8

En cuanto nos hubimos limpiado tan bien como pudimos, Wes me tomó de la mano y me condujo de vuelta a casa de Max.

—Voy a comprarle esa propiedad a tu hermano. Iremos a ver esa casa y la renovaremos. O la demoleremos y construiremos lo que quieras de cero —dijo Wes sin que viniera a cuento.

Mi mente estaba muy lejos de adquisiciones de tierras y reformas de casas. Seguía embargada por un éxtasis absoluto tras haber sido empotrada contra un árbol y haber disfrutado de las embestidas del hombre al que amaba.

Cuando las palabras de Wes por fin alcanzaron la parte coherente de mi cerebro, me detuve de golpe. Todavía teníamos tiempo antes de la cena de Acción de Gracias.

—Lo siento. Perdóname si aún estoy algo aturdida por la cogida que nos echamos contra ese árbol hace menos de diez minutos. ¿Qué dijiste?

Wes frunció los labios como si todavía pudiera saborearme en ellos. Probablemente lo hacía. Después de conseguir con la boca que yo disfrutara me había cogido sin piedad contra el árbol, y yo ahora tenía una erupción para demostrarlo. Cuando movía los hombros, podía notar el roce del abrigo y el suéter en las partes adoloridas. Puede que hubiera tenido suerte y no hubiera marcas físicas, sólo la piel adolorida a modo de recordatorio de nuestro retozo campestre.

—Voy a hablar con Max para adquirir esta sección de tierra contigua a la suya. Tiene cientos de hectáreas, y antes me contó que este terreno había sido una granja y el que hay más abajo también. Por lo que me dijo, ahora ambas están vacías.

Intenté comprender todo lo que estaba sugiriendo.

—Ni siquiera hemos visto la casa. Apenas conocemos la propiedad. ¿Cómo puedes estar seguro de que en realidad la quieres?

Wes se volvió y miró la enorme arboleda de la que acabábamos de salir y que se extendía a lo largo de la segunda sección de tierras sin cultivar que conducían al rancho de Maxwell. Se encogió de hombros.

—No importa qué aspecto tenga. Si lo que hay no nos gusta, podemos construir lo que queramos. La cuestión es que poseeremos una casa familiar. Lejos de la ostentación y del glamur del sur de California.

Yo levanté las manos.

—Un momento. ¿Estás diciendo que quieres dejar Malibú? —Me sentía increíblemente confundida, y no se debía sólo a la relajación tras el alucinante sexo del que acababa de disfrutar—. Tú amas la playa. Yo amo la playa. —Me señalé el pecho: mi corazón ya se encogía sólo de pensar que nuestra casa pudiera dejar de serlo.

—Cierto. Pero poseemos dinero. Mucho. Más del que vamos a necesitar nunca. Y, teniendo en cuenta el punto en el que se encuentra tu carrera, querrás un lugar al que escaparte cuando necesites huir de California. Además, tú misma has dicho que Madison se mudará aquí cuando termine todos sus estudios universitarios.

—En realidad, ha mencionado que se trasladará en cuanto se gradúe. Max la ayudará a cambiar de universidad para que obtenga aquí su máster y su doctorado y, así, mientras tanto podrá comenzar a trabajar en Cunningham Oil. Matt y su familia también se trasladarán.

El rostro de Wes se iluminó. Parecía que, cuanto más pensaba la idea, más animado se sentía.

—Es perfecto. Ellos podrían vivir en el otro lado. Matt dijo que él y su familia se dedican a la agricultura. Podrían cultivar nuestras tierras y las suyas (obviamente, asociándonos para ello). Y nosotros tendríamos un hogar lejos del hogar. Uno que podríamos visitar cada mes. Así no te perderías la infancia de Isabel y Jackson ni estarías demasiado tiempo separada de tu hermano y tu hermana. Todo el mundo saldría ganando.

Todo lo que estaba ofreciéndome era más de lo que yo nunca podría haber esperado. El amor que sentía por este hombre carecía de límites.

—¿Harías eso por mí? —pregunté con la voz quebrada por el amor y la felicidad.

Él negó con la cabeza.

—No. Lo haría por nosotros. Tú no quieres estar lejos de tu hermana, y yo no quiero estar sin mi familia. Así pues, tendremos una casa en ambos lugares. Mi intención es que tomemos el avión una vez al mes. Haremos que sea algo regular para que cada mes podamos pasar unos pocos días en nuestra casa de Texas. Y, cuando no estemos filmando, vendremos a pasar varias semanas. Siempre que queramos, en realidad. Estoy seguro de que podemos pedirle a Cyndi que se encargue de echarle un vistazo a la casa y la airee de vez en cuando.

No se lo esperaba, pero me atrapó en el aire cuando salté hacia él, envolví las piernas en su cintura y lo besé con todas mis fuerzas.

—Te amo. —Lo besé en las mejillas—. Te amo. —Lo besé en la frente—. Te amo. —Lo besé en la barbilla—. Te amo. —Lo besé en los ojos—. ¡Te amo y me muero de ganas de casarme contigo! —exclamé antes de pegar mis labios a los suyos.

Hay que decir que apreció mi arrebato de locura y no dejó de reírse hasta que ya no pudo seguir haciéndolo porque sus labios estaban demasiado ocupados besando los míos.

—¡Sí! No estoy bromeando. Que no, mamá. De verdad. Queremos celebrar una pequeña ceremonia en la playa en nuestra propiedad en Malibú y luego hacer la recepción en su casa.

Wes se rio y se pasó una mano por el pelo. Una sonrisa se había dibujado en su rostro desde el momento en que había decidido llamar a su madre no sólo para anunciarle que nos íbamos a casar, sino también que íbamos a hacerlo de inmediato.

—Ya sé que sólo faltan seis semanas. Contrataré a un profesional para que me ayude a organizarlo todo. No, mamá, tú no... Mamá, no te hemos llamado para que te encargues tú.

Supuse que hablaba por él. De ningún modo pensaba yo planear una boda. Si dependiera de mí, nos daríamos el «sí» en la playa y nos pondríamos a coger como conejos en nuestra cama inmediatamente después. No necesitaba un pastel y todo el jolgorio. Sólo a Wes. Eso era todo cuanto necesitaba.

Él se volvió y me miró. Yo estaba sentada sobre la cama con las piernas cruzadas, inclinada hacia adelante de forma que tenía los codos sobre las rodillas y la barbilla apoyada en las manos. Observé cómo mi chico deambulaba de un lado a otro de la habitación con esa gran sonrisa todavía en el rostro.

—Ya sé que es una locura, mamá, pero es que estoy locamente enamorado de Mia. No, no es excesivo. Estoy bien. De hecho, esto hará que me encuentre mejor que nunca. Sé que casarme con la mujer con la que quiero pasar el resto de mi vida acelerará todavía más mi proceso de curación.

Wes estaba convencido de que yo era la razón por la cual había mejorado tanto desde su cautiverio. Yo creía que se debía más a su psicóloga, pero todavía había facetas por resolver. Sus recién descubiertos celos era una de ellas, y otra, esa absoluta necesidad de decidir su futuro de inmediato. ¿Las buenas noticias? Hacía más de una semana que no tenía una pesadilla. De hecho, en Texas estaba durmiendo mejor que nunca. En Malibú, se despertaba con un sobresalto, salía a la playa y se quedaba escuchando el océano hasta que se sentía lo suficientemente cansado para volver a dormir. Demasiadas noches, lo encontraba caminando por la playa contemplando el mar en vez de estar abrazado a mí en nuestra cama. En Texas, no. Aquí, bajo el techo de mi hermano y con todo el clan en la misma casa, parecía dormir el sueño de los justos. Puede que se debiera al hecho de estar lejos de la algarabía californiana. Wes parecía encontrar consuelo en la tranquilidad de las noches texanas.

Dejó de caminar de un lado para otro de la habitación.

—¿De verdad? ¿Te vas a encargar de la recepción? —Nuestras miradas se encontraron—. A Mia le queda sensacional el verde —dijo mirándome con lascivia—. Sé que no lo llevará. Deja que se lo pregunte.

»Mia, ¿qué colores quieres para la boda?

Yo fruncí el ceño.

—No lo sé. ¿Tiene que haber un color?

Nunca se me había ocurrido preocuparme por esas cosas. Por supuesto, había visto bodas en las películas en las que había hordas de damas de honor, pero yo sólo quería a Maddy y a Gin.

—Mi madre dice que tienes que elegir dos colores y así sabrá qué elementos decorativos comprar.

—Lo que ella quiera estará bien —dije, pues me daba un poco igual.

—Mamá, no, Mia no es femenina de ese modo. Es decir... —Sus ojos me repasaron de arriba abajo—. Es toda una mujer, pero no le preocupan esas cosas. De verdad que no... En serio, puedes elegir lo que quieras. No, a ella no le importa. Mamá... —Comenzó a deambular de nuevo por la habitación.

Harta de oír cómo intercambiaba opiniones con su ma­dre sobre algo que claramente debería ser mi responsabilidad, exclamé:

—Verde claro y crema.

Wes se detuvo de golpe.

—Un momento, mamá. ¿Qué colores dices, cariño?

Tímidamente, me puse a juguetear con los pulgares y a jalar de los demás dedos.

—Creo que verde claro y crema estarían bien.

Una amplia sonrisa se dibujó en su rostro. Dios mío, qué fácil era complacerlo.

—Mia dice que verde claro y crema. Oh, sí. Flores sencillas. Lo que quieras. Sí, lo que quieras. —Puso los ojos en blanco, señaló el teléfono e hizo una mueca—. Mia y yo nos ocuparemos de la ceremonia. Sí, habrá sillas, una glorieta y todo eso. Tú concéntrate en la recepción, mamá. ¿Cuánta gente?

Hice un rápido recuento de la gente a la que quería invitar: Maddy, Matt, Maxwell, Cyndi, los niños, Ginelle, Tai y Amy, Anthony y Héctor, Mason y Rachel, Warren y Katherine, Alec, Anton y Heather, la tía Millie, mi padre si se despertaba del coma, y quizá unos pocos más.

—Veinticinco de mi parte.

—Veinticinco. Un momento, mamá. —Pegó el auricular a su pecho—. Y ¿ya está? Es sólo para la ceremonia, ¿verdad?

Yo negué con la cabeza.

—No, eso es todo.

Wes parpadeó.

—Mamá, vamos a celebrar una boda íntima. Mia sólo invitará a veinticinco personas como máximo, así que vas a tener que limitar la ceremonia en la playa a la familia. Sí, lo digo en serio.

Solté un quejido para mis adentros. Ni siquiera había mirado vestidos de novia, y mi falta de familiares y parientes lejanos estaba haciéndome parecer una perdedora a ojos de mi futura suegra.

—¿Cómo que quién? Jeananna y su familia, mi familia inmediata, ya lo hablaremos más adelante. Reduce nuestra lista para la playa a treinta personas o menos. Invita a quien quieras para la recepción, pero que sea algo sencillo. Ni a Mia ni a mí nos va la fastuosidad. Una buena comida, algo de alcohol, un poco de baile y ya está. ¿Verdad, Mia?

Yo sonreí. Mi chico me conocía bien.

—¡Así es! —Le lancé un beso con la mano y él meneó las cejas.

—Está bien. Tengo que colgar. Feliz Acción de Gracias a ti, a papá y a todos los demás. Dile a todo el mundo que lo quiero y que pronto estaré en casa. Sí, iremos en Navidad. Yo también te quiero.

Wes colgó el teléfono y, después de tirarlo sobre la cama, se echó encima de mí.

—Tienes suerte de que te quiera tanto como lo hago. Esto ha sido brutal.

—¿Hablar con tu madre ha sido brutal? —Me burlé de él.

—No, hablar con mi madre sobre una boda cuando ni a ti ni a mí nos importa nada que no sea darnos el «sí». Me debes una.

Empujó las caderas en mi dirección y yo envolví las piernas alrededor de su cuerpo para acercarlo más a mí.

—Mmm. Y ¿cómo te pago? —Enrollé un mechón de su pelo en un dedo.

—Tendrás que ser mi esclava sexual el resto de tu vida —respondió al instante.

Yo sonreí.

—Un chico sucio. Creo que podremos llegar a un sólido acuerdo.

—Ni hablar. Te quiero de por vida.

Mis dedos se enredaron en su pelo y lo besé.

—Creo que eso es factible.

—Y tú cogible.

Me reí.

—¡Otra vez esa broma!

Él soltó una risita y me dio un montón de besos en el cuello.

—No por conocida deja de ser buena.

—¿Quieres decir como una chaqueta?

Él levantó la cabeza.

—Qué analogía más perfecta. No por conocidas las chaquetas dejan de ser buenas. ¿Puedes hacerme una vieja conocida ahora?

Con esa intención, deslicé la mano entre nuestros cuerpos. En cuanto mis dedos llegaron al botón de sus jeans, una llamada a la puerta nos sobresaltó. Ambos dimos un salto como si alguien nos hubiera tirado un cubo de agua helada.

—¡Cyndi dice que es la hora de cenar! ¡Bajen! —dijo Max al otro lado de la puerta. Al menos había tenido la cortesía de no entrar. No podía recordar si había echado el cerrojo.

Luego oímos que mi hermano volvía a llamar a la puerta de otra habitación al final del pasillo y repetía la llamada a cenar, salvo que esta vez dijo:

—¡La sopa está lista!

Wes me ayudó a ponerme en pie.

—¡Ah, por cierto, mi madre me dijo que el año que viene Acción de Gracias lo pasaremos en su casa! —Aspiró una bocanada de aire con los dientes apretados.

Yo negué con la cabeza.

—Pues serás tú quien se lo diga a Max. Preferiblemente, cuando yo no esté delante.

—¡Cobarde! —Sonrió y, tras enlazar sus dedos con los míos, salimos de la habitación y descendimos la escalera en dirección a nuestra primera cena de Acción de Gracias conjunta. La primera como tal que podía recordar.

El único problema era que extrañaba a mi padre. A él le encantaba sentarse a una gran mesa llena de familiares. No era algo que Maddy y yo hubiéramos llegado a disfrutar de pequeñas, aunque a su manera él lo había intentado. Recuerdo muchos días de Acción de Gracias en los que nos cocinó pollo frito o fue a buscarlo a un Kentucky Fried Chicken; eso si no estaba completamente borracho y se le olvidaba del todo la celebración, claro estaba.

Aun así, lo extrañaba.

Cyndi y Max se habían superado a sí mismos. Para ser una pareja con un recién nacido, habían organizado la madre de todas las cenas de Acción de Gracias. En un gran comedor contiguo a la cocina, habían preparado una enorme mesa de dieciséis lugares para los seis adultos y la niña. En cuanto a Jackson, dormía con comodidad en un moisés que estaba a un lado de la cabecera de la mesa. De fondo sonaba música suave; una pieza de Chopin. Sólo conocía a ese pianista porque era mi favorito, aunque Wes me estaba enseñando más clásicos. A él le gustaba escuchar música cuando íbamos en coche o estábamos sentados en la terraza contemplando el océano.

En el centro de la mesa había un tapete y habían colocado todos los platos de los comensales en uno de sus extremos para dejar espacio en el otro para la comida. Max y Cyndi habían preparado un auténtico banquete. Los platos, las copas y los cubiertos relucían bajo la luz de las velas. El efecto era increíblemente hermoso. Nunca me había sentado a una mesa como ésa. De hecho, ni siquiera ha­bía soñado que pudiera tener la oportunidad.

Todo el mundo entró en el comedor y se colocó detrás de su silla. Max extendió las manos.

—Recemos.

Mi hermano recitó una oración que terminó con un momento de silencio para expresar nuestro agradecimiento y nuestro amor por aquellos que no se encontraban con nosotros. Yo volví a pensar en mi padre, que yacía comatoso en la cama de una clínica de Las Vegas. Solo. En Acción de Gracias. A pesar de que a menudo no habíamos celebrado la festividad por culpa del alcohol o alguna otra cosa, solíamos pasarla juntos. ¿Quién estaba con él en ese momento? Nadie. Sentí un nudo en el pecho y me llevé una mano a ese punto.

—¿Estás bien? —susurró Wes al tiempo que separaba la silla de la mesa para que me sentara. Tan caballeroso como siempre.

De hecho, todos los hombres separaron las sillas de sus mujeres. Max incluso lo hizo con la de Isabel antes de acomodarse en la suya.

—Estoy bien. Sólo triste porque mi padre no esté aquí para pasar este día con nosotros. Creo que le habría gustado.

—Sí, así habría sido. —Maddy sonrió levemente y luego tomó asiento.

Cuando todos estuvimos sentados, comenzamos a pasarnos la comida. Había pavo relleno, puré de papas, maíz, salsa de carne, guiso de ejotes, salsa de arándanos, pan recién hecho y más cosas. La verdad es que en mi plato no había espacio suficiente para todo.

—¿Come todo el mundo así en Acción de Gracias? —pregunté mirando mi plato lleno de comida hasta los bordes.

—¡Eso! —Maddy soltó un resoplido y levantó el suyo—. ¡A mí no me cabe todo esto! —Rio.

Max, Cyndi, Matt y Wes se detuvieron de golpe y se nos quedaron mirando a Maddy y a mí.

—¿Qué? —pregunté—. Esto es mucha comida para una sola cena.

Wes apretó la mandíbula y Max se llevó la mano a la boca.

—¿Cuándo fue la última vez que Maddy y tú tuvieron una auténtica cena de Acción de Gracias con pavo incluido?

Eché de nuevo un vistazo a la demencial cantidad de comida. Era imposible que nos pudiéramos comer todo eso. Aunque, a juzgar por cómo salivaba mi boca sólo con el olor, definitivamente lo intentaría de todo corazón.

—Pues no lo sé. ¿Mads? —pregunté.

Ella negó con la cabeza.

—Nunca habíamos cenado pavo. Bueno, en el casino, sí. Y yo he intentado cocinar pechuga de pavo alguna vez, pero nada como esto. Me recuerda a los bufetes del hotel Caesars. ¡Menudas celebraciones de Acción de Gracias! ¿Te acuerdas de aquel año que nos colamos?

Maddy soltó una risita y yo otra de complicidad al recordar la vez que decidimos que íbamos a disfrutar de una cena de Acción de Gracias aunque muriéramos en el intento, así que salimos de casa, caminamos tres kilómetros hasta la avenida Strip y nos colamos en el Caesars Palace.

Había tanta gente que nadie reparó en las dos niñitas que llenaban sus platos y luego se iban. O quizá no les importaba mientras nos los comiéramos. Parece una escena muy triste, pero nosotras nos lo pasamos genial.

Yo me reí.

—La mejor cena de Acción de Gracias que hemos tenido nunca... Bueno, hasta ahora —dije mientras me metía en la boca un bocado de pavo cubierto de salsa—. ¡Oh, Dios mío, qué bueno está esto!

Max se cruzó de brazos.

—¿Estás diciéndome que nunca habían disfrutado de una cena de Acción de Gracias sentada a una mesa hasta esta noche? ¿Con veinticinco y veinte años?

Pensé en ello. La verdad era que nunca había sido consciente de que estuviéramos perdiéndonos algo. No se puede extrañar lo que no se tiene. En vez de responder, me limité a negar con la cabeza y probé el relleno casero.

—¡Este relleno está para morirse, Cyndi! —la felicité.

Su rostro se iluminó y se mostró muy orgullosa ante mi elogio.

—Gracias. Espera a probar el guiso de ejotes de Max. ¡No cocina mucho, pero el guiso le sale de muerte! —Se rio.

Agradecí que mi cuñada me ayudara a alejar la conversación del pasado. Cuando levantó la mirada, le dije «gracias» moviendo los labios sin llegar a pronunciar la palabra. Ella asintió y siguió comiendo.

Después de eso, se hizo el silencio en la mesa y la atmósfera se volvió algo tensa. Tenía que arreglarlo. Ésa era nuestra primera cena de Acción de Gracias y quería que todo el mundo estuviera contento.

—¡Oh! ¡Wes y yo tenemos una noticia!

Maddy abrió unos ojos como platos.

—¡Estás embarazada!

Hice una mueca de disgusto.

—¡Dios mío, no! ¡Por favor, Maddy!

Wes se rio por mi respuesta y me rodeó la cintura con un brazo cuando me puse de pie a su lado.

—No teman. Planeamos tener un par de mini Channings en el futuro, pero antes nos gustaría casarnos.

Negué con la cabeza.

—Sí, Mads. Dios mío. Lo que iba a decir es que hemos fijado una fecha. —Toda la mesa esperó que terminara la frase—. El 1 de enero, el día de Año Nuevo.

—¿Este año? —Maddy soltó un grito ahogado.

En mi rostro se dibujó una sonrisa de lo más amplia y juguetona. No pude evitarlo. Iba a casarme...

—¡Dentro de cinco semanas!

—Oh, Dios mío. Eso es muy pronto. ¿Estás segura de que no estás embarazada? —Tanto ella como Matt fruncieron el ceño, pero por muy distintas razones. Maddy porque era impropio de mí que me comprometiera con un tipo hasta el punto de casarme con él y, encima, en cinco semanas. Y Matt porque yo le había dicho a él que esperara dos años antes de casarse con mi hermana. Supuse que mi revelación no le había hecho mucha gracia, pero aun así sonrió. Sí, era un buen chico.

—¡Que me crucifiquen! ¿Qué dices? ¿De verdad? ¿Dónde? —preguntó Max con los ojos encendidos por la alegría. Para él, el matrimonio significaba familia. Y él adoraba la familia.

—Eso es lo mejor. Vamos a celebrar una pequeña ceremonia en la playa de nuestra casa de Malibú, y luego una recepción en la finca de sus padres. Ellos se encargarán de planear la recepción y nosotros nos ocuparemos de la ceremonia. Será muy sencilla, básicamente invitaremos a la familia y a nuestros amigos más íntimos. Supongo que asistirán unas cincuenta personas en la playa y quienquiera que el clan de los Channing desee invitar a la recepción. ¿Pueden venir todos?

—¡Como si fuera a perdérmelo! Seré dama de honor, ¿verdad? —Los ojos de Maddy relucieron y se tornaron de un verde más oscuro.

—Desde luego. Y me encantaría que Isabel fuera la niña encargada de llevar las flores. ¿Te gustaría, cielo? —le pregunté. Estaba metiéndose un puñado de papas en la boca.

—¿Qué quiere decir eso? —inquirió mientras masticaba a dos carrillos.

—Quiere decir que podrás llevar un bonito vestido y una corona y arrojar pétalos de flores en la playa a lo largo de un recorrido para que la tía Mia pueda caminar sobre esas flores.

—¿Podré llevar una corona?

Sabía que añadir lo de la corona era una buena idea.

—Probablemente, una tiara.

—¿Es eso como una corona pero con diamantes? —preguntó ella muy seria.

—Sí, cariño, eso es.

Bell aspiró una gran bocanada de aire al tiempo que su rostro se sonrojaba y sus ojos se abrían como platos.

—¡Seré la reina de las flores! ¡En una playa! ¡Mamá! ¡Mamá! ¡Mamá! —empezó a gritar antes de que Cyndi pudiera siquiera responder.

Jackson se despertó y comenzó a llorar. Max se acercó y lo acalló al instante sosteniéndolo en sus capaces brazos. Mi hermano le puso el chupón, el pequeño succionó y volvió a cerrar los ojos. Ser bebé era un trabajo duro. Comer, dormir, hacer caca. Repetir.

—Sí, Isabel, serás la reina de las flores, pero ¿puedes bajar el volumen e intentar no despertar a tu hermano? —dijo Cyndi en un tono maternal que yo esperaba adquirir cuando llegara el momento.

—Eso es fantástico. Hagamos un brindis —propuso Max, y alzó su copa. Acto seguido, todos hicimos lo propio con nuestras bebidas—. Que mis dos hermanas sean tan felices en sus próximas bodas como yo lo he sido en mi matrimonio todos estos años...

—¡Y por el nuevo miembro de la familia! —Señalé a Jack con la copa.

—Y por que toda mi familia se encuentre donde siempre he querido que estuviera: sentada a mi mesa, compartiendo el pan, creando recuerdos...

—¡Salud! —Las voces resonaron en la sala, pero de repente se vieron interrumpidas por un agudo timbrazo pro­cedente de mi bolsillo trasero.

Mierda. No había apagado el celular. Lo tomé y miré la pantalla fugazmente antes de disponerme a presionar el botón de ignorar llamada cuando advertí que se trataba de un número de Las Vegas.

—Lo siento —dije con rapidez, y contesté.

Tapándome el otro oído, me dirigí hacia la cocina. Mientras escuchaba a la enfermera informándome sobre el estado de mi padre, sentí que mi rostro se volvía lívido y que las piernas me fallaban. Terminé la llamada y, al regresar al comedor, coloqué las manos en el respaldo de la silla, más para sostenerme que por ninguna otra cosa.

Maddy se levantó instintivamente.

—¿Qué sucede? ¿Era papá?

Me volví hacia ella. Mads me miraba con preocupación. Yo no sabía cómo responder. Sentía la lengua hinchada y seca.

—Oh, Dios mío. Es papá. ¿Es que ha...? —No terminó la pregunta, pero todo el mundo sabía qué quería decir.

Wes se puso de pie y me rodeó con un brazo. Yo apoyé el cuerpo en el suyo y negué con la cabeza como si intentara aclarármela. Por último, me pasé la lengua por los labios y hablé:

—Está despierto. Papá se ha despertado y pregunta por nosotras.