Capítulo 6

 

PIPER iba sentada en el coche deportivo que se dirigía a toda velocidad hacia la Toscana. Se alegraba de que ya no sintiera las náuseas que había sentido a principios de esa semana. Dante conducía con mucha soltura y ella no pudo evitar mirarlo, aunque se sintió abochornada cuando la sorprendió. Sus gafas de sol ocultaban la expresión de sus ojos y seguramente era lo mejor, después del deseo abrasador que había visto en ellos cuando volvieron de la fiesta.

No quería enamorarse más de lo que ya estaba y, desde luego, no quería repetir lo que pasó en Londres. Se trataba solo de su hijo. Solo importaba que su hijo o su hija conocieran a sus dos padres.

–Ya casi hemos llegado –comentó él mirándola fugazmente–. Esta noche cenaremos en su villa nueva y lo mejor será que antes nos contemos algunas cosas de nosotros mismos, ¿no?

–¿Eso es para que nuestro compromiso sea verosímil o porque quieres sinceramente saber algo sobre la madre de tu hijo?

Él la había sorprendido con la guardia baja al no tener en cuenta sus sentimientos y había aceptado el reto que le había planteado sin querer. Jamás serían una pareja de verdad, pero él sería siempre el padre de su hijo y estaba dispuesta a recordárselo a él las veces que hiciese falta.

–Saber los detalles es necesario en cualquiera de los casos.

Dante frenó un poco, dejó la carretera principal y entró en una carretera más estrecha que atravesó un pueblecito somnoliento antes de salir al campo otra vez.

–Este fin de semana será decisivo después de meses de negociaciones entre D’Antonio y yo. También ha invitado a Gianni Paolini, mi rival en esta operación, y pienso sacar todo el partido que pueda al compromiso que hemos anunciado y a nuestro hijo.

La tensión por haber pasado unas horas en el coche con él, sin perder detalle de cada movimiento que hacía, la había dejado agotada y no pudo evitar el arrebato de irritación.

–¿Eso quiere decir que no puedo decir lo que sé de ti sino dar una imagen muy distinta?

–Es lo que acordamos, Piper.

Entraron en un camino flanqueado por cipreses y ella, que sabía que él tenía razón, miró por la ventanilla justo cuando apareció una villa muy grande.

–Es preciosa… –murmuró ella más para sí misma que para Dante.

–Me alegra oírtelo decir –él detuvo el coche delante de la villa antigua–. Aquí es donde vengo para alejarme de todo. Es el único sitio donde me relajo de verdad, menos este fin de semana. Bettino D’Antonio acaba de comprarse una villa en el pueblo de al lado, que piensa utilizar durante los meses de invierno, y me viene bien aunque prefiero no hacer negocios desde aquí.

Dante se bajó del coche y ella lo miró mientras pasaba por delante del aerodinámico capó negro. Miró hacia la villa y a ella le pareció que su rostro se relajaba como si ese fuese el sitio donde se encontraba a gusto de verdad.

Cuando le abrió la puerta, ella intentó bajarse con toda la elegancia que le permitía la falda tubo, aunque, a juzgar por las cejas arqueadas de él, fracasó estrepitosamente y se le levantó la falda. Él puso una expresión maliciosa y le tendió la mano para ayudarla a bajarse.

–He pedido que nos sirvan el almuerzo en la terraza. Podremos hablar sobre lo que tenemos que saber el uno del otro y después deberías descansar antes de la cena.

Ella no sabía si quería hablar lo más mínimo con Dante. No quería contarle su pasado a un hombre al que solo le importaba cerrar la siguiente operación empresarial. Sin embargo, si conseguía cerrarla, ella habría cumplido su parte del trato. ¿Cumpliría él su promesa y estaría siempre al lado de su hijo? Estaba segura de que su hijo o su hija no tendrían con él la relación que había tenido ella con su padre, el tipo de relación que había hecho que se montara en un avión con rumbo a Roma y convencida de que buscar a Dante era lo acertado. No había querido privarle a su hijo de la posibilidad de que tuviera lo que había tenido ella, pero, a medida que pasaban los días, más convencida estaba de que Dante no era como su padre.

–Si queremos convencer a la gente de que estamos prometidos de verdad, creo que tenemos que saber algo el uno del otro.

Lo siguió a la villa y admiró el lujoso interior. Parecía más un hogar que el moderno piso de Roma y los cuadros y antigüedades que vio le despertaron la curiosidad. Dante abrió una puerta doble que daba a una terraza cubierta por una glicinia que estaría preciosa en verano.

–Estamos prometidos de verdad, ¿no?

Ella comprendió, por el tono de su voz, que estaba burlándose y divirtiéndose. No lo estaban. Si estuviesen prometidos de verdad, ella estaría perdidamente enamorada de él y él de ella. No podía negar que se sintiesen atraídos, pero eso no era amor, ¿verdad?

–No lo estamos en el verdadero sentido de la palabra, no estamos enamorados.

–Sin embargo, hemos acordado que parecería que estamos enamorados, ¿verdad, cara?

–Sí, por motivos muy distintos.

–Entonces, propongo que nos relajemos y disfrutemos del sol invernal de la Toscana antes de ocuparnos de que todo el mundo que nos encontremos se quede convencido de que nuestro compromiso es verdadero.

Dante se sentó a la mesa y pareció muy tranquilo y contento con toda la situación. Ella, en cambio, era un manojo de nervios. ¿Era por el trato que había firmado con Dante o por él en sí mismo? Ni siquiera podía pensar la respuesta a esa pregunta.

 

 

–Pareces cansada –comentó Dante mientras se dejaba caer sobre el respaldo.

No encontraba fácilmente la calma que siempre encontraba cuando llegaba a la Toscana, pero, claro, nunca había ido allí a hacer negocios y ese negocio nunca había sido tan importante. Tenía que conseguir ese contrato y eso, junto a la imagen que la organización benéfica tendría de él, era lo que lo había llevado a aceptar la propuesta de Benjamin para que sentara la cabeza como respuesta a muchos problemas, entre otros, una noche de pasión desenfrenada con una pelirroja impresionante con la que ni siquiera había intercambiado los nombres.

–Estoy un poco cansada. ¿No podríamos resolverlo todo para que pueda descansar y darme una ducha?

Ella se pasó el pelo por detrás de la oreja y lo miró con un brillo de inquietud en los ojos verdes. Él dejó a un lado el remordimiento por estar incomodándola e intentó borrar la imagen de ella en la ducha que se le había presentado de repente.

–Cuándo y dónde nos conocimos lo dejaremos igual, al menos, no nos equivocaremos con eso. Sin embargo, diremos que hemos estado viéndonos en secreto desde entonces.

Él puso un tono enérgico mientras contaba lo que se suponía que habían hecho.

–¿Por qué en secreto?

Ella frunció las delicadas cejas con un desconcierto sincero y le pareció tan inocente como había sido, sin que él lo supiera, antes de que la llevara a su habitación del hotel de Londres.

–Para protegerte de la prensa, claro. Aunque no salió como habíamos querido, como demuestra el artículo de Celebrity Spy!, lo que me da la oportunidad perfecta para refutar sus afirmaciones.

–¿Y dónde nos vimos en secreto?

Ella hablaba con eficiencia, como si estuviese llevando una reunión de trabajo.

–En Londres y Roma. ¿Qué te gusta hacer? ¿Adónde te habría gustado ir?

Ella lo miró y suavizó un poco la mirada implacable.

–A galerías de arte.

–¿Arte? No tenía ni idea –comentó él sinceramente sorprendido.

–¿Por qué ibas a saberlo? Ninguno de los dos esperaba que la noche que pasamos juntos fuese terminar así. Ni siquiera nos dimos los nombres.

Piper fue hasta la balaustrada de la terraza y se cruzó los brazos como si quisiera proteger de él todos los detalles sobre ella. Dante la observó mientras miraba el paisaje tan querido para él. No había esperado nada de aquellas horas ardientes con ella, y mucho menos despertarse solo a la mañana siguiente. ¿Por eso se le había quedado en la cabeza y le había llenado la memoria con la pasión de aquella noche? En ese momento, mientras observaba a esa mujer menuda y esbelta perfectamente vestida con otra propuesta de Elizabeth, quería sinceramente saber algo más de ella. ¿Qué le gustaba? ¿Cuál era su música y su comida favorita? Las preguntas se le amontonaban en la cabeza.

–¿Qué me dices de tu familia?

–¿Mi familia? –ella lo miró con recelo–. Solo somos mi madre y yo. Nos mudamos a Londres, donde nació ella, después de la muerte de mi padre.

Dante sintió algo parecido a la lástima. Ella también sabía lo que era perder a un ser querido.

–Sin embargo, te criaste en Australia, ¿no?

Él se acercó a ella y vio que lo observaba con detenimiento, sin perderlo de vista un instante, como había hecho la mañana que fue a su despacho.

–Sí, en Sídney. ¿Quieres saber algo más sobre mi infancia?

El tono cortante debería haberlo disuadido, pero hizo que se acercara a ella saber que también había perdido a su padre y sintió la extraña necesidad de hablar de algo que había enterrado hacía mucho tiempo.

–Tú, al menos, conociste a tu padre, tuviste un vínculo con él, y eso es mucho más de lo que puedo decir yo.

–Lo siento.

La expresión de lástima en sus ojos mientras lo miraba y le ponía una mano en el brazo disimuló la sorpresa por la inesperada confesión que le había hecho él.

–No lo sientas –él se quitó su mano del brazo y se concentró en el paisaje toscano–. No conocí casi a mi padre ni me importa. No era un hombre al que me habría gustado conocer.

–No digas eso. Todos los niños necesitan un padre.

–No uno que abandona a una mujer, a un niño pequeño y a un hijo recién nacido. Ningún niño se merece un padre como ese.

–¿Eso fue lo que te pasó?

Sus maravillosos ojos verdes estaban desbordantes de lástima y apretó los dientes. No necesitaba la lástima de nadie, y menos de ella.

–Sí –contestó él sin poder dominar casi la rabia.

–¿Dónde está tu hermano?

La pregunta de Piper lo estremeció al acordarse de la época en la que esa era la única pregunta para la que había querido una respuesta.

–Murió.

Los fantasmas volvieron a perseguirlo, desenterraron aquellos años cuando ni su madre ni él sabían a dónde había ido el adolescente Alessio. No podía hacer esto en ese momento. No quería compartir eso con nadie, y menos con una prometida que había conseguido mediante un trato.

–Desapareció durante unos años hasta que descubrí que había muerto.

–Eso hace que lo que me pasó de niña parezca muy trivial.

Él se dio la vuelta para mirarla justo cuando bajaba la mirada como si le avergonzara haber reconocido eso.

–¿Qué te pasó?

–Nací ciega del ojo izquierdo –contestó ella sin mirarlo–. Los otros niños se burlaban de mí sin ninguna compasión hasta que me operaron para que pareciera normal. Luego, cuando tenía siete años, me atropelló un coche. No lo vi, pero, afortunadamente, iba despacio. Después de eso, mis padres, sobre todo mi padre, me arroparon e intentaron protegerme de cualquier daño. Ojalá yo hubiese podido hacer lo mismo por mi padre. Quizá no hubiese muerto cuando iba de pasajero en un coche que tuvo un accidente.

Dante la había abrazado antes de pensar siquiera lo que estaba haciendo. Su cuerpo se adaptó al de él, que le acarició el pelo e inhaló el olor de su champú mientras solo quería consolarla.

–No tenía ni idea.

Él se acordó de lo que dijo ella al principio y de que siempre lo miraba fijamente, sobre todo, la primera mañana en su despacho. En ese momento, lo entendía.

–No me gusta hablar de mi padre –replicó ella mirándolo.

–Me refería a tu vista.

Dante le levantó la barbilla con el pulgar antes de que ella pudiera bajar la mirada.

–Nadie se daría cuenta –añadió él.

Ella se ruborizó por la vergüenza y se apartó.

–Podremos hablar más tarde. No me siento muy bien.

Él la miró mientras se alejaba y quiso llamarla para volver a abrazarla y consolarla. Curiosamente, abrazarla lo consolaba a él. Era una sensación extraña y, como un niño que estaba aprendiendo a nadar, que le gustaba el agua y le aterraba a la vez, se alejó del peligro. No había buceado nunca en los sentimientos y no iba a empezar en ese momento.

 

 

Tenía los nervios a flor de piel mientras entraban en la villa del hombre con el que Dante quería hacer negocios, el hombre al que ella tenía que convencer de que su relación era de verdad. Se había puesto el vestido verde esmeralda que Elizabeth le había elegido para la cena y le había indignado que Elizabeth hubiese sabido más que ella sobre lo que la esperaba. Sin embargo, la indignación se le había disipado cuando Dante la había visto y la había mirado con un placer sincero y con algo más. Algo que la había estremecido solo de pensarlo… Sin embargo, no era el momento y se concentró. Tenía que representar un papel, su parte del trato que habían firmado hacía una semana en Roma.

–¡Dante! –le saludó Bettino mientras le estrechaba la mano con energía–. Tengo que confesar que no me creía del todo la noticia de que estabas prometido, pero ahora puedo ver por qué un hombre como tú ha sucumbido a la necesidad de casarse.

Piper sonrió a Bettino e intentó pasar por alto la descarga de tensión que había pasado de Dante a ella por las palabras de ese hombre.

–Bettino, te presento a Piper Riley, mi prometida.

Dante disimuló la tensión y sus palabras sonaron cargadas de orgullo. Piper notó que los nervios le atenazaban las entrañas y seguía sin poder creerse que se hubiese prestado a esa farsa. Quería evitar a Bettino a pesar de su sonrisa afable y de sus ojos de abuelo. Quería alejarse de su mirada, no ser el centro de ella, pero eso era parte del trato que había hecho con Dante y lo cumpliría tan bien que ni siquiera él dudaría de su autenticidad. Tenía que hacerlo si quería que Dante se pareciera a un padre para su hijo.

Sonrió al hombre con el que Dante quería cerrar la operación y recurrió a todo lo que le habían explicado sobre cómo comportarse en público; primero la empresa para la que había trabajado en Sídney y Londres y luego Elizabeth, quien la había aleccionado en el arte de ser el tipo de mujer que Dante necesitaría a su lado.

–Gracias por invitarme a su preciosa casa, señor D’Antonio. Es un auténtico placer estar aquí con Dante.

Dante le rodeó la cintura con un brazo mientras hablaba y ella lo miró y tomó aire al sentir esa calidez que la abrasaba por dentro. Afortunadamente, se había quedado en su costado derecho y no dio un respingo cuando la tocó. Era posible que contarle su ceguera no hubiese sido una mala idea, aunque se le había escapado antes de que pudiera evitarlo, algo que no solía pasarle.

–Me alegro de que Dante te haya traído. Siempre es un placer conocer a mujeres hermosas.

–Naturalmente, el placer es mío, Bettino.

La voz de Dante estaba cargada de deseo y admiración mientras la miraba y su sonrisa habría engañado a cualquiera… como la oscuridad rebosante de deseo de sus ojos.

–Los demás invitados llegarán enseguida –Bettino volvió a dirigirse a Dante–. Después de esta cena, tomaré le decisión de con quién voy a cerrar la operación, pero, hasta entonces, quiero que os relajéis y disfrutéis de la velada. Quiero ver al verdadero Dante Mancini, como quiero ver al verdadero Gianni Paolini.

–Una forma muy astuta de hacer negocios –comentó Dante.

Piper, sin embargo, se preguntó si era la única que le había visto apretando los dientes.

Bettino se rio y lo siguieron adentro de la villa, donde una camarera les ofreció una copa de champán, un papel para el que Piper se sentía más preparada.

–Piper prefiere zumo –Dante volvió a rodearla con un brazo y a mirarla–. Estamos ansiosos por ser padres.

Bettino se rio y le dio una palmada en el hombro.

–¿No solo vas a casarte sino que también vas a ser padre?

Piper se puso roja como un tomate por lo poco sutil que había sido Dante al contarle la noticia a Bettino, pero todo pasó a un segundo plano cuando Gianni Paolini llegó con su esposa. Era un italiano algo mayor, casi de la edad de Bettino. Ella notaba la presencia de Dante a su lado y ese halo de poder que le había transmitido la noche que se conocieron en Londres, pero ¿sería suficiente? De repente, le importaba.

Cuando empezó la cena, los hombres hablaron sobre la operación y Piper escuchó a Dante, que hablaba apasionadamente de su empresa. Su interés aumentó cuando Bettino le preguntó por qué había creado su propia empresa y le pareció que él sacaba pecho.

–De adolescente empecé a retirar escombros de los solares y pronto se convirtió en una empresa en expansión, una empresa que esperaba que mejorara las cosas a mi madre, quien nos crio sola a mi hermano y a mí.

–¿Tienes un hermano? –le preguntó Bettino.

Piper contuvo el aliento y no oyó casi la conversación trivial de las otras mujeres.

–Me hermano murió.

Se hizo un silencio tan tenso que podría haberse cortado con un cuchillo. Afortunadamente, las dos mujeres mayores habían empezado a hablar de las distintas regiones de la Toscana y Piper se añadió para desviar la atención de Dante.

–Me encantaría ver muchas partes de la Toscana.

–Entonces, tienes que pedirle a tu prometido que te lleve –comentó la esposa de Gianni Paolini.

Piper creyó que su táctica había dado resultado hasta que, repentina y inexplicablemente, la atención se centró en ella.

–¿Qué haces, Piper? –le preguntó la esposa de Bettino.

Ella se sintió como si estuviese a punto de caer en la trampa y de decir que era camarera, en paro para más señas. Sin embargo, decidió que no iban a ser más listas que ella y se centró en sus sueños profesionales.

–El arte es mi pasión. Lo estudié durante un tiempo en la universidad.

–¿No terminaste la carrera?

La pregunta, llena de intención, quedó flotando en el aire y, para empeorar las cosas, notó la mirada de Dante clavada en ella.

–No, no la terminé. Tuve que volver a casa para estar con mis padres cuando mi padre se puso muy enfermo.

Volvió a sentir todo el dolor al decirlo en voz alta.

–¿Qué habrías hecho si te hubieses licenciado en arte?

La voz de Bettino, en contraste con la de su esposa, transmitía interés y ella se enorgulleció, como le pasaba siempre que alguien mostraba interés sincero por su materia.

–Habría creado una empresa de restauración.

Ella dejó a un lado el dolor por haber perdido a su padre y se centró en la única cosa que siempre le había apasionado, el arte.

–Deberíamos hablar más tarde. Estoy pensando en encargarle a alguien que anime este sitio con un poco de arte.

–Gracias, pero no podría cuando voy a tener un hijo en verano.

–Bobadas –la voz de Bettino se suavizó–. Buscaremos una solución.

A Piper le costó dominar la emoción por esa perspectiva, pero tuvo que hacerlo. Tenía que recordar que era la operación de Dante, no la de ella. Lo miró con una sonrisa que no pudo disimular y no vio ni la irritación ni el fastidio que había esperado ver después de esa breve conversación. En cambio, vio el mismo deseo que había visto en sus ojos mientras llegaban, pero más intenso todavía. Era como si el deseo ardiera y ella pudiera sentir el calor a través de la mesa. Se sonrojó y bajó la mirada con la esperanza de que la conversación tomara otro curso.

–¿Piensas pasar mucho tiempo aquí? –le preguntó Dante a Bettino.

Piper se preguntó si lo habría hecho para rescatarla, pero, fuera por lo que fuese, se alegró de dejar de ser el centro de atención.

 

 

Ya cerca de la medianoche, Dante le puso el abrigo sobre los hombros. Estaba muy contento porque la noche había salido bien. Piper había estado impresionante, se había convertido en la mujer alegre y segura de sí misma que había conocido en Londres. Se había dominado cuando le hicieron preguntas que, a juzgar por la conversación que habían tenido antes, sabía que le dolerían. Se había sentido atraído por ella como no lo había estado nunca por otra mujer, había deseado con todas sus ganas saber algo más de la mujer que había debajo del exterior sexy, pero había desechado la idea inmediatamente.

La noche que se conocieron en Londres había tenido una relación sexual intensa con ella, le había arrebatado, sin querer, la virginidad y habían engendrado un hijo que los uniría para siempre. Sin embargo, eso no cambiaba nada. Ella siempre sería suya, independientemente de dónde o con quién estuviera, y esa noche, aunque no lo quisiera, tendría que ver cómo cerraba la puerta de su dormitorio y lo dejaba fuera.

Era lo mejor. No quería compromiso y sentimientos. Era algo que no podía hacer porque las pocas veces que lo había hecho había expulsado a quienes había querido, los había alejado de su vida para siempre. Después de la muerte de Alessio, había jurado que nunca volvería a unirse sentimentalmente a nadie.

Sin embargo, era complicado cumplir ese juramento con Piper. Lo cautivaba, hacía que la deseara solo con una de esas miradas de reojo que le dirigía cuando creía que él no se daba cuenta. Cuando había reconocido su ceguera del ojo izquierdo, había querido abrazarla para demostrarle que no le importaba lo más mínimo, que era la mujer más sexy y deseable que había conocido en su vida. Quería, más que nunca, cuidarla y protegerla para siempre.

La deseaba más todavía después de que Bettino D’Antonio prácticamente le hubiese comido en la mano. Esa noche había estado maravillosa, su belleza había resplandecido con una sutileza que esas mujeres tan vanas con las que solía salir no podrían lograr nunca. Había hecho que volviera a desearla entre sus brazos y en su cama. Deseaba tenerla completamente antes de que su matrimonio acabara y siguieran por caminos separados.

Bajó la cabeza hacia su oreja izquierda para susurrarle lo bien que lo había hecho cuando ella dio un respingo y se giró para mirarlo con los ojos como ascuas verdes. Sin embargo, se acordó enseguida de su papel y le sonrió con dulzura justo cuando Bettino se acercó a ellos en el inmenso vestíbulo. Se molestó consigo mismo por no haberse acordado de lo que ella le había dicho antes, pero no había podido aguantar las ganas de estar cerca de ella, como aquella noche en Londres, cuando lo único que le importó fue hacerla suya.

–Me has asustado –le dijo en voz baja antes de dirigirse a Bettino–. Gracias otra vez por esta noche tan interesante y me sentiré muy honrada de ayudarte a encontrar las obras de arte que quieres.

–Gracias. Puedes estar segura de que me pondré en contacto contigo por este asunto –aseguró Bettino con firmeza.

Dante se preguntó qué pasaría después. ¿Se había dicho o hecho algo que hubiese puesto en peligro la operación? Había llegado a pensar que el amor de Piper por el arte podría haber atado la operación, que quizá hubiese obligado a Bettino a tomar una decisión antes de que terminara la velada.

La expresión de asombro sincero de Piper fue tan inesperada que Dante se rio ligeramente por su placer tan inocente.

–Estaré esperando, signor.

–Buenas noches, Mancini –se despidió Bettino.

Él rodeó posesivamente a Piper con un brazo, pero no fue por aparentar, como él suponía que pensaría ella, fue porque quería hacerlo. Necesitaba sentirla cerca, inhalar el embriagador olor de su perfume y sentir su maravilloso cuerpo. No le gustaba la idea de desearle buenas noches cuando llegaran a su villa, no le gustaba cuando el deseo le palpitaba con fuerza por todo el cuerpo. La deseaba como no había deseado a ninguna mujer en su vida.

–Buenas noches –se despidió Dante.

Bettino tomó la mano de Piper y se inclinó como si fuese a besarla en un gesto propio de otro siglo. Ella se sonrojó y le sonrió, y Dante sintió una punzada muy profunda de celos.

–Buenas noches, Piper. Estoy encantado de haberte conocido. Tu presencia aquí ha sido un auténtico placer.

–Gracias –replicó ella con delicadeza.

Dante se vio dominado por el deseo. Era una mujer hermosa por dentro y por fuera y una mujer así no era para él, pero ni saber eso le aplacaba la necesidad que lo atenazaba por dentro.

La necesidad y el deseo, que no creía que pudiese dominar mucho tiempo, formaban un cóctel muy potente mientras conducía todo lo deprisa que le permitían las estrechas carreteras. Además, notaba que ella lo miraba y eso se sumaba a la tensión sexual que los envolvía. ¿Lo notaba ella también? Ya no había escapatoria, ya no podía eludirlo, deseaba a Piper y la deseaba esa noche, en ese momento.