PIPER estaba satisfecha entre los brazos de Dante, tenía la espalda pegada a él mientras la abrazaba. Miró con detenimiento el anillo con un sello de su mano derecha mientras él dormía. La complicada «A» tenía que significar algo. ¿Sería la inicial de una mujer que le había roto el corazón y que le había impedido que volviera a amar? ¿Por eso era siempre tan frío y cauto?
Dante se agitó y ella se dio la vuelta entre sus brazos para mirarlo. Estaba irresistible con el pelo despeinado por haber hecho el amor y haberse quedado dormido, pero tendría que resistirse a él. No era el momento de correr el riesgo de enamorarse y se temía que estaba peligrosamente cerca de que le pasara precisamente eso. En ese momento, tenían que hablar de asuntos prácticos.
–Buongiorno, mia cara.
Su voz ronca era tan sexy como todo él y se preguntó si la habría saludado con el mismo cariño si no se hubiese marchado de aquel hotel de Londres. ¿Le habría gustado lo mismo verla en la cama? Seguramente, no. En aquel momento, no había tenido nada para ofrecerle, nada que darle a cambio, como tenía en ese momento. Hizo bien en marcharse aquella mañana. Sin embargo, se alegraba de saber lo que era despertarse abrazada por ese hombre.
–Buenos días –le saludó ella con timidez.
–Esta vez no te has escapado de mí, cara.
Los ojos de Dante se oscurecieron y ella supo que tenía que levantarse de la cama antes de que la convenciera para que se quedara.
–No, pero eso es exactamente lo que voy a hacer en este momento.
Se destapó e intento fingir que le daba igual estar desnuda y que él observara cada movimiento que hacía.
–¿Y por qué?
Ella sintió un escalofrío de placer por toda la espalda. La voz de él era hipnotizadora y sexy, pero no le hizo caso, se puso la bata y fue a ducharse.
–Porque tenemos que hablar sobre nuestro trato y a dónde vamos a partir de ahora.
Piper contestó por encima del hombro y entró en el cuarto de la ducha antes de que él pudiera replicar. Abrió el grifo e intentó no pensar en que su compromiso no solo le ayudaría a cerrar la operación y a salvar su reputación con la organización benéfica, también implicaría a sus familias. Ninguno de los dos tenía padre, pero sus madres se merecían saber que esperaban un hijo y formar parte de su vida.
Se quitó la bata, se metió debajo de los chorros de agua caliente y cerró los ojos. Todavía podía oír la voz de su madre cuando hablaron después de su llegada a Roma. Entonces tuvo que hablarle de Dante porque sabía que podía aparecer en la prensa, pero todavía tenía que hablarle del bebé. Ensimismada, no oyó que Dante entraba en la ducha y dio un grito cuando la atrajo hacia sí. A pesar del agua caliente que le caía por encima, no tuvo dudas sobre sus intenciones.
–¿Qué haces? –le preguntó ella entre risas.
Piper nunca había hecho eso, pero era algo que harían unos amantes, ¿no?
–Disfrutar todo lo que puedo de este cuerpo mientras sigue desnudo.
La besó, fue un beso largo e indolente, y el agua que caía sobre ellos hizo que las sensaciones fuesen más intensas. Correspondió al beso y anheló ese último momento de pasión con él antes de que sacara a relucir el asunto del compromiso y de lo que iba a significar para todo el mundo.
–Vuelve a la cama –le pidió él con la voz ronca.
El fuego del deseo resplandecía en sus ojos y avivó más el de ella. Dante cerró el grifo, le tomó la mano y se detuvo un instante para envolverla en una toalla grande. Piper se abrazó con ella y lo miró de soslayo mientras tomaba una toalla más pequeña, se secaba y se la ponía alrededor de las caderas. Eso no sofocó el deseo que la abrasaba por dentro solo por estar tan cerca de él.
La llevó al dormitorio antes de que pudiera decir algo, volvieron a la cama con la sábanas color crema arrugadas y él quitó la masculina colcha color bronce.
–Pienso hacerte el amor otra vez antes de que hablemos de lo que sea.
–Pero tenemos que hablar.
–Nada de hablar.
La empujó con delicadeza y cayó en la cama con la toalla abierta para que pudiera verla. Sin embargo, tardó mucho en aprovecharse de eso, hasta que dejó caer la toalla que tenía alrededor de las caderas, se tumbó a su lado en la cama y la besó por el cuerpo. Besó con delicadeza su abdomen todavía plano y ella, en su estupor inducido por el deseo, se imaginó que besaba a su hijo. Le acarició la cintura con el más cariñoso de los gestos y ella tuvo que cerrar los ojos con todas sus fuerzas para contener las lágrimas.
Se agarró a las sábanas cuando él bajó la cabeza y casi no pudo creerse las sensaciones que se apoderaban de ella. El amor y el deseo estaban empezando a entrelazarse y sabía que era peligroso. Eso no resolvería nada, pero sí era una manera de sobrellevar la situación y estaba dispuesta a afrontarlo. Él hacía que se sintiera viva, hacía que se sintiera hermosa y, después de años creyendo que no se merecía el amor, era casi excesivo… porque eso no era amor, nunca podría ser amor.
Volvió a besarla hacia arriba hasta que llegó a los pechos y le succionó los pezones endurecidos antes de ponerse encima. La dureza de su erección la animó a ser suya otra vez. Era una tentación a la que no podía resistirse y lo recibió dentro, se deleitó con todos sus movimientos y se dejó llevar una vez más.
El cuerpo de Dante todavía vibraba por las increíbles relaciones sexuales que había tenido con Piper desde que volvieron a la villa la noche anterior. Nunca había pensado poseerla con esa vehemencia, y menos contra la pared del salón, pero ella le hacía algo que no le había hecho ninguna mujer, como se lo había hecho aquella noche en el hotel de Londres. Hacía que perdiera el dominio de sí mismo, hacía que se olvidara de todo, hacía que se desenfrenara.
En ese momento, la observaba mientras cruzaba el salón para acompañarlo delante de la chimenea recién encendida. No era invierno todavía, pero quería sentir ese bienestar y el relajo que le proporcionaba. Además, también quería compartir ese momento especial con Piper. Por primera vez en su vida, quería permitir que una mujer estuviese cerca, al menos, durante un tiempo.
–Vaya, una chimenea abierta. No está mal, no estoy acostumbrada.
Piper le sonrió y se sentó en una butaca con las piernas, cubiertas por unos vaqueros, debajo de ella.
–Es mucho mejor desde aquí.
Él se sorprendió a sí mismo al invitarla a que se acercara. Podía deberse a que siempre se relajaba cuando estaba allí o a la intimidad que habían vivido desde que llegaron, pero quería tenerla cerca. Nunca había querido tener a nadie cerca. ¿Qué estaba pasándole?
–Me lo imagino…
Ella se sonrojó mientras iba a sentarse en el sofá y se concentró en el fuego como si no pudiera mirarlo a él.
–La verdad es que es muy romántico.
¿Romántico? ¿Había querido ser romántico cuando lo encendió? ¿Se los había imaginado acurrucados y disfrutando el uno de la compañía del otro? Había querido olvidarse de todo aunque solo fuese por ese día, pero no había querido que ella pensara en algo romántico ni mucho menos. No creía en las cosas románticas ni quería vivirlas. Esas cosas llevaban a sentimientos más complicados como el amor y eso era algo que no quería tener que sobrellevar por nada del mundo.
–La chimenea me parece relajante –comentó él–. Es uno de mis placeres invernales cuando estoy aquí, en la villa.
–Tenemos que hablar… –ella lo dijo con cautela y lo miró–. Sobre anoche…
–¿Te refieres al éxito que tuviste con Bettino D’Antonio al hablarle de arte… o a lo que pasó cuando volvimos?
Él también lo preguntó con cautela porque no quería que ella le diera demasiada importancia a las horas que habían pasado en la cama ni al deseo que se había adueñado de ellos. Él no lo consideraba hacer el amor porque eso le daría un significado completamente distinto.
–La cena –contestó ella sin disimular la indignación–. ¿De verdad crees que Bettino se quedó impresionado?
Dante se acercó a ella en el sofá, le tomó una mano y le besó los dedos.
–Mia cara, lo cautivaste y estoy seguro de que no vamos a conseguir un contrato sino dos.
Él ya tenía una buena impresión sobre la operación empresarial y sabía que tenía que agradecérselo a Piper. Su charla sobre arte y sobre su deseo de crear una empresa de restauración había sido tan espontánea y rebosante de entusiasmo que D’Antonio no había podido resistirse a ella, y si era sincero, él tampoco había podido. La había observado y había visto que le resplandecían los ojos con una felicidad y un placer sinceros mientras hablaba de arte. Él también se había sentido un poco desplazado por no haber sabido hasta qué punto era importante para ella. Le había contado que le gustaba visitar galerías de arte, pero, evidentemente, se trataba de algo más.
–Pero no tengo un título ni una empresa –Piper se quedó pálida al darse cuenta de las implicaciones–. Yo no puedo aceptar un contrato cuando ya hay empresas muy buenas. Además, el bebé…
–Se puede crear una empresa en este instante si quieres. Tus conocimientos son más que suficientes.
–Eso tú no lo sabes.
–Estoy seguro de que, como mínimo, son suficientes. ¿Cuántos cursos hiciste?
–Estaba en el último curso cuando mi padre se puso enfermo. En realidad, solo me faltaban los exámenes finales. Quería haber vuelto, pero…
–Eso es más que suficiente para empezar y un encargo de D’Antonio te daría un empujón, ¿es eso lo que quieres?
–Lo pensaré.
Ella lo dijo con cautela otra vez y él quiso abrazarla y decirle que la ayudaría. ¿Por qué quería hacerlo? ¿Por qué quería enredarse sentimentalmente con esa mujer más de lo que ya estaba?
Se encogió de hombros, le soltó la mano y se dejó caer sobre el respaldo del sofá mientras miraba la expresión pensativa de ella. Podía notar que sus reservas se debían a muchas más cosas.
–Tengo que hacer otras cosas antes.
Ella lo miró y él le aguantó la mirada como si la desafiara a que dijera lo que pensaba, a que le contara lo que la preocupaba.
–¿Qué es eso tan importante, Piper?
Ella lo miró con incertidumbre y él sintió un temor que le borró de un plumazo toda la paz y tranquilidad que había encontrado.
–Me gustaría que los dos fuésemos a Londres.
Piper bajó la mirada y él sintió que sus largas pestañas lo dejaban al margen.
–¿Hay algo concreto que quieras hacer allí? ¿Quieres que te vean en algún sitio para ratificar nuestro compromiso?
Él lo dijo en un tono despreocupado, pero el miedo estaba atenazándolo por dentro y amenazaba con asfixiarlo. Esa mujer, que según ella no quería nada de él, parecía querer mucho más de lo que podía darle.
–Sí –ella asintió con la cabeza–. Me gustaría que viéramos a mi madre.
Sus temores se hicieron realidad y el impacto en el pecho fue muy fuerte.
–No. Este compromiso es para cerrar una operación empresarial y para legitimar a nuestro hijo. No hace falta que la familia entre en él.
La intranquilidad lo dominó por dentro. ¿Qué pensaría su madre cuando leyera que iba a casarse y, peor aún, que iba a ser padre?
–Tu madre también querrá saberlo –replicó ella–. Aunque no puedas contarle la sórdida verdad.
El tono dolido de su voz debería haber hecho que sintiera remordimientos, pero él sofocó los sentimientos y se cerró en sí mismo. Habían pasado una noche apasionante que no debería haber cambiado nada, pero, por algún motivo, lo había cambiado todo.
–Mi madre solo sabrá lo que tenga que saber y te aconsejo que hagas lo mismo con la tuya. Esto no es un compromiso de verdad y no hay ninguna necesidad de complicarlo más todavía.
La rabia se adueñó de él mientras intentaba contener el miedo a lo que pensaría su madre por su última operación o a la falsa esperanza que podría ser para ella que creyera que por fin había dejado atrás el pasado.
–¿No lo complicamos anoche?
Ella le arrojó la acusación con un brillo de dolor en los ojos verdes. Estaba alterándola y causándole dolor. Cuando se acercaba a alguien, siempre hacía algo que les dolía o los alejaba de él, hasta que acababan abandonándolo.
–Tú complicaste las cosas en Londres al hacerme creer que no se necesitaba protección.
Le molestaba que ella hubiese conseguido despertar sus sentimientos y, lo que era peor, que le importara lo que sentía ella y por eso adoptó la actitud de defensa propia tan típica de él.
–¡No me extraña que tu hermano se marchara de casa en cuanto pudo!
Dante lo vio todo rojo cuando oyó hablar de Alessio. Ella también abrió esa herida, como si no tuviese bastantes preocupaciones ya.
–Jamás metas a mi hermano en esto. Mi madre y él son el motivo para que luchara tanto. Todo lo hice por ellos, quería ofrecerles una vida mejor, pero fue demasiado tarde para mi hermano.
Ella lo miró y se le esfumó toda la irritación.
–¿Por qué fue demasiado tarde?
La pregunta llenó el vacío que se había abierto entre ellos y volvió a conectarlos de una manera que él no sabía si podría soportar.
–Mi hermano tenía unas compañías nocivas y, desde la adolescencia, estaba siempre metido en líos.
Dante notó la atracción de la conexión entre Piper y él como notaba la mirada de lástima de ella. Sintió lo peligroso que era abrirse, sacar a relucir unos sentimientos que había enterrado hacía muchos años.
–¿Qué pasó?
Ella estaba tan guapa como él la había visto siempre, pero algo había cambiado dentro de él. Ella había abierto una puerta que él había cerrado y de la que se había olvidado, una puerta que ya no podía volver a cerrarse. Se zarandeó mentalmente. A ninguno de los dos les serviría de nada agobiarse con los sentimientos.
–Le fastidiaba la autoridad que tenía sobre él y se rebelaba contra todo lo que yo decía.
–¿Acaso no es lo que hacen todos los adolescentes?
Ella se inclinó hacia él con una sonrisa cariñosa. Él olió su perfume, el mismo olor que lo atormentó en el ascensor de su oficina aquella mañana después de la reunión con Xander, Zayn y Benjamin. En ese momento, su vida era irreconocible.
–No todos los adolescentes se escapan y dejan a una madre destrozada.
Dante apretó los dientes al recordar los sollozos de su madre. Piper había avivado los recuerdos y ya no podía sofocarlos.
–¿Lo encontraste? Quiero decir, él… volvió… ¿verdad?
Ella balbució y, seguramente, se debió a la rabia que tenía que reflejarse en su rostro. No había querido hablar de eso con nadie, y menos con esa mujer.
Todavía le obsesionaba el dolor de los primeros días después de que Alessio se hubiese marchado. Cada vez que había mirado a su madre, había sabido que ella se lo reprochaba, que sabía que era culpa de él. Él había expulsado a Alessio. Había intentado ser una figura paternal antes de ser un hombre siquiera, había decidido meter en vereda a su hermano indisciplinado cuando solo había tenido diecisiete años. Alessio y él habían librado una batalla de voluntades durante tres años, hasta el día que cumplió dieciséis años. Ese día se marchó de la casita donde su madre había luchado para criarlos. Había sido la última vez que lo vieron vivo.
–No supimos nada de él durante cuatro años.
–Entonces, ¿lo encontraste?
Dante recordó el espanto de aquel día, cuando supo la verdad sobre la desaparición de Alessio. Nunca podría perdonarse que su hermano hubiese muerto algunos años antes y solo.
–Averigüe que había muerto, solo, a los dieciocho años.
Piper se quedó boquiabierta y eso le indicó lo que él ya sabía, que era espantoso y que era culpa suya. Miró las llamas, que ya solo eran un resplandor naranja alrededor de los troncos. No podía mirar a Piper, no quería ver el espanto y el reproche reflejados en su rostro. Solo confirmarían lo que había sabido desde aquel día.
–Es muy triste –susurró ella.
–Murió a manos de una pandilla rival –le explicó Dante sin poder mirarla todavía–. Fue culpa mía. Debería haberlo obligado a que volviera la primera vez que se marchó. Mi obligación era mantenerlo a salvo.
Ella lo agarró del brazo y él la miró. La compasión que vio en sus ojos fue excesiva.
–No es culpa tuya, Dante.
–Le fallé, Piper. Les fallé a él y a mi madre. No hice lo que debería haber hecho. No los protegí ni me ocupé de ellos.
Cuando Piper le contó que estaba esperando un hijo suyo, pareció que le daba más importancia a la operación empresarial y a salvar su reputación, pero lo hizo porque tenía que cuidar de ella y de su bebé. Jamás se le había ocurrido que podría querer, que querría volver a ponerse en una situación vulnerable, pero era lo único que había querido hacer desde que supo por qué estaba ella en Roma.
Lo miró y le pareció insoportable el dolor que captó en sus ojos. Quiso abrazarlo, decirle que no era culpa suya e intentar aliviarle el dolor, como había hecho él cuando le confesó que había nacido ciega del ojo izquierdo. Aquello no le había importado a él y eso no le importaba a ella. Quería que comprendiera que no tenía la culpa cuando él mismo había sido tan joven.
–No debes reprochártelo –replicó ella apretándole el brazo con suavidad.
–No sabes nada de eso.
Él se soltó el brazo y el rechazo le dolió mucho más que las palabras gélidas.
–Quiero saberlo.
Piper lo miró y vio que se pasaba el pulgar por el anillo, como había hecho mientras ella leía el contrato. Entonces, la tensión había echado chispas, como en ese momento.
–¿Y si conozco a tu madre? –siguió ella–. ¿No debería saber algo al menos?
Él dejó escapar un improperio en italiano, pero contuvo las ganas de retroceder y abandonar el asunto. Tenía que saber algo sobre su pasado. No solo porque podría conocer al alguien que lo supiera, sino porque quería saberlo por su hijo. Su madre era la abuela del hijo que estaba esperando. ¿Podía negarle él algo así?
–No vas a conocer a mi madre. Le explicaré cuál es la verdadera situación, y te aconsejo que tú se lo expliques a la tuya. Así, nadie se hará ilusiones.
–¿Ilusiones de qué? ¿De amor y felicidad?
Ella intentó que el dolor no se reflejara en la voz, pero el rechazo de él le había llegado muy dentro. Aun así, lo que había dicho él tenía sentido. Quizá fuese preferible decirle a su madre la verdad en vez de contarle un cuento de hadas. Así, al menos, no tendría que darle más explicaciones cuando él la abandonara y la dejara como madre soltera y sola en el mundo, salvo por su propia madre.
–El amor y la felicidad son para necios –contestó él con el ceño fruncido.
Ella se acordó de aquella mañana en su despacho, cuando había sido la última persona que él había querido encontrarse. Dante volvió a tocarse el anillo y ella volvió a centrar su atención en su hermano.
–Le pasara lo que le pasase a tu hermano, no fue culpa tuya.
Piper se acercó más a él para intentas saber más y entenderlo.
–Yo quería que mi madre viviera mejor. Lo había pasado muy mal para criar a dos hijos ella sola y sin medios, y Alessio era rebelde e indisciplinado desde pequeño.
Piper recordó el artículo del Celebrity Spy! que había leído. Si bien contaba su vida de playboy con todo tipo de detalles, también le daba el mérito de haber hecho su propia fortuna. ¿De verdad le había motivado tener que ocuparse de su hermano Alessio? Miró su anillo.
–¿Qué es ese anillo?
Hizo la pregunta antes de que pudiera pensarla, antes de que pudiera evitarlo, y el aire se congeló un segundo, mientras él la miraba. Ella se mordió el labio inferior y lo miró. Estaba mirándose la mano derecha, donde tenía el anillo de oro con un sello que ella había observado mientras dormía a su lado aquella mañana.
–Lo compré el día que él cumplía dieciséis años y pensé dárselo por la noche, después de la cena familiar, pero Alessio había pensado otra cosa y se había marchado hacía tiempo. Pasé la noche consolando a mi madre y enfadado con él, con la única esperanza de olvidarme de ese joven egoísta y de borrarlo de mi vida.
Ella se llevó una mano a la boca para contener el espanto, pero no lo consiguió.
–Tuvo que ser atroz para tu madre.
–Nunca me perdonaré haberle hecho eso.
–¿Tú?
–Si no hubiese sido tan estricto con Alessio, si no hubiese intentado que fuese el hombre que yo quería que fuese en vez de permitirle que encontrara quién era, no estaríamos teniendo esta conversación.
–Sigo sin entender por qué es culpa tuya –insistió ella con desesperación.
–Eso es porque no me conoces, cara. Si te mezclas en mi vida, no saldrá nada bueno.
–Saldrá nuestro hijo y eso es bueno para mí.
Ella se lo espetó con rabia porque no dejaba que se acercara a él, no dejaba que traspasara la barrera invisible que había levantado a su alrededor.
Entonces, él alargó una mano lentamente y le tocó la cara. La rabia se esfumó al instante y anheló algo más que una caricia.
–Eres muy generosa, no dejes que te cambien eso, y yo menos que nadie.
Él le rozó los labios con los suyos antes de que pudiera decir algo y ella cerró los ojos. Cuando él volvió a separarse, fue como si se fuera detrás de una barrera de hielo. Ella todavía podía verlo, pero la frialdad de sus ojos le advirtió de que se había terminado lo que habían vivido durante ese fin de semana.
– Se ha acabado lo que ha pasado entre nosotros aquí. Hicimos un trato y pusimos nuestras condiciones, ahora ha llegado el momento de concluirlo todo.