Estimado:
¿Cómo te trata el calor del verano?
Aprovecho esta misiva veraniega para informarte de otra desdicha acaecida a este pobre viejo. He estado pensando últimamente en practicar de nuevo el arte de la ceremonia del té. Digo de nuevo, aunque suene pretencioso, para que no se crea que me esté sacando una carta de la manga. Es probable que este asunto sea causa de una risa sardónica de tu parte, estimado e inteligente amigo. Pues te lo había ocultado: desde niño me aficioné a la ceremonia de té. Mi padre, Magozaemon, me la enseñó. Heredé sus enseñanzas, pero durante todos estos años, aunque me cause una inmensa tristeza admitirlo, no logré perfeccionar mis conocimientos por falta de talento. También, debo reconocerlo, no empleé el mayor esfuerzo. No me esmeré nada, era un completo holgazán. Mi padre, e incluso yo mismo, nos sorprendimos ante mi manifiesta incapacidad. Después de la muerte de mi progenitor, aunque hubiera querido insistir en el aprendizaje de aquel arte, la verdad es que no encontré a nadie que me pudiera instruir. Tampoco sabía qué rumbo seguir. Lo pude haber intentando pero mi espíritu estaba ya alejado del tema. Al final, vendí los utensilios heredados de mis antepasados. Mi relación con la ceremonia de té se había roto, pero con el correr de los años he reflexionado acerca de la naturaleza de mis acciones. Y así, he estado practicando en secreto la ceremonia del té y de forma autodidacta he logrado encontrar los secretos de este arte. Estoy sumamente complacido.
En el momento en que se creó la Tierra, nadie se preguntaba cuál era la diferencia entre la Corte y el pueblo. Si cada uno se concentraba en los oficios asignados por el Cielo, cada quien podía recibir la riqueza necesaria, pero si todos lo tomaban como un juego, aquello resultaba perjudicial para la supervivencia. Era contrario a la naturaleza. Ahora bien, los pasatiempos habían sido un artilugio refinado, un invento de la nobleza. Se parecían al sonido que hacen con la garganta los animales inferiores al comer. Seguir al gran maestro adonde quiera que vaya; tocar la flauta y los instrumentos de cuerda declamando poesía; practicar el go; hacer arreglos florales o bailar las danzas tradicionales. Se pensaba que tales pasatiempos tenían que ver con los grandes espíritus que crearon la Tierra. Aun suponiendo que fuera cierto, la brecha entre los ricos y los pobres impedía que lograran entablar una auténtica amistad. Ante esta situación, la ceremonia del té era única. Podía evitar que en las conversaciones se perdiera el respeto. Eliminaba la extravagancia, ya que en ella se servía bebida y se la acompañaba de comida. Permitía hacer sentirse bien a nuestros invitados.
En el pasado, cuando había guerras y todos estaban ocupados preparándose para la batalla, incluso en en los momentos de más tensión, preparar un té permitía calmar el alma de los más valientes. Se decía que los que ayer habían querido vengarse, después de tomar un poco de té, al día siguiente habían olvidado los agravios y consideraban como hermanos a los que antes odiaban con furor. La ceremonia del té permitía actuar de manera propia y correcta. Antaño, los que se caracterizaban por su conducta extravagante decían que si alcanzaban a comprender este arte, podían apaciguar su ser. Olvidaban su soberbia y pedantería y mantenían amistades duraderas. Además, la ceremonia del té evitaba que uno se volviera adicto a los placeres sensuales y rompiera con el orden familiar. Por eso, tanto los aristócratas y los señores feudales, como los guerreros con grandes ambiciones, aprendían este arte. Así está escrito en los libros.
La ceremonia del té comenzó en los inicios del shogunato de Kamakura. La teoría más aceptada dice que los bonzos de China, provenientes de las Cinco Montañas, fueron los que difundieron este arte. En los comienzos del medioevo japonés, el clan de los Ashikaga convocó en Kioto a Dōyō Sasaki y a otros nobles, y organizaron una sesión de té. Así aparece registrado en los libros de historia, pero puede que se trate de meras distorsiones. Tal vez fuera una forma de presumir, comiendo y bebiendo cosas exóticas, sin que se tratara de una verdadera ceremonia del té. Fue realmente en la época de Yorimasa cuando Jukō estableció por primera vez el uso de los utensilios y la forma cómo debería ser servido el té. Le trasmitió las enseñanzas a Shōō y éste a su vez enseñó a Senno Rikyū. Así está escrito en los libros.
Rikyū se convirtió en sirviente de Toyotomi Hideyoshi y organizó sesiones de té. En aquella época, las ceremonias se llevaban a cabo en la Corte Imperial. Aunque las acaudaladas familias competían por el gusto de saborear el té, el objetivo principal de las ceremonias consistía en mostrar y enorgullecerse de las exóticas cerámicas. Organizaban eventos en los salones de elegantes mansiones con techo de paja e intercambiaban con esmero cerámicas de distintas texturas, tanto nuevas como usadas. Tenían como principio lo simple, se entrenaban para lograr la pureza en este arte. Aunque el rito de intercambio entre el dueño de casa y los invitados se había simplificado, éste seguía manteniendo su refinada elegancia. Los ricos no se volvían más presuntuosos ni los pobres se mostraban indecentes, cada uno podía disfrutar y experimentar los grandes secretos del otro. Aun bajo esta guerra feroz que estamos viviendo, la ceremonia del té sigue siendo nuestro pasatiempo predilecto.
En los últimos años, al haber estado cultivando este arte he comprendido de forma abrupta sus más profundos secretos. Y no quisiera guardármelos sólo para mí. Pasado mañana, a las dos de la tarde, este pobre viejo ha invitado a dos o tres amigos jóvenes a una íntima ceremonia del té. Sé que se trata de un evento humilde, pero quisiera que nos acompañaras también. Las aguas no se hacen turbias ni las corrientes fuertes para tus aspiraciones artísticas. Además, esta nueva experiencia te será de utilidad. Espero que nos acompañes y que vengas preparado en cuerpo y alma. Estoy seguro de que no será una pérdida de tiempo para ti. Espero de todo corazón tu presencia.
Respetuosamente, te mando un saludo.
Recibí esta carta del famoso profesor Ōson este verano. ¿Quién es el profesor Ōson? Ya anteriormente he hablado sobre él. No pienso volver a repetirlo, pero no sería exagerado decir que se trata de un triste idealista. Para nosotros, los más jóvenes, ha sido siempre una excelente fuente de enseñanzas, aunque muchas veces cometa errores.
Bueno, en fin, que yo había recibido una invitación para tomar té con el profesor Ōson. Aunque se trataba de una invitación, había que tomarla como una orden. De una manera convincente me estaba obligando a ir. No me podía negar, así que no me quedaba otra alternativa que acudir a la cita.
Sin embargo, yo era un pueblerino sin remedio, jamás en mi vida había estado en una ceremonia del té y no sabía qué demonios se hacía en tales circunstancias. A lo mejor, el profesor Ōson había invitado a un tipo sin modales como yo para ridiculizar cada uno de mis actos y regañarme cada vez que me portara de forma incorrecta. Muy probablemente, me quería instruir. No podía perder más tiempo. Después de leer la carta, salí rumbo a la casa de un refinado amigo mío que vivía cerca.
–Oye, ¿no tendrás, por casualidad, un libro sobre la ceremonia del té? –con frecuencia pedía prestado libros a mi amigo.
–¿Ahora quieres uno sobre el té? Probablemente tengo uno. Lees sobre muchas cosas, ¿verdad? Y ¿por qué ahora te interesas en el té? –dijo mi amigo con gesto dubitativo.
Salí de casa de mi amigo con cuatro libros sobre el tema, entre ellos la Guía sobre la ceremonia del té y Las reglas de los invitados en la ceremonia del té. De vuelta a casa, los leí de cabo a rabo. La ceremonia del té y el espíritu japonés; el estado de ánimo propiciado por el sabor de lo simple y la quietud; el origen de la ceremonia del té; la ceremonia del té de Jukō, Shōō, Rikyū. Me di cuenta que esto de la ceremonia del té era muy complicado. El cuarto del té, el jardín de la casa del té, los utensilios para el té, el kakemono, el menú del almuerzo. A medida que leía, me iba interesando más y más. Yo había pensado que en las sesiones del té se tomaba un trago de aquel líquido amargo de una manera mística, pero parecía que no era así.
Se sirven diversos platos. También hay sake. La verdad es que no se me habría ocurrido pensar que pudiéramos comer con tanto lujo y ostentación en estos tiempos de guerra. Además, no quería ser grosero, pero dado que el profesor Ōson carecía de recursos monetarios, no se podía esperar que en la ceremonia se sirviera un apetitoso banquete. A lo sumo probaríamos una taza de matcha, que es un té verde de lo más corriente. Pero, en fin, había sido divertido leer sobre el menú. Bueno, ahora lo que me quedaba por estudiar eran las reglas de los invitados a la ceremonia del té. Esta era la parte más importante para mí. No podía cometer un error grave en este punto. Tenía que tenerlo todo bien claro, así que debería investigarlo a fondo para evitar las recriminaciones del profesor.
Antes que nada, una vez que uno ha sido invitado, lo más educado es agradecer de inmediato la invitación. La norma dice que una vez que llegamos a la casa del organizador, debemos agradecer la invitación, pero también es posible hacerlo mediante una carta. No obstante, en esa carta de agradecimiento se tenía que expresar sin falta, si uno participaría o no en la ceremonia. En caso de hacerlo, se deberían reiterar las palabras “sin falta”. No se podían olvidar. Esas dos palabras habían sido las enseñanzas secretas de Rikyū en Las reglas de los invitados... Remití entonces, por correo expreso, una carta de agradecimiento al profesor. Escribí con trazos demasiado grandes “sin falta”, pero luego me di cuenta de que no era necesario escribir con letras de ese tamaño.
Pasemos ahora a las reglas del día de la ceremonia. Primero, los invitados se reúnen a las puertas de la casa del anfitrión y se designan los lugares en donde cada uno se debe sentar. Todo esto hay que hacerlo en completo silencio, no se puede hablar en voz alta ni reírse como un idiota. Luego, el anfitrión llama a los invitados y bajo su guía se internan en el lugar donde van a tomar el té. Esto hay que hacerlo mostrando cierto temor. Al entrar, lo primero que se debe hacer es observar detenidamente la estufa y el caldero, manifestando nuestra admiración con algunos suspiros. Acto seguido nos arrodillamos delante del tokonoma y contemplamos de arriba abajo el kakemono, suspirando profundamente, y en voz baja exaltamos las cualidades de aquella obra de arte, pero esta adulación no debería parecer fingida, debería sonar natural.
Posteriormente, los invitados se dan la vuelta en dirección al anfitrión y, sin rastros de sonrisa y con la expresión de haberlo comprendido todo, preguntan el origen del kakemono. Esto produce una alegría desbordante al anfitrión. Se deben evitar preguntas insidiosas como ¿dónde lo compró?, ¿cuánto le costó?, ¿no será acaso una falsificación?, ¿se lo pidió prestado a alguien? Si se le hace alguna pregunta necia, mostrando nuestras sospechas, el anfitrión se sentirá muy molesto. No debemos olvidarnos de elogiar la estufa, el caldero y el tokonoma. Esto es de gran importancia. Aquellos que olvidan hacerlo no son considerados dignos de ser invitados a la ceremonia del té, y quedan delante de todos como unos idiotas redomados.
En el verano, en vez de una estufa se suele usar una especie de tina de baño, pero no una convencional, sino de grandes dimensiones. Digamos, una elegante estufa portátil. Igualmente, no se debe olvidar suspirar al contemplar la tina, el caldero o el tokonoma. Luego sigue la inspección del proceso de colocación del carbón. Hay que acercarse y ver con interés cómo el anfitrión coloca la ceniza en la estufa, y de nuevo celebrarlo con un profundo suspiro. En el pasado, había algunos que exageraban y se ponían de rodillas, pero aquello resultaba demasiado ostentoso y artificial, y se ha dejado de hacer. Basta con suspirar. Después se elogiaba el recipiente del incienso. Entonces se servía la comida y el sake, pero creo que el profesor Ōson esquivará esta parte y nos arreglará con el matcha. En estos tiempos de guerra no debemos esperar muchos lujos.
Estoy seguro de que el profesor está planeando organizar una reunión de té lo más modesta posible y así nos impartirá de nuevo una enseñanza estricta y útil a los que somos más jóvenes que él. En consecuencia, no profundicé en cómo se preparaba la comida en la ceremonia del té y pasé directamente a estudiar la manera en que se debe tomar el matcha. Sin embargo, al finalizar, sentí que algo estaba mal. Y mi corazonada se haría realidad. La reunión resultaría demasiado modesta, trayendo también un gran alboroto.
El día de la sesión de té salí de mi casa, llevando puestos el único par de calcetines azul marino que poseía. Aunque mi vestimenta era humilde, tenía que llevar los calcetines nuevos. Eso estaba escrito en las reglas para los invitados a la ceremonia del té. Descendí en la estación de Asagaya. Cuando salía por la puerta sur, alguien me llamó por mi nombre. Observé a dos estudiantes que permanecían de pie. Eran discípulos del profesor Ōson, ambos estudiaban en la Facultad de Humanidades y sus rostros me resultaban familiares.
–Hola, ¿también a ustedes los han invitado? –saludé.
–Sí –el chico más joven, llamado Seo, asintió con la cabeza. Tenía mal aspecto. Parecía como si alguien lo hubiera regañado–. Estamos metidos en un lío tremendo.
–Otra vez nos van a sermonear y a regañar ¿no crees? –intervino al borde del llanto Matsuno, que al graduarse este año en la universidad tenía pensado ingresar a la Marina–. ¿Por qué una ceremonia del té? Le ha dado de nuevo por una cosa sin sentido, no lo comprendo.
–No, no hay problema– dije. Quería darles ánimo a estos deprimidos estudiantes universitarios–. No hay de qué preocuparse. Yo ya vine preparado, investigué todo este asunto de antemano. Y si hacen lo que yo haga, no habrá ningún problema.
–¿Es verdad eso? –parecía que el joven Seo hubiera recuperado un poco el ánimo–. Para serle franco, lo estábamos esperando porque usted es nuestra única salvación. Estábamos convencidos de que también lo habían invitado.
–Pues, sí. Pero no confíen demasiado en mí. Este asunto me genera también una serie de dudas.
Los tres sonreímos desganados.
El profesor se encontraba como siempre en el chalet. Esta pequeña construcción anexa tenía dos habitaciones, una de seis tatamis que daba hacia el jardín y otra de tres, y el profesor las utilizaba a su gusto. Su familia estaba siempre en la casa principal y aunque nos traían de beber matcha, el té más vulgar, y calabazas cocidas, casi nunca veíamos sus rostros.
Ese día, el profesor Ōson estaba acostado en la habitación de seis tatamis, leía y llevaba puesto un fundoshi: unos calzoncillos que dejaban las nalgas al descubierto. Al ver que los tres caminábamos temerosos cerca de la veranda, se levantó abruptamente.
–Ah, ya llegaron. Hace calor, ¿no? Suban y entren. Quítense la ropa, si están desnudos se sentirán más frescos –Pensamos que el profesor se había olvidado de la sesión de té.
Sin embargo, no nos confiamos. A lo mejor la mente del profesor maquinaba algún plan que no podíamos comprender. Nos pusimos en fila frente a la veranda, y sin decir palabra hicimos una gran reverencia. El profesor, por un momento, pareció enojado, pero no le hicimos caso y nos colocamos delante de la pequeña entrada de la casa de té. Recorrí con la mirada el cuarto entero y no divisé ni la tina ni el caldero. Aquella era la habitación de siempre. Me quedé un poco confundido. Alargué el cuello y fisgoneé hacia el cuarto de tres tatamis y observé que en un rincón había una estufa portátil casi rota, sobre ella se podía ver una tetera de aluminio sucia y cubierta de hollín. Pensé que aquel era el espacio dedicado a la ceremonia del té. Avancé de rodillas sigilosamente en dirección al cuarto, y los estudiantes, con gran nerviosismo, me imitaron. Nos sentamos uno al lado del otro y pusimos nuestras manos sobre el tatami. Miramos detenidamente la estufa portátil y la tetera. A los tres, al unísono, se nos escapó un suspiro.
–No tienen que hacer eso –dijo el profesor con tono de enfado. Sin embargo, como desconocíamos sus secretas intenciones, no podíamos confiarnos.
–Y ¿este caldero? –cuando quise indagar acerca de su origen, no supe cómo hacerlo–. Es un trasto viejo que ha utilizado durante mucho tiempo, ¿verdad? –sólo atiné a decir esta estupidez.
–No digas tonterías –el profesor ya se estaba empezando a enojar.
–Pero, se ve que tiene historia…
–Evita esas adulaciones idiotas. Lo compré en la ferretería que está frente a la estación, hace unos cuatro o cinco años, me costó dos yenes. ¿A quién se le ocurre ensalzar un perol como éste?
Había algo raro en todo esto, no se correspondía con lo que había leído en el manual. Sin embargo, insistí en seguir las enseñanzas de la Guía sobre la ceremonia del té.
Después de contemplar el caldero, inspeccioné el tokonoma. Nos reunimos frente al kakemono del tokonoma del cuarto de seis tatamis. Como siempre, ahí había un poema del profesor Issai Satō. Parecía que era el único que el profesor Ōson tenía. En voz baja declamé los versos del kakemono:
Vicisitudes del frío y del calor, respiración del Cielo y de la Tierra.
Sufrimiento y placer, glorias y fracasos, respiración de la vida.
Existen en los virtuosos, pero no os sorprendáis si de pronto existen en otros.
Hacía unos días que el profesor me había enseñado a leer aquellos versos. Y en esta ocasión lo pude hacer sin ninguna dificultad.
–Es un excelente poema –dije sin demasiada convicción–. También el grabado es de admirar.
–¿Qué estás diciendo? Tú mismo dijiste la vez pasada que se trataba de una falsificación y lo despreciaste.
–Lo hice, ¿en serio? –me puse rojo como un tomate.
–Vinieron a tomar té ¿no? –el profesor cambió de tema, abruptamente.
–Sí, así es.
Nos quedamos de pie en un rincón del cuarto.
–Bueno, comencemos –el profesor se incorporó y acto seguido se dirigió al cuarto de tres tatamis, y cerró la puerta corrediza.
–¿Y ahora, que será lo que hará? –preguntó Seo en voz baja.
–Yo tampoco lo sé con exactitud –ya que todas las reglas habían sido trastocadas, yo, al igual que mis dos compañeros, me hallaba sumido en la más completa confusión–. Si se tratara de una ceremonia normal, se observaría cómo el anfitrión pone las cenizas en la estufa, y después contemplaríamos el incensario. Luego viene la comida y el sake, y entonces…
–¿Sirven sake también? –Matsuno puso una cara feliz.
–Sí, pero dada la situación que atravesamos, creo que esa parte se elimina, y apenas nos ofrecerán un poco de matcha. Veamos entonces las técnicas de preparación del té del profesor–. No tenía ninguna confianza en mis palabras.
“Yabo, yabo”. Del cuarto contiguo brotaba un sonido extraño. Se parecía al ruido que hacemos cuando mezclamos el té con un batidor de bambú, pero este resultaba demasiado áspero y violento. Afiné el oído.
–Escuchen –dije–, parece que ya comenzó la preparación del té, pero ¿no creen que hay algo raro? En principio, la deberíamos ver todos.
Yo estaba perdiendo la paciencia. La puerta corrediza había sido cerrada por completo. ¿Qué demonios estaba haciendo el profesor? Nada más se escuchaba sin cesar aquel sonido: “Yabo, yabo”, que por momentos se mezclaba con los quejidos del profesor: “¡Umm, umm, umm!”. Estábamos preocupados, no era para menos, y nos pusimos de pie.
–¡Profesor! –grité en dirección a la puerta corrediza–. Queremos ver cómo prepara el té.
–No se les ocurra abrir la puerta… –respondió el profesor con voz gutural, como pedregosa, y llena de pánico.
–¿Por qué?
–Esperen, que ya les llevo el té –habló en un tono aún más fuerte–. ¡No deben abrir la puerta!
–Pero está gruñendo –yo quería deslizar la puerta corrediza y ver qué estaba sucediendo en aquel cuarto. Intenté hacerlo con delicadeza y me di cuenta de que el profesor la estaba sosteniendo para que no se pudiera abrir.
–¿No se abre? –preguntó Matsuno, que al querer entrar en la Marina presumía ya de sus habilidades, y avanzó–. Déjeme intentarlo.
El joven Matsuno tiró con fuerza de la puerta, mientras el profesor se empeñaba en sostenerla desde adentro. Aunque cedía un poco, se cerraba de nuevo. En medio del forcejeo, la puerta se salió de sus goznes y nos cayó encima con gran estruendo, como una avalancha de nieve. El profesor esquivó la caída moviéndose hacia la pared y derribando la estufa portátil. La tetera se derramó y el cuarto se llenó de vapor.
–Achichichichichi –gritó el profesor y como un loco comenzó a bailar la danza del desnudo. Apagamos el fuego de la estufa caída. “¿Profesor, está usted bien? ¿No está herido?”, le preguntamos. En el centro de la habitación de seis tatamis, el profesor, en fundoshi y con las piernas cruzadas, intentaba refrescar su cuerpo resoplando como un caballo.
–Ha sido una terrible ceremonia del té. Son ustedes brutos e irrespetuosos –manifestaba de mal humor.
Después de limpiar la habitación más pequeña, nos sentamos temerosos delante del profesor y en coro le pedimos disculpas.
–Profesor, como a usted le había dado por gruñir, nos preocupamos… –quería yo encontrar alguna justificación a nuestra conducta. El profesor continuó en tono de queja:
–Um, parece que mi técnica de la ceremonia del té no ha sido la mejor. Aunque mezclé el té con el batidor de bambú, no hacía buena espuma. Lo repetí cinco o seis veces, pero por más que lo intentara no pude lograr mi propósito.
El profesor había mezclado con todas sus fuerzas el té con el batidor, y cada vez que fracasaba lo arrojaba en una jarra que había en medio del cuarto, donde estaba colocado un lavamanos lleno de matcha. De ahí que las paredes estuvieran salpicadas con el verde de aquel té. Todo un desastre, un estropicio enorme. Y así el misterio se había resuelto. El profesor se veía obligado a mantener la puerta cerrada para evitar que fuéramos testigos de sus intentos fallidos. Comprendí entonces el sufrimiento mental que había experimentado. Pensé también que con aquella técnica tan pobre había sido una temeridad por parte del profesor habernos invitado a una ceremonia del té. ¿En dónde habían quedado quellas palabras que nos dijo?: “…permite hacer sentir bien a nuestros invitados”. Es cierto que los idealistas son pésimos cuando quieren llevar a la práctica sus ideales. Todo lo que hace el profesor Ōson está equivocado, todo le sale mal, siempre comete errores estúpidos. Sin embargo, al organizar esta sesión quería experimentar en carne propia el poema de Rikyū: “En la ceremonia del té, hay que hervir el agua, preparar el té y tomarlo, eso es todo”. Esa imagen de un tipo vestido apenas con un fundoshi estaba en “Las Siete máximas” de Rikyū.
En el verano, fresco.
En el invierno, caliente.
Por aquella razón, el profesor quiso vestirse de esa forma tan fresca, para mostrarnos las sencillas enseñanzas de Rikyū, pero la cadena de errores que cometió había convertido la ceremonia del té en un auténtico desastre. ¡Qué pena!
Varios días después, recibí esta carta del profesor Ōson:
La ceremonia del té es innecesaria. Cuando te dé sed, simplemente corre a la cocina y sirve agua de la jarra y tómala con gusto. Lo mejor es hacerlo como las vacas. Ésos son los secretos y reglas de la ceremonia del té de Rikyū.
(Título original: “Fushin’an”, 1943)