Capítulo Diez

 

El teléfono sonó y Lana corrió a responder para que Akela no se despertara de la siesta.

–¿Diga? –preguntó al no reconocer el número.

–¿Lana? –contestó una mujer con voz vacilante. Le resultaba familiar, pero no lograba identificarla del todo–. Soy Mele.

Se sintió culpable por no haber reconocido la voz de su hermana, pero ahora era diferente. Sonaba… sobria. Seria.

–Hola –respondió no muy segura de qué decir. No había hablado con ella en todo ese tiempo, ya que el programa de rehabilitación restringía las llamadas del exterior.

–¿Cómo está Akela?

–Muy bien. Le ha salido un diente.

–¿En serio? Vaya, su primer diente… –parecía triste, como si le importara haberse perdido ese momento.

–¿Por qué has tardado tanto en interesarte por ella? Podría haber estado todo este tiempo en una casa de acogida y ni siquiera te habrías enterado.

–Me dijeron que estaba contigo, así que sabía que estaría en buenas manos. Tenía que centrarme en recuperarme para ella.

–¿Y qué tal lo llevas? –intentaba no ser muy pesimista con respecto a la recuperación de su hermana, pero desintoxicarse no era fácil. Algunos adictos necesitaban varios tratamientos y no siempre llegaban a superarlo del todo.

–Muy bien. Hoy es el último día de tratamiento. Esta tarde me harán un análisis y, si estoy limpia, que lo estaré, mañana me dejarán irme.

¿Mañana? Lana sabía que debía alegrarse, pero se le cayó el alma a los pies al saber que su hermana iba a salir, porque eso significaba que iría a buscar a la niña. Significaba que su matrimonio con Kal terminaría. Significaba que toda su vida estaba a punto de derrumbarse.

–Me alegro por ti –fue todo lo que pudo decir.

–No pareces muy convencida, Lana.

–Lo siento, pero ya has estado en rehabilitación antes. ¿Cómo sé que esta vez te mantendrás limpia? No quiero devolverte a Akela y que vuelvas a consumir, y el juez tampoco lo permitirá.

–Me alegra saber que Akela tiene a tantas personas que se preocupan por ella, pero yo también soy una de esas personas. Si en algún momento siento que voy a volver a consumir, te la entregaré primero. Lo prometo. Pero no hay motivos para preocuparse. Ahora estoy en otra situación tanto mental como emocional. Tua está en la cárcel y fuera de mi vida para siempre. Tengo nuevos amigos que serán una mejor influencia. Esta vez me he desintoxicado para siempre, Lana. Mi régimen de libertad condicional me lo exige y mi hija se lo merece. Si no supero alguno de los análisis aleatorios, iré a la cárcel y perderé a Akela para siempre. Y no pienso permitir que eso suceda. No pienso volver a abandonar a mi bebé.

En la voz de Mele había una determinación que Lana jamás había oído en ella. De verdad parecía haber cambiado.

–Saldré por la mañana. ¿Crees que podrías venir a buscarme? Nuestro coche sigue confiscado por la policía y tardaré mucho tiempo en poder pagar la multa para recuperarlo.

–Sí, puedo ir a recogerte.

–Genial, gracias.

–¿Y de dónde vas a sacar el dinero para el coche?

–Eso entra en el programa de rehabilitación. Cada semana seguiré yendo a terapia de grupo e individual, me seguirán haciendo análisis y me ayudarán a encontrar casa y empleo. Están asociados con negocios locales para darnos trabajos estables.

Lana estaba impresionada.

–De hecho, el hotel de Kal es una de esas empresas. Puede que me informe sobre algún trabajo de limpiadora allí. Tal vez al cabo de un tiempo iría ascendiendo. ¿Crees que podrías hablar con él?

Lana se mordió el labio. Odiaba tener que pedirle algo más después de todo lo que había hecho ya. Mele no tenía la más mínima idea de hasta qué punto había llegado Kal por su hija. Por otro lado, sabía que Kal accedería. Encontrarle un trabajo y alejarla de Tua era lo mejor que podían hacer para evitar una recaída.

–Hablaré con él esta noche.

–De acuerdo. Bueno, será mejor que cuelgue, pero antes quieto darte las gracias, Lana.

–¿Gracias por qué?

–Por todo –hubo un momento de silencio–. Mañana te llamo.

La comunicación se cortó y Lana se quedó mirando el teléfono atónita. No sabía muy bien qué pensar, pero de pronto sintió miedo. Todo estaba a punto de venirse abajo. Akela volvería con su madre y su matrimonio llegaría a su fin. Había sido una estúpida por permitirse sentir algo por Kal aun sabiendo que ese día llegaría. Con mucho gusto mantendría la misma relación que estaban teniendo ahora, pero no sabía si Kal sentía por ella algo más que una atracción física. Había momentos en los que le parecía ver un brillo de algo parecido a amor en sus ojos, pero no podía estar segura.

Kal no quería casarse, ¿así que por qué iba a acceder a seguir casado? Se merecía una mujer mejor.

Temía el momento de tener que decírselo. No quería que todo acabara y, al mismo tiempo, no se veía capaz de quedarse allí esperando a que volviera a casa para contárselo.

–Sonia, tengo que ir al hotel.

Agarró el bolso y se subió a su nuevo Mercedes.

–Hoy llegas pronto al ensayo –le dijo el guardia de seguridad al verla aparcar en el aparcamiento de empleados.

–No te imaginas lo mal que lo hicieron anoche –le respondió con una sonrisa.

Cuando entró en el despacho, encontró a Kal tecleando algo en el ordenador. Al verla allí, la miró sorprendido y le sonrió.

–¡Hola! Justo estaba pensando en ir a almorzar. ¿Te apetece?

–No he venido por eso. Mele acaba de llamarme.

–¿Va todo bien? –preguntó preocupado.

–Sí, genial. Fenomenal. Todo va tan bien que sale mañana –contestó con los ojos llenos de lágrimas.

Kal se levantó de la silla, alarmado, y la abrazó. La dejó llorar un momento antes de hablar.

–¿Ha dicho algo sobre el juez o la custodia?

–Ha dicho que esta noche le harían otra analítica y que vendrá a recoger a Akela en cuanto salga.

Kal se puso tenso y ella lo notó en el abrazo.

Ojalá la amara a ella tanto.

 

 

Kal no se había sentido tan nervioso e impotente desde la muerte de sus padres. Estaba acostumbrado a tenerlo todo bajo control, pero no había nada que pudiera hacer. El decreto del juez era oficial: Mele había cumplido con todo lo que se le había requerido y ahora le devolvían la custodia de su hija.

Lana había ido a recogerla a la clínica de rehabilitación y él se había quedado cuidando de Akela. Tras comunicárselo a Sonia, la mujer se había marchado para buscar otro empleo. Sin bebé, no había motivos para tener una niñera. Ni una habitación infantil. Ni un matrimonio.

Ahora estaba sentado en el suelo viendo a Akela jugar con su osito. Le había puesto un vestido blanco con dibujos de patitos, unos calcetines y unos zapatos de estilo Merceditas. Había querido que la pequeña se marchara de allí como la princesita perfecta que era.

Junto a la puerta tenía preparada una maleta con cosas para la niña. La clínica le había buscado un apartamento a Mele, pero hasta que se trasladara, Kal le había dado una habitación en el hotel y un puesto en el departamento de limpieza.

Cuando Akela lo miró y le sonrió, sintió que el centro del pecho se le empezaba a encoger como si un agujero negro estuviera succionando todos sus sentimientos. Nunca había querido tener familia ni hijos, pero jamás se habría imaginado que le fuera a costar tanto tener que decirle adiós a esa pequeña. Lana y ella se habían convertido en la alegría de su vida y ahora las perdería.

Oyó el sonido de un coche en la puerta y, a continuación, unas voces de mujer. Todos los músculos del cuerpo se le tensaron. Después se abrió la puerta y por ella entraron Lana y otra mujer.

–¡Akela! –dijo arrodillándose en el suelo junto a la niña. La tomó en brazos y la sostuvo contra el pecho. Comenzó a llorar y en ese momento Kal se sintió culpable por haber deseado quedarse a la pequeña y no devolvérsela a su madre.

Era una imagen muy emotiva, pero le estaba costando digerirla. Se levantó y agarró su chaqueta.

–Me voy a la oficina.

Lana lo miró con preocupación, pero tampoco intentó detenerlo.

–De acuerdo. Voy a llevar a Mele al hotel para que se instale.

Kal necesitaba salir de allí, no podía quedarse a ver cómo Mele salía por la puerta con la niña en sus brazos. Por eso se marchó y se encerró en su despacho durante un par de horas, aunque cuando miró el reloj, resultó que no habían pasado un par de horas, sino siete.

Ahora que Akela se había ido, ¿qué motivos tenía para volver a casa?

Al menos Lana seguía allí, pero tampoco la tendría a su lado por mucho tiempo.

Cuando llegó a casa, la encontró sentada junto a la encimera de la cocina con una copa de vino en la mano.

–¿Ya se han instalado Mele y Akela?

Lana asintió lentamente.

–Sí. Gracias por dejarla quedarse allí unos días.

Kal se apoyó contra la puerta.

–Qué silencio hay aquí ahora. Demasiado.

–Lo sé, aunque el silencio viene muy bien para pensar. Hoy he estado pensando mucho.

–¿Sobre qué? –se acercó a la encimera.

–Sobre lo que pasará ahora. Sobre nosotros.

–No creo que tengamos que tomar ninguna decisión ahora…

–He llamado a Dexter y va a redactar los papeles del divorcio. Ha dicho que podemos ir por la mañana para firmarlos y que él los entregará en el juzgado. Tardarán unos treinta días en hacerse efectivos.

Esas palabras lo impactaron. ¿Por qué le molestaba que Lana hubiera dado ese paso? Se había esperado que se mostrara reticente, que quisiera ir más despacio, ya que era ella la que quería casarse y, en cambio, ahí estaba él, sintiéndose como si lo estuvieran abandonando.

–¿Estás segura de que debemos ir tan deprisa? ¿Y si Mele vuelve a consumir dentro de una semana? Tendríamos que volver a casarnos. ¿Por qué no esperamos un poco a ver qué pasa?

–Una semana, un mes, un año… no podemos saber qué hará mi hermana y no deberíamos vivir nuestra vida a expensas de lo que haga ella.

–No estoy diciendo eso. Solo digo que hoy han pasado muchas cosas y que no deberíamos tomar decisiones apresuradas.

–¿Y qué deberíamos hacer? ¿Seguir casados? ¿Seguir acostándonos y jugando a ser un matrimonio feliz? Así solo nos torturaremos.

–Yo no me siento torturado en absoluto por estar casado contigo, Lana. No me supone ningún esfuerzo seguir adelante con ello.

–Eso es porque no estás ena… –se detuvo. Apretó la mandíbula e intentó controlar las emociones que le bullían por dentro.

–¿Qué no estoy?

–Enamorado, Kal. No estás enamorado de mí, así que por supuesto esto para ti es un juego. Juegas a estar casado y a tener una familia, y es divertido porque sabes que terminará y que las cosas volverán a ser como antes.

Enamorada. ¿Lana estaba enamorada de él?

–Espera. Para mí esto no es un juego. ¿Por qué piensas eso?

–Kal, ¿estás enamorado de mí? Si lo estás, dilo ahora mismo.

¿Enamorado? ¿Acaso sabía lo que se sentía al estar enamorado? No lo sabía. Solo sabía que Lana le importaba, aunque suponía que eso no bastaba.

–Eso lo dice todo –dijo ella levantándose de la banqueta.

–Espera un minuto. No me has dado tiempo para pensar.

Lana sacudió la cabeza con tristeza.

–No deberías tener que pensarlo, Kal. O me quieres o no. O quieres seguir casado conmigo o no. Y ya que la respuesta me parece extremadamente obvia, opino que no tiene ningún sentido alargar esta conversación. Nos reuniremos con Dexter mañana por la mañana.

Kal no sabía qué decir.

–Lana…

–Gracias, Kal –le interrumpió.

–¿Gracias por qué?

–Por haber detenido tu vida durante un mes para ayudarme. No creo que muchos amigos hubieran llegado a ese extremo por mí y te lo agradezco.

El tono de Lana tenía un matiz de rotundidad que no le gustó. Era como si se estuviera despidiendo.

–Lo haría una y otra vez –y al ver a Lana colgarse el bolso al hombro añadió–: ¿Adónde vas?

Ella se detuvo ante la puerta y agarró la pequeña maleta de la que él no se había percatado al entrar.

Lana se marchaba.

–Vuelvo a mi casa.

–Esta es tu casa –dijo él con firmeza.

–He visto un apartamento en la colina en Lahaina y creo que voy a hacer una oferta, así que no necesito que tus empleados empaqueten ya el resto de mis cosas. Me las podrán mandar allí directamente –dijo antes de quitarse la alianza de boda y dejarla en la mesa de la entrada.

Kal no lo podía soportar, todo se estaba desmoronando. No quería perder lo que habían construido. Se acercó a ella.

–Pregúntamelo otra vez.

–Te gusta la idea de lo que teníamos, pero no será lo mismo. Esto no es lo que querías para tu vida, Kal. Lo has hecho por mí. Y si aun sabiéndolo permitiera que este matrimonio continuara, me estaría aprovechando de nuestra amistad. Ya me he aprovechado demasiado de ti, así que no me pidas que lo vuelva a hacer.

Kal no sabía qué sentir ni si Lana tenía razón. Solo sabía que no quería perderla.

–¿Y qué pasa con nuestra amistad?

–No pasará nada –le respondió dándole uno de sus familiares golpecitos en el hombro. Fue el mismo gesto de los viejos tiempos, aunque con una mirada distante que no lo convenció del todo–. Solo necesitaré algo de tiempo para estar sola, Kal. Te lo prometo.

Se sintió aliviado al oír eso, pero al mismo tiempo la ansiedad le estrujaba tanto el pecho que le impedía respirar.

–Buenas noches, Kal –dijo abriendo la puerta.

Kal se quedó allí y la vio alejarse en su todoterreno. No pudo moverse, no pudo correr tras ella. Prácticamente le había dicho que lo amaba, pero no parecía que quisiera que la siguiera. ¿Sería porque su amor por él solo le había provocado dolor? Tal vez tenía razón y era lo mejor para los dos.

Al fin y al cabo, sus vidas no habían sido tan terribles antes. Se divertían juntos y un matrimonio con hijos era algo que querían otras personas, pero no él. Si había podido acostumbrarse tan precipitadamente a estar casado y con un bebé, debería ser capaz de volver a la normalidad con la misma rapidez.

Sin embargo, mientras se lo decía, sabía que era mentira.