Lana tenía que admitir que le provocaba un poco de envidia la nueva casa de Mano y Paige, asentada sobre un acantilado con vistas al mar en la zona este de Oahu.
Era el marco perfecto para su boda. Paige estaba preciosa con su vestido color crema de encaje y el pelo recogido con flores de hibisco en un moño. Su barriga de embarazada era evidente y los familiares de Mano no hacían más que tocarla para que les diera buena suerte.
Mano estaba radiante con el tradicional traje blanco y Hōkū iba a juego con un lazo blanco, ya que era oficialmente el portador de los anillos.
Todo estaba saliendo a la perfección y Lana se alegraba por ello.
–¿Lana?
Cuando se giró, vio a Ani, la abuela de Kal, acercándose a ella.
–Aloha, tūtū Ani.
La mujer le sonrió y le dio la mano.
–Anoche tuve un sueño que te tengo que contar.
–Vamos a sentarnos a una mesa para que me lo puedas contar todo.
–¡Kalani! –gritó Ani indicándole a Kal que se acercara–. Tú también deberías oír esto. Es importante.
Kal se acercó y se sentó con ellas.
–¿Qué pasa, tūtū?
–Anoche tuve un sueño importante.
–¿Sobre qué? –preguntó él.
Ani puso la mano sobre el vientre de Lana y respondió:
–Sobre vuestro hijo.
Lana se quedó asombrada y miró a Kal.
–¿Pero si no estoy embarazada?
Ani se rio y sacudió la cabeza.
–Puede que no te hayas dado cuenta aún, pero lo estás. Vuestro hijo será alto y fuerte, como un dios hawaiano forjado de los grandes fuegos del monte Kilauea. Keahilani será el sucesor de la familia cuando ni vosotros ni yo estemos.
Kal parecía tan asombrado como Lana.
–¿Estás segura, tūtū?
–Claro que estoy segura. Tuve los mismos sueños sobre Mano y sobre ti cuando vuestra madre se quedó embarazada. Así elegimos vuestros nombres. Nuestros ancestros me hablaron en sueños y me mostraron quiénes seríais. Tú estabas destinado a ser jefe y tu hermano emergió del mar y nadó con los tiburones en mi sueño. Vuestro hijo será Keahilani, del fuego del cielo.
Tras terminar de hablar, la mujer se levantó y le dio un beso en la mejilla a Lana.
–Ho’omaika’i ‘ana a los dos.
Lana y Kal, aun boquiabiertos, la vieron alejarse. Después bajaron la mirada al vientre de Lana.
–¿Tendrá razón? –preguntó ella.
Cuando Kal sonrió y la besó, un cosquilleo la recorrió y deseó estar en la cama con él en lugar de allí.
–Siempre la tiene. Keahi está en camino y nuestra preciosa familia ya se ha empezado a formar.