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Momentos Cruciales, Transiciones y Llamadas que nos Despiertan

El comienzo de la sabiduría es llamar a las cosas por sus legítimos nombres.

Proverbio chino

 

Cuando lo que una vez fue predecible no se puede hallar en ningún lado…

Cuando lo que pensabas que sabías que era seguro ahora aparece borroso y distorsionado…

Cuando lo que estabas sosteniendo, que parecía sólido, ahora se deshace en tu mano como si fuera polvo…

Cuando has llegado a un lugar en tu camino cuyo nombre necesitas saber.

A cada uno de nosotros se nos han ofrecido momentos poderosos en los que la vida nos invita, o tal vez de forma totalmente dramática nos fuerza, a detenernos y prestar atención a quién somos, dónde estamos, cómo llegamos allí, y adónde debemos ir después. A veces estos momentos de despertar se manifiestan como una llegada a un cruce en nuestro camino, cuando se nos presenta la opción de seguir en una u otra dirección. A veces, en lugar de presentarse como un claro momento de reconocimiento, experimentamos estos cambios como una transición gradual de la que lenta o repentinamente nos damos cuenta, aún cuando puede haber estado sucediendo durante un tiempo. Y a veces no hay nada sutil o gradual en estos momentos: se revelan a sí mismos en la forma de dramáticas llamadas que nos despiertan, emergencias emocionales o espirituales que nos fuerzan, estemos listos o no, a enfrentar una realidad que preferiríamos no enfrentar.

No importa cómo lleguemos a estos períodos de intenso cuestionamiento o dificultad, un tema es el mismo: nuestro mundo, el cual era cómodo, seguro y familiar, ahora parece extraño y aún atemorizante a medida que los eventos, ya sean de nuestro interior o del mundo exterior a nosotros, sacuden nuestras viejas creencias, nuestros modos habituales de vivir, de relacionarnos y de comportarnos. Miramos la pila de desafíos delante nuestro y sospechamos que no podremos sobrevivir esta vez con nuestra “personalidad de siempre” intacta, que no podremos encontrar nuestro camino para atravesar este vertiginoso laberinto de emociones con nada menos que una reflexión sobre nosotros mismos total y brutalmente honesta.

“¿Qué me está sucediendo?” nos preguntamos. Hemos llegado, sin lugar a dudas, al “acá” de “¿Cómo llegué acá?” pero ¿dónde estamos exactamente? Esta no es simplemente una pregunta retórica, sino un grito sincero y urgente del alma, un deseo de identificar estas experiencias extrañas que nos llenan de temor, confusión e incertidumbre. Realmente necesitamos saber qué está sucediendo. Necesitamos darle un nombre.

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Desde los tiempos más remotos de la historia documentada, los seres humanos han tenido el deseo y la necesidad de nombrar las cosas. Los científicos dicen que el lenguaje es lo que nos hace humanos. Hay 6,500 lenguas vivas en el mundo hoy, y muchas más que ya han muerto. Eso significa que existen billones de nombres y palabras. Se estima que el número de palabras en la lengua inglesa sola comienza a alrededor de los tres millones y de ahí asciende.

¿Cuál es el propósito de todas estas palabras? Tradicionalmente muchos pueblos y religiones antiguos creían en el poder de la palabra o del nombre para hacer que las cosas existiesen. “En el principio fue el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios,” dice la Biblia cristiana. En la tradición hindú, AUM es el símbolo sagrado que es la fuente de toda la existencia, el sonido cósmico del cual se levanta el mundo y en el cual el mundo existe. En el Antiguo Egipto, era esencial que los padres le dieran un nombre a su hijo tan pronto como él o ella nacía: si no lo hacían, era como si ese niño no existiese. Nombrar algo lo hace real. Esta creencia es todavía una parte integral de la cultura moderna: nosotros ya tenemos más que suficientes palabras, y sin embargo continuamos creando nuevas a medida que experimentamos, identificamos y nombramos nuevas realidades: en la lengua inglesa solamente, inventamos hasta 20,000 palabras y términos nuevos por año.

En los tiempos antiguos, dado que los nombres eran tan importantes, se creía que descubrir el nombre de algo era obtener poder sobre eso y controlarlo: saber el nombre era poseer la cosa. Por lo tanto, en muchas culturas los nombres de las deidades eran mantenidos en secreto y nunca eran revelados. Escritos tempranos sobre el arte de la magia declaran que una vez que un mago sabía el nombre de una cosa, poseía el secreto de su magia. En otras tradiciones, usar los nombres sagrados, como en el recitado de los mantras, era una forma de recibir poder uno mismo, de tomar las cualidades del nombre del Divino, y lograr la liberación.

En nuestras propias vidas, todos hemos tenido experiencias del poder que el nombrar tiene para definir las cosas y realmente cambiar nuestra sensación respecto a ellas. Hay una gran diferencia, por ejemplo, entre alguien a quien estamos viendo, y alguien que es llamado de repente “novio” o “novia”. Ahora la relación es “oficial”. Por supuesto, se vuelve más oficial cuando el “novio” pasa a llamarse “esposo.”

Disfrutas de trabajar en una compañía, pero cuando te nombran gerente o vicepresidente asistente, de repente te sientes más importante, y con orgullo llevas tarjetas personales con tu nuevo “nombre.” Aún las circunstancias desagradables se hacen más tolerables cuando se les pone nombre: tu hijo, que tiene un rendimiento pobre en la escuela, pierde la calma con sus hermanos, y no parece ser capaz de prestar atención, puede ser visto como un “chico problemático” hasta que sus síntomas son adecuadamente nombrados, y el niño es diagnosticado con Desorden de Déficit Atencional. Ahora sabes la causa de su conducta —ya no es un misterio exasperante— y puedes procurarle la ayuda que necesita.

Los nombres nos ayudan a ubicarnos en nuestro viaje tanto interno como externo, e identificar quiénes somos. Cuando estamos entrando en territorio desconocido, encontrando paisajes irreconocibles, o llegando a cruces de caminos inesperados, es cuando más necesitamos esos nombres.

El Poder del Nombre

No todo puede ser curado o arreglado, Pero todo debería ser nombrado debidamente.

Richard Rohr

Cuando tenía doce años, mi abuela materna me contó una historia invalorable que nunca he olvidado. “Mom-Mom”, tal como la llamábamos, nació en el sur de Rusia en 1901, en el pico de la persecución de los judíos del Imperio Ruso. Cuando sólo tenía cuatro años, ella y su familia completa escaparon hacia América para evitar que los mataran en uno de los pogroms que estaban arrasando Rusia, y se instalaron en la entonces adormecida Atlantic City, New Jersey. Los niños de la familia rápidamente se adaptaron a su nueva vida en los Estados Unidos, pero la mamá de Mom-Mom, mi bisabuela Ida, no hablaba inglés y como muchos inmigrantes en ese momento, se aferró a sus costumbres anticuadas. Mom-Mom explicaba:

“Un sábado por la mañana cuando yo tenía casi trece años, fui como lo hacía habitualmente a jugar en la playa con mis amigos. Vivíamos a sólo unas pocas cuadras del mar, y yo pasaba allí tanto tiempo como podía. Después de un rato, sentí hambre y decidí volver a casa a almorzar. Mientras mi madre me estaba preparando un emparedado, fui al baño a hacer pis, y cuando me sequé ahí abajo, para mi horror ¡había sangre en el papel higiénico! ¡Sangre, y mucha! Di un chillido y me puse a llorar. Algo estaba muy mal. Había oído sobre gente con terribles enfermedades, y ahora me estaba sucediendo a mí. Me estaba muriendo.

“Tu bisabuela Ida debe de haber oído mis sollozos, y vino corriendo hacia el baño. ‘Maidelah,’ (que en yiddish significa ‘pequeña niña’), dijo, ‘¿qué pasa? ¿Por qué estás llorando?’”

“‘Mira, mamá, me estoy muriendo.’ Con mano temblorosa, le extendí el papel higiénico empapado en sangre de modo que ella pudiera ver la evidencia de mi inminente muerte.

“Los ojos de tu bisabuela Ida se abrieron mucho por un momento, y después sonrió. ‘Querida, seca tus lágrimas: no estás muriendo, ’ decía melodiosamente mientras secaba mi rostro humedecido con su pañuelo.

“‘No lo estoy?’ pregunté sin creerlo. ‘Entonces, mamá, ¿por qué estoy sangrando ahí abajo?’

“‘Oh, eso, bien, te diré qué es,’ dijo mi mamá con cara de saberlo. Me incliné hacia delante anticipándome, ansiosa de oír la explicación de mi horrible situación. ‘¡Un cangrejo te mordió en la playa!’ anunció triunfantemente.

“‘¿Un cangrejo? ¿Me mordió allá abajo? Pero mamá, yo no sentí nada.’

“‘Bien, probablemente estabas tan ocupada jugando o nadando, que no te diste cuenta, pero eso es lo que sucedió… sólo un cangrejo. Ahora espera aquí, te traeré una venda especial para que te pongas, porque puede ser que sangres por un corto tiempo más.’ Y en un momento, mi madre regresó con una venda larga, gruesa y blanca, diferente a cualquier cosa que yo conociera, y me mostró como adherirla a un cinturón especial de modo que no se cayera de mi ropa interior.”

Para este momento yo estaba riendo tanto al escuchar la historia de mi Mom-Mom Lily que apenas podía respirar. “ ¿Te creíste realmente que era un cangrejo?” le pregunté, entre risitas.

“¿Qué sabía yo de esas cosas?” respondió mi abuela. “Nadie hablaba de eso en ese entonces, y ciertamente tampoco mi madre, Dios proteja su alma. Yo simplemente me puse la venda y esperé a que la picadura del cangrejo sanara. Y cinco días más tarde, para mi sorpresa, sucedió. Por supuesto, no fui a la playa durante todo el mes siguiente, aterrorizada de ser mordida otra vez y de que esta vez fuera peor, y de que la sangre no parase al quinto día.”

“¿Cómo descubriste finalmente que se trataba de tu período?” pregunté.

“Cuatro semanas más tarde, como un reloj, empecé a sangrar nuevamente, y dado que esta vez sabía que no podría haber sido un cangrejo, enfrenté a mi madre, y entonces ella finalmente me dijo que me había convertido en una mujer y me explicó todo. Oh, yo estaba muy enojada con ella, pero para ser honesta, también estaba aliviada. Había pasado todo el mes convencida de que en realidad yo tenía una enfermedad incurable, pero que mi madre no tenía el coraje de decírmelo. De modo que finalmente oír el nombre de mi enfermedad, saber que era normal y descubrir que no era la única que estaba pasando por eso, me quitó una enorme nube de mi mente.”

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Siempre me encantó que mi abuela me contara (¡y me volviera a contar!) esta historia. Sin embargo, a medida que los años pasaron y yo crecí, me di cuenta que la historia, que me divertía cuando era una niña joven, contenía algo más que sólo humor y dulces e irremplazables recuerdos. Me enseña una lección acerca del poder e importancia de dar un nombre a nuestras experiencias.

Nombrar tiene varios valores importantes:

1. Nombrar nos permite dar un paso hacia atrás para comenzar a observar nuestra experiencia más objetivamente.

Al darle a algo un nombre, creamos un sentido de separación de nosotros y aquello que estamos experimentando, sea lo que sea. No estoy volviéndome loca porque paso por distintos cambios de ánimo: mi cuerpo está atravesando el Síndrome Premenstrual. No soy un mal padre o mala madre porque mi hijo esté gritando y se niegue a cooperar: está atravesando la “edad de la peseta.” No tengo una mala actitud porque me aterre ir a trabajar todos los días —estoy descontenta con la salvaje atmósfera en mi lugar de negocios, y necesito hacer un cambio. Identificar la sensación la contiene. Saber el nombre la hace de algún modo más manejable. Nos volvemos más tolerantes y menos ansiosos porque sabemos con qué estamos lidiando.

Recientemente tenía pasaje en un vuelo muy temprano y ordené un taxi para que me pasara a buscar a las cuatro y media a la mañana siguiente para llevarme al aeropuerto en las afueras de la ciudad. Cuando el chofer, Henry, llegó, le agradecí que se hubiera levantado antes del alba para que yo pudiera tomar mi avión. “Oh, no estoy empezando mi turno,” exclamó. “Es el final. Me gusta comenzar a trabajar a media noche.” Le pregunté porqué, y durante los próximos veinte minutos, me contó lo siguiente:

Al final de los 60, Henry había pasado dos años de combate pesado en las líneas del frente en la guerra de Vietnam. Había visto todas las clases imaginables de horror y perdido a muchos de sus amigos. Finalmente lo habían enviado a casa. “Yo era un desastre,” me confesó. “Mi novia me había esperado, pero cuando nos reencontramos, yo no podía sentir ninguna emoción. Todo me ponía nervioso, y el más pequeño ruido, como alguien arrastrando su silla en el suelo al levantarse o el sonar de los platos en la pileta, me producía horribles ataques de ansiedad. Lo peor de todo era que no podía dormir: estaba tendido despierto por horas durante la noche, transpirando y agitadísimo. Pensé que había llegado a mi final.”

Pasaron varios años antes de que Henry encontrara alguna ayuda profesional y pudiera darles un nombre a sus demonios: desorden por estrés post traumático. “No te puedes imaginar qué alivio fue poder llamar de algún modo eso por lo que estaba pasando,” me dijo. “Realmente no me quitó ninguno de los síntomas, pero al menos sabía qué eran, y ya no me asustaban tanto. De todos modos, ésa es la razón por la que trabajo de noche: todavía tengo problemas para dormir en la oscuridad, de modo que este trabajo lo soluciona perfectamente.”

Me sentía muy emocionada al escuchar a Henry, orgullosa de él por su perseverancia en tratar de comprender qué le había sucedido en Vietnam, pero triste por otros muchos veteranos que no recibieron la ayuda que necesitaban para nombrar esos monstruos interiores como primer paso para domarlos. Una de las cosas que Henry dijo realmente me impresionó: “Cuando estaba en ‘Nam, pensaba que estaba pasando por lo peor que cualquiera puede pasar en la vida. Pero volver a casa fue aún peor. Al menos allí yo sabía quién era el enemigo. Sabía qué esperaban de mí. Pero estar de regreso aquí y sentirme loco y asustado y enojado todo el tiempo, y no saber por qué o qué hacer con ello: eso era como un enemigo que no podía ver o encontrar nunca, pero un enemigo que no desaparecía jamás.”

Cuando los médicos ayudaron a Henry a nombrar su enemigo interior, pudo finalmente empezar a encontrar algo de paz.

3. Nombrar nos permite llegar más íntegramente a nuestra realidad

Ya sea que una realidad sea agradable o desagradable, emocionante o aterradora, una vez que le damos un nombre, la reclamamos como nuestra. Es como si estuviésemos señalando con nuestro dedo un punto en el mapa y declarando, “Estoy ‘aquí.’” Aún si ese aquí no es un lugar en que deseemos estar, aún si no estamos felices de encontrarnos en este “aquí” en especial, aún así, sentimos un alivio y seguridad al darle un nombre, antes que no tener idea de dónde estamos. Nombrarlo lo transforma en una certeza en lugar de una incógnita, y por lo tanto nos ubica en tiempo y espacio. La ansiedad de preguntarnos dónde estamos es reemplazada por la certeza que clarifica nuestras mentes y de algún modo misterioso, calma nuestros corazones.

Recuerdo haber leído una entrevista a un soldado americano que había sido capturado y mantenido como prisionero de guerra en Oriente Medio algunos años atrás. Cuando el reportero le preguntó acerca de las condiciones de cautiverio, el soldado explicó que la parte más dura no había sido ser golpeado o encerrado en un diminuta celda con muy poca comida y agua, o aún el temor de no ver más a su esposa e hijos nuevamente. Los momentos más terribles, confesó, eran cuando por primera vez se despertó en una habitación totalmente oscura y no tenía idea de dónde estaba, cómo había llegado allí o qué le sucedería. Lo habían dejado inconsciente de un golpe durante una refriega con el enemigo, que después lo había transportado a una prisión mientras aún desconocía que había sido capturado. Durante lo que parecían varios días, lo dejaron solo en un oscuro pozo. Toda realidad de algún tipo identificable había desaparecido, y él se sentía como si se hubiese vuelto loco. Cuando sus captores finalmente se dejaron ver y lo mudaron a una celda, tuvo una extraña sensación de alivio, como si su cordura estuviese fluyendo de regreso. Al menos ahora podía ponerle un nombre a lo que estaba sucediendo. “Soy un prisionero. He sido capturado por el enemigo. Estoy en algún campo secreto. Estoy en una mugrienta celda. Hay dos guardias que se turnan para vigilarme.” A pesar de lo terrible que era esta realidad, era suya. De acuerdo a este valiente soldado, esta realidad se convirtió en su conexión con la cordura y la supervivencia psicológica.

Aquí está el argumento que he estado tratando de señalar:

 

Atravesar tiempos poderosos de cuestionamiento y
desafíos, y dejar nuestro proceso sin nombre o, peor,
mal rotulado, es condenarnos a sentirnos asustados,
desorientados y como si, de algún modo, estuviésemos
haciendo algo incorrecto. Debemos darle a nuestros
momentos de transformación y renacimiento sus
justos nombres.

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La existencia de cada individuo es puesta en ritmo por un péndulo al cual el corazón le da el tipo y el nombre. Hay un momento para la expansión y un momento para la contracción. Una provoca la otra y la otra requiere el regreso de la primera. Nunca estamos más cerca de la Luz que cuando la oscuridad es muy profunda.

Swami Vivekananda

 

 

Es fácil ver dónde estás cuando hay luz. Es fácil discernir cuál es tu ubicación cuando hay carteles que lo señalan. Pero ¿qué sucede cuando llegamos a lugares en nuestro camino que no reconocemos, o tenemos experiencias que nunca hemos oído describir? ¿Qué hacemos cuando, como el valiente soldado, nos encontramos asustados y desorientados y en una oscuridad total? ¿Cómo sabemos dónde estamos? ¿Qué nombre le damos a algo o algún lugar que no comprendemos?

La mayoría de nosotros el nombre que elige es crisis:

 

“Mi novio acaba de terminar conmigo y estoy en una crisis emocional.”

“Acabo de renunciar a mi trabajo, y estoy en una crisis en mi carrera.”

“Nuestra hija ha empezado a andar por ahí con la compañía equivocada y a consumir drogas, y estamos atravesando una crisis familiar.”

“Me han diagnosticado diabetes, y estoy atravesando una crisis de salud.”

Crisis” es a menudo la palabra que usamos para describir las experiencias inoportunas o las situaciones que desearíamos que no estuviesen sucediendo. Después de todo, cuando se le pregunta a la gente si la palabra crisis define algo negativo o positivo, la mayoría responde que es algo negativo. ¿Quién quiere atravesar una crisis, aun una pequeña? ¿Quién espera con ansias una crisis? “¡Estoy ansioso porque llegue mi próxima crisis! Esta pasó demasiado pronto,” es probablemente una frase que nunca oirás. Muchos de mis amigos y conocidos se describirían a sí mismos como “en crisis” justo ahora, atravesando un divorcio, enfermedad, dificultades en sus carreras, dificultades con sus hijos, pérdida de padres, penurias económicas, y estoy convencida que ninguno de ellos hablaría sobre estas experiencias con afición.

¿Es la palabra crisis el nombre apropiado para estos momentos? ¿Qué significa realmente la palabra? Me sorprendió e intrigó descubrir que el significado original y literal de la palabra crisis no denota una condición negativa, a pesar de que ese sea su uso común. La etimología de crisis se remonta a orígenes griegos de la raíz krinein: separar, decidir, juzgar. Los griegos usaron primero la palabra krisis en un sentido médico para describir el momento crucial de una enfermedad, y luego para indicar un momento en un procedimiento judicial en que se tomaba una determinada dirección. Una “krisis” era una coyuntura de importancia fundamental, un momento de decisión.

Me gusta esta definición expandida de crisis. Resuena con mi propia experiencia, y aquellas de miles de personas con las que he trabajado a lo largo de los años:

 

Lo que sentimos como una crisis es, en realidad,
un momento crucial, un momento de juicio, de decisión,
de transformación, cuando tenemos una oportunidad de
separarnos de nuestra vieja realidad y trazar el mapa
de un nuevo rumbo.

Tal vez, entonces, el nombramiento de nuestros desafíos debe empezar con estas preguntas:

¿Qué sucedería si lo que has estado llamando una crisis, un desorden, un desastre, un plomo, un caos, una confusión, un tumulto o locura, es en verdad algo diferente?

 

¿Qué sucedería si hubiese algo aquí que debieras hacer distinto a sólo aguantar y sobrevivir, a sentirte condenado a resistir o sufrir, a concluir que estás atascado o frustrado o perdido?

 

¿Qué sucedería si este lugar en el que te encuentras no es un bloqueo en la ruta, sino una verdadera krisis, un punto crucial?

Momentos Cruciales y Transiciones

Rara vez te sientas en una encrucijada y sabes que es una encrucijada.

Alex Raffe

Una de mis primeras aventuras solitarias como niña joven era tomarme el tren desde el pequeño suburbio de Elkins Park, Pennsylvania, donde había vivido desde que nací, al centro de la ciudad de Philadelphia. Caminaba hasta la estación los sábados por la mañana, compraba mi boleto de ida y vuelta, y esperaba con emocionada anticipación a que llegase el tren: ¡estaba yendo a la ciudad sola! No hacía nada muy original cuando estaba en la ciudad, sólo cosas que le parecían exóticas a una niña de doce años en los inocentes comienzos de los años 60. Iba a Sam Goody y revisaba los últimos discos. Me detenía en la tienda Woolworth’s y admiraba todos los cosméticos, lociones y maquillaje que sabía iba a comenzar a usar pronto. Me pedía un refresco hecho de raíces y papas fritas para almorzar en una casa de sodas. Después caminaba a la estación para esperar el tren que me llevaría de regreso a casa. Nunca me aventuraba a ir más allá de tres o cuatro cuadras de la Terminal principal, sólo para asegurarme de que no me perdería, pero para mí podría también haber estado a miles de millas, en París o Venecia o en alguna otra ciudad mágica, porque al menos por unas horas, estaba libre y completamente sola.

No me cuesta mucho recordar los paisajes, los sonidos, las sensaciones de esas expediciones al centro de la ciudad, particularmente esos memorables viajes en tren. Todavía puedo sentir el áspero tejido de lana de los duros asientos, raspando mis piernas mientras yo presionaba mi cara contra la ventana cubierta de hollín y miraba el paisaje que parecía fluir a raudales. Puedo ver al conductor parado en el pasillo perforando mi boleto con su instrumento plateado, y al diminuto círculo blanco flotando hasta el piso para reunirse con otros cientos en una carpeta de nieve de papel. Sobre todo, puedo oír la voz cantarina del conductor como si anunciara triunfalmente cada estación a la que nos aproximábamos: “¡Melrose Park!... ¡Tabor!... ¡Fern Rock!... ¡Wayne Junction!... ¡North Broad Street!... ¡Última parada, Reading Terminal, centro de Philadelphia!” A medida que anunciaba cada estación, yo sabía que estaba acercándome a la ciudad, y mi excitación crecía. Esos nombres se volvían una especie de mantra relajante que yo recitaba en mi cabeza. Nunca había estado en esos lugares y no tenía idea de cómo eran, pero la repetición de cada uno de ellos me reaseguraba que yo estaba, ciertamente, en el tren correcto, yendo al lugar correcto.

Ésos eran tiempos simples y viajes simples. Ahora, muchos años y muchos tiempos difíciles después, miro la odisea de mi vida y sacudo mi cabeza al ver cuán diferente ha sido del reconfortante y predecible viaje desde Elkins Park al centro de Philadelphia. No han existido los anuncios que identificaran qué terreno emocional estábamos atravesando, ni avisos que me hicieran saber que estaba a punto de entrar a esta o aquella estación, nadie que me dijera cuándo se suponía que tenía que subir o cuándo bajar, ningún horario que consultar para asegurarme de no perder el tren correcto.

Sería tanto más fácil, no es cierto, si nuestras vidas fueran como nuestros viajes infantiles en tren, y si esas transiciones importantes a las que necesitamos estar atentos fueran anunciadas por anticipado. Me puedo imaginar cómo sonarían: “¡Reevalución de Relación próxima a llegar en tres meses!”… “¡Próxima parada, Cambio de Carrera!”… “¡Próximos a Crisis de Salud!”… “Llegando a Momento Crucial: todos los pasajeros deben cambiar de trenes…” Pero no es así cómo sucede.

¿Cómo, entonces, sabemos que hemos llegado a un momento crucial en nuestras vidas? ¿Cómo identificamos correctamente y nombramos lo que parece una crisis como realmente un importante cruce de rutas?

Primero, ayuda comprender que no todos los momentos cruciales lucen o se sienten del mismo modo.

Momentos Cruciales que tú Probablemente Sabes que se están Aproximando

Algunos momentos cruciales son obvios. Sabes que se están aproximando, aun cuando no te lo admitas ni a ti mismo ni a los demás. Has estado descontento en tu trabajo por demasiado tiempo, y la compañía en sí misma está siendo reestructurada, con los consiguientes despidos a punto de ser anunciados. Tú y tu compañero amoroso no pueden ponerse de acuerdo respecto a la dirección en que quieren que vaya la relación, y todo lo que hacen es discutir. Tu madre anciana cada vez puede cuidarse a sí misma menos y menos y está empezando a necesitar cuidados todo el tiempo. A pesar de lo que tus instintos te digan en estas situaciones, tú todavía esperas un milagro en el último minuto, algo que cambie el curso de los eventos de modo que no tengas que llegar a una difícil encrucijada, tomar una decisión dolorosa o enfrentarte a un cambio atemorizante.

Aunque temas a estos momentos cruciales, no estás completamente sorprendido cuando suceden. Son lo que podríamos llamar lo “inesperado esperado.” En algún nivel, has tenido consciencia de la transición que ha estado teniendo lugar todo este tiempo. Esto no hace que la experiencia sea más fácil o menos agónica, pero tú estás un poquito más preparado que lo que hubieras estado si no la hubieras visto venir. Por lo tanto, puedes navegar a través de ella más fácilmente. En estos casos, el lamento “ ¿Cómo llegué acá?” es más una pregunta retórica. Tú sí sabes cómo llegaste al lugar en que estás. No estás desorientado, sólo estás decepcionado.

Hace poco me encontré con una vieja amiga mía en una reunión para recaudar fondos. No la había visto ni hablado con ella por algún tiempo y noté que estaba allí sin su esposo. Sabía que su matrimonio había sido extremadamente inestable, y siempre había sentido que era sólo una cuestión de tiempo para que se separasen.

“¿Cómo estás?” le pregunté, sospechando que yo ya sabía cuál sería la respuesta.

“He estado mejor,” respondió ella con una mueca. “Este ha sido un año realmente difícil. Larry y yo nos separamos el verano pasado.”

“Lo siento. Me doy cuenta cuán duro debe de ser.”

“Gracias, pero sé que no estás sorprendida,” admitió. “Tampoco lo estuve yo, en realidad. De algún modo yo sabía que esto se había estado aproximando durante un largo tiempo, pero esperaba que de algún modo no sucediese. Seguía esperando algo —no me preguntes qué— que interviniera e impidiera lo inevitable. ¿Suena coherente de algún modo?”

Por supuesto que sí. Yo ya había estado allí, todos hemos estado allí.

Momentos Cruciales que Llegan a Nosotros Sigilosamente

A veces los momentos cruciales pueden ser tranquilos, casi invisibles y, por lo tanto, difíciles de predecir y fáciles de pasar por alto. Se aproximan a nosotros sigilosamente, día tras día sin que ni siquiera nos demos cuenta de que han llegado, así que cuando nos enfrentamos a ellos cara a cara, al principio no lucen como momentos cruciales para nada. Tal vez simplemente nos sintamos aburridos, inquietos, de algún modo nerviosos con nosotros mismos. Podemos llegar a sentirnos tristes sin motivo, aún deprimidos, y parecer haber perdido nuestra pasión por el amor, el sexo, el trabajo, la vida. Algo no está bien, pero no estamos seguros de qué es. Si alguien nos preguntara, “¿Estás en un momento crucial de tu vida?”, probablemente responderíamos, “No, sólo estoy superado por el trabajo,” o “No, sólo estoy exhausta por tener dos niños pequeños en casa.” Ni siquiera sospechamos que podríamos estar en una importante encrucijada, simplemente no nos gusta cómo nos estamos sintiendo.

¿Qué está pasando aquí? A través de algún pasaje subterráneo en nuestra psiquis, hemos estado atravesando una transición y llegado a un momento crucial sin ni siquiera saber que estábamos acercándonos a él o que lo hemos alcanzado. Profundo dentro de nosotros, algo ha estado cambiando tan lentamente que ha sido prácticamente imperceptible. Tal como lo veremos más adelante en este libro, a menudo tenemos tantas habilidades para desoír lo que ha estado sucediéndonos dentro, especialmente si sentimos que amenaza nuestra realidad conocida, que ni siquiera reconocemos que hemos llegado a un cruce de caminos de suma importancia en nuestra vida cuando ya estamos parados justo en el medio de él.

Mi amiga Pamela pasó recientemente por esta clase de momento crucial. Pamela poseía un negocio de ropa para niños, y por meses yo había estado oyendo sus quejas acerca de los millares de situaciones en su vida: sus empleados la estaban volviendo loca; las reformas de su tienda estaban llevando muchísimo más tiempo del que ella había anticipado; su hijo de nueve años no estaba rindiendo bien en la escuela, y ella tenía problemas para ayudarlo tanto como quería debido a su ajetreada agenda; y estaba demasiado estresada como para pensar en conocer a alguien, a pesar de que habían pasado cinco años desde su divorcio.

Tarde una noche, Pamela me llamó y, como siempre, comenzó a contarme del horrible día que había tenido. “Simplemente no sé qué hacer,” se lamentó. “¿Por qué las cosas tienen que ser así de difíciles?”

“Tal vez el Universo está tratando de decirte algo,” le sugerí.

“¿Cómo qué, que mi vida apesta?” respondió con risa sarcástica.

“No, como que tal vez estás en una importante encrucijada. No has estado disfrutando de la tienda por un tiempo: le está yendo bien económicamente, pero es una carga en vez de el desafío creativo que era cuando recién abriste. No tienes tiempo para tu hijo, y no tienes tiempo para ti misma. Tal vez tengas que hacer un cambio.”

Pamela permaneció en silencio por un momento. Después, con voz muy calma, respondió, “Como vender mi negocio.”

“¿Has pensado en eso?”

“Para ser sincera, realmente no lo he pensado. Pero ahora que te lo oigo decir, de repente todos los pedazos calzan perfectamente. Todo en mi vida me está gritando ‘VENDE’, sólo que no lo he estado escuchando. Trabajé tan duro para lograr que la tienda fuera exitosa, y nunca pude imaginarme que no querría estar haciendo esto.”

“Económicamente es exitosa,” le aseguré. “Pero si no quieres hacer lo que estás haciendo todos los días, entonces no estás teniendo éxito en el interior.”

“Y esa es la razón por la que he estado tan triste,” admitió Pamela.

Poco después de nuestra conversación telefónica, mi amiga vendió su tienda, se tomó dos meses para pasar más tiempo con su hijo y reevaluar su vida, y en un arranque de inspiración decidió empezar una nueva compañía especializada en reformas y decoración de habitaciones para niños. Pamela maneja su negocio desde su casa y está más contenta que nunca. Ha estado saliendo con un diseñador de muebles al que conoció en uno de sus nuevos proyectos.

Como Pamela, nos apegamos tanto a la ruta en la que estamos, al itinerario que nos hemos marcado, que cuando aparece una nueva ruta podemos incluso no verla. A menudo en estas circunstancias le toca a otra persona —un miembro de la familia, un amigo, un terapeuta— señalarnos que en realidad estamos en una especie de momento crucial muy importante.

Momentos Cruciales que se Disfrazan de Callejones sin Salida

La semana pasada estaba conduciendo hacia una cita en un centro de salud en las estribaciones de las montañas cercanas. Nunca antes había estado en este lugar, pero tenía indicaciones claras que me decían que tenía que seguir una ruta por un tiempo, y luego buscar una salida hacia ese centro, de modo que no me preocupaba la posibilidad de perderme. Era una hermosa tarde, y yo estaba disfrutando de la serena atmósfera del paisaje.

De repente la ruta se detuvo y no había hacia donde seguir. CALLEJÓN SIN SALIDA, decía un cartel. “¿Cómo es posible?” me pregunté, totalmente perpleja. No había visto la salida que se suponía que debía tomar, y estaba segura de que la había buscado cuidadosamente. No podía hacer otra cosa más que desandar mi camino. Estaba segura que varias millas atrás había una senda muy estrecha que llevaba arriba de la montaña, con el cartel que la identificaba parcialmente escondido detrás de un arbusto de flores crecido. Recordaba haber pasado por esa calle, pero desechándola, segura de que no podía ser la que estaba buscando. Ahora comprendía cómo había perdido la salida: había supuesto que sería una calle bien pavimentada, y claramente señalizada. No la reconocí cuando la vi porque no era lo que yo estaba esperando.

A veces en la vida llegamos a lo que parecen callejones sin salida, pero que en realidad son momentos cruciales no advertidos. De repente parece que no podemos ir más allá en la dirección en la que estábamos viajando, y nos sentimos atrapados, perdidos. No recordamos haber visto ninguna ruta alternativa; no recordamos habernos enfrentado a ninguna otra opción. Simplemente nos sentimos atascados. “¿Qué se supone que debo hacer ahora?” nos lamentamos mientras miramos al equivalente emocional del cartel SIN SALIDA. La respuesta es hacer exactamente lo que hice en la ruta —necesitamos desandar nuestros pasos, para regresar y ver si podemos encontrar el cruce que nos perdimos porque no lo esperábamos.

Uno de mis pacientes es un muy exitoso y famoso productor de cine. Cuando nos encontramos por primera vez, le pregunté cómo había empezado en el negocio del entretenimiento. “Estaba desesperado ,” me respondió con una sonrisa y pasó a contarme su historia. Nelson era un guionista luchador que se mudó a Los Ángeles con su esposa y su hijo recién nacido con la esperanza de entrar en la industria del cine. Por dos años trató de vender sus guiones, sin suerte. Muy pronto había consumido todos sus ahorros y ni siquiera tenía dinero para pagar la renta de su departamento el mes siguiente. Había llegado a un callejón sin salida y no sabía hacia dónde ir.

“Yo estaba lo más deprimido que una persona puede estar,” me confesó Nelson. “Tenía estos grandes sueños, había sacado a mi esposa de su familia en Texas, y ahí estaba sin nada a cambio que ofrecer. Sabía lo que debía hacer: empacar todo lo que entrase en el auto y volver a Texas a buscar un trabajo de vendedor de autos o de seguros o de algo. Pero me sentía desesperado de sólo pensar en realmente pasar por eso.”

Entonces Nelson tuvo el impulso de llamar a su amigo Jimmy, a quien había conocido en una clase para guionistas. Jimmy era siempre muy optimista aunque él tampoco había vendido alguna vez un guión. La última vez que Nelson había hablado con Jimmy, había estado entusiasmado con una película independiente que él ayudaría a producir, y le había preguntado a Nelson si no quería ser parte del proyecto. “No cobras nada ahora,” le había explicado Jimmy, “pero es una experiencia grandiosa.” Nelson recordaba que había pensado qué optimista era Jimmy y qué bobo: estaba trabajando por nada, lo que seguramente no lo llevaría a ningún lado. “Al menos debería llamarlo y decirle adiós antes de dejar la ciudad,” se dijo Nelson a sí mismo.

Esa llamada telefónica cambió la vida de Nelson. Jimmy habló para que Nelson entrara a trabajar en esa pequeñísima película, que terminó convirtiéndose en un éxito del cine underground. Nelson descubrió que le encantaba producir y que tenía talento para ello, y pronto él y Jimmy formaron su propia compañía de producción. En un año, había producido una película que se convirtió en un éxito sorpresivamente y continuaron hasta crear un negocio multimillonario. “Si las cosas no hubieran estado tan mal,” rememoraba Nelson, “hubiera perdido esa puerta de entrada.”

Así es como sucede a veces con los momentos cruciales: parecen ocurrir en momentos especiales, momentos en los cuales podríamos fácilmente quedar atascados a menos que busquemos la puerta abierta que nos ofrecen. La palabra crucial deriva de la raíz latina crux, cruz. Nuevamente, se nos revela la sabiduría a través de la lengua antigua:

Escondidos en los tiempos cruciales, de grandes
desafíos, están los cruces de camino, las transiciones
y los momentos cruciales, fáciles de no ver, pero
prometedores como maravillosos viajes a lugares de
deleite y satisfacción que no podemos siquiera
habernos imaginado.

Llamadas que nos Despiertan

Las grandes ocasiones no hacen héroes o cobardes;
Simplemente quitan el velo que los cubre ante los ojos de los
hombres.
Silenciosa e imperceptiblemente, ya sea que nos despertemos o
durmamos,
nos volvemos fuertes o débiles; y al final, alguna crisis exhibe en
qué nos hemos convertido.

Brooke Foss Westcott

La noche siguiente a la fiesta de tu vigésimo aniversario de casados, tu esposo repentinamente te anuncia que se irá con otra mujer… Tu médico descubre una arteria obstruida en tu corazón durante un chequeo de rutina y programa una inmediata cirugía a corazón abierto… Tu esposa confiesa que es adicta a los calmantes recetados y debe hacer rehabilitación… Tu socio de ocho años se quiebra y te cuenta que ha manejado mal los bienes de la compañía, y que tendrás que declarar la bancarrota.

Acabas de tener una llamada que te despierta.

Una llamada que nos despierta es avasalladora. Es prepotente. Es una patada en el trasero que nos hace volar antes de derribarnos. No es ni amable, ni sutil, ni pausada. Sino más bien exigente y dramática, nos fuerza a prestar atención a nuestras vidas, a nuestras relaciones, y a nuestro ser interior de un modo que ninguna otra cosa puede. Es obstinada, y nos obliga a enfrentar lo que desearíamos poder evitar, insistiendo en que nos hagamos cargo de esas cosas que somos reacios hasta a imaginarnos, mucho menos a soportar.

Si un momento crucial es un momento en que nos encontramos parados ante una encrucijada, una llamada que nos despierta se siente más como si hubiésemos sido golpeados por un camión y estuviésemos tendidos en el piso en estado de shock.

Si un momento crucial es una gran tormenta que produce un poco de polvo y desorden, una llamada que nos despierta es el tornado que se mete en tu vida y parece hacer saltar todo en pedazos.

Las transiciones y los momentos cruciales pueden ser graduales, desenvolverse a lo largo del tiempo, pero las llamadas que nos despiertan no nos permiten ese lujo. Parecen envolverse en impactos y sorpresas cuando se presentan en nuestra puerta. El término inesperado no alcanza ni para empezar a describir cómo se siente cuando somos sacudidos y expulsados de nuestra vieja realidad, confrontados con las circunstancias, desafíos y temas que desearíamos no tener que enfrentar nunca. En un momento estás dedicado a tus asuntos, y de repente levantas la cabeza y para tu completa sorpresa, todo ha cambiado. No puedes creer cómo te estás sintiendo o dónde estás. No tienes recuerdo de ningún tipo de transición consciente. “¿Qué sucedió?” te preguntas sin poder creerlo. “No recuerdo haber tenido consciencia de que estaba yendo en esta dirección.”

Las llamadas que nos despiertan no están nunca en nuestros mapas. Por lo tanto cuando nos encontramos en estas situaciones emocionalmente desgarradoras a las cuales inevitablemente nos llevan, no podemos evitar sino gritar: “¿Cómo llegué acá?” Aun si creemos que finalmente aprenderemos, creceremos y mejoraremos nuestras vidas debido a esta llamada que nos despierta, sin embargo, cuando primero nos ataca, la experiencia es dolorosa, atemorizante y emocionalmente abrumadora. Mi querida amiga y escritora Lorin Roche llama a esto “ser despertado a golpes.” Es la clase de despertar que ciertamente no recibimos bien.

Años atrás, cuando el hombre que amaba de repente anunció que nuestra relación de diez años se había terminado y que me dejaría, ciertamente me desmoroné. Por semanas que parecían no tener fin, todo lo que pude hacer fue llorar; realmente aullar sería más correcto. Estaba en un estado de shock total, incapaz en ese momento de darme cuenta qué había sucedido o por qué yo, mejor que nadie, no había visto que esto se aproximara. Una noche, incapaz de dormir, encendí la televisión y empecé a mirar un programa que mostraba hombres y mujeres que aseguraban haber sido secuestrados por extraterrestres del espacio sideral. Todos compartían historias similares: en un momento estaban conduciendo su auto o dormidos en la cama, y lo próximo que sabían era que estaban en una nave extraterrestre sufriendo algún terrible procedimiento médico. Recuerdo que yo escuchaba sus descripciones y de repente me di cuenta que ésa era exactamente la forma en que me sentía: como si hubiera sido raptada, misteriosamente arrancada de mi vida anterior, simplemente para despertarme en una pesadilla. Y todo lo que quería hacer era volver a casa.

Ésa es la razón por la cual las llamadas que nos despiertan pueden tener una calidad casi de irrealidad, de sueño. Se sienten más como un transporte que una transición, como si uno hubiese sido barrido de una realidad a la otra. Al principio podemos incluso estar en un estado de negación, incapaces de entender qué ha sucedido. “Esto no puede estar sucediendo,” susurramos para nosotros mismos incrédulos, pero está sucediendo. Y ahora, el lugar en el que estás es inconfundible e imposible de ignorar.

Esta clase de llamadas que nos despiertan —pérdidas extremas, enfermedad, accidentes o tragedias— nos despiertan a nuestras más profundas preguntas acerca del significado de la vida, nuestra fe, nuestros valores, acerca de quiénes somos en la verdadera esencia de nuestra alma. Otras actúan como avisos, forzándonos a centrarnos en situaciones que hemos estado desatendiendo y que necesitan nuestra atención: el matrimonio que terminará a menos que actuemos inmediatamente, la enfermedad que progresará a menos que cuidemos de nuestro cuerpo. Pero todas las llamadas que nos despiertan tienen una cosa en común: ponen a prueba quiénes somos y nos revelan ante nosotros mismos como ninguna otra cosa puede hacerlo.

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No puedo escribir sobre llamadas que despiertan sin contarles la historia de mi amigo Dr. Glenn Wollman. Durante treinta años, Glenn ha sido un especialista en medicina de emergencia altamente respetado, y el Director Médico Jefe Regional para varios departamentos de emergencia en California, así como también el Director de Medicina Integrativa de un gran centro médico. Cuando conocí a Glenn, me impresionó su conocimiento de tanto la medicina occidental como la oriental, y su enfoque holístico a la salud y el bienestar. En nuestras muchas conversaciones, se hizo claro para mí que aunque Glenn amaba su profesión y estaba completamente dedicado a ella, se sentía frustrado por no poder trabajar realmente con pacientes para centrarse más en el cuidado preventivo de la salud.

Durante los próximos dos años, vi como la insatisfacción de Glenn se hacía más y más grande. “Debo hacer un gran cambio,” me confesaba con un suspiro. La pregunta era cómo. Glenn era totalmente leal y estaba totalmente comprometido con aquéllos con quienes trabajaba, y la idea de defraudarlos era impensable para él. Habiéndolo admitido él mismo, Glenn era una persona cuidadosa, meticulosa y analítica. Esta era en parte la razón por la cual era tan buen médico, pero no lo ayudaba a él a transformar radicalmente su vida. El pensamiento de comenzar algo por su cuenta después de tantos años de trabajo en marcos institucionales era intimidante.

Siempre que nos encontrábamos con Glenn, este era uno de los principales temas: ¿iba alguna vez Glenn a hacer el cambio que necesitaba hacer para sentirse realmente realizado?

Muy tarde una noche, sonó mi teléfono. Era mi amiga Marilyn. “Glenn ha tenido un terrible accidente automovilístico,” me dijo. Estaba manejando su auto deportivo por la autopista y estaba preparándose para salir cuando un auto se estrelló contra él desde atrás a setenta millas por hora, y luego huyó a toda velocidad. Milagrosamente no murió, aunque tuvieron que cortar su auto destrozado para sacarlo. Glenn tenía varias heridas serias: su columna estaba quebrada en dos lugares, y se había fracturado el tobillo. Durante casi un mes, no pudo moverse. Lentamente, con descanso y rehabilitación, su cuerpo comenzó a sanar, aunque ya no sería completamente normal nunca más.

La primera vez que vi a Glenn después del accidente, apenas podía caminar, ponerse de pie o aún sentarse, y tenía terribles dolores. Me recordó a tantas otras conversaciones en las que hablábamos de su vida, su deseo de hacer un cambio drástico, y la falta de claridad que sentía respecto a qué hacer. Ahora habían tomado la decisión por él. Los médicos de Glenn le dijeron lo que él ya sabía: ya nunca podría trabajar en medicina de emergencia, debido a las exigentes demandas físicas. Su carrera tal como él la había conocido había terminado. “Yo decía que quería algún tiempo sin trabajar para recrear mi vida,” bromeaba. Pero debajo de su humor, todos sabíamos la verdad. Glenn había sido golpeado por una dramática llamada. En el término de unos pocos segundos su vida entera había cambiado, inesperada, radical e irrevocablemente.

Ha pasado un año y medio desde el accidente de Glenn. Durante este tiempo, ha estado escribiendo un libro, desarrollando modelos holísticos de cuidado integrativo de la salud que pueden ser usados por hospitales y médicos, y produciendo una serie de CDs que ofrecen técnicas de relajación y meditación para el momento del despertar y el dormir, ambientadas con su hermosa forma de tocar la flauta Nativa Americana. Vi a Glenn unas pocas noches atrás, y con orgullo me entregó su primer CD. Nunca lo he visto más feliz.

Hay muchas formas de mirar la historia de Glenn. Algunos podrían decir que el accidente fue sólo eso —un accidente— y que fue pura coincidencia que Glenn haya estado contemplando la posibilidad de abandonar la medicina de emergencia. Una visión más psicoespiritual argumentaría que tal vez si Glenn hubiera tomado la iniciativa de hacer los cambios que quería hacer, no habría sido “forzado” a cambiar por el universo. Otra teoría explicaría que esta era la forma en que la vida de Glenn tenía que desarrollarse, y que él ya estaba sintiendo que el cambio se acercaba, pero que no estaba seguro de qué sería. A menudo le he dicho en broma que fue golpeado por su destino, y él está de acuerdo.

Lo más importante no es que el accidente haya sucedido, sino lo que él ha hecho desde que sucedió: Glenn está usando su llamada para renovarse y recrearse a sí mismo en todos los sentidos de la palabra. Ha descubierto el don escondido en la crisis y está desarrollándolo con entusiasmo y gratitud. El curador se está curando a sí mismo.

Llamadas que Despiertan Desde el Interior

Esa es la forma en que las cosas se hacen claras. De repente. Y entonces te das cuenta cuán obvias han sido todo el tiempo.

Madeleine L’Engle

Es de noche. Estás dormido en tu cama. Tu realidad cotidiana todavía existe alrededor de ti. El viento sacude las ramas de los árboles que susurran afuera de tu ventana. El gato se encamina de la sala a la cocina por su comida de las 2:00 a.m. El reloj de la pared en tu estudio suena mientras les sigue la pista a las horas que pasan. Pero tú no eres consciente de que nada de esto está sucediendo. Tú estás en otro mundo, soñando con otras realidades. Tú estás montando un caballo en una hermosa pradera, o buscando algo que no puedes recordar en una calle familiar, o teniendo una conversación encantadora con alguien a quien amas, o escapando de algo atemorizante que te está persiguiendo, o visitando a un pariente que murió hace muchos años.

De repente, desde algún lugar lejano en tu mundo de vigilia, oyes un sonido de timbre. Es tu reloj despertador. Lo habías puesto, como siempre, para que te despertara a tiempo para ir a trabajar. Instantáneamente, tu consciencia es barrida desde donde quiera que estabas, y te das cuenta de que estás tendido en tu cama. Es la mañana de un nuevo día. Te desperezas, bostezas y abres los ojos. Estás de regreso en tu realidad una vez más.

A veces nuestras llamadas para despertar no son muy diferentes de la experiencia de ser despertados de un sueño por nuestro propio reloj despertador. En estas circunstancias, no es algo o alguien de afuera de nosotros mismos que es responsable por el cambio radical en nuestra consciencia, sino más bien algo que nos despierta desde dentro hacia fuera.

 

Algunas llamadas que nos despiertan no se inician en
algo fuera de nosotros, sino adentro. Es como si un reloj
automático hubiera sido puesto para sonar dentro de ti
en un determinado momento, y de repente, sin ningún
aviso, lo hace, despertándote a una comprensión que
será radical, perturbadora y cambiará tu vida.

 

¿Por qué suena repentinamente ese reloj despertador? Porque es hora: algún proceso se ha completado, y estás listo. ¿Listo para qué? Eso es lo que descubres cuando de repente te despiertas.

Hace cuatro años, me mudé a Santa Barbara, California, desde Los Ángeles donde había vivido por más de veinticinco años. Una mudanza como ésa era un gran trabajo y un momento crucial muy serio para mí: estaba dejando atrás el lugar donde había pasado la mayor parte de mi vida adulta, la ubicación de mi negocio, todas mis referencias y conexiones familiares. “¿Cómo llegaste a esta decisión ?” me preguntaba la gente, suponiendo que lo había estado considerando durante un largo tiempo. La verdad era que no, al menos conscientemente. Siempre me había encantado visitar Santa Barbara, pero nunca me había podido imaginar dejar Los Ángeles después de tantos años de vivir allí. Hasta donde yo sabía, estaba en L.A. para quedarme.

Después, un día, en un momento, todo cambió. Mi pareja me estaba visitando desde la costa este, y decidimos ir a Santa Barbara por mi cumpleaños. Yo no había estado allí por muchos años, y ya que él había vivido en Santa Barbara cuando hizo el bachiller, le pedí que me diera un tour completo. Era un día espectacular de primavera en California, el aire estaba fragrante con el perfume de jazmines en flor. Me llevó por una calle suntuosa bordeada de árboles en línea, hacia arriba de las colinas, pasando por bosquecillos de eucaliptos, y finalmente a una hermosa playa donde el mar se encontraba con las montañas en una pintoresca cala. Bajamos del auto y caminamos sobre la arena para mirar más de cerca esa vista.

Recuerdo estar parada allí bañada en sol, respirando la exótica mezcla de mar, viento y pasto de montaña, mirando a la gente almorzar en mesas junto al mar. Estaba absolutamente embriagada ante todo esto. Entonces, como si siguiese un orden escénico, distinguí un grupo de delfines saltando en el aire mientras jugueteaban en el mar, sus cuerpos dorados brillando contra el cielo turquesa. De repente sentí que algo dentro de mí cambiaba, y sin ni siquiera pensarlo, me di vuelta hacia mi novio y dije, “Me voy a mudar a Santa Barbara.”

“¿Cuándo decidiste eso?” me preguntó.

“Ahora,” le respondí, completamente sorprendida por mi propia respuesta. Y era la verdad. No había estado planeando una mudanza. No había pensado en las consecuencias que tendría en mi negocio. No tenía un lugar donde vivir. Ni siquiera conocía a nadie allí. Pero en ese momento en la playa, de algún modo me había despertado y encontrado a mí misma ante un cruce de caminos que no sabía que se aproximaba.

La verdad sobre las llamadas que nos despiertan en el interior es que parecen suceder repentinamente, pero en rigor no hay nada de repentino en ellas en absoluto. Mirando hacia atrás ahora, puedo ver que yo había estado en realidad en una transición elaborando mi decisión de dejar Los Angeles, simplemente no me daba cuenta conscientemente de ello. Por años yo había pasado más y más tiempo dentro de la casa, con menos interés en aventurarme en la ajetreada y bulliciosa energía de la ciudad, energía que solía amar, pero que ahora encontraba agotadora. Muy pocos de mis amigos vivían ya en la zona de Los Ángeles. El foco de mi trabajo había cambiado, de modo que no necesitaba estar allí a diario como tiempo atrás había sucedido. En cada oportunidad que tenía me descubría escapando hacia un ambiente más sereno en las afueras de la ciudad. La realidad era que no estaba feliz en L.A.; simplemente no había querido enfrentarlo.

En ese momento, parada allí en la playa de Santa Barbara, me desperté a la verdad acerca de lo que quería hacer. Tal vez el reloj despertador justo había sonado durante mi viaje de cumpleaños. Tal vez ya había estado sonando, pero yo había estado demasiado preocupada o demasiado resistente a oírlo hasta que realmente tomé algo de distancia de mi mundo familiar en Los Ángeles. O tal vez algo acerca de ese hermoso día disparó una consciencia dentro de mí de repente como para encender una brillante luz. Cualquier cosa que haya sido, algo era claro: Me había despertado a una verdad de la cual no podía batirme en retirada.

Como veremos en los capítulos que siguen, todas las llamadas que nos despiertan exigen que nos extendamos más allá de lo que ha sido cómodo y renunciemos a lo que ha sido seguro y familiar a favor de la promesa de crecimiento, sabiduría más profunda y satisfacción que pueden no disfrutarse por un tiempo. Mi descripción de ese momento en la playa puede sonar inspirador, casi romántico, pero les aseguro que el impacto que esta llamada tuvo en mi vida no dejaba de ser atemorizador y totalmente perturbador. Me llevó casi un año hacer la mudanza desde Los Ángeles a Santa Bárbara, un año lleno de complicaciones, ansiedad, dolorosos adioses a varios empleados de toda la vida, y desafíos económicos. Mudarme aquí puede haber tenido sentido emocionalmente, pero no tenía sentido profesionalmente o incluso logísticamente. Sabía que requeriría muchos acuerdos, flexibilidad y un cierto grado de sacrificio, y hasta hoy, todavía es así.

No sabía qué me había llamado a esta chispeante ciudad bañada por el sol. De algún modo, sabía que tenía que venir. Esperándome había regalos que no podría haberme imaginado: amigos a los que sentí que conocía de toda la vida, una serenidad que nunca había experimentado en ningún otro lado, salud que ni siquiera sabía que necesitaba, experiencias que se convertirían en tesoros invalorables. Y si no hubiese sido por esa llamada en la playa, me lo podría haber perdido todo.

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Justo cuando pensaba que había aprendido cómo vivir, la vida cambia.

Hugh Prather

Si estás realmente vivo, si estás realmente creciendo, llegarás sin duda a muchas transiciones difíciles y a encrucijadas en el camino de tu vida. Estas vueltas y giros no son arbitrarios. Si no hubieras viajado hasta tan lejos en la ruta, no habrías llegado a esta nueva serie de caminos, elecciones, desafíos. Es porque has sido valeroso, decidido a aprender, a buscar la verdad, que estás aquí.

¿Cómo, entonces, se supone que nos comportemos cuando choquemos con lo inesperado, cuando nos encontremos ante atemorizantes encrucijadas, cuando nos han despertado de un golpe? ¿Qué nos queda por hacer después de que gritemos y gimamos y lloremos y protestemos, después de que insultemos y suspiremos y nos arañemos la cabeza, después de que hayamos agotado nuestro enojo y nuestras lágrimas? El gran místico y poeta sufi del siglo trece, Jalal ud-Din Rumi, cuya obra ha iluminado tantos corredores oscuros en mi propia vida, nos ofrece una sugerencia en su clásico poema “La Casa de Huéspedes”. Léelo a ver qué piensas:

Este ser humano es una casa de huéspedes. Cada mañana una nueva llegada.

 

Una alegría, una depresión, una mezquindad,
Alguna consciencia momentánea llega
Como un visitante inesperado.

 

¡Dale la bienvenida y dales albergue a todos!
Aun si son una multitud de dolores,
Que violentamente arrasa tu casa
Vacía de sus muebles,
Sin embargo, trata a cada huésped con honor.
Él puede estar limpiándote
Para algún nuevo placer.

 

El pensamiento oscuro, la pena, la maldad.
Recíbelos en la puerta riendo e invítalos a pasar.

 

Sé agradecido por quienquiera que venga.
Porque cada uno ha sido enviado
Como una guía desde el más allá.

Por ahora, con esto es suficiente: nombrar este lugar en que te encuentras y darles la bienvenida a estos huéspedes inesperados, como Rumi nos invita a hacer.

Ten presente que esta “multitud de dolores”, estos problemas y padecimientos, están preparando tu alma para una gran sabiduría y, a su tiempo, se revelarán a sí mismos como puertas escondidas a un nuevo e iluminado mundo.