Había una vez una niña llamada María Celia. En su casa se escuchaba música popular y ella, de vez en cuando, cantaba. Tenía una voz increíble, pero era muy retraída.
María Celia tenía un grupo de conocidos que tocaban en actos benéficos. Con ellos, de a poco, se fue animando a cantar frente a más personas.
Un día hizo una prueba para cantar en la radio El Espectador y quedó seleccionada. Se negó a tocar en la fonoplatea, un pequeño escenario al que la gente podía acudir a ver música en vivo. Ella iba dos veces por semana al estudio, se encerraba y cantaba sola. Así era feliz.
María Celia Martínez no le parecía nombre de artista. Así que un día hizo una lista de nombres y apellidos, probó varios y decidió que se llamaría Amalia de la Vega.
Amalia no tenía conocimientos musicales formales ni aprendió canto, pero fascinaba a todo el mundo con su voz.
A Amalia le gustaba cantar sobre la realidad del país, las tradiciones y la cultura folclórica. Hacía música criolla. La conocían como la primera dama del folclore oriental. Grabó más de cien canciones, tocó en Uruguay e hizo varias giras por el exterior.
Fiel a sus convicciones, Amalia se negó a cantar otros estilos musicales. En varias ocasiones la gente que la contrataba le pedía o le exigía que lo hiciera, pero ella no estaba dispuesta a cantar algo que no sintiera.
Amalia se encargó sola de su carrera como artista. No cobraba siempre lo mismo por tocar, a veces ni siquiera cobraba.
—Era cuestión de estar feliz cantando.
Aunque todo el mundo hablaba de ella, la saludaba y aplaudía, Amalia siempre fue muy reservada, no quiso ser una figura pública. Su forma de agradecer era brindar otra canción.
19 DE ENERO DE 1919 – 25 DE AGOSTO DE 2000
MELO – MONTEVIDEO
ILUSTRACIÓN DE CLAUDIA PREZIOSO
LA GUITARRA SIEMPRE ESTÁ CERCA MÍO.
AMALIA DE LA VEGA