Agradecimientos

Las dos agradecemos haber tenido la oportunidad de trabajar juntas, una experiencia que ha engrosado la lista de alegrías y sorpresas de nuestra amistad. Como las dos tenemos muchas personas a quienes dar las gracias, comencemos.

Louise:

En mi caso, este libro empezó inesperadamente, como tantas otras cosas.

En la primavera de 2020 estaba en la casa en la que vivo con mi familia, a orillas de un lago en el norte de Montreal. La pandemia se encontraba en todo su apogeo y, en pleno confinamiento, recibí un mensaje de mi agente: «Necesito hablar contigo.»

En mi experiencia, eso casi nunca preludia una buena noticia.

Una pandemia mundial en todo su apogeo (aunque resultara ser sólo el principio), yo aislada en un lago ya de por sí aislado y mi carrera literaria a punto de sufrir algún desastre.

Cogí una bolsa de gominolas y llamé por teléfono a mi agente.

—¿Qué te parecería escribir un thriller político con Hillary Clinton? —me preguntó.

—¿Eh?

Repitió la pregunta y yo la respuesta:

—¿Eh?

Debo decir que, aunque la pregunta fuera una absoluta sorpresa, tenía su explicación. Hillary y yo nos conocíamos, es más: éramos muy amigas (y seguimos siéndolo, hecho que a mi entender puede considerarse un milagro).

Nuestra amistad fue algo inesperado, como tantas otras cosas.

Hillary se presentaba a la presidencia. Era julio de 2016 y su mejor amiga, Betsy Johnson Ebeling, habló en una entrevista con un periodista de Chicago sobre su relación. El periodista le preguntó qué tenían en común y ella mencionó, entre otros asuntos, la afición de las dos a la lectura y más en concreto a la novela policíaca.

La siguiente pregunta nos cambió la vida a Betsy, a Hillary y mí.

—¿Y ahora qué está leyendo?

Quiso el destino que las dos estuvieran leyendo un libro mío.

Sarah Melnyk, mi publicista en Minotaur Books, que es un prodigio, vio la entrevista y me llamó entusiasmada.

La inminente gira por mi nuevo libro empezaría en Chicago, ¿qué me parecería conocer a Betsy justo antes del acto?

La verdad es que los actos importantes traen consigo mucha tensión, y encontrarse con alguien por primera vez en los momentos previos no es lo idóneo, pero accedí.

Más o menos una semana más tarde, entre bastidores, oí un ruido y al dar media vuelta me enamoré, así de claro.

Me esperaba que la mejor amiga de Hillary fuera una mujer poderosa e imponente, pero me encontré con una señora delgada de pelo canoso y corto con la sonrisa más cálida y los ojos más bondadosos que había visto en mi vida.

La quise de golpe... y la sigo queriendo.

Pocas semanas después de volver a casa de la gira, mi amado esposo Michael murió de demencia. Mientras luchaba por pillarle el truco a vivir sin él, encontré consuelo en abrir todas las cartas de pésame.

Un día, abrí una y me puse a leerla en la mesa del comedor: hablaba de las aportaciones de Michael a la investigación de la leucemia infantil, de su cargo como jefe de hematología en el Hospital Infantil de Montreal y de su trabajo como uno de los principales investigadores sobre oncología pediátrica a nivel internacional.

La autora de la carta hablaba de lo triste que es perder a un ser querido y me daba su más sentido pésame.

Era Hillary Rodham Clinton.

En las postrimerías de una campaña brutal y traumática por ocupar el cargo más importante del mundo, la secretaria Clinton había encontrado tiempo para escribirme.

A mí, una mujer a la que ella no conocía. Una canadiense que ni siquiera podía votarla.

Para darme el pésame por un hombre al que tampoco conocía.

Era un mensaje privado, que no pretendía brindar ninguna ayuda, sólo consolar a una desconocida sumida en una profunda tristeza.

Fue una muestra de altruismo que nunca olvidaré y que me ha impulsado a ser mejor persona.

Yo había seguido en contacto con Betsy, la cual, llegado el mes de noviembre, me invitó al Javits Center de Nueva York para atestiguar cómo Hillary ganaba las elecciones. Nunca olvidaré el momento en que miré hacia la otra punta de la enorme sala y vi a Betsy, tan menudita, sentada con aquella mirada ausente de quien ya ha visto demasiado.

En febrero de 2017, Hillary nos invitó a Betsy y a mí a pasar el fin de semana en Chappaqua: sería nuestro primer encuentro.

Volví a enamorarme, aunque parte de la magia de esos días tan breves como extraordinarios residió en quedarme en silencio observando a las dos amigas que se habían conocido en sexto de primaria y que nunca habían dejado de ser íntimas. Una de ellas había acabado siendo abogada, primera dama, senadora y secretaria de Estado, además de ganar las elecciones a la presidencia —si fuesen los votos de los ciudadanos los que contasen, no los del colegio electoral— mientras la otra se convertía en profesora de instituto y luego defensora de mil y una causas al tiempo que criaba a sus tres hijos junto a Tom, su maravilloso marido.

Estaba tan claro que Betsy y Hillary eran almas gemelas que verlas juntas era casi una experiencia espiritual.

Ese verano vinieron a verme Betsy, Tom, Hillary y Bill, y pasaron una semana de vacaciones conmigo en Quebec.

A esas alturas ya era evidente que el cáncer de pecho contra el que Betsy había luchado tantos años se estaba alzando con la victoria pero, aun así, ella se aferraba a la vida con el apoyo del enorme círculo de amigos íntimos que ella y Hillary compartían.

Murió en julio de 2019.

Si has leído Terror de Estado sabrás que está escrito como un thriller político y como una especie de análisis del odio, pero en última instancia es una celebración del amor.

Hillary y yo deseábamos de todo corazón reflejar las profundas relaciones que ambas tenemos con otras mujeres: el lazo indestructible de la amistad.

Y queríamos que Betsy tuviera un papel importante.

Si bien en la vida real Betsy Ebeling era mucho más dulce y menos charlatana, son muchas las virtudes que comparte con Betsy Jameson: su gran inteligencia, su lealtad a toda prueba, su valor (¡su valor!) y su amor ilimitado.

Por todo ello, cuando mi maravilloso agente, David Gernert, me preguntó si estaba dispuesta a escribir un thriller político con mi amiga H, dije que sí, aunque no sin inquietud.

Acababa de terminar la última novela del inspector jefe Gamache, de modo que me pareció que tenía tiempo, pero nunca había escrito nada que no fueran novelas policíacas y, si bien existen similitudes, un thriller político a esa escala quedaba tan lejos de mi zona de confort que era como otro planeta.

Pero ¿cómo iba a dejar que el miedo al fracaso me arrebatase una oportunidad así? Al menos tenía que intentarlo. En la habitación donde escribo tengo un póster con las últimas palabras del poeta irlandés Seamus Heaney:

«Noli timere»: «No tengas miedo.»

Tenía miedo, pero sabía que, en la vida, muchas veces no se trata de tener menos miedo, sino más valor.

Así pues, cerré los ojos, respiré hondo y dije que sí, que lo haría siempre y cuando Hillary también estuviera dispuesta, porque estaba claro que para ella iba a ser un riesgo todavía mayor.

No entraré en detalles sobre cómo fue tomando forma la trama concreta de este libro, tan sólo diré que nació de un comentario de Hillary, una de las muchas veces que hablamos por teléfono esa primavera, cuando me contó que, siendo secretaria de Estado, solía despertarse a las tres de la madrugada. Habíamos contemplado tres escenarios verdaderamente de pesadilla y elegimos ése.

Por lo que respecta a la idea de escribir un libro juntas, se le ocurrió a mi amigo Stephen Rubin, uno de los grandes editores de su generación y cualquier otra. ¡Gracias, Steve!

Fue él quien acudió a David Gernert, que a su vez me lo planteó a mí. Gracias, David, por guiar este libro por el laberinto y ser siempre tan sabio, positivo, cariñoso y protector.

Quiero dar las gracias a mis editores de Minotaur Books/ St. Martin’s Press/Macmillan por correr, como decimos en Quebec, le beau risque. También a Don Weisberg, John Sargent, Andy Martin, Sally Richardson, Tracey Guest, Sarah Melnyk, Paul Hochman, Kelley Ragland y a la gran editora de SMP, Jennifer Enderlin, que ha revisado Terror de Estado.

Un agradecimiento enorme para el equipo de la editorial de Hillary, Simon and Schuster, por sus ideas y su colaboración.

Gracias a Bob Barnett.

Gracias a mi ayudante (y maravillosa amiga) Lise Desrosiers. Sin tu apoyo, querida, todo esto sería imposible.

A Tom Ebeling por dejarnos incluir en el libro una versión novelizada de Betsy.

A mi hermano Doug, con quien me refugié en el invierno y la primavera de 2020, y que siempre prestó oídos a mi angustia y mis ridículas ideas.

A Rob y Audi, Mary, Kirk y Walter, Rocky y Steve.

A Bill por sus aportaciones y su apoyo. (Cuesta discutir cuando Bill Clinton lee una de las primeras versiones y te dice: «Es poco probable que un presidente...».)

Hemos tenido que mantener en secreto esta colaboración durante más de un año, pero muchos amigos nos han ayudado sin darse cuenta: por el mero hecho de estar siempre ahí. Incluyo en ello a los amigos que Hillary y yo tenemos en común, todos los cuales forman parte de mi vida a causa de Betsy.

Hardye y Don, Allida y Judy, Bonnie y Ken, Sukie, Patsy, Oscar y Brendan.

Y gracias a ti, Hillary, que has convertido en un placer lo que podría haber sido una pesadilla. Has puesto inteligencia a raudales en el libro y has transformado la experiencia de escribirlo en algo tan fácil como divertido (excepto cuando recibí, literalmente, quinientas páginas de manuscrito escaneadas con los garabatos de Hillary en los márgenes).

Menos mal que tenía mis gominolas mágicas.

Cómo nos hemos reído escribiéndolo, entre las largas pausas en las que nos mirábamos por FaceTime sin acordarnos de la trama, y no exagero...

Naturalmente, no puedo dejar de dar las gracias a mi querido Michael. ¡Qué contento y orgulloso estaría! Con lo que admiraba a la secretaria Clinton... se habría alegrado muchísimo de conocerla como Hillary y ver lo encantadora que es como mujer.

A Michael le encantaban los thrillers; tanto es así que, cuando quedó claro que podía leer un libro más antes de que la demencia le arrebatase la capacidad de leer y entender, elegí un thriller político. No hay día en que no me lo imagine con Terror de Estado en las manos y una sonrisa de oreja a oreja.

No hay nada de lo que veo, siento, huelo y oigo que no deba su existencia al día en que me enamoré de Michael Whitehead.

Ya he revelado el origen de otro personaje.

Terror de Estado habla del miedo pero, en lo más profundo, en su corazón, este libro habla de la valentía y del amor.

Hillary:

Estaba en mi casa de Chappaqua, confinada junto a mi familia durante la pandemia, cuando me llamó mi abogado y amigo Bob Barnett para informarme de que Steve Rubin había propuesto que Louise Penny y yo escribiésemos un libro.

A pesar de que tenía mis dudas, escuché los argumentos de Bob, basados en su experiencia trabajando con otros dos clientes: mi marido y James Patterson, que han escrito dos thrillers juntos.

Admiro a Louise como escritora y la quiero como amiga, pero me daba miedo sólo de pensarlo: hasta entonces yo únicamente había escrito libros de no ficción. Sin embargo, pensé que mi vida tiene mucho de novela y quizá valiera la pena intentarlo.

Louise y yo empezamos a hablar y, como el largo y detallado esbozo que confeccionamos juntas fue del agrado de nuestros futuros editores, nos lanzamos a colaborar a distancia. ¡Qué gusto crear a nuestros personajes, pulir el argumento e intercambiar bosquejos! En 2020, mientras escribía, tenía muy presentes las muertes, el año anterior, de dos amigas íntimas y la de mi hermano Tony.

A Ellen Tauscher, ex diputada por California y subsecretaria de Estado entre 2009 y 2013, me unían más de veinticinco años de profunda amistad, y tras las elecciones de 2016 vino a menudo a mi casa para intentar averiguar qué había pasado.

Ellen falleció el 29 de abril de 2019.

Mi hermano menor, Tony, murió el 7 de junio, tras un año de enfermedad. Me rompe el corazón pensar en él de pequeño y en los tres niños que dejó.

Betsy Johnson Ebeling había sido mi mejor amiga desde sexto de primaria, cuando nos conocimos en la escuela de Park Ridge, Illinois, en la clase de la profesora King.

Betsy perdió su larga lucha contra el cáncer de mama el 28 de julio.

Cualquiera de estas pérdidas habría sido dolorosa, pero el efecto conjunto fue devastador y aún me cuesta asimilarlo.

Tanto el marido de Betsy, Tom, como la hija de Ellen, Katherine, apoyaron el deseo de Louise y mío de tomar como modelos de nuestros personajes ficticios a su esposa y a su madre respectivamente.

No tienen ninguna responsabilidad en las diferencias entre las personas y los personajes: ésas proceden enteramente de nuestra imaginación.

Cuando Louise y yo decidimos construir nuestro relato en torno a una secretaria de Estado, propuse como inspiración a Ellen, así como a su hija en la vida real, Katherine, nombres que conservamos en nuestras versiones ficticias.

Naturalmente, el modelo de la mejor amiga y consejera de la secretaria sería Betsy.

Gracias a todas las personas mencionadas por Louise en sus agradecimientos, y añadir que Oscar y Brendan ayudaron de incontables maneras, entre las cuales cabe mencionar la solución de un error informático relacionado con el manuscrito final.

Gracias también a Heather Samuelson y Nick Merrill por haber ayudado a verificar datos.

Es el octavo libro que publico en Simon & Schuster, y el primero sin la indomable Carolyn Reidy, siempre añorada y jamás olvidada. Por suerte, su herencia se mantiene viva con Jonathan Karp, que sigue dándome los mismos ánimos.

Les doy las gracias a él y todo el equipo: Dana Canedy, Stephen Rubin, Marysue Rucci, Julia Prosser, Marie Florio, Stephen Bedford, Elizabeth Breeden, Emily Graff, Irene Kheradi, Janet Cameron, Felice Javit, Carolyn Levin, Jeff Wilson, Jackie Seow y Kimberly Goldstein.

Gracias también a Bill, gran lector y autor de thrillers, por su apoyo constante y sus consejos siempre útiles.

Decir, por último, que este libro es de ficción, pero que la historia que narra no puede ser más oportuna.

De nosotros depende asegurarnos de que el argumento siga siendo ficticio.