PRÓLOGO

MILES

—¿Decidisteis salir a tomar aire? —digo sonriendo cuando Austin y Carly finalmente nos honran con su presencia en la mesa.

Las mejillas de Carly están sonrosadas; el pelo de Austin es una masa color marrón despeinada. Sí, tuvieron sexo. Mejor dicho, sobredosis de sexo. Han estado en la habitación de Austin desde que regresaron esta mañana.

—En realidad, estaba durmiendo. —Carly se sonroja aún más.

Sí, claro.

—No le debes ninguna explicación. —Austin le dedica una embobada sonrisa.

—Como sabéis, —continúa Carly— anoche no pude dormir porque estuve atendiendo a vuestro potro.

—Lo cual agradecemos. —Chance coge la bandeja que hay en el centro de la mesa, donde la comida se dispone al estilo familiar, sobre fuentes de cerámica amarronada. Hay salsas, cebolla y cilantro picados, arroz sazonado y frijoles negros—. No vi que ninguno de vosotros saliera a almorzar, así que supongo que estáis hambrientos. Luisa preparó tacos de pollo.

—¿Quién? ¿Tu cocinera? —Carly se acomoda con Chance a un lado y Austin al otro.

Yo quedo frente a ella.

—El ama de llaves —corrige Chance—. Luisa mantiene todo este lugar en funcionamiento.

Me presenté ante ella cuando dejó mi ropa limpia sobre la cama. No estoy acostumbrado a que nadie cuide de mí. Es tan diferente a Nueva York, donde nadie conoce a nadie y solo nos saludamos con un simple «hola».

—Se ve muy bien. —Austin toma el plato de Chance—. Me encanta la comida mexicana.

—Sí. A mí también. Cuanto más picante, mejor. —El intenso aroma de los chiles me hace la boca agua. Agarro mi cerveza mexicana fría, exprimo el trozo de lima en la botella y le doy un largo trago. Es muy buena.

Estoy a punto de tomar el plato de Austin cuando suena el timbre.

El ama de llaves, Luisa, entra un minuto después. Tiene más de cincuenta años y el cabello salpicado de canas. Lleva unos vaqueros y un top verde, y una ligera sonrisa se dibuja en su boca.

—Es el detective Peterson, de la oficina del alguacil de Bayfield. Quiere hablar con los tres —dice Luisa.

Chance deja el tenedor con un suspiro.

—¿En medio de la cena?

—Dice que es importante.

—Supongo que quiere verme. —Austin se levanta y besa la mejilla de Carly mientras Luisa sale de la sala—. Vuelvo enseguida, cariño.

No tengo más remedio que seguir a mis hermanos fuera del comedor y hacia la puerta, dejando mi cerveza y mi comida atrás. Esto no es del todo inesperado si acaban de encontrar un cadáver en nuestra propiedad. Pero es la hora de la cena.

El detective es unos años mayor que nosotros. De aspecto solemne, con los ojos grises inyectados en sangre. Lleva botas vaqueras marrones gastadas, jeans oscuros y una camisa a rayas. Va armado con una pistola sujeta a la cintura. No recuerdo haberlo visto como parte del equipo encargado de recuperar el cadáver.

—Hola, Mark —dice Chance.

Chance conoce a todos en el pueblo. En comparación con su relación con el alcalde, con el detective parece neutral.

—Chance. —dice el hombre e inclina la cabeza—. Ustedes dos deben de ser Austin y Miles.

Austin extiende la mano.

—Austin Bridger.

—Soy el detective Mark Peterson. Estoy investigando el asesinato que tuvo lugar en sus tierras.

—¿Asesinato? —Ladeo la cabeza y retiro la mano que Peterson aún no ha estrechado—. No conocía la carátula oficial.

—Todavía estamos esperando la autopsia —dice Peterson—, pero tratamos todos los cadáveres en situaciones como esta como homicidio hasta que podamos descartarlo. Eso significa que ustedes tres, junto con su padre fallecido, son los principales sospechosos.

—¿Sospechosos? Espere un minuto —die Austin y acorta la distancia entre él y el detective—. Miles y yo ni siquiera estábamos en el estado cuando ese hombre encontró su suerte.

—Eso aún está por determinarse —responde Peterson.

No vi el cuerpo, pero por lo que me contaron los que sí lo vieron, estaba en mal estado y llevaba tiempo allí, atrapado bajo las profundas aguas del arroyo hasta que rompimos la represa y apareció.

—No importa —continúa el detective—. A partir de ahora, les ordeno a los tres que no salgan del pueblo hasta que se les diga lo contrario. Tienen que estar a mano para el interrogatorio. He oído que estuvieron en Seattle recientemente. No vuelvan a salir.

Unos insectos invisibles me pican la nuca. ¿Este tipo es real?

—Tiene usted mucho coraje —digo—. Fuimos nosotros los que rompimos esa represa. ¿Lo habríamos hecho si supiéramos que íbamos a desenterrar al que asesinamos? Si no fuera por nosotros, todavía estaría ahí.

—Llevo mucho tiempo haciendo esto. —Peterson, indiferente, se mete un pulgar en el cinturón—. No descartaría nada de la progenie de Jonathan Bridger. Admito que saber que tiene dos hijos más me facilita mucho el trabajo. Todo lo que tengo que hacer es conducir hasta este rancho para encontrar a los criminales.

Sí. Deja muy claro hacia dónde va esto. No soy un chico de pueblo. Soy de Nueva York, puedo oler a un policía corrupto a una milla de distancia. Al menos uno al que le gusta tomar atajos y no guiarse por pruebas.

—No sabe nada de nosotros —murmuro con las manos cerradas en un puño.

Peterson se encoge de hombros.

—No hace falta.

Me enfurezco. El detective ya nos ha endosado este lío.

—Maldito hijo de... —digo, abalanzándome sobre él, pero Chance me aparta.

—Tranquilo, Miles —me dice al oído—. No sé a qué estás acostumbrado en Nueva York, pero aquí no se puede insultar a los policías.

Austin da un paso hacia el detective, impidiendo que me acerque a él.

—Mi hermano tiene razón. Es una locura. Sabe que Miles y yo no tenemos nada que ver con esto. Nuestro único crimen es que fuimos engendrados por Jonathan Bridger. ¿Y Chance? Este grandote no le haría daño a una mosca.

—¿Está seguro de eso?

Una vena en la sien de Chance palpita, pero no dice nada.

—¿Por qué carajo mataría a alguien en sus propias tierras? —pregunto.

Peterson cambia su mirada de Chance a mí.

—Tiene muchos lugares para esconder un cuerpo aquí.

Me suelto del agarre de Chance, pero en lugar de abalanzarme sobre Peterson y romperle la cara, paso por delante de él y salgo al garaje, junto a la casa principal, donde me espera mi clásica motocicleta Harley Softail. Compré la motocicleta recientemente gracias a los anuncios clasificados del periódico local. Está en mal estado, pero reconozco algo bueno cuando lo veo. Un poco de cariño y se verá increíble, como todos mis otros proyectos.

Si no me voy de aquí, no estoy seguro de lo que haré. Demasiado para una cerveza y unos deliciosos tacos. No puedo sentarme en esa mesa y fingir que Peterson no nos va a joder a todos, pero una cosa es segura. No me hundiré con el asesinato de un pobre desgraciado que de alguna manera llegó a la tierra Bridger.

Peterson quiere sangre. Sangre Bridger. Lo veo en su mirada que me da una sensación desagradable, como si unas lagartijas estuvieran bajo mi piel.

Definitivamente no es de fiar, y quiere acabar con Jonathan Bridger, pero a diferencia del alcalde, que su problema era personal, este es diferente. Peor. Como nuestro padre está muerto y sepultado a dos metros bajo tierra, Peterson vendrá a por nosotros. Lo he visto en Nueva York, pero no esperaba que sucediera en Bayfield, Montana.

Arranco el motor, escucho el gruñido lujurioso de los tubos cromados, pongo la moto en marcha y salgo gritando con el atardecer. Pensé que mi estancia en Montana iba a ser fácil, simple y aburrida.

Joder, estaba muy equivocado.