Capítulo Once

 

–¿Quieres que cuelgue este cuadro aquí? –preguntó Lana.

Mele entró en el salón con Akela apoyada en la cadera y asintió.

–Está genial.

Lana colocó el clavo en la pared y colgó el cuadro que habían encontrado en una tienda de segunda mano. Miró atrás y contempló su trabajo con orgullo.

El nuevo apartamento de Mele era bonito. Pequeño pero cercano al hotel y a la clínica. El dormitorio era lo suficientemente grande como para albergar una cama y la cuna de Akela, y para cuando la pequeña necesitara su propia habitación, Mele con suerte ya se encontraría en una mejor situación económica.

–Gracias por ayudarme con todo esto –dijo Mele mientras dejaba a Akela junto a sus juguetes–. Siento que esta semana hemos pasado más tiempo juntas que en muchos años.

–Y puede que sea verdad –ahora sentía que había recuperado a su hermana y cuando no estaban trabajando, siempre estaba con ella en el apartamento, ayudándola.

–¿Te apetece un café? –le preguntó Mele. Había invertido una pequeña parte de su primera nómina en comprar una cafetera barata. Era su nuevo capricho después de haber dejado de lado sus otras adicciones.

–Claro –respondió sentándose a su lado en la diminuta y desgastada mesa de comedor que habían encontrado en un mercadillo.

Y mientras se tomaban juntas un café y disfrutaban de la compañía de la otra, Lana intentaba no pensar en el café que Kal le preparaba todas las mañanas.

Marcharse de su casa había sido lo más complicado que había hecho en toda su vida, aunque sabía que había sido necesario hacerlo. Amaba a Kal, pero también se quería a sí misma lo suficiente como para saber que no podía conformarse con lo que él le ofrecía. Quería una relación con un hombre que supiera lo que sentía y que quisiera estar con ella más que ninguna otra cosa en el mundo. Y Kal no era ese hombre.

No lo había vuelto a ver desde aquella noche, ya que a la mañana siguiente había optado por ir sola al abogado y en el hotel había evitado los lugares que él solía frecuentar. No podía verlo todos los días y actuar como si no tuviera el corazón roto. Tal vez cuando el divorcio se hubiera hecho efectivo, podrían recuperar su amistad. Eso era lo que le había dicho a Kal y esperaba que así fuera.

–¿Lana?

–¿Qué?

–Te he llamado tres veces. ¿En qué planeta estás?

–Lo siento. Hoy estoy un poco distraída.

Mele asintió.

–¿Es por Kal?

–¿Por qué dices eso?

–Porque… no lo has mencionado en toda la semana. Cuando mi abogado me dijo que mi hermana y su marido habían solicitado la custodia, no dije nada, pero me quedé de piedra. ¿Qué está pasando entre vosotros?

–Dudo que quieras escuchar mi triste historia, Mele. Se supone que ahora tenemos que centrarnos en los nuevos comienzos.

Su hermana se cruzó de brazos y le lanzó una mirada severa.

–Lanakila, o me lo dices ahora mismo o te doy un tirón de orejas.

Lana, atónita, miró a su hermana. Hacía unos quince años que Mele no le hacía eso, pero aún podía recordar cuánto le dolía, y no le apetecía repetir la experiencia.

–Vale, de acuerdo.

–Empieza por el principio. Quiero todos los detalles.

Con un suspiro, Lana comenzó con el día que conoció a Kal y continuó con el relato hasta el día en que se marchó de su casa. Durante el proceso, se tomaron una cafetera entera, pasteles e incluso pusieron a Akela a dormir la siesta. Resultaba que su historia con Kal era más larga de lo que había imaginado.

–Así que aquí lo tienes. Estoy enamorada de mi mejor amigo, pero él no me quiere. Y estaremos divorciados en… –miró el teléfono– veintidós días.

–¡Vaya! –fue todo lo que Mele alcanzó a decir–. Es increíble. No me puedo creer que hayáis llegado a semejante extremo por el bien de mi hija –añadió con los ojos llorosos–. No sabes cuánto os agradezco todo por lo que habéis pasado por ella, pero me preocupa que hayas tenido que pagar un precio demasiado alto.

–Ha merecido la pena.

–¿Sí?

–Totalmente. Solo me gustaría haber sabido que esto acabaría así porque, de haberlo sabido, me habría protegido mejor el corazón. Habría mantenido las distancias cuando hubiéramos estado solos, pero tiene una personalidad tan magnética que me resultaba imposible.

–¿Y cómo creías que iba a terminar todo?

–Así –admitió–. Al final me habría enamorado de cualquier modo. Simplemente pensé que podría sobrellevarlo mejor. Lo del sexo me generó la ilusión de que tal vez se estaba enamorando de mí, lo cual es ridículo, por supuesto.

–¿Y por qué te parece ridículo que se enamore de ti?

–¡Oh, por favor, Mele!

–No, no me vengas con esas. ¿Qué hay tan repelente en ti como para que no pueda enamorarse? Eres preciosa. Eres inteligente. Tienes talento. Te preocupas de las personas que quieres y amas de un modo más profundo que nadie que conozca. Debería estar como loco por que te hayas enamorado de él, no al revés.

–Estás loca. Sí, tal vez sea guapa y una buena bailarina, ¿pero qué? Kal proviene de una familia muy importante; desciende de la realeza hawaiana por parte de madre. Tiene más dinero en el banco del que yo ganaré en toda mi vida. Es una persona que no se enamora de las personas como nosotras.

–Querrás decir como yo.

–No me refería a eso. Lo siento, pero es cierto que no ayuda mucho el hecho de tener un padre ebrio y violento y una hermana que siempre está al otro lado de la ley.

Mele sacudió la cabeza con una sonrisa.

–No, no te disculpes. Tienes razón, al menos en lo que respecta a nuestra familia. Tenemos problemas, pero todo el mundo los tiene. La diferencia es que algunos tienen más dinero que otros para ocuparse de esos problemas. Pero somos afortunados, ¿y sabes por qué? Porque te tenemos a ti. Eres nuestro diamante en bruto.

Lana se sintió incómoda con los halagos de Mele. Habían elegido distintos caminos, pero por ello no se consideraba mejor que su hermana.

–Venga, déjalo ya. Sé bailar, eso es lo único que me sacó de nuestra situación. Si hubiera sido una torpe, a saber qué habría sido de mí.

–No, tú nunca habrías terminado como yo. Te pareces demasiado a mamá.

Lana miró a su hermana con lágrimas en los ojos.

–¿En serio?

Había cumplido dos años unas semanas antes de que su madre muriera del cáncer de cuello de útero que le habían descubierto al dar a luz. En lugar de estar en casa con su bebé había estado en tratamiento, pero ya había sido demasiado tarde. Lana no tenía recuerdos de ella, solo unas cuantas fotos desgastadas en las que veía un cierto parecido. Mele tenía cinco años por entonces y recordaba algo más.

–Totalmente. ¿Por qué crees que papá se derrumbó cuando murió? Porque mamá lo era todo para él. Se sentaba y te tomaba en brazos mientras lloraba porque sabía que la estaba perdiendo y que no había nada que pudiera hacer por ella. Por eso no se enamoró de nadie más, porque no quería que su corazón sufriera más cuando en el fondo sabía que nadie podría reemplazarla.

Kal le había dicho algo parecido en una ocasión. Le había dicho que enamorarse era correr un riesgo demasiado grande. Que sabía lo que era perder a alguien que amaba y que no entendía cómo ella podía desear tener un marido y una familia cuando se los podían arrebatar en cualquier momento.

–Kal piensa lo mismo. Perdió a sus padres hace diez años. No habla mucho del asunto, pero sé que sufre mucho incluso ahora. Eso me hace preguntarme si por…

–¿Si por eso teme admitir que está enamorado de ti?

–Iba a decir «si por eso le da miedo tener una relación seria». ¿Qué te hace pensar que podría estar enamorado de mí?

Mele se levantó y preparó otra cafetera.

–Si todo lo que me has contado sobre Kal es verdad, entonces tiene que estar enamorado de ti.

–¿Por qué?

–Porque no es tonto, es inteligente. Es un empresario de éxito que está acostumbrado a que todo le salga como quiere, pero no se puede controlar el amor como se controla un negocio y él lo sabe. Puede que tenga miedo de decirte la verdad y sufrir, pero no es tonto.

 

 

Kal estaba furioso. No quería admitirlo, pero lo estaba. En un principio había pensado que se debía a que echaba de menos a la niña. Y así era, pero ese no era el principal problema. Lo que le estaba haciendo sufrir tanto era la expresión de decepción de Lana que veía cada noche cuando cerraba los ojos; las risas que tanto echaba de menos; los labios y los besos con los que fantaseaba.

La echaba de menos. Solo había pasado una semana desde la última vez que la había visto y le parecía como si hubiera desaparecido de su vida por completo a pesar de que, probablemente, siempre estaba a escasos metros de él.

Si hubiera querido verla de verdad, no habría tenido más que ir a ver el luau, pero no se había visto capaz. Verla bailar lo habría torturado incluso más. De todos modos, tal vez esa noche lo haría. O tal vez no.

–¿Señor Bishop?

–¿Sí? –respondió Kal a su ayudante.

–Alguien quiere verlo.

–Bueno, «verte» exactamente no –dijo Mano, acompañado por Hōkū cuando la puerta se abrió del todo–. Pero hemos venido de visita.

Kal se levantó sorprendido, y esperó hasta que se quedaron solos para decir:

–¿Qué haces aquí? Y esta vez no quiero mentiras.

–De acuerdo. He venido porque tus empleados están preocupados por ti y se han puesto en contacto conmigo.

–¿Estás de broma, verdad?

–No. Al parecer vas por ahí dando órdenes a gritos, criticando el trabajo de todo el mundo y comportándote como un auténtico…

–De acuerdo, lo capto. He estado muy desagradable. ¿Pero de verdad alguien te ha llamado y te ha pedido que vengas?

–Lo cierto es que me han pedido permiso para echarte un sedante en el café del desayuno, así que he pensado que venir hasta aquí era mejor solución.

–He tenido una mala semana.

–Eso me imaginaba –dijo tocándole la mano izquierda–. No llevas anillo.

Kal apartó la mano.

–No llevo anillo. Todo ha acabado.

–¿Qué ha pasado?

Suspiró. No quería contarle la verdad a su hermano, pero sabía que debía hacerlo.

–Tenías razón sobre nosotros. No era verdad. Lo hicimos para aparentar por si el Servicio de Protección de Menores investigaba. La hermana de Lana entró en desintoxicación y era el único modo de obtener la custodia de su sobrina, pero ya ha terminado el tratamiento y se ha reunido con su hija, así que todo ha terminado y Lana se ha marchado.

–Querrás decir que la has dejado ir.

–No, quiero decir que llamó al abogado, inició los trámites de divorcio y se marchó –lo cual era verdad, a excepción del diminuto detalle sobre el momento en que le había preguntado si la amaba, y él se había atragantado.

–Se me hace muy raro que una mujer que está tan enamorada de su marido se vaya de ese modo. ¿Qué le hiciste?

–No le hice nada. Me ceñí al acuerdo. Fue ella la que rompió las normas.

–¿Y cuáles eran las normas exactamente?

–Que lo hacíamos solo por la niña y nada más.

–¿Entonces no te acostaste con ella?

Empezaba a sentirse como si estuviera viviendo en la época de la Inquisición Española. Cuando se enterara de quién había llamado a su hermano, sus empleados se iban a enterar de verdad de lo que era un jefe con mal carácter.

–Sí, me acosté con ella.

–¿Más de una vez?

–Sí.

–¿Entonces tú también rompiste las reglas?

–Sí. Rompimos esa regla, pero ella no debía enamorarse y eso no debía estropear nuestra amistad.

—Así que os habéis pasado un mes jugando a las casitas, haciendo el amor y actuando como una familia feliz y ahora estás enfadado con ella porque se ha enamorado de ti en el proceso.

–Sí.

–¿O es que estás enfadado contigo mismo porque también te has enamorado de ella?

Kal cerró los ojos y gruñó.

–Esta conversación se sobrelleva mejor en un bar. Necesito una copa.

Mano sonrió y se levantó.

–Genial. Yo también me tomaría una ahora mismo.

Una vez estuvieron acomodados en el bar con sus bebidas y un cuenco de frutos secos asiáticos, Mano esperó a que Kal le diera la respuesta que llevaba guardándose diez minutos.

–No estoy enamorado.

Mano suspiró.

–No hace mucho tiempo estábamos en la fiesta de cumpleaños de tutū Ani y tú me intentabas convencer de que fuera detrás de la mujer que quería y que había dejado salir de mi vida.

–Aquello era diferente. Tú sí estabas enamorado.

–¿Y tú puedes decirme sinceramente que no sientes nada por Lana?

–Siento lo mismo que he sentido siempre por ella. Es mi mejor amiga. Me encanta estar con ella y la echo de menos si no la veo a menudo. Se lo puedo contar todo. Es genial hablar con ella y siempre me da buenos consejos.

–Si tuvieras esta situación con otra mujer y le pidieras consejo a Lana, ¿qué te diría?

–Me diría que le dijera que la quiero.

–Y teniendo en cuenta que dices que no ha cambiado nada, ¿es posible que estés confundido porque siempre hayas estado enamorado de ella?

Las palabras de su hermano lo dejaron paralizado. ¿Era posible que llevara todo ese tiempo enamorado? ¿Por eso nunca le había interesado tener una relación con nadie más? ¿Por eso prefería estar con ella antes que tener una cita con otra? ¿Por eso estaba aterrorizando a sus empleados desde que Lana se había ido? La respuesta hizo que se le erizara el vello de la nuca y que se le encogiera el pecho.

–¡Ay, Dios! Siempre he estado enamorado de ella.

–Sí –fue lo único que dijo Mano.

–Estoy enamorado de Lana –repitió en voz alta para que sus oídos se acostumbraran al sonido. Ahora entendía la verdad de sus sentimientos.

Durante todo ese tiempo había evitado acercarse demasiado a alguien por miedo a perderla, y ahora había alejado de su lado a la única persona a la que había amado. El resultado era el mismo: estaba solo y abatido. Sin embargo, aún tenía la oportunidad de hacer las cosas bien.

Tenía que decirle lo que sentía y esta vez no consentiría que se apartara de él. Seguía siendo su mujer legalmente y no permitiría que eso cambiara.

–Y ahora la cuestión es, ¿qué vas a hacer al respecto?