85

 

 

 

 

Mientras se acerca a la ventana el día de Nochebuena para echar la cortina, salgo del coche con estas páginas entre las manos. Plantada en mitad de la calle bajo la nieve, iluminada por la luz amarilla de una farola, la miro.

Quiero que sepa que lo siento.

Violet deja caer los brazos. Y entonces levanta la barbilla y nos miramos a los ojos. Me parece que veo ternura en sus mejillas. Creo que a lo mejor va a poner la mano en la ventana, como echándome en falta. Su madre. Me pregunto, una décima de segundo apenas, si estaremos bien.

Veo que mueve la boca, pero no logro descifrar lo que dice. Me acerco más a la ventana y encojo los hombros, niego con la cabeza: «Dilo otra vez —le pido—. Dilo otra vez». Vocaliza sílaba a sílaba esta vez. Y luego se lanza a la ventana y pone las manos en el cristal, como si quisiera romperlo, y allí las deja. Veo su pecho agitado.

«Yo lo empujé.»

«Yo lo empujé.»

Son las palabras que me parece oír.

—¡Dilo otra vez! —grito. Estoy desesperada. Pero no vuelve a decirlo. Se fija en las páginas que llevo en mis brazos. Yo también las miro. Volvemos a mirarnos, y en su cara ya no hay rastro alguno de ternura.

Aparece tu sombra al fondo del salón y ella se aleja de la ventana, se aleja de mí. Es tuya. Se apagan las luces de tu casa.