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Perderse en el Camino Hacia la Felicidad

No es hasta que estamos perdidos que empezamos a
comprendernos a nosotros mismos.

Henry David Thoreau

Imagínate por un momento que decides viajar en auto a una ciudad en particular —digamos Miami Beach, Florida— y compras un mapa para que te ayude a ubicarte. Estudias el mapa y marcas todas las rutas por las que tienes que ir para llegar a Miami, que está a 1,500 millas del lugar donde vives. Entonces comienzas tu largo viaje. A medida que los días y las horas pasan, miras con ansia los carteles en la autopista que te indiquen dónde estás y te confirmen que estás yendo en la dirección correcta: MIAMI: 1,000 millas, MIAMI: 500 millas, MIAMI: 300 millas, MIAMI: 50 millas y finalmente: MIAMI: PRÓXIMA SALIDA. “¡Al fin!” piensas para ti mismo, “He llegado.”

Ahora imagínate que a medida que entras a la ciudad, esperando la cálida, tropical Miami, te impacta encontrarte con que hace muchísimo frío y está nevando copiosamente. La gente corre envuelta en sus bufandas, guantes y sobretodos. El hielo cubre cada pulgada del suelo congelado. No importa dónde mires, no puedes ver signos de algo que se parezca al mar o a una playa. Cuando le preguntas a un transeúnte si esto es Miami, te mira extrañado, como si estuvieras loco.

Te sientas allí en tu auto, absolutamente desconcertado. Miras el mapa, al que seguiste prolijamente. Miras la nieve por la ventana. Miras de nuevo el mapa, sacudiendo tu cabeza con incredulidad. Obviamente no estás en Miami. Pero si no es así, entonces ¿dónde diablos estás? ¿Estaba mal el mapa? ¿Estaban equivocados los carteles en la ruta? “¿Cómo llegué acá?” te preguntas. Y sientes como si te estuvieses volviendo loco.

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En el proceso de vivir, a menudo llega un momento en que de repente miramos alrededor al lugar en que hemos terminado en nuestras vidas y no se parece en nada a lo que esperábamos. Recordamos haber planeado adónde queríamos ir con nuestras relaciones, nuestro trabajo, y nuestros logros, pero sin embargo, inexplicablemente nos encontramos en lugares y circunstancias que no tienen ningún parecido con el lugar en el que queríamos estar. Nos sentimos como extranjeros en tierras extrañas, con la excepción de que esta tierra extraña es la vida que tenemos. De algún modo, nos hemos perdido en el camino a la felicidad.

 

Para cada uno de nosotros hay un punto de partida en nuestra vida de adultos en el que diseñamos un proyecto de sueños que deseamos que nos lleven a un futuro feliz. A veces somos muy conscientes de este mapa de vida personal, poniendo objetivos específicos para nosotros mismos y tratando de lograrlos: “Me casaré, tendré dos niños y viviré feliz para siempre.” “Empezaré mi propio negocio, me volveré económicamente independiente y me retiraré en Arizona.” “Iré a la universidad y obtendré un Ph.D. y me volveré un exitoso científico en investigación.” Otras partes de nuestro mapa de vida son menos conscientes o incluso inconscientes: “Quiero ser más exitoso que mi hermano.” “Siempre quiero ser quien tenga el control en mis relaciones.” “Quiero suficiente dinero de modo de no depender de un hombre nunca para nada.” A menudo ni siquiera sabemos que existen estos deseos subterráneos, y sin embargo ellos, también, guían nuestras acciones y determinan nuestras elecciones.

El tiempo pasa. Estamos ocupados trabajando, amando, viviendo lo mejor que podemos. Estamos siguiendo nuestro mapa hacia cada destino deseado. Todo parece transcurrir tal como fue planeado. Pero entonces llegan esos momentos de los que hemos estado hablando —los momentos cruciales, las llamadas que nos despiertan— cuando miramos alrededor al lugar al que hemos llegado, y nos damos cuenta con la sensación de hundirnos que no es donde pensábamos estar yendo.

Tal vez a pesar de nuestros esfuerzos de lograr que nuestros deseos y sueños se hagan realidad, hemos terminado en una realidad muy diferente. Queríamos estar casados, pero estamos todavía solteros, o divorciados o viudos. Queríamos lograr un cierto objetivo, pero nos lo han impedido circunstancias que están más allá de nuestro control. Queríamos estar viviendo una clase de vida, pero nos sentimos atrapados en otra.

O… tal vez hemos llegado, en realidad, exactamente adonde nuestro mapa se supone que nos llevaría, sólo que ahora que estamos allí, no estamos seguros de que sea donde queremos estar después de todo. Sentimos que la carrera por la que trabajamos tan arduamente carece de significado o no está en armonía con nuestros valores más esenciales. La relación a la que nos hemos comprometido es desapasionada y carece de la intimidad que ansiamos. Nuestras posesiones y logros nos dejan insatisfechos y preguntándonos qué es lo que estamos echando de menos.

Ya sea, en estos momentos no deseados, que miremos alrededor a nuestras vidas y estemos decepcionados por donde nos encontramos o donde no nos encontramos, el efecto es el mismo: nos sentimos confundidos, asustados, fuera de todo equilibrio. Como el viajero que creería que terminaría en Miami, miramos el mapa que hemos estado usando para orientarnos a través de la vida y no podemos entender cómo es que nos condujo hasta allí. ¿Cómo nos perdimos tanto si estábamos seguros de estar yendo en la dirección correcta?

Los Mapas que nos Conducen a los Sueños de Otros.

Si quieres conocer tu pasado, mira tu presente. Si quieres conocer tu futuro, mira tu presente. Pahmasambhava, sabio budista tibetano del siglo ocho.

¿Cuándo y cómo adquirimos estos mapas que usamos para orientarnos a través de nuestra vida adulta? Y ¿por qué a veces nos llevan a lugares en los que no queremos estar? Pahmasambhava nos aconseja correctamente que lo que vemos en nuestro presente, bueno o malo, es en gran parte un reflejo de nuestro pasado. Al oír esto, puede ser que estemos en franco desacuerdo. Podríamos insistir que nadie tuvo influencia sobre nosotros para que hiciéramos lo que hicimos o siguiéramos los caminos que recorrimos o eligiéramos los destinos que elegimos. Podemos sinceramente creer que hemos planificado el curso de nuestras vidas hasta este punto libre y conscientemente. Y nos impactaría descubrir cuán equivocados estamos.

 

Hasta que nos damos cuenta de cuán profunda y
absolutamente hemos sido enredados en nuestro pasado,
no podemos desenmarañarnos de eso.

 

Una historia de mapas que conducían a los sueños de otra persona:

Robert, mi viejo novio de la universidad, me llamó un día repentinamente. Habían pasado casi veinte años desde que había hablado con él. Perdimos contacto cuando se casó con su novia posterior a mí, Alyssa. Cuando conocí a Robert, era un poeta, un aventurero, un filósofo y un hombre joven comprometido a ser un espíritu libre. Teníamos profundas conversaciones acerca del significado de la vida y sobre cómo podríamos hacer algo por el mundo. Me había sorprendido cuando Roberto comenzó a salir con Alyssa, que era su antítesis en todos los sentidos, y con quien, lo admitió ante mí después, no podía conectarse intelectualmente. Estuve aun más sorprendida cuando se casó con ella, se convirtió en un abogado poderoso, compró una casa cara, tuvo cuatro hijos y llevó adelante una vida muy convencional.

Habían pasado décadas desde que había oído la voz de Robert, pero aun así, cuando llamó, supe inmediatamente que tenía algún problema. Nos conocíamos tan íntimamente que no necesitamos prolegómenos, y cuando le pregunté qué estaba mal, me respondió: “Todo.” Robert había dejado a su esposa después de años de matrimonio tenso, inestable e insatisfactorio. Se sentía asfixiado por las presiones de su práctica legal, atrapado por la enorme carga económica de su lujoso estilo de vida, aislado de sí mismo y de quien él recordaba haber sido. Esa era la razón por la que me llamaba, me explicó. Yo era su conexión con su auténtico sí mismo. Conmigo, él era siempre más “Roberto” de lo que podía alguna vez ser con alguien. Ahora sencillamente se sentía perdido.

Robert y yo hablamos por un largo tiempo. Le dolía la separación de su familia, estar solo, pero sobre todo, admitió, sentir que vagaba tan lejos fuera del camino que lo llevaría adonde quería ir. “Siempre me dije a mí mismo que no quería la vida de mi padre,” reflexionaba, “que no me ataría a un matrimonio y a un trabajo que no me hiciera verdaderamente feliz. De modo que ¿cómo terminé haciendo exactamente eso?”

Yo escuché, y dulcemente le expliqué a Robert lo que sospechaba que había sucedido. Era como si años atrás él tuviera dos mapas, uno en cada bolsillo. El primer mapa estaba marcado con caminos de aventura e independencia, destinos caracterizados por comprensión más que por convención. El segundo mapa mostraba rutas tradicionales a lugares esperables, rutas que lograrían la aprobación de todos —los padres de Robert, la novia de Robert, los compañeros de Robert—. Robert ni siquiera sabía que este mapa convencional estaba en su bolsillo y creía que estaba siguiendo su primer mapa. Pero no.

Robert creció con una madre imposible de satisfacer, controladora, que nunca parecía estar feliz con sus hijos ni su esposo, no importa qué hicieran, por lo tanto Robert pasó su vida adulta tratando de no decepcionar a nadie. No quería decepcionar a Alyssa, así que se casó con ella sabiendo que era un error, se mudó a las afueras y le compró todo lo que ella quería. No quería decepcionar a su padre, por lo tanto estudió leyes en la universidad aunque él deseaba ser escritor y se convirtió en un abogado empresarial muy conocido. No quería decepcionar a sus socios y empleados aunque en realidad él quería más tiempo libre, de modo que expandió su práctica legal. Entonces nadie estaba decepcionado, excepto Robert. Todos estaban felices, excepto Robert.

Robert se había despertado y se había dado cuenta que se había perdido a sí mismo en algún lugar en su ruta a la felicidad siguiendo un mapa que conducía a los sueños de otra persona: los de su padre, los de su esposa, como un pequeño niño buscando desesperadamente la aprobación de los demás. Ahora estaba buscando en su bolsillo para recuperar ese segundo mapa y encontrar su camino de vuelta a un lugar de autenticidad y autonomía desde el cual comenzar nuevamente.

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“Debemos ser cuidadosos de construir nuestra vida alrededor de nuestra visión, antes que construir nuestras visiones de nuestra historia,” dice mi colega Alan Cohen. Esta no es una tarea fácil. La mayoría de nosotros planificamos el curso de nuestras vidas mientras somos todavía jóvenes; todavía demasiado influenciados por la familia y los amigos, por los temas no resueltos de la niñez, por valores impuestos sobre nosotros por la sociedad en la que vivimos; y todavía no lo suficientemente sabios para siquiera darnos cuenta de que es así.

 

“Debo ser como mis padres.”

“No seré como mis padres.”

“Si hago lo que quiero seré diferente a mis amigos.”

“Todos se están casando, así que me imagino que me llegó la hora a mí también.”

“Nunca quise atarme a un hombre como lo estuvo mi madre.”

“Mis dos hermanas y sus esposos ya tienen hijos, así que me imagino que mi esposo y yo somos los siguientes.”

“El dinero me corromperá como lo hizo con mi padre, de modo que nunca tendré nada.”

“Ningún hombre que sea realmente exitoso debería necesitar que su esposa trabaje, de modo que yo tampoco.”

 

Cientos de estas clases de indicaciones se arremolinan en nuestro inconsciente. Ya sea que nos obliguen a cumplirlas o a rebelarnos, todas ellas conspiran para robarnos la libertad de planificar nuestro propio y verdadero destino.

Es un impacto atroz darnos cuenta que el mapa de vida que hemos estado usando es totalmente anticuado —tiene diez, veinte, cuarenta años— y está basado en ideales y valores que reflejaban quienes éramos mucho tiempo atrás, ideales que ya no son los nuestros. Tal vez esos valores nunca nos pertenecieron, heredamos el mapa de nuestra familia, un proyecto de la forma en la que esperábamos vivir. Seguimos su fórmula y llegamos a una vida con la cual no estamos felices, una vida que sentimos extraña a nosotros. Tal vez, como mi amigo Robert, nuestro mapa fue diseñado para llevarnos a destinos que complacerían a otra gente: nuestros amigos, nuestro compañero o compañera, nuestros mentores. Ahora todos están felices con nosotros, pero nosotros nos sentimos terriblemente insatisfechos.

 

Podemos creer que estamos mirando el mundo a través
de nuestros propios ojos y no de los de nuestros padres,
familia o sociedad, pero eso sólo será posible cuando
hagamos el arduo y valeroso trabajo de aprender a ver
por nosotros mismos.

Horarios Secretos y Fechas Límite Incumplidas

Cuando tenía once años, fui a un campamento de verano en las montañas Pocono de Pennsylvania. Una de las actividades que nuestros coordinadores organizaban como divertimento era una “caza de objetos”. Éstos eran los días anteriores a la invención de los video juegos, las computadoras personales y los equipos de DVD, de modo que a los preadolescentes como yo realmente nos parecía muy entretenido algo tan simple como una caza de artículos. Nos dividían en equipos, y nos daban la tarea de conseguir una lista ecléctica de objetos en una cantidad de tiempo limitada. “¡OK, chicas! Tienen treinta minutos para encontrar las siguientes cosas: un par de zapatillas número 10; una cuchara; una foto de un perro; una revista de historietas de Archie y Verónica; una caja de Cracker-Jacks sin abrir; un sostén talla 32AA; un sapo vivo; cinco paquetes de goma de mascar marca Bazooka; un platito; un disco de los Beatles; y finalmente… ¡el calzoncillo de un chico! ¡ Listas… tienen media horaYA!

Salíamos corriendo, riéndonos y gritando por todo el campamento, unas hurgando en las maletas de otras, rogándoles a las acampantes mayores que poseían alguno de los artículos buscados para que nos lo dieran a cambio de alguna promesa (“¡Lavaré tu ropa durante una semana!”) que tendríamos que cumplir más tarde e, inevitablemente, acercándonos a los chicos del campamento con risitas de incomodidad al intentar procurarnos el artículo más codiciado y difícil de la lista: el calzoncillo. Finalmente un equipo ganaba, y todos marcharíamos hasta la cantina a tomar nuestros helados y reírnos de toda la diversión que habíamos tenido.

Muchos de nosotros somos conscientes de nuestros sueños y objetivos, pero podemos ser inconscientes de las fechas límite secretas a las que los hemos atado. Pasamos nuestras vidas de adultos en lo que equivale a una caza de objetos extendida, complementada con un mapa de “debes” y muy específias fechas límite. Llamo a esto nuestro horario secreto. Nos dice no sólo qué deberíamos lograr y conseguir, sino también cuándo debería ser cumplimentado:

 

“Debería terminar la universidad en cuatro años y conseguir un trabajo inmediatamente después de graduarme. ”

“Debería ser capaz de pagar mi propio departamento para cuando tenga veintidós.”

“Debería encontrar a la persona indicada y casarme a los treinta años como máximo.”

“Debería poseer mi propia casa para cuando tenga treinta y cinco.”

“Debería tener varios hijos antes de cumplir los cuarenta.”

“Debería estar administrando mi propio negocio para el momento en que mis chicos tengan edad escolar.”

“Debería estar ganando X cantidad de dinero para cuando cumpla los cuarenta y cinco.”

“Debería ser capaz de comprar X y de haber viajado a Y para cuando tenga cincuenta.”

“Debería ser capaz de retirarme del trabajo para cuando tenga sesenta y cinco.”

 

Tu horario secreto reflejará tus propios valores y estilo de vida. Algunos artículos serán objetivos psicológicos, antes que materiales:

 

“Debería haber superado los dolores de mi niñez antes de tener mis propios chicos.”

“Debería superar mi enojo con mi padre antes de que él muera.”

 

Algunos reflejan objetivos espirituales:

 

“Debería alcanzar la iluminación después de meditar durante veinticinco años.”

“Debería haber vencido mis fallas en la fe antes de ser ordenado ministro.”

 

Y otros inclusive abarcarán no sólo tu horario sino el de las personas cercanas a ti:

 

“Mi hija debería tener chicos antes de que yo tenga setenta, de modo de estar todavía saludable como para dis frutarlos.”

“Mi novio debería encontrar un negocio que pague más antes de que acepte casarme con él.”

 

Yo tengo mi propio horario. Tú tienes el tuyo. Son tiranos, estos “deberías”, respirándonos en la nuca, espiando sobre nuestros hombros, haciendo la cuenta regresiva del tiempo, haciéndonos sentir presionados, retrasados, nunca lo suficientemente realizados. Y, sin embargo, nosotros usualmente ni siquiera nos damos cuenta de que estos horarios secretos existen; es decir, hasta que no cumplimos con una de nuestras inconscientes fechas límite. Entonces entramos en crisis.

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Mi amiga Emily está teniendo el peor año de su vida. Emily vive en Washington D.C. y trabaja como consultora para el gobierno federal. Es atractiva, brillante y valiente. Los hombres piensan que Emily es atractiva, y ha tenido una larga lista de romances desde que la conozco, pero nada realmente serio, lo que no parece molestar mucho a Emily. El gran sueño de su vida era comprar su propia casa en el campo donde pudiera criar y montar sus caballos.

Varios meses atrás ese sueño se hizo realidad. Aproximadamente para ese momento, Emily cumplió los cuarenta. Y de repente, sin aviso, Emily se desmoronó. “Ésta no es la forma en que todo tenía que ser,” me dijo entre sollozos por teléfono. “Se suponía que yo estaría viviendo en mi hermosa casa con mi maravilloso esposo y tendríamos hijos fantásticos y todo estaría bien. Y en cambio estoy aquí, en esta gran casa en el medio de la nada completamente sola, y ¡tengo cuarenta años!”

Emily prácticamente gritó estas últimas palabras, lo que me indicó la razón para su colapso emocional. Su mapa y su horario indicaban que para los cuarenta, ella debería ser capaz de comprarse su propia casa de sus sueños y estar casada con el hombre de sus sueños. Ella había sido consciente de su deseo de comprar la casa, pero nunca había admitido, ni siquiera a sí misma, que quería un esposo. En realidad, ella sólo salía con hombres que no eran muy serios en cuanto al compromiso. El impacto de mudarse a su casa sola y de cumplir los cuarenta produjo una llamada de las que despiertan dolorosa y repentinamente para Emily. Había fallado en cumplir una enorme fecha límite secreta y, a pesar de todo lo que había logrado, se sentía como una fracasada.

 

Cuando nos damos cuenta de que no tenemos la vida que habíamos planificado para nosotros mismos, podemos sentirnos horriblemente decepcionados. Podemos sentirnos como si hubiésemos fracasado. ¿Por qué? Porque no cumplimos nuestro arbitrario horario.

Cuando la Vida Correcta ya no Parece Correcta

Has planificado tu vida con objetivos que realmente querías para ti mismo. Has seguido tu plan impecablemente. Te ha llevado exactamente adonde deseabas que te llevara. Pero ahora que estás allí, descubres para tu gran consternación que no eres feliz, estás insatisfecho y desesperado por escapar de tu vida tal como la conoces, aunque es la vida que pensaste que querías.

A veces no son las dificultades las que nos detienen en nuestras rutas sino la desilusión, no los desafíos sino la desorientación. En estos casos, lo inesperado que nos golpea es la comprensión asombrosa de que simplemente no somos felices en el lugar en que estamos. Esto es especialmente desconcertante si estamos allí donde siempre pensamos que queríamos estar.

Una cosa es estar descontento cuando las circunstancias no coinciden con nuestras expectativas. Esa es una especie de infelicidad aceptable, tolerable. Suponemos que seríamos felices si tuviésemos mucho dinero o si estuviésemos casados o si tuviésemos la carrera por la que trabajamos tan arduamente. Todavía tenemos esperanzas de que estas cosas sucedan. Esta esperanza nos permite soportar nuestra infelicidad, al menos por un tiempo. “Odio mi trabajo,” pensamos para nosotros mismos, “pero me da una gran experiencia para cuando tenga mi propio negocio.” “Me siento tan insegura en esta relación, pero quiero seguir adelante porque espero que me pida que me case con él, y entonces podré relajarme.”

Pero ¿qué sucede cuando tenemos las cosas que esperábamos tener, y aun así no somos felices? Esa infelicidad es atormentadora porque nos sentimos desconcertados por ella y atrapados en ella. “Si todo esto no me hará feliz, entonces ¿qué lo hará?” nos preguntamos a nosotros mismos. “¿Qué se supone que haré ahora?”

Un pasaje de una carta que recibí de una de mis lectoras ilustra este aprieto:

… Me siento culpable aún de escribirte porque todos dirían que tengo la vida perfecta, el esposo perfecto, la casa y los niños perfectos, y tienen razón. Pero si todo es tan perfecto, entonces ¿por qué me siento como una porquería?

No hay nada incorrecto con mi esposo, y realmente no me puedo quejar sobre cómo me trata o nada de eso. Es un buen hombre y un muy buen papá para los chicos. Honestamente, ha hecho todo lo que le he pedido, hasta ir a la iglesia conmigo, lo cual al principio no quería hacer. Así que no es él; soy yo.

La cosa es que me siento como si estuviera cumpliendo un rol en un show, la esposa, la madre, la buena ama de casa. Pero quiero gritar porque esa no soy yo realmente. Pero pensé que lo sería, de verdad. Pensé que si simplemente encontraba un buen muchacho para casarme podría escaparme de mi gente y tener una linda vida, del tipo que siempre quise de niña. Sé que dirías que era demasiado joven cuando conocí a Tim, solamente diecinueve y nunca había salido de la ciudad de Kentucky, y ahora que lo pienso estaría de acuerdo contigo. Acabo de cumplir veinticinco años, pero me siento tan vieja, como si la vida ya hubiese terminado, y yo estuviera solamente cumpliendo con las formalidades. Y estoy cansada todo el tiempo como si lo único que quisiera es dormir y dormir y sigo esperando todos los días cuando me despierto que las cosas sean diferentes, pero nunca lo son… No se suponía que fuera a ser así.

Esta dulce y triste chica es tan obviamente infeliz en la vida que ella misma diseñó y construyó cuidadosamente. Aún peor, ella está desconcertada por su infelicidad, y se siente culpable hasta por sentirla. Lo que ella sentía que sería su cofre de oro al final del arco iris ahora simplemente se siente como un evidente viejo y deprimente callejón sin salida. Y éste es el único mapa que ella haya alguna vez conocido, la única vida que haya alguna vez imaginado.

Cuántas veces hemos pronunciado la misma frase en un momento de shock o desesperación, cuando nos enfrentamos cara a cara con el destino inesperado al que nuestros mapas nos han llevado: “¡No se suponía que fuera de este modo!” Ahora debemos enfrentarnos a esa aterrorizada y decepcionada parte de nosotros mismos y preguntar:

¿Quién o qué dice que no se suponía que sería de este modo? ¿Un mapa anticuado que tu delineaste hace años atrás? ¿Un horario arbitrario? ¿La idea de otra persona respecto de cómo se suponía que tú vivirías tu vida? No se suponía que fuera de ningún modo. Se supone que es lo que es.

Desprevenido Para la Pérdida y sin Preparación Para la Imperfección

Somos los hijos del medio de la historia… sin finalidad ni lugar.
No tenemos una gran guerra, ni una Gran Depresión.
Nuestra gran guerra es una guerra espiritual.

De la película Fight Club, guión de Jim Uhls

Éste es un libro para los tiempos complejos en los que estamos. Y yo soy un producto de estos tiempos, un “niño del medio de la historia.” Yo, también, creía que si trabajaba con tenacidad, conseguiría todo lo que quería. Si planificaba bien, nada saldría mal. Si hacía todo lo que debía, no me perdería. Pero como tú, como tantos de nosotros, me perdí de todos modos.

No hay nada excepcional en esto, o acerca de nosotros: los seres humanos hemos conocido la amargura, hemos afrontado con valentía dificultades, y enfrentado horribles decepciones por tanto tiempo como el que hemos existido. En verdad, la mayoría de los problemas y desafíos que enfrentamos en nuestros tiempos empalidecen al compararlos con los que padecieron nuestros antepasados. Muchos de nuestros padres, abuelos y bisabuelos vinieron a América con muy poco o nada. Una vez aquí, soportaron los catastróficos sucesos de la Depresión y las guerras mundiales, tolerando dificultades y sacrificios personales tremendos. Una amiga luchadora de ochenta y cuatro años lo expresa así: “Esta gente joven y sus quejas sobre esto y aquello. Yo les digo, ‘No me hablen a mí sobre sufrimiento. Nosotros conocimos el sufrimiento.’”

Es verdad. Mis abuelos y sus padres encontraron dificultades, devastación y pérdidas mucho más severas que lo que he encontrado yo en toda mi vida. Sin embargo sospecho que eran mejores para lidiar con ellas. ¿Por qué? Ellos no fueron criados para esperar la perfección. Fueron criados para soportar. Y entonces soportaron.

Sólo durante el optimismo que apareció en los años 50 durante la posguerra emergió la idea de crear una vida que fuera el cuadro perfecto. A la generación nacida inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial se nos enseñó que podíamos y deberíamos tener todo. El consumo reemplazó a la prudencia como nuestra filosofía, y la prevención, antes que la resistencia, fue el valor que reverenciamos. Nos inmunizamos: contra la gripe, contra las enfermedades, contra el aburrimiento, contra las privaciones, contra la infelicidad.

Hemos afinado nuestra obsesión de eliminar el dolor, la incomodidad y las penurias a toda costa y lo más rápidamente posible. Tomamos medicamentos para poder comer lo que queramos sin consecuencias, para poder tener sexo sin ansiedad por nuestro rendimiento, para desarrollar músculos sin hacer ejercicio. Podemos hablar con cualquier persona desde cualquier lado con nuestros teléfonos celulares. Podemos crear fotos perfectas instantáneamente con nuestras cámaras digitales; si no estamos contentos con la foto que tomamos, sólo la borramos y lo intentamos nuevamente hasta que sale bien.

Y no somos pacientes en cuanto a conseguir lo que queremos: nos gusta conseguir las cosas a demanda. No estoy segura cuándo apareció esa frase en nuestra lengua por primera vez, pero el navegador de mi computadora simplemente encontró 8,570,000 referencias a ella para mí —en .09 segundos— a demanda, por supuesto: películas a pagar por ver a demanda, noticias a demanda, libros a demanda, chismes a demanda, resultados de football a demanda, créditos a demanda, astrología a demanda, juguetes sexuales a demanda, recetas a demanda, consejo médico a demanda, erecciones a demanda, divorcio a demanda. Todas éstas son listas reales de productos y servicios reales. Cuando queremos algo lo queremos ahora.

Podemos mirar a nuestros padres y abuelos, y con petulancia pensar que somos emocionalmente mucho más sofisticados que ellos. Después de todo, tenemos nuestros seminarios de mejora personal, nuestra terapia, nuestros entrenadores de vida, nuestros programas en doce pasos, nuestras clases de yoga. La verdad más honesta es que en muchos aspectos, estamos mucho menos preparados que ellos para lidiar con lo inesperado, somos mucho menos resistentes al sufrimiento. Nuestra habilidad de ser pacientes, de soportar, no es tan formidable como la de las generaciones que nos antecedieron.

La consecuencia de todo lo que hemos estado tratando revela una peligrosa combinación psicológica:

 

Nuestras expectativas para nosotros mismos son más
altas que las de las generaciones anteriores, y al mismo
tiempo, nuestra habilidad de resistencia es menor.
Esto nos deja desprevenidos para la pérdida y sin
preparación para la imperfección ya sea en nosotros
mismos o en el mundo que nos rodea.

 

No esperamos que las cosas salgan mal, por lo tanto estamos impactados cuando sucede. El resultado es una gran cantidad de gente muy ansiosa e infeliz.

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Presta atención a estas estadísticas y signos de tiempos agitados:

∞ Una de cada cuatro mujeres y uno de cada cinco hombres en America tendrá un período clínicamente significativo de depresión en su vida, de acuerdo a un estudio reciente dirigido por la Universidad de Columbia y publicado en Journal of the American Medical Association.

∞ En los últimos diez años, uno de cada ocho americanos ha tomado medicación contra la depresión. Eso significa que 20 millones de personas usan antidepresivos regularmente, y esto a pesar de que una nueva investigación indica que los antidepresivos pueden tener sólo una pequeña ventaja sobre los placebos en los estudios.

Estos números están empeorando cada año, no mejorando:

∞ Entre 1987 y 1997, el número de americanos tratados por depresión se elevó de 1.7 millones a 6.3 millones. Además, el número de aquellos que toman antidepresivos se duplicó. La depresión y los desórdenes por ansiedad —las dos enfermedades mentales más comunes— cada una afecta a 19 millones de americanos adultos anualmente, revelan los números de la National Mental Health Association.

Parece que muchos de nosotros no estamos felices y no podemos arreglárnoslas sin alguna clase de sustancia para hacer que nuestra tristeza se vaya:

∞ 22 millones de americanos sufren de abuso de alcohol o drogas, informa la Substance Abuse and Mental Health Services Administration.

Aparentemente los americanos somos también tan ansiosos que no podemos dormir:

∞ De acuerdo con la National Sleep Foundation, el 48 por ciento de los americanos asegura tener insomnio ocasionalmente, y el 22 por ciento experimenta insomnio casi todas las noches. Nuevamente, las drogas van al rescate: las píldoras para ayudar a dormir son una industria de 14 billones de dólares. Cada año, uno de cuatro americanos toma algún tipo de medicina para ayudarse a dormir.

Tal vez las más tristes e impactantes de las estadísticas son las que se refieren a niños, que revelan que ni siquiera ellos son inmunes a esta epidemia de preocupación y ansiedad:

∞ La National Mental Health Association informó que uno de cinco chicos tiene un desorden mental, emocional o de conducta diagnosticable. El Journal of Psychiatric Services informa que el uso de antidepresivos continúa creciendo a aproximadamente el 10 por ciento anual entre los adolescentes y niños americanos.

∞ La información más alarmante, sin embargo, es que los preescolares de cinco años o menos son el segmento de la población no adulta que usa antidepresivos hoy, de más rápido crecimiento. Entre 1998 y 2002, el uso de antidepresivos se duplicó entre los preescolares.

Este es un tema complejo que no podemos examinar en detalle aquí. De todos modos es imposible no concluir que algo está muy mal. Tenemos más comodidades, más posesiones, más de todo como nunca antes en la historia de la humanidad. Y, sin embargo, a pesar de todo esto, parece que estuviésemos más tristes.

Despertarte Como un Extraño en tu Propia Vida

El peligro más grande de todos... perder el ser de uno,
puede ocurrir muy tranquilamente en el mundo, como
si no fuera nada en absoluto.
Ninguna otra pérdida puede ocurrir tan tranquilamente; cualquier
otra pérdida —un brazo, una pierna, cinco dólares,
una esposa, etc— seguro será notada.

Soren Kierkegaard

¿Acerca de qué estamos tan ansiosos? ¿Qué nos mantiene despiertos por las noches? ¿Qué es eso que nos ronda tan implacablemente que necesitamos sedarnos para no sentirlo?

Tal vez es como el gran filósofo existencialista Kierkegaard lo afirma: Exactamente igual a alguien que vuelve a casa y descubre que le han robado, nosotros de repente nos damos cuenta de la pacífica pérdida de nosotros mismos, una pérdida que ocurrió sin que ni siquiera lo notáramos.

Pero ahora sí lo notamos.

Tal vez eso es lo que es tan doloroso para nosotros, por lo que nos movemos intranquilos y nos retorcemos ante la extrañeza que sentimos en nuestra propia vida, sacudida por el cambiante paisaje alrededor nuestro. Nuestra desorientación es comprensible. Proviene de nuestra búsqueda de los pedazos de nosotros mismos que se perdieron a lo largo del camino: pedazos de nuestros sueños, nuestra pasión, nuestro propósito, que somos incapaces de encontrar en la vida que estamos actualmente viviendo.

¿Alguna vez has regresado a dar una vuelta en auto por el barrio de tu niñez después de estar ausente de la ciudad por muchos años? No puedes evitar buscar algo que parezca familiar, intentando evocar recuerdos reconfortantes, para sentirte en casa. “Ahí está mi escuela primaria,” exclamas. “Y mira, esa es la casa donde vivía mi amigo Bobby. Iba a su casa todos los días después de la escuela y mirábamos televisión.” Te deleitas ante cada lugar que redescubres, con reminiscencias del pasado.

Pronto, de todos modos, comienzas a notar lo que falta. “Había un edificio aquí,” le explicas frunciendo tus cejas a quienquiera que esté contigo. “Y ¿ves esa casa de departamentos? Eso era un negocio al que íbamos a comprar sodas… ¡Oh, no! ¡No puedo creer que hayan destruido ese gran parque donde nos hamacábamos y lo hayan convertido en este centro comercial!” Suspiras mientras pasas por otro punto importante del pasado que ya no existe más y a desgano admites: “Las cosas realmente han cambiado.”

Eso es exactamente lo que sucede cuando perdemos pedazos de nosotros mismos. Revisamos nuestras vidas en búsqueda de hitos que nos reconforten, y nos consternamos de encontrar que nos sentimos distantes y desapegados de esas mismas cosas, la misma gente a la que sentíamos confiable y familiar. “ ¿Por qué tuvo que cambiar?” nos preguntamos.

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Es un dilema sorprendente cuando uno comienza a descubrir
que… estás viviendo tu vida en un trance, en un sueño…
Cuando eso ocurre, hay una especie de cosa sorprendente
que sucede.
Uno es la desesperación, y otro es un despertar repentino.

Sam Shepard, dramaturgo

Inicialmente hay una calidad de surrealista, de ensueño en todo cuando nos damos cuenta, aún en un pequeño grado, que estamos perdidos en nuestra propia vida. Suspendidos entre dos identidades —entre el pasado y el futuro, entre lo que es sólido y lo que es amorfo, entre cómo pensamos que eran las cosas y cómo son realmente— nos tambaleamos, tan mareados y fuera de equilibrio que tememos caernos. Hacia un lado de nosotros hay desesperación. Hacia el otro lado hay un despertar. Podemos ir hacia cualquiera de los dos lados.

Tal como veremos en nuestros próximos capítulos, caer en la desesperación pronto nos conduce a un tipo de falta de vida y negación. Es como apretar el botón de repetición en el reloj despertador y volver a dormirnos después de que ya nos hemos despertado. Podemos hacerlo si queremos, pero créeme cuando te digo que finalmente la alarma volverá a sonar.

La oportunidad aquí es darte cuenta de que estás ya despierto —tal vez asustado, tal vez malhumorado, tal vez desorientado— pero despierto de todos modos. Tus sentidos están agudizados. Estás en carne viva, aún dolido, pero estás vivo. Ahora puedes mirar a tu alrededor y empezar a descubrir dónde estás en tu camino y qué tienes a mano.

Hay un auténtico tú más allá de lo que has conocido como tú, un tú más allá de lo que los otros han esperado de ti, un tú que trasciende tu pasado, tus patrones, tus mapas desechados. Tal vez es un tú que perdiste a lo largo del camino hacia la felicidad y necesitas recobrar; o tal vez es un tú que todavía tiene que ser descubierto, despojado de su velo de disfraces habituales acumulados en toda una vida.

 

Este es el verdadero propósito de estos momentos
cruciales y llamadas que nos despiertan: son intentos
de inicio de poderosos procesos de renovación del ser,
para orientarte en la dirección de tu verdadero destino;
no una nueva ruta, o un mapa nuevo, mejorado, sino un
completo y despierto tú.

Reconocer tu Rito de Pasaje

Hace poco, pasé una hora en un avión hablando con un hombre muy dulce llamado William que casualmente había leído varios de mis libros. “¡Pensé que eras tú!” exclamó. “No te preocupes, no voy a empezar a contarte mis problemas, porque llevaría horas.”

Algo me dijo que éste era uno de esos encuentros predestinados, y le pregunté a William qué estaba pasando en su vida. Su respuesta fue: “¡De todo!” Me explicó que en los dos últimos años había renunciado a un muy prestigioso trabajo, se había mudado de la ciudad natal en la que vivía toda su familia y sus amigos, había decidido volver a la universidad y convertirse en un trabajador social, y había dejado de ir a su vieja iglesia y empezado a ir a otra, “Tengo treinta y seis años,” me reveló, “Y todos piensan que estoy pasando por una furiosa crisis de mitad de la vida. “¿Por qué estás estropeando tu vida?” la gente me pregunta. Realmente no sé la respuesta. Es difícil explicar qué me sucedió; yo sólo sé que cuando vi cómo estaba viviendo, me di cuenta de que ya no me sentía como el verdadero yo, y que necesitaba hacer algunos cambios grandes.”

“¿Estas elecciones te han hecho más feliz?” le pregunté a William.

“Pienso que finalmente me harán. Simplemente sucede que justo ahora mi vida está tan abarrotada de drama: ha sido una tras otra durante los últimos años.”

“A veces la vida parece abarrotada cuando se está dando un montón de aprendizaje,” sugerí. “Tu vida puede parecer abarrotada de experiencias porque has vivido las lecciones de tantas vidas en una. Puede parecer abarrotada de drama, pero pienso que está abarrotada de aprendizaje.”

Por primera vez en nuestra conversación, William sonrió. “Nunca lo pensé de ese modo,” admitió. “¿Entonces tú no piensas que estoy teniendo una crisis de mitad de vida?”

“No. Yo pienso que has atravesado un importante rito de pasaje sin darte cuenta. Has llegado a un nuevo tiempo de sabiduría. Eres diferente en tu interior, y entonces te sientes empujado a lograr que tu vida en el exterior refleje más completamente tu nuevo estado de consciencia.”

La mirada en el rostro de William trajo lágrimas a mis ojos. Obviamente yo había dicho lo que él necesitaba oír. Nadie lo había esperado del otro lado de su renacimiento para saludarlo, para honrar su coraje para enfrentar tantas verdades dolorosas y hacer tantos saltos a lo desconocido. Yo era la primera en darle la bienvenida en su nueva vida.

 

Ya sea que los conozcamos por su nombre o no, los ritos de pasaje son una parte integral de nuestro viaje en la vida. Son las puertas a través de las cuales dejamos una fase de nuestra vida y entramos en otra. Las sociedades tradicionales comprendían y honraban estos momentos de entrada a la sabiduría con ceremonias formales y ritos. Los buscadores atravesaban ritos de iniciación místicos, espirituales, diseñados para abrir y cambiar su consciencia. En las antiguas culturas Nativas Americanas los jóvenes eran enviados a una Búsqueda de Comprensión. Estos rituales fueron partes integrales de las sociedades humanas por miles de años, que ayudaron a los individuos a pasar sus transiciones con conocimiento y significado.

Nuestra sociedad occidental moderna tiene sus propias versiones de los ritos de pasaje. La mayoría de ellas implican alguna clase de fiesta: espléndidas celebraciones de cumpleaños para los niños, extravagantes bailes de graduación de los primeros años de primaria o de la secundaria, costosísimas bodas, almuerzos por aniversario en clubes de campo, cenas por retiro de la oficina, por ejemplo. Todas ellas son indicadores superficiales en tanto reconocen transformaciones que acontecen en el exterior: nuestra llegada a cierta edad, nuestra participación en costumbres sociales aceptadas, o la obtención de un nivel de logro económico.

El problema que veo aquí es:

 

Muchos de nosotros pasamos por ritos indefinidos,
no señalados y sin nombre sin darnos cuenta. Nuestra
sociedad no tiene rituales para honrar un verdadero
pasaje interno de transformación.

 

Como ya hablamos en el capítulo 2, no tenemos nombres para lo que estamos sintiendo. Sin reconocer nuestros propios ritos de pasaje, podemos desorientarnos y descorazonarnos más fácilmente en nuestro viaje por la vida. Podemos estar en importantes momentos de transición y transformación, pero malinterpretarlos como momentos de fracaso, de debilidad de carácter, o aún de alguna clase de locura. Podemos carecer de formas dentro de nosotros mismos de decir adiós al pasado, de dejar ir lo viejo y abrazar con decisión lo nuevo. Y tras emerger de nuestra iniciación a través del fuego, hasta podemos no darnos cuenta de que hemos emergido, o estar completamente conscientes de la honda transformación que ha tenido lugar en lo profundo dentro de nosotros mismos.

Cuando una sociedad no tiene comprensión de estos ritos de pasaje internos a la sabiduría, erróneamente los identifica como algo diferente. Ésa es la razón por la que los amigos de William y su familia decidieron que él estaba fracasando. Demasiado a menudo, una legítima auto interrogación es rotulada desdeñosamente como “crisis de mitad de la vida.”

 

La crisis de mitad de la vida es una experiencia llamada
con un nombre inapropiado. Debería ser llamada el
despertar de mitad de la vida.
Es la alquimia emocional que nos hace volver a nacer
En un punto crucial del viaje de nuestra vida.

 

Desestimar un momento de gran búsqueda en el alma llamándola crisis de mitad de la vida es insinuar que las circunstancias de vida que estuvieron antes eran “normales,” y que la profunda reflexión sobre uno mismo y reevaluación es algún signo de inestabilidad mental o confusión temporaria, en lugar de un momento de gran despertar. ¿Quién puede decir que nuestra vida antes no era una crisis? Tal vez es más preciso proponer que son aquellos que nunca cuestionan sus vidas, sus elecciones o a ellos mismos quienes están en crisis.

Los ritos de pasaje son tiempos sagrados, misteriosos y transformadores de vida. Te llevan en un viaje hacia las profundidades de ti mismo a través de caminos que pueden al principio parecer no familiares y confusos. “¿Adónde estoy yendo?” te preguntas nervioso al ver que el camino da un giro brusco hacia otra también inesperada dirección. ¿Me creerías si te dijera que hay magníficas sorpresas esperándote un poco más adelante?

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Mi vecino de la casa de al lado y amigo, Tom Campbell, es uno de los más famosos fotógrafos y cineastas de la vida salvaje marina, y una de las personas más fascinantes que conozco. Pasa su tiempo buceando en exóticos y remotos lugares para capturar las maravillas del mundo submarino, especialmente los tiburones. Cuando estaba aquí tratando de decidir cómo terminar este capítulo, oí un golpe a mi puerta: era Tom, pasando a saludarme y contarme una increíble historia.

Tom recientemente hizo un viaje a Nueva Zelanda con la intención de comprar alguna propiedad allí. Antes de partir, describió lo que estaba buscando: una casa en un sitio sereno, aislado, situada en un gran terreno con vista al mar. Tom no conocía a nadie en Nueva Zelanda, pero tenía el nombre de un agente inmobiliario que, según él lo deseaba, le mostraría qué estaba disponible.

Después de llegar a Auckland en North Island y alquilar un auto, Tom se encontró con el agente, quien lo llevó a ver varias propiedades, pero ninguna de ellas era lo que Tom tenía en mente. “Estaban todas demasiado cerca de la ciudad,” explicó. “De modo que decidí manejar durante algunas horas hacia el norte a alguna parte menos poblada de la isla. No tenía ninguna propiedad para ver, pero me imaginé que al menos podría tener una idea del tipo de paisaje que había allí arriba.” Equipado con un mapa, pero sin ningún plan real, partió.

Tom condujo por horas, parando en los lugares que parecían interesantes, decidido a ir a la parte noreste de la isla, la cual según el mapa, parecía ser una zona de vistas espectaculares. Especialmente había una bahía que lo fascinaba y, de acuerdo con el mapa, podría llegar a ella si seguía una pequeña ruta que se bifurcaba de la autopista principal. Encontró la salida, que lo llevó a otra salida y a otra y a otra, y muy pronto fue claro que estaba perdido.

“Estaba tan frustrado,” decía Tom. “No tenía idea de dónde estaba, y el mapa obviamente no me estaba ayudando mucho. Detuve mi auto al costado de la ruta para ver si me podía al menos imaginar cómo volver a la autopista que me llevara a Auckland.

“De repente un auto se detuvo y una mujer bajó el vidrio de la ventanilla. Me preguntó si podía ayudarme, obviamente preguntándose quién era el tipo que estaba merodeando en su vecindario. Le dije que era de California, y que ahí en Nueva Zelanda estaba buscando una propiedad para comprar, pero que me había perdido tratando de encontrar una bahía que había visto en el mapa. Me miró extrañada por un minuto, y luego me dijo que ella era un agente inmobiliario, y que casualmente ella se había reunido con una pareja en su casa en lo alto de la colina porque habían decidido poner su casa a la venta.

“Le pregunté si era una linda casa, y me dijo que era una hermosa casa en un gran terreno con vistas panorámicas sobre el mar y sobre esa misma bahía que yo había estado buscando. Sonaba realmente como el lugar que yo había imaginado, y le pregunté si era posible verla. Dijo que tendría que preguntarles a los dueños, que ni siquiera habían cotizado la casa todavía, pero que ella vería qué podía hacer.

“De algún modo convenció a la pareja para que dejara su casa por media hora de modo que este loco que recién había encontrado al costado de la ruta pudiera venir a verla,” me dijo Tom con una gran sonrisa. “Cinco minutos después de ver la propiedad, sabía que era exactamente lo que estaba buscando. Me di vuelta hacia el agente y le dije, ‘La compro.’ Pensó que estaba bromeando hasta que la convencí de que estaba hablando en serio. Los dueños volvieron y negociamos la venta en ese mismo momento.”

Tom buscó dentro de su maletín y sacó una fotografía. “Ésta es,” dijo con orgullo. Y ahí estaba, exactamente como él la había imaginado: una amplia casa aislada sobre una cima de colina de verde exuberante. Tom había encontrado su casa. Y yo había encontrado el final para este capítulo.

“Es bastante misterioso, realmente,” comentó Tom al darse vuelta para partir, “¿Cómo fui de estar totalmente perdido a de alguna forma encontrar esta hermosa casa que yo ni siquiera sabía que existía?”

La respuesta es obvia,” le contesté. “No estabas realmente perdido. Simplemente tú pensaste que lo estabas. En realidad, habías llegado a tu verdadero destino.”

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La historia de cómo Tom encontró su casa —y cómo la casa lo encontró a él— es conmovedora, mágica y profunda. Si él no hubiera estado deseando ir en pos de su sueño, y perderse en el camino, nunca hubiera encontrado lo que estaba buscando.

 

A veces lo que estamos buscando viene y nos golpea la puerta.

A veces está justo dando vuelta a la esquina de donde nos hemos detenido, seguros de que estamos perdidos y de que nunca lo encontraremos.

A veces está esperando que levantemos la mirada de nuestro viejo mapa por tiempo suficiente para ver que allí, no tan lejos, hay algo maravilloso que nunca podríamos habernos imaginado.

 

Nunca has estado realmente perdido.

No estás perdido ahora.

La ruta sobre la que estás te llevará a la próxima ruta, y a la próxima, y a la próxima, llevándote a muchos milagrosos y sorprendentes destinos que ni siquiera están en tu itinerario, pero que están esperando tu llegada de todos modos.