Blanca Navidad

Hola, cariño:

No creas que porque no estoy en casa voy a olvidarme de ti en un día tan importante. Creo que puedo decirte que en tan poco tiempo y después de todo lo que ha pasado empiezo a sentirme otra vez yo. Estamos en una cabaña en el Lake District, cosas de Sasha. ¡Cómo te divertirías con él! No tiene límites. Hemos venido solamente Rain, Álvaro, Sasha y yo, y me alegro mucho porque, si hubiera venido más gente, no hubiera sido tan divertido. ¡Ha nevado! Sí, ríete, pero ¿cuántas veces hemos visto nevar? Puedes contarlas con los dedos de una mano, seguro. Me voy a atrever a confesarte algo que no sería capaz ahora mismo de decirle a nadie. Me encanta estar con Álvaro. Con él me siento como contigo en el sentido de que puedo hablar de todo sin que me juzgue, se preocupa por mí y hasta es capaz de jugar conmigo a todas las payasadas que me gustan. Puede que por eso te sienta tan cerca desde que lo conozco. Te iré contando. ¡Feliz Navidad!

Con todo mi cariño, Maddie.

—¡Por más navidades como esta! —brindaron todos juntos con su copa de champán después de cenar.

Llevaron a la cocina lo que había sobrado y se sentaron un rato en el sofá a degustar el resto de la botella:

—No creáis que tengo solo esta, hay unas cuantas más —dijo Sasha.

—Por cierto, Sasha, ¿cómo has conseguido traer tantas cosas aquí? —preguntó Maddie.

—Hay un señor que cuida de varias casas en la zona. Solo tuve que enviarle una lista de lo que necesitábamos.

—Eres un crack, en serio. —Álvaro levantó su copa por su amigo y compañero de piso.

—Ya que estamos aquí, es Nochebuena, estamos calentitos y hemos bebido... ¿Por qué no contamos algo especial que nos pasó en estas fechas, o una Navidad especial que recordemos?

—Yo recuerdo las navidades de mi infancia como si fueran solamente una —empezó Maddie—. Mis padres, mis tíos, sus amigos y todos mis primos salíamos por ahí de madrugada a cantar villancicos por las calles y a pedir el aguinaldo por las casas de los amigos y otros familiares. A mí me encantaba porque tenía la oportunidad de estar despierta de madrugada, y nunca me cansaba. Acabábamos en la primera churrería que hubiera abierta, ya muertos de sueño y tomando churros y chocolate caliente. ¡Qué tiempos!

—Yo empecé a disfrutar de estas fiestas y a entender un poco la separación de lo religioso de lo puramente festivo cuando vine a vivir a Inglaterra. No tenía mucho dinero, pero enseguida hice buenos amigos. Mis mejores borracheras han sido por Navidad —comentó Sasha.

—Pues, si os digo la verdad, yo creo que estas están siendo las mejores de mi vida. Estar aquí con vosotros, en un plan tan diferente al de todos los años, ya sabéis, con tanto jaleo y luces en la ciudad... Al principio pensé que nos sobraría tiempo, pero lo cierto es que ahora no me apetece nada marcharme de aquí —dijo Rain.

—Repito: ¡por muchas como esta! —brindó Al y todos lo imitaron.

Unas cuantas copas de champán más tarde, el sueño empezó a adueñarse de Al y Maddie, que tuvieron que cumplir su promesa de irse juntos a dormir esa noche, pues Sasha no pensaba ni por un momento dejarlo pasar.

—Sí, Sasha —decía Al estirándose al levantarse del sofá—. No se nos ha olvidado.

En el salón, con la chimenea, que lanzaba destellos de todas las tonalidades de luz, y el árbol, que brillaba reflejando las luces de las guirnaldas en cada adorno, Sasha seguía dando sorbos a su copa de champán y Rain lo miraba desde el sillón. Cuando la sorprendió le preguntó directamente:

—¿Qué?

—Nada —fue su primera reacción, pero luego añadió, acercándose a él hasta sentarse en el suelo junto al sofá—. ¿Sabes que tienes un cuerpo muy sexy? —le susurró, arrodillándose.

—Rain... eso es el champán que está haciendo su trabajo —contestó él totalmente sorprendido por la actitud de la chica, no sin cierta actitud paternal.

—De eso nada... o puede que un poco sí —dijo mientras acercaba lentamente sus labios a los de él—. ¿Qué más da? Somos adultos, ¿no? —insistió ella hasta que posó sus labios en los de Sasha, que pasó de mirarla perplejo a cerrar los ojos y dejarse llevar.

—Rain —dijo apartándose un poco para mirarla—, somos amigos... No quiero que pienses que me estoy aprovechando de ti. —El deseo que inundaba la mirada de la chica solamente podía compararse con el que sentía él en ese momento.

—¿Tú, aprovecharte de mí? ¡Ja! —dijo ella pasándole el dedo índice por la frente, para bajar lentamente hasta la nariz y finalmente los labios—. Última llamada para este tren —le susurró al oído, y el aire templado que emanaba de su boca fue todo el impulso que Sasha necesitó para lanzarse a besarla como si fuera la última vez que podría besar a una mujer. Se levantó del sofá y, sin que ella tuviera tiempo de negarse, la alzó en sus brazos y se dirigió al dormitorio mientras le decía sin dejar de besarla:

—Te voy a enseñar cómo hacemos las cosas en Rusia. Y luego tendrás que despedirte de mí porque Álvaro me matará.

—Si vas a morir, espero que merezca la pena —dijo ella mientras perdía sus labios detrás de su oreja, lo que hizo que cada poro de la piel de Sasha se levantara.

En el dormitorio de Maddie, Al y ella permanecían boca arriba en la cama, cubiertos por el edredón.

—Me marcharé en cuanto Sasha y Rain se hayan dormido —dijo Álvaro tímidamente.

Maddie se dio la vuelta y lo miró.

—No tienes que irte. Puedes dormir aquí —le contestó ella

—Créeme, es mejor que me vaya —dijo levantándose con cuidado de no hacer ruido.

Abrió la puerta de la habitación y se asomó al pasillo. Estaba desierto. La puerta de Rain estaba abierta, pero no la de Sasha. Caminó de puntillas hasta el salón y vio que todo estaba en silencio y no había nadie a la vista. Entonces volvió al cuarto de Maddie y se metió en la cama:

—¡Madre mía! —dijo aún sin dar crédito a lo que estaba pensando.

—¿Qué? —preguntó ella intrigada.

—Creo que Sasha y Rain se han ido juntos a la cama.

Maddie se sentó de golpe:

—¿Te refieres a...?

—¿A qué si no? —dijo él en tono preocupado.

—Bueno, Rain ya no es una niña y Sasha está como un tren, y con ese acento suyo... Lo raro es que no lo hayan hecho antes.

—¿Está como un tren? ¿Qué forma de hablar es esa? —la regañó Al bromeando.

—Tengo ojos en la cara. Tú también estás como un tren.

—¿Ah, sí? —preguntó él halagado sentándose.

—Pues sí. Y ya que estamos, tengo que preguntarte algo. ¿Cómo es posible que alguien como tú no tenga pareja?

Al se quedó sin palabras.

—Bueno, no estoy con nadie ahora, pero he salido con muchas chicas. ¡No me hagas esas preguntas! No sé qué contestar.

—Así que es cierto lo que dice Sasha de ti.

—¿Sasha? ¿Qué dice?

—Bueno, que tienes muchas conquistas a tus espaldas. Que eres un playboy, vamos.

—Eso quisiera yo. Aunque no lo creas, soy un romántico, Maddie.

—¡Venga ya!

—De verdad. Me encantaría encontrar a esa persona por la que perder la cabeza, pero hasta ahora no ha habido suerte.

—Puede que tus expectativas sean demasiado altas.

—No creas, me conformo con que me aguante.

—No creo que eso sea tan difícil.

—¿Me estás retando? —dijo con una sonrisa pícara. Ella sonrió.

—Venga. Háblame de tus conquistas y te diré dónde está el fallo.

—¡Que no arrastro conquistas! —dijo lanzando un suspiro frustrado—. Sasha solo quiere hacerme quedar bien.

Durante un par de minutos ambos permanecieron boca arriba con la vista perdida en el techo, hasta que él dijo:

—Puede que la culpa sea de mi primera novia.

—Soy toda oídos —soltó ella girándose para prestarle toda su atención.

—Se llamaba Vicky. Era una chica que vivía en mi barrio. Fuimos juntos al instituto. Era una chica buena, pero buena de verdad, de las que siempre sonríen y ven lo bueno en todo el mundo. Fue mi primer amor, y no me refiero a uno platónico.

—¡Vaya! Así que Vicky fue la primera experiencia del playboy...

—¡Menuda vergüenza pasé! Tendríamos unos diecisiete años... Digamos que... acabé antes de lo esperado.

Maddie se llevó las manos a la boca para esconder la risa:

—¡No!

—Sí. Ríete todo lo que quieras. Estuve mirando revistas porno para aprender algo y, cuando la tuve debajo de mí, desnuda, emocionada, casi asustada, me di cuenta de que no tenía ni idea de qué hacer, así que tuve que improvisar. No es que no hubiéramos hecho otras cosas antes, pero eso era... diferente.

De pronto fijó los ojos en Maddie, que no había apartado los suyos de él, y dijo con un guiño:

—Y ya no te cuento nada más. ¡Cotilla!

Ella soltó una carcajada.

—No te vas a escapar tan fácilmente —dijo él viendo que se daba la vuelta para dormirse—. Ya me puedes estar contando tu primera vez.

Maddie negó con un leve sonido.

—Eso es trampa.

—He bebido demasiado —dijo cambiando totalmente de actitud, como si se hubiera enfadado de repente.

—Maddie —dijo él preocupado—, ¿he dicho algo que te he molestado?

—No. En serio, no —dijo apenas con un hilo de voz—. Es que no todas las primeras experiencias son tan bonitas.

—No tienes que contármelo. Perdona por haberte presionado.

—Es lo justo. He empezado yo.

Álvaro la abrazó dulcemente, como ella solamente lo había visto abrazar a Rain, como si fuera su hermana pequeña y frágil, a la que tenía que proteger. Se acurrucó un momento, pero Al le dio un beso en la sien y se incorporó para luego levantarse.

—Creo que será mejor que me vaya. Tienes razón, hemos bebido demasiado.

Ella no se opuso y tampoco contestó, y dejó que Al saliera de la habitación en silencio mientras él se preguntaba qué habría podido hacer para evitar esa situación.

Ya en su cama, debajo del edredón, las palabras de Maddie resonaron en su mente. «No todas las primeras veces son tan bonitas». Seguramente su primera vez había sido con algún bruto que no supo cómo tratarla. Maddie no era una chica como las demás, era frágil, como si algo en algún momento de su vida le hubiera hecho tanto daño que hubiera cambiado su destino por completo, como si algo la hubiera roto por dentro. Quizás exageraba porque empezaba a sentir algo por ella. Sus ojos parpadearon lentamente una vez y otra, a medida que abandonaba la vigilia y se adentraba en el mundo de los sueños. Cuando creyó oír el chasquido de la cerradura de la puerta al abrirse, abrió los ojos de par en par. Notó los pasos descalzos que se acercaban a la cama y que alguien se tumbaba en ella bajo el edredón junto a él. Y, por el olor a lilas que lo rodeó, supo que se trataba de Maddie. Tragó saliva sin saber muy bien a qué se enfrentaba.

—Yo pasaba mucho tiempo sola cuando era pequeña, quizás demasiado. Mi madre nunca se encontraba bien de salud y mi padre siempre estaba en el trabajo o con ella. Mi hermano era mayor y tenía sus propios amigos, así que pasaba totalmente de mí. Yo me refugiaba en mi cuarto con mis muñecas y mis libros.

Sin saber por qué, un nudo espantoso se había instalado en la garganta de Álvaro, quizás por la cadencia de las palabras de Maddie, quizás por el presagio de que lo que iba a escuchar no iba a gustarle, aunque ni en un millón de años se le hubiera ocurrido que alguien le contara que había pasado por algo así.

—Cerca de casa —continuó ella— había un taller donde se trabajaba el mármol. Encimeras de cocina, escaleras, ese tipo de cosas. La entrada era un solar enorme y desangelado cubierto de gravilla y en el centro había un árbol muy grande con aspecto de haber estado allí siempre. En aquel taller solían trabajar tres hombres. Yo pasaba de vez en cuando por la puerta cuando volvía del colegio y a veces me detenía a mirar el árbol. Una tarde de otoño me paré porque algo me llamó poderosamente la atención. De una rama del árbol colgaba de dos cuerdas gruesas un neumático gigante. ¡Oh, Dios! Todavía recuerdo la ilusión que me invadió al ver aquel improvisado columpio. ¿Qué niño se hubiera resistido? Un hombre no muy mayor, calculo que de unos treinta años, con el pelo algo largo y barba, vestido con un mono blanco, salió de alguna parte y me tendió la mano dulcemente, sonriendo, preguntándome si quería que me columpiase. Miré un momento hacia mi casa que estaba a pocos metros y vi la puerta cerrada. No había nadie, como casi siempre, así que pensé que sí, que me encantaría columpiarme.

El nudo de la garganta de Al se intensificó y su corazón empezó a palpitar más deprisa. Se había vuelto hacia ella y la había abrazado mientras la escuchaba.

—Me subí en el columpio y aquel hombre me empujó. Primero despacio, luego con más fuerza. Yo reía a carcajadas mientras el viento acariciaba mi rostro cada vez que subía muy alto y casi me despeinaba las trenzas. Estuvimos así un rato. Recuerdo perfectamente que solo se escuchaba mi risa y el sonido de las sierras que trabajaban el mármol a lo lejos. Entonces el hombre detuvo el columpio y me dio la mano para ayudarme a bajar. Me dijo que en el despacho tenía chocolate y galletas, y que, si quería, podía merendar con él. Y lo seguí.

El corazón de Álvaro quería romperle el pecho.

—Cuando entramos en el despacho detrás del taller, el sonido de la sierra se intensificó. Oí que cerraba la puerta con un enorme cerrojo que estaba demasiado alto como para que yo lo alcanzara y supe que algo iba muy mal. Me asusté y le supliqué que me abriera, que quería irme a casa. Entonces él me dijo que lo que íbamos a hacer era normal, que todo el mundo lo hacía y que me iba a gustar. Yo no paraba de llorar a pesar de que no tenía ni idea de qué hablaba.

Las yemas de los dedos de Álvaro se habían clavado en los hombros de Maddie mientras la abrazaba. Ella notó cómo se había tensado y cómo la apretaba. Escuchaba su respiración furiosa, pero aun así continuó hablando. Ya no podía detenerse.

—Se quitó la ropa y... me cogió las dos muñecas con una mano. Yo llevaba mi uniforme del colegio y mis calcetines... También me cogía a veces de las trenzas mientras...

Para entonces los sollozos de Maddie habían dado paso al llanto, uno silencioso, apenas perceptible a no ser por un ligero temblor en sus hombros. Álvaro consiguió a duras penas que las lágrimas no abandonaran sus párpados apretándolos con fuerza mientras la seguía abrazando.

—Lo siento, Maddie, lo siento mucho. Jamás me hubiera imaginado...

Ella seguía llorando.

—Cuando llegué a casa, como siempre, no había nadie. Abrí con mi llave y me encerré dentro. Me dolía mucho la tripa y mi ropa interior estaba empapada de sangre. Jamás en toda mi vida he tenido más miedo que en aquel momento. Aquel hombre me dijo que, si decía algo, me buscaría y me haría lo mismo otra vez, así que no se lo conté a nadie hasta años después.

—¿Y tus padres, Maddie?

—Ya te lo he dicho, ellos casi nunca estaban.

—¿Volviste a ver a aquel... a aquella basura?

—No. Jamás volví a pasar por aquel lugar, creo que ni aún hoy sería capaz. Con los años el taller desapareció y él también. Por fin pude dejar de oír a todas horas el sonido de la sierra que cortaba el mármol

—¡Hijo de puta! ¿Cómo puede haber gente así? —dijo furioso.

—Bueno, en realidad, no es algo tan extraño, estadísticamente.

—Las personas no son estadísticas. Tú... Tú no eres una estadística. Eres la mujer más dulce que he conocido en mucho tiempo. Siento que tuvieras que pasar por aquello.

—Solo te pido una cosa, Álvaro. Por favor, no me mires de forma diferente, no tengas presente ese momento cada vez que me veas, porque entonces él habrá ganado y yo no habré superado lo que pasó.

Al se tumbó boca arriba y colocó la cabeza de ella sobre su pecho tomando una bocanada de aire que necesitaba en ese instante para no ahogarse en su propia rabia.

—Tranquila —dijo dándole un beso en el pelo—. Tranquila.

Al repetirlo no sabía si era a ella a quien quería convencer o a sí mismo. Conciliar el sueño fue toda una odisea para él aquella noche, soñó con todo lo que ella le había contado. Podía verla reír en el columpio, mientras el aire le rozaba el rostro. Podía verla llorar, escondiéndose en un rincón, suplicando a aquella bestia que la dejara salir de allí. Se despertó empapado en sudor cuando la escuchó gritar de dolor cuando él la forzó. Se giró un momento y allí estaba ella, dormida, respirando profundamente. Quizás le había venido bien compartir aquello con él, pero él sabía de sobra que pesadillas como la que acababa de sufrir lo despertarían más de una noche.

Cuando se reunieron de nuevo en el salón eran más de las once de la mañana. Sasha y Rain tardaron un rato en aparecer, mientras que Álvaro y Maddie salieron juntos del dormitorio bostezando y estirándose.

—¿Has dormido bien? —le preguntó él.

—Como un lirón —contestó ella—. Necesito un café urgentemente.

Fue Al quien puso la cafetera y preparó un plato de tostadas para todos.

En el cuarto de Sasha, una Rain con sonrisa satisfecha abría lentamente los ojos para fijarlos en la tenue luz que entraba por la ventana. En ese momento no estaba nevando, pero los cristales estaban empañados y quedaban restos de nieve alrededor. El aroma del café recién hecho la llamaba desde la cocina, pero no quería salir de aquella cama. Se sentía extrañamente feliz y el brazo de Sasha sobre su cintura le recordó el motivo. ¡Dios! Jamás hubiera pensado que hacer el amor con él fuera una experiencia tan... tan... No encontraba las palabras para describirlo. Lo que sí recordaba era cómo, una vez que la había soltado sobre la cama, se había colocado sobre ella sin rozarla apenas, le había abierto los brazos y la había tomado de las manos sin dejar de besarla, al principio lentamente, hasta que su deseo por ella le había impedido mantener el control. Le había quitado el pijama y después se había deshecho del suyo con toda la rapidez de que fue capaz. Había dejado al descubierto su torso desnudo, el mismo que había logrado encender el deseo de Rain durante el dichoso jueguecito de la botella. En la penumbra de la habitación, el brillo de sus ojos había delatado que quizás hacía tiempo que deseaba hacer con ella lo que estaba haciendo en ese instante. Le había susurrado al oído cuánto la deseaba, cuánto tiempo había imaginado que compartían este momento y se había negado a sí mismo siquiera intentarlo por miedo a que le dijera que no. Había paseado sus manos y sus labios por todo su cuerpo, mordiendo suavemente y luego curando con su lengua, hasta que el sonido apagado de los gemidos de Rain en el hueco entre su cuello y su hombro le había anunciado que era el momento. Por un instante le había parecido vislumbrar en los ojos de Sasha una mirada orgullosa que apenas tuvo tiempo de valorar. Entrar en ella había sido como respirar la primera bocanada de aire después de haber estado mucho tiempo bajo el agua. El eco de sus nombres mezclado con sus respiraciones aceleradas y sus gemidos de placer había inyectado fuego en sus venas y hecho insoportable la espera. Una capa de sudor, que había cubierto sus cuerpos, los había hecho brillar bajo la luz de la luna que se colaba por los cristales. Segundos más tarde ambos intentaban no gritar mientras sus cuerpos se dejaban inundar del otro. Dos veces más se habían dejado llevar por el deseo y el ansia de intimidad aquella noche, hasta que ambos se habían quedado dormidos en los brazos del otro sin casi darse cuenta. Rain pensó que librarse de la sonrisa que se había instalado en su rostro aquella mañana sería tarea imposible. Se dio la vuelta y descubrió que Sasha tenía los ojos abiertos y la miraba fijamente:

—Buenos días —susurró él, acariciándole el pelo, y ella le devolvió una tímida sonrisa.

—Sasha... yo... —empezó a decir Rain hasta que él le puso el dedo índice en los labios para evitar que siguiera hablando

—No digas nada, Rain. —El sonido de su nombre pronunciado con esa entonación y la «erre» marcada por su acento le sonó diferente esa mañana—. No lo estropeemos con palabras —dijo mientras le daba un suave beso en los labios y se ponía en pie buscando sus pijamas para ir en busca del desayuno.

Sasha y Rain se miraron furtivamente todo el día y él siempre hacía algún gesto que lograba que ella no pudiera evitar sonreír. A veces le lanzaba un beso al aire, otras se pasaba la lengua por los labios y ella estallaba en carcajadas. Maddie fue a ayudar a Al a servir el desayuno y él se apoyó un momento en su hombro mientras esperaba a que saltaran las tostadas. Con aquel gesto tan sencillo, tan poco calculado, un escalofrío recorrió la espalda de Maddie desde la nuca hasta los pies. No tenía ni idea de cómo había sido la infancia de ese chico, pero sí sabía que debía haber recibido mucho cariño a juzgar por lo fácil que era para él el contacto físico con sus amigos. Ella era un poco más tímida, y a ello había contribuido en gran medida el hecho de que Andrew fuera tan celoso. Pero Al siempre le pasaba una mano descuidada por la espalda, o le guiñaba un ojo, o le daba un beso al marcharse de casa. Recordó el beso tan dulce que le había dado a Rain la noche anterior, su mirada orgullosa al saber que la joven lo tomaría como un precioso beso entre amigos, sin ninguna otra intención. Y también le vino a la mente cómo la había abrazado a ella en la terraza, cuando le mostró las imágenes de Andrew con otra mujer, cómo le apartaba algún mechón de pelo como si lo hubiera estado haciendo desde siempre, su mirada franca y directa que prometía que el amor puro e incondicional era posible.