Melanie abrió la puerta de su casa, contenta por haber llegado. Le dolían los pies y sentía un pequeño dolor de cabeza. No había podido dejar de pensar en Jack y en lo que había sucedido la noche anterior durante todo el día.
Se había quedado dormida encima de él. Y durante una conversación en la que se suponía que debía estar atenta. Por la mañana, se había despertado en su cama, sola. La puerta de la casa bien cerrada y los platos de la cena recogidos. Y Jack no estaba por ningún sitio.
Todavía no había dejado el maletín en el suelo cuando un aroma delicioso llegó desde la cocina. ¿Habría cocinado Diana, la niñera? No sería nada extraño, ya que aquella mujer hacía mucho más que cuidar de su hija.
–Diana, no deberías haberte molestado.
–No he sido yo, cariño –dijo la mujer antes de que Melanie entrara en la cocina–. Es obra suya.
–Jack –dijo Melanie enfadada.
–Sí –contestó él mientras removía algo en la sartén.
–¿Qué estás haciendo aquí?
–Y yo que esperaba que nuestra hija heredara tus modales –dijo él, y se volvió un instante con una amplia sonrisa.
Melanie sintió que una sensación muy agradable se apoderaba de ella. Se agachó para besar a Juliana y miró a Diana.
–Jack ha venido temprano para estar con Juliana –dijo como disculpándose.
–No importa, Diana. Estoy segura de que Jack te convenció para que lo dejaras entrar.
–Al contrario, no quería entrar hasta que llegaras tú. Incluso llamamos al banco, pero no estabas allí.
–He tenido reuniones casi todo el día.
–Y es el padre de la niña.
Jack miró a Melanie como si esperara que fuera a negarlo.
–Sí, lo es. Pero esta es mi casa, Jack.
–Y la de mi hija.
–Yo no te he invitado.
–Pero ella sí. ¿Verdad, princesa? –dijo él. Se apartó de la cocina y se acercó a Juliana. La pequeña le agarró la cara y frotó su nariz contra la de él.
Melanie sintió que se le derretía el corazón. Jack sonrió a ambas y regresó junto a los fogones.
«Esto sería una buena noticia», pensó Melanie. Un agente secreto de la Marina estaba junto al fuego con un delantal y manejando una espátula con mas soltura que una ametralladora. Se percató de que la mesa estaba servida para dos. Diana estaba tomándose un café y Juliana estaba sentada en su sillita, balbuceando y mordiendo una cuchara de madera.
Diana se puso en pie y dejó la taza en el fregadero.
–Os veré por la mañana –dijo, y se acercó a la puerta trasera.
–Diana, no te marches tan temprano –dijo, casi en tono de súplica.
Jack se rio.
–Oh, sí, cariño, me voy –dijo Diana.
Melanie se despidió de ella, resignada. La sonrisa de Diana era muy expresiva.
–¿Intentas seducirme con una buena cena? –le preguntó a Jack cuando Diana ya no estaba.
–No, pero si eso es lo que necesitas para poder relajarte cuando estás conmigo…
–Estoy relajada.
–¿Entonces por qué tienes los puños cerrados?
–Porque me gustaría darte una paliza por entrar en mi casa sin preguntarme.
–Lo intenté. Deberías llevar el busca encendido.
–Se ha quedado sin batería esta mañana –se quitó los zapatos y sacó a Juliana de la sillita.
–Estoy de permiso, Melanie. No tengo nada que hacer en todo el día mientras mi hija está aquí con una niñera. Solo quería conocer bien a Juliana.
Eso no podía discutírselo. Melanie lo miró y se quedó asombrada al ver cómo se manejaba en la cocina.
–No sabía que podías cocinar.
–Hay muchas cosas que no sabes sobre mí –vertió la pasta humeante en un colador–. He tenido mucho tiempo libre, así que me dediqué a leer.
–¿Libros de cocina?
–Cualquiera que estuviera a mano. No tengo muchas oportunidades de cocinar para más de uno, así que me pareció una buena idea aprovechar esta.
Melanie se acercó a la encimera con el bebé en brazos. Jack estaba cortando verdura para después hacer un sofrito.
Melanie cortó un trocito del pollo que había en una bandeja y se lo llevó a la boca.
–Mmm
–¿Está bueno?
–Increíble.
–¿Por qué no te cambias y te pones cómoda? Ya le he dado la cena a Juliana –dijo, y le enseñó un tarro vacío de comida para niños.
Melanie se retiró de su lado y lo miró de nuevo. Se movía por la cocina como si hubiera estado allí antes, Pero el hecho de que estuviera allí, en su casa, indicaba que no iba a resultarle fácil apartarlo de su vida. Si lo hacía por Juliana, no podía negárselo, pero Melanie sospechaba que él tenía un plan diferente y que iba a tener que librar una batalla difícil.
En aquellos momentos tenía tanta hambre que no pensaba discutir.
–Vamos, Melanie, pasa un rato con Juliana –dijo él sin mirarla.
Ella se dirigió a su dormitorio con Juliana en brazos y se fijó en que la pequeña se quejaba al separarse de Jack.
Jack sabía que no jugaba del todo limpio, pero después de cómo había reaccionado Melanie la noche anterior, sabía que ella intentaría mantenerlo alejado de su vida. Se engañaba diciéndose que quería estar con su hija porque ya se había perdido muchos meses de su vida, pero lo cierto era que había algo más. Y que tenía que ver con la madre de Juliana. Añadió una cucharada de agua a la salsa y recordó el aspecto de Melanie cuando llegó a la casa. Vestía un traje de negocios azul, sexy y elegante. Pero él deseaba quitárselo y ver qué llevaba debajo.
Trató de concentrarse en la cena. Creía que su talento culinario no impresionaría a Melanie, pero el hecho de que la nevera estuviera vacía hizo que pensara que, probablemente, ella solo comía platos preparados.
Media hora más tarde, cuando se disponía a abrir una botella de vino, oyó pasos en el pasillo.
Melanie entró en la cocina con Juliana en brazos.
–No tenía ninguna botella de vino.
–No tenías mucho de nada. Jules y yo fuimos de compras.
–¿La has sacado de casa?
–Sí, en mi coche, con la sillita, y con Diana. Por favor, Melanie –parecía molesto.
–Lo siento, es que hace mucho que no dejo a nadie más que a Diana con Juliana.
–Lo sé –esbozó una sonrisa y le ofreció un vaso de vino. Ella le dio la gracias y bebió un poco. Después se acercó a mirar por la ventana. Vestía unas mallas de algodón y una blusa color lavanda. El cabello le caía sobre los hombros y brillaba al recibir los rayos de sol del atardecer. Estaba muy atractiva. Juliana se estaba quedando dormida y apoyó la cabeza sobre el hombro de Melanie.
Jack las observó un instante y se sintió orgulloso. Melanie susurró algo a la pequeña y la meció con delicadeza. Ya la había bañado y puesto el pijama. Jack no quería que su hija tuviera sueño. Después de todo, se había perdido seis meses de su vida y quería recuperarlos.
Melanie dejó el vaso de vino y acarició la espalda de Juliana.
–¿Tienes hambre? –preguntó él.
–Sí.
Cuando se disponía a llevarse a la niña para acostarla, Jack se acercó a ella.
–Todavía no, por favor.
–¿Has intentado cenar alguna vez con un bebé en brazos?
–Supongo que voy a descubrir cómo es –le quitó a la niña.
Melanie sintió que se le encogía el corazón al ver que Juliana se acurrucaba contra él. Se sentaron a la mesa y Jack le dijo a Melanie que empezara a cenar antes de que se enfriara la comida. Melanie obedeció. La comida estaba deliciosa.
–¡Guau! De acuerdo, estás contratado.
Él se rio y Juliana levantó la cabeza para mirarlo con los ojos bien abiertos, como si tratara de descubrir quién era aquel hombre y por qué estaba allí. Él sonrió, la besó, y la pequeña volvió a apoyar la cabeza en su pecho.
–¿No vas a comer nada? –preguntó Melanie.
–Mi madre dice que si el cocinero tiene hambre, entonces es que pasa algo malo con la comida. Ahora empiezo. Es solo que no quiero soltar a Juliana –Melanie sonrió. La niña estaba apoyada en su pecho y él le cubría la espalda con la mano. Jack miró a Melanie y dijo–: La quiero, Mel.
–Ya lo sé –dijo ella, y sintió un nudo en la garganta–. Se nota.
«Eso es bueno», pensó ella. Podía haber ignorado a su hija por completo y no haber regresado. A Melanie le habría costado mucho explicárselo a su hija. Y además, odiaría a Jack.
Jack colocó a la pequeña sobre su brazo y agarró el tenedor. Juliana abrió los ojos y los cerró de nuevo. «Este hombre ha cautivado a mi hija», pensó Melanie al ver que Juliana se quedaba dormida plácidamente en sus brazos.
¿Cuántas veces se había imaginado a Jack con Juliana? ¿Cuántas veces había deseado que estuviera allí para ver cómo aprendía a hacer pequeñas cosas?
Melanie sintió que las lágrimas inundaban sus ojos y trató de concentrarse en el plato de comida que tenía delante. No quería sentirse confusa y necesitada, sino independiente y autosuficiente.
Jack empezó a comer, pero notó que a Melanie le pasaba algo.
–Bueno, puesto que yo no puedo hablar sobre mi trabajo, ¿por qué no me cuentas tú algo sobre el tuyo?
Ella levantó la vista y, al ver el brillo de las lágrimas, Jack frunció el ceño.
–Soy directora de un banco –dijo ella–. Y mediadora de otros dos. Así me mantengo ocupada.
–¿Quieres salir con alguien?
–No, Jack. No quiero salir con nadie.
–¿Vas a encerrarte en ti misma solo porque tienes una hija?
–No, esa no es mi idea, pero es pequeña y me necesita –Melanie sonrió al mirar a la niña–. Prefiero estar con ella que salir con cualquier otro.
Jack suspiró. Podía comprender lo que sentía. «Estar con Juliana es más placentero que cualquier otra cosa», pensó, y trató de cortar el pollo con una sola mano.
–¿Quieres que te lo corte? ¿O quieres acostarla ya? –preguntó Melanie.
Él le dio el cuchillo.
Melanie se puso en pie, riéndose.
–Me imaginaba haciendo esto por ella, pero no por ti.
–Seguro que no te imaginabas haciendo nada por mí.
–Eso no es cierto –dijo ella.
–¿De veras?
–Deja que te haga una pregunta. ¿Qué habrías hecho si te hubieras enterado de que estaba embarazada?
–Volver a casa para casarme contigo.
–Lo suponía. Pero no habrías podido regresar a casa, así que estaríamos en la misma situación.
–Te habría convencido para que te casaras conmigo.
–No, no lo habrías hecho. No tiene nada que ver contigo. Soy yo –empujó el plato de comida hacia él.
–Cuéntame.
–No puedo casarme con un hombre por el bien de mi hija.
–Lo sé, pocas esperanzas… y esas cosas, pero tú y yo estamos bien juntos.
–En la cama, sí.
–Fue algo más que eso.
Ella no contestó. No podía permitirse creer aquello. Ya tenía bastante con enfrentarse al deseo que sentía por él.
–No sé –dijo al fin. Había cometido ese error con anterioridad y no quería repetirlo. Tenía que pensar en su hija, y en que lo que hiciera también la afectaba a ella.
–¿Así que intentas dejarme fuera de todo esto?
Ella suspiró.
–No prometas nada que no puedas cumplir, Jack.
–¿Y cómo sabes que no puedo? Es por el trabajo, ¿verdad?
–No, no es eso –él se marchaba durante largos periodos de tiempo y ni siquiera su familia sabía dónde estaba.
–Mi hija necesita mi nombre.
–Pero su madre no.
–Maldita seas.
Juliana se movió y Jack se puso en pie.
–Yo la acostaré –dijo él al ver que Melanie se levantaba. Ella asintió. Jack se marchó y ella dio un sorbo de vino. Sintió ganas de ir a ver si había tapado bien a Juliana, pero se contuvo porque sabía que Jack lo habría hecho. Jack no era un hombre que dejara las cosas a medias.
Cuando él regresó, ella estaba tal y como la había dejado, moviendo la comida en el plato. Estaba presionándola y no podía evitarlo. Cuanto más tiempo pasara sin que su hija llevara su nombre, más enfadado se pondría. No quería que su hija sufriera por ser ilegítima ni que se burlaran de ella por algo que no era su culpa. Jack recordaba que cuando tenía siete años tuvo un partido de béisbol al que asistieron los padres de todos sus amigos y, sin embargo, él no tuvo a nadie que lo animara porque su madre tenía que trabajar mucho para poder proporcionarle comida y un lugar para vivir.
A menudo, los niños se metían con él por ser ilegítimo.
No quería que su hija pasara por eso.
Jack puso un CD en la cadena de música y regresó a la mesa.
–Mantendré las distancias, si eso es lo que quieres –dijo él, y Melanie levantó la vista–. Dejaré de darte la lata para que te cases conmigo, pero quiero formar parte de la vida de Juliana, y no voy a cambiar de opinión.
Melanie lo miró a los ojos y asintió.
–De acuerdo.
–Bien.
–¿Por qué no vienes a verla durante el día?
–¿Me estás poniendo limitaciones?
–No, es solo que…
–¿No puedes tenerme cerca, Melanie? –la interrumpió–. ¿Tienes miedo de que te guste?
–Por supuesto que puedo –dijo ella.
–Perfecto. Porque tengo dos meses de permiso y este es el único lugar donde pienso quedarme.
«Dos meses», pensó, «Oh, no».
Jack comió un poco y sonrió. Melanie ya estaba nerviosa. «Esto se está poniendo interesante», pensó él, y le sirvió más vino.
Jack era fiel a su palabra. No volvió a mencionar el matrimonio. Pero era como una pesadilla. Melanie no podía hacer nada sin encontrarse con él. Y estaba llegando demasiado lejos. Cuando llegó a la consulta del doctor, Jack estaba allí, esperándola. Quería ver quién cuidaba de su hija y presenciar la exploración para hacer miles de preguntas. Era lo correcto. Era el padre de Juliana.
Pero a Juliana tenían que ponerle una vacuna, y cuando la pequeña lloró, Melanie lloró también. La enfermera los dejó a solas y Jack abrazó a ambas a la vez.
–Es tan pequeña, y estoy permitiendo que le hagan daño –dijo Melanie.
–No cariño –dijo él–. Tienen que ponérselas, ya lo sabes.
–Lo sé, lo sé. Solo que no quiero que le hagan daño.
La niña seguía llorando y Jack la retiró de los brazos de su madre, la abrazó y la acarició con cariño. Le susurró palabras tranquilizadoras al oído y, cuando se calló, se la devolvió a Melanie.
–Me siento idiota –dijo Melanie.
–Eh, a mí también me han entrado ganas de llorar –dijo él, y se acercó con Melanie a la recepción–. Los marinos no lloran… Si lo hicieran, arruinarían su imagen.
–Ahh, mi héroe –dijo ella.
Él se quedó quieto y, de pronto, una ola de calor recorrió su cuerpo. Ella le había dicho lo mismo el día que hicieron el amor, y al ver el brillo de sus ojos verdes, Jack supo que ella también lo recordaba.
La enfermera que estaba en la recepción se aclaró la garganta.
–Soy el padre de Juliana –le dijo a la enfermera–. Y sus gastos médicos los cubre TriCare –le tendió un carné provisional y su carné de identidad. Melanie frunció el ceño.
–¿Qué haces? –preguntó.
–Legalmente depende de mí, así que tiene derecho a que el seguro cubra sus gastos médicos. Aunque no sea mucho.
–Puedo ocuparme de ellos yo sola.
–Ya lo sé –dijo él–, pero es su derecho. Cuando cumpla diez años tendrá su propio carné y podrá utilizar los servicios de la base.
Aunque hablaban en voz baja, la gente los miraba. Melanie colocó a la niña en su cintura y dijo:
–Podemos hablar de esto más tarde.
–Claro –dijo él. Recogió los carnés y los guardó en la cartera. Abrió el carrito y se lo acercó a Melanie. Juliana extendió los brazos hacia él. Jack la sentó en el carrito y le abrochó el cinturón.
–Has sido muy valiente –le dijo–. Estoy orgulloso de ti, princesa –le secó las lágrimas y le dio un beso en la frente. Después, salieron de la clínica los tres juntos.
Como si fueran una familia de verdad.