Gracias a Dios.
El coche de Sadie está en la entrada de su padre. Seguramente hay una explicación para el mensaje sin terminar que me envió.
Una patrulla aparcó frente a la casa por la llamada frenética al 911 que hice de camino. Hay dos oficiales sentados dentro. Salgo de mi vehículo y camino hacia el móvil policial.
—Soy Miles Bridger, el que llamó. ¿Encontró algo, oficial?
El de azul en el asiento del conductor niega con la cabeza.
—La única en casa es una mujer llamada Lorraine Thompson. Dice que no hay nada fuera de lo ordinario.
—Mi novia estuvo aquí antes. Esta es la casa de su padre.
—Sí, la señora Thompson dijo que tu novia estuvo aquí y la llevó a almorzar antes. Pero se fue.
Señalo la entrada.
—Pero ese es su coche. Su VW Beetle.
—Cierto. La señora Thompson dijo que el coche de la señorita Hopkins no encendía, así que tuvo que llamar un Uber para irse a su casa, que luego enviaría una grúa para que se lo lleven.
Me paso los dedos por mi cabello.
—¿Y se creen toda esa mierda?
—En realidad no, señor, pero no podemos entrar en la casa sin una causa probable.
—Yo sí puedo. —Camino hacia la puerta.
—¿Señor? Podemos arrestarlo por allanamiento de morada.
—¿Te parece que me importa? Mi mujer está dentro de esa casa en algún lado y voy a encontrarla. Por cierto, la mujer que busco es una de las suyas. Es policía.
Atravieso la puerta del frente sin siquiera intentar tocar.
—¿Rainey? ¿Dónde demonios estás?
Rainey sale de la cocina en una nube de humo, hay un cigarrillo entre sus dedos.
—Hola, guapo.
Me detengo a unos pasos de ella acomodando las manos en mis caderas.
—No me digas esa mierda. ¿Dónde está Sadie?
—Ya le expliqué todo a la policía.
—Sí, y todo es una maldita mentira. ¿Dónde está?
—¿Cuántas veces tengo que decírtelo? Ella no...
Salto cuando escucho un disparo. Joder. Mi corazón se hunde en mi estómago. Dios, no. No mi Sadie. Agarro a Rainey por los hombros.
—Suena que vino del sótano o algo así. Debajo de aquí. ¿Dónde diablos están?
Rainey ahoga un sollozo de voz ronca y señala la puerta junto a la cocina.
—El sótano.
No pienso. Solo actúo. Avanzo por las chirriantes escaleras de madera hacia el sótano, casi me caigo varias veces, pero nada me separará de Sadie.
—¿Sadie? ¡Cariño! ¡Ya voy!
Llego al piso de cemento del sótano y permito que mis ojos se adapten a la oscuridad.
Oh, Dios...
La sangre se acerca hacia mí en el suelo.
No. Dios, por favor, ¡no! No Sadie, no mi Sadie. Avanzo un paso y... De la nada, Sadie está en mis brazos, su pequeña figura choca con la mía. En mis brazos, a salvo, sollozando.
Mi Sadie.
Le beso las mejillas húmedas, los labios, la parte superior de su cabeza. La sostengo tan fuerte que tiene que finalmente separarse de mí porque jadea.
—Dios mío, cariño. —Beso sus mejillas llenas de lágrimas—. ¿Qué sucedió aquí? —Luego lo veo en la esquina. Curt Hopkins está inconsciente en el piso gris de cemento—. ¿Está...?
Sadie niega con la cabeza.
—No. No. Solo está inconsciente. Pero necesita una ambulancia. Le disparé en la pierna y al caer se golpeó la cabeza contra el suelo.
—Joder, cariño. Pensé que... —Trago un momento. Luego otra vez—. Pensé que te había perdido. Pensé que había perdido a la mujer que amo.
Sus ojos se abren y contiene otro sollozo.
—¿Qué?
—Te amo, Sadie Hopkins. Nunca pensé que el amor fuera posible para mí, pero te amo. —La atraigo hacia mi cuerpo—. No vuelvas a asustarme así.
Ella se funde en mí, su cuerpo se une al mío y susurra bajo en mi hombro.
Espero que me diga que me ama también, pero ¿en este momento? Ni siquiera importa. Todo lo que importa es que esté bien y a salvo en mis brazos.
Los oficiales de policía uniformados bajan con sus armas en mano.
—¿Qué sucede aquí abajo? —pregunta uno de ellos—. ¿Todo está bien?
—Diría que nada está bien. —El otro señala a Curt sangrando e inconsciente en la esquina. Sadie se aleja de mí con el rostro hinchado y lleno de lágrimas.
—Es mi padre. Me apuntaba con un arma. Le disparé en defensa propia.
Un oficial levanta su pistola y le apunta a Sadie.
—¡Baja el arma! —grita él.
—¡Por Dios! —Escudo a Sadie con mi cuerpo, le quito el arma de las manos y se la entrego al oficial—. Toma.
—Te dije lo que estaba sucediendo y no podía encontrarla. Es obvio que la mujer de arriba es una maldita mentirosa. —Señalo a Sadie—. Es una oficial de policía, por Dios.
El policía baja la pistola.
—¿Es cierto?
—Sí. Soy la detective Sadie Hopkins de Bayfield. Mi placa está en mi cartera. Probablemente siga en la sala. El herido es mi padre, Curt Hopkins. Me trajo aquí abajo mientras me apuntaba con su pistola.
—¿Y el arma que le disparó?
—Es la suya. —Ella levanta la parte ancha de sus vaqueros—. Esta es la mía.
—¿Pudiste ganarle en fuerza a tu padre? —pregunta el primer oficial.
—Sí. Tengo el mismo entrenamiento que ustedes. No fue fácil pero lo logré. Además, está borracho.
—Está vivo. —El segundo oficial baja y lleva su mano al cuello de Curt—. El sangrado no pondrá su vida en peligro, pero necesita una ambulancia.
—Ya la llamé —dice el otro policía bajando por la escalera. Deben de haber pedido refuerzos al escuchar el disparo—. Tengo a la otra señorita bajo custodia.
Bien. Esa mujer necesita ir a la cárcel. Jesús, estaba en la cocina fumando un maldito cigarrillo mientras Sadie era llevada aquí abajo a defenderse por sí sola de su padre armado.
—¿Trabajas con Bryant? —El oficial le pregunta a Sadie—. Es un buen hombre.
Sadie asiente.
—Lo es.
—Detective, lamento que haya tenido que pasar por todo esto. Jones se quedará en la escena hasta que la ambulancia asista a su padre. Voy a necesitar que venga conmigo a la estación para responder algunas preguntas.
Vuelvo a acercar a Sadie a mi cuerpo.
—Lo que necesiten. Pero mi mujer no va a ningún lado sin mí. Nunca más.