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De la Confusión a la Claridad, del Despertar a la Acción

Cuando alcanzas el límite de todo lo que conoces
debes creer una de dos cosas,
habrá tierra en la que sostenerse
o te serán dadas alas para volar.
Anónimo

“El proceso de adquisición de sabiduría comienza con la formulación de preguntas,” escribí en el capítulo 1. Una vez que estas preguntas iniciales nos abren los ojos acerca de dónde estamos, las preguntas mismas sufren una importante metamorfosis, transformándose en nuevas: ¿Tomo este camino o aquel otro? ¿Abro esta puerta o aquella? ¿Dejo atrás esta parte de mí mismo, este modo de vida, esta persona, o la llevo? ¿Renuevo mi realidad o me mudo y vuelvo a empezar?

“¿Cómo llegué hasta aquí?” se transforma en “¿Qué hago ahora?”

Estas nuevas preguntas son el centro de nuestro interés en la segunda sección de este libro:

 

¿Cómo nos movemos desde donde estamos hacia donde se supone que debemos ir a continuación?

¿Cómo seguimos rutas que no podemos encontrar, y senderos que parecen conducir a ningún lado?

¿Cómo podemos atravesar los grandes abismos del miedo, pesar, tristeza o confusión para encontrar nuestro camino fuera de la oscuridad?

¿Cómo transformamos callejones sin salida en entradas?

¿Cómo nos orientamos a través de tiempos inesperados?

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Hay una historia budista clásica que he oído narrar muchas veces, que me parece apropiada para que comencemos. Esta es mi versión:

Un día un joven estudiante del monasterio budista es invitado a meditar con dos monjes de rango superior, actividad que formaba parte de su educación espiritual. Los tres hombres toman el camino largo desde el monasterio hasta el lado opuesto del lago y se sientan en la orilla, listos para comenzar la práctica de la meditación. De repente, el primer monje se pone de pie de un salto. “Oh no, olvidé mi esterilla de meditación,” explica. “La necesito para meditar apropiadamente.” Luego se acerca al borde del lago y camina sin inconvenientes a través de la superficie del agua hasta el monasterio que está del otro lado, y vuelve por el mismo camino, acarreando su esterilla. El joven estudiante está asombrado ante este logro milagroso pero, por disciplina y respeto, no dice nada.

 

Los tres se disponen de nuevo a meditar, cuando repentinamente el segundo monje se levanta. “Acabo de darme cuenta de que olvidé mi gorro para el sol,” anuncia disculpándose, “voy corriendo y lo traigo: no tomará mucho tiempo.” Y tras eso, él también, pone un pie en el lago, corre sobre el agua y vuelve minutos después con su sombrero.

 

El estudiante apenas puede creer lo que ve, y concluye que esos monjes alardean para impresionarlo. “El que sea joven no significa que no haya alcanzado dominio espiritual,” se dice a sí mismo, indignado. “Estoy tan iluminado como esos dos viejos monjes y lo demostraré.” Y tras esto el estudiante corre hacia el borde del agua, se prepara para caminar sobre ella, e inmediatamente se hunde en el profundo lago.

 

Tosiendo y farfullando sale del agua e intenta una y otra vez, hundiéndose en el agua en cada oportunidad. No dispuesto a rendirse, prueba repetidamente caminar sobre la superficie del agua tal como había visto hacer a los monjes mayores, y cada vez fracasa y se hunde en el lago.

 

Los dos monjes observan por un tiempo los esfuerzos frustrados del estudiante. Luego de un rato, el primero se dirige tranquilamente al segundo y pregunta: “¿no crees que deberíamos decirle donde están las piedras?”

Hay una parte en cada uno de nosotros que quiere que alguien nos dé las respuestas a los problemas de la vida, que nos señale la dirección correcta, que nos diga “donde están las piedras.” Esto es especialmente cierto cuando estamos en el medio de la travesía por las tenebrosas aguas de la crisis, del desafío o del auto-cuestionamiento. “¿Qué hago ahora?” nos preguntamos; ahora que hemos excavado profundo por la sabiduría, llegado a momentos cruciales, salido de la negación, recuperado partes perdidas de nosotros mismos, abrazado nuestra Sombra, dejado la Verdad en la puerta y sintonizado de nuevo. ¿Cómo nos movemos hacia delante? ¿Cómo cruzamos el lago sin ahogarnos?

El orientarse exitosamente a través de los cambios no sucede por casualidad, ni suerte. Como aprendimos de los monjes que atravesaban el lago, hay más de un camino para alcanzar nuestro destino. Antes que realizar esfuerzos agotadores que sólo concluyen con una bofetada en nuestros rostros, podemos aprender algunos principios básicos y universales acerca de la transformación que nos mostrarán cómo movernos con gracia a través de los cambios y desafíos.

Me he caído en mi propio “lago” muchas veces, pero nunca renuncié a intentar encontrar la senda que me permitiera atravesarlo. Aprendí gradualmente dónde se encuentran muchas de las piedras. En los capítulos siguientes, haré mi mayor esfuerzo por describírtelas. No son rocas hechas de granito, de lava, ni de ningún otro mineral; son piedras de sabiduría y comprensión que pueden ayudarte a moverte desde donde te encuentres hacia donde anhelas, y mereces, estar.

El Poder que te Empuja Hacia Delante

Mi interior, escúchame, el más grande de los espíritus,
el Maestro, está cerca, despierta, ¡despierta!
Corre a sus pies —está cerca de tu cabeza ahora mismo.
Has dormido por millones y millones de años.
¿Por qué no despertar esta mañana?

Kabir

Es de mañana. Estás acostado en la cama, muy despierto, pese a que no tienes que levantarte aún. Te gustaría dormir un poco más, pero estás demasiado inquieto y agitado: la conciencia de todo lo que tienes que hacer hoy te ha despertado del sueño y es imposible de ignorar. Te sientes abrumado de sólo pensar sobre la multitud de tareas que esperan tu atención. “¿Qué deberías hacer primero? ¿Qué llamadas telefónicas son esenciales para que las realices? Tratar con esa persona va a ser tan desagradable; me pregunto si puedo postergarlo un tiempo más. ¿Cómo voy atravesar el día sin afligirme demasiado?” Éste es el tipo de pensamientos que corren por tu mente mientras das vueltas en la cama, y deseas ser devuelto milagrosamente al mundo de los sueños. Pero no, estás demasiado ansioso para relajarte. Te guste o no, es hora de levantarse.

Así sucede también con los despertares interiores. Cuando llegan, traen con ellos una especie de inquietud benevolente que es imposible de ignorar:

Cuando somos separados de nuestra propia verdad,
desconectados de nuestra propia sabiduría y apagados
en nuestro corazón, bloqueamos el flujo de poder
y energía universal en nuestras vidas.

 

Cuando nos reconectamos con nuestra verdad y
autenticidad, esas obstrucciones son disipadas
y ese poder vuelve a surgir en nosotros

Esta energía universal es la fuerza de la vida, el Espíritu Santo, la Conciencia de Cristo, lo que en la tradición china es el “chi” y en la hindú el “shakti”. Cada tradición espiritual y religiosa denomina a esta energía con un nombre diferente, pero la definición es la misma: es el poder que trae todo a la vida, como el voltaje que corre en los cables permite que una bombilla eléctrica se ilumine. Cuando estamos conectados a esa energía, tenemos acceso a un infinito suministro de energía, sabiduría, creatividad y amor. Cuando cortamos nuestra conexión con nuestro yo interior, nos estamos desconectando de esa fuente.

Hay una tremenda energía que nuevamente comienza a fluir en nuestro interior cuando nos despertamos de un sueño emocional, o de un período de negación, o de un largo tiempo de haber estado perdidos. Es como si volviera la luz. Este resurgimiento de la fuerza vital puede ser inquietante e incluso perturbador, especialmente cuando no lo sentíamos con tanta intensidad desde hacía mucho tiempo o incluso tal vez no lo habíamos sentido nunca en toda nuestra vida. Como la persona acostada en la cama, demasiado agitada para volver a dormir, nos volvemos inestables por la fuerza de nuestros propios despertares, preguntándonos por qué repentinamente estamos tan ansiosos. “Algo en mí debe andar mal,“ concluimos.

Irónicamente, lo opuesto es verdad: algo está bien. Despertamos a un nuevo nivel de sabiduría, claridad, autenticidad. Si no comprendemos que este es el caso, nuestro reunirnos puede fácilmente ser malinterpretado como un desmoronarse.

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En mi vida, aprendí sobre estos resurgimientos de energía cósmica a los golpes. Nunca escuché este concepto claramente explicado por ningún profesional de la salud mental, rabino, ministro o maestro espiritual. En casi todas las oportunidades en las que tuve un gran despertar y un desbloqueo de energía, me sentí inicialmente inquieta, incómoda, y preocupada acerca de mí misma. Con el tiempo, mi inquietud disminuía, y experimentaba nuevos niveles de logros, creatividad y satisfacción. Me tomó años entender que lo que sentía como un ataque de ansiedad era, al menos para mí, simplemente una frecuencia de energía vital más alta a la que yo sencillamente no estaba acostumbrada, un surgimiento de poder cósmico.

Cuado me convertí en maestra, convertí en tema de explicación a mis alumnos el fenómeno del surgimiento del poder cósmico. Observaba la mirada de completo alivio en el rostro de las personas mientras describía mis propias experiencias y explicaba cuán fácil es malinterpretar este voltaje incrementado, etiquetarlo erróneamente como un síntoma de alguna especie de perturbación mental o algo peor. “Atravesé eso luego de divorciarme, pero pensé que tenía un desorden de déficit atencional,” confesó alguno. “En cuanto tomé la decisión de cambiar de carrera, me volví tan intranquilo y ansioso que mi doctor quería darme tranquilizantes para calmarme,” compartía otro. Estas eran las voces de hombres y mujeres que habían pasado por poderosos renacimientos personales y emergido, temblando, del otro lado, sin manera de poner sus experiencias en perspectiva.

De nuevo nos es recordado el poder de identificar algo. Como elocuentemente dice Kabir en su poema, hemos estado durmiendo por millones y millones de años. Ahora lo milagroso ha sucedido: hemos abierto nuestros ojos. “No me estoy volviendo loco, ¡me estoy despertando!” debemos decirnos, mientras nos ajustamos a una nueva y agudizada frecuencia energética nacida de nuestra conciencia expandida.

Moviéndonos del Despertar a la Acción

Hay un momento para partir, incluso cuando no hay un lugar seguro adonde ir.

Tennessee Williams

Una lectora me escribió acerca de su terrible relación con su irascible y controlador marido, quien, pese a sus súplicas, se negaba a buscar ayuda para sus problemas. Durante un tiempo ella quiso divorciarse y le dijo a su familia, sus amigos e incluso a un abogado acerca de su plan, pero no a su marido. Ha estado congelada, temerosa de realizar un movimiento, y ahora se da cuenta de que la está afectando:

Finalmente admito que he estado dando vueltas en el agua por mucho tiempo en mi vida. He estado dando vueltas sin saber hacia dónde nadar, dónde está la orilla. Tengo miedo de no encontrarla si elijo una dirección y empiezo a nadar. Tal vez estoy esperando que un bote de rescate venga y me salve.

Lo que tengo que enfrentar es que todo este dar vueltas me ha dejado dolorosamente cansada. Siento la quemazón en mis músculos. Estoy exhausta de intentar mantenerme a flote. Sé que de este modo no voy a ningún lado, y me enfrento a dos opciones. Una: NADAR —nadar, nadar, nadar y encontrar la orilla. Tal vez no estoy TAN lejos—. O dos: ahogarme.

Esta mujer articula dolorosamente una cuestión que es crucial que comprendamos en nuestra búsqueda de auto-conocimiento:

Llega un momento en el que, luego de haber visto la
verdad, haber hecho el gran avance, haber entendido la
revelación, es hora de hacer algo al respecto.
Continuar sin hacer nada se vuelve más y más
incómodo, como utilizar nuestra energía dando vueltas
en el agua en lugar de nadar hacia la orilla.

Se supone que las transiciones son temporarias. Son un lugar de paso, no un destino en sí mismas. Sencillamente no podemos quedarnos analizando el pasado. No podemos simplemente tener la revelación, o asistir al seminario, o pasar por la terapia, o compartir conversaciones confidenciales con un amigo, o escribir otras diez páginas en nuestro diario, o mirar a otro transformarse en un programa de entrevistas televisivo. Necesitamos integrar lo que hemos aprendido. Necesitamos comenzar a realizar un cambio, un viraje, un movimiento hacia delante. Tenemos que hacer algo.

Los cambios que hacemos en el interior necesitan ser expresados con acciones en el exterior.

Estamos despiertos, pero ahora es tiempo de salir de la cama.

Una vez que hemos salido del demandante trabajo de un despertar, existe una gran tentación de detenernos donde estamos y no ir más lejos. Aún más difícil que enfrentar verdades desagradables es hacer algo respecto a ellas.

Aquí es donde debemos ser brutalmente honestos con nosotros mismos: ¿nos hemos realmente transformado, o sólo hablamos como si lo hubiéramos hecho? ¿Hemos cambiado nuestros hábitos, o sólo nos hemos convertido en expertos en ellos? ¿Nos hemos mudado, o simplemente estamos reacomodando los muebles?

He aquí dos ejemplos que ilustran la diferencia entre aparentar cambiar y cambiar realmente:

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Nathan, un entrenador de vida, es un orador poderoso y convincente. Se especializa en el trabajo con corporaciones sudamericanas, entrenando a sus más importantes ejecutivos. Nathan es bueno en lo que hace. Él puede describir admirablemente los problemas que cada uno de nosotros enfrenta en la vida. Puede prescribir técnicas para producir cambios paso a paso. Puede contar conmovedoras historias acerca de gente que aplicó sus principios y transformó su vida.

Sin embargo, Nathan practica poco de lo que predica. Es conocido en su área de actividad por ser duro y poco considerado en el trato con sus empleados, por engañar crónicamente a su esposa y por no ser lo que aparenta. Nathan conoce la verdad y es un experto altamente calificado para hablar acerca de ella. Simplemente no la vive.

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Celeste colecciona experiencias transformacionales como otras personas coleccionan muñecas o estampillas o tarjetas de béisbol. Ha asistido a cada seminario de crecimiento personal que existe. Ha leído a casi todos los psíquicos importantes del país. Va a terapia dos veces a la semana, asiste una vez por semana a una tarde de canto y meditación, concurre a reuniones de grupos de apoyo varias otras noches y los fines de semana visita a todo maestro espiritual, gurú hindú, lama budista, monje tibetano, chamán americano nativo o cualquier otra persona santa que pueda encontrar.

Celeste puede hablar de todos estos maestros en encendidos términos, y puede también explicar sus patrones psicológicos y problemas emocionales en esta y otras vidas. Pero eso es todo lo que puede hacer: hablar. Maltrata a su novio, no se ocupa de su cuerpo y es terriblemente nerviosa. No ha integrado ni una fracción de la sabiduría que ha recibido y parece estar sólo interesada en encontrar un nuevo evento al que asistir, como si algún día fuera a ganar un premio por poseer la lista más larga de experiencias cósmicas.

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Puede ser que conozcas a gente como Nathan y Celeste. Es posible que reconozcas una parte de ellos en ti mismo. Aparentar un cambio y cambiar realmente son dos cosas muy diferentes. El irreverente comediante Steven Wright lo muestra más directamente, pero capta el punto: “hay una delgada línea entre pescar y estar parado en la orilla como un idiota.” Podemos vestirnos como si estuviéramos pescando, tener el más avanzado equipo de pesca, ir al mejor lugar a capturar peces y pararnos ahí y hablar acerca del arte de pescar; sin embargo, hasta tanto no echemos la caña, no estamos pescando.

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La vida sólo puede ser entendida hacia atrás
Pero debe ser vivida hacia delante

Sören Kierkegaard

Una historia didáctica que escribí acerca del despertar:

Hace mucho tiempo, un granjero se quedó hasta tarde bebiendo mucha cerveza y, ya ebrio, se durmió en un matorral de afiladas espinas. Mientras estuvo dormido, no sentía el dolor de las espinas que pinchaban su cuerpo, pero en el momento en que el efecto de la cerveza se desvaneció y se despertó, tomó conciencia de una horrible sensación de ardor que lo consumía de pies a cabeza.

El granjero sabía que debía levantarse y salir del matorral, pero el más ligero movimiento hacía al dolor incluso peor. Entonces sencillamente se mantuvo acostado en el matorral, tan quieto como le fue posible, temeroso de moverse en lo más mínimo.

No los voy a engañar. Salir de la negación es doloroso. Enfrentar pérdidas inesperadas y desafíos, duele. Y a veces despertar de la misma forma en que habíamos estado dormidos se asemeja a encontrarnos en un matorral espinoso del cual no hay escapatoria fácil. Aunque descubrir dónde estamos ya resulte suficientemente feo, la perspectiva de resolver cómo salir adelante parece imposible y abrumadora.

La revelación es dura. La revolución es aun más dura. El despertar es difícil. La acción, aun más.

Esta es una de las razones por las que a menudo nos es tan difícil ir hacia delante. Sentimos que apenas nos hemos recuperado de nuestras revelaciones y despertares, y que será muy difícil y muy doloroso si intentamos integrarlas en nuestras vidas. Como el granjero, permanecemos donde estamos, incómodos, pero temerosos de movernos.

Aquí está la “piedra para cruzar el lago” que me gustaría ofrecerte:

Cuando comiences a moverte hacia adelante, del despertar a la acción, ten cuidado de no malinterpretar el dolor como una indicación de que estás haciendo algo mal, y acabar retornando al otro camino. Puedes terminar pensando: “si duele tanto no puede ser correcto,” pero éste no es siempre un análisis acertado del dolor. El dolor no es siempre un signo de que estás haciendo algo mal. A veces te dice que estás haciendo algo bien.

Hace varios años, tuve que someterme a una cirugía oral por un problema dental. Mi amigo y maravilloso endodoncista, el Dr. Rami Etessami, realizó la cirugía en su consultorio de Los Angeles, y todo salió muy bien. Pese a que estaba grogui e incómoda cuando concluyó, me sentí aliviada de haberme librado finalmente del dolor. Pasaron dos días, y me sentí como nueva.

Un viernes a la noche unas semanas más tarde, mi boca empezó repentinamente a dolerme en el mismo lugar donde había tenido la operación. “Oh no,” me lamenté, “algo está mal, y voy a tener que pasar por todo el procedimiento de nuevo.” Pasé el fin de semana ansiosa y agitada, con mi imaginación a toda marcha.

El lunes llamé al Dr. Rami y le expliqué mis inquietudes. Escuchó atentamente mis síntomas, me hizo unas preguntas, y luego me dio las buenas noticias. “No tienes absolutamente nada malo,” me tranquilizó. “El dolor y el cosquilleo que estás experimentando son muy normales después de este tipo de cirugía intensa. Lo que sientes son las fibras de los nervios regenerando nuevos cursos. No sólo la sensación no es un mal signo, sino que es una excelente señal de que te estás curando maravillosamente.”

Me sentí muy aliviada al escuchar la explicación que el Dr. Rami dio a mi incomodidad, y como con todo en la vida, una vez que comprendí el origen de lo que estaba experimentando, mis inquietudes se desvanecieron, y el intermitente dolor dejó de molestarme tanto. Cada puntada me decía que mis dientes se estaban curando.

Cuando comenzamos a integrar nuestros despertares a la acción, tendremos momentos de incomodidad, puntadas de incertidumbre. Aquí es donde el “surgimiento del poder cósmico” ingresa. Ese fuego de inquietud, esa agitación divina, está ahí para urgirnos, para asegurarse de que nos movamos hacia la curación y plenitud que nos espera.

Cara a Cara con la Brecha

Debes saltar precipicios todo el tiempo y construir tus alas durante la caída.

Ray Bradbury

Incluso cuando queremos movernos hacia delante en nuestras vidas, cuando hemos pasado suficiente tiempo cuestionando, contemplando, excavando y examinando, no resulta nada fácil. Esto es especialmente cierto cuando nos enfrentamos cara a cara con la Brecha:

Estás parado al borde de un precipicio, a mucha altura del suelo. Del otro lado sabes que hay otro precipicio, en el que deseas profundamente estar. Tal vez lo puedas ver claramente e imaginarte cómo te sentirás cuando estés finalmente allí. Quizás el otro lado esté cubierto por nubes o por bruma, y pese a que crees que estás ahí, no lo puedes ver para nada. Sabes que no quieres permanecer donde estás por más tiempo; sabes que es hora de saltar.

Luego observas la enorme brecha entre los dos precipicios, y en ese momento te abruma el MIEDO: miedo de caer; miedo de no tener lo que hay que tener para alcanzar el otro lado; miedo de llegar allí, cambiar de opinión y no tener un camino para volver; miedo de tal vez dejar atrás algo o alguien que te importa profundamente.

Puedes escuchar el llamado de tus sueños, recordar cuánto deseas lo que te está esperando en el otro precipicio, recordar que nunca serás feliz si te quedas donde estás, que has estado postergando esto demasiado. Pero también puedes escuchar las voces de la gente conocida, cercana a ti: algunos intentando persuadirte para que no saltes al otro lado, otros enojados porque los dejas atrás, e incluso otros advirtiéndote que estás cometiendo un gran error. Entonces permaneces donde estás, mirando hacia atrás, mirando hacia delante, congelado e incapaz de saltar.

Todos arribamos a un momento en nuestro viaje transformacional en el que nos encontramos parados al borde de un precipicio simbólico, y sabemos que necesitamos encontrar el coraje para saltar y de alguna manera llegar al otro lado. Nos quedamos mirando la brecha que separa el lugar en el que estamos del lugar en el que queremos estar, sin ninguna idea acerca de cómo atravesarla.

Tal vez sepamos que no queremos vivir la vida que hasta ahora hemos vivido, pero no estamos seguros acerca de cómo debería lucir nuestra nueva vida. Tal vez finalmente hemos aceptado el hecho de que nuestro matrimonio no es tan satisfactorio como queremos que sea, pero no estamos seguros de qué hacer para que vuelva a funcionar o si siquiera vale la pena intentar seguir en él. Quizás hemos perdido a un ser querido, o el trabajo, o nuestra salud, o nuestra seguridad económica, y sabemos que necesitamos encontrar el coraje para seguir adelante pese a ello, pero no podemos resolver concretamente cómo empezar de nuevo.

Está en nuestra naturaleza como seres humanos querer sentirnos seguros y con el control, orientarnos al mirar alrededor y reconocer personas, lugares y hábitos familiares. Cuando enfrentamos lo que parece ser un vacío que se extiende ante nosotros, nos asustamos y a menudo nos apegamos con más firmeza a aquello que debemos soltar.

Este terror a enfrentar la brecha es una de las fuerzas que nos impiden salir de la cama, que nos mantienen dando vueltas por el agua en lugar de alcanzar la orilla, que nos mantienen congelados en la inacción.

Todo crecimiento requiere,
al saltar de un precipicio al siguiente,
de lo que hemos sido a lo que esperamos ser,
el coraje de dejar atrás nuestro cómodo lugar
y saltar, al menos temporalmente, a lo desconocido.

Incluso cuando somos infelices en una carrera é insatisfactoria o en una relación sin pasión, aun así estamos en territorio familiar, y lo que es familiar lo sentimos seguro. “Por lo menos ahora sé donde estoy parado,” nos decimos a nosotros mismos. “Por lo menos estoy acostumbrado a mi dolor, a mi infelicidad, a mi falta de satisfacción. Pero si dejo todo esto atrás y salto, ¿quién sabe dónde terminaré?”

Quedar Atascado en la Confusión

Si no modificamos nuestra dirección
probablemente terminaremos en el lugar hacia donde
vamos encaminados.

proverbio chino

“Estoy tan confundido.” He escuchado este lamento miles de veces en mi vida: de clientes, de amigos, de mi propia voz interior. Anuncia un estado en el que estamos parados en una especie de encrucijada, mirando a un lado y al otro, sin una idea clara sobre qué ruta tomar. O quizás estamos parados frente a un precipicio, tratando de decidir si saltamos o no. Ya sea que nuestro desafío sea acerca de qué hacer, qué sentir o qué creer, el resultado es el mismo: sabemos que necesitamos hacer una elección, y nos decimos que estamos muy confundidos como para hacerla.

La confusión es uno de los obstáculos más comunes que enfrentamos cuando tratamos de realizar nuestro salto del despertar a la acción, y uno de los modos más comunes de quedar atascados. Muchos años atrás, cuando recién empezaba a dictar seminarios, encontré este asunto de la confusión tan seguido en mis estudiantes que acuñé una frase: la confusión es un encubrimiento.

Estar confundido encubre siempre otra cosa.
La experiencia oculta emociones que preferiríamos
no sentir, desafíos que preferiríamos no encarar,
realidades que preferiríamos no enfrentar;
entonces, nos decimos que estamos confundidos.

“Estoy tan confundida acerca de mi matrimonio,” me dice una mujer.

“Si no estuviera confundida,” le pregunto, “¿qué podría estar sintiendo en este momento?”

“Estaría furiosa con mi marido por ser tan cerrado. Tendría miedo de que él nunca cambie y de que nos divorciaremos. Estaría enojada por haber soportado sus malos tratos por tanto tiempo. Pero... todo es tan confuso.”

Esta mujer no está confundida para nada, ¡está furiosa! Sin embargo, es más seguro para ella sentirse confundida antes que enojada. Especialmente para aquella gente que tiene dificultades para reconocer sus emociones incómodas, la confusión puede ser una manera atractiva para expresar sus sentimientos no tan lindos. Decir que estamos confundidos suena mejor que decir que estamos indignados.

El estado de confusión es también un lugar conveniente donde muchos de nosotros nos escondemos cuando tenemos miedo de tomar una decisión. Mientras esté confundido, no puedo decidir nada que pueda herir a alguien que quiero, o cometer un error que pueda lastimarme. En lugar de sentir mi miedo de decepcionar a otros o fallarme a mí mismo, puedo permanecer indefinidamente confuso.

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La madre de Jody, anciana y viuda, ha tenido últimamente frecuentes accidentes en su casa. Es obvio que no puede cuidarse a sí misma. La semana pasada, se olvidó de apagar la estufa y la cocina sufrió un principio de incendio. Afortunadamente un vecino notó el humo y la ayudó a apagar el fuego, de otro modo el resultado podría haber sido desastroso.

Durante meses Jody le ha estado diciendo a su marido y a sus amigos acerca de lo confundida que está. “Simplemente no sé que hacer,” repite una y otra vez. Ellos escuchan comprensivamente, pero, para ellos, la verdad es evidente. Jody no está confundida —está desconsolada. Una parte de ella sabe que va a tener que poner a su madre en un geriátrico, una decisión que teme tomar. Pese a que su madre ya tiene muchas amigas viviendo allí, Jody se da cuenta que implicará un cambio enorme: renunciar a la casa en la que ha vivido por más de cuarenta años, y admitir que ya no es más autosuficiente.

La confusión de Jody está ocultando muchas emociones más auténticas y dolorosas: tristeza al ver la salud de su madre deteriorarse; dolor por la pérdida del tradicional rol madre-hija, que ahora será revertido; miedo al contemplar el futuro y saber que pronto, un día su madre morirá; culpa por la idea de poner a su madre en un geriátrico en lugar de dejarla compartir su hogar, lo cual, por otro lado, sería imposible porque Jody es auxiliar de vuelo y viaja todo el tiempo.

En lugar de enfrentar estos sentimientos, Jody persiste en un limbo de confusión, posponiendo lo que, muy adentro, sabe que es inevitable. Pronto va a tener que saltar el precipicio, pero mientras se diga a sí misma que está confundida, puede evitar hacer las cosas que teme hacer.

Para alguna gente la confusión no es sólo algo que enfrentan en tiempos de desafíos, crisis o transición, es una trayectoria, un estado crónico de por vida en el que permanecen como un modo de no crecer y ser responsables por sí mismos o por sus acciones. Todos conocemos personas así. Por ejemplo: el hombre de cincuenta años que todavía intenta resolver qué quiere hacer profesionalmente y nunca toma riesgos reales; la mujer de treinta y tantos que parece no poder decidirse por una carrera y siempre encuentra acaudalados caballeros mayores que la ayudan, económicamente en general, mientras intenta atravesar este confuso período. De nuevo, la confusión es sólo un encubrimiento. En estos casos encubre miedo, falta de confianza y la necesidad de sentirse cuidado por otros.

Las Cuatro Grandes Compensaciones que Obtenemos al Permanecer Confundidos

Nos engañamos a nosotros mismos cuando alegamos que nuestra confusión nos deja indefensos e impotentes. La confusión es muy poderosa, pero es un tipo de poder negativo. Nos trae resultados, pero no aquellos que son necesariamente beneficiosos para nuestro crecimiento. He aquí algunos de los beneficios negativos que obtenemos de estar confundidos.

El Ejercicio de Clarificación de la Confusión

Lo que sigue es un ejercicio de escritura —otra “piedra para cruzar el lago”— que he usado en mis seminarios y que te ayudará a superar los sentimientos de confusión.

En un papel haz dos columnas. En la parte de arriba de la primera escribe: Aquello por lo cual me siento confundido: ... En la parte de arriba de la segunda columna escribe: Si lo tuviera claro tendría que: ...

Acomódate tranquilo sin nadie alrededor; hazte estas preguntas, y respóndelas con la mayor honestidad posible. Responde un grupo por vez y escribe ambas partes, como en el ejemplo que sigue. Estate dispuesto a decir la verdad sin importar cuán incómoda sea.

Aquello por lo cual me siento confundido: Si lo tuviera claro tendría que:
Mi salud y cuál dieta es la mejor para mí Elegir una dieta y apegarme a ella
Dejar de comer basura
Hacer ejercicio
Si debo proponer matrimonio o no a mi novia de varios años Admitir que pese a que la quiero, siento que no es la persona indicada para mí
Enfrentarla, así como a su enojo conmigo.
Cómo manejar mi frustración en el trabajo Admitir que mi supervisor está saboteando mis proyectos.
Enfrentarme a él o a su supervisor. Renunciar.
Poner o no mi casa a la venta Admitir que no estoy feliz en mi barrio.
Enfrentar el hecho de que mi casa no ha incrementado su valor como pensé que lo haría.
Bajar el nivel de mi estilo de vida.
Mi relación con mi compañera de cuarto y la razón por la que no nos estamos llevando bien. Admitir que nos hemos distanciado
Decirle que no me gusta que ella y su novio tomen drogas en el departamento.
Mudarme o pedirle a ella que se mude.

Este es un proceso muy poderoso y efectivo. Está basado en mi creencia de que por debajo de nuestra confusión, tenemos en realidad las cosas claras la mayoría de las veces. La frase “si lo tuviera claro tendría que...” tiene una intrigante manera de deslizarse por detrás de nuestra conciencia y darle a nuestro yo interior una oportunidad de hablar.

Si tienes un amigo o compañero con quien te sientes seguro, pueden intentar hacer este ejercicio en voz alta. Si prefieres escribir tus respuestas, puedes compartir después lo que has escrito. He utilizado el ejercicio de clarificación de la confusión también con adolescentes e incluso con niños. Les encanta hacerlo y brindan respuestas muy honestas.

La Ceremonia de Clarificación de la Confusión

Aveces, ciertos asuntos de nuestras vidas están más atascados que otros. Si encuentras que eres incapaz de obtener claridad acerca de algo, intenta con esta Ceremonia de Clarificación de la Confusión:

Escribe tu asunto en un papel. Debajo de lo que has escrito escribe una fecha específica en la que te gustaría tener el asunto resuelto. Por ejemplo:

Mi asunto: si debo volver a la universidad y obtener un diploma avanzado o conservar el trabajo que tengo ahora.

Me gustaría tener claro esto en el lapso de un mes a partir de hoy, 5 de agosto de 2005.

Ahora, toma el papel y colócalo en un lugar de tu casa poderoso o sagrado: en un altar si tienes uno; al lado de una vela o de cristales; cerca de una imagen de alguien que te inspire o que sientas que te ayuda: un maestro espiritual, tus parientes muertos, Jesús o María, por ejemplo; cerca de una estatua de Buda, Ganesh o Quan Yin, o cualquier otro lugar que sea especial para ti.

Una vez que hayas colocado el papel en este lugar, cierra los ojos y ofrece tus peticiones a todas las fuerzas que ayudan y guían que conozcas; pídeles que por favor te brinden claridad para la fecha elegida o antes. Ofréceles gracias por su ayuda y realiza cualquier otro ritual que creas apropiado.

He obtenido resultados milagrosos con esta Ceremonia de Clarificación de la Confusión, también lo han obtenido muchas de las personas con las que lo he compartido. Atención: ¡no sobrecargues al Poder Superior con una larga lista de pedidos! Intenta primero clarificarte por ti mismo, y sólo realiza tus pedidos de clarificación para asuntos acerca de los cuales pareces no poder salir de la confusión. Es también respetuoso hacer sólo un pedido por vez.

Los maoríes, el pueblo indígena de Nueva Zelanda, tienen un dicho:

Gira tu cabeza hacia el sol, y las sombras caerán detrás de ti.

Tras las sombras de nuestra confusión, la Verdad, como el Sol, está siempre esperando para revelársenos. Necesitamos ser lo suficientemente valientes para ir más allá de nuestro desconcierto y mirar dentro de nosotros, para correr a un lado los velos de la confusión y descubrir lo que debemos saber, aprender o sentir con el fin de movernos hacia delante en nuestras vidas. Esa luz de la Verdad iluminará nuestro camino y nos guiará de manera segura a la otra orilla de nuestro despertar.

La Conspiración del Amor

Tus amigos distorsionarán tu visión o estrangularán tu sueño.

John Maxwell

Aveces, cuando intentamos despertar en nuestras vidas y saltar hacia nuevos niveles de verdad, honestidad y autenticidad, encontramos resistencia no sólo de nosotros mismos sino también de la gente que nos rodea: familia, amigos, compañeros de trabajo, incluso nuestro compañero amoroso. Llamo a esto la Conspiración del Amor: lo que sucede cuando, consciente o inconscientemente, los más cercanos a nosotros socavan nuestros esfuerzos por crecer o cambiar.

Nos gustaría creer que toda la gente en nuestra vida quiere lo mejor para nosotros. Nos gustaría creer que nuestros amigos, parientes, compañeros, padres e hijos quieren vernos brillar, crecer, ser lo mejor que podemos ser. Cuando nos enfrentamos con renuencia, resistencia, desaprobación e incluso enojo por parte de aquellos que amamos, a causa del advenimiento de lo que consideramos un cambio o una transformación para mejor, a menudo nos sorprende. “¿Cómo puede él o ella amarme tanto y aún así estar tan infeliz por mi crecimiento?” nos preguntamos descreídos. ¿Por qué querría la gente a la que le importamos sostenernos o mantenernos atascados en un lugar en donde es obvio que no somos felices?

¿Te acuerdas de las matroyshka rusas, muñecas con otras muñecas escondidas unas adentro de las otras? Una matroyshka es maravillosa si a una persona le gusta anidar muñecas, cada una con una sorpresa adentro, pero no a todo el mundo le complace esto. Imagínate la desilusión de una persona que espera una muñeca sólida y descubre que se abre y hay muchas otras muñecas en su interior. “Esto no es lo que quería,” puede quejarse. “Es demasiado complicado. Yo sólo quiero una simple muñeca.”

A veces, cuando la gente sólo conoce tu versión más superficial, se sorprende al encontrar que hay otras cosas adentro, sobre todo si lo que emerge no encaja con la imagen que tenía de ti. “¿Qué es esto?” se preguntan con una sonrisa desencantada cuando revelas otro yo que había estado oculto dentro de aquel que conocían. “No sabía que eras así, que te sentías de este modo, que te importaran estas cosas, que querías esto o que estabas interesado en aquello.”

No todas las personas de tu vida celebrarán
el despliegue de tu auténtico ser.
Alguna gente no quiere que tu “verdadero yo”
se ponga de pie porque,
créelo o no, estaban cómodos
con tus limitaciones,
con tus viejos roles, tus viejas negaciones,
que se llevaban muy bien con las de ellos.

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“En este momento estoy en medio de un divorcio, así que estoy pasando por un momento duro,” me confiesa el hombre que está sentado a mi lado en un avión. Y me cuenta su historia. Gus es bombero, un tipo con los pies sobre la tierra, se casó con su mujer, Tina, cuando él recién ingresaba en los treinta y ella tenía veinticuatro. Tuvieron tres chicos en siete años, y a Tina parecía sentarle bien su rol de madre y ama de casa. Gus era feliz y pensaba que Tina también lo era. Él explica lo que pasó:

Cuando nuestro hijo más pequeño inició el colegio, Tina empezó a actuar diferente. Comenzó a salir con dos de sus antiguas amigas del secundario, una que no estaba casada y tenía una especie de tienda, y otra que estaba casada, pero llevaba un tipo de vida extravagante, viajando a todos lados y yendo a conferencias, y cosas por el estilo. De repente, mi mujer trae a casa libros de psicología. Ella nunca leía ese tipo de cosas, e incluso se burlaba de ellas. Luego me dice que se va con sus amigas a un hotel, a un fin de semana de auto-superación. Déjame decirte que yo estaba bastante fastidiado. Le dije que no quería que ella fuera a un hotel con un grupo de extraños, y tuvimos la pelea más grande de nuestro matrimonio. Nunca la había visto de ese modo antes. Entonces me rendí, y ella fue.

Hasta donde yo puedo decir, el fin de semana no la mejoró: la puso peor. Vino a casa agitada y enojada conmigo, hablaba acerca de cuánto necesitaba cambiar esto y aquello de sí misma. Le intenté decir que ella me gustaba del modo que era, y eso pareció enojarla aun más. Me dijo que yo no la “entendía”, que no la escuchaba, y tengo que admitir que estuve de acuerdo, porque no podía comprender por qué ella estaba agitando las cosas, y se lo dije.

Desde entonces, nuestra relación fue cuesta abajo. Ella consiguió un empleo, pese a que le hice saber que no estaba conforme con que ella trabajara mientras los niños fueran aún chicos. “¿Por qué cambias todo?” le pregunté. “Nos iba bien.” Ella siempre me dio la misma respuesta: que esto es lo que ella era, y que debía aceptarlo. Pero no pude, porque no era la Tina con la que me había casado. Ya no sabía dónde estaba esa Tina. De cualquier modo, tú sabes el final de la historia. Estamos divorciados, y yo todavía no entiendo realmente todo este lío.

Acompañé en el sentimiento a Gus cuando me contó su triste historia. Por supuesto, comprendí perfectamente lo que había salido mal, aunque él todavía no. Tina se había buscado y encontrado a sí misma, sólo que no era un ser que le gustara a Gus. Él quería a la Tina que conoció cuando ella tenía veinticuatro años, no a la que había estado oculta como la muñeca rusa.

La Tina original era muy convencional, con poca ambición personal. No era muy introspectiva. Estaba satisfecha con cuidar a otros y no prestar mucha atención a sí misma. Esto encajaba perfectamente con Gus. Él no estaba interesado en una mujer que se realizara a sí misma. Para Gus, Tina había cambiado y lo había de algún modo traicionado en el proceso. Pero Tina en realidad no había cambiado para nada, sólo había profundizado, desplegado, florecido una versión más rica, multidimensional de su yo más joven.

A medida que tú te vuelvas más auténtico, despierto, consciente, algunas personas rechazarán tu nuevo yo. Esto es a la vez doloroso y desconcertante cuando sucede. Es como si hubieras empujado y peleado y finalmente logrado atravesar el canal del parto y, para tu sorpresa y desilusión, tu llegada es saludada con un “me gustabas más antes, cuando estabas en el útero.”

 

Lo que realmente sienten es:

“Este nuevo ser me amenaza a mí y al modo en que soy.”

“Tengo miedo de que a tu nuevo yo no le guste mi viejo yo.”

“Verte tan cambiado me recuerda todos los cambios que tengo que hacer y no he hecho.”

 

Muy a menudo eso es lo que nos sucede cuando comenzamos a emerger de nuestros despertares. Nos regocijamos de nuestro crecimiento arduamente conseguido, pero nuestros triunfos son amargados mientras intentamos comprender por qué nuestros seres queridos no sólo no comparten nuestra celebración, sino que parecen castigarnos por haber despertado.

Escucho historias de este tipo todo el tiempo:

 

Sylvia, una viuda de cincuenta y nueve años, ha sufrido profundamente desde la muerte de su esposo hace dos años. Finalmente decide que necesita abrazar la vida de nuevo y se une a un grupo de solteros de su sinagoga, donde, para su sorpresa, conoce a un caballero de quien se enamora profundamente. Pasan varios meses, e Irving le pide a Sylvia que se case con él. Eufórica, anuncia las noticias a sus amigos en el Grupo de Apoyo para Viudas Recientes al que ha asistido. La reacción de varias mujeres la sorprende: una le dice que está cometiendo un gran error; la otra le advierte que el hombre debe estar detrás de su dinero; una tercera mujer incluso regaña a Sylvia, le dice que está avergonzando la memoria de su anterior esposo.

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Julio está orgulloso de sí mismo porque finalmente pudo ponerse en forma. A los veintisiete tenía sobrepeso, colesterol alto y otros problemas de salud. Teniendo en cuenta sus antecedentes familiares de obesidad, se anota en un gimnasio, cambia sus hábitos alimenticios y en seis meses pierde cuarenta libras. En navidad visita a su familia, entusiasmado por mostrarle su logro, y se sorprende cuando ellos parecen querer sabotear su régimen de salud. Su madre se niega a cocinar nada excepto comidas que engordan, y se queja cuando no come lo mismo que el resto de la familia. Su hermano menor se enoja cada vez que Julio sale a correr. Su padre hace comentarios desdeñosos acerca del nuevo físico poco varonil de Julio, y sostiene que los hombres de verdad no son delgados.

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Donna, treinta y seis, ha estado trabajando durante ocho años en el departamento de personal de la misma corporación, y está cansada de ser siempre tan tímida y retraída con su jefe y compañeros de trabajo. Éste es un hábito que Donna acarrea desde la infancia y que finalmente está dispuesta a romper. Después de un año de asesoramiento y mucha reflexión personal, siente un nuevo nivel de confianza y poder. Lentamente comienza a tomar la iniciativa en su departamento, ofrece soluciones en las reuniones y se convierte en una presencia mucho más fuerte en la compañía. El vice- presidente nota la transformación de Donna y la felicita. Sin embargo, la mejor amiga de Donna en el trabajo, Suzanne, se vuelve cada vez más fría con ella. Cuando Donna le pregunta qué sucede, Suzanne acusa a Donna de querer lucirse, intentar que los otros empleados se vean mal y traicionar su amistad.

Cada una de estas personas es una infeliz víctima de la Conspiración del Amor, en la que sus amigos y familia utilizan una variedad de tácticas para reducir o sabotear su crecimiento y progreso. He aquí algunos de los métodos más comunes que los demás utilizan cuando se sienten amenazados por tus avances:

Ya es suficientemente difícil enfrentar la brecha que existe entre donde estamos y donde queremos estar, e intentar encontrar el coraje para saltar. Pero cuando la gente que nos importa está descontenta con nuestra intención de abandonar el precipicio en el que hemos estado parados, su desaprobación a menudo nos retiene con invisibles, pero poderosas, sogas. Queremos ir hacia delante, pero sentimos la Conspiración del Amor tirando de nosotros para que nos quedemos donde estamos.

Este inesperado juego de tira y afloja puede llenarnos de desesperación. Combatir nuestra propia resistencia al cambio ha consumido toda nuestra fuerza y coraje. Ahora parece que, durante el proceso de llegar a ser nosotros mismos, también tendremos que luchar contra nuestros amigos, nuestra familia, incluso contra aquellos que supuestamente nos aman por sobre todo.

Miedo de Contagio: ¡Detén Esos Cambios Antes de que se Expandan!

Las tradiciones son esfuerzos grupales para evitar que lo inesperado ocurra.

Barbara Tober

Aveces, para evitar sus propios llamados a despertar, la gente puede desalentarnos de experimentarlos...

Tengo un ex-empleado y amigo quien, luego de sufrir por años en un mal armonizado matrimonio, finalmente tuvo el coraje de admitir que nunca iba a funcionar. Le dijo a su mujer que creía que lo mejor para los dos era divorciarse. Cualquiera que conociera a este hombre o lo hubiera visto alguna vez con su mujer no podría no darse cuenta del hecho de que era terriblemente infeliz. Por lo que él se sorprendió cuando uno de sus conocidos intentó disuadirlo de terminar con su matrimonio.

“Nunca había discutido mi relación con este hombre,” me explicó Gary, “y no sabía nada acerca de mi situación. Sin embargo, me debe haber llamado una docena de veces, insinuando que yo estaba cometiendo una especie de pecado si elegía terminar mi matrimonio, y sugiriendo que tal vez yo estaba mentalmente inestable por el solo hecho de considerarlo. Incluso contactó a mis espaldas a algunos de mis amigos y les sugirió que intervinieran. Yo ya estaba sufriendo por lo que era una decisión muy dolorosa, y esto lo hizo mucho peor. Simplemente no podía entender por qué él estaba tan escandalizado a causa de lo que yo estaba haciendo en mi vida privada.”

Cuando le pregunté a Gary por lo que sabía acerca del matrimonio de ese hombre, me dijo que la pareja parecía muy desconectada, y que estaba muy sorprendido de que su conocido y su esposa siguieran juntos. “Bueno, eso lo explica,” anuncié, “tiene miedo de contagiarse de ti, entonces está tratando de cortar el brote. Sólo espera,” predije. “He visto este patrón antes, y tengo el presentimiento que él será el próximo.”

De hecho, menos de un año más tarde, el hombre que había reprendido a Gary por considerar la posibilidad del divorcio, repentinamente dejó a su esposa. Obviamente, la desaparición del matrimonio de este hombre ya estaba en proceso, y no fue directamente influido por la decisión de Gary de terminar el suyo. Su vehemente condena de la decisión de mi amigo y sus perversos intentos paternalistas de detenerlo hablan a las claras de su batalla con su propio yo Sombrío y de sus propios deseos y miedos reprimidos.

Alguna gente cree que el cambio es contagioso,
como una epidemia sin cura conocida,
y tienen miedo de contagiárselo de ti.

La sociedad funciona armoniosamente cuando la gente sigue las reglas explícitas e implícitas. La mayoría de nosotros respeta estos lineamientos y espera que otros hagan lo mismo. Obedeceré las señales de tránsito si tú obedeces las señales de tránsito. Pagaré mis impuestos si tú los pagas. Utilizaré la ropa adecuada para trabajar si tú utilizas la ropa adecuada para trabajar. Mantendré mi césped bien arreglado si tú también lo haces. No nos gusta que la gente rompa las reglas, sobre todo si hemos hecho un esfuerzo para seguirlas.

Nos sentimos especialmente amenazados cuando otra gente rompe ciertas reglas emocionales, no definidas, pero muy importantes. Mientras yo tenga que soportar mi insatisfactorio trabajo o mi matrimonio sin pasión, más vale que tú soportes el suyo. En la medida en que yo tenga sobrepeso, tú tendrás que tener sobrepeso. En la medida en que yo tenga que estar encerrado, tú tendrás que estar encerrado. En la medida en que yo tenga que luchar, tú tendrás que luchar. En la medida en que yo tenga que sufrir, tú tendrás que sufrir.

¿Qué pasa entonces cuando alguien comienza a cuestionar estas reglas emocionales, o se atreve a desafiarlas levemente? Es como si todo el castillo de naipes amenazara con colapsar. Si mi colega puede librarse de un trabajo agobiante y dedicarse a algo poco convencional, pero satisfactorio, entonces ¿por qué estoy todavía aquí sentado aburrido como una ostra? Si mi amigo puede terminar con su relación incompatible, entonces ¿por qué todavía soporto la mía? En la medida en que todo el mundo se quede donde está, debo quedarme donde estoy. Pero ahora que el cambio está a la orden del día, ¿quién sabe qué puede pasar?

Ahora comenzamos a alcanzar una más profunda comprensión de la Conspiración del Amor:

Pese a que los otros puedan aparentar estar “protegiéndote” amorosamente de cometer un error o de hacer algo de lo que te arrepentirás, están más precisamente protegiéndose a sí mismos. “¡Será mejor que lo detengamos antes de que nos contagie!” Ese es el mensaje oculto en su comportamiento disfrazado de “buena voluntad.”

“No puedo entender por qué la gente les teme a las nuevas ideas. Yo les temo a las viejas,” dijo el artista, compositor y escritor John Cage. Comparto su punto de vista, aunque aquel ha sido el modo dominante a lo largo del tiempo. Lo nuevo y diferente es percibido como amenazante, peligroso y debe ser controlado, supervisado o eliminado. Aquellos de nosotros que emprendemos un viaje consciente de crecimiento y transformación como individuos, no estaremos exentos de este tipo de suspicacias opresivas, incluso por parte de aquellos más cercanos a nosotros.

Aun así, no podemos permitir que esto nos impida saltar a nuevas alturas de consciencia y a nuevos niveles de despertar. Por doloroso e innecesario que sea que nuestros valientes renacimientos y victorias interiores no sean siempre aclamados y celebrados por algunos, debemos continuar desarrollando nuevas alas y volar, sabiendo que no estaremos solos en nuestro nuevo viaje: otros que han encontrado sus alas volarán al lado nuestro.

Dejar las Voces Atrás

La vida es un proceso de transformación, una combinación
de estados por los que debemos atravesar.
La gente fracasa cuando desea elegir un
estado y permanecer en él.
Éste es un tipo de muerte.

Anaïs Nin

¿Qué cambiarías de tu vida si creyeras que solo te queda un año de vida? Esto suena como una pregunta que escuchamos en un sermón en la iglesia, o como una cuestión formulada para contemplar en un seminario de crecimiento personal, durante un ejercicio de auto-descubrimiento. He aquí la historia de Nicole, para quien esta pregunta se volvió muy real, relatada en sus propias palabras:

Solía bromear acerca de que en mi vida no sucedían muchas cosas, y, hasta el día en que me diagnosticaron cáncer de hígado, supongo que así era. Fui al médico por un chequeo porque me sentía muy cansada, pero nunca imaginé que lo escucharía anunciar que tenía cáncer, y de que probablemente tuviera, a lo sumo, un año de vida. Recuerdo estar sentada en su consultorio pensando “sólo tengo cuarenta y cinco años, se supone que debo vivir hasta los 70 por lo menos. Soy demasiado joven para morir.” El médico me dijo que todavía por algún tiempo podría estar activa, hasta que mi hígado comenzara a fallar, lo que sucedería con bastante rapidez. Al escuchar todo esto me sentía como en un sueño horrible, excepto que no era así... era muy real.

Cuando con mi esposo nos levantábamos para irnos, mi doctor se acercó para darme un abrazo y decirme cuánto lo sentía. Tenía lágrimas en los ojos.

“¿Hay algo que pueda hacer?” le pregunté.

“Sólo asegúrate de vivir cada momento del modo en que deseas,” respondió.

Esa noche no pude dormir, y mientras yacía en la oscuridad comencé a pensar acerca de mi vida, o lo que me quedaba de ella. Sentía como un eco en mi cabeza las palabras del doctor, y comencé a preguntarme “¿cómo quiero vivir cada momento?” Una respuesta vino desde el fondo de mi alma, una que no esperaba, pero que sabía era tan honesta como ninguna que haya dado alguna vez: “quiero dejar a mi esposo e intentar encontrar el verdadero amor.”

Sé que esto suena chocante, pero deben comprender que esta idea ha estado en mí por años. He estado con mi esposo, Ralph, desde que éramos chicos de secundario, y en la última década hemos sido más amigos que amantes. Ralph y yo somos personas muy diferentes, y para mantener la paz entre nosotros, he renunciado a muchos de mis intereses. Siempre he querido a Ralph, pero nunca he estado realmente enamorada de él. Se podría decir que he estado viviendo parte de una vida, aunque no una completa.

Nunca he sido el tipo de persona que cause problemas o haga cosas que sé que lastimarán a alguien. Siempre me he preocupado de lo que la gente piensa de mí. De repente, nada de esto importaba. No quería morir sin conocer el verdadero amor, si podía encontrarlo. No quería morir sin hacer todas las cosas que había estado cancelando. Corrían lágrimas por mis mejillas al darme cuenta del tiempo que había desperdiciado, y cuán poco me quedaba.

Una semana más tarde me mudé a un pequeño departamento cerca de la playa, algo que siempre había querido hacer. No sé que sorprendió más a la gente: descubrir que estaba muriendo de cáncer o enterarse de que había dejado a Ralph. Mis padres estaban horrorizados y me advirtieron que necesitaría a Ralph en el final, y que darle la espalda era tonto. Mis amigos estaban desconcertados y pensaban que yo probablemente estaba teniendo una reacción emocional frente al cáncer, y que llegado el momento recuperaría la cordura y volvería. La familia de Ralph no sabía cómo tratarme. No creían que fuera muy correcto estar enojados con alguien que estaba muriendo, pero sabía que estaban furiosos conmigo por “abandonar a Ralph,” como lo describió su hermana.

Es difícil describir lo que pasó después. Comencé a hacer todas las cosas que quería hacer, a ser del modo en que quería ser. Por primera vez en mi vida me sentía como la “verdadera Nicole” —bastante triste, lo sé, teniendo en cuenta que me estaba muriendo— pero en muchos sentidos me sentía mas viva de lo que nunca me había sentido. Y entonces sucedió algo increíble. Conocí a un hombre mientras ambos paseábamos a nuestros perros, y nos enamoramos locamente.

Aaron era todo lo que siempre había querido en un compañero. Era cálido y aventurero y vivía plenamente cada momento. No podía creer que quisiera estar conmigo, una mujer que se estaba muriendo, pero cada vez que lo mencionaba él respondía “Ey, sabes que me puedo morir antes que tú.” He sido siempre una persona muy cautelosa, pero en ese momento me sentía libre para perdonarme cada antojo, entonces, cuando Aaron me sugirió hacer un viaje alrededor del mundo pensé “Qué demonios, ¡hagámoslo!”

A esta altura, casi nadie de mi anterior vida me hablaba, a excepción de algunos buenos amigos y mis padres, quienes estaban seguros de que el cáncer había alcanzado mi cerebro. ¿Qué otra explicación había para mi loco comportamiento? Era el tema principal de las últimas habladurías en mi viejo trabajo e incluso en la iglesia, según mi amiga Sherrie. Yo me comportaba desvergonzadamente, decía la gente. ¿Cómo podía hacerle esto a mi esposo y a mi familia? No es la manera en que debe comportarse una mujer que está muriendo.

Cada vez que Aaron escuchaba estas cosas, se reía y me preguntaba: “entonces, ¿cuál es el respetable modo para que una mujer de cuarenta y cinco años muera?” y yo respondía: “¡con una sonrisa en el rostro!” Éste se convirtió en nuestro pequeño chiste.

Pasamos cinco meses viajando por todos los lugares que siempre había soñado visitar: Australia, Nueva Zelanda, Bali, Hong Kong, Tailandia, Francia, Italia e incluso África. Aaron estaba en el negocio del turismo, así que todo fue siempre de primera calidad. Cada día fue perfecto, y, por extraño que pueda sonar, me olvidé de mi cáncer y sólo viví y amé tan fuertemente como pude.

Finalmente volvimos a casa, y fui al hospital para realizarme un análisis. Me sentía bien, pero habían pasado diez meses desde mi diagnóstico inicial, y estaba segura de que mi tiempo se estaba acabando. Dos días más tarde mi doctor llamó a casa. Mi corazón palpitaba con fuerza cuando Aaron me pasó el teléfono.

“Nicole, ¿crees en el poder curador del amor?” me preguntó mi doctor.

“¿Es éste su modo de decirme que estoy cerca del final?” repliqué con voz temblorosa.

“No, Nicole,” respondió mi doctor dulcemente, “es mi modo de decirte que, según los exámenes de dos días atrás, no hay signo de cáncer en ningún lugar de tu cuerpo. Estás de alta.”

“¿Quieres decir que no me estoy muriendo?”

“No querida, no te estás muriendo. Hasta donde puedo ver, eres una de las personas más vivas que conozco.”

Esto fue hace tres años, y todavía estoy aquí, con Aaron, y aún saludable. He aprendido tantas lecciones de esto que no puedo empezar a enumerarlas. La más grande es esta: hay más de una manera de morirse. Miro los años previos a mi enfermedad y puedo honestamente decir que cuando vivía la media vida que yo vivía era cuando realmente estaba muriendo. Y cuando me diagnosticaron y comencé a morir, ahí fue cuando empecé a vivir.

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Hay más de una manera de morirse.

Nos morimos un poco cada vez que nos contenemos de ser nuestro verdadero yo.

Nos morimos un poco cada vez que entramos en negación.

Nos morimos un poco cada vez que permitimos ser disuadidos de nuestros sueños.

Nos morimos un poco cada vez que rechazamos prestar atención al llamado de nuestro corazón que anhela amor, intimidad, alegre pasión.

Nos morimos un poco cada vez que estamos demasiado asustados para vivir plenamente.

A Nicole le dijeron que sólo tenía un año de vida y decidió que estaba cansada de morir en vida. Saltó su precipicio, pese a la sorprendida desaprobación de sus amigos y familia, y desarrolló nuevas alas que la ayudaron a volar libremente por primera vez en su vida. Ella sigue sosteniendo que incluso si su cáncer no hubiera desaparecido y sólo hubiera tenido esos diez meses con Aaron, lo haría todo de nuevo. Y yo le creo.

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Tú sólo tienes cincuenta años por vivir, o cuarenta, o treinta, o veinte, o diez, o tal vez uno. Sólo Dios sabe. No importa cuánto tiempo sea, de cualquier modo no es mucho. Pero esos días y horas y minutos son sólo tuyos, para que tú y nadie más que tú los utilices como desees.

Recoje ese manojo de inapreciables momentos y sostenlos cerca de tu corazón. No los pierdas o sueltes o desperdicies. No dejes que nadie te los robe. Éste es tu tiempo. Ésta es tu vida.

Poco a poco dejas las voces atrás.

Poco a poco, te quedas sólo con tu única verdadera voz, y en cuanto la escuchas, sabes lo que tienes que hacer.

 

Y entonces un día, finalmente, lo haces. Saltas.

Tus nuevas alas desplegadas.
Y vuelas.