Recuerdo exactamente cómo era la vida en el tiempo que vino después.
Los años anteriores a la llegada de nuestra Violet.
Cenábamos tarde, en el sofá, viendo programas de actualidad. Anderson Cooper todas las noches. Comida picante para llevar, en aquella mesita de mármol negro y esquinas asesinas. Bebíamos copas de vino espumoso a las dos de la tarde los fines de semana y luego nos echábamos la siesta hasta que uno de los dos se despertaba, horas después, por el ruido que hacía la gente de camino al bar. Hubo sexo. Hubo cortes de pelo. Yo leía la sección de viajes del periódico y me lo tomaba como labor de documentación, y de la buena, para ver el siguiente lugar al que iríamos. Echaba una ojeada a las tiendas caras, café en mano, caliente y cremoso. Llevaba guantes de piel italianos en invierno. Tú jugabas al golf con tus amigos. ¡Me importaba la política! Nos acurrucábamos en el sofá y creíamos que era muy bonito estar juntos, tocándonos. Películas sí veía, dejaba vagar la imaginación, lejos del sitio en el que estaba sentada. La vida no era algo tan visceral. Las ideas eran más brillantes. ¡Era más fácil dar con las palabras! Tenía la regla y no me dolía. Ponías música por toda la casa, cosas nuevas, grupos que alguien te había recomendado mientras tomabas una cerveza en un bar lleno de adultos. El detergente no era orgánico, por eso olía la ropa a frescor alpino artificial. Íbamos a la montaña. Me preguntabas por mi escritura. Nunca miré a otro hombre con ganas de saber cómo sería follar con él en vez de contigo. Conducías a diario, un coche muy poco práctico, hasta la cuarta o quinta nevada del año. Querías un perro. Nos fijábamos en los perros que veíamos por la calle; nos parábamos a rascarles el cuello. El parque no era lo único que me aliviaba de las tareas domésticas. Los libros que leíamos no tenían ilustraciones. No pensábamos en el impacto de las pantallas de televisión sobre el cerebro. No comprendíamos que los niños preferían las cosas destinadas a los adultos. Creíamos que nos conocíamos el uno al otro. Creíamos que nos conocíamos a nosotros mismos.