Un libro comienza como una idea creativa en la mente del autor. El camino desde la idea hasta la publicación es largo y a veces arduo. En mi camino hubo mucha gente que me apoyó y a la que deseo reconocer y dar las gracias. Quiero agradecer a Muriel James, Jean Clark y Patricia Daoust por alentarme a escribir; a mi hermano Michael Furtman; a mis amigos el doctor Bart Knapp y Lynnell Mickelsen por su revisión crítica del primer borrador. Aprecio profundamente su honestidad y aliento. Quiero agradecerle a Pam Miller su creativa edición. Nancy Barret, mi mecanógrafa, merece un agradecimiento especial por la milagrosa “traducción” de mi texto manuscrito a tipo legible. Gracias, también, a mi agente Vicky Lansky por su entusiasta apoyo y a mi secretaria Jan Johannes por trabajar a deshoras para poder cumplir las entregas.
Quiero dar las gracias a Jim Heaslip, Beth Milligan y Pat Benson, miembros de los Hazelden Educational Materials (Materiales Educativos Hazelden), que creyeron en mi libro y me alentaron a publicarlo. Asimismo, agradezco a los editores Judy Delaney y Brian Lynch por dedicarle tiempo e interés a mis percepciones y sentimientos.
Mi mayor agradecimiento quizá es para los pacientes que dedicaron su tiempo para dar vida y validez a la teoría sobre la que escribo; especialmente doy las gracias a los que escribieron sus historias para que otros puedan tener esperanza.
Gracias al reverendo Fred W. Hutchinson por su guía y apoyo espiritual y un agradecimiento especial a mis hijos Heidi y Gordy por aceptarme a mí y el tiempo que empleé en escribir este libro.
Y a Ted, un agradecimiento especial por la oportunidad de vivir el amor y la amistad de una manera ennoblecedora.