“¿Quién eres TÚ?” dijo la oruga.
Esta no fue una forma de empezar una conversación
muy alentadora.
Alicia respondió, casi tímidamente, “Yo, yo apenas sé, señor,
por ahora, al menos sé quien ERA cuando me desperté
esta mañana, pero pienso que pude haber cambiado
varias veces desde entonces.”
Lewis Carroll, Alicia en el País de las Maravillas
¿Qué tenemos que hacer durante nuestra estadía sobre la tierra que sea más crucial para nuestro sentido de paz interior y más central para nuestra experiencia de plenitud que conocernos y entendernos a nosotros mismos? En nuestro paso hacia la toma de conciencia, la pregunta “¿Quién soy?” es nuestra compañera, constante e inquisidora, de cada paso en nuestro camino. Esta pregunta no es una misión en un tiempo único. A pesar de nuestro deseo de saber en un determinado momento quiénes y qué somos, podemos relajarnos y navegar el resto de nuestro viaje, porque no es así. En cambio, cambiamos. Las circunstancias cambian. Las otras personas cambian, y todos estos cambios nos hacen cambiar aún más. A veces tantas cosas parecen estar cambiando que muy cada tanto podemos tomar aire para preguntar, “¿Quién soy?” Sólo trata de responder. Justamente como Alicia le explicaba a la Oruga, sabemos quiénes éramos, pero saber quienes SOMOS, bueno, ese es otro tema.
La cuestión de conocernos se vuelve más compleja y desconcertante cuando estamos en el medio de desafíos, puntos de inflexión y llamados que nos hacen despertar.
¿Cómo nos redescubrimos a nosotros mismos una vez que sabemos que algunas partes nuestras han sido enterradas u olvidadas?
¿Cómo encontramos nuestro camino de regreso a la esperanza, felicidad y confianza una vez que nos damos cuenta de que hemos estado perdidos y dando vueltas en la dirección incorrecta, o que simplemente debemos tomar otro camino?
¿Cómo sabemos quiénes somos en esos momentos en los que tanto de nosotros se ha desintegrado, y lo que queda es inestable y borroso ?
Uno de los famosos programas de concursos en los años cincuenta y sesenta era Decir la Verdad (To Tell the Truth). El conductor presentaba tres participantes, todos los cuales decían ser la misma persona, usualmente alguien con una profesión interesante o un hobby inusual. El panel de cuatro celebridades hacía preguntas a los participantes, tratando de determinar cuál estaba siendo sincero y cuáles estaban mintiendo. Los dos impostores tratarían trabajosamente de despistar a los panelistas, y hacerles creer que ellos eran la persona que el conductor había descrito. Al final de la ronda, los panelistas escribían el nombre del participante que ellos creían estaba siendo sincero.
Me encantaba adivinar junto con los panelistas, diciéndole a mi madre, “Pienso que el número 3 es el verdadero cantante de ópera,” o corredor automovilístico o domador de leones, cualquiera que fuera la ocupación de mi persona misteriosa. Y esperaba ansiosa junto con la audiencia del estudio para ver si estaba en lo cierto. Finalmente, el conductor diría la famosa línea de cierre: “¿Puede el verdadero—por favor ponerse de pie?” y uno de ellos lo haría. A veces los participantes nos engañaban; a veces elegíamos correctamente. Sin importar cuál fuera el resultado, nosotros, junto con millones de americanos, paralizados por Decir la Verdad, y la frase “¿Puede el verdadero—por favor ponerse de pie?” hicimos que pasara a formar parte de la cultura popular.
En nuestro propio viaje al autodescubrimiento, nos conducimos inevitablemente a la misma pregunta: “¿Puede el verdadero yo por favor ponerse de pie?” Preguntarse esto implica coraje emocional, y arribar a una respuesta no es el juego divertido del concurso televisivo. Es un asunto serio, que requiere que enfrentemos la pregunta con implacable honestidad y perseverancia sincera para descubrir todos los modos con los que, como los impostores de Decir la Verdad, tratamos de engañarnos. Debemos aceptar partes de nosotros mismos que hemos estado ignorando, enfrentar verdades acerca de nuestras vidas que hemos estado evadiendo, confrontar deseos, sueños y visiones a las que les habíamos dado la espalda.
Por lo tanto, ¿por dónde empezar? La respuesta es más simple de lo que podríamos imaginar:
La verdad no está lejos.
No es algo que tengas que perseguir.
Está justo allí, justo donde estás tú.
Y siempre ha estado, y seguirá estando.
Nada más es posible.
Es un concepto tan sorprendente y tan iluminador, y uno sobre el que debemos trabajar para comprender. La verdad no es un rompecabezas complicado que debes resolver buscando piezas escondidas. La verdad existe dentro de ti. Eres tú. Cuando la buscas, ¡no la puedes perder!
El viaje, entonces, se vuelve uno no de búsqueda de la verdad, sino de descubrimiento, no es la pregunta de si la encontrarás, sino el cultivo del deseo de verla. Haciéndote las preguntas correctas y asegurándote las respuestas, como los que miraban el show, a cada instante la verdad, ya presente, pero sin identificación, se pondrá de pie y se revelará.
“¿Qué se puede ganar viajando hasta la luna si no somos capaces de cruzar el abismo que nos separa de nosotros mismos?
Este el más importante de los viajes de descubrimiento, y sin él, todo el resto no sólo son inútiles, también son desastrosos.
Thomas Merton
“¿Qué quieres ser cuando seas grande?” ¿Recuerdas cuando se te preguntaba esto siendo un niño? Como niños nos proyectamos en un futuro imaginario y elegimos lo que creemos que queremos ser: un bombero, una estrella del rock, un médico, una estrella del básquetbol, un cuidador del zoológico, un artista. En muchos puntos de nuestro viaje hacia la adultez, volvemos a elegir, adaptando nuestro sueño a la realidad, modificando nuestra visión original mientras vamos descubriendo nuevos talentos y nuevos intereses, ampliando lo que es aceptable para nosotros en tanto vamos manejando las demandas realistas de la vida adulta. El niño de nueve años que quiere ser policía decide a los dieciséis ser antropólogo, y nuevamente a los veintiuno obtener un título de negocios internacionales. La niña de siete años que está segura que quiere ser una estrella pop, decide a los quince que le gustaría ser modelo, y a los veinte quiere casarse y tener niños tan pronto como sea posible.
Nadie cuestiona estos procesos de reelecciones mientras somos jóvenes adolescentes. En realidad, se anima a las reconsideraciones. Pero en determinado momento, todo cambia. Alcanzamos una edad arbitraria en la que se supone que sabemos qué hacer con nuestras vidas. Quizás esa edad es la de veintiuno. Quizás si fuimos a la universidad, es el momento de nuestra graduación. Quizás tenemos la sensación de estar habilitados para “experimentar” con lo que queremos hacer hasta que tenemos veinticinco, edad en la que se supone “nos establecemos.”
Cualquiera sea el número mágico, se supone que nos volvemos serios una vez que llegamos allí. Se espera de nosotros que elijamos una forma para vivir, una persona para amar, una profesión en la cual trabajar y nos apeguemos a estas elecciones por el resto de nuestras vidas. Somos admirados si permanecemos estables, firmes, predecibles, establecidos. Se supone que ya no cambiamos. Se espera de nosotros que dejemos de elegir.
No es sorprendente, entonces, que muchos de nosotros hayamos trabajado tanto por encontrar el rol “correcto” y lo hayamos adoptado. Ser político y socialmente correcto es parte de la mentalidad americana, saber qué es correcto, y qué no, qué es aceptable, qué es tabú. Somos criados más para adaptarnos que para descubrir quiénes somos. Aquellos que son diferentes o no coinciden con el modelo a menudo se los hace sufrir o sentir de algún modo inferior o peor, como si no hubiesen tenido éxito en alcanzar el estándar que los haga aceptables.
Todos hemos tenido la experiencia de mirar atrás a nuestros años de adolescentes, nuestros años veinte y decirnos:
“No puedo creer que yo: pensara eso/hiciera aquello/me preocupara por/amara a tal persona/me entristeciera eso/no me diera cuenta de/comiera eso/dijera tal cosa/etc.”
Nos reímos de algunos recuerdos y nos rebajamos por otros; pero mayormente nos sentimos aliviados por haber cambiado respecto de lo que éramos en el pasado. “Era joven,” nos aseguramos a nosotros mismos a modo de explicación por lo que retroactivamente vemos como elecciones poco sabias o comportamientos tontos. Estamos hechos con toda la incertidumbre y experimentación de la juventud. Hemos crecido.
Hay un problema evidente con este modelo: no sirve. La razón es simple: como seres humanos, no somos estables ni estáticos. Cambiamos, seguimos creciendo, aun cuando a veces nos resistimos a ese proceso, y pateamos y gritamos todo el camino hacia un nuevo despertar.
No es realista esperar que permanezcamos siendo
la misma persona con los mismos valores,
preocupaciones, sueños, y necesidades por décadas.
No es realista para nosotros esperar que no cambiemos.
Siglos atrás quizás, cuando todo en el mundo se movía mucho más lentamente, la gente no cambiaba radicalmente durante todo su tiempo de vida. No era irracional esperar que las decisiones que una persona tomaba en sus veinte todavía fueran lógicas treinta o cuarenta años después, si vivía tanto tiempo.
En estos primeros años del siglo veintiuno, cuando cada momento de la vida parece acelerado, moviéndose a un ritmo frenético que nos quita el aliento, nuestro viaje personal, también, es acelerado. Es como si estuviésemos empaquetando varios tiempos vitales de vida, amor y aprendizaje en una sola vida. Y vivir y aprender más, implica más cambios.
Hay que ser valiente para crecer y convertirte
en lo que realmente eres.
e.e. cummings
A veces en nuestra búsqueda de autoconocimiento miramos con incomodidad o escepticismo nuestro propio reflejo en el espejo de los viejos valores y elecciones pasadas, y no reconocemos a la persona que vemos o la vida que estamos viviendo. Quizás nos damos cuenta de que lo que pensamos que necesitábamos ya no es necesario: quizás descubrimos que todavía estamos viviendo de acuerdo a una elección que hicimos cuando teníamos veintiuno, o treinta y uno, y ya no es adecuada. En estos poderosos momentos, nos sentimos obligados a hacer una manifestación más honesta y precisa hacia afuera de lo que íntimamente somos. Añoramos vivir una vida más auténtica.
Vivir con autenticidad significa que lo que aparentas ser
para los demás, es lo que realmente eres.
Tus creencias, tus valores, tus compromisos,
todas tus íntimas realidades son reflejadas
en el modo en que vives tu vida hacia fuera.
Cuanto más auténticamente vivas, tal cual
realmente eres, más paz experimentarás.
¿Cómo es vivir auténticamente? Algunas sugerencias para considerar:
VIVIR AUTÉNTICAMENTE SIGNIFICA:
Queremos eso para nosotros, pero vivir de ese modo es más fácil enunciarlo que hacerlo. A menudo, cuando nuestro auténtico yo nos llama, resistimos obstinadamente, pegados a nuestros roles viejos y familiares. Por más incómodos y limitantes que esos roles puedan ser, nos da miedo que cambiando demasiado, estemos perdiendo nuestra identidad y nos volvamos… bueno, esa es la cuestión: no sabemos qué. Abandonar nuestros viejos roles nos hace sentir como si no tuviésemos identidad, estuviésemos desubicados, o fuésemos invisibles. Nos preguntamos:
“¿Quién sería yo si no fuera una esposa/madre/médico/buen hijo/ persona confiable/nuera obediente/súper eficiente/empleado leal/ amigo sacrificado nunca más?”
No sabemos la respuesta.
Hay ironía en esto. Frecuentemente, ya sea que lo sepamos o no, resistiendo un cambio, aferrándonos a nuestra inversión de tiempo y energía en una elección hecha cuando era adecuada, pero que ha dejado de serlo, hemos abandonado mucho de nosotros, en relaciones que están estancadas o sin pasión, en trabajos que no nos satisfacen, con elecciones de vida que no sirven para nuestro bien supremo.
Este es un correo recibido de una lectora:
Soy una madre de dos niños, tengo cuarenta y cuatro años, y he estado casada durante veintiún años. Durante los últimos cinco, he estado luchando contra una severa depresión. Me casé ni bien salí de la universidad, y forjé mi identidad en relación a mi esposo y su campo de trabajo. Tú sabes, él es un ministro, y la gente de la iglesia tenía una idea formada respecto de cómo debía comportarse la esposa del ministro, cómo debía hablar y actuar, y sentir, y hasta de cómo debía lucir, y si yo no me ajustaba a la imagen que ellos pretendían de mí, no me hablaban, y me hacían sentir como si estuviese haciendo algo malo. Mi esposo era tan malo como todos los demás, y no me rescataba ni protegía. Me encontré batallando contra la gente que debería haber sido mi sostén.
Lloré un montón, me deprimí realmente, traté de ser todo lo que los demás querían que fuera, y esto me ponía triste y enojada. Terminé sintiéndome en bancarrota emocional, mental y físicamente. Intenté llevar adelante muchos negocios para escapar con mis hijos, pero estaba mentalmente tan fatigada, que mis negocios nunca crecían como yo esperaba. Hasta que leí tu libro Secrets About Life Every Woman Should Know no entendía que por estar tan exhausta, demasiado exhausta, mis negocios no prosperaban. Estaba esperando el amor de mi esposo o que él dijera lo correcto para ser feliz. Estaba esperando que mis hijos me respondieran de determinada manera para ser feliz. Estaba esperando convertirme en la perfecta mujer y esposa de un ministro.
Ahora sé que no puedo ser feliz hasta que no sea yo misma nuevamente. El problema es que estoy tan acostumbrada a ser la Señora del Ministro que no sé quién soy yo.
Me siento como si estuviese huyendo, asustada. Quiero sacudirme todo el enojo y amargura, quitarme la carga, y tomar todo esto como una gran experiencia de aprendizaje. Mi sueño es un día conseguir un departamento para mí, y abrir un negocio donde pueda ayudar a los chicos con problemas. Aun cuando lucho con una gran fatiga, rezo para que pueda convertirme en una mujer productiva antes de que finalice mi tiempo aquí en la tierra. Espero que no me lleve otros veinte años darme cuenta qué debería estar haciendo o quién soy realmente. Gracias, ¡tu trabajo no es en vano!
Firmado,
Buscando mi pasión
Podía sentir el sufrimiento de esta mujer como un peso en mi propio corazón. Se está preguntando a sí misma, “¿Cómo llegué hasta aquí? Y al escuchar la respuesta, está descubriendo las formas por las que se desconectó de su auténtico ser. Su necesidad y elección de cambiar ha estado en contradicción con su rol de esposa de un ministro, y la lucha la ha dejado exhausta.
Veo estas luchas trágicas todo el tiempo, las contradicciones entre los viejos roles y las nuevas elecciones:
Una mamá de mellizos que se queda en casa, que ha estado en franca oposición a las madres que trabajan, se encuentra fantaseando con volver a su empleo en el negocio de los viajes. A pesar de su creencia de que las madres deberían quedarse en casa con sus hijos, con la que su esposo acuerda totalmente, secretamente admite para sí, que está aburrida y añora desesperadamente tener una carrera nuevamente. Paralizada frente a estos puntos de vista opuestos, y temerosa de hacer explícito su dilema, entra en depresión.
Un hombre joven finalmente admite para sí que es un alcohólico, y comienza un programa de doce pasos que lo mantiene sobrio y asumiendo las responsabilidad por sus actos. Todos sus amigos y también sus padres son todavía grandes bebedores y críticos de aquellos que no llevan su estilo de vida, por lo que no les cuenta que ha logrado salir. Ellos sólo conocen al viejo muchacho amante de la diversión que él era, y sus intentos iniciales para pasar tiempo de sobriedad con ellos son desastrosos. Lastimado y confundido, se aísla completamente de cualquier contacto social y calma su ansiedad con comida. En dos meses aumenta veinte libras.
Una mujer de mediana edad a la que todos conocen como “la persona más dulce del mundo” se da cuenta de que ha estado encerrada en el rol de la persona que ayuda desde que era joven. Su madre tenía problemas de salud, y como ella era la hija mayor, tomó el rol de cuidadora desde chica, manteniendo este modelo en su adultez con su esposo, sus amigos, sus parientes y sus propios chicos. Ahora, impulsada por la advertencia de su médico que le señala que su hipertensión puede deberse a su alta autoexigencia, intenta nerviosamente decir lo que piensa, decir no en vez de si a todos los requerimientos de ayuda, y hacer elecciones basadas en lo que desea más que en lo que les gustaría a los demás. El resultado es perturbador: su esposo reacciona preguntando, “¿qué se metió dentro tuyo?” y muchos amigos la critican por haberse vuelto “egoísta.” Insegura de cómo integrar su nuevo y emergente yo dentro de su vida vieja, cae en depresión.
Todas estas personas están enfrentadas al mismo dilema. Han tratado de vivir vidas de una dimensión cuando en realidad ellos son, como lo somos todos, personas multidimensionales. Cada uno ha crecido y evolucionado, y ya no encaja en los roles rígidos que se había construido, está superando los límites del modelo que se había autoimpuesto. Pero el miedo a perder la aprobación y aceptación de sus amigos, familias o comunidad lo lleva a esconder su identidad emergente. No sólo se siente infeliz y temeroso, sino también muy solo.
Esta es la ironía de tratar de vivir de acuerdo a los valores de otro para ser amado. Cuando sabes que no estás siendo tú mismo, no confías en el amor y aprobación que te dan los demás. ¿Cómo podrías? Te das cuenta de que si mostraras tu verdadero ser, la aprobación seguramente te sería negada.
No te puedes sentir verdaderamente conectado
con las personas cuando tu verdadero ser no está
disponible para conectarse con alguien.
El amor y la aceptación ganados al jugar un rol
son falsos y vacíos.
Nunca te sentirás pleno, porque muy dentro
de tu corazón, sabrás que no están dirigidos
hacia tu verdadero ser.
No cambianos cuando envejecemos;
Sólo nos volvemos más claramente nosotros.
Lynn Hall, ¿Dónde se Han Ido Todos esos Tigres?
Siempre me han fascinado las muñecas rusas, o “matroyshka.” Probablemente las has visto: unas muñecas de madera de colores brillantes cuya forma exterior se abre para revelar otra muñeca dentro, más pequeña, dentro de la cual hay otra y otra más pequeña. Matroyshka ha sido una tradición en Rusia durante siglos. Originariamente eran el símbolo de la fertilidad y maternidad, y eran entregadas como regalo de buena suerte. En Rusia, “mat” significa madre, de allí el nombre matroyshka.
Estas muñecas rusas son una metáfora de nuestro proceso de autodescubrimiento: el viaje hacia nuestro auténtico ser no es tanto el viaje desde un rol a otro, o de una elección entre una parte vieja de nosotros a una nueva, sino una precisa eliminación de capas que nos cubren. Mientras crecemos, nos abrimos a revelar más y más de nosotros, partes que han sido escondidas dentro de otras partes. Tal como la muñeca matroyshka “da vida” a una muñeca tras otra, nosotros damos vida a nuevas versiones de nosotros mismos, una y otra vez.
Este modelo es uno de integridad, más que de polaridad:
No somos un ser estático, sino varios seres que emergen.
Esta visión es inclusiva más que excluyente:
cada parte de nosotros es necesaria para
dar vida a la siguiente.
Todo ser es complejo, más que singular.
No somos esto o aquello,
sino un ser intrincadamente diseñado,
con múltiples niveles en los que coexisten
muchas expresiones de nosotros mismos.
Quizás sea esto lo que la escritora Lynn Hall quiere decir cuando escribe que no cambiamos, sino que nos volvemos nosotros más claramente. Nos desenvolvemos, florecemos, revelamos aquello que, como la muñeca más pequeña, estaba esperando ser descubierto.
Cada uno es una luna, y tiene una cara oscura
que no le muestra a nadie.
Mark Twain, Pudd‘nhead Wilson
Una de las habilidades que poseen los artesanos que crean las muñecas matroyshka es la habilidad de hacer cada nueva muñeca escondida en la otra más hermosa que la última. Cuando abrimos la muñeca más exterior y descubrimos la nueva muñeca pintada dentro, quedamos encantados con lo que encontramos. “¡Mira esta!” exclamamos. “¡Es todavía más hermosa que la anterior!”
Nuestro propio proceso de descubrimiento no siempre es tan maravilloso. Algunas veces lo que mantenemos escondido dentro de nosotros son partes de nosotros mismos que no queremos enfrentar. Este reino íntimo escondido es lo que el psiquiatra suizo Carl Jung llamó “la parte sombría de nuestro ser”, una colección de emociones e impulsos que yacen disimulados bajo la superficie de un ser más aceptable, apropiado e idealizado. Todos nosotros tenemos un ser sombrío, nos demos cuenta o no. La parte sombría es todo lo inconsciente, sin desarrollo, rechazado, reprimido y negado.
Algunas personas nombran equivocadamente el ser en Sombras al llamarlo “el lado oscuro”. Éste es un malentendido simplista. No es que nuestras cualidades en la Sombra sean “malas”, sino que nosotros las escondemos porque no calzan en nuestra imagen de quienes somos o queremos ser, y no coinciden con lo que otros esperan que seamos.
Consideramos que somos amorosos, pero tenemos un lado más egoísta, a veces arrogante, impaciente.
Nos enorgullecemos de nuestra autodisciplina, pero tenemos tendencias adictivas secretas que mantenemos bajo estricto control.
Predicamos sobre moralidad y pureza con los otros, pero constantemente luchamos con nuestro deseo de satisfacer nuestros sentidos de todos los modos posibles.
Defendemos con ferocidad nuestra independencia de otros y aseguramos que no queremos nada de ellos, pero una parte de nosotros desesperadamente desea encontrar a alguien que se haga cargo y nos deje apoyarnos en él.
Tememos que si la gente ve estos pedazos de nuestra Sombra, no nos amará o aceptará. Entonces negamos su existencia, aún ante nosotros mismos.
¿Cómo identificamos nuestro ser en Sombras? Una forma fácil es mirar las cualidades que detestamos en otros: siempre nos sentiremos agitados e incómodos cuando estamos rodeados por personas que corporizan una parte de nuestra Sombra. Puede parecer horrible, pero la gente de la que somos más críticos son usualmente aquellas personas que ostentan nuestras propias cualidades reprimidas en la Sombra. Los psicólogos llaman a este mecanismo inconsciente proyección: proyectamos en las otras personas cualidades de las que nos hemos desentendido en nosotros mismos, y entonces nos escandalizamos cuando somos testigos de ellas. Por ejemplo:
Nuestro ser en Sombras es también nuestro asunto no terminado, necesidades no satisfechas, temas emocionales no resueltos, deseos no realizados y sueños. Son todas esas cosas que nos arrastran tratando de llamar nuestra atención mientras que nosotros hacemos todo lo posible por ignorarlos. Al referirse a nuestra batalla por reprimir este ser en Sombras, Carl Jung nos advierte, “Cada parte de la personalidad que no amas se volverá hostil contra ti.”
Y esto es exactamente lo que sucede. Un día nuestro ser en Sombras se las arregla para emerger desde donde ha sido mantenido cuidadosamente controlado y escondido y repentinamente experimentamos una crisis. “¿Qué está sucediendo? ¿Cómo llegué acá?” nos preguntamos a nosotros mismos, anonadados de sentir o hacer cosas que no reconocemos como parte de nuestra imagen consciente de nosotros mismos. “No es propio de mí ser de este modo”:
“No es propio de mí estar tan infeliz.”
“No es propio de mí sentirme tan salvaje y no convencional.”
“No es propio de mí no preocuparme de lo que otra gente piensa.”
“No es propio de mí cambiar de decisión.”
“No es propio de mí querer hacer balancear el bote.”
“No es propio de mí ser tan egoísta.”
“No es propio de mí enojarme tanto.”
La verdad es que, es propio de ti, simplemente no es del “tú” que estás acostumbrado a mostrar al mundo, o ni siquiera a ti mismo. Es el “tú” que ha sido encerrado y que ha finalmente escapado. Es tu Sombra.
A veces lo que creemos que es nuestra Sombra es realmente la mismísima Luz que ha estado faltando en nuestra vida…
Winston, de cuarenta y cinco años, siempre ha trabajado muy duro para ser el buen, estable hijo en su familia. Su hermano mayor, Peter, es un músico que ha vivido una vida salvaje, extravagante y totalmente no convencional. Mientras que Winston estudiaba día y noche para entrar a la universidad y convertirse en un ingeniero químico, Peter recorría Europa haciendo dedo levantando a cada chica que encontraba. Winston se casó con su novia de toda la vida y tuvo una boda tradicional y tres hijos con pocos años de diferencia; Peter ha estado casado y divorciado tres veces. Winston maneja un auto sencillo y práctico; Peter conduce un Porsche. Winston planea todo en su vida hasta en los mínimos detalles; Peter es espontáneo, salta a un avión sin tiempo de preparación, comienza y detiene proyectos cuando quiere. “Winston nunca nos dio ningún problema, ni siquiera de bebé,” dice todavía su madre a cualquiera que la escuche. En cambio Peter, “bien, él siempre ha sido… diferente,” explica, levantando sus cejas para enfatizar.
Un día, algo completamente asombroso e inesperado le sucede a Winston. Mientras que concurre a una conferencia en Miami, conoce a Pauline, una mujer que se aloja en el mismo hotel, e instantáneamente se enamora de pies a cabeza. Pauline es una peluquera de origen cubano. Es sexy, amante de la diversión, filosófica y profundamente apasionada. Cuando Winston está con ella, se siente totalmente vivo y despierto de una forma en que nunca se sintió antes. Puede abrirse con ella sobre cosas que nunca se ha sentido seguro de compartir con su esposa. Pauline también siente una conexión de las almas. Los dos saben que están hechos para estar juntos.
Caminando por la playa con Pauline la noche previa al momento en que está prevista su partida, Winston se siente agonizar. Sabe qué quiere hacer: dejar a su esposa, renunciar a su trabajo y mudarse a Miami. Se da cuenta de cuán infeliz ha sido durante un largo tiempo, tal vez desde que era un niño, y ahora es como si se hubiese recién despertado de un sueño que era su otra vida y el otro Winston. ¿Pero cómo puede desmontar todo lo que ha construido con tanto esfuerzo? Se siente partido en dos. Durante un adiós lleno de lágrimas, le dice a Pauline que necesita tiempo para tomar la decisión correcta.
En una sesión telefónica conmigo, Winston me explica su dilema:
No me reconozco a mí mismo. Nunca he hecho algo así antes. Es la clase de cosas que hace mi hermano Peter. Siempre he odiado su egoísmo, su irresponsabilidad, y sí, admito que me he sentido un poco superior a él porque mi vida era tan ordenada. Ahora mírame a mí: ¡esto es peor que cualquiera de las cosas que ha hecho Peter! Siento que me he convertido en lo peor de él.
Todos van a pensar que me he vuelto loco. Y esto va a destrozar a mi madre. Siempre he sido su chico perfecto. Y Peter… a él simplemente le va a encantar, porque finalmente es su pequeño hermano el que está embarrando todo.
Sé lo que tengo que hacer. No puedo volver a ser quién era, y toda mi vida y mi matrimonio están basados en esa persona. No puedo dejar ir a Pauline ahora que he sentido el amor de esta forma. Pero ¿cómo pudo haber sucedido esto tan inesperadamente? ¿Por qué no pude verlo aproximarse?
Winston se había enfrentado cara a cara con su ser en Sombras, el cual en su caso corporiza la parte de él que es apasionada y viva. Enterrada la mayor parte de su vida, finalmente se había liberado, a pesar de sus asiduos intentos de mantenerla encerrada. Su llegada en el mundo consciente de Winston se sentía impactante y repentina, pero la verdad es que, había estado allí, dentro de él, todo el tiempo. Estaba confundido y desorientado, no porque no supiera qué hacer, sino porque no podía creer que él, Winston, estuviera haciendo esto.
Winston encontró el coraje de dejar su matrimonio infeliz y comenzó una nueva vida con Pauline. Para su sorpresa, su esposa confesó que ella, también, había estado insatisfecha por algún tiempo, y al poco tiempo de su ruptura conoció a una nueva pareja. El impacto mayor para Winston, de todos modos, fue el apoyo que recibió de su familia.
Su madre le aseguró que todo lo que ella siempre había querido para él era que fuera feliz —no ser perfecto— y su hermano, en lugar de regodearse en las dificultades de Winston, se acercó de una forma en que nunca lo había hecho antes. Era Winston, y no los miembros de su familia, quien se había encerrado a sí mismo en un rol que había aprisionado su verdadera pasión y vivacidad. Y fue finalmente Winston quien se liberó a sí mismo.
El despertar de nuestro ser en Sombras puede
causar trastornos temporarios en lo que creíamos
que era nuestro mundo ordenado, pero al final,
recompondrá las cosas de una forma que nos trae
una felicidad mucho más auténtica, confianza renovada
y satisfacción más profunda.
Un hombre estará encerrado en una habitación
con una puerta sin llave que abre para adentro
en tanto no se le ocurra tirar en lugar de empujar.
Ludwig Wittgenstein
En 1998, la dramaturga Eve Ensler, conocida por The Vagina Monologues, fue a Bedford Hills Correccional Facility, una prisión de máxima seguridad para mujeres en el estado de New York, para dirigir un taller de escritura en el cual la mayoría de los participantes eran asesinas convictas. What I Want My Words to Do to You (Lo que quiero que mis palabras hagan por ti) es un poderoso documental de ochenta minutos que hace la crónica del viaje interior que estas mujeres hacen a través de ejercicios de escritura y conversaciones, explorando su dolor, su culpa y sus intentos de curarse a sí mismas. Me quedé paralizada al mirar esta película y escuchar las palabras de estas mujeres mientras describían cómo era estar encarceladas, no sólo por sus celdas y las paredes de la penitenciaría, sino por su propio dolor y el juicio de sí mismas. Eve Ensler les pidió a las participantes del taller que escribieran acerca del efecto que les gustaría que la película y sus palabras tuvieran sobre la audiencia que la viera. Judith Clark, que está cumpliendo una sentencia de setenta y cinco a de por vida por tres cargos de asesinato en segundo grado, escribió esto:
“Lo que yo quiero que mis palabras hagan en ti… Quiero hacer que te preguntes acerca de tus propias prisiones. Quiero hacer que te preguntes por qué.”
La sabiduría ganada tan arduamente de estas poderosas palabras me conmovió profundamente.
Todos somos prisioneros en tanto hemos encerrado partes de nosotros mismos, y las hemos condenado a vivir en oscuros y recónditos lugares de nuestras mentes y corazones. Y sólo podemos liberarnos a nosotros mismos preguntándonos acerca de esas prisiones y abrazando esas partes sombrías de nosotros que hemos temido reconocer.
Entonces ahora les contaré la historia de mi Sombra:
Hace nueve años, cuando comencé a evaluar nuevamente mi vida, mi guía espiritual me dijo que sería bueno para mí “ser nada y nadie durante un tiempo.” Mirando hacia atrás, creo que ella supo, en la misteriosa sabiduría que los grandes guías espirituales tienen, que si seguía su consejo, pronto llegaría a encontrarme cara a cara con una parte de mí misma que yo ni siquiera sabía que existía, una de la más terroríficas y profundamente enterradas Sombras.
Cuando escuché por primera vez el mensaje, pensé que entendía su significado, y el motivo por el cual ella me había hecho esa sugerencia tan particular. Supe que había estado trabajando demasiado duro y necesitaba algo de descanso. Me di cuenta que esto podría ser un desafío, pero concluí que no sería nada que no pudiera manejar. “Ella quería que me enfrentara con mi temor al fracaso” pensé para mí. “Si dejo de trabajar por un tiempo, seré menos reconocida y tendré un menor ingreso, pero ya he pasado por esto antes, por lo cual esto no debería convertirse en un gran inconveniente.”
Y era verdad: tuve que enfrentar fracasos y desafíos toda mi vida, empezando con nada, teniendo que reconstruir cosas varias veces en mi carrera, superando docenas de rechazos cuando intentaba vender mi primer libro hasta que finalmente fundé una editorial, teniendo que pelear por mis ideas en todos mis proyectos. Había trabajado fuerte en mí misma durante años, en terapia, con mis prácticas espirituales y con el respaldo de guías y mentores. A pesar de que estaba segura de que tenía varios temas pendientes, no estaba demasiado preocupada acerca de lo que se me podría presentar si aminoraba mi paso y tomaba más tiempo libre. “¿Qué podría ser tan difícil trabajando menos?” me dije a mí misma.
Cuando no podemos ver, no podemos ver lo que no podemos ver. Este fue mi caso. Pensé que era consciente de lo que había en mi inconsciente, pero por definición, ¿como podría haberlo sido? Esa es la naturaleza de nuestro lado en sombras: está escondido y hasta que estamos deseosos de confrontarlo, permanece bajo un manto, aún para nosotros. Con todo mi entendimiento psicológico, y décadas de autoanálisis, allí estaba para llevarme una gran sorpresa.
Pasaron varios meses. Tan pronto como despejé mi agenda de nuevas obligaciones y terminé con las viejas, empecé a experimentar algo totalmente inesperado, algo completamente fuera de mi carácter: me gustaba hacer nada. Me gustaba pasar los días leyendo, arreglando las flores, comprando comestibles, cocinando, arreglándome, paseando mis perros. Me gustaba no tener nada planificado. Me gustaba no estar apurada. Me gustaba no tener que vestirme con otra cosa que no fuera un pantalón y una camiseta. Me gustaba no tener que ir a algún lugar, pararme en un escenario e inspirar a otras personas. Me gustaba no tener que decir algo inteligente a alguien. Me gustaba no sentir que tenía que hacer una contribución a la humanidad. Me gustaba no sentirme obligada a ayudar a la gente. Me gustaba no sentir que tenía que hacer una diferencia.
Esta revelación me conmovió totalmente. Siempre me había enorgullecido de ser capaz de trabajar más duro y durante más tiempo que cualquiera en cualquier cosa. Había hecho mi camino en la vida desde la nada hasta donde estaba con mínima ayuda de los demás. Había trabajado duro para alcanzar todas las cosas. (¡Tengan presente de que manera aún ahora, he usado las palabras duro y trabajo dos veces en dos oraciones!) Y además estaba mi profunda creencia espiritual de que todo lo que hacía tenía que ser significativo, lleno de sentido y con un propósito. Este era mi credo: trabajar duro, sin esperar que nadie hiciera algo por mí, y hacer la contribución más importante que pudiera al planeta.
Ahora me encontraba haciendo exactamente lo opuesto —nada—y siendo exactamente lo opuesto: nadie. Y me encantaba. Y odié que me encantara. ¿Por qué? Porque no era “como yo”. Aún peor, porque era demasiado parecido a la gente que había desaprobado durante toda mi vida. Mis disculpas anticipadas por esta lista:
Éste es el tipo de personas que siempre me encienden y cuyas vidas me enojan más. “¡Qué desperdicio, autoindulgencia e ignorancia!” pensaba una parte de mí al juzgarlas.” Gracias a Dios yo no soy así.” Ahora, a pesar de que no estaba viviendo una vida como ésas, y estaba simplemente restándole bastante tiempo a mi trabajo, una de mis Sombras más escondidas había emergido: la parte de mí que envidiaba la gente que condenaba.
Cavé más profundamente y empecé a entender que siempre me había sentido sobrecargada con un abrumador sentido de responsabilidad al usar mi tiempo, mi talento y toda mi energía para hacer una diferencia en este mundo. ¿Pero me podía querer a mí misma cuando no hacía nada? ¿Me podía respetar a mí misma cuando me iba por un día, un mes o aún un año sin hacer una contribución relevante a la sociedad? ¿Estaba celosa de la gente que no sentía esa obligación cósmica? ¿Tenía permiso para ser simple, normal?
Siempre creí que mi impulso por hacer algo significativo, trabajar tan duro y conseguir tanto, tenía su fundamento en la necesidad de probarme ante mí misma, de ser amada y admirada. Ahora se había hecho evidente que me había impulsado a mí misma incesantemente porque estaba aterrorizada de que si aminoraba el ritmo perdería ímpetu y pararía para siempre.
Mi Sombra era lo opuesto a la persona que rinde más de lo esperado, la auto sacrificada sirviente de la humanidad. Ella sólo quería vivir una vida simple y disfrutar de sí misma. Ella no quería trabajar tan duro. Ella no quería ser siempre responsable por otros como una maestra. No quería ser examinada, criticada, proyectada. No quería ser responsable de marcar una diferencia. Ella quería ser invisible.
Años atrás, uno de mis maestros metafísicos me dijo que mi mayor miedo era ser común y tener una existencia común. Desde un principio, entendí lo que quería decir. Esa ha sido mi secreta batalla interior. Mi lado consciente no confía en mi Sombra: “Si dejamos que pare, se volverá haragana y no hará nada,” susurraría, “¿y luego cuál sería el logro?” Y entonces yo trabajaba incluso más duramente.
Ahora, como un general que se para en la cima de una colina mirando las fuerzas opositoras en el campo de batalla, claramente puedo ver las dos fuerzas que se han estado enfrentando dentro de mí la mayor parte de mi vida:
Una: La maestra espiritual y visionaria, férreamente comprometida a servir a otros buscadores en el planeta; la energía del empuje, visión y logro
La otra: La mujer deseosa de amor, compañerismo y la simple felicidad de la dulzura de la vida cotidiana; la energía de la armonía, el alimento y el sentido de plenitud.
Estas dos partes esenciales de mí misma nunca han estado en paz la una con la otra, y no sabía esto hasta ese momento.
¿Cómo termina esta historia del descubrimiento de mi propia Sombra? Naturalmente no termina: continúa y a medida que lo hace, yo sigo sorprendida por lo que se me muestra, más y más de mí que emerge de las sombras hacia la luz.
Hace muchas noches, fui a cenar con una amiga, muy intuitiva, a quien hacía mucho no veía. “Hay algo distinto en ti,” dijo con sospecha después de que estuviésemos sentadas por un tiempo. Le pregunté qué creía que era. Hizo una pausa y luego respondió: “Hay más de ti aquí.” Luego sonrió y agregó, “Pero es algo más de paz.”
Y estaba en lo correcto. Día tras día, las partes mías que acostumbraban a estar en guerra han ido encontrando un balance armonioso en la medida que aprendo a honrar y abrazar cada uno de los talentos que traen a mi existencia. Hay más de mí de lo que ha habido nunca. Y está ciertamente más lleno de paz.
Cuando invitamos “al verdadero yo a que por favor se ponga de pie,” deberíamos estar preparados no para uno, si para que emergieran todos nuestros seres. Es lo que significa vivir una vida auténtica: teniendo el deseo de reconocer y aceptar todas las partes de nuestro ser, las que conocemos bien, y las que han estado merodeando en las sombras. Para hacer esto, tendremos que trascender nuestros convencionales y limitantes conceptos de lo bueno y lo malo.
Eve Ensler nos recuerda: “Pienso que el peligro sobreviene cuando catalogamos a las personas como buenas o malas y no permitimos la ambigüedad y complejidad de las vidas de cada uno de nosotros.”
Nuestro real enemigo no es la oscuridad de nuestro
interior, sino nuestro rechazo y negación de ella.
No es huyendo del lado de Sombra de
nuestro ser que encontraremos paz,
sino volviendo a él, conociéndolo, abrazándolo
como si fuera una parte perdida de nosotros mismos.
En el momento que estás viviendo, no eres nadie más que tú.
Ser nadie más que tú, en un mundo que hace
todo lo posible para que seas todos los demás… (es)
la mejor vida sobre la tierra.
e.e.cummings
Aquí está mi verdad sobre mi yo verdadero.
Mi Yo Verdadero:
A veces me encanta estar con gente.
A veces escapo de la gente y solo soporto el silencio
A veces estoy segura de que las personas ven mis talentos, mi sabiduría y mi luz.
A veces pienso que las personas no tienen pistas sobre quién soy.
A veces perdonaré y perdonaré y perdonaré y perdonaré sin importar qué me hayan hecho.
A veces trazo una línea, y cierro la puerta.
A veces soy una diosa antigua con el poder del universo brotando a través de mí.
A veces soy una pequeña niña lastimada e insegura, temerosa de hacer una llamada telefónica.
A veces tengo paciencia infinita y compasión por las elecciones de alguien.
A veces me enferma el modo en el que la gente vive y se comporta.
A veces veo la perfección de la vida y la determinación en todas las personas y cosas.
A veces pienso que el mundo es sólo un lugar inútil. A veces quiero servir al planeta en cada respiración.
A veces quiero tener dinero en mi cuenta de jubilación e irme a vivir a una pequeña isla tropical donde no tenga responsabilidades, compromisos ni ningún otro propósito que no sea disfrutar cada día glorioso.
Todos esos son mis yo verdaderos. Algunas partes me gustan. Otras no son más que problemas. Algunas hacen que la gente me admire. Otras partes hacen que la gente se pregunte por mí. Algunas partes estoy segura que debía incluirlas en mi lista. Algunas partes… bueno, ¡No soy nada si no soy auténtica!
A medida que aprendo a aceptar y honrar cada uno de los pedazos de mí misma, experimento una sensación exquisita de plenitud que he estado buscando toda mi vida.
A costumbraba a rezar para ser determinadas cosas y para obtener otras:
“Por favor hazme exitosa.”
“Por favor dame energía para trabajar duro.”
“Por favor hazme encontrar la pareja correcta.”
“Por favor ayúdame a escribir un libro grandioso.”
Ahora rezo por una cosa:
“Por favor llena mi corazón de suficiente amor para abrazar todo lo que soy, y todo lo que otros son.”
Éste es el valor por el cual fui muy profundo dentro de mí: el valor de querer vivir con alegría como un atado de contradicciones apasionadas.
Tu verdadero, íntegro, auténtico ser no encajará fácilmente en el contenedor de las expectativas de los demás.
Tendrás demasiadas aristas.
No tendrás un diseño convencional.
Serás un tesoro único, único de ese tipo.
Y a medida que sigas creciendo, tus formas seguirán cambiando hasta que seas suave y afilado,
oscuro e iluminado,
todo al mismo tiempo,
Como un diamante poco común, radiante.