguna vez que era frágil? Él llevaba un traje gris oscuro, una camisa granate y una corbata a juego, pero lo que de verdad lo hacía atractivo era el brillo de sus ojos esmeralda al recrearse en la belleza de la mujer que se dirigía hacia él. Se había atrevido a traer un ramo de rosas porque sabía que Rain las pondría a buen recaudo en cuanto llegaran al restaurante.
Maddie soltó una risita casi infantil cuando se colocó frente a él y se puso de puntillas para darle un ligero beso en los labios.
—¿No crees que nos hemos puesto demasiado elegantes para prácticamente cruzar la calle?
Él sonrió también. ¡Cómo había echado de menos su risa! La tomó de la cintura y juntos caminaron los pocos metros que los conducirían hasta su destino. Mientras bajaban las escaleras que daban acceso al enorme salón del restaurante, la voz aterciopelada de Rain cantando Smooth operator, de Sade, los rodeó. Nada más entrar, los recibió su figura casi etérea sobre el escenario mientras sujetaba el micrófono, enfundada en un precioso vestido plateado y brillante, con zapatos de tacón a juego, su pelo corto y moreno solo adornado por unos pequeños cristales brillantes aquí y allá. Álvaro no podía dejar de mirarla orgulloso mientras retiraba la silla de Maddie para que ella se acomodara. No conocía a nadie, famoso o no, con el chorro de voz y la capacidad para cantar casi cualquier cosa que sabía que Rain poseía.
—Me encanta que hayamos salido —dijo Maddie una vez que estuvieron los dos frente a frente. Al le guiñó un ojo—. Gracias.
—No empieces con eso. Ya me ha dicho Rain que vas por ahí dando las gracias a diestro y siniestro. —Bajó la mirada sintiéndose avergonzado—. No es que yo me las merezca demasiado.
Ella extendió sus brazos sobre la mesa hasta alcanzar sus manos y las tomó entre las suyas.
—Álvaro, ya hemos hablado de eso. No te lo puse fácil.
Una vez que sus copas estuvieron llenas de vino, Al levantó la suya.
—Por los nuevos comienzos.
—Por los nuevos comienzos —brindó Maddie—. ¿Sabes? Ni siquiera me importa lo que le pase a Andrew. A medida que pasan los días, es como un mal sueño que se va desvaneciendo poco a poco.
—A mí sí me importa. No pararé hasta que lo vea pagar en la cárcel por todo lo que te ha hecho.
Maddie decidió que no quería que el fantasma de Andrew se sentara con ellos aquella noche en su primera cita de la nueva etapa que estaban empezando y enseguida cambió de tema contándole el último tropiezo de Sasha al arreglar su tostadora. Al rio a carcajadas, y su risa, fresca y sincera, acarició sus oídos. Llevaba toda la semana preguntándole cómo se había quemado las yemas de los dedos y acababa de descubrirlo.
El champán del postre encendió una luz especial en los ojos de ambos, que salieron a bailar como dos adolescentes en celo, locos por tener contacto físico, por sentirse, por embriagarse del aroma del otro. Maddie, apoyando su mejilla en el pecho de Al, sintió los latidos de su corazón, y él apoyó la suya sobre el pelo de ella y se empapó del olor a lilas de su perfume. Las manos de ella, que rodeaban su cuello, las de él en su cintura y el vaivén lento de sus cuerpos apretados fueron demasiado afrodisíaco y en un par de canciones los dos estaban deseando marcharse a donde pudieran estar solos y dar rienda suelta a lo que estaban sintiendo. Fue Maddie quien tomó la iniciativa cogiéndolo de la mano y se escabulleron entre el público hasta salir del local. Los besos empezaron en el portal, y el desatarse de las manos y los labios casi los deja sin respiración para subir los tres pisos hasta el apartamento de Maddie. A oscuras, en el primer rellano, Álvaro la aprisionó entre la pared y su cuerpo, colocando sus brazos como barrera para que no tuviera escapatoria posible, y la besó como si le fuera la vida en ello, como si jamás volviera a tener la oportunidad de hacerlo. Paseando las manos por su cuerpo, las dejó caer sobre la parte baja de su espalda entre ligeros jadeos provocados por la excitación del momento y la anticipación de lo que la noche les prometía. Ella correspondió, pero tiró enseguida de él entre risas deseando llegar a un lugar seguro. Una vez dentro del piso de ella, no fueron capaces de contenerse y, aterrizando sobre la alfombra del salón, se quitaron la ropa desesperadamente el uno al otro, como siempre. Álvaro, torpe con la cremallera, tuvo que pedirle que acabara de quitarse el vestido ella misma y se alegró enormemente, pues no recordaba haber visto una forma más sexy de salir de un vestido y de bajarse de unos zapatos de tacón. Él se dejó caer lentamente al suelo de espaldas, con ella encima, sin parar de pasear sus manos por su espalda, su cintura y sus caderas, para subir por fin hasta sus pechos. Perdió un poco más el ritmo de la respiración solo con mirarla desnuda sobre él, mientras se dejaba llevar por el huracán de sensaciones que la invadían al ver el rostro de Al, que hervía de deseo, sudoroso, hambriento, con las pupilas dilatadas y los labios entreabiertos. No dejaron de mirarse ni un instante, ambos inmersos en las caricias y el rostro del otro.
—Álvaro... —gimió ella suavemente sin poder articular palabra.
Al ya se había escondido en su cuello, en su pelo, paseó sus manos por su nuca y bajó por su espalda, entró en ella dulce y lentamente, y le permitió marcar el ritmo mientras sonreía junto a su oreja al notar que la excitación insoportable que se había apoderado de él no estaba siendo más benévola con ella, a juzgar por sus jadeos. Por lo demás, el silencio más absoluto reinaba a su alrededor y, si hubiera podido pensar, quizás se le hubiera ocurrido que esa noche todo estaba siendo distinto a las otras veces que se habían compartido el uno con el otro, más silencioso, más íntimo. Maddie se movía sobre él emitiendo unos gemidos apenas audibles, como si hubiera entrado en una especie de trance, ahora con los ojos cerrados. De repente, su cuerpo se volvió rígido por completo y se sacudió una y otra vez dejándose llevar por la sensación que se había forjado en su vientre y que amenazaba con hacerla estallar en pedazos. La respiración de Álvaro se volvió rápida y entrecortada, envuelto por aquel silencio, y apretó las caderas de Maddie con una fuerza que sabía que dejaría marcas, pero que no podía contener. Unos sonidos incoherentes, unos jadeos y el calor y la humedad que lo envolvieron de repente mientras sentía cómo el cuerpo de ella había decidido llevarlo consigo en su ascenso hicieron que sus movimientos también se volvieran erráticos y enterró su rostro entre sus pechos hasta que sus cuerpos decidieron volver a recuperar el control. Álvaro se dejó caer sobre la alfombra viendo cómo el cuerpo de Maddie se desplomaba sobre él con la respiración agitada, sin poder articular palabra. Ella se echó a reír y él le levantó el rostro con mirada curiosa.
—¿De qué te ríes?
—Esta vez no hemos conseguido llegar hasta la cama.
—Tranquila, esto solo ha sido el primer asalto.
Ella volvió a apoyar la cabeza sobre su pecho y respiró profundamente. Tenían todo el tiempo del mundo para estar juntos.
Cuando los primeros rayos de sol entraron por la ventana del dormitorio, Maddie abrió los ojos y se estiró, con cuidado de no despertar a Álvaro. Había algo que quería hacer desde hacía mucho tiempo, pero había estado tan ocupada que no había podido ponerse a ello. Fue a la cocina, y lo primero que hizo fue prepararse un café y abrir su portátil para escribir con una sonrisa en los labios: «Querido Daniel». Y le contó todo lo que no le había contado desde la última vez que le escribió, recordando cada momento, cada detalle, y dejando caer una lágrima al despedirse de él, como siempre, hasta el próximo mail:
Te seguiré contando cómo me va todo, porque tú sigues conmigo cada día, porque te llevo en mi corazón.
Con cariño, Maddie.
FIN