—Ni siquiera sé tu nombre —le digo a él, incapaz de desviar la mirada.
Es hermoso. Directo. Y quiere darme un orgasmo.
—Soy Miles.
Su cabello color arena algo rizado es un poco más largo arriba y le cubre la frente. Sus ojos también son claros pero penetrantes. Su bronceado es como si hubiera estado al sol, aunque no es un surfista de California ni un granjero; y definitivamente tampoco es un vaquero que usa sombreros Stetson como la mayoría de los hombres de por aquí. No puede serlo con sus pantalones oscuros o camiseta ceñida. Nada de eso oculta su altura, aun sentado, o su musculatura. Algunos tatuajes le rodean los bíceps bien definidos, pero es su casco de motociclista sobre el taburete a su lado lo que indica que tal vez sea un chico malo.
En mi trabajo, llevo a esos tipos tras las rejas. ¿Estoy sacando su perfil? Por supuesto que sí, joder. Especialmente cuando me ofrece sus dedos para darme placer. En un bar.
Tal vez debería mostrarle la placa que tengo en mi cartera. O decirle que se vaya al diablo con esa cursilería tonta que los hombres suelen decir con la esperanza de obtener algo de sexo. Pero no menciona nada sobre su erección. Solo que quiere meter mano debajo de mi falda.
¿Estoy considerando la oferta?
Sí. ¿Es estúpido?
Quizás.
Antes de ser detective, estuve involucrada en varias llamadas sobre distintos tipos de asaltos a mujeres. No era nada bonito. Sin embargo, sigo pensando en sus palabras.
Quizás esté cachonda.
En realidad, no es un quizás. Estoy cachonda.
No hay nada de malo en eso. Vengo de una racha de sequía y ningún tipo del condado, y los conozco prácticamente a todos, me hace sentir nada. Por aquí no es como si los hombres excitantes crecieran como alfalfa o trigo.
Sí me impresiona que me haya preguntado cuánto he bebido. La despedida de soltera es para mi amiga Tracy que se casa en dos semanas. Aunque hemos estado aquí por una hora, todas empezaron a beber en casa de Tracy hace rato. Hay una limo que nos llevará de regreso pero como tal vez yo sea la conductora designada, solo he tomado un poco de vino porque tengo turno mañana. Con un probable asesinato añadido a mis casos, no puedo tener resaca. Menos con el riguroso Mark como mi compañero.
Volteo mis ojos al comparar a Mark con Miles, el hombre seductor que escogí para el estúpido reto. Miles quiere que lo recuerde tocándome.
—¿Haces esto todo el tiempo? —pregunto.
—¿Detenerme en un bar por una hamburguesa y una cerveza? Si puedo subirme a mi motocicleta para un paseo, sí.
Miro de nuevo su casco. Es seductor e inteligente si se coloca un casco en vez de tener su cabeza rota por el pavimento para que mis colegas lo limpien.
—Me refiero a... Intercambiar favores —digo.
Una sonrisa aparece en sus labios. Unos labios muy besables. Tiene unos bigotes que apuesto se sentirían muy bien entre mis piernas. Me estremezco un poco. La idea me humedece. Cuando una leve sonrisa en su rostro se ensancha hasta convertirse en una completa, mis mejillas se encienden. El calor de sus manos en mi cintura no es amenazante. Es ligero. Puedo sentir el tamaño de ellas, la calidez de él. No me importaría que me manoseara un poco.
—Puedo decirte que nunca me han pedido que tomara las bragas de una mujer para luego regresarlas a sus amigas. —Él levanta sus cejas—. Prefiero quedármelas.
—¿Tienes una gran colección? —pregunto, insegura de querer saber la respuesta.
—No alardeo de esas cosas. Recuerda, cariño, fuiste tú la que se acercó a mí.
Buena respuesta.
Me muerdo el labio, pensativa. Mientras lo hago, me acerca y luego gira el taburete hacia la barra, dejándome entre la barra y él. Quedo atrapada entre sus piernas pero en el medio de un bar repleto. No estamos solos. En mi periferia puedo ver a la bartender moviéndose y preparando tragos. Aunque los taburetes a nuestro alrededor están vacíos, hay personas en el bar. En las mesas altas. En todos lados.
Miles todavía no ha dejado de mirarme.
—¿Quieres darme esas bragas ahora?
Parpadeo y alcanzo mi cartera cruzada. Las bragas están hechas un bollo en la parte superior y las saco, pero las mantengo ocultas entre nosotros. No necesito mostrárselas a todos los presentes en el bar.
Mi sexo anda desnudo debajo de la falda y cada vez que me muevo no puedo olvidarlo. Nunca, nunca he salido sin ropa interior antes.
Miles toma las bragas; el encaje de color lavanda luce delicado en su enorme mano con callos en sus palmas. Claramente trabaja duro.
Mira las bragas.
—¿Esta cosa delgada es lo único que te cubría? No es mucho mejor que ir sin ropa interior.
Inclinándose un poco, se las guarda en el bolsillo del frente de sus vaqueros antes de colocar sus manos en mis muslos por encima de la falda.
—Se las llevaré a tus amigas. —Él señala con la cabeza en dirección a ellas. Miro nuestras mesas, pero las chicas pasaron a la pista y están haciendo un baile en fila.
—Pero primero, ¿qué tal si te hago sentir bien?
Regreso mi mirada a sus ojos.
—¿Aquí?
En medio del bar, desliza sus manos por mis piernas hasta que toca mi piel desnuda. Luego cambia la dirección y empieza a subir. No levanta la falda, lo cual tapa sus manos, las oculta.
—Nadie puede vernos —dice él—. Conmigo sentado, estamos al mismo nivel. Nadie sabe que mis dedos están a centímetros de tu coño.
Mi boca se abre y se cierra como la de un pescado. Dios mío.
¿Aquí?
¿Ahora?
Sí, definitivamente va a tocarme aquí y ahora.
—No puedo hacerlo frente a todas estas personas —susurro.
Él se inclina y desliza su nariz por mi cuello.
—Me gusta que sepas que podré darte un orgasmo. Con solo mis dedos. Justo aquí.
Mi piel se calienta, siento escalofríos por mis brazos. Salto cuando un dedo toca mis pliegues.
—Shh —susurra él en mi oído.
—Miles, no puedo... Digo...
—Todos los hombres aquí desearían ser yo. Tocar a la mujer más linda del lugar. Joder, estás empapada.
Sí, notó mi reacción a él. Por qué estoy tan húmeda por un tipo que me toca en un salón lleno de personas, no tengo idea.
—¿Qué otra cosa te gusta? ¿Tal vez esto? —Se aleja lo suficiente para mirarme. Un dedo entra en mí. Yo jadeo.
—¡Sadie!
Salto al escuchar la voz de Tracy.
El dedo de Miles se aleja y gimo por la pérdida. Estaba cerca de llegar al clímax con ese ligero contacto. ¿Es por el hombre? ¿La manera ridículamente obscena en la que toca mi cuerpo, manteniendo oculto lo que hacemos? ¿Es por el bar?
Tracy se acerca sacudiendo la boa de plumas blancas entre risas.
—¡Ven a bailar!
Observo a Miles sonriendo. Sus manos se alejaron por completo de mí y le miro mortificada cuando levanta el dedo que pusi dentro de mí y se lo lleva hacia sus labios. Y se lo chupa.
—¿Te dio sus bragas? —Tracy prácticamente le grita a él.
Giro la cabeza para ver si alguien lo notó. Sí, estoy más avergonzada por eso que por haber tenido las manos de Miles dentro de la falda.
—Lo hizo —contesta él, sus palabras suenan llenas de diversión. Las saca de su bolsillo para mostrárselas a Tracy y ella chilla.
—¡Ven a bailar! —me dice ella.
Miles se mueve para dejarme ir con Tracy. Lo vuelvo a mirar y le ofrezco una breve despedida mientras Tracy me arrastra a la pista de baile en medio del grupo de mujeres. Para cuando la canción termina y volteo la mirada, Miles ya se ha ido. También mis bragas. Tracy nunca las recuperó.
La decepción me persigue el resto de la noche. Ser la única persona sobria en una despedida de soltera no es lo mejor, pero ¿que me priven de un orgasmo? Eso es cruel.
Una vez que llego a casa, me acuesto y doy vueltas en la cama toda la noche soñando con mi sexi motociclista de dedos talentosos, sabiendo que la única manera de tener orgasmos en el futuro cercano será con mi vibrador.
Los tipos como Miles no existen por aquí. Dijo que estaba de paso con su motocicleta. Un paseo que seguramente lo llevó lejos del condado y a los brazos de una chica afortunada.