Al día siguiente Kal se encontraba en el despacho de su abogado intentando mantenerse callado. Estaban allí por Lana y por Akela y, aun así, le estaba resultando difícil mantener la boca cerrada.
Lana se había reunido con él en el bar la noche anterior con la mirada cargada de pánico. Nunca la había visto así. Le había dado una copa, la había sentado en un sillón y le había hecho contarle todo. Hasta ese momento no había sido consciente de lo mucho que le había ocultado sobre su familia. Sabía que su padre era un desastre, pero al parecer su hermana era aún peor. Solo imaginarse a la pequeña sobrina con unos extraños había hecho que le hirviera la sangre de rabia. La había visto en una sola ocasión, una tarde en la que Lana estuvo cuidando de ella, pero le había parecido adorable con sus mofletes regordetes, unas pestañas muy largas y una graciosa sonrisa desdentada. Lana adoraba a esa niña y ahora esa niña tenía problemas.
Había llamado a su abogado al instante. Cuando tenías un contrato de seis cifras con Dexter Lyon, tenías su número personal y permiso para llamarlo siempre que lo necesitaras. Y aunque él nunca había tenido motivos para acudir a su abogado en mitad de la noche, Lana sí los tenía, y eso era lo único que importaba. Había accedido a verlos el lunes a primera hora de la mañana.
–Para seros sincero, esto no pinta bien –dijo Dexter.
–¿Qué quieres decir? –preguntó Lana, que parecía estar al borde del llanto constantemente desde la noche anterior.
–Quiero decir que el juez Kona es duro de pelar. Sí, lo más normal sería que obtuvieras la custodia de tu sobrina, pero voy a decirte por qué rechazaría tu petición. Eres bailarina, vives en la habitación de un hotel, tienes unos horarios de locura y estás soltera. Y aunque nada de eso te incapacita legalmente para tener hijos, si lo juntas todo resulta complicado convencer al juez.
Lana frunció el ceño.
–Bueno, por un lado, soy coreógrafa. Sí, resido en el hotel por una cuestión de comodidad, pero puedo conseguir un apartamento si hace falta. Y estoy soltera, pero puedo permitirme pagar una guardería mientras estoy en el trabajo.
–¿Y por la noche? Que conste que ahora mismo solo estoy ejerciendo de abogado del diablo. El juez Kona te hará estas preguntas, así que es mejor que estés preparada para ellas.
–No entiendo cómo se puede considerar a Lana no apta, cuando los padres de la bebé son traficantes de drogas. Aunque fuera una bailarina exótica que viviera en una furgoneta junto al río, sería más apta que Mele y Tua –Kal se estaba enfadando. No estaba acostumbrado a que le negaran nada, y menos cuando llamaba a Dexter. Dexter debía solucionar cosas, y su reticencia a ocuparse de ese asunto lo estaba enfureciendo por segundos.
–Lo entiendo, de verdad que sí. Y por eso me he adelantado y he solicitado la custodia temporal. El miércoles nos presentaremos ante el juez.
–¡El miércoles! –Lana estaba hundida. Kal imaginaba que si su sobrina estuviera con unos extraños él no podría dejar pasar ni una hora para recuperarla, así que mucho menos unos cuantos días.
–En el sistema judicial no existen las prisas. Tenemos suerte de que nos vayan a ver el miércoles. Mirad esto como la oportunidad que es.
–¿Oportunidad? –repitió Lana escéptica.
–Sí. Tienes dos días para optimizar tu situación. Encuentra un lugar donde vivir, busca una niñera, compra una cuna y, si tienes un novio formal, cásate con él. Todo eso ayudará a la causa.
¿Casarse?
–Espera un segundo –dijo Kal. Ya no se podía callar más–. ¿Le estás recomendando que se case con alguien para poder conseguir la custodia?
–No estoy diciendo que se case con cualquiera, pero si tiene un novio formal, sería un momento genial para dar el salto.
Lana se recostó en la silla y agachó la cabeza hasta las manos.
–Tal como siempre lo había imaginado.
A Kal no le gustaba lo que estaba viendo. Parecía completamente derrotada y no iba a permitir que se sintiera así.
–Es una buena idea, Dexter, pero no todo el mundo tiene una relación que pueda pasar al siguiente nivel con un día de preaviso.
Dexter se encogió de hombros.
–Bueno, imaginaba que la propuesta no iba a funcionar, pero no habría venido nada mal. Pues entonces, centra todas tus energías en encontrar un apartamento y una niñera. Y que sea un buen sitio. Un estudio no es mucho mejor que la suite de un hotel –se levantó y se apoyó en el escritorio–. Sé que parecen muchos cambios solo para una custodia temporal, pero tu hermana y su novio están metidos en un buen lío y puede que esto no sea tan temporal como imaginas. Además, la vida se puede complicar mucho viviendo en un apartamento pequeño con un bebé. Mi casa tiene doscientos ochenta metros cuadrados y, cuando llegamos del hospital con nuestro hijo, nos pareció una cajita de cartón. Había cosas de bebé por todas partes. Todo se complica y tardas veinte minutos en lograr subirte al coche para ir al supermercado.
Lana gritó.
–¿Me estás intentando disuadir?
Dexter abrió los ojos de par en par.
–¡No, claro que no! Los niños son geniales. Ahora tenemos cuatro. Lo que quiero decir es que necesito que hagas todo lo necesario para que sea una transición sencilla. Tengo intención de ganar la moción el miércoles y necesito tu ayuda para que al juez le resulte imposible negarte la custodia. Cualquier cosa que puedas hacer ayudará.
En ese momento alguien llamó a la puerta.
–¿Sí? –preguntó Dexter.
Su secretaria asomó la cabeza por la puerta.
–Lo siento, señor Lyon, pero el señor Patterson está por la línea dos y parece muy molesto. Se niega a hablar con nadie que no sea usted.
Dexter miró a Lana y después a Kal.
–¿Os importa si contesto en la otra sala? Tardaré solo un minuto.
Kal asintió y Dexter salió por la puerta. No le gustaba nada lo que estaba pasando, y no le gustaba nada ese juez. ¿Quién era él para imponer su sistema de valores en otras personas? Lana no debería tener que reorganizar su vida por eso. No había nada malo en su modo de vida. No era una traficante de drogas ni una heroinómana, así que tenía que ser más apta para la custodia que su hermana.
Quería decir algo, pero la expresión meditabunda de Lana lo detuvo. No quería interrumpirla.
Por fin su mirada pareció centrarse y lo miró. Ese día llevaba su melena oscura recogida en una cola de caballo que le caía por el hombro. Aunque su largo y abundante cabello era precioso y él solía fantasear con deslizar los dedos por él, sabía que a Lana le incordiaba. Lo llevaba largo por el espectáculo, pero si no estaba actuando, siempre se lo apartaba de la cara. Y por suerte para él, eso aplacaba sus tentaciones, al menos la mayor parte del tiempo.
–Bueno, tengo una idea. Es una locura, pero hazme un favor y escúchame un segundo.
–De acuerdo –respondió él no muy seguro de que fuera a gustarle.
–Está claro que no voy a cambiar de trabajo y que no hay razón para hacerlo.
–Estoy de acuerdo.
–Puedo encontrar una guardería para los días que trabajo con los bailarines y una niñera para las noches del luau.
–Cierto. Y también puedo darte días libres, ya lo sabes. Creo que tienes unas doscientas horas de vacaciones que no has usado aún.
Lana frunció el ceño. Últimamente hacía mucho ese gesto, y a Kal no le gustaba. Le entraron ganas de borrar esa arruga entre sus cejas y besarla hasta hacerla sonreír, aun a riesgo de recibir un bofetón. Lo único que quería era dejar de verla tan triste. Sin embargo, se mantuvo quieto y con la boca cerrada.
–Es buena idea, pero es casi Navidad y estás muy ocupado. No puedo tomarme el mes entero libre. Además, si lo que tu abogado dice es verdad y voy a tener a Akela más de un mes o dos, voy a necesitar días por si se pone enferma o tenemos alguna cita con el médico. Todo el mundo que conozco con hijos de menos de tres años necesita días para eso, sobre todo si van a la guardería. Allí se contagian muchos virus.
Kal no había pensado en eso. Si esa nueva situación se alargaba, Akela ocuparía gran parte de su tiempo. De pronto sintió un golpe de celos al saber que podría perder a su mejor amiga temporalmente. Lo comprendía perfectamente, pero se preguntó qué haría mientras ella estuviera volcada en cuidar de su sobrina.
–De acuerdo, solo quería dejar claro que a tu jefe le parece bien si tienes que hacerlo.
Lana asintió.
–Gracias. Suele ser un cretino, así que me alegra que esté siendo razonable en este caso.
Sonrió por primera vez desde que había recibido la llamada de su hermana y él se sintió aliviado. Esa sonrisa le daba un poco de esperanza.
–Lo de encontrar un apartamento más grande en Maui sí que es complicado. No me puedo permitir nada así en el lado oeste de la isla, y si me muevo más al este, el camino al trabajo y de vuelta a casa será terrible.
El mercado inmobiliario en Maui era una locura. Intentaba no pensar demasiado en cuánto había pagado por el terreno donde se ubicaba su hotel. Había tantos ceros en el cheque que había pasado un mal rato al firmarlo, y eso que tenía el dinero. No se podía imaginar lo que sería intentar vivir allí con un salario medio. Lana ganaba dinero, pero no lo suficiente como para tener un piso grande frente al mar.
—¿Y si te vienes a vivir conmigo? –preguntó de pronto sin pensar.
Lana lo miró estrechando sus ojos almendrados.
–La verdad es que ayudaría mucho, pero ¿estás seguro? Tenernos a mí y a una bebé en casa te va a cortar tus alas de soltero.
Kal le quitó importancia al asunto; de todos modos, en esa época del año apenas tenía tiempo para nada más que para el trabajo. Además, si Lana estaba en su casa con la niña, no la echaría de menos… aunque eso jamás lo admitiría.
–Tengo tres habitaciones vacías. Si te sirve, estaré encantado de hacerlo.
Lana le sonrió.
–La verdad es que me alegra mucho que lo hayas dicho, porque estaba a punto de exponerte la parte más descabellada de mi plan.
Kal tragó saliva. ¿Tenía algo en mente que era más descabellado que irse a vivir juntos y con un bebé?
En ese momento Lana se levantó de la silla y se arrodilló ante él. Le tomó la mano.
–¿Qué estás haciendo? –le preguntó Kal con el pecho encogido e intentando respirar. De pronto sentía como si la mano le ardiese, todos sus nervios se habían encendido ante el contacto. Quería apartarse para recuperar el control, pero sabía que no podía. Era la calma que precedía a la tormenta.
Lana respiró hondo y lo miró con una sonrisa esperanzada.
–Te estoy pidiendo que te cases conmigo.
Lana lo miró, y esperó nerviosa una respuesta. Era una locura, lo sabía, pero estaba dispuesta a hacer lo que fuera para conseguir la custodia de Akela. Así que ahí estaba, arrodillada y pidiéndole matrimonio a su mejor amigo, que no tenía ningún interés en llegar a casarse nunca.
A juzgar por la cara de pánico de Kal, no era lo que se había esperado y no quería aceptar. Le apretó la mano con más fuerza y notó que su amigo le devolvió el apretón a pesar de que, probablemente, habría preferido apartarse. Era su apoyo, su ideal, su todo. Podía funcionar. Tenía que funcionar.
–Siento no tener un anillo de diamantes para ti –comenzó a decir con la esperanza de romper la tensión–, pero no tenía pensado comprometerme con nadie hoy.
Kal no se rio. Abrió los ojos de par en par mientras sacudía la cabeza con incredulidad.
–¿Hablas en serio?
–Totalmente. Acabas de decir que harías lo que fuera para ayudarme a conseguir a Akela. Si el miércoles cuando vayamos al juzgado estamos casados y viviendo juntos en tu casa enorme, al juez le resultará imposible rechazar la solicitud.
Kal se inclinó hacia delante y le apretó las manos.
–Sabes que haría lo que fuera por ti, pero ¿casarnos? Yo nunca… quiero decir… Es algo muy serio.
El hecho de que no se hubiera negado en rotundo a esa locura le hizo quererlo aún más.
–Escucha, sé lo que opinas del matrimonio y lo entiendo. No te estoy pidiendo ni que te quedes conmigo para siempre ni que te enamores perdidamente de mí. No nos vamos a acostar ni nada parecido. Eso sí que sería una locura. Solo quiero este matrimonio para aparentar. Pasamos tanto tiempo juntos que a nadie le extrañaría que nos hubiéramos enamorado de pronto y nos hubiéramos casado en secreto. Es la tapadera perfecta. Estamos casados mientras tengamos que tener contentos al juez y al Servicio de Protección de Menores y después lo anulamos o nos divorciamos. Como mucho tendrás que besarme un par de veces en público. No debería ser tan horrible, ¿no?
Un destello de decepción le cruzó el rostro a Kal por un momento, pero Lana no supo a qué se debía. Era imposible que pudiera haberle ilusionado la idea de que se convirtieran en marido y mujer. Aunque jamás lo admitiría, a ella le producía un agradable cosquilleo solo pensarlo, pero estaba segura de que si Kal accedía, sería solo por obligación.
Al cabo de un momento él respiró hondo y asintió.
–Así que nos casamos, os venís a vivir conmigo y jugamos a ser la pareja feliz hasta que Akela pueda volver con sus padres. ¿Es así?
Lana asintió.
–Sí, lo prometo. Y si intentas algo más, te aseguro que te daré una bofetada para recordarte con quién estás tratando.
Eso sí que le arrancó una sonrisa a Kal, y Lana respiró aliviada al saber que seguiría ese plan descabellado a pesar de todo lo que implicaba.
–Entonces, Kalani Bishop, ¿me concederías el honor de ser mi marido postizo? –volvió a preguntar.
Él apretó los labios un instante y finalmente asintió.
–Supongo que sí.
–¡Sí! –Lana lo abrazó. Hundió la nariz en su cuello e inhaló el aroma de su colonia. El perfume familiar de su mejor amigo le arrancó una respuesta física que no se había esperado. Le comenzó a latir el corazón con fuerza mientras contenía ese especiado aroma masculino en sus pulmones y disfrutaba sintiendo sus brazos rodeándola. Nadie la abrazaba como él.
Pero entonces lo notó tensarse, incómodo, y se obligó a salir de la romántica bruma en la que había caído accidentalmente. Lo miró. Su rostro reflejaba indecisión y vergüenza en lugar de seguridad e ilusión. Lana no podía olvidar que todo era una farsa. Por mucho que su fantasía secreta se estuviera haciendo realidad, debía recordar que él solo lo estaba haciendo porque era importante para ella y porque eran amigos, no por ninguna otra razón. Tenía que reservarse sus reacciones físicas o, de lo contrario, lo ahuyentaría.
–¿De verdad te parece bien?
–No –respondió Kal con sinceridad–, pero lo voy a hacer de todos modos. Por ti.
Esas palabras hicieron que se le saltaran las lágrimas. Lo abrazó de nuevo y le susurró al oído:
–Gracias por ser el mejor amigo que una chica puede tener. Te debo una bien grande.
Kal se rio y su risa vibró contra su pecho, haciéndole desear abrazarlo más fuerte.
–¡No sabes cuánto!
La puerta del despacho se volvió a abrir, y Lana se apartó para girarse hacia Dexter.
–Nos vamos a casar –anunció antes de que él pudiera cambiar de opinión.
Dexter miró a Lana y después miró a Kal.
–Excelente. ¿Redacto un acuerdo prenupcial? Imagino que los bienes no se van a compartir y que cada uno conserva lo que aporta a la unión, ¿verdad?
–Claro –dijo Lana. Quería proteger a Kal y quería asegurarse de que él lo supiera–. No quiero que ponga sus manos encima de mi equipo de música anticuado.
Kal se giró hacia ella.
–¿Tu qué?
–Tiene plato de discos. Los vinilos están de moda otra vez.
Él sacudió la cabeza.
–Redacta lo que sea y volveremos mañana para firmarlo. Nos casaremos mañana por la tarde, contando con que el pabellón de bodas del hotel no esté ocupado. Al juez le bastaría con eso, ¿no?
–¿Los dos casados y viviendo en esa casa nueva y grande? ¡Sí, sin duda! –dijo Dexter asintiendo con entusiasmo–. Pero tendréis que fingir bien ante el Servicio de Protección de Menores cuando realicen las visitas a casa. Si lo hacéis bien, me facilitaréis mucho mi trabajo.
–De acuerdo –dijo Kal levantándose–. Nos vemos mañana entonces –le tendió la mano a Lana–. Vamos, cielo. Tenemos mucho que planificar si nos vamos a casar mañana por la tarde.
Lana sonrió. La tirantez con la que había pronunciado esas palabras era prueba suficiente de que se sentía muy incómodo con la situación pero que era demasiado buen amigo como para haberse negado a ayudarla. Ella tomó su mano y salieron juntos del despacho del abogado.
Estuvieron en silencio hasta que volvieron al coche. Kal había aparcado su Jaguar descapotable a la sombra en el aparcamiento. A Lana, que conducía un viejo todoterreno sin puertas, siempre le había encantado ese coche. Era la clase de vehículo con el que fantaseaban los amantes del motor. Sin embargo, al montarse ahora en él y mirar a su alrededor, se dio cuenta de que tenían un problema.
–¿Kal?
–¿Sí? –le preguntó él mientras arrancaba el motor.
–Tú conduces un descapotable de dos plazas y yo un Jeep Wrangler sin puertas ni techo.
–¿Y?
–Y… que no creo que podamos colocar una sillita infantil en ninguno de ellos.
–Hmm, puede que tengas razón. Hasta ahora eso no había importado. Alquilaré uno mientras tengamos a Akela. ¿Qué te parecería mejor? ¿Una minifurgoneta? ¿Un todoterreno lleno de airbags? ¿O preferirías un sedán?
–Una minifurgoneta no, es lo único que te pido. Y quitando eso, con tal de que tenga asiento trasero donde pueda sentarla y protegerla de los elementos, me parecerá bien. Gracias.
–No hay de qué –respondió Kal mirando hacia el centro comercial al que se estaban acercando–. Y ya que estamos hablando de lo poco preparados que estamos para el matrimonio y la paternidad, creo que deberíamos hacer una parada.
–Aún no sé qué necesitamos. Tengo que ir al apartamento de Mele y ver qué tiene.
Kal sacudió la cabeza, apagó el motor y bajó del coche.
–No. Vamos a comprarlo todo nuevo.
–¿Hablas en serio? No me puedo permitir comprarlo todo nuevo.
Kal se bajó las gafas de sol hasta la nariz y le lanzó una mirada que podría haber derretido a cualquier mujer.
–No lo vas a comprar tú. Lo voy a comprar yo.
–Es demasiado, Kal.
Pero él la ignoró y entró en la tienda.
–¡Kal! –gritó con las manos en las caderas.
–¿Qué pasa?
Muchas mujeres le habían preguntado cómo podía ser amiga de un hombre tan impresionante como Kal y no querer más de la relación. Y ella, mientras se convencía a sí misma de que no quería más, usaba una excusa: era más terco que una mula.
–Es demasiado.
–Vamos a casarnos y a irnos a vivir juntos. ¿Qué te parece «demasiado» exactamente?
Tenía razón.
–No quiero que compres una tonelada de cosas. Puede que solo vayamos a tenerla unas semanas.
–O años. De cualquier modo, necesita un lugar donde dormir, comida, ropa, pañales… Si te hace feliz, lo donaré todo cuando esto termine. No lo desaprovecharemos, ¿de acuerdo?
Lana se mordió el labio inferior, aunque sabía que tenía la batalla perdida desde el principio. Kal no estaría dispuesto a decorar la habitación de la niña con las cosas compradas de segunda mano que encontrarían en la casa de Mele.
–Necesitamos que nos atiendan –le dijo Kal a la encargada.
–¿En qué puedo ayudarle, señor?
–En todo. Vamos a comprarlo todo, así que necesito a alguien que vaya apuntando lo que elegimos y que luego nos lo envíe a mi casa.
La mujer, algo aturdida, agarró una carpeta y la pistola de códigos y comenzó a guiarlo por los pasillos. Lana intentó no mostrarse demasiado exasperada, pero lo cierto era que no entendía por qué Kal no podía agarrar un carro y hacer la compra como una persona normal.
Sin embargo, lo descubrió pronto. No había un carro tan grande para ello. No había exagerado al decir que lo iba a comprar todo. Tardaron unas dos horas en recorrer la tienda. Compraron una habitación completa, con cuna, cambiador, cómoda, lámpara y mecedora. Ropa de cama, una silla para el coche, una trona, un carro y un columpio. Bolsas de pañales, biberones, comida, medicinas, champú… De todo. Hasta compraron veinte conjuntos de ropa y pijamas.
Fue agotador, pero Lana tuvo que admitir que Kal tenía buen gusto. Todo lo que compró era precioso. Los muebles eran de un color gris suave que hacía juego con la ropa de cama de lunas y estrellas. Resultaba encantador para una habitación de un bebé. Akela era tan pequeña que no apreciaría la mayoría de las cosas, pero al menos los juguetes que Kal le había comprado le harían ilusión.
Mientras terminaban de elegir las últimas cosas, Lana dio un paso atrás y dio gracias por lo que tenía. No podría haber hecho posible nada de eso sin su amigo. Era una persona increíble, y no solo por acceder a casarse con ella, sino por todo.
No entendía por qué estaba tan decidido a permanecer soltero. Insistía en que estaba demasiado ocupado para el matrimonio, pero ella no se lo creía. Era la clase de hombre que podía hacer realidad cualquier sueño. Si quería formar una familia, lo único que tenía que hacer era chascar los dedos y tendría una fila de mujeres ofreciéndose voluntarias. Era alto y musculoso, con el pelo oscuro y ondulado y la piel dorada. Su sonrisa podía derretirla y, sinceramente, cuando lo veía por el hotel con uno de esos trajes caros que llevaba, le costaba mucho controlarse para no arrojarse sobre él.
Bromeaba sobre lo pesado y testarudo que era y le llamaba «playboy» por todas las mujeres con las que salía, pero la verdad era distinta. Quería a Kal. Era lo mejor de su vida y si se detenía a pensar en ello, probablemente incluso lo desearía. Pero ya que era un pensamiento ridículo, jamás se permitía contemplarlo.
Kal era demasiado bueno para ella. Era culto, rico y provenía de una familia importante. Sí, podían ser amigos e incluso fingir ser marido y mujer, pero él no tendría una relación de verdad con una mujer como ella. Aunque estuviera abierto a la idea del matrimonio, nunca la elegiría a ella. Le sorprendía que hubiera accedido a fingir ese matrimonio, teniendo en cuenta que su hermana estaba en la cárcel y que su familia era un desastre, pero su amistad lo había hecho posible y se aferraría a ella con todas sus fuerzas. Era mejor que cualquier relación romántica.
Por otro lado, todo eso hacía que salir con otros hombres fuera complicado porque ¿dónde iba a encontrar a uno que estuviera a la altura de Kal? Era imposible, y eso que lo había intentado, pero ninguno de los hombres con los que había salido se había podido igualar a Kal lo más mínimo. No solo era guapo y tremendamente rico, sino que además era divertido, amable, sensato… No podía haber elegido un amigo mejor. Ni un marido mejor, aunque fuera una farsa.
Ella solo tenía que pedirle que firmara en la línea de puntos, que le diera la mano en el juzgado y que actuara como un marido cariñoso en público. Él, en cambio, se estaba gastando una fortuna y se había comprometido al completo a que la farsa funcionara. ¡Y todo por hacerla feliz!
No sabía por qué estaba soltero, pero estaba claro por qué ella no se podía comprometer con un hombre que no fuera Kal.