Capítulo 7: ¿Un laboratorio?

Como te puedes imaginar, después de todo lo que César nos había contado aceptamos inmediatamente el ofrecimiento para conocer a su robot.

Nos explicó que SUSI era el acrónimo de Sistema Unificado Super Inteligente. ¿Por qué a los inventores siempre les encantaban estos juegos de palabras?

El lunes por la tarde, nos habíamos reunido todos en el Área 51 y estábamos esperando a que viniera Cata a buscarnos. Al parecer, el laboratorio de César no quedaba demasiado lejos y nos iba a acompañar a visitarlo.

Fuimos dando un paseo y Flash vino con nosotros. Cata ya la había visto alguna que otra vez y ya nadie se sorprendía en el cole al verla en el hombro de Óscar.

Al llegar allí, lo que Cata había llamado laboratorio desde fuera tenía el aspecto de un garaje cualquiera.

Cuando César nos abrió y entramos, la sensación se confirmó. Era un garaje grande y destartalado con una mesa larga que ocupaba una de las paredes.

Sobre la mesa casi no quedaba espacio libre. Estaba toda llena de ordenadores, pantallas y todo tipo de mecanismos que no sabía para qué podían servir.

Flash se subió a la cabeza de mi hermano para tener una visión más elevada de todo el entorno. César se sorprendió, pero al ver que se quedaba allí tranquila, no dijo nada. Siempre se nos olvidaba que eso de ir por la vida con una ardilla en el hombro no era algo habitual.

—¡Bienvenidos a mi laboratorio! —soltó César sonriendo con evidente ironía—. Sí, ya sé que parece más bien un garaje, pero eso puede ser porque en realidad es un garaje —añadió riéndose todavía más—. Me lo han dejado mis padres para librarse de tener todos estos trastos por casa.

Mientras le devolvíamos el saludo, miramos a nuestro alrededor intentando localizar a SUSI, pero no había nada con aspecto de robot a la vista.

Desde que César nos había empezado a hablar de Inteligencia Artificial, habíamos estado buscando información en Internet y habíamos encontrado cosas alucinantes.

—Hemos visto en Internet que hay veces que una IA consigue resolver un problema, pero los programadores no saben muy bien cómo lo ha hecho. ¿Cómo pueden no saberlo si la han creado ellos? —pregunté con verdadera curiosidad.

—Pues a veces es así —confirmó César—. Hay un caso muy curioso de una IA que es capaz de distinguir si la persona es un hombre o una mujer solo observando imágenes del iris del ojo, pero los creadores del sistema no saben cómo lo hace. Han entrenado a la IA con miles de fotografías de iris humanos, pero los propios humanos no sabemos distinguirlo. La IA ha encontrado alguna característica del iris que distingue hombres de mujeres y que a nosotros se nos escapa.

—A mí, eso me da un poco de yuyu —dijo Raúl—. Eso de no saber cómo hace las cosas es como si empezaran a pensar por su cuenta. ¿Y si un día se rebelan como en Terminator o en Matrix?

César sonrió como si fuera algo que había oído muchas veces.

—Las máquinas rebelándose contra la humanidad es un argumento que siempre ha dado mucho juego en el cine, pero la realidad es otra. ¡Por lo menos, de momento! —añadió mientras señalaba la pared a nuestra derecha.

Sobre la pared había una imagen de Wall-E y EVA en un momento romántico con una enorme luna de fondo. Debajo había otro cartel con unas cuantas frases escritas.

Raul y Esmeralda mirando el cartel de Wall-E y EVA

—Son las leyes de la robótica de Asimov —explicó César—. Fueron escritas cuando ni siquiera existían robots de verdad, pero siguen vigentes hoy en día y deberían regir el funcionamiento de cualquier robot.

Eran tres leyes y las leímos con curiosidad:

 

1- Un robot no puede dañar a la humanidad o, por inacción, permitir que la humanidad sufra daños.

2- Un robot debe obedecer las órdenes que le den los humanos, excepto cuando esas órdenes entren en conflicto con la primera ley.

3- Un robot debe proteger su propia existencia siempre que dicha protección no entre en conflicto con la primera o la segunda ley.

 

—¡Ya! Eso queda muy chulo en la pared, pero me parece que, si un robot se vuelve tarumba, no hay leyes que valgan —soltó Óscar—. Por cierto, ¿dónde está SUSI? —preguntó mi hermano mientras echaba un vistazo alrededor.

—Justo estaba terminando de hacer unos cambios en su programación —dijo César mientras activaba algo en el ordenador que tenía frente a él. Al instante, una barra de progreso apareció en la pantalla y avanzó rápidamente hasta el 100 %.

En ese momento, sonaron tres pitidos rápidos bajo la mesa, pero al mirar hacia el origen del ruido solo vimos unos cartones cubriendo algo.

Ese algo se empezó a mover y, de repente, mientras los cartones caían a los lados, un robot cuadrúpedo hacía su aparición estelar saliendo con un movimiento rápido y dando un pequeño salto hacia nosotros.

Todos dimos un brinco en el sitio y poco nos faltó para caernos de culo mientras César se partía de risa. Hasta Flash, que estaba en el hombro de Óscar, pegó un salto y aterrizó en mi cabeza.

Flash sobre la cabeza de Txano mientras miran a SUSI

—¡Perdonadme, pero no me puedo resistir! —dijo sin parar de reír—. La salida de debajo de la mesa nunca falla —añadió y todavía le costó un rato controlar la risa.

Poco a poco nos bajaron las pulsaciones y Flash volvió al hombro de Óscar, que fue el primero en reaccionar.

—¡Vaya pandilla! ¡Os asustáis por nada! —soltó como si él no hubiera estado allí.

—¿Que nosotros nos asustamos? Pues a mí me ha parecido que el bote que has pegado ha batido el récord de salto de altura en el sitio —dijo Sonia—. Si llegas a saltar un poco más alto, pegas con la cabeza en el techo, señor valiente.

Óscar fue a responder algo, pero César se le adelantó.

—¡Os presento a SUSI! —anunció con un gesto ceremonioso.