Hay una versión de mi historia con Violet que me viene a veces a la cabeza.
La versión es como sigue:
Le doy de mamar hasta que tiene un año. Me nutre la sensación de su piel caliente contra la mía. Me siento feliz. Estoy agradecida. No me dan ganas de llorar cuando tengo que estar cerca de ella.
Aprendemos cosas la una de la otra. Paciencia. Amor. Paso con ella ratos sencillos y gozosos que hacen que me sienta viva. Hacemos castillos cuando se levanta de la siesta y leemos el mismo libro todas las noches hasta que se sabe de memoria cada página, y solo se queda dormida si la acuno antes. No te odio cuando llegas tarde a casa, tarde para hacerte cargo de ella. Es a mí a quien llama cuando se despierta por la noche. Me da los buenos días con un chillido cuando entro en su cuarto, y pasamos una hora tranquilas las dos juntas antes de que tú te levantes. No te necesita como me necesita a mí.
Vamos caminando a la guardería y me despide con la mano desde el otro lado de la verja. La echo en falta todo el día de manera inconsciente. Me hace una tarjeta para el día de la madre con palabras que se le ocurren y que la profesora le imprime, y se me llenan los ojos de lágrimas cuando la abro. No siento ningún temor al recogerla cuando sale de la guardería.
Me sonríe. Se abraza a mis piernas. Le pido besos.
Cuida a su hermano como si fuera un muñeco. Le toca la cabeza cuando lo coge en brazos. Ve cómo le doy de mamar y se acurruca con nosotros para sentir el calor de los cuerpos. No tengo deseos de estar a solas con él sin ella. Habla de él cuando no está presente. Le cuenta a la gente que tiene un hermanito. De vez en cuando me pregunta si podemos ir las dos solas al parque, porque echa de menos estar más tiempo solo conmigo. Eso hacemos, nos columpiamos una al lado de la otra, y tomamos helado de vainilla. Volvemos a casa, y él nos espera, a salvo contigo. No finjo para mis adentros que es mi único hijo.
Se sienta en mi cama mientras me cambio y hablamos de lo que hablan las madres y las hijas. Soy amable, soy cariñosa. Ella siente curiosidad. Le gusta estar cerca de mí. Tiene una mirada dulce. Me fío de ella. Me fío de mí cuando estoy a su lado. La veo crecer y convertirse en una joven respetuosa y amable. Que siente que es hija mía. Tenemos un hijo y ella tiene un hermano. Los queremos a los dos por igual. Somos una familia de cuatro que cena lo mismo los domingos, que discute para ponerse de acuerdo sobre qué programa de televisión ver los viernes, que coge el coche para ir de viaje en primavera.
No me paso el día preguntándome cómo habría podido ser todo.
Ni cómo sería la vida si hubiera muerto ella en vez de él.
Yo no soy un monstruo, y ella tampoco.