La mujer que fui

Cuando despertó a la mañana siguiente y salió del dormitorio, Rain estaba tomando un café en el salón mientras veía la tele, lo cual la sorprendió bastante pues a esas horas debería estar trabajando.

—Buenos días, bella durmiente —la saludó Rain con esa franca sonrisa suya.

—Buenos días. ¿Qué haces aquí? —dijo Maddie mientras se frotaba los ojos.

—Al me pidió que me quedara contigo hasta que él volviera de entregar sus trabajos. Sasha también tenía que ir a alguna parte.

Maddie levantó una ceja.

—¿Ahora tengo que llevar guardaespaldas? —Una mueca irónica le ensombreció el rostro.

—No, mujer, pero será mejor que no estés sola hasta que todo esto se relaje un poco. Al me ha contado lo de ayer. No tenía ni idea de que Andrew fuera un tío violento.

—No es violento —contestó ella inmediatamente—. Es cierto que tiene mucho carácter, pero siempre ha sabido controlarse.

—Pues por lo visto ayer casi traspasó el límite.

Maddie no contestó. Rememorando la escena que Andrew había montado el día anterior, no podía excusarlo de ninguna manera. Se metió en la cocina y salió de ella con una humeante taza de café para sentarse frente a Rain.

—Necesito encontrar un sitio para vivir. No puedo quedarme aquí mucho tiempo. Lo último que quisiera es provocarle problemas a Álvaro, después de todo lo que está haciendo por mí.

—Te diría que vinieras a vivir conmigo, pero ya sabes cómo es mi habitación, apenas quepo yo.

—Lo sé. Gracias. Miraré en Internet a ver qué puedo encontrar.

—¡Tengo una idea! ¿Y si buscamos algo para las dos? Nos saldría mucho más barato y no estaríamos solas. ¿No te gustaría?

Maddie sonrió:

—¿Tú y yo? ¡Pero si eres casi una niña!

A Rain no le gustaba nada que no la tomaran en serio.

—¡Eh, cuidadito! Seré más joven que tú, pero podría enseñarte muchas cosas.

—Déjame echar un vistazo y hablamos, ¿vale?

Rain asintió e indicó a Maddie que la siguiera hasta el cuarto de Sasha para usar su ordenador.

—¿No se molestará si entramos sin permiso?

—¿Sasha? ¡Qué va! Solo nos prohíbe la entrada cuando está grabando alguna de sus chorradas. Por cierto, ten cuidado porque hoy lo oí protestar diciendo que necesitaba material nuevo, lo que significa que hay que estar atentos. Cualquiera sabe lo que se le puede ocurrir.

Durante un buen rato las dos chicas navegaron por Internet mirando apartamentos que no quedaran muy lejos de allí y que no fueran excesivamente caros. Ninguna de las dos ganaba un gran sueldo, aunque les daba para pagar las facturas. Seleccionaron unos cuantos y después llamaron por teléfono para concertar las visitas. Afortunadamente, ese barrio se caracterizaba por la afluencia de turistas y gente de paso, lo que les facilitó enormemente la tarea.

—Debería ir a recoger mis cosas mientras Andrew está fuera, ¿no crees?

—¿Estás segura de que no está?

—Sí. A estas horas está trabajando.

—Venga. Entonces voy contigo y te ayudo. —Antes de que Maddie pudiera levantarse del sofá, Rain le cogió la mano—. ¿Cómo lo llevas? —preguntó preocupada.

—Mal, Rain, mal. Pero no pienso andar por ahí arrastrando penas. Él ha hecho mucho por mí, ha sido muy importante en mi vida, al parecer yo en la suya, no tanto. Creo que no fui objetiva cuando me enamoré de él. Fue ese tipo de amor que no te deja pensar con claridad.

—¿Es que hay más tipos? —preguntó Rain con una sonrisa cínica en los labios.

—Supongo que sí, pero yo no los conozco. Me entrego por completo a la otra persona, aunque tengo que reconocer que esta vez me he pasado. Poco a poco me fue absorbiendo y en menos de seis meses solo lo tenía a él. Decía que no necesitaba trabajar, que él ganaba suficiente para los dos, luego me fui a su casa un tiempo y empezó con la idea de tener un hijo.

—Sí que iba en serio.

—Lo peor es que yo estaba loca por él y por ser madre. Supongo que será cosa de las hormonas y el maldito reloj biológico. Todo me parecía perfecto. Estaría un tiempo cuidando al bebé y ya veríamos cuando fuera un poquito más grande cómo me organizaba para volver al trabajo. Todo tenía tanto sentido, Rain.

—Me lo imagino.

—Y él es posesivo, lo es con todo, con sus amigos, con su trabajo, conmigo... Yo lo sabía, lo que no hubiera imaginado en la vida es que podría engañarme con otra. Y si al menos hubiera sido amor... no sé cómo explicarlo. Si no hubiera sido un simple polvo de una noche de borrachera, creo que habría dolido menos. Ahora me siento como una mierda, como alguien a quien han dejado tirada por nada.

Cuando las lágrimas empezaron a brotar, Rain la abrazó.

—Tranquila. Todo pasará, ya lo verás. Date tiempo y no seas tan dura contigo misma.

—Debí haber guardado algo para mí porque ahora mismo siento que me he quedado sin nada.

Rain se levantó del sofá y le tendió la mano:

—¿Cómo que sin nada? ¿Y nosotros qué somos?

—Vosotros sois lo único bueno de toda esta historia. Ojalá os hubiera conocido antes. Seguramente, no hubiera hecho tantas tonterías.

Maddie le dio la mano y se levantó. Ambas se dirigieron al apartamento que hasta entonces había compartido con Andrew a recoger las pocas pertenencias de la joven. No pensaba llevarse absolutamente nada que él le hubiera comprado, lo cual redujo enormemente su lista. Metió algo de ropa, un par de objetos y sus enseres personales en una pequeña maleta y volvieron al piso de Al, en donde sorprendieron a Sasha, que estaba abriendo la puerta.

—¡Joder, qué susto! Tengo el corazón en el culo.

Las dos chicas estallaron en carcajadas.

—¡Querrás decir que tienes el corazón en la boca!

—¡No sé lo que quiero decir! ¡Me habéis dado un susto de muerte! Creí que era Andrew.

Los tres entraron al piso de Sasha y volvieron a salir enseguida para ir a ver los apartamentos candidatos a convertirse en el nuevo hogar de Maddie y Rain. Varias personas saludaron a Sasha en la calle y tuvo que firmar unos cuantos autógrafos por el camino, lo que le dio una idea a Maddie de la popularidad de la que gozaba su amigo en la ciudad.

Después de tres pisos, finalmente tanto Maddie como Rain se enamoraron literalmente de uno que visitaron dos calles más abajo, justo frente a un Starbucks. No era muy grande, pero constaba de dos dormitorios, un baño, una cocina independiente y, la estrella del lugar, una terraza a la salida del salón, que no tendría más de veinticinco metros cuadrados, pero donde las dos amigas ya se habían imaginado a sí mismas mientras tomaban el sol –los pocos días en que eso era posible en Londres–, o cenaban relajadamente al aire libre. Sasha tuvo que pagar la fianza y un mes por adelantado para que sus amigas no perdieran la oportunidad. A la hora de comer, se metieron en el pub al que solían ir a menudo, donde por primera vez se habían reunido todos a tomar unas cervezas hacía ya más de tres meses.

Álvaro no se alegró demasiado de que hubieran encontrado algo tan pronto.

—No te vas a ir de aquí hasta que las cosas se hayan calmado. Todavía falta ver la reacción de Andrew cuando descubra que te has llevado tus cosas.

Maddie sabía que tenía razón. Pronto Andrew volvería del trabajo y sabía perfectamente dónde encontrarla. Le daba miedo que provocara algún altercado serio con sus amigos. Y no andaba mal encaminada, algo que descubriría esa misma tarde.

Tres golpes secos y contundentes retumbaron en los oídos de Maddie y saltó del sofá. Álvaro se levantó también y, tomándola de la mano, le indicó que se sentara. Sabía que era Andrew y no iba a permitir que entrara a su casa. Esa vez no iba a arriesgarse.

Cuando abrió la puerta, un Andrew fuera de sí le dijo con tono irónico:

—Vaya, así que ahora te has puesto en el papel de héroe —dijo en actitud desafiante.

—Andrew, no quiero discutir contigo. ¿Qué quieres?

—No me vas a impedir hablar con Maddie. ¿Acaso se ha mudado aquí?

—No vas a hablar con ella mientras esté yo, que te quede claro. Y no, no se ha mudado aquí.

Andrew estaba a punto de perder el control, sudaba y casi no acertaba a articular palabra.

—No te vas a salir con la tuya. Es mi mujer.

—No es tu mujer —dijo Al firmemente y cerrando de un portazo dejó a Andrew a oscuras en el rellano.

Cuando entró de nuevo en su salón, Maddie estaba nerviosa dando vueltas por la estancia.

—Álvaro, tendré que hablar con él tarde o temprano.

—Cuando se tranquilice. No sé de lo que sería capaz ahora mismo.

—No quiero causarte problemas, de verdad —dijo entre sollozos.

Álvaro la apretó contra su pecho.

—No me causas ningún problema. Para eso están los amigos. Deja que se calme un poco y luego habla con él. Creo que lo que le pasa es que estaba convencido de que no te ibas a enterar de su infidelidad y no esperaba nada de lo que ha pasado después.

Era bastante tarde cuando Sasha entró en casa tarareando una canción y saludó a Álvaro, que estaba tumbado en el sofá cambiando compulsivamente de canal con el mando a distancia.

—¿Aún despierto?

—Sí —contestó él sin prestar demasiada atención.

—Adivina a quién le han dado las llaves de una preciosa y enorme cabaña en el Lake District —dijo señalándose a sí mismo con las dos manos.

—¿Quién puede fiarse de ti hasta ese punto? —contestó Al en tono burlón.

—Eso no te lo voy a decir. Pero te diré que es alguien muy famoso y que ha sido idea suya. Me lo ha ofrecido nada más acabar la entrevista.

—¿A cambio de qué?

—¡Eres un desconfiado! —Carraspeó un momento—. Bueno, a cambio de que le presente a un par de youtubers que le gustan.

—¡Lo sabía! No es un precio demasiado alto. ¿Y cuándo te vas?

—Nos vamos.

—¿Nos vamos? ¿Quiénes?

—Tú, yo, Maddie y Rain. Y, si quieres, puedes decírselo a Brian, pero a nadie más.

—No puedo irme de la ciudad cuando a ti te parezca, tengo trabajos que entregar.

—No se trabaja en Navidad. Cualquiera puede coger un par de días libres por esas fechas. Aún te quedan dos semanas. Puedes acabar lo que tengas pendiente.

De repente, en la mente de Álvaro empezaron a aparecer razones por las que esa idea no era para nada disparatada. Estarían en el campo, relajados y lejos de Andrew, que era lo que más le preocupaba en esos momentos.

—No sé si Rain podrá conseguir días libres en plenas fiestas.

—¡Oh, vamos! Ni que fuera Madonna. Claro que podrá. Que le pida a alguna amiga que cante por ella esas noches. ¡Venga, hombre! Campo, cabaña, chimenea... Ni en tus mejores sueños hubieras imaginado unas navidades así.

Quizás no fuera mala idea después de todo, aunque con el tiempo que solía hacer por esas fechas en Londres, probablemente no podrían salir de la cabaña por culpa de la lluvia o de la nieve. Esa idea lo atrajo aún más. Ya podía verse a sí mismo sentado junto a la chimenea encendida, disfrutando de una copa de vino mientras Sasha preparaba la cena y las chicas charlaban. Con aquella imagen en la mente se quedó dormido.

Cuando despertó por la mañana, escuchó a alguien en la cocina y el aroma del café recién hecho acabó de despertarlo. Hacía bastante frío y llovía con fuerza. Se acercó un instante a la ventana y abrió la cortina para ver la calle prácticamente desierta debido a la lluvia.

—Buenos días —dijo Maddie entrando en el salón con su taza de café prácticamente envuelta por sus manos en un intento por atrapar el calor que desprendía—. ¡Menudo frío hace hoy!

—Ya lo creo. ¿Hay uno de esos para mí? —preguntó señalando el café con la barbilla.

—¡Claro! Acabo de hacerlo.

El joven se dirigió a la cocina y volvió con una taza en la mano.

—Álvaro, quiero hablar contigo.

—Adelante —dijo dando un sorbo a su café.

—Rain y yo nos vamos a mudar hoy. Vendrá dentro de un rato.

—Maddie... —interrumpió Al.

—Lo sé. Lo sé. Pero tarde o temprano tendré que hacerlo, y enfrentarme a Andrew también. No podré evitarlo siempre. Álvaro —dijo entonces sentándose frente a él en el sofá—, yo no soy la mujer que tienes delante. Siempre he sido muy independiente, ¿cómo si no hubiera venido a parar aquí desde España? Me enamoré y cometí el peor de los errores, moldearme por completo para adaptarme a otra persona. Tengo que recuperar a la Maddie que fui, y para eso tengo que cerrar este capítulo de mi vida.

Él la escuchaba atentamente y, aunque le hubiera gustado tener la seguridad de que Andrew no le iba a dar un quebradero de cabeza a Maddie, sabía que tenía toda la razón. Le puso la mano en la mejilla y le preguntó:

—¿Estás segura?

—Sí. Da igual hoy que dentro de una semana o dos, tengo que enfrentarme a ello.

Maddie se fue a la habitación de Álvaro a recoger sus cosas y una hora más tarde ella y Rain salieron juntas de allí, cada una con su equipaje y llevando un paraguas que, según podía ver Álvaro desde su ventana, no iba a ser de demasiada utilidad. Rain había comprado un cartel de latón donde podía leerse «HOGAR, DULCE HOGAR», que era lo primero que pensaba colgar en la entrada de su nuevo apartamento porque presentía que iba a ser su casa durante mucho tiempo.