Capítulo 7

 

PIPER observó a Dante, que cruzaba a grandes zancadas la sala de la villa. Tenía una expresión muy intensa y se le aceleró un poco el corazón. Parecía como si quisiera devorarla en ese instante y lugar. Era la misma expresión que tenía cuando entraron en su habitación del hotel de Londres.

–Esta noche has causado buena impresión.

Él se paró con un brazo por encima de la chimenea de piedra y ella tuvo que hacer un esfuerzo para resistirse al brillo apasionado de sus ojos, y a la reacción de su propio cuerpo. No podía desearlo cuando se había quitado la careta, cuando había dejado claro que solo era un empresario que haría cualquier cosa para conseguir sus objetivos. Estaba utilizándolos a su hijo y a ella. ¿Cómo podía encontrarlo atractivo cuando toda su vida había soñado con un hombre cariñoso y atento? No le convenía nada, pero estaba muy a gusto con él. Como la otra vez, quería estar con él de todas las maneras posibles, quería arriesgarlo todo a cambio de sus besos y sus caricias.

Naturalmente, no le había engañado con su voz apagada y triste cuando había hablado de su hermano durante la cena. Había hablado de lo complicado que había sido para su madre sacar adelante a dos muchachos. Esa revelación le había sorprendido, pero esperaba haberlo disimulado bien. Al fin y al cabo, eran cosas que debería saber si era su prometida.

–Hice lo que pude.

Piper se sentó en uno de los sofás. No podía quedarse de pie en medio de la habitación y mirándolo como si estuviese esperando que pasara algo. Estaba segura de que la tensión saltaría por los aires en cualquier momento.

–Has estado maravillosa y te has ganado a D’Antonio. Te adoraba, prácticamente se derretía cada vez que hablabas, y lo sabes.

Él lo dijo en un tono cáustico, y ella supo que algo había cambiado. Había algo distinto entre ellos, aunque no sabía qué.

–Contarle tu pasión por el arte fue una jugada brillante.

–Es verdad, Dante. Es lo que habría hecho si no hubiese dejado la universidad cuando mi padre se puso enfermo.

–Una jugada bien ejecutada, ¿no?

–Debería irme a la cama.

Piper se levantó. Tenía que escapar de ese hombre que dominaba hasta el más mínimo espacio de la habitación, y del anhelo de su cuerpo para que él lo besara y acariciara. Tenía que marcharse como fuera.

–Háblame de la enfermedad de tu padre.

Se quedó helada y miró a Dante, que seguía apoyado en la repisa de la chimenea como si no pasara nada.

–No hay nada más que decir.

Ella disparó las palabras en tono defensivo mientras el dolor se adueñaba de ella y hacía que le flaquearan las rodillas. Quería sentarse, pero no quería que la mirara desde arriba.

–Me habría venido bien saber ese detalle antes de haber pasado la noche intentando convencer a D’Antonio de que somos una pareja enamorada, una pareja a punto de casarse, lo que significa que se cuenta sus pasados.

–Tú también tienes la culpa de eso.

Él se apartó de la chimenea y se dirigió hacia ella, que no pudo moverse aunque sabía que era lo que tenía que hacer. La intensidad de su mirada hizo que sintiera miedo en el corazón, y que previera algo, aunque no sabía qué.

–No compartimos nuestras vidas, ¿verdad, Dante? Estamos prometidos para casarnos, pero solo porque le conviene a tu operación empresarial.

Se le amontonaron las preocupaciones por el futuro que la habían agobiado durante la semana anterior y no pudo contener el caudal de palabras.

–¿Qué pasará cuando cierres tu ridícula operación? ¿Te alejarás de mí y de tu hijo como si no hubiésemos existido?

Dante se detuvo justo delante de ella y el corazón se le aceleró como solo se le había acelerado una vez antes, cuando él le tomó la mano y la llevó a la habitación de su hotel.

–No tienes un concepto muy elevado de mí, ¿verdad, cara?

Él lo dijo con mucha delicadeza, lo que hizo que ella se irritara más todavía. No era una niña malhumorada a la que había que apaciguar.

–No tienes una reputación precisamente inmaculada, Dante. ¿Qué tengo que pensar?

No iba a hablar de eso esa noche, y menos iba a reconocer cuánto le gustaba. Estaba cansada y eso, sumado al embarazo, tenía que ser el motivo para que sus sentimientos estuviesen a flor de piel. No podía ser por Dante. No quería que fuese por Dante, no quería que la alterara.

–Nunca incumplo un trato, Piper. Jamás –replicó él en un tono tajante–. Tenía que saber algo sobre la enfermedad de tu padre, es el tipo de cosas que sabría un novio atento.

–Muy bien. ¿Qué quieres saber?

Ella se alejó de él para poner distancia entre ellos. No podía soportar el olor de su loción para después del afeitado ni la calidez de su cuerpo tan cerca del de ella ni, desde luego, esa mirada oscura que la atravesaba con su intensidad.

–¿Cuándo murió?

Piper cerró los ojos un instante y tomó aire. No sabía si podía hacerlo, pero sí sabía que lo que él decía tenía sentido. Si querían parecer una pareja recién prometida, él tenía que saber algo sobre ella.

–La noche que te conocí en Londres era el primer aniversario de su muerte.

Ella levantó la barbilla y lo miró a los ojos como si lo desafiara involuntariamente a que preguntara más, un desafío que él aceptó.

–Entonces, utilizaste la atracción entre nosotros como una vía de escape.

Él se puso rígido y sus ojos casi la abrasaron.

–Sí –reconoció ella con atrevimiento.

Seguía avergonzada por la manera de haberse rebelado contra todo lo que defendía, contra la moral que le habían inculcado. En ese momento, el único problema era que podía entender por qué se había empeñado su madre en que se mudaran a Londres, para conservar lo poco que le quedaba de familia. ¿Acaso no estaba ella a punto de arrojar su vida en manos de ese hombre por el bien del hijo que estaba esperando?

–¿Por qué yo? ¿Habías planeado este resultado, este embarazo inesperado, desde el principio?

Él levantó las manos con un gesto de impotencia y se dio la vuelta, dándole tiempo a ella para que se recuperara. Sin embargo, la recuperación duró poco porque volvió a mirarla con los ojos como ascuas.

–¿Por eso no insististe en que tomase medidas anticonceptivas?

–¡No! –exclamó ella boquiabierta mientras retrocedía–. Creía que estabas diciendo que estaba solucionado.

Él se acercó y ella retrocedió otro paso hasta que se topó con la pared.

–A lo mejor ya sabías quién era yo…

–No tenía ni idea de quién eras, y si lo hubiese sabido, jamás me habría marchado de la fiesta contigo.

Furiosa con la ridícula idea de que el destino los había unido precisamente aquella noche, hizo frente a la furia de él.

–No puedo seguir haciendo esto.

–¿Qué no puedes seguir haciendo? –le preguntó él mientras se acercaba amenazadoramente.

Su voz era más profunda, su acento era más fuerte y la rabia se mezclaba con la pasión en sus ojos oscuros. A ella le latió el corazón con tanta fuerza que casi le dolió.

–Esta farsa –contestó Piper sin poder apartar la mirada de la de él y sin poder apaciguar el corazón.

–¿A qué farsa te refieres, cara?

–Al… Al compromiso.

Ella balbució mientras él se acercaba un poco más con esos ojos tan sexys clavados en el alma, como si supiera la respuesta que ella no podía darse a sí misma.

–Creo que te refieres a la fría indiferencia que has adoptado desde que llegaste a Roma.

–Es la única forma de sobrellevar esta farsa.

Le fastidió que su voz se convirtiera en un susurro y la delatara, que su cercanía estuviese privándole de la poca energía que le quedaba después de las últimas horas.

–Sin embargo, no todo es una farsa, ¿verdad, mia cara?

Le acarició la cara con suavidad, pero ella no pudo evitar que se le cortara la respiración, y tampoco soportó la satisfacción que se reflejó en los labios y en los ojos de él. No lo soportaba a él y, sin embargo, lo deseaba con toda su alma.

–Claro que lo es, no significas nada para mí.

Tenía la respiración entrecortada y él le miró el cuello, donde vería que tenía el pulso desbocado, y los pechos, que le subían y bajaban cada vez que respiraba.

–No mientas.

La intensidad de sus ojos despertó una oleada de deseo dentro de ella que le llegó hasta el mismísimo centro de su feminidad.

–Si no, tendré que demostrarte lo equivocada que estás, demostrarte lo falso que es eso –añadió él.

–¡No te atreverás! –exclamó ella mientras una vocecita interior le pedía a él que se atreviera.

Los ojos de Dante dejaron escapar un destello de deseo y ella supo perfectamente lo que iba a hacer. Iba a besarla… y estaba deseándolo. Quería sentir sus labios, paladearlo y mucho más. Sin embargo, ese no era el trato que habían hecho. Habían firmado un trato en un papel, un trato que decía que no habría nada físico entre ellos, y mucho menos sentimental.

–No me desafíes, Piper. Siempre acepto los desafíos y siempre los gano.

–No esta vez.

Ella lo miró con más rabia por su reacción a él que por su fanfarronada de que siempre ganaba los desafíos.

–Entonces…

Él arqueó las cejas y apoyó una mano en la pared de tal manera que su cara quedó tan cerca de la de ella que, si levantaba la barbilla, sus labios se encontrarían con los de él.

–El desafío sigue en pie, ¿no? –preguntó él.

–Claro…

Ella dejó escapar un susurro ronco con la esperanza de que hubiese parecido firme, pero sabiendo que había sonado como si se hubiese derretido.

–¿Y si te beso te dará igual?

–Claro. No hay nada entre nosotros.

Afortunadamente, esa vez la afirmación había sonado mucho más convincente.

–¿Estás segura, cara?

Le tomó la cara con una mano y le pasó el pulgar por los labios. Ella no pudo evitarlo, pero cerró los ojos y se le entrecortó la respiración antes de que se le escapara un suspiro muy tenue.

¿Por qué iba a resistirse? Fuera lo que fuese lo que explotó entre ellos en Londres, seguía presente. Ella quería volver a vivirlo, quería dejarse llevar por un momento de inconsciencia. Lo deseaba y ¿acaso no se inmunizaba uno si se inoculaba lo que no debería?

 

 

Dante apoyó el brazo en la pared y la miró. Sentía un cosquilleo en el pulgar de pasarlo por los labios que anhelaba besar. No se había acostado con una mujer desde aquella noche en Londres. Había intentado convencerse de que había estado muy ocupado, pero ya sabía que había sido porque todavía deseaba a Piper. Ella, de alguna manera, había sorteado las murallas que cercaban sus sentimientos, y que siempre habían sido impenetrables, y en ese momento, después de haber pasado una semana con ella, tenía que aceptar la verdad. Todavía la anhelaba y solo había una manera de sobrellevar esas necesidades, saciarlas.

Volvió a mirarla y captó que esos ojos verdes estaban expectantes. Lo deseaba tanto como él a ella. La pasión abrasadora que se reflejaba en sus ojos era como la que lo dominaba por dentro. Era lujuria sin disimulos, como la de la noche que pasaron juntos en Londres, una noche que le había cambiado la vida en más sentidos que los que pudo haber previsto cuando le dio la noticia bomba aquella mañana en su despacho.

–Eres muy hermosa y en este momento solo quiero besarte.

Sus pensamientos se convirtieron en palabras no para cautivarla, como solía hacer para seducir a una mujer, sino porque quería saber lo que sentía de verdad él mismo.

Ella le rodeó el cuello con los brazos y la estrechó contra la pared con las manos entre la masa de rizos rojos que le enmarcaban la cara. Sus ojos se encontraron fugazmente mientras las caras casi se tocaban y le agradó ver que el deseo insaciable resplandecía más que nunca, lo que despertó una reacción desenfrenada en él. Era suya. Esa mujer era suya y esa noche la reclamaría de la forma más elemental. Bajó la cabeza con la intención de rozarle los labios para provocarla, pero tomó aliento cuando sus labios se encontraron con los de ella y captó el anhelo innegable mientras Piper tomaba las riendas del beso y le exigía casi demasiado.

Dejó escapar una maldición en italiano sobre su boca y paladeó su avidez y su deseo, solo comparables a los de él. La estrechó con más fuerza contra la pared para sentir sus pechos y cómo contoneaba las caderas sobre su erección, más dura que nunca.

Se apartó un poco sin salir de su asombro por la intensidad de ese deseo que había brotado como llamas alrededor de ellos, un fuego que amenazaba con abrasarlos, y eso era lo único que él quería en ese momento. Piper introdujo los dedos entre su pelo y volvió a acercarlo.

–Bésame –le ordenó ella.

Él sonrió al reconocer a la mujer con la que había hecho el amor en Londres. Había vuelto la tentadora ardiente que lo había llevado a donde no lo había llevado ninguna mujer y esa vez no se le iba a escapar hasta que él estuviese dispuesto a soltarla.

–Pienso hacer algo más que besarte.

El gruñido gutural que salió de su boca fue bárbaro y todo el cuerpo le palpitó por el deseo que exigía una satisfacción inmediata. Ella volvió a besarlo antes de que pudiera decir algo más. Fue un beso exigente y erótico y se quedó sin respiración cuando su lengua se encontró con la de ella. El corazón se le disparó, solo una vez había sentido esa pasión desenfrenada, ese deseo incontenible, y había sido con esa mujer, la mujer que le había entregado su virginidad y, en ese momento, esperaba un hijo suyo. Era suya y eso no cambiaría independientemente de lo que pasara.

Bajó la mano por su cuello y se detuvo cuando ella profundizó el beso. Entonces, le puso la mano en el pecho y notó el pezón duro bajo la tela del vestido. Sintió unas ganas incontrolables de rasgarle el vestido para poder deleitarse con esos pechos, para mordisqueárselos hasta que gritara de placer como hizo la otra vez.

–Dante…

Piper susurró su nombre sobre sus labios y contoneó más las caderas contra él. Se sintió dominado por una oleada de anhelo ardiente. Ya nada podría detenerlo. Tenía que saciar ese deseo abrumador, y pronto.

Bajo la mano hasta su cadera sin dejar de besarla y le levantó el vestido hasta que pudo acariciarle la suave piel del muslo. Ella dejó de besarlo y él la miró con un deseo incontenible. Esos ojos verdes todavía lo desafiaban, todavía lo incitaban a que la tomara. Tenía la respiración acelerada y entrecortada y los labios hinchados, pero no era suficiente. Empezó a acariciarla con delicadeza y contuvo la respiración cuando introdujo los dedos por dentro de las bragas. Estaba tan ardiente para él como lo estaba él para ella.

–¿Todavía me desafías? –preguntó él con la voz ronca mientras dejaba de acariciarla.

La rabia se reflejó en los ojos de ella e hizo que brillaran con chispas de pasión y furia.

–Sí… Todavía te desafío.

Ella lo susurró con la voz entrecortada mientras le introducía los dedos entre el pelo de la nuca y conseguía que sintiera un estremecimiento de placer por toda la espalda como no había sentido jamás. Dante la miró a los ojos y tiró con delicadeza del encaje de las bragas. Ella siguió mirándolo con una mezcla de rabia y pasión que fue casi su perdición y arqueó una ceja de la más seductora de las maneras.

–¿Estás segura, cara?

–Te desafío –repitió ella con la voz ronca y sexy.

Dante tiró con firmeza y desgarró las braguitas de encaje por la costura.

–¡Dante! –exclamó ella con sorpresa aunque no hizo nada para evitar lo que él pudiera hacer.

–¿Y sigues diciendo que no hay nada entre nosotros?

–Sí –ella abrió más los ojos cuando él introdujo los dedos entre los rizos que cubrían su feminidad húmeda y cálida–. No hay nada en absoluto.

–Sin embargo, quieres que te acaricie, ¿verdad, cara?

Ella cerró los ojos cuando él le separó los pliegues con los dedos y notó lo mucho que lo deseaba, pero tenía que mantener el dominio de sí mismo, tenía que ser quien marcara el ritmo de ese baile de deseo frenético e inesperado.

–Dante, no podemos… Por favor, no…

Piper contuvo la respiración cuando su caricia la arrastraba hacia el límite.

–Sí podemos y lo haremos.

Siguió acariciándola, siguió aumentando sus ganas de entrar en ella, pero antes quería llevarla al clímax, demostrarle cuánto lo deseaba. Ella se estremeció y se aferró a él cuando ese clímax se adueñó de ella. Era muy receptiva y ardiente. La deseaba ahí mismo, contra la pared, ya no podía parar.

 

 

Piper abrió los ojos sin poder creerse lo que había pasado. Se sentía débil, pero todavía quería más y esa necesidad embriagadora la privó de cualquier resto de sentido común mientras bajaba las manos temblorosas para desabrocharle el pantalón. Tenía que palparlo, tenía que acariciarlo como él la había acariciado y, lo que era más importante, tenía que recuperar el control que él le había arrebatado con una facilidad alarmante.

Él bajó la cabeza casi hasta su hombro mientras ella le liberaba toda la extensión de la erección con una mano. Notó la dureza cálida mientras él le besaba el cuello. Fue una sensación tan nueva y excitante que creyó que podía perder la cabeza. Él dejó escapar un gruñido cuando ella lo rodeó con los dedos.

Dante la levantó antes de que ella pudiera dejarse llevar por esos anhelos nuevos que se adueñaban de su cuerpo. Instintivamente, lo rodeó con las piernas y se apoyó en la pared para ponerse donde quería estar, estrechada íntimamente contra él.

Dante la miró con los ojos negros por el deseo. Envalentonada por el poder que parecía tener sobre él, se cimbreó hasta que notó que la tocaba con esa calidez pétrea.

Algo desenfrenado y desconocido estaba desatándose alrededor de ellos como una tormenta que era cada vez más devastadora. Solo podía mirarlo a los ojos mientras la sujetaba, hasta que, de repente, la tormenta amainó y todo quedó en un suspenso tenso. Ella había oído hablar del ojo de la tormenta, pero nunca se había imaginado que pudiera ser así… con un hombre como Dante Mancini.

–Dante…

Ella lo susurró expectante, deseando más y, de repente, preguntándose si habría llegado demasiado lejos. Su respuesta fue un beso arrebatador y cerró los ojos cuando su lengua se abrió paso entre la boca de ella y volvió a empezar ese baile erótico y desenfrenado. Contoneó las caderas, mientras él la sujetaba contra la pared, para sentirlo, provocarlo y atormentarlo. Dante dejó escapar una maldición en italiano y se apartó un poco para mirarla. Esa tensión expectante volvió a cargar el ambiente. Tenía los ojos tentadoramente sombríos y se movió con ella. Entonces, Piper se dio cuenta de que no había controlado nada, que ni siquiera había sido la que lo provocaba o atormentaba. Sin embargo, ya le daba igual, solo quería tenerlo dentro y en ese momento.

Él, como si le hubiese leído el pensamiento, acometió, la empujó contra la pared y la agarró de los muslos para colocarla donde quería tenerla. Ella se aferró a él como si su vida dependiera de ello, y era posible que así fuera. La pasión la dominó por completo cuando él se retiró y volvió a acometer dentro de ella. Sintió una erupción de anhelo palpitante cada vez que entraba más en ella. Se movió con él como si su cuerpo hubiese nacido para hacer eso. Dante había despertado a la mujer que llevaba dentro aquella noche en Londres y, en ese momento, solo quería que la poseyera por completo.

Mientras se movía, los labios de él la besaron con tanta pasión que la cabeza le dio vueltas y cerró los ojos para entregarse a la sensación de ser de Dante. Sus respiraciones se aceleraban y se entrecortaban más con cada segundo que pasaba. La besó en el cuello y ella inclinó la cabeza hacia atrás dejándose llevar por el momento.

–¡Dante!

Gritó cuando él la elevó hacia otro clímax. Cada movimiento de él hacía que estuviese más dentro de ella, justo donde quería que estuviese. Lo acompañaba en un baile desenfrenado donde se había perdido todo juicio y sentido común.

–Eres mía, Piper… Mía.

Su susurro ronco no significó nada mientras todo explotaba alrededor de ella y volvió a gritar aunque oía los gritos de Dante mientras también se liberaba. Se aferró a él cuando el cuerpo empezó a temblarle, pero no se atrevió a decir nada. Se le apaciguó el pulso y supo que había jugado una partida peligrosa, y la había perdido. Las últimas palabras que había dicho él antes de que los dos explotaran habían sido triunfales, había demostrado que allí seguía lo que había brotado entre ellos en Londres, fuera lo que fuese, y que ella lo deseaba tanto como siempre.

La miró con los ojos todavía cargados de deseo, pero la soltó poco a poco y cuando tocó el suelo con los pies, se alegró de que la pared la sujetara. Él, sin decir una palabra, la tomó de la mano y la llevó hacia la escalera. Eso no había terminado todavía, y ella no tenía ningunas ganas de que terminara.