Había una vez una niña llamada Virginia que vivía en Ciudad Vieja con su madre y su padre. Como no tenía hermanas ni hermanos pasaba casi todo el tiempo dentro de su casa. Leía mucho, escuchaba música y era apasionada del cine.
La familia de Virginia notó que tenía gran predilección por la pintura desde muy pequeña. Su madre guardaba cada uno de sus dibujos, los firmaba y les ponía la fecha. Y su padre, aunque no apoyaba de forma directa su vocación por la pintura, proyectaba películas en la pared de su casa para entretenerla.
Un día un hombre vio las creaciones tempranas de Virginia y ordenó a su familia: «A esta niña póngale acuarelas y papeles en todos lados, hasta debajo de la cama». Él percibió algo especial en esos trazos. No se equivocó.
Con 21 años Virginia se alejó de la pintura, sentía que ya estaba todo hecho, que no tenía sentido. Pero su amor por el arte la llevó a reencontrarse con los lienzos algunos años después. Decidió dedicarse por completo a la pintura y estudió en la escuela de Joaquín Torres García. Trabajó muchos años antes de exponer sus cuadros sola. Pintó, estudió y dibujó cuando sus cuatro hijos, sus perros y sus gatos se lo permitieron.
A Virginia le interesa explorar cómo se ve la mujer desde la mujer, la imagen de lo femenino atraviesa su obra como el origen y el destino de toda creación. En sus pinturas ella bucea, busca una forma de decir lo que piensa. Porque Virginia reflexiona mucho.
31 DE MARZO DE 1950
MONTEVIDEO
ILUSTRACIÓN DE MICHELLE MALRECHAUFFE
EN LA PINTURA TENGO MIS EPIFANÍAS, MIS ILUMINACIONES.
VIRGINIA PATRONE