CAPÍTULO 2

Orígenes de la adicción al amor

El papel de la biología

La necesidad de estar cerca de otras personas —el anhelo de ser especial para alguien— está tan profundamente arraigada en la gente que puede calificarse de biológica. La antropóloga Helen Fisher explica cómo el establecimiento de los lazos emocionales evolucionó al principio de la historia de la humanidad para garantizar la actividad sexual regular y la protección de la descendencia. Dichos lazos se volvieron cruciales cuando las mujeres perdieron su periodo de celo y la ovulación se hizo oculta, con lo que se hicieron sexualmente más sensibles. Al dar a luz más a menudo, las mujeres fueron requiriendo un mayor apoyo moral y físico de los hombres. Con el tiempo, los lazos emocionales llegaron a ser más que simples ligas funcionales con los compañeros sexuales y sus hijos, quienes dependían de ellas. De igual manera, se desarrollaron complejas reglas, y con ellas vinieron las emociones humanas fundamentales encaminadas a formarlas y preservarlas. Y, ciertamente, la mayoría de estas reglas y emociones son aspectos sanos y encantadores de nuestra naturaleza humana.

Como otros temores y hábitos primitivos, muchas conductas altamente emotivas que gobiernan las relaciones humanas han permanecido con nosotros. Aún flirteamos, aún sentimos pasión al comienzo de una relación amorosa, así como devoción durante ésta y tristeza cuando termina. Nos sentimos culpables si somos promiscuos y celosos, o vengativos si somos traicionados. Los hombres aún temen que sus esposas sean infieles, y ellas a ser abandonadas. Y si bien ya no necesitamos de un lazo que garantice la actividad sexual o mantenga vivos a nuestros niños, lo seguimos buscando. Al parecer, por el hecho de ser humanos deseamos vínculos con los demás. Como otros temores del pasado —a caer, a las alturas, a lugares cerrados, a la obscuridad—, el miedo a estar solo provoca terror y desesperación. El impulso a formar alianzas emocionales con los otros parece ser una característica innata, que nos hace humanos y, sin duda, seguirá existiendo.

Nuestro deseo de establecer vínculos, entonces, puede considerarse instintivo. Conforme fuimos sobresaliendo en el reino animal, desarrollamos respuestas determinadas a nuestro medio ambiente. Desde el punto de vista biológico, la separación puede provocar una ansiedad intensa.

Físicamente procuramos el equilibrio interno. Los niños identifican sus necesidades de supervivencia a través de sensaciones: hambre, sed, calor, frío, satisfacción e irritación. Si los bebés se sienten incómodos, lloran a gritos hasta que otra persona responda a su demanda. Cuando sus necesidades son satisfechas, y en tanto no se presentan las siguientes, están de nuevo cómodos y en paz. Se sienten bien de estar vivos, a salvo y protegidos; experimentan confianza en ellos mismos y en los demás.

Este diagrama ilustra una situación ideal:

A veces, el cuidado que dan los padres es por muchas razones inadecuado; las necesidades no se satisfacen y la incomodidad aumenta. Los padres no siempre pueden estar allí cuando surge la necesidad. En ocasiones nos separamos de nuestros padres, y otras personas que nos parecen extrañas se hacen cargo de nuestro cuidado. Los niños parecen intuir que morirán si no satisfacen ciertas necesidades, y como resultado, sobreviene el terror.

La situación se presenta así:

Los recuerdos de esas épocas terribles se graban en nuestros sistemas nerviosos; no queremos volver a experimentar jamás ese terrible sentimiento de desamparo. También es posible que los adultos estén inconscientemente convencidos de que sufrirán o, aun, morirán si no se satisfacen ciertas necesidades apremiantes. Así, surge el intenso y a menudo irracional miedo cuando alguien nos rechaza o abandona. Los adultos desesperados parecen olvidar que ahora pueden cuidarse a sí mismos y resolver solos la mayoría de los problemas. Tenemos la capacidad de pensar y, por lo tanto, podemos identificar nuestras propias necesidades. A menudo, lo que percibimos como una necesidad es tan sólo un deseo, algo que no nos hace falta para sobrevivir.

A continuación presentamos un modelo para la solución adulta de problemas:

FÓRMULA PARA LA SOLUCIÓN ADULTA DE PROBLEMAS

Este diagrama —que representa la reacción normal, sana, adulta, al problema— es útil en la terapia que tiene por objeto ayudar a la gente a entender sus necesidades y deseos, y a emprender acciones adecuadas para alcanzar alivio o equilibrio emocional. Desafortunadamente, muchos de nosotros hemos aprendido a negar el dolor o a limitar nuestras opciones para resolver problemas; así, no realizamos actos razonables y seguimos sintiéndonos física y emocionalmente incómodos. En lugar de reaccionar lógicamente, el niño que llevamos dentro nos hace sentir terror, aferrarnos a otro y pedirle encarecidamente que “nos haga completos” y nos dé una sensación de equilibrio. A veces no estamos conscientes de lo que necesitamos porque hemos aprendido a bloquear las sensaciones y sentimientos de incomodidad asociadas a nuestras necesidades. En ocasiones nos sentimos insatisfechos, pero no podemos explicarnos qué necesitamos, o bien, nos sentimos molestos, lo razonamos, pero permanecemos en estado de incomodidad, sin hacer nada. Y otras veces no hay manera de satisfacer nuestros deseos, y para recuperar el balance, nos lamentamos de nuestras pérdidas.

El papel de la cultura

Durante la mayor parte de su vida, Antonio, un hombre atractivo, fuerte y varonil, cercano a los 30 años de edad, había negado muchos de sus sentimientos. De niño aprendió a no llorar o mostrar una conducta de “mariquita”. Los únicos sentimientos que expresaba frecuentemente y sin inhibición eran enojo, entusiasmo y deseo sexual. Se sentía avergonzado cuando expresaba ternura, tristeza o temor.

Antonio entró a terapia debido a que su esposa Susana amenazaba con dejarlo. Ella temía por su matrimonio; quería que Antonio fuera más espontáneo y expresivo con ella. Él estaba desconcertado por las exigencias de su esposa, aunque dijo estar dispuesto a aprender cómo expresar ternura sin sentirse avergonzado.

El examen minucioso de la relación entre Antonio y Susana reveló que ella siempre había sido la compañera expresiva. De hecho, manifestaba mucha emoción y, por momentos, su conducta rayaba en la histeria. Antonio continuó reprimiendo sus sentimientos porque pensaba que si los dos eran emotivos, “algo se rompería”. Estaban atrapados en un círculo vicioso: entre menos se expresaba él, más emocional era ella; entre más emocional se ponía ella, más se ensimismaba él.

A través de la terapia aprendieron que, debido a que Susana actuaba como la compañera que sentía y Antonio se desempeñaba como el pensante —papeles sexuales tradicionales—, la pareja funcionaba como una sola persona. Eso producía molestias, ya que limitaba las posibilidades de expresión individual.

Antonio tenía que aprender de nuevo a sentir y expresar toda la gama de emociones adultas; Susana debía llegar a conocerse a sí misma lo suficiente como para sentirse más calmada y confiada acerca de sus habilidades y puntos fuertes. Aprender a ser más expresivo no fue fácil para Antonio; al principio se sintió “menos masculino” cuando trataba de hablar sobre sus sentimientos con su esposa. Y a ella se le hacía difícil aprender a pensar y actuar por sí misma. Ahora, ambos están esforzándose por desarrollarse en forma individual y tener un mejor matrimonio.

Todos los días, nuestra sociedad nos estimula de mil maneras a buscar relaciones adictivas. Nuestra cultura idealiza e invita a la dependencia. El amor dependiente se muestra en la música, la literatura, el cine y la televisión, que ponen el énfasis en la sensación de que no podemos vivir sin otra persona. Sea testigo de la trama de una novela popular o una telenovela dirigida tanto a hombres como a mujeres: son típicas odas al amor destructivo. Cuando amamos, podemos sentirnos naturalmente de esta manera, pero ello debería equilibrarse con una valoración sana de nuestra independencia y valía propias.

Incluso nuestras familias y amigos nos dirigen hacia relaciones adictivas. Aunque esa dirección es sutil y no verbal, resulta poderosa y penetrante. Desde pequeños, callada, constantemente, observamos cómo los adultos resuelven problemas. Vemos y buscamos modelos a imitar. Sin embargo, es frecuente que nuestros modelos no tengan conocimiento acerca de las relaciones y maneras sanas de solucionar problemas, y la importancia de la individualidad y la autonomía. En suma, mamá y papá no siempre son los mejores maestros; tienen sus cualidades, pero también sus limitaciones.

En las sesiones iniciales de terapia, a menudo se le pregunta al paciente: “Si sus padres hubieran tenido este mismo problema en su relación, ¿cómo lo habrían resuelto?” Las respuestas muestran, por lo regular, que la persona no ha adquirido las herramientas necesarias para escapar de las relaciones dependientes y fomentar las sanas, basadas en el respeto por uno mismo. Una y otra vez, la gente trata de armar los rompecabezas de su relación sin tener todas las piezas. Si usted tiene 40 piezas de un rompecabezas de 100, ¿cuál es la probabilidad de que lo complete? ¡No muy alta! Tiene sentido buscar las 60 piezas restantes antes de tirar el rompecabezas o proclamar que sabe cómo armarlo sin las piezas que faltan. Resulta trágico que muchos prefieran tirar el rompecabezas antes de buscar éstas.

No es sorprendente que la tasa de divorcios sea tan alta. Mucha gente vive en familias “cerradas”; esto es, se espera que los niños piensen y se comporten como lo hacen sus padres. A menudo, eso está perfectamente bien, pero cuando las reacciones aprendidas a los problemas llevan a la infelicidad y la frustración, llega el momento de salirse de la familia para aprender maneras nuevas y más efectivas de solucionar los conflictos. La mente es como una computadora: recaba y almacena información, y la programa para utilizarla cuando es necesario. Si la computadora tiene información inadecuada o no tiene programa alguno, el problema no se puede resolver.

El papel de las búsquedas espirituales

Muchos dirían que la espiritualidad es lo que distingue a los hombres de los animales. Y es cierto: sentir nuestra naturaleza espiritual es una de las experiencias más profundas que podemos tener. No estamos hablando de una experiencia estrictamente religiosa, aunque ésta puede desempeñar un papel importante. La búsqueda espiritual puede definirse como aquella que transporta a una persona más allá de las necesidades materiales, más allá de los placeres terrenales, hacia una búsqueda muy personal y profunda del significado y finalidad de la vida.

Debido a que poca gente ha aprendido a desarrollar su espiritualidad, la adicción al amor puede adquirirse bajo la falsa creencia de que la unión de dos dependencias es la mayor experiencia espiritual. Y es fácil entender cómo puede ocurrir esto, ya que al principio de una relación amorosa, las personas se sienten eufóricas, alcanzan un éxtasis de proporciones casi místicas, y el pensamiento racional se subordina justamente a esas sensaciones.

El psicólogo Abraham Maslow, quien cree que las teorías de la personalidad y motivación deben poner énfasis en el desarrollo sano y normal, ha propuesto una jerarquización de necesidades para describir el desarrollo ya no a partir de motivaciones físicas e intuitivas, sino más racionales y trascendentes. La teoría de Maslow de la “autorrealización”, útil para entender la importancia del cuestionamiento espiritual, afirma de una manera sencilla que los humanos tienden a ser todo lo que pueden ser. Aquí se ilustra la pirámide de los esfuerzos humanos de Maslow:

Asimismo, a continuación se enlistan las características de la gente que se acerca a la autorrealización:

  1. Aceptación de la realidad.
  2. Aceptación de sí mismos y del resto de la gente y el mundo por lo que son.
  3. Espontaneidad.
  4. Concentración en los problemas más que en sí mismos.
  5. Actitud de desapego y necesidad de privacía.
  6. Autonomía e independencia.
  7. Valoración de la gente y las cosas más realista que estereotipada.
  8. La mayoría tiene experiencias místicas o espirituales —no necesariamente religiosas— profundas.
  9. Identificación con la humanidad.
  10. Relaciones íntimas con unas cuantas personas, a quienes aman de una manera especial, y tienden a ser profundas, no superficiales.
  11. Valores y actitudes democráticos.
  12. No confunden medios con fines.
  13. Sentido del humor filosófico más que agresivo.
  14. Oposición al conformismo cultural.
  15. Trascienden el medio ambiente por medio de la cultura en lugar de sólo lidiar con él.

Mientras la naturaleza humana se concentra en la supervivencia y la seguridad, nuestra naturaleza espiritual busca el crecimiento de la persona y la fusión con los otros. Maslow cree que la naturaleza reconoce nuestra necesidad de pertenencia, de ser parte del grupo humano.

El amor erótico obsesivo suele ser un intento errático de lograr esa fusión que tanto deseamos. Queremos terminar con los sentimientos de soledad causados por los frenos que hemos aprendido a poner a la verdadera intimidad. En un estado de excitación sexual, a menudo uno está dispuesto a rebasar esos límites para fundirse en el otro. Si la fusión es dependiente e inmadura, el resultado es una barrera a la autorrealización. Como dijo Erich Fromm, “ese deseo de fusión interpersonal es el impulso más poderoso que existe en el hombre. Constituye su pasión más fundamental, la fuerza que sostiene a la raza humana…El amor erótico…es el anhelo de la fusión completa…Por su propia naturaleza, es exclusivo y no universal…”

Adoptada desde niña por una familia que le daba poco amor o apoyo emocional, Silvia había sufrido maltrato físico y emocional, así como abuso sexual. Como resultado, prometió que nunca se acercaría a nadie, ya que hacerlo era demasiado peligroso (eso le habían llevado a creer sus experiencias de la infancia).

En su juventud, no obstante, Silvia luchó con su necesidad interna de establecer vínculos con los otros, una necesidad que había sido bloqueada por su promesa de autoprotección. La única manera en la que se sentía capaz de estar cerca de otro era a través del sexo. Sus relaciones eran superficiales, sólo sexualmente motivadas y de poca duración. Una y otra vez, Silvia se quejaba de una sensación de vacío y un deseo de estar cerca de alguien por quien sintiera afecto, y que éste fuera recíproco.

Sin duda, en la gente madura, el amor erótico complementa bellamente el amor espiritual. Tristemente, sin embargo, el deseo sexual es para muchos sólo un intento por aliviar el temor a la soledad, por tratar de llenar un vacío. En ese sentido, el amor es adictivo.

Creencias psicológicas: el papel del niño que llevamos dentro

La adicción al amor también puede originarse en una búsqueda inconsciente por satisfacer necesidades no cubiertas en la infancia y fortalecer poderosas creencias infantiles. Cada uno de nosotros representa un drama que busca respuesta a las preguntas: “¿quién soy?, ¿quiénes son los otros?, ¿cómo obtengo de la vida lo que necesito?” El drama no se representa en la mente consciente, pero afecta nuestros pensamientos, emociones, elecciones y comportamientos conscientes. Los protagonistas del drama son mitos, roles y restricciones diseñados por nosotros en la infancia para enfrentar necesidades de supervivencia tempranas. Una promesa hecha a uno mismo, como la de Silvia —quien la hizo en un momento de trauma—, puede gobernar nuestra conducta. En la infancia valorábamos el mundo de la mejor manera que podíamos, para determinar qué hacer o no hacer y, así, asegurarnos la comodidad y supervivencia. Y para algunos, como Silvia, eso significaba limitar la capacidad propia de intimidad, autonomía y espontaneidad.

Cada uno de nosotros cree que sabe quién es. Sin embargo, no estamos realmente conscientes de lo que somos; lo que uno sabe sobre sí mismo es apenas la punta de un iceberg. Cada experiencia vital se graba en el sistema nervioso. Desde las experiencias tempranas, buenas y malas, combinamos nuestras concepciones con creencias lógicas en las cuales nos basamos para tomar decisiones adultas. Eso incluye, desde luego, decisiones conscientes o inconscientes acerca del amor.

En nuestra vida usaremos tan sólo una pequeña porción de nuestro potencial físico, emocional, intelectual y espiritual, los cuales desempeñan un papel en el amor verdadero. ¿Por qué nos limitamos tanto? Y, ¿de qué manera esta limitación afecta al amor? Las respuestas a estas preguntas pueden ser útiles para nuestra comprensión de los orígenes psicológicos de la adicción al amor.