—Una cosa más —dice Mentor, antes de colgar—. He decidido dar por concluida vuestra participación en el caso de Lola Moreno.
Antonia, que estaba perdida en algún lugar dentro de su cabeza, la levanta con extrañeza. Jon también, pero con perplejidad. Los tres saben lo que va a ocurrir a continuación. La única duda es qué palabras elegirá Antonia para mandarle a pastar.
—Eso no va a ocurrir.
Mentor se calla. Parece que el vídeo se ha quedado congelado, pero no, es sólo que ha optado por el silencio. Jon también. No se le ha olvidado la historia que Mentor le contó hace unos meses, la historia del perro al que tuvo que sacrificar porque había sido incapaz de controlarse. Así que le extraña que alguien que conoce tan bien a Scott haya elegido esta forma tan poco adecuada para comunicarle una decisión estúpida.
Pasan unos segundos incómodos. Segundos de esos marcados bajo la etiqueta «Si hablas, pierdes».
—Inspector Gutiérrez... —dice Mentor.
—A mí no me mire. Ya sabe lo que hay.
—Lo que hay es una situación imposible. Con demasiadas variables peligrosas. Están ahí solos, sin apoyo forense. El equipo de Madrid está ocupado ayudando a esclarecer lo que ha sucedido a Inglaterra y Holanda. Si no les mando volver, es por miedo a que les suceda algo.
—Tenemos que quedarnos aquí. Entendido. Pues ya que estamos, vamos a aprovechar el tiempo.
—Scott. Ya os habéis encontrado dos veces con esa mujer. Es un milagro que no haya ocurrido algo peor. No sois una unidad de intervención. Vuestras capacidades tienen un uso muy concreto.
—Venga ya. Esto será como lo de Valencia —dice Antonia.
—Tú y yo recordamos Valencia de forma bien distinta —suspira Mentor.
—Puede ser. Pero vamos a encontrar a Lola Moreno y a descubrir lo que ha pasado aquí.
—Eres demasiado valiosa para perderte por esto, Scott.
—¿Cuánto?
Mentor la mira con desconcierto.
—No entiendo.
—¿Cuánto de valiosa? Dime una cifra.
—No creo que...
—Me encantaría saberlo. ¿Cuánto valgo? ¿Como dos mujeres? ¿Tres mujeres? ¿Ocho mujeres muertas, como las del contenedor?
Jon recuerda el olor. La podredumbre. La sangre que tuvo que limpiar del cuerpo de Antonia, del suyo propio. La promesa que ella hizo. Un susurro suave emitido por una mujer minúscula y medio rota. Una mota minúscula en un universo indiferente. Apenas perturbó la oscuridad.
Y, sin embargo...
—Yo no elijo adónde ir. Qué hacer con esto —dice, tocándose la frente con el dedo índice. Suave y despacio.
—Eso no es justo.
—Tú eliges dónde entramos. Pues bien, yo elijo cuándo salimos. Y si no te gusta...
Hace una pausa.
—Si no te gusta, te puedes ir a tomar viento.
La cara desencajada de Mentor, con los ojos del tamaño de pelotas de golf, es lo último que queda en la pantalla, congelada por un instante, cuando Antonia corta la comunicación.
—¿Qué tal lo he hecho? —dice, volviéndose hacia su compañero.
El inspector se acaricia la barba, simulando pensar.
—Te doy un diez en la ejecución, un cinco por la elección del taco y un cuatro en oportunidad.
—¿Una media de seis con tres? —dice Antonia, con un mohín.
—Subes puntos por la cara que ha puesto. Digamos un siete.
—No está mal. Mejor que mis notas de la facultad.
Jon se pone en pie. Vuelve junto a la ventana, se mete las manos en los bolsillos. Emite con todo su cuerpo señales de «pregúntame qué me sucede» que hasta una radio rota como la de Antonia pueda captar.
—¿Qué ocurre?
—Ha sido divertido ver cómo le ponías en su sitio. Pero creo que tiene razón.
Jon no necesita ninguna superficie reflectante para ver la decepción en la cara de Antonia. Ni ojos en la nuca, como los del padre Carlos, en catequesis. Ése sí que tenía superpoderes.
—Tú también, no.
—No te estoy diciendo que lo dejemos —dice Jon, volviéndose hacia ella y alzando las manos en ademán conciliador—. Lola Moreno sigue siendo la clave para coger a Orlov. Pero ahora ha aparecido Xena, la princesa guerrera. Y busca lo mismo que nosotros.
—Ya nos la encontramos una vez. No somos su objetivo.
Jon se acaricia el cuello, que todavía guarda un recuerdo de ese momento.
—No somos su objetivo mientras no nos pongamos en su camino. Ya viste lo que pasó con el policía que se levantó.
—Nos hemos enfrentado a asesinos antes. ¿Qué hay de Sandra Fajardo?
—Una rata astuta que usaba el engaño. Eso podemos manejarlo. Pero esto...
—No es más que un ser humano. Escapó por los pelos.
—Descolgándose con cuerdas desde la azotea. No es nuestro campo, cari.
Antonia se cruza de brazos.
—¿Qué hacemos, entonces? ¿Nos encerramos en la habitación a ver la tele?
—Tampoco es eso. Pero la policía ya está haciendo el trabajo de calle. Y no va a ser la solución. Ahora tiene dinero, así que podrá esconderse. Sólo te pido que no corramos como locos por todas partes durante un par de días. Búscala aquí dentro —dice Jon, tocando el iPad—. Y aquí dentro —dice, señalando su frente.
Antonia clava la mirada en el minibar durante un largo rato. Los argumentos hacen cola tras sus dientes. Pero finalmente decide apretarlos y dejarlos encerrados dentro.
—Está bien. Déjame sola. Necesito pensar.