Los hombres ocasionalmente tropiezan con la verdad,
pero la mayoría de ellos se levanta y se va precipitadamente
como si nada hubiese sucedido.
Sir Winston Churchill
Ésta es una fábula que escribí para comenzar este capítulo:
En las profundas selvas de la India, un enorme y enojado elefante ha ido arrasando varios pueblos, y ahora ha sido divisado moviéndose en las cercanías de una pequeña villa situada en las cercanías de la parte angosta del río. Cuando escuchan estas noticias, los hombres y mujeres del pueblo se alarman y dudan sobre qué hacer. “Deberíamos buscar el consejo del sabio Gurú y sus discípulos,” sugiere uno. Y entonces se decide que un grupo representando a la gente del pueblo lleve ofrendas de alimentos a la humilde cabaña en la que reside el Gurú con sus alumnos.
Ya tarde, justo antes de que el Gurú termine sus labores vespertinas, el grupo se aproxima respetuosamente y pregunta si puede hablar con él. El sabio sonríe dulcemente e invita a los vecinos a sentarse con él y sus cuatros discípulos para discutir el asunto que deseen. Con voces temblorosas, confían la información acerca del elefante enojado. “Oh, Sabio,” ruegan, “no sabemos qué hacer. Por favor guíanos para que tomemos la dirección correcta.”
El Gurú cierra sus ojos por un momento y luego, abriéndolos, dice:
“Me gustaría escuchar lo que cada uno de mis discípulos tiene para decir sobre este asunto del elefante.”
Encantados frente a la oportunidad de demostrar sus conocimientos, los cuatro discípulos se sientan erguidos, quitan el polvo de sus ropas, y aclaran sus gargantas.
El primer discípulo comienza:
“El hecho es que, no sabemos cuándo estaría llegando el elefante. En verdad, no está aquí todavía, y ¿quién podría asegurar que vendrá pronto? Los elefantes son muy grandes y no se mueven con rapidez. Por lo tanto, no hay necesidad de entrar en pánico. Mientras tanto, sugiero que se hagan los preparativos para cuando arribe, quizá formando un comité que estudie los posibles modos para atraparlo, otro para preparar comida que tiente al elefante, y otro para diseñar modos de espantar al animal. Tenemos mucho por hacer, entonces sugiero que dejemos de charlar y nos pongamos manos a la obra.”
El segundo discípulo toma la palabra:
“Me duele lo rápido que hemos asumido que el elefante es malo. ¡Quizás está viniendo para traernos su bendición! En las escrituras se establece claramente que la presencia de elefantes es un signo muy auspicioso. Quizá el pobre elefante sólo está dando vueltas porque unos vecinos lo asustaron. Estoy seguro de que el elefante no representa peligro alguno para nosotros. Probablemente pase por nuestro pueblo sin que haya ningún incidente. Por lo tanto no hay nada de lo que debamos ocuparnos.”
Ahora el tercer discípulo habla con voz de enojo:
“Lamento que hayan venido hasta nosotros de este modo, esperando que hagamos algo respecto a este elefante loco. ¿Nos están culpando por el giro de los acontecimientos? ¿Nos están acusando por no haber hecho los rituales apropiados para proteger la villa de este mal? ¡Cómo se atreven a insultar al Gurú de esta manera! Ustedes son los que deberían estar cumpliendo con sus oraciones diarias más que señalarnos a nosotros. Vuelvan a sus quehaceres y déjennos solos.”
El cuarto discípulo es el último en hablar:
“Esto es obviamente algún tipo de truco. Posiblemente no nos están diciendo la verdad. No hay elefante. No veo ninguna evidencia del animal. Me niego a creer una historia tan extravagante. Estoy disfrutando de un maravilloso día sentado aquí en la sombra, y no permitiré que sus mentiras alteren mi estado de serenidad.”
Confundidos por las cuatros respuestas tan disímiles, y más turbados que nunca, los vecinos se vuelven hacia el Gurú, quien ha estado escuchando en calma la conversación, deseando que de algún modo él pudiera echar luz sobre la verdad. “Maestro,” ruega uno, “te imploramos: dinos lo que piensas.”
De repente el Gurú se levanta de su estera, agarra su bastón y anuncia:
“Lo que pienso es esto: ¡ESTÁ VINIENDO UN ELEFANTE FURIOSO! ¡¡¡AGARREN SUS PERTENENCIAS Y CORRAN!!!”
Los seres humanos somos criaturas obstinadas. A pesar de las estridentes alarmas y llamadas, no siempre prestamos atención. A pesar de los bien señalizados momentos cruciales, generalmente mantenemos la misma dirección. En vez de atender a lo que inequívocamente nos llama desde dentro de nosotros mismos para que cambiemos, nosotros rígidamente nos aferramos a lo que nos es familiar. ¿Por qué hacemos esto? ¿Cómo podemos estar tanto tiempo en relaciones que nos hacen infelices o en trabajos que nos resultan definitivamente insatisfactorios o en situaciones que no son saludables para nosotros? ¿Cómo es que no nos enteramos del elefante salvaje que se aproxima? ¿Cómo no nos salimos de su camino? ¿Cómo puede ser que nos quedemos tan atascados?
Nos desconectamos.
Cuando estaba en mi segundo año de la universidad, pasé por un largo período de profunda autorreflexión. Durante ese tiempo prefería estar sola. Vivía en un pequeño apartamento de una sola habitación que era parte de una vieja casa, y acostumbraba a pasar día tras día sola, leyendo, escribiendo poesía, meditando y tratando de encontrarle sentido a la vida. Había hecho muchos amigos en mi primer año, algunos de los cuales también vivían en la casa, y varias veces por día llamaban a la puerta preguntando, “Barbara, ¿estás ahí? Vamos a salir. ¿Quieres venir?” Tan pronto como escuchaba que alguien estaba a la puerta, yo entraba en pánico y me quedaba helada, manteniéndome lo más quieta posible de modo que creyeran que no estaba en casa. Mis amigos llamaban otra vez y, finalmente, como yo no respondía, dejaban de golpear y se iban.
Todavía puedo recordar cómo me sentía allí sentada escuchando a la gente del otro lado de la puerta: mi corazón golpeaba, mi respiración se aceleraba y contaba los segundos hasta que se fueran. Y cuando finalmente lo habían hecho, suspiraba aliviada.
¿Por qué no abría la puerta y les decía a mis amigos que quería estar sola? ¿Por qué tenía una reacción tan fuerte a su llamado? ¿A qué le tenía miedo?
La respuesta es simple: no quería enfrentarme con eso. Hubiese sido muy complicado tratar de explicarles cómo me sentía. Me hubiese demandado demasiada energía, energía que necesitaba para continuar con mi proceso de introspección. Mirando hacia atrás, me doy cuenta de que fui grosera y también algo agorafóbica al esconderme en mi apartamento con temor a atender la puerta, pero en ese momento no me preocupaba. Para mí era más fácil ignorar a mis amigos que intentar enfrentarlos.
Esta historia describe la forma precisa en la que muchos de nosotros se aproxima a realidades desagradables o desafiantes ahora, en nuestras vidas de adultos: no queremos ocuparnos de ellas, por lo tanto no les prestamos atención.
Como un visitante que no es bienvenido, la Verdad golpea a la puerta de nuestra consciencia, intentando alcanzarnos, despertarnos, hacernos salir de los lugares en los que nos hemos escondido para revelarnos nuevas rutas y nuevas direcciones. Sabemos que la Verdad está allí, pero no le contestamos. Entramos en pánico. Nos congelamos. Nos escondemos, soñando tanto consciente como inconscientemente que si ignoramos lo que está tratando de llamar nuestra atención el tiempo suficiente, terminará yéndose.
A veces abrimos la puerta lo suficiente para ver qué es lo que hay fuera, pero no le permitimos entrar, sea lo que fuera. Cerramos la puerta otra vez y seguimos en nuestros asuntos simulando que la Verdad no está allí, todavía, a nuestra puerta. Y a veces nos habituamos tanto a desatender a la Verdad que hasta dejamos de escuchar el sonido de su llamada, y nos convencemos a nosotros mismos de que se ha ido para nuestro bien.
Aquí hay algo más que he aprendido: si los seres humanos somos obstinados, la Verdad lo es aún más. También es infinitamente paciente. Llamará una y otra vez, y otra vez… y una vez más hasta que ya no podamos ignorarla y nos veamos forzados a escuchar su mensaje.
Al Final, perderemos esta lucha de poder con la Verdad. Mientras tanto, nos convertimos en expertos en habilidades que no son buenas para nosostros: nos volvemos expertos en eludir, expertos en evadir, expertos en desconectarnos. Este es el tipo de pericia con la que es preferible no contar, ya que como verás, inevitablemente conduce al sufrimiento:
Eludir sabotea nuestra habilidad para lograr relaciones
significativas y realmente íntimas. Socava nuestra
claridad y nuestra creatividad. Nos roba nuestra
capacidad de vivir plenamente cada momento.
Pensamos que estamos desconectándonos para
evitar el dolor, pero al final, eludir nos sume en el
mismísimo dolor, confusión, e infelicidad
del que estamos escapando.
¿Quién es más tonto, el niño que le teme a la oscuridad o el hombre que le teme a la luz?
Maurice Freehill
Cuando éramos niños nos encantaba jugar a las escondidas. Le pedíamos a nuestro amigo o a nuestro padre que contara hasta veinte, y corríamos a escondernos en un lugar oculto. Una vez que estábamos dentro del guardarropa, o debajo de la cama, o detrás del almohadón, hacíamos todo lo que podíamos por reprimir nuestras risitas nerviosas y esperar con excitación tratando de ver si la persona que nos buscaba descubría dónde estábamos. Al principio, nos sentíamos triunfadores cuando permanecíamos sin ser detectados, pero luego de un tiempo comenzábamos a ponernos impacientes y nos preguntábamos si el buscador había abandonado el juego, se había olvidado de nosotros, o se había ido a hacer otra cosa. ¿Debíamos salir de nuestro escondite? ¿Debíamos gritar algunas pistas? ¿Dónde se había metido?
¿Por qué somos tan impacientes? Porque lo que nos satisface no es escondernos, sino ser descubiertos: el repentino estremecimiento y deleite cuando la puerta se abre o se corren las prendas colgadas o cuándo levantan la cortina. “¡Me encontraste!” chillamos llenos de alegría. Este es el verdadero secreto de las escondidas: En el fondo, queremos ser encontrados.
Ahora somos adultos, y a menudo jugamos otro tipo de juego, uno llamado Escondidas con la Realidad: la realidad trata de encontrarnos, y nosotros hacemos todo lo posible por evitarla. Quizás la realidad que estamos enfrentando no coincide con aquello que esperábamos o deseábamos. Quizás estamos asustados con las consecuencias que tendrá para nuestras vidas. Quizás la verdad que está golpeando a la puerta de nuestra conciencia es tan dolorosa que preferimos hacer lo imposible por evitar atenderla. A diferencia del niño que con entusiasmo espera ser encontrado, nosotros no queremos que suceda. Entonces desarrollamos sofisticadas estrategias para asegurarnos poder permanecer sin ser detectados y que ninguna realidad desagradable que nos acosa tenga éxito en penetrar hasta nuestros escondites psicológicos. Nos volvemos expertos, a través de nuestros pensamientos y conductas, en desconexión, expertos en el arte de la Negación.
¿Qué es tan amenazante acerca de la verdad? ¿Por qué tan a menudo escapamos de ella? ¿A qué le tenemos miedo?
Tenemos miedo de descubrir que hemos perdido tiempo.
Tenemos miedo de tener que admitir que hemos cometido errores.
Tenemos miedo de lo que la gente piense cuando cambiemos de dirección.
Tenemos miedo de perder lo que nos es familiar, aun cuando nos cause dolor.
Tenemos miedo de que cuando permitamos que se vaya lo que nos sostiene, nunca podamos encontrar otro sostén al que valga la pena asirse.
Tenemos miedo de parecer tontos/estúpidos/risibles/inferiores/sin valor para los otros y para nosotros mismos.
Tenemos miedo de lastimar y desilusionar a quienes amamos.
Tenemos miedo a tantas cosas que ni siquiera las podemos nombrar.
Las aventuras cómicas y cotidianas de Mullah Nasrudin, un amado personaje sufi y héroe tradicional, han sido usadas durante siglos por los maestros de sufi para ilustrar enseñanzas espirituales. Aquí les presento una de mis favoritas:
En sus viajes lejos de su hogar, Mullah Nasrudin llega a un pequeño pueblo. Con sed después del viaje, se dirige hacia la plaza, donde se vende todo tipo de alimentos. Divisa a un hombre en un costado vendiendo unas frutas exóticas, rojas, grandes y brillantes. “Eso parece ser exactamente lo que necesito,” piensa Nasrudin, extasiado por tan inusuales frutas.
“Estas frutas raras lucen maravillosas,” proclama mientras se acerca al vendedor. “Llevaré una canasta completa, porque estoy muy hambriento y sediento.” El vendedor no dice nada, sino que toma las monedas de Nasrudin y le entrega una gran canasta de frutas rojas. Nasrudin se va, muy satisfecho consigo mismo por haber obtenido tanto por su dinero, y encuentra un lugar junto al camino donde se sienta y comienza a comer su canasta de frutas.
Tan pronto como muerde la primera fruta roja, su boca parece que va a incendiarse, como si se hubiera tragado una bola de fuego. Las lágrimas le corren por las mejillas, y su rostro se vuelve rojo brillante. Apenas puede respirar. Aún así, sigue comiendo, llenando su boca con el contenido de la canasta.
Un vecino del pueblo que va pasando ve a Nasrudin en desgracia, y se para frente a él. “Señor, ¿qué está haciendo?” pregunta.
“Pensé que estas eran frutas deliciosas,” apenas puede decir Nasrudin, “así que compré una gran cantidad.”
“Pero esos son pimientos chile,” le advierte el vecino, “y lo enfermarán o quizá le hagan algo peor.”
“Sí,” grita Nasrudin, colocando otro chile dentro de su boca en llamas, “pero no puedo parar hasta que me los haya comido todos.”
“¡Eres un tonto obstinado!,” refunfuña el hombre. “Si sabes que son chiles, ¿por qué sigues comiéndolos?”
“No estoy comiendo pimientos chile,” explica Nasrudin tristemente. “Me estoy comiendo mi dinero.”
Como todas las historias de Nasrudin, esta utiliza una situación tonta y poco probable para impartir una lección seria.
Cuando invertimos un montón de tiempo y esfuerzo
en algo —una relación, una carrera, una decisión, una
elección— y luego nos damos cuenta de que las cosas no
resultaron como esperábamos, muy a menudo insistimos
obstinadamente en continuar haciendo lo que hacíamos,
en vez de admitir que nos hemos equivocado.
Aun cuando nos preguntamos, “¿Cómo llegué acá, y qué hago ahora?” y aun cuando empezamos a entender la respuesta, todavía puede ser muy doloroso enfrentar la nueva verdad, tomar una nueva dirección y dejar aquello en lo que hemos estado tan involucrados emocionalmente, ya sea una persona, un trabajo, una amistad, una creencia, un hábito o una canasta de pimientos chile confundidos con frutas dulces. Nuestro ego no quiere reconocer que hemos cometido un error, o perdido tiempo, energía, dinero, amor. Nuestro orgullo no quiere que se nos vea como si hubiésemos hecho algo mal. Y hacemos como hizo Nasrudin: nos desconectamos de lo que realmente está sucediendo y comenzamos con la negación. Seguimos comiendo los pimientos chile aun cuando nuestra boca, nuestros corazón y alma están en llamas.
Mucho se ha escrito sobre la negación y el rol que juega en nuestras vidas, nuestras adicciones y nuestros comportamientos no saludables. Primero, el término negación fue usado comunmente para describir aquellas personas que tenían problemas de dependencia de la droga o el alcohol, pero, más ampliamente, describe las defensas psicológicas que todos nosotros usamos para rechazar las realidades dolorosas que parecen amenazar nuestro propio valor y sensación de supervivencia emocional.
Las manifestaciones más ostensibles de negación son fáciles de identificar : el adicto que no puede levantarse de la cama pero insiste con que sólo está cansado de las presiones en el trabajo; la mujer golpeada que le asegura a su amiga que los hematomas en su rostro no fueron hechos por su esposo, sino que accidentalmente se golpeó al entrar por la puerta, por tercera vez en un mes; la joven que se dice a sí misma que su novio seguramente ha estado muy ocupado y ésa es la razón por la que no ha sabido de él durante toda una semana, aun cuando ella lo ha llamado a su casa en medio de la noche, y él nunca estaba allí.
Leemos estos ejemplos y nos sentimos seguros de que nunca experimentaremos semejantes negaciones: estamos demasiado atentos para que nos suceda. Pero la negación es tramposa. A veces las formas más insidiosas y peligrosas son las más enmascaradas, y aún aquellos de nosotros que nos consideramos conscientes y despiertos podemos incluso no reconocer algunas negaciones.
Siempre es más fácil reconocer cómo otros se han desconectado, y más difícil ver nuestros propios patrones. Eso es porque ¡nos desconectamos de los modos por los que hemos estado desconectándonos!
En mi trabajo, he identificado y nombrado cuatro modos comunes de desconectarnos, a los cuales llamé Las Cuatro Negaciones:
Cada una de ellas es una estrategia utilizada para manejar aquello que preferiríamos no enfrentar: realidades que no son bienvenidas, llamadas que nos despiertan inesperadamente, cambios difíciles, y encrucijadas confusas.
¿Recuerdas los cuatro discípulos en mi historia del elefante al principio de este capítulo? Cada uno representa una de las Cuatro Negaciones.
El primer discípulo se ocupa demasiado en la preparación de todo lo necesario para enfrentar el arribo del elefante, Negación por Preocupación. El segundo discípulo está ciego con su visión idealista del elefante y por lo tanto no lo considera una amenaza seria, Negación Idealista. El tercer discípulo se enoja y se pone a la defensiva al escuchar sobre el elefante e, imaginando que los pobladores están atacándolo a él, devuelve el ataque, Negación por Enojo. El cuarto discípulo, obviamente aterrado, se niega incondicionalmente aún a creer que lo que lo que los vecinos están contando sea verdad y se niega totalmente a escucharlos, Negación Incondicional.
El sabio Gurú, que está iluminado y libre de los patrones y reacciones limitantes, es el único que realmente escucha la verdad en lo que los pobladores cuentan: hay un elefante furioso que se aproxima al poblado, y ellos deben salirse de su camino si quieren salvar sus vidas.
Mientras lees acerca de las Cuatro Negaciones, seguramente reconocerás pautas de comportamiento de mucha gente que conoces… y algunas tuyas también.
La verdad golpea a tu puerta y tú dices,
“Vete, no estoy buscando la verdad,”
y por lo tanto se va.
Robert M. Pirsig,
Zen and the Art of Motorcycle Maintenance
Una vez bromeaba con una amiga diciéndole que estaba pensando en fabricar remeras con la siguiente leyenda en el frente: No me Moleste con la Verdad Justo Ahora. ¡Estoy Ocupado! Ella reía y decía que si lo hiciera, probablemente me convertiría en millonaria, ya que todos querrían comprar una. Descubrí esta frase después de muchos años de observar una de las formas más comunes de negar las realidades con las que nos enfrentamos: nos ocupamos y preocupamos demasiado como para poder lidiar con ellas.
Uno podría decir que estar ocupado y siempre ocupado es el estilo de vida americano. Siempre estamos haciendo, yendo, comprando, y planificando cómo podemos hacer aún más. Hasta nuestros niños tienen agendas apretadísimas, corriendo de las clases de ballet a las prácticas de fútbol, de los juegos a las clases de apoyo en matemáticas, al mismo tiempo que contestan los mensajes de sus amigos en los teléfonos celulares. Estar ocupados, entonces, se vuelve uno de los métodos más respetables y aceptados para desconectarnos. Después de todo, nos decimos, no es que no queramos ocuparnos de lo que nos pasa; realmente no tenemos tiempo en este preciso momento. Estamos demasiado ocupados para enfrentar la realidad.
A primera vista, la Negación por Preocupación no parece una negación. En verdad, luce como algo bastante más admirable. Somos responsables, comprometidos y ambiciosos porque estamos muy preocupados por nuestro trabajo; somos dedicados, cuidadosos y desinteresados porque estamos tan preocupados por nuestros niños; somos altruístas, humanitarios y visionarios porque estamos tan preocupados por nuestra iglesia, sinagoga, casa de caridad, fundación o por el bien. ¿Podemos discutir eso? ¿Cómo podríamos criticarlo? No es que estemos negando; sólo estamos siendo buenas personas.
Aquí va una frase de las favoritas que los
practicantes de la Negación por Preocupación
usan habitualmente:
“Sé que tengo que (llenar el espacio),
pero realmente éste no es el mejor momento
porque (llenar el espacio).”
En mis seminarios utilizo el siguiente cuadro para ilustrar que cuando estamos en Negación por Preocupación, podemos elegir cualquier ítem de la columna A, y cualquier ítem de la columna B, y lo que digamos sonará razonable y entendible para la mayoría de las personas. Intenta unir los siguientes ítems y verás lo que quiero decir.
Sé que necesito: | Pero éste no es el mejor momento porque: |
---|---|
Ocuparme de mis problemas matrimoniales | Estoy bajo presión en el trabajo |
Dejar de fumar | Me estoy recuperando de la muerte de mi padre |
Trabajar para controlar mis enojos | Estamos remodelando la casa |
Pedir el divorcio | A mi hija le faltan dos años para recibirse |
Renunciar a mi trabajo | Mi madre recién se ha mudado a nuestra casa |
Buscar ayuda para resolver mi trauma infantil | Me caso el año próximo y necesito planear mi boda |
Enfrentar a mi esposo por el tema de su infidelidad | El próximo mes es nuestro décimo aniversario |
Volver al trabajo | Estoy atravesando la menopausia y me dan sofocos |
Ocuparme de mi hijo por su adicción a las drogas | Fui ascendido en mi trabajo |
Ir al médico y atender mis problemas de salud | Estoy a cargo de la campaña por el comedor de la escuela |
Empezar a salir después de mi divorcio | Las calificaciones de mi hijo no están bien y necesita mi ayuda |
Mudarme a un departamento más seguro | Estoy estudiando para mis exámenes de ingreso a la universidad |
Ir a terapia para ocuparnos de nuestra vida sexual | Mi esposo tiene un problema en la espalda |
omenzar con un programa de ejercicios | Está muy cerca la Navidad |
Romper con mi novio | Tenemos reservas para ir a Hawaii en tres meses |
Todas estas razones para nuestras preocupaciones son actividades legítimas. Estoy segura que tú, como yo, podrías hacer tu propia lista y completar tus propios blancos. Pero en resumidas cuentas, sólo son excusas para dejar de prestar atención a lo que deberíamos: excusas admirables, pero excusas de todas formas. Tal como dijimos en el capítulo 1, nunca hay un buen momento para enfrentar lo inesperado o lo desagradable. Siempre es inconveniente, disruptivo y nunca es considerado en nuestra lista de cosas “para hacer”.
Aquellos que son propensos a la Negación por la Preocupación son a menudo adictos a los logros y a la atención y les resulta difícil hacer menos que todo, y prácticamente imposible parar y quedarse quietos. Necesitan la prisa constante para el logro de objetivos y el elogio que esto conlleva para llenar un vacío que han sentido probablemente desde la infancia. Se vuelven incansables trabajadores, voluntarios, amigos, padres, colaboradores, o como quieras llamarlos. Dicen sí a todo y a todos, excepto al llamado de sus propios corazones.
Mi amiga Mary Jane es una artista reconocida que se casó con su esposo Lawrence, cuando era bastante joven. En un principio ella estaba impactada por casi todo lo relativo a él: él era quince años mayor y muy exitoso. Una vez que la carrera de Mary Jane comenzó a tomar vuelo, rápidamente comenzaron a distanciarse. Desde el momento en que la conocí, supe que su matrimonio estaba en problemas. Raramente mencionaba a Lawrence, coqueteaba con cualquier hombre que estuviera a quince pies de distancia y manejaba su agenda como si su esposo no existiera. “Sé que nuestro matrimonio no está funcionando,” me confesó a las cuatro horas de haberla conocido, “y luego de mi próxima exhibición, me ocuparé de eso.”
Varios meses más tarde, después del regreso de Mary Jane de una triunfante exposición de sus obras, llamó para saludarme. “Entonces, ¿ya has hablado con Lawrance?” pregunté.
“Tú sabes, era mi intención, pero he estado agobiada,” respondió, “debo preparar algunas obras para un nuevo hotel que se inaugura en el Caribe, y mi hijo participará en la final de una competencia de artes marciales. ¿No es excitante? ¿Y te conté que estoy organizando una recepción en nuestra casa para unos monjes tibetanos que están trabajando fantásticamente? Pero cuando todo esto termine y pueda tomar coraje, realmente voy a hablar con Lawrance acerca del divorcio.”
Mary Jane es una especialista en Negación por Preocupación, tan buena en realidad, que después de ocho años y docenas de charlas como éstas, todavía está increíblemente ocupada, horriblemente sobrecomprometida —si bien es cierto que con cosas maravillosas— todavía infelizmente casada con Lawrence, y aún insistiendo que se ocupará de su prácticamente inexistente matrimonio… cuando tenga un poco de tiempo. Sólo que eso nunca sucederá, mientras ella siga en negación, nunca tendrá el tiempo. Mary Jane ha tenido muchos romances, y Lawrence también los ha tenido. Duermen en cuartos separados. Ella tiene frecuentes ataques de ansiedad y traga tranquilizantes como si fueran pastillitas de menta. Él rara vez está sin un trago en su mano. Pero para el mundo, ellos todavía son una pareja felizmente casada.
¿Por qué Mary Jane trabaja tan duro para no prestar atención a sus asuntos?¿Qué es lo que teme enfrentar? Que tendrá que sacrificar parte de su estilo de vida lujoso si se divorcia. Que tendrá que renunciar a su imagen de ser la mitad de una pareja tan poderosa. Que decepcionará a sus hijos. Y quizá por sobre todo, que tendrá que asumir que debería haber dejado a Lawrence hace muchos años.
El problema no es que haya problemas.
El problema es estar esperando algo diferente y
pensar que tener problemas es un problema.
Theodore Rubin
Si el pesimismo consiste en ver un vaso de agua medio vacío, y el optimismo, medio lleno, entonces quizá el idealismo consiste en verlo totalmente lleno a pesar del agua que falta. A esto es a lo que llamo Negación Idealista.
Aquellos de nosotros expertos en Negación Idealista, y estoy lista para admitir que me encuentro dentro de esta categoría, sostendremos que no estamos en negación sino que somos simplemente gente muy positiva a la que nos gusta desear lo mejor para cada situación, ver lo mejor de cada persona y esforzarnos por obtener lo mejor de cada cosa que hacemos. No nos gusta apresurar el fallo, declarar el fracaso en forma prematura o tirar la toalla a menos que seamos absolutamente forzados a hacerlo.
Los practicantes de la Negación Idealista somos frecuentemente perfeccionistas que insistimos en altos estándares para nosotros mismos y para la realidad que vivimos. No nos gusta cuando las cosas no están bien, especialmente cuando sabemos que pudieron haber salido bien. Como en la Negación por Preocupación, la Negación Idealista a menudo se disfraza a sí misma bajo el manto de otra cualidad redentora: compasión, paciencia, apoyo, preocupación, consideración, amabilidad. Pero cuando nuestra compasión se torna codependencia, nuestra paciencia se convierte en estancamiento, nuestra preocupación en incapacidad y nuestro apoyo en sacrificio, hemos dejado de ser amorosos: estamos siendo ciegos.
No hay nada de malo en buscar el borde plateado en la nube oscura, esperar un milagro, creer en el poder que tienen los otros para cambiar, o desear lo mejor. El problema con la Negación Idealista es que podemos usar estos rasgos de la personalidad para evitar la confrontación, tanto con otra gente como con nosotros mismos. Después de todo, odiamos la confrontación, porque los idealizadores somos también armonizadores. Haremos todo lo que esté a nuestro alcance para eludir el conflicto y situaciones desagradables, aún a costa de sacrificar nuestra felicidad.
Cuando estamos en Negación Idealista, no empezamos tratando de huir de la realidad. Simplemente quedamos atrapados por nuestras tendencias idealistas, que no dejan mucho lugar para la existencia de lo imperfecto.
Dennis es una de las personas más amables, inteligentes y juiciosas que conozco. Su trabajo como pediatra oncológico requiere de una gran compasión, sabiduría y amor, ya que él hace todo lo que puede por cada niño muy enfermo o a punto de morir, y por su familia. Todos los días, batalla contra el cáncer que devasta los cuerpos de sus pequeños pacientes y con la desesperación que consume a los seres queridos. Él se hace cargo de los dos aspectos con una determinación feroz, y la convicción de que es más beneficioso desear lo mejor que temer lo peor.
Dennis sabe de corazones rotos. Cuando tenía veinte años y se había comprometido para casarse, su novia lo dejó una semana antes de la boda, confesándole que se había enamorado de otro médico que trabajaba en el mismo edificio que Dennis. Completamente devastado, Dennis se refugió en su trabajo y pronto se convirtió en uno de los mejores de su especialidad. Por dos años evitó cualquier involucramiento romántico hasta que una de sus enfermeras le arregló una cita con una amiga, también enfermera, llamada Ginny. Dennis se sintió atraído por Ginny porque ella parecía ser tan alegre y simple. Después de haber pasado los dos últimos años deprimido y solo, le dio la bienvenida al espirítu burbujeante de Ginny. Es cierto, ella era un poco dependiente, y no tenían muchos intereses en común, pero Dennis se dijo a sí mismo que su primera novia parecía tener todas las cualidades para ser su compañera perfecta, y sin embargo bastaba ver cómo habían terminado. Así que cuando Ginny lo indujo a una rápida convivencia, y poco tiempo después, a la boda, Dennis no se resistió.
Dennis dice que fue en algún momento durante los primeros meses después del casamiento cuando se dio cuenta de que la personalidad chispeante de Ginny provenía de un frasco de calmantes, y que había tenido serios problemas de adicción a las drogas durante su adolescencia. Él había pensado que ella tomaba pastillas para el dolor de espalda, pero nunca se había fijado cuántas pastillas tomaba y con qué frecuencia. Aún sin este descubrimiento, el matrimonio estaba condenado por un comienzo muy poco firme. Era dolorosamente obvio para Dennis que él y Ginny no tenían nada en común y que no concordaban para nada. Ginny juraba que dejaría de tomar esas píldoras y le rogaba a Dennis que no la dejara, asegurando que si lo hacía no sobreviviría. Dennis buscó un terapeuta y le confió todo acerca de la situación en la que se encontraba.
Dennis estaba psicológicamente atrapado; ¿cómo podía dejar a Ginny como lo había hecho su novia con él, sabiendo que esto la destruiría? ¿Cómo podría abandonarla en el momento en que más lo necesitaba, cuando estaba tratando de terminar con su adicción, cuando él se enorgullecía de estar allí aún en los momentos más trágicos de sus pacientes en las peores circunstancias? ¿Cómo podía desilusionarla cuando ella contaba con él para que la rescatara? E igualmente devastador, ¿cómo podría convivir él con su propia estupidez por no haber visto la obvia adicción de Ginny? ¿Cómo podría explicar su pobre juicio al creer que ella podía ser el tipo de mujer con la que él podría estar casado felizmente?
Algunas de estas realidades eran demasiado dolorosas para Dennis, que había trabajado toda su vida para ser sabio, leal y dedicado. Y por lo tanto decidió no prestar atención y entrar en un largo estado de Negación Idealista: pasaba aún más tiempo que antes en su trabajo e investigaciones. Observaba a Ginny ir y venir con sus píldoras, y se decía que estaba siendo demasiado duro con ella, y que en realidad no era tan seria su adicción. Cada vez que Ginny tenía uno de sus frecuentes colapsos se recordaba a sí mismo que ella había tenido una infancia infeliz y que estaba haciendo todo lo posible por salir de su situación. Se convencía de que tener una relación romántica no era lo importante y que estar enamorado y satisfecho sexualmente era para jóvenes y no para él. Podía vivir sin ello, y además, pronto Ginny se recuperaría, y las cosas entre ellos mejorarían.
La Negación Idealista de Dennis duró diez años, hasta que un día despertó y descubrió que ya no podía continuar sufriendo y sacrificándose más. Así es como describe el fin de su matrimonio con Ginny:
Me tomó diez años dejar a mi esposa, una hora de conversación dolorosa y honesta con mi terapeuta en la que asumí que había cometido un error al casarme con Ginny, y nueve años, once meses, veintinueve días y veintitrés horas para poder enfrentar el hecho de que, no importaba cuánto tiempo dejara pasar, lo que había descubierto aquella primera hora no cambiaría.
Un hombre abre su boca y cierra sus ojos
Cato
¿Has estado alguna vez en mitad de un sueño profundo y repentinamente algo inesperado te despertó: la campanilla del teléfono, tu gato al tirar un delicado jarrón que se rompe contra el piso, la alarma del coche de un vecino que se escucha por la ventana? Tu primera reacción usualmente es el desconcierto: “¿Qué pasó? ¿Qué fue ese ruido?” dices entre dientes, buscando a tientas el botón de la luz mientras tu corazón bombea agitadamente. Tu próxima reacción podría muy bien ser el enojo: “No, ésta no es la estación de Taxis Rojo. Tienes el número equivocado y ¡me has despertado!” “Fuffly, ¡sabes que no debes saltar sobre esos estantes!” “Estos vecinos malditos, ¡es la segunda vez en la semana que se dispara la alarma!”
Ésta es precisamente la forma en la que algunas personas se sienten cuando son sobresaltadas por lo inesperado, acorraladas por la verdad, o sacudidas por una llamada que las despierta en sus vidas: se enojan por haber sido arrebatadas de su estado de comodidad y forzados a prestar atención a algo a lo que preferirían no dedicarse. Se sienten atacados, por lo tanto también atacan.
Si los que practican la Negación por la Preocupación evitan la verdad, y los adeptos a la Negación Idealista endulzan la verdad, entonces los que tienen el hábito de la Negación por Enojo se enfurecen frente a la verdad, así como también con los que dicen esa verdad. El dicho “matar al mensajero” es pertinente aquí. Se vuelven hostiles, a la defensiva, beligerantes, crueles y duros, como si de alguna forma su furia fuera a espantar la noticia/revelación/elección difícil/realidad dolorosa que los enfrenta.
El enojo intenso es a menudo la reacción al miedo intenso: cuanto más miedo sentimos, más hostiles frecuentemente nos volvemos. Este comportamiento se ve en los animales salvajes, los cuales, al sentirse amenazados, instintivamente protegen su territorio con cuanto recurso está a su alcance: el toro carga, la leona gruñe y se avalanza; la víbora segrega veneno; el puercoespín muestra sus púas; la abeja pica. Tristemente, a lo largo de la historia, los seres humanos han imitado estos instintos primarios de supervivencia en cuanto a actitudes y conductas hacia otros seres humanos. A todo lo que tememos o no entendemos, tratamos de condenarlo o destruirlo.
La Negación por Enojo nos deja ciegos: ciegos para con la verdad que está tratando de revelarse; ciegos para con los nuevos caminos interiores, experiencias y descubrimientos que están disponibles para nosotros con sólo mirarlos; ciegos para con el amor, apoyo y buena voluntad de los otros; y lo más trágico de todo, ciegos para con nuestro corazón: nuestros sueños, nuestros miedos, nuestra añoranza por la visión verdadera.
Jocelyn, la dueña de una exitosa agencia de publicidad con oficinas en muchas de las grandes ciudades, se sentó frente a mí y me contó una dramática historia. Dos años atrás contrató a Patricia, una joven muy motivada, egresada hacía unos años, para hacerse cargo de su oficina en Chicago. Patricia comenzó como asistente de un ejecutivo de cuentas, pero rápidamente demostró ser una gran trabajadora y muy agresiva a la hora de conseguir nuevas cuentas. “Estaba impresionada con ella,” explicaba Jocelyn, “y necesitaba alguien que realmente pudiera imprimirle energía a la operación de Chicago. Vuelo a Nueva York una vez cada algunas semanas para controlar todo, pero con tantas campañas, realmente me resulta difícil seguir de cerca cada una de las oficinas. Ella parecía perfecta para el puesto, y me aseguraba que podía respaldarme en ella y dejarla manejar las cosas. Así lo hice.”
Pasó un año, y el negocio estaba en auge en todas las sucursales de Jocelyn, tanto que decidió que era el momento de traer una firma de gerenciamiento de negocios internacional de gran reputación para que supervisara las operaciones financieras de toda la compañía. Ellos planearon pasar dos meses evaluando cada aspecto del negocio de Jocelyn y ofreciéndole recomendaciones que ayudarían a que las cosas funcionaran aún mejor. Jocelyn envió una carta a sus empleados anunciando su afiliación con el grupo gerenciador, y pidiéndoles que cooperasen y los ayudasen a reunir toda la información que necesitaban.
“Una mañana,” dijo Jocelyn, “recibí una llamada telefónica del vicepresidente del grupo de gerenciamiento. Me dijo: Tenemos un problema en Chicago.” Cuando le pregunté qué tipo de problema, dijo una palabra: Patricia. Cuando se había puesto en contacto con ella y le había pedido información sobre sus cuentas, sus archivos financieros y sus comprobantes de gastos, se había puesto hecha una furia, amenazándolo con hacerlo despedir, acusándolo de tratar de robarle su puesto, y aún insultándome por enviarle un ‘espía’. Yo estaba anonadada y me convencí de que debía de haber algún mal entendido. “¿Por qué Patricia se comportaría de ese modo?”
Jocelyn le pidió a Patricia que volara a New York para una reunión, y las cosas fueron de mal en peor, “Yo estaba tan extrañada,” me dijo Jocelyn, “porque yo era la que debería haber estado enojada con ella, y sin embargo ella se presentaba furiosa ante mí. Me dijo cosas como ‘¿Cómo me atrevía a no confiar en ella?’ ‘Yo considero esto un acoso.’ Honestamente me sentía como si estuviese viendo una película con un mal libreto, sólo que esto estaba sucediendo realmente. Traté de asegurarle que nadie estaba acusándola de nada y que simplemente estábamos tratando de hacer más eficientes nuestros procedimientos y archivos en todas nuestras oficinas. El sistema de Patricia siempre había sido muy informal, y ésa es la razón por la cual habíamos contratado profesionales. Pero ella no podía oír nada de esto: era como si ella ya hubiese decidido qué estaba pasando y estuviese reaccionando a eso, y nada más. Al final, ella simplemente se fue furiosa.”
Dos días más tarde, Patricia inició una enorme demanda contra Jocelyn, acusándola de todo lo que puedas imaginar. La demanda no tenía fundamento, pero a Jocelyn le costó seis meses y varias cuentas de abogados caros deshacerse del juicio y de Patricia. “No me he recuperado todavía,” me confió. “Me siento como si accidentalmente me hubiese tropezado con un avispero y hubiese quedado toda picada.”
La analogía de Jocelyn fue ciertamente apropiada. Sin darse cuenta, ella había entrado sin autorización en el territorio de los miedos secretos de Patricia: miedo a perder su trabajo, a cometer errores, a ser demasiado inexperta y desorganizada, a fallar. La bravura de Patricia y la apariencia de confianza habían encubierto siempre sus vastas inseguridades, a las cuales no podía enfrentar. Había estado en negación hasta que se preguntó por sus registros. Aterrada por la idea de que sus imperfecciones fueran descubiertas y temerosa de ser atacada, ella golpeó primero. La Negación por Enojo de Patricia la compelía a evitar reconocer sus miedos y defectos volviéndose innecesariamente hostil y a la defensiva. Irónicamente castigaba a la persona cuya aprobación tenía tanto miedo de perder.
Aquellas personas que se permiten la Negación por Enojo son maestros para esconder sus propios criterios de inadecuación y también los de los otros. Se vuelven furiosos ante cualquier persona o cosa que incluso sin advertirlo encuentra una forma de hacerles sentir las vulnerabilidades que han estado tratando de erradicar toda su vida.
Hay algunas personas que si no lo saben, no se lo puedes contar.
Louis Armstrong
Dejemos al inimitable, categórico Louis Armstrong, considerado por la mayoría como el músico de jazz más influyente de la historia, que lo diga mejor de lo que nunca yo hubiese podido: hay gente que no tiene interés en conocer nada que ya no conozca, aun cuando se les presente frente a sus ojos. Eso es Negación Incondicional.
La Negación Incondicional es la renuncia a reconocer la verdad o la realidad cualquiera sea la evidencia con la que nos confrontemos. La Negación Incondicional es la cosa real, pura y sin alteraciones por ningún sentido de la razón o la racionalidad. No es una negación parcial, es absoluta. A diferencia de las otras formas de negación, no deja lugar a dudas, ni posibilidad de llegar a la verdad más adelante, ni otro punto de vista que pueda considerarse. Es inflexible e implacable.
La mente humana asombra por su capacidad para distorsionar la realidad hasta el punto en el que realmente creemos que nuestra visión alterada de la verdad es la correcta, y que las versiones de las otras personas sobre la misma realidad son falsas. En el caso de la Negación Incondicional, este mecanismo poderoso de bloquear nuestra realidad opera con todo su potencial. Es la persona que con sus propias manos sobre los ojos grita, “No veo nada.” Esta filosofía está resumida en la calcomanía que se usa en los paragolpes de algunos autos, que dice: “No me Confunda con la Verdad. ¡Estoy en Negación!”
Todas las formas de negación son, en gran medida, un tipo de mecanismo de supervivencia que aparece cuando estamos asustados o amenazados. Las personas que caen en la Negación Incondicional creen a nivel inconsciente que su supervivencia psicológica depende de la férrea adhesión a su versión de la verdad, sin lugar para la negociación. Su negación se vuelve una balsa vital para ellos, en lo que parece un mar tenebroso de realidades dolorosas. Mientras permanecen en negación, se convencen de que no se ahogarán. Lamentablemente lo cierto es lo contrario: están ahogándose, ahogándose en una negación tan densa y dura, que uno se pregunta si algo, alguna vez, va a poder penetrarla.
Este es un correo electrónico que recibí recientemente de una de mis lectoras:
Querida Dra. De Angelis,
Le escribo desde mi desesperación, y espero que usted pueda ayudarme. Mi nombre es Shawna. Tengo treinta y cuatro años y estoy felizmente casada. También tengo una hermana melliza, y mi hermana Sheila es la que me tiene preocupada. Sheila y yo hemos sido hermanas muy cercanas siempre, aunque somos muy diferentes. Quizá porque nací primera, siempre tuve más confianza en mí misma, y Sheila siempre fue insegura. Tampoco su juicio ha sido el mejor. En la escuela secundaria, se unió a un grupo de chicos malos, siempre de fiestas y bebiendo, y aun cuando mejoró su conducta después de aquello, nunca fue muy cuidadosa consigo misma.
Lo que voy a contarle es sobre Sheila y su esposo Bobby. Ellos se casaron cuando estábamos en la universidad y tuvieron dos niños. Estaba muy contenta de que Sheila hubiese encontrado a Bobby porque es una linda persona, muy estable y que lleva una linda vida. Yo siempre estuve preocupada de que las inseguridades de Sheila pudieran causar algún problema, y creo que estaba en lo correcto. Hace unos cinco años, Bobby le dijo a Sheila que ya no estaba feliz en el matrimonio y que le gustaría consultar a un profesional para trabajar en ello. Ella se enojó con él e hizo como si no le hubiese dicho nada. Tampoco me dijo nada a mí al respecto, y siempre me cuenta todo, o al menos era lo que yo pensaba. Sólo después que todo había explotado me enteré por Bobby. El dice que cada mes sacaba el tema, y que ella lloraba por un rato, y luego hacía como si no hubiesen hablado de nada. Ahora me doy cuenta de que algo estaba mal entre ellos cuando los veíamos, pero cada vez que le preguntaba, ella insistía en que no sucedía nada malo.
Un día hace unos tres años, fui temprano a casa de Sheila para que los chicos pudieran jugar juntos, y noté que el auto de Bobby no estaba. Le pregunté dónde había ido, y Sheila me respondió que había viajado por trabajo. Ahora me doy cuenta de que era una mentira porque Bobby trabaja como plomero y nunca viaja por trabajo. Sheila parecía completamente normal, horneando bizcochos y haciendo los quehaceres, así que le creí. Pero durante las semanas siguientes, al ir a su casa, veía que Bobby no estaba allí.
Dra. De Angelis, estoy segura de que usted sabe lo que le voy a decir. Bobby le había dicho a Sheila que quería separase y se había ido de la casa. Sólo lo supe cuando él llamó a mi esposo más tarde ese mes y le contó todo. Dijo que amaba a Sheila, pero que no podía seguir viviendo con ella. Estaba cansado de ser el único que trataba de que las cosas funcionaran. Él estaba muy dolido con la situación, y a pesar de lo mucho que amo a mi hermana, entiendo lo que estaba pasando.
Sheila todavía fingía que no sucedía nada, e incluso cuando le hablé frontalmente, inventó la excusa de que Bobby necesitaba su propio apartamento para poder trabajar en la contabilidad tarde en la noche. Le dije que había hablado con Bobby varias veces, y que me había dicho que estaban separados, se echó a reír y dijo, “No quiso decir eso. Está planeando volver a casa tan pronto como ponga sus trabajos en orden. De este modo puede concentrarse mejor.”
De aquí en más las cosas fueron aún peor. ¡Todos sabíamos que Bobby había dejado a Sheila excepto Sheila! Hasta sus hijos, de diez y doce años, me dijeron que ellos sabían que sus padres estaban divorciándose, aun cuando escuché a Sheila decir frente a ellos varias veces que Bobby sólo estaba atravesando una “crisis” y que volvería. Después llegó Navidad y Sheila envió tarjetas de ella y Bobby completas con una de esas cartas impresas acerca de cómo está cada uno, ¡y hablaba todo sobre Bobby! Él se había ido hacía casi un año, y todavía se negaba a admitirlo frente al resto, y especialmente frente a ella misma. Incluso le mandó una tarjeta para la fecha de su aniversario de casados, y lo sé porque él me la mostró, donde decía “¡Feliz Aniversario, Bebé! De tu verdadera amante y esposa Sheila, por muchos más años juntos.” Lloré cuando leí esa tarjeta.
Un año y medio atrás, Bobby comenzó a verse con una mujer muy linda llamada Helen a la que había conocido en la iglesia, y comenzaron una relación muy seria. A todos nos gusta mucho Helen, ella y Bobby hacen una linda pareja, y él parece realmente feliz.
Cuando trato de hablar sobre esto con Sheila, ella se rehúsa a siquiera creer que es verdad. “No puedo aceptar esto,” dice siempre. “Hasta donde sé, Bobby todavía es mi esposo. Me niego a darle importancia a esta mujer. Se debe tratar solo de sexo, estoy segura.” Todavía llama a Bobby a toda hora del día y de la noche, como si todavía estuvieran juntos. Hace de cuenta que Helen no existe. Bobby ya no sabe qué hacer. Ha tratado de ser amable y cortés, esperando a que Sheila decida enfrentar la realidad, pero nunca lo hace. Todavía actúa como si él fuera a volver uno de estos días. Todavía lleva puesto su anillo de bodas, aunque le he rogado que se lo saque.
Hemos intentado que consulte a un terapeuta, pero se niega e insiste en que está bien. Está viviendo completamente en un mundo de sueños, y no puedo vivir en ese mundo con ella. Me está rompiendo el corazón verla de este modo. Por favor dígame si hay algo que pueda hacer por mi hermana melliza.
La historia de Sheila es triste. Hasta que no tenga ayuda de un profesional o toque fondo, probablemente no encontrará la motivación que necesita para sanarse a sí misma. Leyendo la carta de Shawna acerca de la negación sin fin de su hermana, una vez más recordé cuán poderoso es cada uno de nosotros, más allá de todo lo que podamos imaginar. Sheila ciertamente era un ejemplo inquietante e incuestionable de ese poder. Día tras día, año tras año, a pesar de todas las evidencias en contrario, ella persistía en su negación de la verdad, usando cada pizca de su voluntad, su fuerza, su intención para no ver la realidad. Por supuesto que éste no es un logro del que debiera estar orgullosa —está destruyendo la vida de Sheila— pero no puedo evitar imaginarme los objetivos enormes que sería capaz de alcanzar Sheila si pusiera todo este empeño en algo positivo en vez de seguir la dirección destructiva.
La verdad duele; no cuando se la busca, ¡cuando se huye de ella!
John Eyberg
De cualquier modo que lo hagamos, por la razón que lo hiciéramos, y por el tiempo que durara, una cosa es cierto: huir de la verdad es un ejercicio inútil. Llegado el momento, e inevitablemente, la verdad nos atrapará, y para ese momento estaremos exhaustos.
Desconocer la realidad demanda una gran
cantidad de energía.
Cuando usamos nuestro tiempo, nuestra voluntad y
nuestros esfuerzos para huir de la verdad, quedamos
exhaustos, física, mental, emocional y espiritualmente.
No nos damos siquiera cuenta de cuánta de nuestra fuerza de vida hemos estado usando para no ver, no sentir y no saber… hasta que dejamos de hacerlo. Entonces, de repente, nos sentimos inundados con olas de fuerza, vitalidad y optimismo. Nos sentimos reanimados, renovados y, de algún modo, como si hubiésemos vuelto a nacer.
Y es así como debería ser, porque cuando renunciamos a nuestra negación, partes nuestras han muerto: nuestra lucha, nuestra ceguera, nuestra resistencia a esa verdad que ha estado pacientemente esperando nuestro abrazo.
Debemos cuidarnos de pensar acerca de las cosas impensables
porque cuando las cosas se vuelven impensables, el pensamiento
para y la acción se vuelve mecánica.
James W. Fullbright
Esto es lo que estamos empezando a entender: Nada importa más que estar despierto a la verdad que nos rodea y a la verdad dentro nuestro. Tratar de no verlas es como andar por la vida como un sonámbulo, con los ojos cerrados para lo que yace detrás y por delante de ti. Tú, y yo, y todos nosotros que añoramos vidas iluminadas, debemos, como el gran político y visionario James Fullbright nos lo recuerda, encontrar el coraje para enfrentar la verdad que nos ha estado acechando, reconocer el elefante salvaje que amenaza nuestras expectativas y pensar en las “cosas impensables”.
Imagina cómo serían nuestras vidas si nos volviéramos adeptos a correr tras la verdad en vez de huir de ella. Imagina cuánta perspicacia, capacidad de asombro y revelación florecería en nuestra conciencia si nuestra intención fuera estar absolutamente despiertos, en vez de permanecer medio dormidos.
Recientemente encontré la historia sorprendente de Katharine Butler Hathaway, una escritora americana nacida en 1890. Mientras era una niña se le diagnosticó tuberculosis espinal. En un intento por curar su columna vertebral deformada, su médico la amarró a una pizarra y la mantuvo inmóvil por diez años, hasta que tuvo quince. A pesar del horrible sufrimiento que soportó, el tratamiento no dio resultado. Katharina se dió cuenta, aunque nadie se lo diría, que su discapacidad era un tema prohibido: ella era jorobada y considerada “deforme” por su familia y por la sociedad, y se esperaba que se mantuviera a escondidas del mundo, viviendo como una solterona dependiente.
Katharina hizo una elección valiente: decidió hacerse cargo de la verdad sobre su condición y enfrentar la vida. Se mudó lejos de su familia. Desafiando todas las expectativas, se convirtió en una artista, viajó a través de Europa, compró y restauró una casa en Maine y se casó. La autobiografía de sus luchas, The Little Locksmith fue publicada un año después de su muerte a la edad de cincuenta y dos.
Katharina escribió:
El cambio de vida es el momento en que te encuentras contigo misma en una encrucijada y decides si serás honesta o no antes de morir.
Quizá ésa sea la única y real encrucijada a la que todos vamos: no la decisión de ir en esta o en aquella dirección respecto de temas del exterior, sino la decisión acerca de cómo queremos existir en nuestro interior; no qué vamos a hacer con nuestra carrera, nuestras relaciones, o nuestros problemas, sino si vamos a huir de la verdad o si vamos a ir a su encuentro.
Ésas son las decisiones valientes que esperan ser tomadas:
La elección de volver a conectarnos y escuchar el insistente llamado de la verdad a la puerta.
Y la elección de atender la puerta.