1

MILES

Apago el motor y suspiro. Joder, fue un buen paseo, mejor aquí que en Nueva York. Me saco el casco y me peino el cabello hacia atrás. No hay nada superior a montarse en una motocicleta y viajar por una carretera desierta.

Aquí en Montana no hay nada más que carreteras desiertas. Es totalmente perfecto. La mejor manera de despejar la mente de todo lo que me sucede últimamente, no solo por el imbécil de mi padre o las estúpidas reglas de su testamento, también por el trabajo duro del rancho, lo cual nunca imaginé hacer ni en un millón de años ni por un billón de dólares.

También está el asunto del asesinato. Sí, asesinato, según el detective Peterson, quien es un incordio.

Dejé todo atrás en el Rancho Bridger.

Me bajo de mi nueva motocicleta en las afueras de un bar junto a la carretera y le echo otro vistazo. Sí, la moto necesita trabajo pero es lo que hago. Por lo que vivo y respiro. Adaptaciones personalizadas. Todos mis trabajos comienzan así. Abollados. Oxidados. Gastados. Pero veo más allá y me concentro en lo que pueden convertirse.

No en lo que pueden convertirse. En lo que se convertirán.

El motor es bueno. Solo necesita un poco de atención. Un poco de cuidado. Un poco de amor. Haré que esta motocicleta que encontré en la sección de liquidación del periódico local ronronee para mí al igual que lo hago con una mujer.

El sol se acerca hasta las montañas púrpuras a la distancia pero no se ocultará hasta dentro de una hora o dos. Me detengo justo al cruzar el umbral del bar. El aparcamiento está repleto, así que el lugar es popular. Las mesas altas y las mesas de banco corrido a ambos lados están ocupadas pero la pista de baile está vacía. Las señales de neón en las paredes sobre paneles de madera le dan al salón brillos rojizos y azulados. Avanzo a través del bar y me acomodo en un taburete.

La bartender se acerca y toma mi pedido que consta de una cerveza de barril y una hamburguesa con papas. Me perdí la cena mexicana en casa por ese detective imbécil, así que tengo hambre. Saboreo mi fría bebida mientras espero la comida y luego giro para ver la multitud. Como este lugar se encuentra a una hora de Bayfield, no encuentro rostros familiares, aunque tampoco espero reconocer a nadie.

He estado en Montana por dos semanas. No es suficiente para tener amigos. Solo estoy feliz de que mis hermanos ya no sean una molestia.

Conozco a Carly, la mujer de Austin, a Lexie, la veterinaria del rancho, y a la mayor parte del personal. Desafortunadamente, conozco al papá de Carly, el alcalde del pueblo, quien es un incordio, más con Austin que conmigo, porque el hombre tenía una gran enemistad con nuestro padre que parece haber continuado en la siguiente generación. Parece ser una ley no escrita por estos pagos: los hijos de Jonathan Bridger son responsables de los pecados de su padre.

Carly ha ayudado a calmar un poco a su padre pero dudo que recibamos una tarjeta de Navidad de su parte este año. O algún día.

Cumpliré mi año en el rancho Bridger, tal como dice el testamento, obtendré mi billón de dólares y me iré de Dodge. Mientras tanto disfrutaré sacando a pasear a mi nuevo juguete, al menos hasta que comience el frío, lo cual creo que será más rápido de lo que quisiera.

En cuanto la música cambia en los parlantes ocultos, un montón de gritos me hacen girar en mi taburete. Un grupo de señoritas, que claramente pasándola bien, está de fiesta alrededor de dos mesas altas más adentro en el bar. Visten para salir, cosa que en Montana significa vaqueros, faldas coquetas o vestidos con botas de vaquero, nada de tacones o lentejuelas como solía ver en la ciudad de Nueva York. Tampoco cuero negro. Joder, soy el único que lo usa.

Una mujer lleva una tiara en su cabeza y una boa de plumas blancas alrededor del cuello. Una cinta al estilo certamen de belleza cuelga desde su hombro y dice «Pronto casada».Mi mirada no se enfoca en ella, sino en otra mujer del grupo. ¿Por qué? Porque tiene sus ojos oscuros fijos en mí. No estoy seguro de si escucha la música country o puede ver los bailes con brazos en alto de sus amigas. Toda su atención se concentra en mí.

Sí, en mí.

Levanto una ceja, porque si quiere mirarme a mí tampoco me importa mirarla. No está nada mal a la vista. Lejos de eso. Incluso podría decir que es muy hermosa. Lleva una minifalda negra de capas que se ensanchan y le llegan a la mitad de sus rodillas. Su top es una camiseta simple con un escote profundo en V que le da un efecto increíble a sus tetas. Es un poco más alta que el promedio y tiene carne en sus huesos. Es curvilínea. Posee un cuerpo exuberante que un hombre puede agarrar y sostener. Mis dedos ansían conocer cada centímetro de ella.

Estoy soltero y no soy un monje. Sé cuándo una mujer se interesa en mí. Puedo coquetear pero no me gustan los juegos. No me ando con rodeos. No me apetece el sondeo entre un hombre y una mujer. Quiero química. Una conexión. Con esas dos cosas, el coqueteo es innecesario.

Con esta mujer hay química. Puedo notar que ella también la siente porque viene hacia mí. La esquina de su boca se eleva en una sonrisa mientras se contonea. No desvío la mirada ni siquiera cuando la bartender coloca mi hamburguesa en la barra.

Esta noche mejora cada vez más. Un buen paseo en motocicleta y tal vez, probablemente, un buen polvo con una mujer ardiente.

—Hola —dice ella.

Su voz es grave, ronca. De cerca, su cabello oscuro es casi negro y le llega a los hombros recto y liso, brillante como el cromo de mis motocicletas personalizadas. Lleva maquillaje pero solo un poco, no necesita pestañas falsas ni cosas raras en las cejas. Tiene un aspecto natural, aunque no es como si acabara de regresar de un campamento de una semana.

Claramente es una mujer que solo quiere verse linda para sí misma, no para intentar conquistar a un hombre.

—Hola —digo colocando mis pies en el suelo, separando las piernas para que se pare entre ellas.

Aprovecha la oportunidad para acercarse y le apoyo una mano en la cintura. Sí, puras curvas suaves. Sus labios carnosos cubiertos de labial brillante me dan ganas de besarla.

Sonríe.

—Soy Sadie. Me preguntaba si podrías hacerme un favor.

Mmm... ¿Un favor? Si involucra más de esas tetas deliciosas o cualquier centímetro de ella, estaré feliz de ayudarla.

—Claro —respondo. No hay otra respuesta.

—Estoy aquí en una despedida de soltera, lo cual estoy segura de que es bastante obvio. —Señala con su pulgar hacia las señoritas que hacen más ruido que todos los demás juntos.

Yo asiento. La música cambia otra vez y algunas pasan a la pista de baile.

—Parte de la diversión es cumplir un reto —ella continúa.

—¿Un reto?

Sacude la cabeza y su cabello liso se mueve como una cascada sobre sus hombros. No me resisto en peinarle unos mechones hacia atrás. Sí, totalmente sedosos. Observo trabajar su garganta cuando ella traga.

—Sí, tengo que darle mis bragas a un hombre.

Mis ojos encuentran los suyos. Mi erección se mueve en mis vaqueros, no puedo evitar sonreír.

—Tomaré tus bragas, cariño, pero ¿cómo sabrán que el reto se ha completado? Dudo que vayas a quitártelas aquí para que otros te vean.

Miro alrededor y luego regreso la mirada a ella.

Sus mejillas se pusieron de un lindo tono rosado. ¿Justo ahora se avergonzó? Fue lo bastante valiente para acercarse a un extraño y pedirle un favor que involucra sus bragas.

—Debes llevarlas al grupo —añade ella.

Muevo mi pulgar de arriba abajo por su cintura.

—¿Eso es todo?

Ella asiente.

—Es todo.

Le dedico una sonrisa.

—Entonces, irás al baño de damas para quitártelas... ¿O debo ayudarte?

No me importaría ayudarla. Claro que no. Ella se muerde el labio, baja su mirada y luego levanta la barbilla.

—Ya me las quité.

Diablos.

Mi boca se abre ligeramente y me estiro para dejar mi cerveza en la barra sin despegar mis ojos de esta mujer. La acerco para poder susurrarle al oído. Soy un tipo grande así que cuando me inclino hacia delante contra el taburete, quedamos al mismo nivel.

—¿No usas bragas ahora? —susurro.

Ya con mi miembro totalmente duro, me muevo en el taburete para ponerme cómodo. Ella sacude la cabeza y susurra:

—No.

Joder.

Retrocedo y la miro. Los iris de sus ojos están casi negros. Sus mejillas sonrojadas. Ella se relame los labios.

—¿Estás borracha? —pregunto.

No haré nada con una mujer ebria. Su pedido puede ser un tonto juego de despedida de soltera pero cuando se trata de bragas, me gusta tener todo el consentimiento. Sin importar lo que diga una mujer embriagada, en mi mente no hay consentimiento.

Ella niega con la cabeza.

—Solo bebí una copa de vino. Tengo que trabajar mañana.

Bien.

—Entonces, dime, Sadie. Como no estás borracha, ¿no sería una lástima darme tus bragas y no obtener algo a cambio?

Un pequeño ceño aparece entre sus cejas.

—¿Oh?

—Puedes irte con un orgasmo. ¿Cierto? Digo, no llevas ningunas bragas. Puedo levantar esa falda y deslizar mis dedos en tu coño. Apuesto a que estás húmeda, ¿verdad?

Como todavía no me ha abofeteado, continúo hablando. Esto marcha bien. Mi hamburguesa se está enfriando, pero la mujer ante mí se está calentando. Puedo sentir su calidez en mi palma. La puedo ver. Si el lugar no estuviera saturado con el olor a cerveza y frituras, probablemente podría sentir el aroma de su excitación.

—Oh, Dios mío.

Coloco mi otra mano en su cintura y la acerco más hasta que nuestros centros se tocan. Ella no puede evitar notar la erección en mis vaqueros ni yo su excitación. Mis dedos meñiques se doblan y le levantan un poco la falda.

—Me llevaré esas bragas —digo— pero me gustaría darte algo. ¿No quieres liberarte con mis dedos?