¡Vacaciones!

Querido amigo:

No quisiera tener que contarte todo lo que me ha sucedido en las últimas semanas. La convención de la que te hablé fue una mierda total. Al principio, todo muy bien, muy divertido. Cena, copas con otras chicas, y ese tipo de cosas que hacen que abandones un poco la rutina. Pero Andrew también encontró la forma de hacer más soportable su asistencia al evento: se acostó con otra. Ya sé lo que estarás pensando, te conozco demasiado bien y sé que Andrew no te hubiera gustado. Ahora mismo ni siquiera entiendo cómo no lo vi antes, si todas sus relaciones habían empezado y acabado de la misma forma. Por supuesto, lo hemos dejado, pero eso no quita que me sienta fatal. Aparte de traicionada, siento que he perdido un tiempo precioso engañándome a mí misma, mimetizándome con alguien que no me quería a mí, sino a la persona en la que me quería convertir. Lo único bueno de todo esto es que creo que por fin vuelvo a querer se yo. Te necesito aquí, lo sabes.

Con mucho cariño, Maddie.

Maddie apenas podía creer que las cosas le estuvieran yendo tan bien. Trabajar desde casa estaba siendo mucho más satisfactorio de lo que había pensado, y eso que ya había visto cómo lo hacía Álvaro y sabía más o menos lo que se iba a encontrar. No le pagaban mucho, pero le daba para vivir y pagar sus facturas. Y compartir casa con Rain estaba resultando una tarea bastante sencilla. Rain se levantaba más tarde que ella y para ese momento Maddie ya había trabajado un buen rato; desayunaban juntas y recogían un poco la casa y la chica se marchaba al restaurante, lo que volvía a darle a Maddie tiempo más que de sobra para trabajar. Nadie le imponía un horario, y acudía cuando ella quería, ya fuera de día o de noche. En una semana había recuperado la esperanza y la ilusión por volver a ser quien era.

Aquella tarde regresaba de comprar algunas cosas en el supermercado cuando al abrir el portal se encontró de golpe con Andrew apoyado contra la pared de la entrada. Dio un respingo, pero sorprendentemente pudo mantener la calma, algo que jamás hubiera imaginado. Fue él quien habló primero.

—No quería asustarte. Solo quería hablar contigo. —Su tono era conciliador.

—Aquí estoy —dijo ella soltando las bolsas en el suelo.

—¿No podemos hablar en cualquier otro sitio? Aquí no vamos a tener mucha intimidad.

Maddie volvió a coger las bolsas del suelo y pensó que lo mejor sería volver a salir y buscar alguna cafetería donde estuvieran a la vista de todo el mundo. Después de los últimos encontronazos no confiaba lo más mínimo en las intenciones de quien había sido su pareja hasta hacía más o menos un mes. Una vez sentados en la cafetería, Andrew volvió a la carga.

—Siento mucho todo lo que ha pasado. Sé que te he hecho mucho daño y nunca fue esa mi intención.

—Te voy a decir lo que más me duele de todo esto. Aparte de que te acostaras con otra, borracho o no, importándote así una mierda lo que había entre nosotros, lo que más me ha dolido es que me lo hayas ocultado.

—Maddie... Quise decírtelo tantas veces —dijo él disculpándose—. Pero nunca encontraba el momento. Cada vez que creía que sería una buena ocasión para hablar contigo, me imaginaba todo lo que sucedería después y no podía soportarlo.

—No me merecía esto —dijo ella con sus párpados bañados de lágrimas—. Tú mejor que nadie sabes lo que me costó abrirme a ti. He compartido contigo cosas que jamás le he contado a nadie. Eso es más que el amor o el sexo, es confianza.

Andrew suspiró y miró hacia la cristalera de la calle. Luego volvió a mirarla fijamente.

—Sé que no me lo merezco, sé que lo he hecho todo mal y que ha sido demasiado como para que puedas perdonarme, pero al menos me gustaría que no acabáramos así.

—Andrew... Déjame preguntarte algo: si no lo hubiera visto con mis propios ojos, ¿me lo hubieras dicho?

Él apartó de nuevo la mirada, incapaz de contestar.

—Lo sabía. Nunca me habían hecho algo así. Eras lo que más quería en el mundo. Lo di todo por ti. Eres la única persona que lo sabe todo sobre mí.

Andrew no sabía qué decir. Todo lo que ella le estaba reprochando era verdad, y su comportamiento durante y después de que ella lo descubriera también había dejado mucho que desear. Hasta a él le parecía demasiado pedir que siguieran siendo amigos.

—Solo puedo decir que lo siento y que espero que la próxima vez que te enamores lo hagas del hombre correcto.

—Eso va a tardar mucho en suceder, créeme.

—Me gustaría que todo hubiera sido de otra manera.

Maddie tomó el último sorbo de su taza, se limpió de nuevo las lágrimas y se levantó dispuesta a coger sus bolsas y marcharse. Esa vez Andrew no la detuvo, simplemente se quedó allí sentado contemplando cómo ella abandonaba el local.

Cuando le contó lo sucedido a Rain durante el rato que volvían a coincidir a la hora de comer, la chica se lo pensó un instante antes de preguntar:

—¿Crees que no te va a molestar más?

—Espero que no, la verdad. No tenía la misma actitud que las otras veces que ha querido hablar conmigo. Estaba calmado, arrepentido. Creo que ambos nos hemos dicho todo lo que nos quedaba por decir.

—¿Serías capaz de perdonarlo? —preguntó Rain intrigada.

—No —contestó ella rotundamente—. No sé si la palabra correcta es perdonar. Jamás podría volver a confiar en él, ni siquiera como un amigo más. Los amigos no se hacen daño.

—¿Y si cambiamos de tema? ¿Has podido arreglar lo de los días libre para Navidad?

—No hay problema. Estoy trabajando como una loca. Puedo permitirme descansar unos días. ¿Y tú, hablaste ya con tu jefe?

—Sí. Me dijo que me contestaría en un par de días, así que espero que hoy me diga algo, aunque no creo que haya problema, Sasha le iba a presentar a otra chica que podría actuar por mí.

—¡Ay, Sasha! Con lo pirado que está y que no podamos vivir sin él.

—Es un buen tío, créeme.

—Lo sé.

Como cada día, después de comer, Rain volvió a su trabajo y ella al suyo durante un buen rato, y en ese momento con más motivo aún pues quería quitarse de encima todas las correcciones que pudiera. Le apetecía mucho pasar unos días entre amigos, cocinando, charlando, quizás, con un poco de suerte, hasta podrían dar algún paseo por el bosque. Necesitaba tanto llenar sus pulmones de aire fresco, de vida nueva, de ilusión... Ahora que parecía que su relación con Andrew había acabado del todo y que no tendría que volver a verlo nunca más, por fin se sentía libre. Se levantó y vio que de nuevo había empezado a llover, lo que tiró por tierra sus planes de salir a correr por el parque. Echó un vistazo a su móvil. Nada. Envió un par de mensajes a Álvaro y, al cabo de unos minutos, él contestó.

Alvaro: «¿Aburrida?».

Maddie: «Hoy hablé con Andrew».

Lo siguiente que escuchó fue el timbre de su móvil. Era Álvaro.

¿Estás bien? ¿Quieres que vaya?

—Tranquilo, estoy bien. Creo que necesitaba mucho esa conversación.

Si necesitas algo, ya sabes dónde estoy.

—Lo sé. Gracias.

¿Vienes el jueves entonces?

—¡Por nada del mundo me lo perdería!

Te esperamos en casa. Un beso, preciosa.

—Gracias por llamar.

El jueves llegó como lo hacen todas las cosas buenas de la vida: lentamente, haciéndose rogar, como si no tuviera intención de aparecer nunca. Pero llegó finalmente y, por la tarde, los cuatro colocaron sus respectivas bolsas de viaje en el maletero y emprendieron la marcha hacia su aventura navideña particular. Tardaron más de tres horas en llegar, y un buen rato más en encontrar la cabaña, donde por fin aparcaron el coche. Para sorpresa de todos no llovió durante todo el camino, lo cual era de agradecer.

El primero en entrar y empezar a encender luces fue Sasha. Si por fuera no se veía demasiado grande, por dentro la cabaña era bastante más amplia de lo que parecía a simple vista. Los recibió un salón con un sofá y un par de sillones frente a una gran pantalla de televisión, y una gran mesa alargada con sillas junto a la ventana que daba a la calle. Todo de estilo muy rústico, con vigas de madera que adornaban el techo y dos enormes lámparas negras de forja que arrojaban luz sobre la estancia. La cocina estaba incorporada en la estancia, separada por una barra con varios taburetes, y en una de las esquinas una chimenea prometía más de un momento acogedor. Rain, que parecía una cría, entraba y salía de las habitaciones, una vez que hubo dejado su mochila en el suelo.

—¡Cuatro dormitorios y todos con baño! —gritó dando saltitos a los que se unió Sasha.

—¡Pues claro! ¿Qué esperabas? No os iba a invitar a un cuchitril.

—Venga, que cada uno escoja un cuarto —dijo Álvaro sin poder esconder su curiosidad y se adentró en el pasillo, que dejaba los dormitorios uno a cada lado—. ¡Me quedo con este! —dijo lanzando su equipaje sobre la cama de la primera habitación.

—¡Y yo aquí! —dijo Maddie desde la habitación de enfrente.

Rain y Sasha se quedaron cada uno con una de las restantes y se dirigieron a la cocina. Antes de abrir el frigorífico, Sasha soltó henchido de orgullo:

—Si todo va bien, debe estar a rebosar de comida.

Y acto seguido lo abrió para mostrar que no exageraba lo más mínimo.

—Y... —dijo haciendo un redoble de tambor— venid al salón.

Todos lo siguieron y les mostró un par de cajas muy bien embaladas, que pasaban desapercibidas, justo a un lado de la puerta de entrada. Se miraron unos a otros interrogantes hasta que él añadió:

—¡Árbol de Navidad, joder! ¡Y adornos!

Un enorme «Ooooooh» inundó la habitación.

—¿Lo montamos? —preguntó con la mirada de un niño ilusionado.

—No tenemos nada mejor que hacer. Preparamos unos sándwiches y nos ponemos a ello. ¿Qué os parece? —sugirió Rain.

—¡Genial! —añadió Maddie y le dio un enorme y caluroso abrazo a Sasha, que fingió avergonzarse—. Gracias, Sasha. No me puedo imaginar una Navidad sin árbol.

—Puedes seguir agradeciéndomelo hasta que te canses —dijo él, burlón, a lo que ella respondió dándole una palmada en el hombro y añadiendo:

—De ilusiones también se vive.

Entre todos prepararon unos cuantos sándwiches y abrieron una botella de vino que tardaron poco en apurar, mientras rasgaban las cajas y sacaban el contenido. Sasha encendió la chimenea y las llamas empezaron a chisporrotear mientras la leña que ardía crujía a la par. Un árbol relativamente grande, tiras de luces, guirnaldas y adornos variados, todo en tono plata y blanco. En menos de una hora, apagaron las luces del salón para simular un encendido oficial del árbol que ya habían montado y, cuando las guirnaldas iluminaron la estancia, todos aplaudieron y brindaron dando por inauguradas las primeras fiestas navideñas que pasarían juntos. Aún era día 22, y estaban agotados por el viaje y las emociones, así que, para medianoche, todos se habían recluido en sus habitaciones para descansar tras decidir que, obviamente si el tiempo lo permitía, al día siguiente saldrían a hacer senderismo por los alrededores.

A la mañana siguiente un frío desolador invadió la cabaña. La chimenea se había apagado y al parecer tendrían que haber encendido los radiadores para que se aprovechara el agua caliente toda la noche. El primero en notarlo fue Sasha, que se despertó al tener la nariz helada por ser lo único que sobresalía de la ropa de cama. Se levantó y se lio el edredón mientras castañeaba los dientes camino del salón para volver a encender el fuego. Los demás, o no se habían dado cuenta, o no habían tenido el valor suficiente para levantarse. Sasha recuperó el calor junto al fuego y puso en marcha de nuevo la calefacción antes de reunir las fuerzas necesarias para quitarse el edredón y preparar café. Cuando el aroma del negro brebaje inundó el salón y se coló por las rendijas debajo de las puertas, el resto de los habitantes de la cabaña empezó a aparecer uno a uno. Primero Rain, que incluso venía haciendo el gesto de querer atrapar todo el aire que oliera a café, luego Álvaro, que salió con su camiseta de deporte y su pantalón de felpa, y apartó a Rain del camino a la cafetera, y por último Maddie, que se tiró sobre el sofá medio dormida pidiendo que alguien fuera tan generoso como para prepararle una taza.

Después de desayunar, y viendo que a pesar del frío no había caído ni una gota de agua ni un miserable copo de nieve para adornar sus primeras fiestas juntos, salieron mochilas a cuestas a explorar los alrededores, cargados con vino y bocadillos por si no regresaban a la hora de comer. Sasha estaba exultante, en toda su salsa, ejerciendo de anfitrión del resto, seguido de cerca por Rain. Algo más atrás los seguían Álvaro y Maddie.

—¿Has dormido bien? —preguntó él, echándole el brazo por los hombros.

—Sí. Deja de preocuparte por mí.

—No estoy preocupado —contestó con media sonrisa.

—Lo que tú digas.

Se apresuraron para alcanzar a sus dos amigos, que no paraban de admirar el paisaje verde y espeso. Sasha iba grabando de vez en cuando. La idea era llegar hasta el lago, descansar y comer allí, y después volver para pasar la tarde en la cabaña. Charlaron, rieron y escucharon varias anécdotas de Sasha que los dejaron con la boca abierta. Siempre conseguía no ser uno más, quizás por ello tenía tanto éxito en lo que hacía, y eso que había empezado hablando solo en su cuarto delante de un ordenador.

El color gris plomizo del cielo y el frío que traspasaba sus chaquetones y botas de montaña presagiaban una nevada que no iba a tardar en llegar, así que, en cuanto comieron y se hicieron unas fotos, emprendieron el camino de vuelta para estar en la cabaña antes de que empezara a nevar. Un calor acogedor, que todos agradecieron, los recibió al abrir la puerta. A pesar de los gorros y la ropa de abrigo, tenían las mejillas y las narices rojas como pimientos. Se dirigieron a sus respectivos cuartos para quitarse toda aquella ropa y ponerse cómodos. Las chicas se echaron a reír al encontrarse en el pasillo ambas en pijama, y Sasha se unió a ellas con su pijama de Spiderman. El único que, al parecer, no usaba pijama era Álvaro, que se había vuelto a colocar su pantalón de felpa y su camiseta.

—Veo que no pensáis ir muy lejos hoy. —Se echó a reír cuando los vio a todos como si fueran a meterse en la cama.

—Claro que no vamos a ir a ningún sitio. Hoy voy a preparar una maravillosa cena especial —informó Sasha.

—¡Qué bien! ¡Te ayudaremos! —se ofrecieron casi al unísono.

—De eso nada. Nadie va a meter las manos en mi comida especial. Ya podéis estar buscando algo para entreteneros.

Álvaro, que se había ido acercando al sofá que había frente a la tele, se sentó y con un par de movimientos bruscos sacó el asiento en el que se había colocado:

—¡Hey! Es de los que se amplían. Ven, Maddie, siéntate y saca el otro asiento.

Maddie hizo lo que le había dicho y, como si se hubieran leído la mente, se tumbaron unos frente a otro.

—¡Qué pasada! Podemos ver una peli mientras Sasha cocina —dijo mientras miraba cómo Álvaro le masajeaba los pies—. ¡Oooooooh, qué gustazo! No es buena idea estrenar botas el día que se hace una ruta tan larga.

—Si te molesta, paro —dijo él con sonrisa burlona.

—Si paras, te quedas sin dientes de una patada.

—¡Joder, qué agresiva! —dijo echándose a reír.

Al cabo de un rato el olor del asado de Sasha inundó la estancia y despertó en todos ellos los mejores recuerdos de su infancia. Mamá, en la cocina; toda la familia, que entraba y salía, ponía la mesa; los críos, que jugaban, el árbol de Navidad...

—Nunca deberíamos dejar de ser niños —suspiró Maddie.

—No te pases —protestó Rain hecha un lío en el sofá de al lado—. Ser un crío está bien, pero no me negarás que ser independiente y poder hacer tu vida está mucho mejor.

—Bueno, para lo que algunos hacen con sus vidas, igual no merece la pena crecer... —añadió Maddie con tono triste.

Álvaro, que a esas alturas ya estaba concentrado en un documental sobre imágenes por satélite, añadió:

—¡Eeeeh! Hemos venido a divertirnos, ¿vale? No quiero penas. ¡Sasha! Pon aquí unas copas de vino, a ver si emborrachamos a Maddie y se alegra de una vez.

Sasha no tardó en aparecer con una bandeja con copas de vino y picoteo, lo que consiguió que los demás enseguida se incorporasen en sus asientos para dar cuenta de la opípara cena.

—¡No comáis mucho! Tenéis que probar todo lo que estoy preparando.

Rain se preguntaba por qué tanta cantidad de comida si solo estaban ellos cuatro y, además, esa no era «la noche», al día siguiente sería Nochebuena y entonces sí que hubiera entendido tanto follón.

—¿No crees que te estás pasando un poco, Sasha? —se atrevió a preguntar.

—Tú calla y bebe. Ya me lo agradecerás.

Al cabo de un rato colocaron el mantel y unas cuantas velas encendidas repartidas por toda la mesa, junto con la vajilla y los cubiertos. Cuando Sasha empezó a traer platos con comida, se sentaron y esperaron que no faltara ninguno para probarla.

Rain se lanzó de cabeza a por un filete ruso, que era lo que más le gustaba de lo que veía, mientras que Álvaro optó por una croqueta que olía a gloria. Maddie se decantó por el filete.

—Adelante, probadlo. Vais a flipar.

Empezaron a cortar la comida y Rain puso los ojos en blanco antes de gritar, mientras él intentaba disimular las carcajadas escondido tras su servilleta:

—¡Pero Sasha, qué coño es esto! Parece... —decía mientras seguía cortando su filete y descubría una especie de fibra verde—. Pero qué... ¡Es un puto estropajo! —gritó al fin—. ¿En serio has empanado un estropajo?

—¿Y de qué son las croquetas? ¿Es...? —Al intentaba formular la pregunta mientras se sacaba un trozo de croqueta de la boca y lo ponía en la servilleta para observarlo—. ¿Es un corcho? ¡Un corcho, Sasha!

Maddie enseguida empezó a cortar su filete para comprobar que era exactamente lo mismo, un estropajo, aunque en su caso de color azul. A esas alturas Sasha ya no podía parar de reír y les decía a los demás que saludaran a la cámara que había escondido en un rincón del techo. Lo siguiente que recibió fue una ducha de su propia comida de pega.

—¡Parad, parad! El asado es bueno —gritaba intentando esquivar las croquetas.

—Pues si es bueno —dijo Rain entrando a la cocina a por la bandeja que contenía el asado—, ya lo puedes estar probando tú primero. —Y le dio el cuchillo y el tenedor sin quitar la vista de encima. Los demás esperaban divertidos.

—Os encantaría que fuera de pega también, ¿verdad? —preguntó el otro sin dejar de reír. Se sirvió un trozo de carne y lo cortó para luego metérselo en la boca y saborearlo como si hubiera probado un trozo del mismo cielo. Rain estaba a punto de servirse un trozo cuando Álvaro le advirtió:

—Espera cinco minutos, puede que lleve picante o cualquier otra cosa.

—No lleva nada. Esta es la cena de verdad. Podéis comer.

Ellos se miraron y se atrevieron a servirse un poco de carne y verdura asada en el plato sin dejar de mirar a Sasha por si mostraba alguna reacción extraña. Finalmente, todos degustaron el asado que, efectivamente, era de los mejores que habían probado nunca. Charlaron, bebieron y brindaron, e incluso se rieron de la ocurrencia de su amigo. Cuando empezaron a recoger la mesa, Sasha dijo casi en un susurro:

—Puede que le haya añadido un poco de laxante al asado.

Álvaro soltó la bandeja y se fue hacia él en actitud amenazante mientras Sasha caminaba lentamente hacia atrás:

—¡Es broma! ¡Es broma! ¿No ves que yo también he comido lo mismo?

Al se detuvo y dio por buena la explicación, aunque quizás no llegarían a saber la verdad hasta la mañana siguiente, cuando quisieran ir al cuarto de baño.

Una vez sentados frente a la tele, decidieron ver una película y, como era habitual por esas fechas, emitían Love actually en uno de los canales.

—¡Deja esa, Sasha! —dijo Rain—. Me encanta esa película. La habré visto unas diez veces y nunca me canso.

Rain en su sillón, totalmente estirada gracias a una plataforma que salía de debajo de su asiento, al igual que Sasha, y Álvaro y Maddie en el mismo sofá, aunque esa vez ella delante de él, los dos con los pies en la misma dirección, se perdieron en la película hasta que terminó. Para entonces, los del sofá se habían quedado dormidos como dos marmotas tal y como estaban, ella delante y él detrás. Álvaro había pasado un brazo por debajo del cuello de Maddie y el otro descansaba plácidamente sobre su costado. Sasha y Rain se miraron y se entendieron perfectamente sin hablar: podía ser que la idea de que hubiera algo entre Al y Maddie algún día no fuera del todo descabellada. Antes de meterse en sus habitaciones, asomaron la nariz a la ventana para descubrir que había empezado a nevar y que ya había cuajado una buena cantidad de nieve:

—Esto solo significa una cosa —susurró Sasha—. ¡Guerra de bolas de nieve!

—Jajajaja. ¿Cuántos años tienes, Sasha? ¿Catorce?

El joven sonrió triunfal y echó a andar de puntillas hacia el pasillo de los dormitorios seguido por una Rain que se preguntaba si lo mejor de él no sería precisamente que no pensaba madurar nunca.

Por la mañana, Álvaro abrió los ojos lentamente y necesitó un momento para ubicarse, no demasiado, pues el olor a vainilla del pelo de Maddie le hizo caer enseguida en la cuenta de que no se habían ido a dormir a sus respectivos cuartos. Intentó sacar el brazo de debajo de su cuello sin despertarla, pero ella enseguida se removió y murmuró un «no» apenas audible, así que optó por esperar unos minutos más. Observó unos instantes a la chica, ahora que sería imposible que se diera cuenta, y pensó que Andrew no estaba en su sano juicio por haberla dejado escapar. Hay muy pocas personas en el mundo que pongan toda la carne en el asador a la hora de mantener una relación, sin importarles siquiera perderse a sí mismos en el intento. Y él ya sabía que Maddie era una de ellas. Cuando oyó que de nuevo su respiración se había relajado y dormía profundamente, se soltó de ella con toda la paciencia de que fue capaz y fue al cuarto de baño de su dormitorio, pasando antes por la ventana del salón para descubrir que fuera todo estaba blanco como en una postal navideña. «¡Fantástico! ¡Guerra de bolas!», se dijo a sí mismo sin poder evitar sonreír mientras repasaba su móvil dando tiempo a que Maddie se levantara. Si entraba en ese momento a preparar el desayuno, seguramente la despertaría, y lo que más necesitaba era dormir y relajarse. Estuvo un buen rato mirando sus redes y enviando unos cuantos mensajes a sus amigos, con fotos del paisaje que los rodeaba tomadas desde su ventana, hasta que el sonido de movimiento en la cocina le indicó que sería un buen momento para entrar. Si no era Maddie, sería otro de ellos y la habría despertado. Desayunaron todo lo rápido que pudieron ansiosos por salir fuera a disfrutar de la nieve.

El primero en hacerlo fue Álvaro, que llamó a Sasha con urgencia, como si le pasara algo. Sasha se lanzó al exterior a ver qué sucedía y recibió la primera bola de nieve en el pecho.

—¡Oh, no! No debiste haber hecho eso, amigo —dijo mientras cogía nieve para formar una bola y Álvaro se alejó a parapetarse en la arboleda.

—No huyas, cobarde. Te voy a dar de todas formas —gritó echando a correr tras él.

Las chicas salieron también y Maddie lo primero que hizo fue coger un puñado de nieve y lanzárselo a Rain, que ya preparaba su bola para ella. Huyeron también hacia la arboleda y recorrieron todos los alrededores tirándose bolas de nieve y riendo a carcajadas, y Sasha de vez en cuando grababa algunas imágenes en vídeo, hasta que ya no pudieron más y volvieron a la cabaña. Cuando Maddie iba a abrir la puerta para entrar, Sasha la interrumpió.

—¿Qué haces? ¡Ahora hay que hacer un muñeco de nieve! —exclamó con el entusiasmo de un crío. Rain enseguida empezó a acumular nieve para montar el cuerpo y en un rato tuvieron un guardián de nieve junto a la puerta de la cabaña, con escoba y zanahoria como nariz. A falta de sombrero, Sasha le puso uno de sus gorros de lana y se hicieron varias fotos junto a él, como si fuera uno más del grupo. Cuando volvieron dentro era ya hora de preparar algo para comer. Se sirvieron unas copas de vino y empezaron a preparar aperitivos fríos.

—No toquéis lo que hay en la parte de debajo del frigo —advirtió Sasha—, es el pavo para esta noche.

—Ni se te ocurra... —empezó a hablar Álvaro, pero su amigo lo interrumpió.

—¿Cuándo me has visto repetir broma? —le preguntó con mirada segura, lo que, en cierto modo, tranquilizó al joven.

Después de comer, ya sentados frente a le tele, Rain sugirió que sería un buen momento para hacer algo divertido. Pasaron por jugar a las películas, al Pictionary y acabaron jugando a la botella mientras disfrutaban de la merienda. Sasha, como siempre, inauguró el juego. Quien fuera el objetivo de la botella podía elegir entre contestar una pregunta, dar un beso o hacer algo que los demás le indicarían. Sasha hizo girar la botella y esta apuntó claramente a Maddie.

—¿Qué eliges, Maddie? —preguntó el ruso con sonrisa melosa.

—Empecemos por lo fácil. Elijo contestar una pregunta.

—Pues según está la botella, me toca a mí preguntar —informó Rain—. Así que... —Redoble de tambores de Sasha—. Cuéntanos la situación más vergonzosa que has vivido.

—Bueno, eso no es muy difícil, soy un desastre para casi todo... Déjame pensar un minuto. ¡Ya! Un chico y yo nos fuimos en su coche a un mirador bastante apartado que hay cerca de mi pueblo, al que iban todas las parejas, ya sabéis —dijo ruborizándose un poco—. Total que estamos los dos ya en plena acción, los cristales empañados, yo encima, él debajo y ¡zas! Llaman a la ventanilla. Nos quedamos petrificados porque no había más coches cuando llegamos. Una linterna nos alumbra a través del cristal de atrás y cuando lo bajamos nos encontramos a un poli que nos alumbraba a los ojos y nos pedía que saliéramos del coche «con la ropa puesta, por favor». Nos registraron todo y encontraron un par de botellas de ron y cola que estaban ya por la mitad, y nos multaron por haber elegido aquel sitio, que era de interés turístico nacional, para enrollarnos y por estar bebidos.

—¡Maddie! —gritó Sasha—. Eres una mina de oro para mi programa. Tienes que venir.

Ella lo miró con los ojos entornados y siguió:

—Lo peor fue cuando mi padre encontró la multa en el buzón. ¡Ay, Dios! Creo que estuve castigada hasta el verano —añadió llevándose la mano a los ojos para esconderse.

—Bueno, bueno... Maddie —dijo Rain—. Toda una caja de sorpresas. Me toca mover la botella.

Esa vez apuntó a Sasha, que por supuesto optó por el beso y las dos chicas, que aprovecharon para que tuviera que besar a Álvaro, aplaudieron y jalearon hasta que finalmente le dio un pico en los labios a su amigo, que cerró los ojos y simuló que lo estaba deseando, lo que hizo que ellas estallaran en carcajadas.

—¡Te ha salido el tiro por la culata, Sasha! —dijo Rain mientras aplaudía.

—¡Eso no vale, el culo de la botella no apuntaba claramente a Álvaro!

—Sí vale —apuntó Rain—, era el que quedaba más cerca de la botella. Haber elegido otra cosa.

—Pues ahora muevo yo la botella.

Después de girar lentamente, el cuello de la botella se quedó justo apuntando a Rain.

—¡Venga, lista! Tu turno.

—Elijo contestar una pregunta —dijo ella haciéndole burla a Sasha.

Maddie enseguida se ofreció a preguntar, teniendo en cuenta que ella le había preguntado antes, y la hizo sacar del baúl de los recuerdos algo que en realidad la avergonzaba bastante.

—Veamos... ¿Lo peor que has hecho hasta ahora? Y me refiero a lo peor en todos los sentidos.

—Fiarme de ti, zorra —contestó entornando los ojos, lo que hizo que los demás jalearan—. Eso es fácil. Aunque no os lo creáis, no he hecho demasiadas cosas de las que me avergüence. Robar es lo peor que he hecho. Pero vivir en la calle sin saber cuándo vas a volver a comer otra vez es muy duro, así que, digamos que he tenido que hacerlo —contestó firmemente sin ningún tipo de remordimiento en la voz.

—¡Bah! —soltó Maddie—. Mi historia de la multa le da cien vueltas a eso.

Rain giró la botella y esta vez apuntó a Al, que sabía que estaba tardando demasiado en tener que enfrentarse de nuevo al dichoso juego.

—Elige —dijo Sasha.

—Beso —contestó para sorpresa de todos. La parte trasera de la botella apuntaba a Rain, que se lanzó enseguida a sus brazos y le plantó uno en los labios. Cuando lo soltó, fue él quien le dijo—: Te quiero, preciosa. Así se hace.

—Eso no vale —exclamó Maddie—. ¿Qué porquería de beso ha sido eso? Me ha gustado más el que le has dado a Sasha.

A lo que Sasha sonrió orgulloso.

—Es que mi química con Sasha es incomparable a nada. ¿Verdad, amor? —dijo guiñando a su amigo.

—Ya te digo. Se acaban todas sus relaciones, pero mira, yo sigo aquí.

—Vale, eso ha sonado un poco raro, Sasha, dejémoslo —sugirió Al.

Al siguiente giro de la botella, la suerte de nuevo se decidió por Sasha, que protestó un poco:

—¡Joder, siempre me toca a mí! Pues ahora escojo atrevimiento.

Le tocaba a Maddie decidir qué tendría que hacer para demostrar lo atrevido que era y no se lo pensó.

—¿Te atreves a salir en bolas ahí fuera!

—¿Y no te vale con que me quede en pelotas aquí? Está nevando, por Dios.

Todos se miraron y asintieron. Afortunadamente, Sasha no tenía ningún tipo de sentido del ridículo ni le daba vergüenza desnudarse, así que antes de lo que ellos esperaban empezó a deleitarlos con un striptease al ritmo que enseguida los demás empezaron a marcarle con sus palmadas. Maddie y Rain silbaban y jaleaban ante lo que resultó ser un cuerpazo más que bien trabajado el que Sasha guardaba bajo su ropa. Cuando llegó el momento de quitarse los calzoncillos, Al le dijo que no era necesario, pero él insistió, y se quedó tal y como su madre lo trajo al mundo. A punto estuvo de volver a sentarse para seguir jugando desnudo, pero los demás le pidieron que se vistiera.

Cuando la botella volvió a apuntar a Maddie, se dio cuenta de que la parte de atrás apuntaba a Al, así que pensó que nada de besos y decidió que pediría hacer algo atrevido. Sasha miró a Rain, ella a él, y enseguida el chico dijo:

—Os damos por bueno el atrevimiento a los dos si... —Tosió un momento, se limpió la nariz, luego empezó a silbar, hasta que finalmente Rain le gritó:

—¡Suéltalo, coño!

—Si dormís juntos.

Maddie y Al se miraron.

—Eso no es nada atrevido —contestó Maddie—. Ya nos quedamos dormidos aquí anoche.

—Sin querer... en un sofá... Me refiero a dormir de verdad, en la habitación que queráis —dijo Rain.

Al y Maddie volvieron a mirarse y ella se encogió de hombros:

—¡Que no se diga, Álvaro!

Ambos chocaron las manos sin atreverse a mirarse a los ojos, quizás algo avergonzados.

—Creo que ya podemos dejarlo, ¿no os parece? —sugirió Rain—. No nos quedan demasiadas cosas divertidas por hacer.

—¡De eso nada! —soltó Maddie—. Aquí estaremos hasta que acabamos el juego. Así que mueve esa botella.

Esa vez apuntó a Al de nuevo, al que solamente le quedaba contestar la pregunta que ellos le formularan.

—Cuéntanos tu primera vez —soltó Rain sin pensárselo dos veces.

—No pienso contaros eso, panda de depravados —contestó él tajante.

—¡Pobrecito! Debió ser algo muy humillante, ¿no? —preguntó Sasha.

—¡Pero si a ti sí te la he contado!

Todos empezaron a dar palmas repitiendo al unísono: «¡Que la cuente, que la cuente!».

—¡Vale! Si así os vais a callar, allá va. Pero no vuelvo a jugar con vosotros a esto. Fue con mi novia del instituto, en el último curso. En casa de sus padres había un sótano precioso y muy amplio, que habían adecuado para que pudiéramos reunirnos allí toda la pandilla. Había tele, equipo de música, vídeo, ordenador... Y una tarde en la que sus padres habían salido a cenar, ella me dejó entrar por la puerta del garaje, y bueno, pusimos una peli, hicimos palomitas, nos pusimos cariñosos, y aquella vez me dejó continuar.

Cuando se dio cuenta de que todos lo miraban expectantes les soltó:

—¡Que no os voy a dar detalles, joder! Eso sí, en mi defensa diré que los dos lo pasamos estupendamente... Y repetimos bastantes veces... Bueno, no aquella noche...

Todos se rieron cuando Al empezó a ruborizarse.

—En serio, dejémoslo ya —pidió haciendo pucheros.

—Además —añadió Sasha—, tengo que preparar el pavo.