CAPÍTULO 5
Cuando tratamos de aferrarnos a otra persona o a cualquier parte de la vida impedimos el flujo natural de los acontecimientos. Para estar en armonía debemos soltarnos. “Debes perder tu vida para encontrarla.” La fortaleza real, el verdadero respeto por uno mismo, solamente se logra haciendo a un lado la parte hambrienta.
KAREN CASEY Y MARTHA VANCEBURG
The Promise of a New Day
(La promesa de un nuevo día)
Una de las características más pronunciadas de las relaciones abiertamente dependientes y malsanas es el uso de juegos de poder para obtener un erróneo sentido de control sobre la pareja. Los juegos de poder son conductas manipuladoras que mantienen a dos personas en una base desigual. Aprender a reconocer tal conducta es dar un paso adelante y sacarla de nuestras relaciones o evitar las relaciones basadas en el poder.
La palabra poder se usa de muchas maneras. Con respecto a la búsqueda del amor e interdependencia, el poder que deseamos emana de la autoestima (potencial personal), no del control sobre los demás.
El mito que hay detrás de los juegos de poder es que no hay suficiente poder para los dos; una persona debe tener el control. El mito se basa en la idea de que la gente que detenta el poder tiene el control y puede obtener lo que desea y necesita. Sin dicho control, la vida parece tenue e incierta. Y, desde luego, ¡todos queremos sentirnos seguros! La competencia por ese elemento misterioso llamado “control” es a menudo feroz, tal como lo evidencian las guerras. Con frecuencia, ni siquiera sabemos qué queremos controlar. Además, los que participan en el juego por el poder —atinadamente llamados “controladores”— creen erróneamente que otras personas les proporcionan o quitan su potencial personal. ¿De dónde surgen estas ideas?
Empezamos a luchar por el poder alrededor de los dos años, cuando nuestros padres nos dijeron que ya era hora de dejar de ser el centro del universo y que era necesario cooperar con la “gente grande”. Podíamos recordar, hablar y actuar socialmente con un espíritu de cooperación. Si no cooperábamos, nos podían castigar o rechazar. En esta situación, los niños tienen tres opciones: rebelarse, sobreadaptarse o cooperar.
Los rebeldes dicen: “No, no lo haré y no pueden obligarme”, y luchan por salirse con la suya. Todos hemos visto a los niños intentar dominar a sus padres y a menudo ganarles al decir no, negarse a hacer algo y hacer berrinches.
Los que se sobreadaptan suelen ser dominados por uno de los padres. Pueden sentirse “tragados”, su libertad les es arrebatada. Sienten tristeza y temor porque su conducta y libertad de elección son suprimidas, no dirigidas. Y entonces se adaptan y contienen la ira.
Aquellos niños a los que se les hace cooperar y reconocer que los otros tienen necesidades, aprenden que cooperar y crecer pueden ser un placer. Compartir el poder y ceder, bases del amor sano, se convierten en una parte normal de la vida.
No había necesidad de dominar a nuestros padres, ni tampoco ellos tenían que dominarnos con órdenes, sobornos, amenazas, exigencias y castigos físicos. Tanto los padres como los niños pueden ser poderosos a su modo y, al compartir el poder, construyen puentes de comunicación, apoyo y amor. Eso es el desarrollo normal.
Todo niño de dos o tres años de edad atraviesa por una etapa de rebeldía. Algunos emergen con pocas cicatrices emocionales, aunque todos los que he conocido tienen algunos problemas al tratar de controlar a los demás. Las raíces de la conducta de los adultos que se enfrascan en juegos de poder pueden rastrearse en la infancia. Hay muchas maneras de ayudar a los niños en esta difícil etapa; incluso, enseñarles que el poder no es necesariamente algo que tiene una persona a expensas de otra.
Cuando mi hija Hilda tenía tres años, llegó tambaleándose a la cocina, donde yo lavaba los platos y pensaba en todos los deberes que tenía que acabar esa tarde. “Mami, léeme un cuento”, dijo jalándome de la falda. Miré hacia abajo y vi los juguetes regados en el piso de la cocina y la sala. Pensé: “Bien, tengo tiempo para leerle un cuento o para recoger los juguetes.”
Empecé por decir: “Ve y recoge tus juguetes, y después hablaremos acerca del cuento.” Pero me detuve súbitamente al darme cuenta de que estaba emitiendo una orden irritante. En su lugar dije: “Hilda, sólo tengo tiempo de hacer una cosa: leerte el cuento o recoger todos los juguetes. ¿Por qué no decides que debería hacer?”
Le había dado a la niña una opción. Hilda estaba sorprendida. No había motivo para que se decepcionara o hiciera berrinche, porque era su elección. Y eligió. Corrió a recoger los juguetes ella misma; entonces regresó para que yo hiciera la parte para la que tenía tiempo: leerle el cuento. Hacerla pensar y elegir afirmó su poder personal.
La transición de la omnipotencia infantil a compartir el poder parece ser algo con lo que todos luchamos en la infancia, la adolescencia y, aun, en la vida adulta. La confusión en torno a quién utiliza el poder es evidente en las relaciones adultas malsanas y difíciles. ¿Cuáles son algunos de los juegos de poder que sabotean las relaciones amorosas adultas?
Para sentirse poderosa, una persona debe aplastar y controlar a la otra; quien se involucra en juegos de poder tiene dificultades para compartirlo debido a que teme ser dominado. Tal persona está diciendo inconscientemente: “Temo que no tengo poder y necesito controlar a los demás para poder ser poderoso.” Esta falsa idea sugiere que otra persona tiene el control de nuestro potencial personal y debemos controlarla a fin de estar seguros y ser fuertes.
Quien se enfrasca en juegos de poder lucha por mantener a los demás en la posición de víctimas para que puedan ser rescatados o perseguidos. Tales melodramas no son la esencia del verdadero poder personal, sino de la dependencia, y resultan muy malsanos. De hecho, los juegos de poder son la causa de mucha infelicidad.
No es fácil dejar los juegos de poder porque encubren temores inconscientes y con frecuencia suprimidos. En todos los casos en los que he explorado las raíces de la necesidad de un paciente de controlar a otra persona, he encontrado una experiencia traumática o una amenaza imaginaria que las ha llevado a interpretar la pérdida del control como la pérdida del ser, que es una idea peligrosa y terrible. O quizá al paciente se le ha permitido dominar a sus padres, desarrollando así una creencia de que “soy más poderoso que tú y me puedo salir con la mía”.
“Además —razonaba un paciente habituado a los juegos de poder—, uno se siente mucho mejor siendo poderoso, así que ¿para qué abandonar esa conducta?” No pueden darse cuenta de que estas posturas son inestables y malsanas, y se basan en creencias falsas. La gente que intenta controlar a los demás puede evitar hacer frente a sus propios temores, inseguridades y dudas porque siempre tiene a alguien más, que está “menos bien”, en quien enfocarse. Tenga en mente que tanto los que se enfrascan en juegos de poder como sus víctimas participan el juego. La víctima también obtiene beneficios; cooperar hace que la otra persona permanezca cerca.
Pudimos haber diseñado nuestros juegos de poder cuando éramos niños para protegernos del daño. Por lo mismo, estas son conductas profundamente arraigadas y, en consecuencia, nuestra resistencia a dejarlas será muy grande.
Quienes participan en juegos de poder casi nunca buscan ayuda o expresan un deseo de cambiar. Esto se debe en gran medida a que están dominados por la ilusión y la negación, así como por su creencia de que son mejores que los demás. Generalmente se ven obligados a entrar a una terapia o a cambiar cuando experimentan un trauma, como la amenaza de abandono por parte de la pareja. Aun así, volver a tener el control sobre el compañero o la compañera rebelde puede ser su objetivo. En este punto, usualmente el compañero o la compañera rebelde ya no están dispuestos a ser las víctimas. En ocasiones pueden estar enojados y compitiendo por la posición dominante. Ninguno de los dos estará listo para dejar el juego de poder hasta que las inseguridades que los motivan hayan sido exploradas.
Una última y crucial característica del amor adictivo es la presencia de juegos de poder en los que uno de los miembros de la pareja obtiene una falsa sensación de control sobre el otro. Las conductas manipuladoras o controladoras intentan mantener a la pareja en una situación de “uno con ventaja, el otro aventajado”. Para sentirse poderosa, una persona aplasta a la otra; tiene dificultades para compartir el poder por temor a ser dominada y puede evitar hacerle frente a sus temores, inseguridades y dudas porque siempre hay alguien en quien enfocarse. Sin tal control, la vida parece frágil e incierta. Quienes se enfrascan en juegos de poder pueden interpretar la pérdida de control como una “pérdida de la propia identidad”. Este mito, basado en la idea de que el poder es escaso, sugiere falsamente que otra persona está a cargo de nuestro potencial personal.
Pedro buscaba ayuda debido a su depresión y baja autoestima. Su parte que necesitaba control escribió la siguiente carta:
“Siempre has tenido un ego fuerte y has sido tan autosuficiente, y ahora estás pensando en entregarle todo eso a una persona que hará que pierdas el control. En realidad no deseas eso, ¿o sí? He tratado de protegerte de mil maneras. Quizá olvidaste que siempre estuve contigo y no dejé a los demás acercarse a ti. Te he mantenido solo y con el control absoluto. Eres muy inteligente y estás por encima de los que tratan de ayudarte. No los necesitas, puedes resolver las cosas tú mismo. Ha funcionado bastante bien todos estos años, ¿no es cierto?
“Para mí es un misterio el que quieras admitir la derrota o la necesidad de ayuda. Puedes controlarlo todo. Los poderosos son los que tienen el control; así es como eres y quieres permanecer. La mayoría de tus problemas surgen porque los demás tratan de contrariarte. Quítalos del camino y las cosas empezarán a marchar bien para ti.”
Pedro enlistó todas las maneras en las que intentaba timarme durante la terapia:
Pedro estaba utilizando estos recursos para reforzar su necesidad de control. Con la ayuda de la terapia aprendió que su poder personal no se daba a expensas de otro. Nuestro poder personal viene de dentro; no hay necesidad de lograr el control de otro. Con la confianza en nosotros mismos no tenemos necesidad de poder y control.
Una vez que identificamos los juegos de poder que sabotean nuestras relaciones, tenemos tres opciones:
Primera, podríamos cooperar y responder pasivamente como víctimas, con lo que accedemos a renunciar a nuestro propio potencial y aceptamos nuestra posición sumisa. Es fácil y resulta familiar, si bien provoca adicción. Sobra decir que, aunque mucha gente la adopta, no es la mejor manera de vivir plenamente. Estas personas usualmente acaban sintiendo lo que su pareja quiere evitar: vergüenza, culpa, inadecuación y temor.
Segunda, podríamos buscar la posición de poder, pero podemos enfrascarnos en una relación competitiva y caracterizada por la adicción. En este caso, dos personas antidependientes luchan por la posición de poder y viven en un conflicto constante conforme una trata de dominar a la otra mediante juegos de poder tan creativos como destructivos. Desafortunadamente, la mayoría de las relaciones se mueven, entre las opciones uno y dos en un vaivén que dura toda la vida.
Sin embargo, hay una tercera opción más afortunada: responder desde una posición afirmativa que reconoce un poder personal equitativo. En esta posición decimos: “Ambos estamos bien y tenemos poder personal. A veces tu conducta no es aceptable para mí.”
Cuando adoptamos esta actitud es importante reconocer cómo los juegos de poder han hecho víctimas a los miembros de la pareja y trabajar para fomentar una nueva sensación de poder personal y dignidad en ambos.
A continuación se enlistan algunas acciones que debemos emprender si queremos retirarnos de los juegos de poder:
Ganamos al aprender un proceso interno: cómo vivir con nosotros mismos. Si tenemos una sensación de confianza, ya no necesitamos “ganar” a expensas de otro.
Usted puede darse cuenta de que entre menos responda a los desafíos verbales de un compañero o compañera que busca el poder, mejor. La necesidad de defenderse o asentir puede llevarlo directamente a una conducta adictiva. Las respuestas cortas, de una sola palabra, son las más efectivas para permanecer lejos de la competencia por el poder. O bien, puede optar por dejar clara su posición: “Cuando tú (acción), siento (sentimiento). “Usted está respondiendo desde una posición de poder personal igual. Exprese la frase cuando sea más probable que lo escuchen, no cuando esté enojado o en medio de una discusión. El siguiente es un ejemplo de una pareja que va hacia una relación más sana, basada en el poder personal igual de cada uno de sus miembros.
Georgina y Braulio tenían una relación potencialmente buena. No obstante, Braulio estaba obsesionado con su papel de rescatador y consejero de muchas personas, el papel del que trata de tener poder sobre los demás. Braulio tenía muchas “víctimas” que le demandaban tiempo y energías, y a quienes Georgina llamaba “encimosos” y no amigos verdaderos. Aunque Braulio se quejaba de que estas personas consumían su tiempo, no podía decirles que no.
Georgina solía sentirse abandonada, pero durante varios años se quejó poco, siempre a la espera de que la situación cambiara. Su estilo, heredado de su familia, era el de no decir nada y sentirse mal. Dado que no había experimentado en su familia el compartir el poder, su temor de confrontar a Braulio y posiblemente provocar que se enojara y la rechazara, era muy real.
Cuando finalmente se armó de valor, habló con él honestamente y con mucha emotividad. Le dijo que ya no estaba dispuesta a posponer sus propias necesidades por las de otros. “Cuando cancelas nuestros planes para el fin de semana porque un amigo quiere que lo ayudes a mudarse —manifestó—, me siento insignificante, herida y muy molesta.” Había empezado a darse cuenta de que acarreaba un patrón de conducta desde la infancia, cuando a menudo se había plegado a las necesidades de los otros miembros de su familia, y ya no quería repetirlo.
En un principio, Braulio escuchaba a Georgina con simpatía; después la atacó verbalmente, la acusó de manipularlo con su llanto y de tratar de controlar la relación de ambos. Para recuperar el equilibrio, Braulio empezó a criticarla, a negarle afecto y a sermonearla acerca de cómo debía ser y cómo sería su matrimonio,
Georgina sabía que podía acceder a los deseos de Braulio, no ceder y afirmar su dignidad personal o abandonar a su marido. Por fortuna era lo suficientemente fuerte como para darse cuenta de que, si bien la conducta de Braulio la hería, nacía de su temor a perder el control y resultar herido él mismo. Determinada a no seguir siendo una víctima, Georgina logró ser objetiva y no tomar personalmente las críticas de Braulio.
Cuando se dio el momento oportuno, le dijo a su marido cómo la afectaba su conducta, aunque siendo realista, sabía que no podía esperar cambiarlo. También dejó claro que quería un matrimonio sano, en el que ambos pudieran contribuir con sus propias ideas, sentimientos y maneras de hacer las cosas, como iguales, sin temor a represalias. Georgina esperaba que tal ideal pudiera alcanzarse; si no se podía, consideraría en qué términos se podría alcanzar o se plantearía la opción de continuar o no con esa relación.
Afortunadamente, tanto Georgina como Braulio están buscando una relación más profunda y libre. No ha sido fácil para ellos, pero el respeto mutuo les ha permitido pasar de una relación controladora, caracterizada por la adicción, a una que apoya a ambos y, a la vez, los libera. Hay menos juegos de poder o en todo caso tanto los individuales como los de pareja son mejores.
Me sigue sorprendiendo la frecuencia con la que la gente comienza a obtener lo que quiere y necesita en las relaciones cuando está dispuesta a renunciar al control. Quizás esto se debe a que una persona siente que el poder de su compañero descansa en él mismo y, con cierto temor y respeto, se mueve para alcanzar y dar. O quizá descubre que el control sobre los demás es una ilusión y la respuesta es dejarse ir. En una tormenta es el árbol que se dobla con el viento el que sobrevive para crecer alto.