Kal había pasado las tres últimas Navidades con Lana, aunque la de este año, sin duda, sería muy distinta a las demás. Las novedades serían su familia y Akela. Las constantes serían Lana y el sushi; después de todo, las tradiciones estaban para mantenerlas.
Mano y él condujeron hasta la costa para recoger un enorme encargo de sushi del mismo lugar donde había celebrado su boda con Lana. La gran comida tradicional de Navidad hawaiana la tomarían al día siguiente, cortesía de los cocineros del hotel. Lana y Paige habían pasado parte de la mañana preparando unos divertidos postres sobre los que no les habían querido decir nada. Él esperaba encontrarse con otro tarro de galletas de chocolate, aunque por otro lado también tenía curiosidad por ver qué se les habría ocurrido a las chicas. Paige estaba acostumbrada a celebrar la Navidad al estilo americano, así que quizá prepararían algún dulce que él no hubiera probado hasta ahora y que pudiera superar a las galletas.
Al volver a casa del restaurante, y aún dentro del coche, Mano le dijo:
–Oye, quiero decirte algo antes de entrar.
Kal apagó el motor y se recostó en el asiento.
–Dime.
–Quería disculparme. Tenías razón, he venido aquí porque creía que lo de tu boda había sido una simple treta para obtener la custodia de la niña o porque tal vez Lana fuera de otro país y estuviera intentando que no la deportaran o algo así. Pero haber pasado unos días con los dos me ha convencido de que me equivoqué al dudar de ti.
Kal se puso tenso. Tenía que evitar que su hermano siguiera disculpándose por algo sobre lo que tenía razón.
–Mano…
–No. Tengo que decirlo. Hacéis una pareja fantástica. Además, ¿qué puede haber mejor que casarte con tu mejor amiga? Nunca te había visto tan feliz desde después de que murieran papá y mamá. Parecéis estar muy enamorados y felices y me alegro mucho por ti.
Kal no sabía qué decir. Su hermano era una de las personas más perspicaces que conocía, lo captaba todo, era como un detector de mentiras humano. Por eso le desconcertaba lo que estaba diciendo; Lana y él no podían ser tan buenos actores como para engañarlo, pero lo cierto era que su hermano creía que estaban enamorados de verdad. ¿Qué veía entre ellos que él no alcanzaba a ver?
–Después de que murieran no volviste a ser el mismo, Kal. Era como si te diera miedo acercarte mucho a alguien por miedo a perderlo. Yo hice lo mismo, aunque por distintas razones, y ahora sé que no es forma de vivir. No se puede dejar que el miedo te gobierne. Me alegro mucho de que los dos lo hayamos visto por fin antes de haber acabado pasando nuestras vidas solos.
–Nos esperan grandes cosas –dijo sabiendo que su hermano tenía razón.
–Sí. Bueno, y ahora vamos a entrar a comernos este sushi. Huele increíble y me muero de hambre.
Una vez dentro, se reunieron alrededor de la mesa con Akela y Lana sirvió tres copas de sake y un refresco para Paige. El menú se componía de rollitos California, rollitos de atún picante, rollitos de anguila, tempura crujiente, rollitos de salmón ahumado y una variedad de nigiri magistralmente elaborados por el chef. Además, tenían edamame, tofu frito, ensalada de pepino y pollo teriyaki para Paige.
–¡Vaya! –exclamó Paige–. No sé qué son la mitad de estas cosas, pero todo tiene una pinta maravillosa. Tomar sushi en Navidad me parece una tradición muy divertida, aunque yo no pueda comerlo este año.
–¿Quieres robarles la idea? –le preguntó Mano–. ¿Quieres que la convirtamos en la tradición navideña de los Bishop?
–Me parece que sí. Ya estoy harta de comer pavo.
–¿Pavo? –preguntó Mano.
–Nosotros aquí no tomamos pavo por Navidad –le explicó Lana–. Nosotros tomamos cerdo y platos con marisco.
Kal se recostó en la silla y contempló a su nueva familia charlar mientras cenaban. Solo faltaba Sonia, que estaba pasando las fiestas con su familia. La imagen que tenía delante era algo que nunca se había esperado tener, y menos aún disfrutar. Siempre se había imaginado a sí mismo y a su hermano como dos lobos solitarios, los solteros Bishop. Ahora tenían esposas e hijos, Navidades y reuniones familiares. Así habrían sido las cosas si sus padres no hubieran muerto. Parecía que casi habían retomado sus vidas.
Casi, porque su relación con Lana era temporal. Seguiría disfrutando de la compañía de su hermano y de Paige cuando Lana ya no fuera su esposa, pero entonces no sería lo mismo. Ella estaría viviendo su propia vida, Akela estaría con su madre, y él estaría solo otra vez.
Por primera vez en diez años, rechazaba la idea de estar solo. Le sorprendía la rapidez con la que se había acostumbrado a todo eso. ¿Qué solía hacer por las noches antes, cuando no las pasaba cenando con Lana ni bañando a Akela y acostándola en la cuna? Trabajaba, y eso ya no lo echaba en falta. El hotel funcionaba a la perfección sin que él estuviera por allí revoloteando a cada momento.
Se llevó a la boca un rollito de atún picante y masticó pensativo mientras los demás seguían charlando y comiendo. No quería volver a ser un adicto al trabajo. No estaba seguro de que la idea del matrimonio y la familia estuviera hecha para él, pero ese matrimonio y esa familia en concreto le encajaban a la perfección de momento.
Y ese era el problema, que le gustaba demasiado.
La Navidad los estaba uniendo de un modo que no había previsto, pero tendría que hacer un gran esfuerzo para distanciarse emocionalmente de Lana cuando todo terminara. Si su hermano había captado alguna especie de conexión entre los dos, eso significaba que algo estaba sucediendo entre ellos. Algo que tendría que frenar antes de que fuera a más.
–Bueno, ¿los regalos los abrimos hoy o mañana por la mañana? –preguntó Paige cuando terminaron de cenar.
–Nosotros siempre nos los damos en Nochebuena. ¿Te parece bien?
Paige asintió.
–No creo que pueda esperar a mañana. En Navidad soy como una niña pequeña.
–Entonces, vamos a recoger y a meter a Akela en la cuna –dijo Kal al levantarse– y después tomaremos ese postre de alto secreto que habéis preparado y abriremos los regalos.
Se llevó a la niña para darle su baño de lavanda y, aun sabiendo que la pequeña no entendería lo que le estaba diciendo, la metió en la cuna prometiéndole que Santa Claus habría venido cuando se despertara por la mañana.
Después los cuatro se reunieron en el salón y las chicas hicieron una presentación de sus postres: una tarta red velvet con cobertura de crema de queso, y malvaviscos caseros de menta bañados en chocolate. Era la primera vez que probaba la red velvet y le pareció una delicia.
Entonces dio comienzo la apertura de regalos y cuando terminaron, Kal se giró hacia Lana, que estaba sentada en el sofá.
–¿Qué te pasa? –le preguntó imaginando que estaría molesta porque él no le había dado nada.
–Nada –respondió ella sin mirarlo.
–¿Crees que me he olvidado de ti?
–A lo mejor. Aunque, claro, sería normal, porque ya has hecho mucho por mí últimamente.
Kal se metió la mano en el bolsillo trasero y sacó unas llaves de coche con el inconfundible logotipo de la marca Mercedes.
Lana se quedó quieta un momento y luego sus ojos se fueron abriendo de par en par.
–¿Es una broma?
Kal le puso las llaves en la mano.
–¿Por qué no vas al garaje a echar un vistazo?
Lana pegó un brinco del sofá y atravesó la cocina y el cuarto de la colada en dirección al garaje. Y ahí, aparcado, había un todoterreno Mercedes de color azul zafiro.
–He pensado que podríamos devolver el Lexus alquilado después de Navidad –añadió Kal.
Lana corrió al coche, abrió la puerta y se metió dentro. El interior olía a piel y a coche nuevo, uno de los mejores aromas en los que podía pensar. Deslizó la mano sobre el volante y acarició el salpicadero.
–¿Es mío?
–Sí.
–¿No es de alquiler? ¿No tengo que pagar nada?
–No, es todo tuyo. Así puedes llevar a Akela adonde quieras en tu propio coche y no te mojarás cuando llueva.
Ella sacudía la cabeza con incredulidad, y cuando finalmente bajó del coche, les preguntó a Paige y a Mano:
–¿Os importa cuidar de Akela mientras llevo a Kal a dar una vuelta?
Paige sonrió.
–En absoluto. Divertíos. Y no atropelléis a ningún reno.
A Lana se le aceleró el corazón cuando arrancó el coche. No se podía creer que ese coche tan fantástico fuera suyo.
Condujo tranquilamente por las instalaciones del hotel y después salió a la carretera. Avanzaron por la coste oeste de Maui en dirección al centro de la isla y se detuvieron en un mirador para ver a las ballenas.
–¿Te gusta? –le preguntó Kal.
–¿Que si me gusta? –repitió Lana al apagar el motor–. ¡Claro que me gusta! Pero es demasiado, Kal. Has hecho demasiado por mí, no necesitaba ni un solo regalo. La boda, la habitación de la niña, las costas del abogado, el coche de alquiler…
–Te mereces todo eso y más.
Pero ella no sentía que lo mereciera, y menos sabiendo que había roto las reglas de su acuerdo. ¿Qué diría Kal cuando se enterara de que se había enamorado de él después de que le hubiera dicho que no lo hiciera? No necesitaba un lujoso todoterreno, lo que necesitaba era una dosis de realidad.
Aunque, ¿acaso tenía la culpa? Fuera o no intencionado, Kal la estaba enamorando con todo lo que hacía, y no podía resistirse a sus encantos. Había pasado de ser su mejor amigo, un tipo mujeriego, a un marido y un padre cariñoso y protector. Estaba condenada a amarlo y no sabía cómo podría devolverle todo lo que había hecho por ella. Quería darle más, pero solo tenía unas pocas cosas que ofrecer: su corazón, su cuerpo y su alma. Con gusto le entregaría las tres, aunque sabía que él preferiría quedarse solo con el cuerpo. Así que se lo daría aunque él no supiera que en realidad le estaba entregando todo lo demás también.
Echó el freno de mano y se giró hacia él.
–Ahora que estamos solos, me gustaría darte las gracias –se quitó el jersey rojo que llevaba y lo tiró en el asiento trasero.
Kal miró a su alrededor antes de detenerse en su sujetador de encaje rojo. Se relamió los labios.
–De nada.
Lana se subió la falda por los muslos y se sentó sobre su regazo. Los asientos de cuero le daban espacio suficiente para sentarse cómodamente y rodearlo por el cuello. Lo besó sin vacilar. Adoraba besarlo. Sus besos eran eróticos y dulces, la excitaban.
Se entregó por completo al beso, volcó en él toda su gratitud, su amor y su deseo. Los dedos de Kal se hundían en sus caderas y le subían más la falda. Él se mordió el labio cuando ella se movió y rozó la firme prueba de su deseo.
Kal se apartó un instante para hundir la cara en su escote y lamerle los pezones a través del encaje antes de bajarle la prenda y descubrirle los pechos. Tomó en la boca sus pezones y los acarició con la lengua hasta hacerla gemir. En el habitáculo del coche, cualquier sonido que emitían parecía sonar increíblemente alto, pero allí solo estaban ellos dos, así que podía hacer tanto ruido como quisiera. Allí ningún bebé se despertaría ni podrían oírlos ni la niñera ni sus cuñados.
–Eres preciosa –murmuró Kal contra su piel antes de besar las curvas de sus pechos–. No sé cómo he podido resistirme a ti estos tres años –cubrió un pecho con su mano y lo apretó con delicadeza–. ¿Y cómo voy a poder dejar de desearte cuando todo esto termine?
Buena pregunta, aunque era una pregunta que Lana no podía responder. Tal vez él la deseaba, pero ella estaba enamorada y eso sí que sería complicado de superar. Él seguiría adelante y la olvidaría cuando estuviera en brazos de otra mujer; ella, sin embargo, descartaba la posibilidad de salir con otros hombres una vez estuviera divorciada.
–Encontrarás a otra que te caliente la cama –le susurró mientras lo acariciaba a través de los pantalones–. A una mujer más guapa o más inteligente o más interesante que te distraerá y te hará preguntarte por qué te sentías atraído por mí.
Kal se puso tenso y le apartó la mano.
–¿Por qué dices eso?
Lana lo miró y suspiró.
–Porque es la verdad. Puede que no sea el comentario más estimulante en este momento, pero los dos sabemos que saldrás de esta situación como lo haces siempre. Yo y este matrimonio no seremos más que un vago recuerdo al cabo de un tiempo, así que te recomiendo que estudies muy bien mi cuerpo mientras tienes la oportunidad –hundió las caderas más aún en su regazo y lo hizo gemir.
–Puede que siga adelante con mi vida, pero es imposible que te olvide, Lana. Además, ya me conozco cada curva de tu cuerpo como la palma de mi mano. Sé cómo te gusta que te toque. Sé qué te hace vibrar y qué te hace gritar. Y eso lo llevaré grabado en la cabeza para siempre.
Oír esas palabras saliendo de su boca fue como un sueño y una pesadilla al mismo tiempo. ¿Cómo podía decirle esas cosas, cómo podía desearla y no tener ningún sentimiento por ella? Esas eran las cosas que un hombre le decía a una mujer que quería que fuese suya para siempre, y él, en cambio, no quería tenerla en su cama para siempre.
Acabaría volviéndose loca si se paraba a pensar demasiado en ello. Lo que tenía que hacer ahora era disfrutar de la noche y del momento para poder conservarlos en su cabeza cuando estuvieran separados.
–Pues entonces hazme gritar ahora.
Kal apretó la mandíbula y resopló. Pulsó un botón para reclinar el asiento y el movimiento alzó las caderas de Lana lo justo. Después le coló las manos bajo la falda y le arrancó la ropa interior.
–¿Es que tienes prisa? –le preguntó Lana.
–No hay mucho espacio para maniobrar. Te compraré diez más para sustituirlas.
Se bajó los pantalones, se puso un preservativo y se adentró en ella, que ya estaba preparada para recibirlo. Lana se movió y lo tomó más profundamente con un suspiro de satisfacción. Estar rodeándolo con su cuerpo de ese modo tan íntimo le hacía sentir que se pertenecían el uno al otro.
Porque al menos ella sí que era suya, por mucho que él nunca llegara a ser suyo.
Kal hundió los dedos en sus caderas y le movió el cuerpo de adelante atrás. Se contonearon juntos a medida que la tensión iba en aumento y las ventanas del Mercedes se iban empañando. Lana cerró los ojos e intentó absorber cada sensación. Los aromas a cuero y sexo pendían en el aire y los sonidos que él emitía la atravesaban como una flecha. Esa noche Kal parecía sentirse libre para gemir y susurrarle eróticas palabras.
Al instante, él coló la mano entre sus cuerpos y la acarició mientras seguía moviéndose dentro de ella, arrastrándola al borde del éxtasis. Ella gritaba cada vez más fuerte y él la acariciaba cada vez con más intensidad, moviéndose contra ella con un ímpetu cargado de deseo.
Cuando Lana abrió los ojos, Kal la estaba observando. Tenía su mirada clavada en ella, estudiando cada una de sus expresiones. La miraba como si fuera la mujer más atractiva y deseable que había visto en su vida. Y en ningún momento apartó la mirada ni cerró los ojos; estaba centrado únicamente en ella.
Con una mano apoyada en el asiento y la otra en la puerta, Lana sacudió las caderas contra él y su cuerpo se estremeció con la fuerza del intenso orgasmo que la invadió.
–¡Oh, Kal! –exclamó con la voz entrecortada.
–Lana –dijo él con los dientes apretados y hundiéndose más en su interior. Arqueó la espalda y gritó su nombre una vez más mientras liberaba su deseo.
Después, la tendió a su lado y la rodeó con los brazos con gesto protector. Ella apoyó la cara contra el oscuro vello de su torso y escuchó el acelerado latido de su corazón.
Qué bien se sentía estando en los brazos de Kal. No quería imaginarse alejada del hombre que amaba, pero ese momento llegaría.
Antes de que quisiera darse cuenta, todo eso habría acabado.