CAPÍTULO 6

Pertenencia sana

Amaos el uno al otro, pero no permitáis que el amor sea una atadura:

Permitid en cambio que sea como un mar que se mece entre las orillas de vuestras almas.

Colmad mutuamente la copa, pero no libéis solamente de una.

Compartid vuestro pan, pero sin comer del mismo pedazo.

Cantad y danzad juntos y sed alegres, pero permitid que cada uno se sienta solo.

Así como las cuerdas de un laúd se encuentran separadas aunque se estremezcan con la misma música.

Ofreceos el corazón, pero sin que por ello dejeis de vigilarlo. Pues solamente la mano de la Vida puede contener vuestros corazones.

Y manteneos unidos, mas no demasiado juntos:

Porque las columnas del templo se encuentran separadas

Y el roble y el ciprés no crecen estando bajo la sombra del otro.

Fragmento de El profeta

GIBRAN JALIL GIBRAN

Nuestra necesidad de los demás

Si usted reconoce síntomas de dependencia en sí mismo y su relación, no está solo. En nuestra lucha por terminar con la sensación de aislamiento e irrelevancia, a menudo nos encontramos atrapados en una red de necesidades.

Necesitamos a otras personas. Debemos amar y compartir el amor para florecer al máximo. Como decía Erich Fromm: “la afirmación de la vida, felicidad, crecimiento y libertad propias, está enraizada en la propia capacidad de amar con interés, respeto, responsabilidad y conocimiento”. Pasamos ahora del diagnóstico de los males que pueden ser como una plaga para la relación a los síntomas del amor sano.

Somos la especie más evolucionada del planeta. Seguimos evolucionando, y en nuestra evolución se está desarrollando una conciencia espiritual del lazo que nos une a otras personas de una manera muy profunda. La singularidad de cada individuo contribuye a la mayor grandeza de toda la humanidad.

Si nos pensamos a nosotros mismos como sistemas individuales de energía nos damos cuenta de que podemos inhibir nuestra energía o utilizarla de manera destructiva o constructiva. Aun el amor puede ser una forma de energía que suprimimos o ejercemos. Nuestros científicos han descubierto el átomo y sus componentes. Ahora se esfuerzan por categorizar la sustancia que hace que las partículas del átomo se adhieran unas a otras. Algunos maestros de metafísica sugieren que el amor es también una fuerza intangible, un poder. Según esta concepción, el amor es un poder tan real como la electricidad, un mortero divino que cimienta todo el universo, una fuerza electromagnética que atrae a todas las partículas del átomo y adquiere forma. Tiene sentido conocer más acerca de cómo amamos, ya sea un amor dependiente, dirigido a la intensificación del ego y la necesidad de realización, o un amor maduro, que ha evolucionado a través del tiempo.

Las características del amor verdadero son opuestas a las de las relaciones dependientes. Veámoslas.

Características de la pertenencia sana

Las personas que tienen relaciones sanas presentan las siguientes características.

  1. Permiten la individualidad.
  2. Experimentan tanto la unicidad como la separación respecto de su pareja.
  3. Hacen surgir las mejores cualidades del compañero o compañera.
  4. Aceptan los finales.
  5. Experimentan apertura al cambio y la exploración.
  6. Estimulan el crecimiento del compañero o compañera.
  7. Experimentan la verdadera intimidad.
  8. Se sienten libres de pedir en forma honesta lo que necesitan.
  9. Experimentan el dar de la misma manera que el recibir.
  10. No intentan cambiar o controlar al otro.
  11. Fomentan siempre la autosuficiencia del compañero o compañera.
  12. Aceptan las limitaciones propias y las del compañero o compañera.
  13. No buscan el amor incondicional.
  14. Aceptan el compromiso.
  15. Tienen una alta autoestima.
  16. Confían en recordar al amado; disfrutan la soledad.
  17. Expresan espontáneamente sus sentimientos.
  18. Dan la bienvenida a la cercanía; se exponen a la vulnerabilidad.
  19. Se preocupan por el otro desinteresadamente.
  20. Afirman la igualdad y el poder personal propio y el del compañero o compañera.

Ahora examinémoslas con más detalle.

Permiten la individualidad

En el amor dependiente sentimos que nos estamos consumiendo, mientras que el amor sano permite la individualidad. Una relación sana permite a los amantes cambiar y crecer de manera separada sin que ninguno de los dos se sienta amenazado. Tal libertad es posible debido al respeto y confianza del amante maduro en su pareja. Los pensamientos y sentimientos individuales se aceptan, no se suprimen. El cuerpo y la mente pueden permanecer relajados cuando surgen diferencias y conflictos porque las diferencias son aceptables y la resolución de conflictos se considera como parte de la vida normal y cotidiana. Los amantes no sienten que tienen que cuidar de los sentimientos del otro y tienen la suficiente autodirección como para que no les entre el pánico cuando el amado tiene otras preocupaciones en la mente.

Experimentan tanto la unicidad como la separación respecto de su pareja

Aunque los amantes maduros pueden describir su cercanía como unicidad, también tienen una clara sensación de ser individuos distintos. Esto es, experimentan tanto la unicidad como la separación, que no son contradictorias. Esto permite un estado de euforia negado a los adictos al amor, quienes están obsesionados con la relación a expensas de su propia satisfacción. Nelly, una de mis pacientes, logró aprender esta verdad y romper con su dependencia obsesiva.

Nelly había entrado en terapia matrimonial con Claudio, su esposo desde hacía 15 años y quien recientemente había concluido exitosamente un tratamiento contra la dependencia de sustancias químicas. Nelly anunció con alegría que estaba lista para dejar la terapia. Dijo que sentía por Claudio un amor que nunca había experimentado antes.

Obsesionada por años de baja autoestima y temor al rechazo, había intentado hacer que su esposo la amara de una manera igual a su ideal del romance y el matrimonio. Insistía en que resarciera todas las pérdidas que ella había experimentado cuando era niña. Claudio no respondió y las demandas irreales de Nelly ampliaron la brecha entre ellos. El ideal de ella —como el de muchas personas que creen que sus ilusiones son románticas— suponía una dependencia casi sofocante de Claudio.

En la terapia, Nelly había aprendido que podía ser plena por sí misma y que no necesitaba a su esposo. En cambio, desearlo era una emoción muy distinta y mucho más gratificante. La conciencia de esto alivió mucha de su frustración, enojo y temor al rechazo; le permitió relajarse mental y físicamente. Con menos tensión, Nelly era libre de explorar sus propios talentos y sueños. Gradualmente comenzó a entender que la autoestima lo libera a uno para amar a los demás a la vez que permite nuestra individualidad. Desarrolló su propia identidad. Sus actos se convirtieron en un reflejo de ella misma, no de Claudio. Así, el estira y afloja se detuvo, y Nelly invitó a su marido a compartir el amor.

Hacen surgir las mejores cualidades del compañero o compañera

Este es un aspecto un tanto sutil, pero muy visible y maravilloso, del amor maduro. De hecho, propicia una mejor calidad de vida, porque hace emerger desde nuestras profundidades las cualidades humanas más altas: respeto, paciencia, autodisciplina, compromiso, cooperación, generosidad y humildad. El amor maduro no es siempre fácil, pero en última instancia hace que nos sintamos bien. El amor maduro es para la gente adulta, y lograrlo es parte del proceso de crecimiento.

Aceptan los finales

La muerte de una relación es dolorosa, pero la gente madura tiene el suficiente respeto por sí misma y su pareja como para arreglárselas cuando termina el amor. La gente madura sabe cómo dejar ir una relación insalvable, así como es capaz de sortear una crisis en una relación sana. Aun con su dolor, no duda de que algún día volverá a amar. Aunque no podemos negar el poder que el dolor ejerce sobre nosotros, sí podemos sobrevivir a pesar de él.

He visto estallar en llanto a personas fuertes cuando son sexualmente traicionadas por un amante, aun cuando ellas mismas hayan engañado a su pareja. Al enterarse de que su esposa tenía una aventura, un hombre me dijo: “Nunca he sentido tanto dolor en mi vida. Honestamente no sé si podré sobrevivir. Lo gracioso es que nunca pensé en el amor antes de que esto pasara. Simplemente estaba allí, era mi esposa y me ayudaba, criaba a los niños. Dios, me siento terriblemente. Nunca, jamás, quiero pasar por esto de nuevo.”

La tragedia de su última frase es que se estaba programando para nunca volver a abrirse al amor. Con el fin de no perder tal apertura vital, un amante herido debe trascender la tendencia natural a reaccionar con enojo, miedo y pánico. Tenemos la capacidad para superar el dolor y la pena, así como para perdonar y amar de nuevo.

Suena difícil, y lo es. Hace falta el lado espiritual para trascender el mandato fuerte y autoclestructivo del dolor y el enojo. Con el tiempo, la gente madura es capaz de aceptar la realidad —aun cuando duele— y proseguir hacia el siguiente capítulo de su vida. Es gente que enfrenta problemas y tristezas de la manera más racional y sana, a pesar de que no es fácil.

David se abrió para dar y recibir amor. Pero era claro que Mónica, su amante y amiga, ya no estaba abierta a su amor, así que no era seguro para él seguir con la relación. Escribió lo siguiente: “Te amo y me amas. Nuestra relación me dio muchas lecciones que estarán conmigo toda la vida. Me retaste a que me conociera a mí mismo y mis defensas. Te lo agradezco. Que no estés dispuesta a amarme abiertamente es una verdad que me duele. Sin embargo, estoy listo para seguir adelante. Sé que no hay modo de cambiar las cosas. Tú eres la otra mitad de la relación y debes seguir tu camino. Te dejo ir. Sigo siendo tu amigo y sé que soy una persona mejor por haberte conocido. Te amo. David.”

Experimentan apertura al cambio y la exploración

La vida está formada por una serie de cambios; sin embargo, muchas personas se aferran a la gente y a otras cosas que les resultan familiares sin tomar en cuenta su deseo interior de crecer como individuos o en una relación. La apertura al cambio puede ser riesgosa —incluso puede conducir a rupturas—, pero sin ella, una relación pierde su intensidad.

A menudo, uno de los miembros de la pareja continúa en una espiral de crecimiento mientras que el otro se aferra tercamente a lo que le es familiar y en apariencia seguro. Eso puede significar que habrá problemas.

Germán y Beatriz se conocieron y enamoraron cuando eran estudiantes de filosofía en la universidad. Vivían con la emoción de descubrir y compartir nuevas ideas y experiencias. Después de casarse, sus vidas comenzaron a cambiar lentamente y luego, súbitamente, todo se detuvo. Mientras Germán salía a trabajar, Beatriz se desempeñaba como ama de casa. Su estilo de vida, de clase media alta, tan distinto al de sus ideales universitarios, se caracterizaba por una vida social muy agitada y una búsqueda de posesiones materiales. Germán se posesionó de su papel de proveedor, compañero leal y consumidor. Beatriz actuaba como una mujer fiel que, además, apoyaba la carrera de su esposo.

Habían estado casados cerca de 12 años cuando el aburrimiento y la impaciencia empezaron a romper los lazos que los unían. Beatriz, que se acercaba a la edad madura, ingresó en la escuela y empezó a emocionarse con nuevas ideas y experiencias. Estaba deseosa de compartirlo todo con Germán, pero para su sorpresa, éste se resistía y menospreciaba su esfuerzo. Asustada, Beatriz dejó de hablarle acerca de sus experiencias. Entretanto, él tuvo aventuras extramaritales y comenzó a beber demasiado. Era claro que se habían alejado. Su relación estaba desprovista de calor y emoción. Reconocieron que su matrimonio estaba en peligro y buscaron ayuda.

En un principio creyeron que había falta de comunicación, pero pronto se dieron cuenta de que el problema era mucho más profundo. Debido a que habían descuidado su crecimiento personal para centrarse de manera muy intensa en las relaciones sociales, los negocios y la posición, sus lados espirituales se habían estancado. Tenían la vaga pero real sensación de que algo hacía falta. Como resultado, Beatriz se enfocó con emoción al cuidado de su lado creativo y Germán experimentó frustración al buscar estímulos e intensidad tanto en el sexo fuera del matrimonio como en sus frecuentes borracheras. A través de la terapia, ambos aprendieron que sin la apertura para cambiar y explorar, una relación es como un cuerpo que nunca se ejercita: pierde flexibilidad y fuerza, se debilita e, incluso, puede morir.

Estimulan el crecimiento del compañero o compañera

La gente madura no sólo reconoce que el cambio es necesario, sino que sabe que el amor verdadero requiere y fomenta el crecimiento del otro, incluyendo el desarrollo de otras relaciones importantes sin sentir celos.

Recientemente hablé con un muy querido amigo. En ese momento era mi amigo más importante y yo era la amiga más importante para él. Hablamos acerca de cómo esto podía cambiar si fuéramos amantes. Llegamos a la conclusión de que cuando se involucra el sexo, otras amistades vitales pueden a menudo provocar celos. Aunque hay muy poco de racionalidad en los celos, son una fuerza enorme en nuestra constitución emocional y biológica. Están profundamente arraigados en nuestra biología —quizás como resultado de nuestros impulsos primigenios de procreación y protección— y también pulsos primigenios de procreación y protección— y también son algo que aprendemos. Los celos son una emoción natural, pero si permitimos que nos controlen, podemos impedir nuestro propio crecimiento y el de nuestra pareja.

El desarrollo personal no termina a la edad de 18 años; continúa hasta la muerte. A la mitad de la vida nos enfrentamos a una decisión: el estancamiento o el autodescubrimiento que nos puede llevar al crecimiento renovado. Es un momento en el que muchas personas se sienten confundidas y retadas. Debido a que mucha gente teme al cambio, puede optar por estancarse intelectual y emocionalmente, y sus relaciones sufren por ello. En Bridge Across Forever (El puente hacia la eternidad), Richard Bach escribió que “el aburrimiento entre dos personas…no viene de estar juntos físicamente. Viene de que están mental y espiritualmente separados”.

Experimentan la verdadera intimidad

En virtud de que los amantes maduros no están limitados por temores e inhibiciones infantiles, sus relaciones se caracterizan por una intimidad verdadera e intensa. El temor a los riesgos del amor inhibe la intimidad; la confianza y la voluntad de tomar riesgos, en cambio, invitan a ella. El amor verdadero parece contradictorio: quienes son autocontenidos e independientes son más capaces de amarse profunda y tiernamente, debido a que su amor no es obsesivo ni dependiente, son libres para ser interdependientes y se complementan uno al otro.

En otras palabras, quienes son libres en tanto individuos también los son para amar. Puede parecer una paradoja, pero fera de confianza. Cuando somos niños estamos dispuestos a confiar en nosotros mismos, los demás y la vida. Así, el niño interior siempre está involucrado en nuestra capacidad para amar íntimamente. Con el fin de confiarnos nosotros mismos a otro deben estar presentes cuatro cualidades: confiabilidad, apertura, aceptación y congruencia.

Cuando falta una de estas cualidades, experimentamos desconfianza, y con toda razón. Nuestra parte intuitiva responde rápidamente y empieza a defendernos. En el amor sano, una persona puede contar con que la otra estará allí; puede sentirse a salvo y aceptada; puede experimentar una apertura de ideas, sentimientos y diferencias, y puede experimentar consistencia por parte de la otra. La congruencia significa que las palabras y actos de uno son consistentes. Y cuando se reconocen las ideas y actos de uno como inconsistentes, por ese solo hecho, el de reconocerlo, se vuelven congruentes. Ser congruente es decir: “Te amo, pero tengo problemas para expresar amor.”

La intimidad es profunda cuando confiamos plenamente. Lourdes solía estar asustada y se alejaba de la gente. Cuando no confiaba se le decía que ella era el problema. Le di la lista de las características de la confianza y le dije que viera cuál era la cualidad que le faltaba a la gente que encontraba. Cuando estaba haciendo esto empezó a darse cuenta de que su desconfianza estaba bien fundamentada. Conforme fue aprendiendo a confiar en sus percepciones, tuvo más confianza en ella misma y corrió más riesgos con la intimidad. Descubrió que podía encontrar la diferencia entre la gente segura y la que no era segura. También aprendió que nadie es perfecto y que la gente sana estaba abierta a hablar con ella acerca de su incongruencia, lo que los hacía creíbles, por lo que estaba segura con ellos.

Se sienten libres de pedir en forma honesta lo que necesitan

El amor verdadero también tiene como característica la libertad de pedir y recibir, así como la buena voluntad para aceptar un “no” por respuesta. Es muy importante subrayar que la habilidad para ser honesto —de decir no cuando se quiere decir no— es esencial en una relación. De hecho, para confiar en el sí que uno emite es necesario haber demostrado también la habilidad para decir no.

Una manera importante para determinar la disponibilidad de un paciente anteriormente dependiente a dejar la terapia es que sea evidente su habilidad para establecer contacto con los demás, para pedir en forma clara ayuda cuando la necesita y para recibir ésta. También es necesario que la gente abandone su deseo de conseguir todo aquello que no puede tener realmente.

Trabajo con parejas que frecuentemente esperan que los demás les lean la mente. A menudo se dicen unos a otros: “Has vivido lo suficiente conmigo. ¡Ya deberías saberlo!” Ése es un error. A veces, su compañero o compañera no sabe lo que usted necesita; en otras ocasiones, él o ella puede “leer” sus pensamientos correctamente o puede, simplemente, adivinar. Pero lo mejor es negociar, hablar acerca de los sentimientos y necesidades. La mayoría de nosotros no leemos la mente y ni siquiera el amor puede volvernos clarividentes.

Con la ayuda de la terapia, Gloria, una mujer de 35 años, muy indecisa y callada, había logrado muchas cosas nuevas. Podía hablar honestamente acerca de sus sentimientos y pedirle directamente a su amante, Carlos, lo que necesitaba en vez de esperar a que él lo adivinara. Un día llegó sintiéndose muy triste y enojada. “Hice todo lo que se suponía debía hacer —dijo—. Quería que Carlos hiciera algo por mí y se lo pedí de una manera clara y gentil. ¿Sabe lo que dijo? ¡Dijo que no! Me rechazó.”

Gloria había hecho lo correcto, pero cometió un error común: creyó que si lo pedía de la manera adecuada, obtendría lo que quería. Aunque a menudo obtenemos lo que queremos cuando lo pedimos de manera directa, es importante pedírselo a la persona correcta en el momento apropiado, y aun entonces aceptar que la persona puede no estar en la posición indicada para ayudarnos. Gloria no había hecho eso.

Frecuentemente, las personas se meten en problemas cuando esperan obtener lo que necesitan o quieren. Es natural necesitar y querer algo, pero esperar o exigir recibirlo sólo prepara el terreno para la decepción. El amor sano está dispuesto a dejar ir, no a la persona, sino a las expectativas. Para ser aceptados por los demás, deberíamos tener una actitud de aceptación respecto de nosotros mismos.

A menudo esperamos que la gente se ajuste a nuestro ideal de expresión del amor. En una relación, un miembro de la pareja puede disfrutar haciendo las compras en el supermercado, mientras que el otro puede ser más sentimental y preferir dar flores, tarjetas y regalos. Si ambos miembros de la pareja son perceptivos y maduros, sabrán que la manera de dar es única según quien da, así que serán bienvenidas muchas formas de expresión del amor. Los amantes verdaderos aprecian —e incluso gozan— tales diferencias.

Experimentan el dar de la misma manera que el recibir

El amor no egocéntrico experimenta el dar y el recibir de manera similar. El placer que se obtiene al darle al amado es tan intenso como el que se vive al recibir de él. Cuando uno ha dado el maravilloso salto de la dependencia al amor más libre, es posible dar más fácilmente y con menos expectativas. Algunas personas dan para complacer y, de esta manera, esperan recibir algo a cambio. Cuando esto falla pueden enojarse y decir: “Bueno, ¡me olvido de ti! ¡Te he dado y dado, pero no sirvió para nada!”

El enojo y la frustración marcan con frecuencia el momento del cambio en aquel que da para obtener. En este punto, y debido a la frustración, la persona puede ya no dar de esta manera tan egocéntrica y comenzar a ser más honesta con su pareja. El esposo de una paciente me llamó una vez para decirme: “Chispas, no sé qué pasa con esta terapia. Mi esposa me está volviendo loco. Está enojada todo el tiempo y se niega a hacer cualquier cosa por mí.” Le respondí: “Es sólo una fase, algún día comprenderá.”

Semanas después me volvió a llamar. “Tenía usted razón —manifestó—. Ha vuelto a ser la misma de siempre.” En realidad, la mujer, quien había sido una “dadora para obtener”, no era la misma de siempre; era muy distinta. Estaba aprendiendo a darle a su marido, a hacer cosas que lo complacían, pero no porque esperara algo a cambio, sino porque lo amaba verdaderamente y estaba experimentando la alegría de dar por el simple hecho de hacerlo. Su enojo y frustración por el fracaso de “dar para obtener” había sido una fase natural, en la que, por cierto, algunas relaciones zozobran. Dar desde nuestra esencia es una experiencia muy profunda que nos motiva a expandir nuestro deseo de dar a otros.

No intentan cambiar o controlar al otro

El amor maduro se acepta a sí mismo y a los demás tal y como son. Un amante no intenta cambiar o controlar al otro. Esto no supone que a los miembros de la pareja les guste todo acerca de sí mismos o del otro, pero son capaces de aceptar lo que no les gusta. Esto es, los mejores romances se basan en el realismo.

Aunque puede sonar bastante simple, una de las partes más difíciles para aprender a amar es aceptarnos a nosotros mismos y a los demás tal y como somos. La vida y las relaciones están llenas de opciones. Si escogemos estar con alguien, aceptando a esa persona tal y como es, eso es amor verdadero. Intentar cambiar al otro es un síntoma del amor adictivo. Y como todo, quien lo ha intentado sabe que nunca funciona. El amor sano cede ante el otro. La gente que tiene un nivel de conciencia más alto se siente incomprendida por los que están en un nivel menor, ya que estos no han tenido la experiencia necesaria. Un niño de cinco años puede saber qué se siente tener tres, pero no viceversa. El amor adictivo empuja y jala. El amor sano es compasivo.

Fomentan la autosuficiencia del compañero o compañera

Fromm escribe: “El paso más importante es aprender a estar solo con uno mismo sin leer, escuchar la radio, fumar o beber…Esta es precisamente la condición necesaria para aprender a amar.” El amor maduro ocurre cuando nos damos cuenta de que estamos sustancialmente solos, que ya no necesitamos de la misma forma en que necesitábamos en la infancia, que tenemos cualidades interiores que nos completan. En una relación sana ambos individuos tienen una sensación de autoestima y bienestar. Confían en sí mismos y en los demás; en una escala de cero a diez, se aman a sí mismos incondicionalmente —¡un diez!— sin culpa. Yo creo que todos tenemos lo necesario para amarnos y respetarnos en igual medida.

Aceptan las limitaciones propias y las del compañero o compañera

El amor verdadero involucra una apreciación realista de nuestras limitaciones. Es importante que ajustemos nuestras creencias a la realidad, en lugar de tratar de ajustar la realidad a lo que queremos creer. Puede parecer raro que para crecer, tengamos que aceptar nuestras limitaciones. Pero el amor maduro puede resolver problemas dentro de ciertos límites.

Pero si una persona crece y la otra no, ¿puede prosperar la relación? Mi respuesta es sí y no. Por una parte, las relaciones que fracasan son aquéllas en las que uno de los miembros no está dispuesto a aceptar las limitaciones del otro, sean reales o imaginarias. Las luchas de poder y el estira y afloja pasan por encima de la alegría y el amor. Por otra parte, las relaciones exitosas son aquellas en las que la gente acepta sus limitaciones y las de los demás. Recuerdo a una pareja que al inicio de la terapia ponía énfasis en cambiarse uno al otro. Después aprendieron a saborear la singularidad de cada uno y a satisfacer algunas de sus necesidades en otras relaciones. Ella se interesó más en las clases de autoayuda y metafísica. El continuó satisfaciendo sus necesidades en el mundo de los negocios y el trabajo. El tiempo que pasaban juntos se convirtió en el mejor momento para compartir sus diferencias así como también sus similaridades.

No buscan el amor incondicional

En una buena relación amorosa, ya no anhelamos el amor incondicional de nuestro compañero o compañera. El único momento en que llegamos a necesitar ese tipo de cuidados fue durante los primeros 18 meses de nuestra vida. No vamos a necesitarlo de los demás por más tiempo, ya podemos dárnoslo a nosotros mismos. El amor incondicional es un estado del ser que viene de dentro de nosotros y no al revés. La paradoja radica en que cuando dejamos de buscar el amor incondicional, a menudo nos sorprendemos al encontrar a alguien que nos ama precisamente de esa manera. Quizá se debe a que, al darnos a nosotros mismos amor incondicional, brindamos al otro la seguridad que lo invita a compartir su amor.

Aceptan el compromiso

En el amor adictivo, el compromiso a menudo se experimenta como una “pérdida del yo”. En el amor maduro, sucede lo contrario; la autoestima aumenta. Experimentamos al compromiso como una expansión de nosotros mismos. Vamos más allá de la autogratificación narcisista para compartir, dar y sacrificarnos por él o ella. El compromiso acepta, sin resistencias, la importancia y el valor de la otra persona en nuestra vida. Hay una auténtica preocupación por el compromiso con la otra persona y su bienestar. Tomamos en cuenta la forma en que afectan nuestras acciones a la relación. Reconocemos que la autonomía no es siempre hacer “lo que quiero en el momento en que lo quiero”, sino tomar la responsabilidad de nuestras vidas de manera que nos lastimemos lo menos posible a nosotros mismos y a los demás. La autonomía incluye fronteras y limitaciones y los amantes maduros definen juntas estas fronteras para fortalecer su compromiso. Nuestro compromiso expresa nuestros valores más profundos y trasciende nuestros temores.

Si hago lo mío y tu lo tuyo

y no vivimos de acuerdo con nuestras expectativas

Podremos vivir, pero el mundo no sobrevivirá

Tú eres tú y yo soy yo cuando estamos juntos, no por azar

Uniendo nuestras manos, nos encontraremos bellos

Si no, nadie nos podrá ayudar.

CLAUDE STEINER

Tienen una alta autoestima

¿Qué tanto se ama a usted mismo? En el amor maduro, ambos individuos tienen un alto sentido de la autoestima y el bienestar. Se aman a sí mismos sin necesidad de probarlo a los demás. En las relaciones caracterizadas por la adicción, nuestra autoestima dependerá de la respuesta de nuestro compañero o compañera. En una relación sana, confiamos en nosotros mismos y nuestra autoestima no se debilita por la desaprobación o discordia.

Recuerdo una relación en la que se me pedía que pusiera a la otra persona en un pedestal. El decía: “Necesito que me admires para sentirme bien conmigo mismo.” Mi respuesta a este amigo fue directa: “Ponerte en un pedestal sería una mentira. Somos iguales. No lo haré. Aunque podemos afirmar el valor y bondad de cada uno de nosotros, no podemos darnos una autoestima que no tenemos.” La relación terminó y él continuó su búsqueda de una compañera bien dispuesta a reverenciarlo.

Los otros pueden ponerlo en un pedestal y tendrá la tentación de quedarse y disfrutar del paisaje. Pero este es un lugar muy peligroso, ya que ¡todo lo que sube, tiene que bajar! En el amor maduro no caben los egos inflados. Alguna vez escuché que alguien definía a la humanidad como “la gentil aceptación de uno mismo”. Los amantes maduros parecen expresar esta autoconfianza estando solos y uno con el otro.

Confían en recordar al amado; disfrutan la soledad

Un indicador importante del amor verdadero es nuestra capacidad para confiar en nuestra memoria y recordar al amante ausente, lo que nos permite aceptar y disfrutar el tiempo que estamos solos. Aunque podemos desear estar con nuestro amante ausente, tenemos confianza en que él o ella a la larga regresarán. Mientras tanto, los buenos recuerdos son suficientes para satisfacernos. El amor maduro supone que los individuos experimentaron una satisfacción suficiente a las necesidades de su infancia y encuentran fácil saber lo que necesitan y buscarlo. Las personas afortunadas aceptan su derecho a ser amadas; están abiertas, confiadas y no exigen.

Como un amante le dijo a otro: “Lo que siento por ti cuando estamos separados es muy distinto a lo que había sentido antes. Quiero estar contigo, pienso en ti y siento tu presencia. Confío en nuestro lazo espiritual. No siento ansiedad ni añoranza y espero vehementemente el momento de estar juntos. Quizá se deba a que tú también confías en nuestra ausencia.”

Expresan espontáneamente sus sentimientos

En las relaciones amorosas adictivas, los compañeros vuelven a representar escenas dramáticas que los llevan a sus sentimientos favoritos tales como confusión, enojo, culpa o vergüenza. En una relación sana, los amantes expresan espontáneamente sus sentimientos con base en lo que está ocurriendo. Los sentimientos se expresan, no se reprimen cuando surgen, ya que los sentimientos expresados en el momento no explotarán después en momentos inadecuados. La frustración y el enojo acumulados siempre salen, puede estar seguro de ello.

Una pareja, casada por segunda vez, incluyó en su contrato de matrimonio la promesa de discutir abiertamente cualquier síntoma de problemas. Tales síntomas aparecen primero como sentimientos incómodos. Ambos sabían, gracias a las experiencias previas, que no discutirlos los haría más graves y crearía resentimientos o el cerrarse. Aunque podemos tender a repetir las dramáticas escenas del pasado, el amor sano nos brinda la posibilidad de experimentar mejores finales. Nuestros sentimientos son los indicadores necesarios para identificar y resolver nuestras diferencias; expresarlas con solicitud es importante para nuestro bienestar.

Dan la bienvenida a la cercanía; se exponen a la vulnerabilidad

Con el amor verdadero nos sentimos conectados a la vida y a toda la humanidad. Sabemos en quién podemos o no podemos confiar y nos sentimos a salvo al explorar. Con el amor maduro, podemos manejar la decepción y el dolor. En una relación amorosa sana, nos deshacemos de creencias y decisiones subyacentes que nos mantienen cerrados y a la defensiva. Estamos dispuestos a tener una vida plena solos. Sabemos que la pertenencia aparece de muy distintas maneras no sólo en una relación primaria.

Como decía un cliente: “Ahora que sé que puedo sobrevivir al dolor y a la pérdida, y que conozco las alegrías de la franqueza, he elegido vivir abiertamente y arriesgarme a convivir con los demás. Si mi franqueza es demasiada para ellos, que así sea. Dejaré que se vayan porque sé que hay muchos otros que desean compartir mi franqueza. No puedo ser otra persona. Todos tenemos el derecho de preferir a una persona sobre otra y de economizar el tiempo que invertimos en los demás. Está bien que alguien no quiera estar conmigo y prefiera a otro. ¡Existen muchos otros con los que puedo intimar!”

Se preocupan por el otro desinteresadamente

La madurez nos permite saber que podemos interesarnos, escuchar y responder a los sentimientos del otro, pero sin “arreglarlos” o removerlos. Por lo tanto, una sensación de interés con desapego es un síntoma de la relación sana. Los compañeros dicen: “Me interesa lo que sientes y estoy aquí contigo”, pero no: “Déjame sentir el dolor en tu lugar.”

Cuando buscaron asesoría por primera vez, Lea estaba terriblemente deprimida y José, su esposo, se sentía culpable al respecto. “Parece que no soy capaz de sacarla de esta depresión y he hecho todo lo que se me ocurre”, dijo, “¿Cómo se supone que debo sentirme bien cuando ella está tan deprimida?” En el fondo se sentía fracasado como hombre y esposo. Creía que los hombres eran los héroes, responsables de salvar a las heroínas tristes.

Ambos debían aprender que Lea era responsable de su propia depresión. Aunque José podía ser comprensivo y compasivo, no podía superarla por ella. De hecho, José encontraría el estado mental de Lea menos depresivo si se sintiera menos culpable. José se sintió aliviado al darse cuenta de esto. Entretanto, Lea fue capaz de sentirse menos mal cuando José dejó de culparse a sí mismo por su depresión y así fue capaz de explorar más fácilmente las causas subyacentes. José, menos ansioso, ahora brindaba más apoyo. Al dejarse ir, le dieron a su relación una oportunidad para crecer con mayor fuerza y carácter.

Afirman la igualdad y el poder personal propio y el del compañero o compañera

En el verdadero amor, los amantes se reconocen a sí mismos como iguales; no se ven envueltos en juegos psicológicos ni en rivalidades. La competencia sana desafía el crecimiento de cada uno y no repercute en el otro. La confrontación detiene el dolor, no lo provoca. Cuando dos personas están satisfechas y viven como individuos libres, es mucho más probable que tengan una relación satisfactoria y libre.

En conclusión, los amantes maduros dan la bienvenida al amor y se arriesgan a la vulnerabilidad. Se han enfrentado a su soledad y conocen la alegría de compartir. Saben que ya no necesitan a la gente para sobrevivir, tal y como la necesitaban en la infancia, que la vida es a veces cruel e injusta y, sin embargo, sigue siendo buena.

Así como escribo o hablo acerca del amor sano, me doy cuenta de que tengo menos que decir cuando escribo o hablo acerca del amor adictivo. Y con toda razón. El verdadero amor es un estado del ser. Es puro, simple, emana de mí: de un lugar que no puedo definir claramente, aunque parece que es el corazón el que habla con cada célula de mi ser. Es mi propia creación, que va hacia afuera. A veces la detengo, a veces la comparto.

Usted ha tenido la experiencia del amor. Cada vez que lo experimente, repítase: “esto es amor, es real y lo estoy experimentando una y otra vez”.

“¡Yo soy! y ¡tú eres! y el amor;

es todo: lo que importa.

RICHARD BACH

The Bridge Across Forever

(El puente hacia la eternidad)