La gente que vive y actúa sin sentido corre
el riesgo de quedar atrapada en una vida sin vivir.
Jeff Cox
Algunas veces, tratando de evitar el sufrimiento, nos provocamos mayor dolor. A veces, tratando de escapar de lo que queremos evitar, terminamos en algo peor. Intentamos escapar de las realidades desagradables que implacablemente nos persiguen, y por lo tanto corremos ciegamente en otra dirección, sólo para vernos finalmente atrapados por el descontento de nuestras propias preguntas sin respuestas y la desilusión de nuestra propia vida sin vivir.
Aquí está mi próxima historia para ustedes:
Hace mucho tiempo, había un picapedrero que vivía en un pequeño pueblo al pie de una montaña. Era un hombre simple, un gran trabajador y un proveedor estable de su esposa y sus tres hijos. De todos modos, el picapedrero tenía un defecto: aunque generalmente estaba de buen talante, odiaba ser molestado por el ruido mientras trabajaba. Su familia aprendió a ser muy cuidadosa cuando el picapedrero estaba concentrado pensando cómo cortar una piedra en particular, pero los perros del vecino eran otra cosa. Cada vez que nuestro trabajador comenzaba con su tarea, los tres perros pendencieros empezaban a ladrar y aullar muy alto, haciéndolo distraer. Sin importar la cantidad de veces que había hablado con los vecinos y les había gritado a los perros para que permanecieran en silencio, los animales continuaban torturando al picapedrero con su incesante bulla.
Finalmente el hombre tuvo una idea: si no lograba que los perros se callaran, iba a lograr no escucharlos. Entonces modeló dos pelotitas de cera que se colocó muy profundo en sus orejas. ¡Silencio! Estaba extasiado. Apenas podía escuchar algo, pero no le preocupaba. Por primera vez en años, trabajó en paz con sus piedras.
Cuando su esposa vio que estaba más contento que usualmente, no imaginó qué cosa lo estaba causando. Por algunas semanas, se sintió aliviada porque su esposo había dejado de protestar sobre los perros y parecía tener mucha paz. Pero después de un tiempo, comenzó a enojarse porque parecía que sin importar lo que le dijera a su esposo, este la ignoraba totalmente. “Buenos días, querido,” le decía cuando venía a desayunar, y él no contestaba nada. “El caballo está decaído: podría tener una piedrecita en su herradura,” anunciaba, pero su esposo caminaba como si ella no hubiera dicho nada. “¿Has visto mi balde?” preguntaba, pero él simplemente sonreía y se iba. “¿Por qué me está tratando de este modo?” se preguntaba en su desesperación.
La esposa del picapedrero no era la única que se estaba exasperando con él. Sus clientes, también estaban teniendo problemas. Un propietario adinerado visitó su taller y preguntó si el picapedrero podría construir una fuente para su parque, prometiéndole un muy buen pago, pero él nunca fue a la propiedad del señor. El granjero de camino abajo, que conocía al picapedrero desde que eran niños, se detuvo un día y le ofreció tomar sus servicios para construir una nueva pared de piedra alrededor de sus campos, pero nuestro hombre actuó como si no lo escuchara, y el granjero se alejó furioso. Pronto el picapedrero apenas tenía trabajo, y se estaba quedando sin dinero.
Se dio cuenta de que la gente a su alrededor estaba más agitada que de costumbre, pero él estaba tan contento disfrutando la nueva paz y quietud de su mundo que no le dedicó mucho tiempo a pensar en los demás. “No recuerdo haber estado tan feliz y en calma,” se decía a sí mismo.
Finalmente, su esposa no pudo soportar más. Su esposo apenas le había hablado durante mucho tiempo. Ella le había rogado que le dijera qué era lo que estaba mal, le pedía que recordara lo mucho que se habían amado, y le imploró que le abriera nuevamente su corazón. Cuando esto no funcionó, ella lo intentó gritándole y amenazándolo con irse, pero esto, tampoco pareció dar resultado. Un día decidió que lo suficiente era suficiente. Empacó sus cosas en el carromato junto con las de sus hijos y les dijo a los vecinos que se mudaba con su mamá al próximo pueblo. Todo lo que le quedaba por hacer era despedirse de su esposo.
Hasta aquí seguramente te habrás dado cuenta que el picapedrero no se había quitado las pelotitas de cera desde el momento en que se las pusiera. En realidad se había olvidado de ellas. Pero ese día de verano estaba particularmente cálido, y la cera, que se había ablandado con el tiempo, comenzó a chorrear. El sintió el líquido cayéndole desde sus oídos, y justo entonces, su esposa apareció en la puerta del taller. “Adiós,” dijo con voz fría. “Me voy y me llevo los niños conmigo.”
Una sacudida golpeó la cabeza del picapedrero: parecía haber pasado tanto tiempo desde la última vez que había escuchado la voz de su esposa, o de cualquier otra persona, claramente. Luego registró lo que ella decía.
“¿Te vas?” dijo con voz quebrada. “¿A dónde te vas querida?”
“¡No te hagas el tonto conmigo! ¡Me voy, por Dios! No puedo convivir más en este infierno contigo,” gritó.
“Pero… pero… ¡No entiendo! ¿Hay algo mal? ¿No eres feliz?”
“¿Si soy feliz?” gritó ella. “Es un poco tarde para preguntarme eso ahora. He tratado de hablar contigo por tres años, tratando de explicarte lo desdichada que era, pero me hacías callar. ¡Era como si no escucharas una palabra de lo que te decía! ¡Se acabó!” y con esto dio media vuelta y se fue.
De pronto, escuchó otro sonido que no había sentido durante tres años: los perros del vecino ladrando. Y en ese momento, su corazón dio un vuelco al darse cuenta lo tonto que había sido: para convertirse en sordo para los ladridos de los perros, se había vuelto sordo para todo lo demás. No sólo había estado sordo: también había estado ciego para la verdad.
Usualmente no nos damos cuenta del alto costo que pagamos para desconectarnos de la realidad hasta que es demasiado tarde. Al principio, como el picapedrero, sentimos un alivio por no tener que lidiar con la verdad que hemos estado temiendo. Nuestra relación no es tan mala por cierto, y las cosas están más calmas ahora que no hablamos de nuestros problemas. Desde que acepté que no conseguiría el ascenso en el trabajo, no nos hemos preocupado tanto por eso, y por otro lado tenemos más tiempo para nosotros. Desde que concluimos que nuestra amiga que estaba molesta con nosotros no tenía motivos suficientes y dejamos de llamarla, no tenemos que preocuparnos acerca de qué decirle.
Pronto, sin embargo, descubrimos la verdad desafortunada, no podemos desconectarnos en forma selectiva. Cuando desactivamos la habilidad de ver una cosa, creamos el hábito de desactivar la habilidad de ver cualquier cosa. Cuando cortamos nuestro deseo de escuchar, ya sea nuestra voz interior de descontento, las quejas de nuestra pareja, o los mensajes de los otros, cortamos nuestra capacidad de escuchar cualquier cosa. Sin darnos cuenta de lo que sucede, sin intenciones de que suceda, el resultado de la desconexión repetida es siempre el mismo:
Cuando nos desconectamos por un tiempo
lo suficientemente largo,
inevitablemente nos apagamos.
¿Cómo se siente estar apagado? Aturdimiento. Desgano. Desconexión. Frialdad. Falta de vida. Esto es, si todavía estás atento a sentir algo.
La mayor parte del tiempo, de todos modos, estar apagado se siente como la nada. Eso es porque estás apagado. El picapedrero no tenía idea de que se había cerrado al mundo, y aun cuando mi historia no parezca realista, el modelo es el mismo: cuando empiezas a desconectarte con lo que pasa en tu interior y lo que pasa a tu alrededor, es como si empezaras a retirarte del mundo lenta e imperceptiblemente. Los otros pueden darse cuenta de que estás distante y menos presente, pero a menudo tú estás haciendo caso omiso a cómo te estás retirando. Incluso te enojas cuando alguien te acusa de retraerte, lo cual seguramente te impulsa a retraerte aún más.
Una jovencita de catorce años describe su proceso de desconexión de este modo:
Simplemente te desconectas porque no te gusta como va la historia. Como cerrar un libro después de terminarlo, o apagar un programa o un CD.
Un esposo de treinta y cuatro dice lo siguiente:
Nunca tomé una decisión consciente para desconectarme de mi esposa. Después de un tiempo era más fácil para mí desconectarme de sus críticas y su frialdad que lidiar con ellas. Me dije que iba a darme un fin de semana para enfriarme y me replegué en mi pequeño mundo propio. Pronto un fin de semana se convirtió en un mes de fines de semanas, y luego en años de sentirme totalmente desconectado. Y ahora, me siento a millones de millas de distancia de mi esposa, y no puedo imaginarme cómo volver a abrirme.
Una mujer divorciada de cuarenta y ocho años dice lo siguiente:
La única forma que encontré para sobrevivir al alcoholismo de mi esposo por muchos años fue desconectarme y seguir en automático.
¿Qué más podía hacer, con tres niños pequeños? Cuando estaba bebido, él era el cuarto niño. Yo estaba cuidando de todos, tratando de mantener las cosas en orden aun cuando sabía que todo estaba rompiéndose. Una vez que obtuve el divorcio y mis hijos entraron a la escuela secundaria, mis amigos me dijeron que era hora de tener nuevamente una vida. Y pensé, “¿Cómo se hace eso, empezar a quererse nuevamente?” “Porque me sentía casi muerta por dentro.”
Apagar tu televisor, o tu DVD o tu teléfono celular no tiene consecuencias serias ni a largo plazo: cuando estás listo para escuchar, ver o hablar nuevamente, los enciendes. Esto no sucede cuando te desconectas a ti mismo.
No nos damos cuenta cómo nos hemos desconectado
hasta que tratamos de retornar y descubrimos que no
podemos encontrar el botón para hacerlo.
Nuestras vidas comienzan a terminar el día que
permanecemos en silencio sobre las cosas que importan.
Martin Luther King
Por todo el coraje que he demostrado en mi vida, han habido otros tantos momentos en los que me he mantenido en silencio por temor. Por todo el amor que me siento, han habido otros tantos momentos en los que he permitido que otros me trataran con descortesía. Por toda la visión y claridad que tengo, han habido otros momentos en los que, deseando evitar conflictos y pérdidas, he cerrado mis ojos a la verdad. Y por mucho que he batallado para mantener mi corazón abierto debo, también, confesar que me he desconectado, no por mucho tiempo, pero lo suficiente como para mirar atrás y lamentar cada hora que perdí en la gruesa niebla del sacrificio y de la decepción personal.
Está claro para mí ahora, estando como estoy en una playa segura y estable, que la razón de mi sufrimiento más agonizante siempre estuvo dentro de mí. Ni las mentiras ni deshonestidad de mis amantes han sido más devastadoras que mi propia negación a honrar lo que sabía era la verdad en mi corazón. Los intentos de mis enemigos por lastimarme o entorpecer mi situación no han sido tan dañinos como mis propias elecciones de permitir que esas fuerzas oscuras me llenaran temporalmente de miedo y me causaran titubeos. Nadie me ha quitado nada injustamente —reconocimiento, dinero, ideas, oportunidad— que haya sido más que aquello a lo que renuncié por ignorar que lo necesitaba o merecía.
Esta ha sido una toma de conciencia esencial y cara, una que me ha recompensado de un modo que no podría haber imaginado: sanándome, liberándome, dándome más poder.
Todos nosotros hemos estado haciendo el mismo tipo de excavación personal, luchando para recobrar piezas de nosotros mismos que creíamos que nos habían sido robadas, pero que en realidad nosotros habíamos enterrado o encerrado: emociones perdidas, sueños escondidos, añoranzas olvidadas, respeto y fe en uno mismo.
Katherine Anne Porter, escritora americana de cuentos, ganadora del Premio Pulitzer, que ganó renombre en la primera parte del siglo veinte, escribe acerca de esos momentos necesarios pero dolorosos de revelación en su famoso texto “Theft”. Allí ella cuenta la historia de una mujer que, durante toda la vida, se había desconectado de sus propias necesidades, dándole pedazos de si misma a un hombre detrás de otro. En los momentos finales del cuento, cuando se le devuelve un monedero que le habían robado, la mujer contempla su vida y sus pérdidas y se da cuenta de que se siente robada, no por el ladrón del monedero, sino por su propia decisión de ignorar los deseos propios. Confiesa:
“Tenía razón al no temer de ningún ladrón salvo de mí misma, que me dejaría sin nada al final.”
Cada vez que leo esta línea, me siento impactada por el modo poderoso en que capturó esa verdad, que como la heroína de nuestro cuento, muchos de nosotros descubrimos demasiado tarde: pasamos tanto tiempo tratando de protegernos del dolor y las pérdidas, preocupándonos por lo que otras personas puedan hacernos, o quitarnos, cuando en realidad nosotros somos el “ladrón” que tiene más posibilidades de robarnos.
Cuando nos desconectamos y apagamos, nos robamos a
nosotros mismos las cosas más valiosas: nuestros
sueños, nuestros sentimientos, nuestro amor,
nuestra vivacidad.
Este robo autoperpetuado es una pérdida que nos cuesta
mucho más de lo que podemos imaginar, ya que nos
robamos aquello que es más precioso y esencial que lo
que cualquier otra persona pueda robarnos.
¿Qué otro calabozo es más oscuro que nuestro propio corazón?
¿Qué carcelero más inexorable que uno mismo?
Nathaniel Hawthorne
Escondido debajo de una vida apagada, hay un depósito de desesperación. A veces es una desesperación tranquila, nacida del silencioso conocimiento de todo aquello de lo que nos hemos desconectado. A veces es una desesperación cínica, reprimiéndonos porque es demasiado tarde para la felicidad, demasiado tarde para el cambio. A veces es desesperación disfrazada de enojo o culpa, y a veces no está disfrazada en absoluto, y experimentamos una profunda tristeza y depresión que parece que no va a desaparecer.
Prisioneros de estos calabozos de desesperación, a menudo nos encontramos en una suerte de parálisis, como si estuviésemos amarrados por cadenas invisibles y no nos pudiésemos mover. Es difícil tomar decisiones, sentirnos motivados, es difícil ponerse en contacto, actuar, cambiar. Nos sentimos paralizados, congelados. Y es difícil decir qué es más desconcertante para nosotros: el letargo que estamos experimentando, o nuestra molesta falta de capacidad para salirnos de él.
Recientemente leí en una revista una entrevista hecha a Christopher Reeve, el actor famoso y estrella de cine que sufrió un devastador accidente ecuestre en 1995, que lo dejó paralítico desde la nuca hacia abajo. Tenía una profunda admiración por el coraje e indomable espíritu del señor Reeve. Desafía todas las probabilidades en su búsqueda para respirar por sí mismo sin la asistencia de un respirador y para rehabilitar su cuerpo, y al mismo tiempo trabaja incansablemente tratando de lograr conciencia y promover investigaciones sobre los daños a la columna vertebral. En un punto de la entrevista, el señor Reeve dijo algo tan poderosamente honesto que me quedó grabado:
“Algunas personas están por allí caminando con total dominio sobre sus cuerpos y están más paralizados que yo.”
Esta sabiduría profunda, aguda, nacida del tremendo dolor y sacrificio, cristaliza el argumento como nadie, salvo alguien en las condiciones de Christofer Reeve, podría hacerlo.
Somos libres para movernos, sin embargo no lo hacemos. Somos libres de tocar a los que amamos, sin embargo muchas veces nos apartamos. Somos libres para hablar, pero a menudo permanecemos en silencio. Somos libres, pero estamos congelados.
Una buena amiga mía había estado luchando en su relación con su esposo, que también era amigo mío, por muchos años. El era un padre increíble y un buen hombre para todo su entorno, pero había puesto distancia para con ella. Mi amiga sabía que su esposo estaba bajo una presión tremenda en su oficina, y durante mucho tiempo le atribuyó a esto la distancia entre ambos. Finalmente cuando las cosas empeoraron en vez de mejorar, ella le rogó que trabajaran en la pareja, y que buscaran juntos orientación psicológica. Le dijo que se sentía triste, no amada y descuidada, y le advirtió que había empezado a sentir desamor también. “¿Cómo llegamos hasta aquí?” se preguntaba. “Hagamos algo para salvar nuestro matrimonio.”
A pesar de sus intentos por acercarse a él, su esposo ignoraba sus reclamos y no hacía nada. No estaba en desacuerdo con ella. Tampoco decía que fuera culpa de ella. No se enojaba. Simplemente no hacía nada.
Yo sabía que este hombre amaba a mi amiga mucho, y me sorprendía que no hiciera todo lo que estuviera a su alcance para conservar a su esposa. Cada vez que hablaba con él, parecía que todo estaba muy bien, contando orgulloso anécdotas de sus hijos y sin mencionar nada de sus problemas maritales. Aun cuando su esposa le dio el ultimátum, tranquilamente lo ignoró y actuó como si nada hubiese pasado. Cuando le pregunté a mi amiga por qué pensaba que su esposo actuaba de ese modo, dijo algo muy revelador y triste:
“Creo que está tan aterrado de enfrentar el hecho de que tenemos problemas, que en vez enfrentar la verdad, se paraliza. Es como si se hubiese congelado en su propia vida, incapaz de hacer algo.”
Finalmente mi amiga llegó a su límite, y tomó la difícil decisión de darle fin a su matrimonio. Horas después de habérselo dicho a su esposo, él me llamó, absolutamente destruido. “Mi esposa quiere el divorcio,” confesó entre sollozos. “De repente, dice que todo terminó. No puedo creer que vaya a perderla. La casa, los amigos, todo lo que compartimos va a desaparecer. ¿Cómo me puede estar sucediendo esto?”
Me apenaba por mi amigo, no precisamente por la ruptura, sino porque había estado, como mi amiga sospechaba, totalmente cerrado, congelado. El golpe al saber que ella lo dejaba actuó como un llamado de atención violento, rompiendo el hielo que rodeaba su corazón. Había estado desconectado por mucho tiempo, pero ahora estaba sintiendo todo: sorpresa, dolor, culpa, enojo para consigo, miedo sobre el futuro y arrepentimiento horrible. Finalmente estaba prestando atención, pero era muy tarde.
Imagina que cada tema sin resolver, cada miedo incontestado y emoción sin procesar es como un bloque de hielo en el medio de nuestro paso. Cuando hay pocos podemos maniobrar para encontrar la salida entre ellos. Cuantos menos temas resolvamos en nuestra vida y en nuestras relaciones, más bloques de hielo reuniremos, hasta que en determinado momento estemos totalmente rodeados de una pared de temas sin resolver y de sentimientos congelados. Nos sentimos atascados, atrapados e incapaces de movernos.
Cualquier cosa que contribuya con nuestro aturdimiento y nuestra habilidad para apagarnos, nos ayudará a mantener un estado de congelamiento emocional: drogas, alcohol, compras, trabajo excesivo —cualquier cosa que tranquilice nuestra insatisfacción y sede nuestra infelicidad—, amigos o familia que cooperen con nuestra negación, incluso un compañero que esté fuertemente afianzado en su propio aturdimiento, haciendo difícil nuestra propia salida.
Esto es lo que sucedió con el esposo de mi amiga. Él tenía toda una vida de temas congelados encerrándolo, compuestos de presiones profesionales y financieros y el temor de fallar en su matrimonio. Los manejaba de la única manera que conocía: los congelaba aún más.
Cuando te dices a ti mismo, “No quiero lidiar con esto,” no sólo te alejas de algo o alguien, te desconectas de toda tu fuerza vital, de la fuente del amor, poder y sabiduría que llevas dentro. Puedes pensar que alejándote de lo que te resulta desagradable te estás protegiendo, pero esa noción es falsa.
Desconectarte nunca te protege del dolor. Congelarte
nunca te aísla del sufrimiento. En cambio, crea una
pared de aturdimiento congelante entre tú y aquello para
lo que vives: intimidad, pasión y conexión verdadera.
Hay sólo un modo de escapar del congelante calabozo de nuestro propio corazón. El hielo necesita ser derretido, bloque por bloque, emoción por emoción, verdad por verdad, sueño por sueño. De esto se ha tratado el trabajo de toda mi vida. Eso es lo que estamos haciendo en estas páginas.
El amor nunca muere de muerte natural. Muere porque
no sabemos cómo volver plenas sus fuentes.
Muere por ceguera y errores y traiciones. Muere
por enfermedad y heridas; muere de cansancio,
desvanecimiento, de empañamiento.
Anaïs Nin
El congelamiento y la desconexión son los enemigos del estar vivo. Ellos son los enemigos de la pasión. Son los enemigos del amor. No puedes quedarte congelado y tener una relación íntima profunda. No puedes estar apagado y esperar sentirte encendido en tu corazón, en tu mente o en tu cuerpo. Esto es porque el congelamiento interrumpe el flujo del amor, y lo vuelve un río de hielo.
Cuando te desconectas de los llamados de tu interior,
apagas tu corazón. Y cuando apagas tu corazón,
también apagas tu cuerpo.
Últimamente, los diarios y revistas han estado llenos de artículos sobre los “matrimonios sin sexo.” Las parejas confiesan que han pasado meses, e incluso años desde que intimaron por última vez con el otro, y muchos expertos aseguran que este patrón es normal para gente que lleva vidas ocupadas, complejas y llenas de presión. En esencia, este punto de vista asegura que cualquier cosa acerca de los matrimonios está bien: es sólo que la pareja no ha tenido sexo. Las parejas casadas adoptan esta afirmación como una explicación de su falta de intimidad física. “Algunas parejas parecen aceptar que un matrimonio sin sexo es parte de la vida moderna, como lo es el tráfico y el correo electrónico,” escribe Kathleen Deveny en su reportaje de portada en Newsweek “We’re not in the Mood” (30 de Junio, 2003).
Recibo incontables llamados, cartas y correos en mi página en la red acerca de este mismo fenómeno todos los días. Aquí hay una que me acaban de enviar:
Me molesta estar admitiendo esto, pero mi esposo y yo no hemos tenido sexo durante casi un año. Yo tengo treinta y dos y él treinta y cuatro, y tenemos dos hijos pequeños. Acostumbraba a trabajar todo el día, pero ahora soy una mamá que se queda en casa, lo que me mantiene muy ocupada. Mi esposo trabaja duro, y también somos muy activos en nuestra iglesia los fines de semana. Nuestro matrimonio parece muy armonioso, y sé que nos amamos, pero el sexo ha desaparecido. Hemos estado casados durante diez años, y he leído artículos que dicen que esto es natural, que la pasión desaparezca después de un tiempo. Mis amigos que han estado casados por un largo tiempo me dicen que casi nunca tienen sexo tampoco. Echo de menos lo cerca que alguna vez estuvimos, pero me siento atascada. Lo que quiero saber es: ¿piensa que esto es normal?
Mi respuesta a esta señora fue: Sí, pienso que la pérdida del deseo sexual y la falta de intimidad es normal, lo que significa que es común en la sociedad contemporánea, pero no pienso que sea natural, ni pienso que deba ser visto como una ocurrencia previsible en las relaciones que todos debamos aceptar.
La sabiduría convencional explica que el matrimonio sin sexo es el resultado simple e inevitable del ritmo de vida ajetreado y demandante del siglo veintiuno. Mientras que algunas circunstancias como la discapacidad física o la enfermedad pueden volver difícil la intimidad sexual, pero no imposible, pienso que para la mayoría de nosotros, la falta de conexión sexual es el resultado de “estar apagados” en lo más profundo de nuestro ser, y no una fase ineludible de un matrimonio a la que debamos acostumbrarnos. Los dos modelos desconectan y congelan, aislándonos de nuestras propias pasiones, y por consiguiente de nosotros mismos.
Cuando estamos viviendo una vida desconectada,
Terminamos teniendo un matrimonio desconectado.
El sexo es el conjunto de circunstancias más comprimidas
que tenemos. Todo está en esa colisión.
Arthur Miller
Me encanta esta cita del gran escritor Arthur Miller. El tiene razón: la dinámica sexual entre los amantes es realmente un conjunto comprimido de circunstancias donde todos nuestros temas colisionan. Es imposible que lo que sucede en nuestras oficinas, en la sala de estar, la cocina y nuestras mentes y corazones, no afecte lo que sucede en nuestro dormitorio. Es imposible estar congelados o desconectados en nuestra conciencia sin sentirnos desconectados en nuestros cuerpos.
Nuestra naturaleza erótica y nuestra naturaleza
espiritual/emocional están intrínsecamente ligadas.
Desoyendo las demandas de cualquiera de ellas
inevitablemente terminaremos apagando la otra. El
precio que pagamos por no atender y desconectarnos,
es el sacrificio de la sensualidad.
La negación no se lleva muy bien con el flujo del éxtasis erótico. Si suprimimos o ignoramos nuestra necesidades eróticas y sexuales en una relación, crearemos una tensión interna que nos quitará el equilibrio en nuestro trabajo y en todos los aspectos de nuestra vida. Del mismo modo, si estamos desconectados, muy probablemente nos encontraremos desconectados sexualmente con nuestra pareja.
El año pasado, hablé a un grupo de altos ejecutivos de una compañía internacional de comunicaciones. La mayoría de los asistentes eran hombres, y, como habitualmente hago en mis presentaciones, no me dediqué a los temas comunes esperados por la gente de negocios —ventas, productividad, manejo del estrés, mejoras en las relaciones con los clientes—, sino que hablé acerca de lo que pensaba que los beneficiaría más como personas. Mi presentación se llamaba Viviendo y Amando con Pasión: Cómo Mantenerse Encendido. Puedes estar seguro de que había un murmullo de curiosidad mientras subía al estrado.
Siempre me ha encantado hablar para grupos. Es como si hablara con una persona por vez, porque es mi estilo, pero multiplicado por quinientos o por cinco mil, dependiendo del tamaño de la audiencia. El efecto es de una enorme dosis de intimidad de tamaño extra. En aquella ocasión tenía previsto tratar un tema muy íntimo y decir cosas que muchas de esas personas no habían escuchado verbalizadas antes.
En un momento de mi presentación dije:
“Pueden tomar todo el Viagra que quieran, pero si han desconectado parte de sus vidas o de sus relaciones, lo único que levantará la píldora será su pene, porque no podrá levantar su pasión. Eso es algo que sólo podrán hacer desde dentro suyo.”
Podías escuchar la caída de un alfiler en el salón; así de quietos estaban. Como oradora, siempre he sido conocida por lo directa y realista que soy, pero me preguntaba si había ido demasiado lejos esa vez. Continué con mi charla y recibí una ovación de pie al finalizar. Pero mientras firmaba libros y saludaba a los asistentes, todavía me preocupaba saber qué pensaría el Director de la Corporación, a quién nunca había visto, sobre el contenido de mi presentación.
Mientras ordenaba mis cosas, la asistente del Director se acercó. “Mi jefe quisiera reunirse con usted en forma privada,” dijo.
“No suena como algo bueno,” pensé haciendo una mueca mientras la seguía a través de la recepción del hotel y tomábamos un ascensor hasta la habitación. “Por favor espere aquí,” me indicó, y se fue, cerrando la puerta detrás de sí.
Mi mente corría mientras me anticipaba a la conversación que tendría con este poderoso señor que era famoso por su temperamento de acero y su aproximación impaciente a todo. ¿Debía disculparme? No, no lo sentía como correcto: había creado la mejor presentación que podía y creía que todo lo que había dicho era válido. ¿Debía explicarle por qué había elegido este tema para este grupo? No, no tenía el hábito de defenderme. Además, la organizadora del evento me había dado total libertad para hablar de cualquier tema que yo sintiera fuera relevante para los participantes. Todavía estaba cavilando sobre cómo manejaría el encuentro que iba a tener, cuando “El señor Director” como lo llamaré, apareció luciendo como J.R. de la serie de televisión de los años 80 Dallas, con un sombrero de cowboy y botas de cocodrilo brillantes.
“Bueno, Barbara,” comenzó, “He estado en este negocio por más de cuarenta y tantos años, y esta ha sido mi primera vez.”
“Ahora viene,” pensé, preparándome para lo peor.
“Sí señor,” continuó, “nunca he visto un grupo de ejecutivos fuertes, hartos, tan… tan… diablos, cuál es la palabra que estoy buscando… ¡tan cautivados!” El señor Director me regaló una amplia sonrisa. “Los has hecho escuchar, querida; aún mejor, pensar, en cosas sobre las que hacen un gran esfuerzo por no pensar. ¡Trabajo de primera clase!”
“Estoy muy contenta de escuchar esto,” respondí, respirando aliviada.
“Pero esa no es la razón por la que quería verte en privado,” el señor Director agregó en voz baja. “Era para hacerte una confesión. Mi esposa y yo hemos estado casados por treinta y cinco años. Los primeros diez fueron muy buenos, y los últimos veinticinco han sido, bueno, algo peor que ideales. Sé que ella ha sido desdichada conmigo. Dios lo sabe, no soy un hombre fácil con quien convivir.
“La parte que más me preocupa ha sido mi pérdida de deseo. Tú sabes, soy un hombre chapado a la antigua. Mi muchacha es mi verdadero amor, y le he sido muy fiel. De todos modos, por un largo tiempo hemos vivido más como amigos, sin relaciones sexuales. El problema era mío: había perdido todo deseo. Mi médico me prescribió unas píldoras, y como decías, hicieron efecto en mi cuerpo, pero no en mi mente, y eso era peor que hacer nada. Me sentía aturdido y desconectado y no tenía idea de por qué, hasta que te escuché esta tarde.
“Probablemente no me creerás —la mayoría de la gente no lo haría— pero soy una de esas personas que describiste que viven una vida desconectada. Estoy agotado de trabajar veinticuatro horas al día, cansado de la responsabilidad de una enorme maquinaria corporativa, y exhausto por las viejas luchas de poder. Los hombres pasan la vida entera tratando de obtener lo que tengo, pero honestamente, estoy aburrido de todo, y lo he estado por años. He convertido esta compañía en lo que es hoy, y por lo tanto creo que sería irresponsable de mi parte renunciar ahora .”
“¿Entonces vive con el piloto automático?” pregunté.
“Exactamente,” coincidió. “Automático y sin sentido. Y hasta hoy, no tenía idea de cuán malo era para mí. Tú sabes, soy un tejano. ¡Soy un hombre apasionado! Necesito sentir pasión por lo que hago y por quien lo hace conmigo! Y no he sido mejor que un viejo toro cansado que está demasiado aburrido para hacer lo que debe. Bueno, todo eso va a cambiar. Lo primero que voy a hacer es tomarme algún tiempo para pensar las cosas. Mi esposa ha estado queriendo ir a Europa, por lo tanto la llevaré al verdadero viaje de sus sueños. ¿Piensas que le gustará?”
El entusiasmo del señor Director era contagioso. “Pienso que le encantará,” le dije, “pero pienso que más le gustará escuchar todo lo que me ha dicho. Usted sabe, un montón de hombres serían demasiado orgullosos para admitir lo que me ha dicho. Realmente lo admiro por ser tan honesto.”
“Bueno, cuando me equivoco, me equivoco,” sonrió. “Como siempre me decía mi padre: ‘¡un sabelotodo no entra en una montura!’”
Debía irme si quería alcanzar mi avión, y mientras intercambiábamos despedidas, el señor Director me dejó un pensamiento para la partida. “Por otro lado,” dijo con una sonrisa, “hubo otra primera vez, además de la ovación de pie: en todos mis años de reuniones, fue la primera vez que escuché a alguien decir ‘pene’!”
Algunos meses después, recibí una postal del señor Director. Decía: ¡Saludos desde Texas! Con un cuadro típico de los años 50, un cowboy sobre su caballo parado sobre las patas traseras. Al dorso de la tarjeta, fiel al personaje que él era, el señor Director escribió un mensaje breve, pero significativo:
¡Sólo una tarjeta para que veas que estoy “nuevamente en mi montura”!
Estaba enviada desde París, Francia.
Todavía me sonrío recordando esta anécdota, no sólo por su valor de entretenimiento, sino por la buena predisposición del señor Director para preguntarse, “¿Cómo llegué hasta aquí?” y su coraje para prestar atención a su respuesta.
Era tan invisible para nuestro mundo cotidiano, tan
indiferente para mí, y tan distante de nuestro amor
que podría haber sido un fantasma.
Anotación en el Diario de Barbara, 1973
Cuando las personas viven juntas día tras día apenas conectándose, tocándose rara vez, cerca físicamente, pero aparentemente separadas por barreras impenetrables, se vuelven lo que llamo amantes fantasmas. De acuerdo a ciertas tradiciones, un fantasma es un ser capturado entre mundos, alguien que no se puede mover hacia el Otro Lado después de muerto, porque está enojado o confundido o siente que tiene algún asunto pendiente que debe finalizar. Está aquí, pero no está. Está presente, pero es incapaz de tocar o sentir con los sentidos. Está deseoso de establecer contacto, pero es incapaz de comunicarse. Siente que se le ha robado la vida, pero no puede estar verdaderamente vivo.
Así, es en las relaciones cuando las personas se desconectan emocionalmente aunque estén físicamente presentes. Están allí, pero no están. Tienen deseo de sentir, pero están indiferentes y atontados. Son como fantasmas.
Nada hace sentir más la soledad que vivir con un amante fantasma. Lo sé, lo he hecho. Tú hablas, pero la otra persona parece no escuchar. Tu extiendes la mano, pero la otra persona no la toma. Compartes tus sentimientos sensibles, pero no hacen contacto con nada sólido, pasando a través de tu amante como si él o ella fuera transparente. Tú intentas agarrar lo que piensas está frente a tí, pero no hay nada —o nadie— allí.
A veces uno de la pareja es un amante fantasma y el otro es el perseguidor tratando de traer al fantasma de regreso a la vida. Esta es una persecución dolorosa y frustrante. Como el perseguidor, nos sentimos rechazados por el desinterés e indiferencia de nuestro compañero. Nada de lo que hagamos parecerá penetrar su indiferencia. Si sucede que la persona que es el amante fantasma es también un buen padre, o una madre grandiosa o un proveedor estable, o una nuera fantástica o una buena persona, podemos volvernos terriblemente confundidos, cuestionando nuestro propio juicio y culpándonos a nosotros mismos por nuestra infelicidad. “Entonces cuál es el problema si tenemos un matrimonio sin sexo, desconectado,” razonamos. “Quizá estoy siendo demasiado duro con mi compañera, demasiado irrealista.” Y si quitamos la atención de lo que nuestro corazón nos grita, y nos desconectamos de nuestra nostalgia por la intimidad, pronto nos convertiremos también nosotros en amantes fantasmas.
Cuando no ha habido conexión íntima y sexual en
una relación durante un tiempo, ambos integrantes
simplemente llegan a un acuerdo silencioso de
vivir como amantes fantasmas.
El fundamento de estas parejas es a menudo
funcional más que emocional, es más una
relación lógica que de amor.
Veo parejas como estas todo el tiempo, no sólo en mi trabajo sino en todo lugar: comiendo en un restaurante, caminado en el centro comercial, sentados en un avión. Son los que parecen extraños conocidos: están en el mismo espacio físico, pero hay pocas energías de contacto entre ellos. Es como si la mayoría de todos los circuitos emocionales que alguna vez los unieron hubiesen sido cortados. Cada uno está en su propio mundo. Cualquier “nosotros” que queda es una formalidad, una cuestión de hábito o cordialidad.
También están los niños, a menudo lo único que une a los amantes fantasmas. Aquí es cuando las cosas pueden volverse realmente tramposas: a menudo, uno o los dos integrantes de un matrimonio sin sexo sin saberlo transfiere todas sus necesidades sensuales y emocionales (no sexuales) a los niños, especialmente si son preadolescentes y todavía están interesados en estar cerca de sus padres. Mamá y papá obtienen los abrazos y besos y mimos de sus niños que ya no obtienen de su pareja.
Por supuesto, tener una relación cálida, afectuosa con nuestros niños es saludable y esencial para su desarrollo. Los problemas aparecen, de todos modos, cuando uno de los padres se vuelve absorto conectándose con su hijo o hija a expensas de la relación con su pareja.
Mi amiga Margaret agonizó durante muchos años antes de decidir la separación de su esposo, Ted, no por lo que ella sentía por él sino porque le preocupaba el efecto que el divorcio tendría en sus dos niños. Ella y Ted habían vivido como amantes fantasmas desde el nacimiento de su primer hijo. Aunque ella sabía que se habían ido distanciando en todas las direcciones y finalmente serían más felices si no estuviesen juntos, todavía se preguntaba si la decisión que estaba tomando no sería buena para ella, pero mala para los niños.
Margaret y Ted habían sido siempre muy estrictos respecto a los permisos a los hijos para mirar televisión. Varios meses después que Ted se mudara, Margaret decidió que su hija mayor, Candace, que recién había cumplido los ocho, estaba lista para ver películas orientadas a la familia y para llevarla a ver la primera película de larga duración. El film era acerca de las aventuras de una familia en África, y Candace estaba fascinada al ver los animales salvajes en la gran pantalla. En cierto momento de la película, los padres estaban parados en la cima de una colina mirando un hermoso paisaje, y el hombre tomó a su mujer entre sus brazos y la besó apasionadamente.
Candace se volvió hacia su madre y le susurró, “Mami, ¿qué está haciendo con su boca?”
“La está besando,” respondió Margaret.
“¿Pero por qué la está besando allí, de ese modo, y no en la mejilla?” insistió con una voz de intriga.
“Bueno,” replicó Margaret pensativa, “Porque eso es lo hacen los papás y las mamás cuando se aman.”
Candace se quedó tranquila un momento, y luego dijo:
“Bueno, entonces, ¿cómo es que nunca los vi a ti y a papá haciéndolo?”
Margaret quedó aturdida en silencio por la candidez y claridad de su hija de ocho años. Con una pregunta inocente, Candace había resumido lo que estaba perdido en el matrimonio de Margaret: intimidad física y emocional. Las lágrimas llenaron sus ojos al darse cuenta lo triste que era que su propia hija nunca hubiese visto a sus padres actuando como personas enamoradas ni a su padre siendo románticamente afectivo con su mamá. Para la niña de ocho años, ver a una pareja besarse era tan nuevo y exótico como ver a las jirafas, leones y leopardos: todas cosas que ella ignoraba que existieran.
A Margaret le dolía el corazón con arrepentimiento, pero junto con el arrepentimiento sentía un enorme alivio. Después de escuchar el comentario de su hija, Margaret se convenció que la separación de su esposo había sido la mejor decisión. “Quiero que mis hijos crezcan y vivan vidas apasionadas,” me confesó cuando me contó la historia. “Quiero que sepan que ese tipo de besos es normal. Quiero que amen apasionadamente y sean correspondidos con pasión. ¿Qué tipo de modelo sería si me quedara en una relación, y simplemente me dejara llevar, pero me sintiera adormecida y desconectada? Ahora debo encontrar mi propia pasión nuevamente.”
Cuando realmente crezcas, lo que serás es libre.
Emmanuel
Finalmente es el corazón y no la mente la fuente de toda pasión verdadera. Una vez que nos damos cuenta de que estábamos desconectados, enfrentamos el duro trabajo de darnos cuenta cómo volver a encendernos.
Como veremos en los capítulos que siguen, el viaje de regreso a la verdad, la autenticidad y la pasión es un viaje de toma de conciencia, redescubrimiento y nuevo nacimiento. A veces ese viaje incluye la resurrección de una relación problemática, cuando parejas se reconectan a su propia pasión y pasan de amantes fantasmas a ser verdaderos amantes otra vez, física, emocional y mentalmente. Otras veces, el viaje demanda que se tome una ruta diferente a la que uno había tomado en otro momento, y tendremos que pasar por algunos puntos de inflexión, dejando atrás lo que nos es familiar para hacer nuevas, valientes elecciones para nosotros mismos.
¿Qué te dará la fuerza y la perseverancia para este viaje? Tu propia pasión que está viva dentro de ti aún ahora.
Cada vez que eliges cambiar, crecer,
mejorar, o aprender, estás actuando desde
ese centro de pasión interior.
Es esa pasión por la verdad, la felicidad,
la libertad la que te compele a buscar muy profundo
dentro de ti la sabiduría, a hacer las preguntas difíciles,
y a escuchar las respuestas a veces
dolorosas, pero necesarias.
Tu pasión no ha desaparecido. Fue enterrada, encerrada en un lugar escondido dentro tuyo, del cual sólo tú tienes las llaves. El poeta y buscador de tesoros del siglo diecinueve Robert Browning concibió esto cuando, en su místico trabajo “Paracelsus” escribió:
Hay un centro en lo más íntimo de nuestro ser,
Donde la verdad permanece en plenitud …
Y Conocer
Más bien consiste en abrir un camino
Por donde el esplendor prisionero pueda escapar
Que en dejar entrar una luz
Supuestamente en falta.
Si escuchas atentamente, quizá puedas escuchar voces,
Llamándote desde ese recóndito centro.
Esas son las voces de tu propio esplendor prisionero:
Tu sabiduría olvidada,
Tu alegría sepultada,
Y tu pasión perdida,
Añorando ser puestas en libertad.