Hola, Daniel:
Sé que estás muy ocupado como para contestarme, pero, en serio, deberías conocer a mis nuevos amigos. Cuando me mudé con Andrew pensé que, en cierto aspecto, mi vida sería muy aburrida, todo el día en casa y con el peso de que seguía sin quedarme embarazada. Pero la verdad es que ellos están haciéndolo mucho más divertido. Tienes que conocer a Álvaro, es guapísimo y muy interesante, además, es muy creativo; de hecho, es ilustrador. Y a Sasha (ahora te pongo el enlace de Youtube para que lo veas). Es un fenómeno de las redes, y a Rain, a Brian... Te echo de menos. Ojalá estuvieras aquí.
Te quiero, Maddie.
Cuando cerró el ordenador, se asomó a la ventana un momento. Ese día sí que llovía y con bastante fuerza. Deslizó su dedo por el cristal persiguiendo una gota furtiva y luego otra, y otra, hasta que el sonido del timbre la interrumpió. Al abrir la puerta se encontró con el simpático rostro de Sasha, que venía empapado de la calle.
—Sasha, ¡cómo se te ocurre salir hoy!
—Estamos en Londres, cariño, si yo no saliera cada vez que llueve aquí, sería un monje.
—¡Pero está lloviendo a cántaros! —dijo ella invitándolo a entrar.
—¿Cántaros? ¿Qué tienen que ver los cántaros con la lluvia? ¿Y quién escribe los refranes en este país, ahora que estamos hablando de eso?
Maddie se echó a reír ante la ocurrencia.
—¿Querías algo?
—He olvidado mi llave —suspiró contrariado—. Y ahora tengo que esperar a que vuelva Álvaro de entregar sus dibujos.
Maddie miró el reloj. Aún era temprano, faltaban más de cuatro horas para que volviera Andrew, así que no le importaba que Sasha se quedara en casa. Eso sí, si Álvaro no volvía a tiempo, tendría que sacarlo de allí con alguna excusa. A su novio no le gustaba demasiado que ella tuviera una amistad estrecha con miembros del sexo opuesto.
—Cuéntame, ¿qué has hecho hoy?
—Pues nada, me ha fallado el invitado del karaoke. Quería ir a mi cuarto a grabar algunos chistes o algo para rellenar. ¿Tú no sabrás cantar?
—A mí no me mires. Ni se te ocurra subir nada mío a tu cuenta.
El silencio empezó a hacerse incómodo entre los dos y fue cuando Maddie decidió sonsacar un poco al ruso.
—Y dime, Sasha, ¿cómo conociste a Álvaro?
—No me acuerdo.
Ella lo miró sorprendida creyendo que le estaba tomando el pelo.
—En serio, no me acuerdo. Sé que estábamos tomando chupitos en un bar y a la mañana siguiente yo estaba en su piso, en el sofá. Por lo visto habíamos acordado compartir piso. No le preguntes a él, tampoco se acuerda.
Maddie meneó la cabeza como si quisiera averiguar cómo dos personas que jamás se habían visto amanecían un buen día viviendo juntas y llevaban...
—¿Cuánto hace de eso, Sasha?
—Eeeeh, déjame pensar —dijo mientras murmuraba algo entre dientes y contaba con los dedos de la mano—. Nueve años.
—¡Nueve años!
—Todo un récord, ¿verdad? Más de lo que duran muchas parejas. En Rusia la amistad es sagrada y Álvaro es un gran amigo. Lo da todo por la gente a la que quiere.
Maddie sonrió de nuevo.
—¿Tú crees que Rain y él...?
Sasha no la dejó terminar.
—¡Rain es casi una niña! Él la ve como la hermana pequeña que nunca tuvo.
—¿Eso crees?
—Eso me ha dicho él. La ha sacado de más de un apuro. Creo que, si no fuera por él, ahora estaría en la cárcel o algo peor. La calle es muy dura.
El sonido de la cerradura de la puerta de enfrente anunció que la conversación estaba a punto de finalizar sin que ella hubiera tenido tiempo de averiguar muchas más cosas por las que sentía curiosidad acerca de Álvaro.
—Creo que tu compañero acaba de llegar —le dijo.
—Sí. Me ha gustado hablar contigo —dijo tocándole el brazo ligeramente—. Eres una buena chica. Andrew no me gusta mucho.
Ella carraspeó antes de atreverse a decir:
—¿Perdona?
—No te lo tomes a mal, es como un ruso con una botella de vodka de las buenas en la mano, ¿sabes? La enseña y no deja que nadie beba —dijo con un acento que cada vez que hablaba de Rusia se le notaba más.
—Vaya... No se lo digas a él.
—No, claro. Si quisiera decírselo, ya lo habría hecho. Pero está contigo, Maddie. No voy a molestar a ningún amigo de Maddie.
Ella volvió a reír preguntándose cómo era que después de tanto tiempo en Inglaterra, y además siempre en las redes, con un programa de miles de seguidores, Sasha podía hablar aún con ese acento ruso tan exagerado.
Cuando acompañó al joven a la puerta, Álvaro estaba aún en el rellano cogiendo unas bolsas.
—¡Hola, Maddie! ¿Qué haces ahí, Sasha?
—He olvidado la llave y te estaba esperando.
—Maddie —dijo el joven dirigiéndose a ella—, creo que es muy posible que recibas una llamada de teléfono hoy con una oferta de trabajo.
No tuvo tiempo de decir nada más pues ella enseguida se lanzó a darle un abrazo.
—¡Gracias, gracias, gracias!
—Vale, vale. No sabía que tenías tantas ganas de trabajar.
—Estoy muy aburrida, ya te lo dije.
—Pues estate pendiente del teléfono porque me ha dicho Brian que necesitan a alguien con tu perfil y tienen tu móvil.
Todos entraron a sus respectivos apartamentos; Álvaro, con la seguridad de que esa Maddie, la que no estaba con Andrew a su lado, era mucho más abierta y feliz que la que iba con él a todas partes, solo que quizás ni siquiera ella se había dado cuenta.
Al día siguiente amaneció una mañana espléndida de sol, aunque en la tele habían dicho que seguramente al anochecer las temperaturas empezarían a descender en picado. Noviembre vendría frío, muy frío, y eso era lo que menos le gustaba a Maddie de vivir allí. Aunque ya se había logrado acostumbrar a levantarse con un cielo de sol brillante y descubrir al bajar a la calle que había empezado a llover a mares, echaba de menos un poco de estabilidad.
Ese día el tiempo no le importaba demasiado. Había recibido la llamada que Álvaro le había anunciado y había quedado en ir a la editorial donde trabajaba Brian para una pequeña entrevista. Así que se arregló, aunque no en exceso, y se lanzó a la estación de metro para estar allí lo antes posible.
El edificio era uno de esos modernos de la zona de la City, muy alto y elegante, aunque, según le había dicho Álvaro, el trabajo podría hacerlo desde su propia casa. Cuando empujó la puerta y entró a la recepción, Brian ya venía a buscarla. Era un hombre alto, delgado y con barba, con cara de buena persona, o eso le había parecido a ella desde el primer momento en que lo vio en casa de Álvaro, y tenía un gran sentido del humor, algo que cada vez apreciaba más en las personas. La saludó y la acompañó a un despacho en el que un hombre más mayor, de aspecto también afable, le hizo unas cuantas preguntas y tomó nota. Antes de despedirse le dijo que la llamarían ese mismo día, y con esa promesa se fue de vuelta a casa con los dedos cruzados.
Cuando abandonó la estación del metro, ya se había nublado por completo y una brisa fría confirmaba lo que el hombre del tiempo había vaticinado. A punto de abrir la puerta del rellano para entrar a su piso, se topó con Álvaro de sopetón.
—¡Hey! —saludó él—. ¿Alguna novedad?
—Aún no. ¿Dónde vas con esas cervezas? —preguntó señalando unas botellas que llevaba en una caja.
—¡Ah, solo has visto las cervezas! Pues también llevo unos sándwiches. Voy a almorzar a la azotea, si es que aún no ha empezado a llover.
—¡Hace frío!
—¡Bah! ¡Cómo se nota que no vives con un ruso! Si te oyera decir que esto es frío, se estaría riendo durante una semana. ¿Vienes? —le preguntó guiñando un ojo.
—¡Venga! —contestó echando a andar detrás de él.
Cuando subieron las dos plantas que los separaban de la azotea, al abrir la puerta Maddie se quedó totalmente sorprendida. Había una mesa de forja y madera, y varias sillas del mismo estilo, todo cubierto con un enorme plástico que Álvaro retiró para colocar lo que llevaba. Había varios tiestos grandes con plantas y una tira de bombillas, que atravesaba en forma de equis la parte alta.
—¡Guau! Parece una verbena. —Ella sonrió.
—Idea de Sasha, no se lo tengas en cuenta.
—No sabía que tuviéramos azotea —dijo ella y sentándose cogió la cerveza que él le tendía.
—Pues sí, amiga mía. Y como no sube nadie, el año pasado decidí hacerme aquí un rincón donde venir cuando las cosas me superan. A veces celebro algo, otras me compadezco de mí mismo...
—¡Venga ya! —Ella rio otra vez—. No te imagino sentado llorando por los rincones.
—Tienes razón, normalmente suelo venir a tomarme una cerveza a solas y a reflexionar.
El móvil de Maddie sonó de repente y ella apenas atinó a meter la mano en el bolsillo para contestar. Cuando por fin lo consiguió, la conversación fue breve y luego una despedida.
—¿Quién era? ¿Era por lo del trabajo?
—¡Síiiiiiii! —gritó ella lanzándose a abrazarlo.
—Tienes que dejar de hacer eso, un día lo vas a hacer delante de Andrew —dijo él con una sonrisa pícara en el rostro mientras ella se retiraba.
—No tiene gracia, Álvaro. Andrew es muchas cosas, pero es buena persona. Es cierto que lleva un poco mal lo de que tenga amistades masculinas y eso, pero en serio, es un buen tipo. Le debo mucho.
—Yo no he dicho que fuera mala persona, simplemente que eso es imponerle algo a alguien a quien quieres y en quien se supone que confías por encima de todo. Y déjame añadir que en una relación de pareja nadie debe nada.
A pesar de que sus palabras la estaban haciendo sentir un poco incómoda, en lo único en lo que podía fijarse en ese instante era en el color de sus ojos. No podían verse más bonitos que con aquella luz y su sonrisa, ¡ay, su sonrisa! ¿Cuántas mujeres se habrían perdido en ella? ¿Cuántas darían lo que fuera por tener esa oportunidad? Por un instante se permitió pensar en eso, pero enseguida lo apartó de su mente, aunque se disculpó a sí misma pensando que a pesar de que tenía pareja no se había quedado ciega.
—Brindemos por ese trabajo, ¿vale? Y ahora cuéntame las condiciones.
La puerta de la azotea se abrió y apareció Sasha con más cerveza saludando en ruso y vestido con una especie de mono que imitaba a un tigre, capucha que representaba la cabeza del animal incluida. Maddie soltó una carcajada en cuanto lo vio entrar.
—¿De qué te ríes? Estaba grabando.
—Exacto, Maddie, no sé por qué aún te sorprendes. ¿No tienes frío? —dijo con tono guasón solo para escuchar la respuesta.
—¿Frío? Esto en Rusia es un día de primavera, maldita nenaza —contestó y, bebiéndose la cerveza casi de un trago, relajó el ambiente hasta el punto en que ninguno quiso volver a su piso.