6

SADIE

No sé qué tiene Miles de diferente de los otros hombres con los que he salido.

No, en realidad sí lo sé.

Es más atractivo. Más protector. Más posesivo. Luego de sentarse conmigo en el restaurante, movió su cuerpo hacia mí como si fuera la única persona que le importara. Su tamaño prácticamente bloqueó el resto del restaurante y sentí que estábamos solos. Como si yo fuera lo único que él veía. Sus toques eran ligeros pero calentaban mi piel. Mi hombro, la línea de mi cuello. Mi muslo.

Luego estuvo la manera en que lidió con el idiota del pasillo. Vi ira y oscuridad en su mirada, únicamente dirigida al borracho que me acorraló. Pero sus palabras no fueron duras o malas. De hecho, le agradeció al hombre. Por supuesto, su tono fue sarcástico y también le dio un empujón hacia la pared, pero era tan grande y musculoso en comparación que fácilmente podría haberlo molido a golpes si hubiera querido.

Aprecié que Miles no hiciera una escena o arruinara nuestra noche. Estaría pensando en eso si se hubiera convertido en una pelea. En cambio, tomó mi mano, me sacó de ahí y me besó.

No decimos nada en el viaje hacia mi casa. Tal vez adrede, pero quizás sea porque hay una especie de hechizo ardiente entre nosotros. Como si la cena solo fuera el juego previo y la anticipación no hiciera más que aumentar y ponerme más cachonda. Necesitada. Húmeda.

Cuando llegamos a mi casa, Miles toma las llaves y abre la puerta. Si fuera otro tipo, pensaría que es un imbécil misógino, ¡por supuesto que sé usar mis llaves! Pero Miles me hace sentir que me está cuidando.

De nuevo.

Aprieto el interruptor para encender la lámpara junto al sofá.

Mi apartamento se ve más pequeño con él dentro. Trago al ver el ardor en su mirada. Recuerdo sus manos en mí la noche anterior, pero fue breve y me preocupaba que nos descubrieran. Estaba goteando en sus dedos porque era arriesgado y él era muy habilidoso.

Quiero más de eso. Ahora.

—¿Estás usando bragas, cariño? —Él cierra la puerta con su pie.

Yo asiento.

—Eso es bueno. Quiero ese coño cubierto cuando hay posibilidad de que otro hombre pueda verlo.

Mi boca se abre por su posesividad.

—¿Tan mandón eres? —Arqueo una ceja.

Miles gruñe, empuja la puerta y se acomoda en mi sofá.

Con un fugaz movimiento de su dedo, me llama.

Lo sigo porque quiero lo que me está ofreciendo.

Corre la mesita unos centímetros para permitir que me pare frente a él, coloca una mano enorme en mi cintura y me atrae hacia sus rodillas abiertas. Este es mi apartamento y él es el que está bien acomodado y satisfecho.

Sostiene su mano con la palma hacia arriba. La esquina de su boca se eleva mientras espera. Yo me estiro hacia mi falda, bajo mis bragas y se las entrego.

—Están húmedas. ¿Estás húmeda para mí, cariño?

Siento que mis mejillas arden. Por supuesto que señala que estoy húmeda. No es para burlarse, es una prueba definitiva de lo varonil que me parece. Mi cuerpo lo desea.

—Miles —susurro.

—¿Qué necesitas?

—Yo... ¿Soy la única que siente esto? —pregunto.

Sus ojos se abren y me mira como si le hubiera preguntado una ridiculez.

Sacude su cabeza mientras se desajusta el cinturón y abre sus vaqueros para liberar su erección. Descaradamente, acaricia su polla desde la base hasta la punta. Es grande como él. Larga y gruesa. Me cuestiono mi capacidad para recibirla.

—Entrará —dice como si leyera mis pensamientos—. Fuiste hecha para mí.

Mientras sigue tocándose, prosigue:

—Levanta la falda. Muéstrame lo que es mío.

Lamo mis labios con anticipación, adorando que tome el control. Lo único que tengo que hacer es sentir, perderme en la manera en que me está mirando. En la manera que también me desea.

—Esto es una locura. —Me estiro hacia el dobladillo de la falda.

—No tiene nada de malo un poco de locura. —Su mirada se mantiene fija en mis dedos y en las piernas que revelo lentamente.

—Soy una detective que te está investigando —le recuerdo.

No hablamos sobre mi trabajo en la cena. Solo un poco en el camino.

—Sabes que soy inocente, de lo contrario no estarías mostrándome... Demonios, cariño, ese coño es hermoso.

Mi falda está totalmente por encima de la cintura y puede verme completa para abajo, desnuda para él.

Sus ojos azules encuentran los míos mientras su mano sigue en su miembro.

—¿Quieres parar? ¿Quieres que me vaya para que encuentres las pruebas que necesitas para respaldar mis palabras y tu instinto? ¿Quieres retrasar lo que sucede entre nosotros solo porque tu compañero se puede enfadar un poquito?

Niego con la cabeza.

—Bien —continúa Miles—. No quiero hablar de Peterson o de la investigación mientras tengo mi polla al aire y tu coño brilla para mí. Sabes que sus pensamientos están equivocados.

—Miles —susurro yo.

—Tú decides, cariño. Aceptaré lo que decidas. Solo te tocaré si estás conmigo al ciento por ciento.

¿Estoy loca? Sí. ¿Soy estúpida? No. No perderé mi trabajo por esto si no hay evidencia de que Miles esté involucrado en el asesinato. Claro, podría convertirme en una testigo terrible en el estrado si llegáramos a eso. Pero no sucederá. No sucederá porque Miles no está involucrado.

—Vale.

—Vale, ¿qué?

—Vale, estoy contigo.

Una sonrisa aparece en sus labios y él se ve casi salvaje.

—Sé una buena chica y voltéate. Dóblate y coloca tus manos en la mesita de café, con el trasero arriba, para que pueda comer esa vagina como postre.

Oh, cielos.

Espera con una mano en su miembro y otra en su sólido muslo. Me volteo para quedar observando el pasillo a mi dormitorio y luego me inclino hacia adelante. Agarra mis caderas y jadeo mientras me lleva hacia atrás. Al primer movimiento de su lengua, gimo y arqueo la espalda.

—Joder, sí. —Toca mi piel sensible.

Luego empieza a comerme. Ninguna parte de mi sexo queda descuidada. Bajo la cabeza y puedo ver su polla entre mis piernas abiertas, su deseo y grosor mientras sale por el frente de sus vaqueros y bóxer como si no pudiera ser contenida. Hay una gota brillante de fluido en la punta que quiero saborear, así como él me está saboreando.

Excepto que no puedo moverme. Me tiene asegurada mientras su boca está en mí. Quedé atrapada mientras chupa y lame mi clítoris como si fuera su primera comida después de haber sido rescatado de una isla desierta.

—¡Miles! —gimo.

—Eso es. Monta mi rostro.

Soy desvergonzada. Estoy desenfrenada. Completamente desinhibida mientras me lleva cerca del orgasmo hasta que lo alcanzo.

Me libero con un gemido.

Me voltea con facilidad cuando estoy saciada y con las piernas débiles; su boca brilla y usa la parte trasera de su mano para limpiarla. Es tan excitante que mi vagina palpita a pesar de que acabo de llegar al clímax.

Miles se estira hacia su cartera, saca un condón y se lo coloca con sus hábiles dedos. Me agarra con facilidad y me dejo caer en el sofá sobre él montada sobre su cintura. Una gran mano agarra mi nuca mientras me besa. Me saboreo a mí misma en su lengua y me encanta. He tenido amantes antes pero ninguno así. Tan carnal. Tan... crudo.

Quiero más, y por la manera en que su mandíbula y sus músculos están tensos, y su miembro incluso más grueso y largo que antes, puedo notar que se contiene. No quiero eso. Quiero todo de Miles. Su salvajismo. Su intensidad.

Levantándome sobre mis rodillas, me pongo sobre él. Miles se mueve, baja sus vaqueros y los saca del camino. Cierro los ojos y empiezo a bajar.

—No los cierres —dice él.

Abro los ojos y lo miro mientras entra en mi cuerpo, un delicioso centímetro a la vez.

—Joder —gruñe agarrando mis caderas.

Miles es grande y yo estrecha pero estoy tan húmeda que entra con facilidad, llenándome.

Cuando quedo sentada en sus muslos, aceptándolo por completo, su cabeza cae hacia atrás en el sofá.

—Cielos.

Empiezo a moverme y él sacude la cabeza. Estirándose, levanta mi camisa y me libera de ella de un tirón. Suelta mi sujetador con precisión experta. Solo queda mi falda por encima de mi cintura.

—Mejor. Ahora móntame, cariño.

Y lo hago. Nos perdemos en el acto, mi orgasmo se acrecienta ridículamente rápido tras haberme corrido una vez.

—Joder, voy a correrme. Muy rápido —admite él—. Eres demasiado perfecta.

Se lame el pulgar y se estira entre nosotros para trabajar mi clítoris en pequeños círculos. No pasa mucho tiempo y me libero sobre él; mis músculos internos lo aprietan con fuerza, lo cual hace que se corra.

El fuerte agarre de sus dedos en mis caderas me mantiene fija mientras se entierra hasta el fondo y se deja llevar.

Quedamos sudados y satisfechos. Sin aliento y temblorosos. Entonces Miles me besa la frente.

—No he terminado contigo.

Jadeo cuando se levanta manteniéndome en sus brazos. Rodeo su cintura con mis piernas para agarrarme.

—Esa fue la primera ronda. —Me lleva por el pasillo hacia mi cama—. Va a ser una larga noche.