Capítulo Doce

 

Llegaba el turno de Lana. Las luces bajaron por un momento y los músicos comenzaron a cantar una antigua oración hawaiana mientras tocaban los tambores. Salió al escenario y se situó en su sitio antes de que los focos la iluminaran.

Llevaba representando ese número tres años, tres días a la semana; se lo sabía como la palma de la mano y, aun así, se sintió torpe cuando comenzó a moverse. Uno de sus profesores de danza le había dicho que bailaba con el corazón y con el alma, pero últimamente su corazón no estaba demasiado bien.

Se plantó una sonrisa en la cara y bailó. Si había actuado con la gripe y hasta con un tobillo roto, ahora también podría hacerlo.

Instintivamente miró el extremo más alejado del jardín, que era el punto desde donde Kal siempre veía el espectáculo. Esa noche no estaba allí, y tampoco lo había estado ninguna otra desde que se había ido de su casa. Suponía que ella tenía la culpa; le había dicho que necesitaba espacio y él se lo estaba dando. A pesar de todo, le dolía mirar hacia allí y ver un muro de piedra donde debería haber estado su alta silueta.

Mele le había dicho que Kal entraría en razón, pero Lana no estaba tan segura. ¿Por qué iba a cambiar de opinión precisamente por ella?

Cerró los ojos un instante en un intento de sacarse ese pensamiento negativo de la cabeza. Su hermana le había enseñado que tenía que empezar a valorarse y dejar de pensar que no era lo suficientemente buena. Era la hija de su madre y, cada vez que se dejaba invadir por esos pensamientos negativos, empañaba su memoria. Y eso no podía permitirlo.

Era mejor pensar que Kal era un tonto que no veía el diamante en bruto que tenía delante, pero tampoco estaba dispuesta a quedarse sentada esperando a que cambiase de opinión. Se iba a comprar ese apartamento que había visto, se marcharía del hotel y empezaría a construirse una vida que no girara en torno a Kal y su hotel. De hecho, había oído que uno de los mayores luaus de Lahaina buscaba coreógrafa. Le asustaba abandonar el lugar que consideraba su hogar, pero tal vez había llegado el momento.

Volvió a desviar la mirada hacia el rincón y en esa ocasión vio una silueta familiar. Kal estaba allí. Observándola.

Se le olvidó un paso y se obligó a concentrarse en la actuación, pero cuando volvió a mirar, Kal había desaparecido. Se le encogió el corazón de decepción. No podía soportarlo más. Tenía que marcharse de allí y alejarse de él para poder seguir adelante con su vida.

Cuando la actuación terminó y las luces se apagaron, bajó del escenario y se topó con Talia, una de sus bailarinas.

–Tenemos un problema, Lana.

–¿Qué pasa?

–Callie está vomitando. No va a poder participar en el nuevo número al final del espectáculo.

–De acuerdo. Ve a decirle a Ryan que voy a sustituir a Callie.

Talia asintió y se dirigió a la zona de los músicos mientras Lana volvía al camerino para ponerse el traje de Callie, un vestido blanco a juego con una corona de orquídeas blancas. Le recordaba demasiado a su vestido de novia y se sentía incómoda con él. Estaba deseando que terminaran el resto de actuaciones para poder hacer su representación y quitárselo.

Y entonces por fin llegó el último número de la noche y salió al escenario a hacer su trabajo. En esa ocasión, el montaje sería algo distinto: Ryan, el cantante, se situaría tras ella y cantaría el tema «Una noche encantada» del musical South Pacific mientras ella bailaba. Después, cuando el número concluyera y antes de que las luces se apagaran, terminaría el número en los brazos de Ryan.

Los músicos empezaron a tocar y Lana esperó a que le llegara el turno de comenzar a bailar. Miró al público intentando no buscar a Kal y entonces, cuando Ryan empezó a cantar, se quedó paralizada. No era la voz de Ryan. Era una voz agradable, pero carecía del tono de un cantante profesional como él.

Cuando por fin la coreografía le permitió girarse, miró a su compañero y vio que se trataba de Kal, ataviado con un traje de lino blanco.

Se quedó paralizada. Allí estaba, cantándole palabras de amor. No se podía creer lo que estaba viendo, pero debía terminar su actuación fuera como fuera. Después lo arrastraría hasta el camerino y hablaría muy seriamente con él por haberla puesto en esa situación, aunque antes tendría que afrontar la última parte del número, donde debía mirarlo con amor mientras él le cantaba.

Así, cuando Kal comenzó a cantar el último verso, ella se le acercó lentamente y lo miró a los ojos. Parecía como si él estuviera sintiendo realmente lo que decía sobre encontrar al amor verdadero y volar a su lado, pero tampoco quería hacerse demasiadas ilusiones. Eran las palabras de los autores de la canción, no de Kal.

Cuando finalmente la música se desvaneció y el público estalló en aplausos, Lana esperaba que la soltara, pero Kal no lo hizo.

–No quiero vivir mi vida soñando solo. Quiero vivirla contigo.

–No lo dices en serio, Kal –le susurró, porque él tenía un micrófono y todo lo que dijera lo oiría el público.

–Si no fuera en serio, ¿crees que estaría subido al escenario cantándote y poniéndome en ridículo? ¿Crees que habría convencido a tus bailarines para que fingieran que una de las chicas se ha puesto enferma?

Lana cerró los ojos e intentó asimilar lo que estaba pasando. Y parecía que el público estaba igual de impresionado, porque se había sumido en un silencio tan absoluto que lo único que ahora se oía allí era el sonido de las olas.

–He organizado todo esto porque quería decirte y decirle a todo el mundo cuánto te quiero, Lana.

–Pues me lo podrías haber dicho en privado.

–Los dos sabemos que no habría funcionado. Quería testigos y quería asegurarme de que no te escaparas y de que escucharas todo lo que tengo que decir.

Lana estaba tensa en sus brazos.

–No pienso dejar que te libres de mí. Esta última semana sin ti ha sido un auténtico infierno. No quiero que las cosas sean como antes y no quiero vivir en esa casa solo. Quiero una familia. Una familia de verdad, como la que tiene mi hermano y la que tuvieron mis padres. Y la quiero contigo.

–No lo dices en serio. Solo estás confundiendo nuestra amistad con algo más.

–Eres mi amiga. Eres mi mejor amiga, pero además eres el amor de mi vida y no estoy confundido. Te quiero a mi lado como mi esposa para el resto de mi vida y no me voy a conformar con menos.

Las palabras de Kal le robaron el aliento, se veía incapaz de resistirse, pero reunió fuerzas para decir:

–Has perdido la cabeza. Suéltame.

Se apartó de sus brazos y salió del escenario.

 

 

En cuanto Lana se giró y lo vio en el escenario, supo que había cometido un error. Había creído que declararle su amor ante todo el mundo la convencería de que era cierto, pero se había equivocado.

Corrió tras ella abriéndose paso entre los bailarines y la siguió por el camino de arena que conducía a la playa.

–¡Lana! –gritó, y al oír su voz resonar por los altavoces, se arrancó el micrófono y siguió corriendo–. ¡Lana, espera!

Lana se detuvo al llegar a la orilla y se quedó allí, de espaldas a él.

–¿Lana?

Cuando se giró, estaba conteniendo las lágrimas.

–¿Cómo te atreves?

–¿Qué quieres decir?

–¿Cómo te atreves a ponerme en ridículo delante de toda esa gente?

–¡Me he puesto en ridículo a mí y no a ti al intentar demostrarte cuánto te quiero!

–Delante de mi grupo de baile, delante de los huéspedes…

–A los que les ha parecido un gesto romántico e increíble. Todos estaban emocionados por ayudarme y al público le ha encantado hasta que has salido corriendo y lo has estropeado todo.

–¿Qué te hace pensar que ponerme en evidencia era lo correcto? Aunque estuviera enamorada de ti, soy una persona discreta, Kal. Y una profesional. No me gusta que mi vida personal salpique mi trabajo de este modo.

Kal suspiró y cerró los ojos.

–Lo siento, Lana. Debería haberme dado cuenta –se acercó unos pasos–. Pero es que los vi cantar esa canción en el último luau y me pareció perfecta. El tipo sabe que tiene que actuar si no quiere perder a la mujer que ama, y eso es lo que he hecho yo, quería cantarte esas palabras para que supieras que es verdad.

–¿Has estado viendo el espectáculo? No te he visto.

Kal asintió, complacido de que Lana hubiera notado su ausencia.

–Pero me he estado sentando entre el público para que no me vieras.

Lana suspiró y sus hombros se relajaron un poco.

–Creía que habías dejado de venir a vernos bailar.

–Lo hice el primer día, pero luego me di cuenta de que no podía alejarme por mucho que tú quisieras que lo hiciera. Estoy enamorado de ti, Lana. Y tanto si tenemos público delante como si no, lo que te tengo que decir es lo mismo.

–No te creo. Lo que creo que es que te sientes solo y quieres mantenerme en tu vida. Por favor, no me digas que me quieres hasta que no lo sientas de verdad. Si cambiaras de idea, mi corazón no podría soportarlo, Kal.

–Esto no es un sentimiento nuevo, Lana; es una nueva revelación. Desde que te fuiste me he dado cuenta de que mis sentimientos no cambiaron por ti al casarnos, porque llevo enamorado de ti todo este tiempo.

Lana separó los labios con gesto de sorpresa. Al verla, Kal quiso tomarla en sus brazos y besarla, pero se contuvo, ya que su último gesto romántico había sido un fracaso.

–¿Qué quieres decir con «todo este tiempo»?

–Quiero decir que llevo tres años queriéndote. Durante todo este tiempo has sido la persona más importante de mi vida, mi mejor amiga y la persona con la que he querido compartir todo, pero era demasiado testarudo como para darme cuenta de que lo que había entre los dos era algo más que una amistad. No me interesaba tener ninguna relación con nadie, porque solo quería tenerla contigo.

–Pero no quieres casarte ni tener familia.

–Me asustaba casarme y tener familia porque me asustaba perder a alguien que quiero. Luego me di cuenta de que ya te había perdido de todos modos. No puedo recuperar a mis padres, pero sí que podría hacer algo contigo. Podía decirte lo que siento y rezar por que me creyeras.

–Me quieres de verdad –dijo Lana con un matiz de incredulidad.

–Sí. Y quiero seguir casado contigo. He llamado a Dexter y le he dicho que posponga los trámites de divorcio.

Lana lo miró atónita y alargó la mano para apartarle el pelo de la cara delicadamente.

–¿Te has dado un golpe en la cabeza o algo?

Kal le agarró la mano y se la llevó al pecho.

–Claro que no. Lo que te estoy diciendo no es fruto de una conmoción cerebral, solo estoy siendo sincero conmigo mismo y contigo por primera vez. Ahora quiero que tú seas sincera conmigo.

–¿Sobre qué?

–He dejado muy claros mis sentimientos. ¿Pero y tú? ¿Me quieres?

Nerviosa, se mordió el labio inferior antes de asentir.

–Sí.

Kal esbozó una amplia sonrisa y la llevó hacia sí.

–¿Y quieres casarte conmigo?

–Ya estamos casados, Kal.

Kal se metió la mano en el bolsillo y sacó el anillo que ella se había dejado en casa.

–Entonces, supongo que será mejor que te pongas tu anillo de boda.

Con la respiración entrecortada, Lana extendió los dedos para que Kal le pusiera la alianza.

–Eso no es todo –dijo al meterse la mano en el bolsillo otra vez y sacar una caja. La abrió y esperó a su reacción.

–¡Kal! Te dije que no necesitaba un anillo de diamantes.

Él lo sacó de la caja y se lo puso junto a la alianza. Era un diseño hawaiano único de un artesano local, con un diamante ovalado sobre un aro de flores de Plumería en platino. Estaba diseñado para encajar a la perfección con la alianza.

–No lo necesitabas cuando nos íbamos a casar para convencer al juez, pero ahora que vas a ser mi esposa de verdad, y que lo vas a ser para siempre, sí que necesitas el diamante para demostrarlo.

Lana le puso la mano en el pecho y lo miró.

–No tenemos que demostrarle nuestro amor a nadie más. Es solo para nosotros.

–Bueno, hay ciertas personas a las que les gustaría saber que estamos enamorados y felices y que seguimos casados.

–¿A quién?

Kal la agarró de la mano y la llevó hacia el escenario. Según se acercaban, el soplido de una caracola resonó en la noche.

Todo el público seguía sentado, esperando ansioso su regreso. Los bailarines estaban sentados entre el público y junto a ellos, en primera fila, Mano y Paige y Mele, Akela y el padre de Lana.

Al verlos, Lana le tiró del brazo y lo detuvo.

–¿Qué está pasando? –preguntó justo antes de ver en el centro del escenario al kahuna pule que los había casado. Abrió los ojos de par en par.

–Vamos a renovar nuestros votos –le explicó él.

–¿Aquí? ¿Ahora mismo?

–¿Por qué no? Prácticamente llevas un vestido de novia, nuestra familia está aquí, el sacerdote está aquí y tenemos trescientos invitados que esperan ansiosos que nos besemos para poder irse a tomar nuestra tarta de bodas –dijo Kal señalando a un extremo del jardín donde había una mesa con una preciosa tarta de cinco pisos cubierta de orquídeas moradas y blancas–. La primera vez que nos casamos no tuvimos nada de esto, y ahora que vamos a seguir casados, quería hacer algo para conmemorarlo.

Lana miró a su alrededor.

–No me puedo creer que hayas hecho esto. ¿Cómo…? ¿Cuándo…?

Kal sacudió la cabeza. Esa historia se la guardaría para otro momento. Ahora mismo tenían una boda a la que asistir.

–¿Entonces qué le parece que nos volvamos a casar, señora Bishop?

Antes de poder responder, el público comenzó a vitorear y a aplaudir. Ella, sonrojada, lo miró y asintió, despertando más aplausos y ovaciones.

Kal le agarró la mano y la llevó hasta la mesa donde los esperaba el kahuna pule, que abrió su libro de oraciones y comenzó a recitar las mismas palabras que les había leído un mes antes.

–La palabra hawaiana para designar el amor es «aloha». Hoy nos hemos reunido para celebrar el especial aloha que existe entre tú, Kalani, y tú, Lanakila, ahora que vais a renovar vuestros votos. Cuando dos personas prometen compartir la aventura de la vida, es un momento precioso que recordarán siempre.

Repitieron los votos y en esta ocasión, cuando se besaron, ya no hubo dudas ni vacilaciones. Él agarró a Lana por la cintura y la echó hacia atrás arrancando aplausos entre el público. Después, abrazaron a sus familiares y cortaron la tarta para servirla a los huéspedes del hotel.

Ya era tarde cuando Kal aparcó el Jaguar en la puerta de casa y sorprendió de nuevo a Lana tomándola en brazos y cruzando con ella el umbral de la puerta.

–No me puedo creer que esto haya pasado –le dijo ella–. Eres increíble. Has hecho todo esto por mí.

–Claro que sí. Te he dicho que te quiero y quería que tuvieras todo lo que puedas desear. ¿Qué has pensado al darte la vuelta y verme en el escenario?

Lana enarcó una ceja.

–¿De verdad lo quieres saber?

–Claro que sí.

–He pensado que cantas fatal.

–¡Me has mentido! –le dijo en broma mientras la llevaba por el pasillo hacia el dormitorio–. Y esta noche me las vas a pagar –añadió con una pícara sonrisa.

Lana sonrió y lo besó con toda la pasión que pudo reunir.

–Eso espero.