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Gemma me llamó a los tres días de la grata visita de Violet. Le noté el enfado en la voz.

Había encontrado a Jet en el cuarto de lavar esa mañana, jugando con una cuchilla afilada. Estaba a punto de cortarse los vaqueros que llevaba puestos cuando ella entró.

—¿Es tuya?

—¿Que si es mío el qué? —iba andando a casa de vuelta de la piscina. Había estado viendo los baldosines de Sam. Todavía no había asimilado lo que me había dicho; ni me había repuesto de la sorpresa que me causó ver su nombre en el teléfono.

—Que si vino de tu casa la cuchilla.

Pensé en la que había sacado de la lata de Fox hacía cuatro años, escondida en el fondo del cajón de la cómoda, envuelta en un pañuelo. No había vuelto a tocarla. Violet. A lo mejor por eso había entrado en mi habitación. Porque de alguna manera sabía que estaba allí.

—No se me ocurre otro sitio del que pueda haber salido. Fox ya no las tiene en casa. Violet dijo que tú todavía guardas las herramientas de hacer maquetas en el sótano, bien a mano. Al lado de la ropa que le lavaste.

—Eso no tiene ni pies ni cabeza —dije, y noté que me caldeaba por dentro. Imaginé que Violet le daba la cuchilla a Jet mientras Gemma estaba en la planta de abajo, que lo dejaba solo con ella entre las manos. Me entró calor en la cara.

—Parece mentira, Blythe. La niña se podía haber cortado.

Dio un bufido y colgó. Fue una bajeza por su parte. Antes solo le daba pena. Ahora le caía mal.

Solté un taco por lo bajinis y me apresuré en llegar a casa. Me quité las botas y subí corriendo las escaleras, fui a mi cuarto y abrí el cajón. Allí estaba el pañuelo, pero la cuchilla había desaparecido.