23

MILES

Nos sentamos en silencio mientras Shankle cuenta lo que descubrió de su socio.

—Aparentemente tenías razón —apunta Shankle, mirándome—. Joseph Hopkins estaba involucrado con la APA. Pero no de la manera que piensan.

Los ojos de Sadie se abren.

—¿Entonces no era un camionero? ¿No estaba transportando cargas?

—No exactamente. Tal vez lo sepa o no, señorita Hopkins, pero además el Departamento de Justicia se está preparando para abrir una investigación sobre algunas propiedades que pertenecen a los Bridger.

Sadie se queda boquiabierta. Obviamente, no lo sabía.

—No tuvimos nada que ver con esto, Sadie. —Coloco mi mano sobre la suya.

Chance niega sacudiendo su cabeza.

—Claro que no.

Sadie parpadea.

—Cierto. Por supuesto que lo sé. Pero... Pensé que todos eran rancheros.

—No ganas billones de dólares solamente criando ganado —dice Shankle.

—Nuestro padre tenía otras inversiones. —Chance se mueve en su asiento. Su enorme figura hace que la silla suelte un chillido—. Y varias de ellas aparentemente violan las regulaciones de la APA.

—¿Qué tipo de inversiones? —pregunta Sadie.

—Se sorprendería del tipo de empresas que tienen químicos peligrosos de los que deben deshacerse —agrega Shankle—. Los hospitales, por ejemplo. Cualquier negocio que use pintura y esas son muchas. Cualquier tipo de empresa de limpieza industrial. Demonios, todo tipo de empresa industrial. Minería. Petróleo. Cualquiera que se le ocurra. Jonathan Bridger estuvo involucrado en esas industrias y más. Según el Departamento de Justicia, él tomó atajos para la eliminación de los desechos peligrosos.

—¿Por qué Jonathan Bridger tomaría ese tipo de atajos? —inquiere Sadie.

Aprieto el antebrazo de ella y digo:

—Por lo que he aprendido, era un maldito. Solo le importaba el dinero, así de simple. La eliminación adecuada de químicos peligrosos cuesta mucho dinero. Hacer las cosas correctamente es mucho más costoso que hacerlo de la manera sencilla. Lo sé muy bien. Debo respetar regulaciones estrictas cuando me deshago del aceite de motores y otros químicos que uso en mi negocio en Nueva York.

—¿De verdad cuesta tanto seguir las regulaciones? —Sadie pregunta.

—Más de lo que piensas. Para una pequeña operación como la mía, probablemente no me dejará en quiebra. ¿Pero para Bridger? Es posible que se ahorrara millones al no seguir las reglas.

Sadie se frota la frente y luego las sienes.

—Entonces, concluimos que tu padre no fue un buen hombre. ¿Cómo queda involucrado Joey en todo esto?

—Debe de haber estado trabajando encubierto para la APA —sugiere Chance—. ¿Cierto, Shankle? ¿O tal vez el FBI o el Departamento de Justicia?

—Primero que todo —Shankle aclara su garganta con fuerza—. El Departamento de Justicia no opera con personas encubiertas. Tu hermano no estaba trabajando para el gobierno, encubierto o no.

Sadie parpadea y luego se recuesta en su silla. ¡Demonios! Pensé que esa teoría era correcta y la convencí de ello.

—¿Entonces qué hacía exactamente? —solicito tomando un sorbo de mi café, el cual ya se enfrió. Hago una mueca por lo amargo y horrible que es—. ¿Qué demonios es esto?

—Debí haberte advertido. —Sadie mira la mesa—. El café de aquí es una mierda.

Le levanto una ceja. ¿«Mierda»? Sabe a los desperdicios industriales que mi padre vertió ilegalmente.

—No es tan malo. —Austin aleja su vaso de él—. Si lo comparas con combustible.

—¿Vas a responder mi pregunta? —presiono—. ¿Qué hacía el hermano de Sadie si no estaba trabajando para la APA?

Shankle vuelve a aclararse la garganta. —Juro por Dios que este hombre va a perder un pulmón muy pronto—. Se inclina hacia adelante, coloca sus antebrazos en la mesa y observa a Chance, Austin y a mí.

—En realidad, estaba trabajando para vuestro padre.

Las mejillas de Sadie se ponen blancas.

—Mierda.

Aprieto su mano.

—Cariño, estoy seguro de que hay una explicación razonable.

—Debe haberla —dice ella—. Joey era bueno. Nunca haría nada en contra de la ley.

Vuelvo a apretar su mano. Quiere creer lo mejor de su hermano mayor, pero Sadie también reconoce que no lo veía hace mucho y había tenido poco contacto con él desde que tenía ocho años. He visto cómo es su papá. Y en este caso podría ser un caso de tal palo, tal astilla.

Dios, espero que no por el bien de Sadie.

—Aparentemente tu hermano trabajaba para un negocio llamado Racehorse Hauling —agrega Shankle—, una empresa de transporte de Helena.

Eso concuerda con el papeleo que encontramos en el garaje viejo.

—Un par de empresas de tu padre lo contrató para transportar lo que resultaron ser barriles de químicos peligrosos a través de la frontera con Canadá.

—Entonces estaba transportando carga a Canadá —susurra Sadie.

—¿Por qué? —pregunta Chance—. ¿Las leyes de restos químicos peligrosos son menos estrictas en Canadá?

—No soy abogado ambiental —dice Shankle—. Pero según mi socio que investigó este asunto, los Estados Unidos y Canadá tienen un acuerdo respecto al movimiento transfronterizo de materiales peligrosos.

—¿Entonces por qué nuestro padre transportaba cosas a Canadá? —pregunta Austin.

—Porque Canadá tiene algo que los Estados Unidos no tiene —aclara Shankle—. Muchos terrenos vacíos. Por lo que comprendo, señorita Hopkins, su hermano no sabía que transportaba químicos peligrosos a través de la frontera. Pero se le dieron instrucciones explícitas sobre dónde cruzar la frontera y con qué agente debía lidiar.

Yo sacudo mi cabeza.

—Un agente de la frontera que había sido sobornado.

—Si le das crédito a un chico...

Las mejillas de Austin se encienden:

—Si dices que es por darle una oportunidad a un chico, voy a volar a través de la mesa y darte tu merecido, Shankle.

Puedo manejar a Shankle, pero después de lo que sucedió con Carly, Austin no tiene nada de paciencia con este hombre. Debo admitirlo, tiene un aire de superioridad.

—Entonces mi hermano es inocente. —Sadie suelta un suspiro de alivio—. Aunque a los ojos de la ley, él era quien estaba cometiendo el crimen.

—Es cierto. Según lo que entendemos, él no sabía qué estaba transportando. —Shankle toma algunas notas en su libreta legal amarilla.

—Eso no explica cómo terminó en nuestra propiedad —dice Chance.

—Habrá una investigación —informa Shankle—. Aparentemente, Racehorse Hauling fue cerrado hace algunos años. Su padre nunca estuvo involucrado en nada, hasta hace poco.

—El denunciante que apareció después de que nuestro padre murió. —Austin mira a Shankle.

—Dale crédito al chico.— Shankle suelta una risa grave—. Ahí tienes.

La sangre de Austin hierve al otro lado de la mesa.

—¿Tu socio descubrió algo más? —pregunta Chance, logrando que Shankle avance para que Austin no lo asesine.

—¿Algo que te ayude a librarte de esto? —Shankle sacude su cabeza—. Lo siento, hijo.

—No soy tu hijo —dice Chance—. Hiciste el trabajo sucio de mi padre todos estos años. ¿Cómo sabemos que no estás involucrado en todo esto?

—Están en su derecho de solicitar otro abogado. —Shankle empuja su silla hacia atrás y cruza sus piernas—. Pero ya se los dije, yo solo me ocupé del negocio del rancho, y les juro que todo ahí es legal. Además, si me enterara de un crimen, debo reportarlo.

—No significa que lo harás —susurra Austin.

—Chance tiene un buen punto, Shankle —añado—. Debe haber alguien en tu firma u otra firma que sea mejor para este caso en particular, especialmente si todo señala a tu cliente muerto.

—Ya tuvimos esta discusión —responde Shankle—. Uno de mis socios es experto en delitos de cuello blanco y analiza el caso. ¿En cuanto a mí? Todo lo que puedo decir es que vean mi historial. Trabajé con Jonathan Bridger por varias décadas. Tenía sus defectos, es cierto, pero nunca vi evidencia de un delito en mis tratos con él.

—¿Entonces estás seguro de que operó el rancho de manera legal? —Austin golpetea la mesa con sus dedos.

Si no fue así, podría impactar nuestra herencia. Yo no quiero su dinero sucio, especialmente cuando podría estar involucrado en el asesinato del hermano de mi mujer.

—Según lo que sé, tenía otros intereses, pero él nunca mezcló ninguno de esos fondos con el negocio del rancho. Ahora, eso no significa que sus propiedades estén exentas de las multas y penalidades civiles respecto a las violaciones de la APA.

—¿No tienen que demostrarlo primero? —digo yo.

Él asiente.

—Sí, pero en un caso civil, la importancia de las pruebas es mucho menor.

Chance se pasa una mano por el rostro.

—Ya tenemos suficiente. Necesitamos que hagas que el caso de la APA quede solucionado. Seguramente hay más que suficiente para pagar cualquier multa y daños de las otras posesiones de mi padre.

—Tenemos que vender bienes —informa Shankle—. No hay liquidez.

—Entonces vende los malditos bienes —digo levantando la voz—. ¿De verdad piensas que a alguno de nosotros le importa si somos dueños de un hospital o empresa de suministro de pintura o una planta de químicos peligrosos?

Sadie se tensa a mi lado.

—¿Estás bien, cariño?

Asiente y luego solloza.

—Solo que no comprendo todo el asunto con Joey. Digo, ¿quién es ese Gene Chubb que contestó el teléfono?

—Mis socios no han obtenido esa información todavía —responde Shankle—. El teléfono no es rastreable. Pero están trabajando en ello.

Sadie asiente.

—Vale.

—Demostraremos que tu hermano era un buen tipo —le digo.

Ella se voltea, me mira y luego mira a través de la mesa a Chance.

—Mi hermano está muerto, Miles. Es más importante que demostremos al mundo que tu hermano es un buen hombre. Necesitamos absolver a Chance de la muerte de Joey.

Dios mío.

Esta mujer. No puedo creerlo, pero me estoy enamorando. Demonios, ya me enamoré.

—¿Algo más? —Austin le pregunta a nuestro abogado.

—Eso es todo lo que tengo por ahora. Supongo que necesitamos llamar a Peterson para que regrese.

Sadie se levanta.

—Iré a buscarlo. Creo que... Creo que iré a mi escritorio para intentar trabajar un poco. Estoy fuera de este caso, pero tengo otros.

Paso mis dedos por su antebrazo.

—Podrías tomarte unos días libres. ¿No recibes licencia por duelo o algo así?

Ella asiente sollozando de nuevo.

—Entonces aprovéchala, cariño. Tómate tu tiempo. Lidia con tu pérdida. Sé que no es simple, pero tienes derecho.

—Lo pensaré, Miles. Le diré a Peterson que puede regresar.

Sadie deja la sala y todo lo que quiero hacer es ir por ella, abrazarla, prometerle que nadie la lastimará de nuevo. Pero necesito quedarme con mis hermanos. Con nuestro abogado. Con el detective de nuestro caso.

Peterson regresa y se sienta en el lugar que tenía antes.

—De acuerdo. ¿Qué tienen que decir, caballeros?

Shankle tose en un pañuelo y luego aclara su garganta por enésima vez antes de contar la misma historia que nos acaba de revelar.

—Interesante. —Peterson escribe algunas notas.

—¿Está listo para absolver a Chance Bridger? —pregunta Shankle.

—¿Por qué haría eso?

Me levanto con mis manos convertidas en puños. Entre mi necesidad de ir por Sadie y asegurarme de que esté protegida como sea y esta bizarra necesidad de proteger a mi nuevo hermano, estoy listo para pelear. Pelear como tuve que hacerlo cuando era un niño y mi madre estaba casada con Chris Ciancio, el tipo de la mafia de Hell's Kitchen. Esposo número cuatro.

—Se supone que eres un detective, maldita sea. ¿Cómo no puedes ver lo que está sucediendo aquí? Joey Hopkins transportaba químicos peligrosos a través de la frontera, pero no lo sabía. Probablemente fue con las autoridades y Bridger decidió encargarse de él.

Hago una mueca al escuchar mis palabras, pero, aunque Sadie esté segura fuera de la sala de conferencias, no me gusta hablar de que alguien se encargó de su hermano. Me recuerda de nuevo a Ciancio.

—Si ese es el caso, estoy seguro de que lo demostrará la investigación. —Peterson no me mira.

—Mírame —le digo—. Mírame a los ojos, Peterson.

Él levanta la mirada, pero no me gusta lo que veo en sus ojos.

—Cuida tu tono, Bridger.

—Vale. Haz tu maldita investigación. Pero cuando termines, espera una demanda de nosotros tres por persecución maliciosa, abuso del proceso y cualquier otra cosa que nuestro equipo de abogados caros decida.

Sí. Mi mamá también se casó con un abogado, lo cual me permite saber un poco de las leyes.

Tras decir eso, salgo de la sala de conferencias.

No estoy seguro de cuál es el escritorio de Sadie o si tiene una oficina, pero no la veo por ningún lado y me dirijo al escritorio de recepción.

—¿Sadie Hopkins se fue?

La recepcionista asiente mientras pestañea.

—Así es. Dijo que iba a tomarse unos días libres.

—Gracias.

Bien. Sadie aceptó mi consejo. Ahora solo necesito encontrarla para poder cuidarla.

Siento una responsabilidad por mi hermano pero Chance puede cuidarse solo. Además, tiene a Austin y a Shankle. Y Shankle lo contactará con los mejores abogados penales en el estado de Montana.

¿Ahora mismo? Necesito ver a mi mujer.

Me río en voz alta de mis propias palabras.

Mi mujer.

He estado pensando en ella como mi mujer todo el tiempo.

Demonios, nunca he querido una mujer. Estaba feliz teniendo muchas mujeres y sin compromiso alguno. Obtuve todas las vaginas que quise en Nueva York y nunca tuve que pagar manutención. Lección aprendida de cada esposo al cual mi madre llevó a la corte de divorcio.

Sadie condujo conmigo esta mañana, así que su coche no está aquí en la estación. Su apartamento no está lejos y es posible que se haya ido caminando a su casa. Me subo a mi camioneta y conduzco algunas cuadras hacia su domicilio.

Aparco en la calle y unos segundos después estoy en la puerta de su apartamento. Toco la puerta.

—¿Sadie?

Sin respuesta.

No hay timbre, así que vuelvo a tocar.

Luego golpeo la puerta.

—¿Sadie? ¿Dónde estás?

Maldición, tal vez se quedó en el pueblo o fue a tomar una taza de café o algo así. ¿Por qué no me diría dónde fue?

Regreso a la estación, Austin y Chance están saliendo y yo salgo de mi camioneta.

—¿Qué diablos fue eso? —pregunta Austin—. Los tres tenemos que estar juntos.

—Sí, tienes razón. —Dirijo mi mirada hacia la acera—. Sé que estaba un poco irritado.

—¿Un poco? —Chance levanta sus cejas—. No me gusta Peterson más que a ti, pero mi cabeza está en peligro, no la tuyo. Es un buen detective, aunque no le molestará joderte si está enfadado.

—Sí, lo sé. Sadie me advirtió sobre él.

—¿Qué diablos estabas pensando, Miles? —Austin me sacude la cabeza.

—Demonios, yo... Maldición. Estaba pensando en que mi mujer acaba de perder a su hermano. Que está triste. Que me necesita.

Ambos levantan sus cejas al escucharme.

Ya no quiero ocultarlo.

—Sí, lo escucharon. Mi mujer. Sadie Hopkins es mi mujer. Estoy totalmente enamorado de ella. ¿Satisfechos?

Austin intenta aguantar una risa, pero al final no lo logra.

—¿En serio? ¿Estás enamorado?

—No os atreváis a joderme por eso. Tú te enamoraste más rápido que yo.

—Y no me escuchas quejarme de ello. —Austin mueve sus pies en la acera y extiende la mano a Chance—. Paga.

Chance sacude su cabeza, pero sonríe mientras saca su cartera y coloca un billete de veinte dólares en la palma de Austin.

Volteo mis ojos y llevo las manos a mis caderas.

—La recepcionista dijo que Sadie iba a tomarse unos días libres —les digo.

—Le diste un buen consejo —dice Chance, guardando su cartera—. Especialmente ahora que se retiró de nuestro caso.

—Acabo de conducir a su casa y no está ahí. —Miro por la calle y la acera, pero no logro ver la cabeza morena de Sadie.

—Ya se acerca el almuerzo. Debe de estar en Millie's. O en ese restaurante de tacos. —Chance toca su estómago—. Podría comer algo.

—Eres igual que yo. —Me río—. El mundo se puede estar hundiendo pero siempre puedo comer.

—Yo soy igual. —Austin se ríe—. Mi mamá siempre dice que soy un hoyo sin fondo. Debe ser algo que heredamos de nuestro padre.

—Espero que eso sea lo único que hayamos heredado de él —comenta Chance—. No quiero parecerme en nada a ese hijo de perra. Gracias a Dios que ninguno de nosotros se parece mucho a él. Tenemos su altura y su anchura de hombros. Tú saliste igual a tu madre, Austin. Miles, nunca he conocido a tu madre, pero apuesto a que es rubia de ojos azules.

Yo asiento.

—Así es. Aunque ahora se tiñe el cabello para ocultar el gris.

—Mi mamá era una pelirroja despampanante. —Chance sonríe.

Tengo el presentimiento que ahí hay una historia pero Chance no cuenta nada más.

En cambio, se coloca su sombrero Stetson en la cabeza.

—¿Qué pasa con el almuerzo? Una de las hamburguesas grasosas de Millie me está llamando.

Agarro mi teléfono.

—Sí, claro. Déjame llamar primero a Sadie.

Suena.

Y suena.

Finalmente llega el buzón de voz.

Soy Sadie. Lamento no poder contestar mi teléfono ahora, pero dime quién eres y te llamaré cuando pueda.

Solo el sonido de su voz grabada trae una sonrisa a mi rostro.

—Hola, cariño. Soy Miles. ¿Dónde fuiste? Austin, Chance y yo vamos a almorzar a Millie’s. Encuéntranos ahí, ¿vale?

Luego sigo a mis hermanos ya a unos edificios de distancia del restaurante de Millie. Sé que una hamburguesa no resolverá nuestros problemas pero no tiene nada de malo intentarlo.