26

SADIE

Mi padre entra vistiendo vaqueros, una camisa de franela negra y roja y una gorra de un amarillo brillante. Me mira y claramente no se pone feliz de verme.

—¿Qué demonios estás haciendo aquí otra vez?

—¿Una hija no puede visitar a su padre dos días seguidos? —pregunto con un tono lleno de sarcasmo.

—Te investigué, Sadie Jane Hopkins —dice—. Eres una maldita policía.

—Nunca lo oculté. Eres mi padre. Asumí que lo sabías.

—¿Cómo diablos iba a saberlo? Sabes que no me gustan los policías.

—Uh... Eres mi padre. ¿No debería un padre saber en qué trabaja su hija?

—Tu madre nunca lo mencionó.

Yo suelto una risa.

—¿Cuándo fue la última vez que hablaste con ella?

—Hace una eternidad. —Su mirada baja a mi cintura—. ¿Estás armada?

—No estoy trabajando.

No es una mentira. No estoy trabajando. Pero sí estoy armada. Mi Glock está amarrada a mi tobillo. Me alegro de que los vaqueros con corte de bota estén de moda de nuevo.

Rainey sale de la cocina con un cigarrillo en mano.

—¿Qué haces tan pronto en casa?

—Viene una tormenta. Paramos por hoy.

Los ojos de mi padre recorren la sala, el desastre del piso y la mesita de café.

—¿Qué demonios sucedió aquí?

—Iba a vaciar el cenicero para Rainey, pero se me cayó. Reemplazaré el vidrio.

—Por supuesto que lo harás. —Él le asiente a Rainey—. Tráeme una cerveza. —Luego vuelve a mirarme—. Este desastre no va a limpiarse solo.

Todo lo que ve es otra mujer a la que mandar.

—Yo me ocuparé. —Rainey regresa a la cocina.

—¿Joey te dio ese cenicero? —pregunto.

Él me mira como si estuviera loca.

—¿Cómo demonios voy a saberlo? Solo es un maldito cenicero.

—Es un cenicero con el logo de la empresa de transporte para la cual él trabajaba.

—¿Y? —Él deja caer su gorra en el sofá.

—¿Sabías que la empresa ya no está funcionando?

—¿Por qué demonios lo sabría? Es solo un estúpido cenicero.

—Rainey me dice que tenías dinero hace algunos años —añado, presionándolo.

—Rainey es una maldita mentirosa.

Pauso por un momento. Escucho ruidos de Rainey en la cocina. Ahí está, el suave sonido de la nevera al cerrarse. Regresará en cualquier momento con la cerveza. ¿Ella lo escuchó llamarla mentirosa? Este lugar es pequeño, así que apuesto a que sí.

—¿Lo es? —pregunto—. Ella dijo que tuviste una especia de inversión, un monto de seis cifras, pero perdiste la mayor parte en Las Vegas. Probablemente te gastaste el resto en cerveza y cigarrillos.

—Si estás buscando dinero, Sadie...

Levanto mi mano para detenerlo.

—No he recibido un centavo de ti desde que tenía ocho años y no planeo comenzar ahora. Además, mira este lugar. Claramente estás totalmente quebrado.

—Entonces supongo que puedes irte ya.

—Estaré feliz de largarme de aquí —digo— apenas me hables de Joey y Racehorse Hauling.

—Joey era un incordio. —Mi padre se pasa una mano por el cabello grasoso—. Le encontré un trato jugoso con esa empresa de transporte.

Mi pulso se acelera.

—Papá, creo que fuiste tú el que consiguió un trato jugoso con esa empresa de transporte.

Él inhala un resoplido y por un momento pienso que va a escupir justo en su sala.

—No sabes de qué demonios estás hablando.

Avanzo y reduzco la distancia entre nosotros.

—¿Me equivoco?

—Tienes bastantes agallas para venir aquí a husmear... —jadea—. Rainey, ¿qué demonios?

Me volteo y casi me tropiezo con mis propios pies.

Rainey se levanta, temblando, en su mano porta una pistola de nueve milímetros Smith & Wesson. Una M&P con chasis de polímero, por lo que puedo ver. Un arma muy usada por la policía, pero por supuesto, cualquiera puede conseguir una. Son costosas, ¿cómo diablos hizo Rainey para obtener una?

Pero la pregunta más importante y que acelera mi corazón por mil es que estoy tan cerca de mi padre que no tengo idea de si le está apuntando a él... o a mí.

Ella ladea la cabeza.

—Sadie, creo que debes irte ahora.

Mi papá es un desperdicio de espacio, pero no lo quiero muerto. Es mi trabajo proteger a las personas, y los imbéciles siguen siendo personas.

—Rainey, ¿qué estás haciendo? Acabo de invitarte el almuerzo.

—Sí y gracias. No tengo nada en tu contra, pero hay cosas que no comprendes.

—Comprendo que mi hermano está muerto. Y creo que está muerto porque descubrió algo sobre la empresa para la cual trabajaba. Cuando me dijiste que mi padre recibió dinero, eso me puso a pensar. Luego vi el cenicero con el logo de Racehorse Hauling...

—Solo vete. —Rainey tiembla.

Demonios. Un arma en las manos de una mujer asustada que tiembla nunca es una buena idea.

—Mira —digo levantando las manos frente a mí—, puedo ayudarte. Puedo sacarte de esta pocilga.

La pistolera en mi tobillo parece quemarme. No percibo que Rainey sea una amenaza real, pero estoy ansiosa de agarrar mi arma.

Mi padre avanza un paso.

Respiro hondo. Rainey ahora tiene el arma apuntando solamente a él, pero antes de que pueda sacar mi Glock, él le cubre la mano con la suya y le quita el arma de sus manos.

—Dame el arma, cariño.

Ella asiente y le entrega el arma a mi padre.

No sé si es bueno o malo.

Pero lo descubro rápidamente.

Él se voltea y apunta la pistola hacia mí.

—Ven conmigo. Ahora.

Trago, intentando tragar el pavor que me recorre hasta los huesos.

—No lo creo.

—Sadie, tal vez seas de mi sangre, pero cuando llega el momento, voy a salvar mi propio pellejo.

Trago saliva de nuevo, esta vez de forma audible. Así que tengo razón. Papá tiene una conexión con Racehorse Hauling y apuesto a que no es buena. Ahora sé por qué mi intuición me decía que regresara aquí.

Pero no tuve en cuenta que mi propio padre me retendría a punta de pistola. Se supone que los padres no amenazan a sus hijas con armas. ¿En qué mundo tiene sentido?

Mi corazón se me acelera tanto que temo que se me salga del pecho.

La mirada de mi padre es fría, dura y fría.

Aunque estoy entrenada para situaciones como esta, mi propia mortalidad pasa por mi mente.

Tanto por hacer.

Quiero casarme. Hijos. ¡Quiero un maldito perro!

Sobre todo quiero a Miles.

Quiero todas esas cosas con Miles Bridger. Miles Bridger, el hombre que amo.

Pero no tendré nada de eso si mi padre aprieta el gatillo.

No. No sucederá. Ningún padre puede matar a su propio hijo.

A menos que...

La sangre en mis venas se hiela.

Tal vez mi padre ya asesinó a su hijo.

Tal vez él sea el responsable de la muerte de Joey.

¿Y si es así?

Puedo despedirme de mis sueños, de mi vida.