El juez Kona los miró a los dos, juntos de pie ante el tribunal, y ella le agarró la mano a Kal con todas sus fuerzas. Los nervios le estaban jugando una mala pasada, incluso a pesar de la reconfortante presencia de su amigo.
–Su abogado, el señor Lyon, ha presentado su moción para obtener la custodia temporal de Akela Hale, y parece que lo tiene todo en orden –dijo el juez mientras ojeaba los documentos que Dexter había presentado por ellos–. Tengo algunas preguntas que hacerles. Aquí dice que es usted el propietario del hotel Mau Loa Maui, señor Bishop. ¿Es correcto?
–Así es.
–¿La señora Bishop y usted viven en las instalaciones?
–Sí. Acabo de terminar la construcción de nuestra casa, que se encuentra ubicada en el complejo, pero en la zona más alejada del hotel. Tiene cerca de trescientos metros cuadrados y una habitación decorada y preparada para Akela.
El juez Kona asintió y volvió a mirar la documentación.
–Señora Bishop, usted trabaja en el hotel como coreógrafa. ¿Seguirá ejerciendo?
Lana respiró hondo y esperó dar una respuesta correcta.
–Sí, lo haré. De todos modos, es un trabajo flexible, y además estamos entrevistando a cuidadoras para que se ocupen de Akela en casa mientras los dos estamos trabajando, en lugar de llevarla a una guardería.
El juez hizo una anotación.
–Muy bien. Ahora, según tengo entendido, están recién casados. Llevar a un bebé a casa interrumpirá seriamente su luna de miel. ¿Lo han tenido en cuenta antes de tomar esta decisión?
–Sí, su señoría –respondió Kal–. Nos alegramos de poder tener la oportunidad de que Akela forme parte de nuestras vidas durante el tiempo que sea necesario.
–Señora Bishop, su hermana accedió a llegar a un acuerdo ayer. A cambio de su testimonio contra el señor Keawe y su distribuidor, se le va a reducir la sentencia a dos años de libertad condicional y a tratamiento obligatorio en un centro de desintoxicación. Si completa con éxito el programa de veintiocho días, podrá salir y le concederé la custodia de su hija. Todo ello significa que usted será la tutora durante un mínimo de tiempo. Si, por el contrario, abandona el programa, no supera alguno de los análisis toxicológicos obligatorios o incumple los requisitos de su libertad condicional, entrará en prisión durante un año. ¿El señor Bishop y usted están dispuestos a ocuparse de su sobrina en el caso de que sea durante más tiempo del planeado?
–Totalmente, su señoría –respondió con seguridad. Tal vez a Kal no le hacía mucha gracia que su vida se viera alterada durante un año o más, pero ella estaba dispuesta a hacer lo que fuera necesario por Akela.
El juez Kona los miró fijamente una última vez antes de firmar una de las páginas.
–Muy bien. Señor y señora Bishop, por la presente reciben la custodia temporal de su sobrina, Akela Hale. Los servicios sociales les harán visitas a casa sin previo aviso para asegurar el bienestar y la seguridad de la niña, además de hacer llamadas a las referencias que nos han proporcionado. Ahora, pueden ir a recoger a Akela.
El sonido del martillo contra el escritorio de madera resonó por la sala y Lana respiró profundamente por primera vez en media hora. Aliviada, se giró y abrazó a Kal.
–Gracias.
–De nada. Sabía que todo saldría bien. Ahora, vamos a por ella.
Dexter los acompañó hasta un despacho situado al fondo del pasillo. Lana creía que tendrían que ir a recoger a la niña a la casa de acogida donde había estado viviendo, pero la encontró allí, sentada en un banco del pasillo sobre el regazo de una mujer.
–¡Akela! –gritó corriendo por el pasillo.
La niña era completamente ajena a lo que sucedía a su alrededor, pero la mujer que la tenía en brazos vio a Lana acercarse y sonrió. Se levantó.
–Debes de ser su tía.
Lana asintió.
–Sí –se contuvo para no arrancársela de los brazos a la mujer que, por lo que parecía, había cuidado de Akela de un modo excelente. Su vestido azul y blanco estaba impoluto, y tenía el cabello bien peinado y adornado con una pequeña cinta blanca con un lazo. La bebé sonrió al verla y, al hacerlo, le enseñó su primer diente.
–Soy Jenny. He estado cuidando de este angelito durante los últimos días. Es muy afortunada de tener una familia que ha luchado tanto por conseguirla.
–Todo ha ido según lo planeado –dijo el abogado–. Solo nos falta firmar unos documentos y podréis llevaros a Akela a casa.
La mujer le entregó a la bebé.
–Si necesitas ponerte en contacto conmigo, tu abogado tiene mi número. Solo he tenido a Akela unos días, pero he cuidado a decenas de niños de acogida en los últimos años. Si tienes alguna pregunta sobre bebés, llámame con total libertad. Suele echarse una siesta a las dos de la tarde y, como le están saliendo los dientes, se pone un poco gruñona, así que buena suerte.
Lana abrazó a su sobrina.
–Puede que te llame. Sinceramente, sé muy poco de bebés, aunque así es como empiezan la mayoría de las mamás, ¿no?
Jenny sonrió y le dio una palmadita en el brazo.
–Absolutamente. Lo harás muy bien –le colgó del brazo la bolsa de Akela–. Todo lo que venía con ella cuando la recogieron los servicios sociales está en esta bolsa. En el bolsillo lateral hay un biberón preparado, por si le entra hambre antes de que lleguéis a casa.
–Gracias, señora Paynter –dijo Dexter antes de abrir el despacho del secretario y entrar con Lana, Akela y Kal.
Tenían que cumplimentar más documentación y formularios, pero ahora mismo Lana no podía concentrarse en eso. Que su abogado y su marido se ocuparan; ella solo podía pensar en el bebé que tenía en los brazos. No había sido fácil, pero había merecido la pena.
–¿Cómo estás, chiquitina? –le dijo con la voz que reservaba para los bebés y los animales.
Akela sonrió y le agarró un mechón de pelo con sus deditos regordetes.
–Ay, ay –exclamó Lana soltándole el pelo y dándole un beso en la mejilla. «Primera lección: no le acerques el pelo si quieres mantenerlo pegado al cráneo».
–Bueno, pues ya está –apuntó Kal–. Creo que es hora de irnos a casa. ¿Qué opinas, señorita Akela?
Juntos salieron al aparcamiento en dirección al Lexus todoterreno que Kal había alquilado.
–Toma –dijo Lana pasándole a la niña cuando abrió la puerta del asiento trasero, donde estaba instalada la sillita.
Una fugaz expresión de pánico cruzó la mirada de Kal.
–Bueno… –dijo recuperándose al instante–. La bebé va aquí. Esto se abrocha. Los brazos por aquí. Esto otro se abrocha. Y… –miró a su alrededor– ¡listo!
Lana hizo una comprobación para asegurarse de que todo estaba bien, aunque lo cierto era que ella tampoco sabía muy bien cómo funcionaba todo.
Subieron al asiento delantero y arrancaron.
–Bueno, lo hemos logrado –dijo Kal–. En unos pocos días nos hemos casado, nos hemos ido a vivir juntos y hemos conseguido la custodia de un bebé –se pasó los dedos por el pelo y suspiró–. ¿Y ahora qué?
Buena pregunta. A decir verdad, Lana no había desarrollado ningún plan. Solo había pensado en que necesitaba que su sobrina estuviera con ella, y ahora que eso lo habían conseguido…
–Supongo que ahora es cuando empezamos a vivir como el resto de las familias.
–Espero que sepas lo que significa eso, porque yo no. ¿Tenemos que pasar por la tienda? ¿Qué come un bebé de seis meses? Compré leche en polvo. ¿Ya toma comida sólida?
Lana se mordió el labio.
–No lo sé –agarró la bolsa que le había dado la mujer y rebuscó dentro. Encontró una caja de cereales de arroz y un par de tarros de puré de frutas y de verduras–. Aquí hay algo de comida. Suficiente para hoy, y mañana ya descubriremos qué le gusta.
Ahora que había pasado la preocupación de obtener la custodia, a Lana la invadió el miedo de no saber qué hacer.
–Por casualidad no comprarías también un libro sobre bebés, ¿verdad?
–No –respondió Kal con una sonrisa–. ¿Quieres decir que no vienen con manual de instrucciones?
–Lo dudo. Gracias a Dios que existe Internet.
–Bueno, no sé mucho sobre bebés, pero sí que sé una cosa –dijo Kal entre risas–: tenemos que entrevistar a una niñera cuanto antes.
El primer día fue mejor de lo que Kal había esperado. Lana, nerviosa, no dejaba de vigilar a la niña entre tomas de comida y lecturas en Internet. Él, por desgracia, tuvo que marcharse al hotel durante unas horas, pero cuando volvió a casa encontró que no se había producido ningún incendio, que la bebé estaba sana y salva y que Lana no se había dado al alcohol, lo cual era todo un éxito.
Estuvo jugando en el suelo con la niña durante una hora mientras Lana se echaba una siesta en el sillón y después probaron la bañera que le había comprado. Nunca había visto nada igual: esa bañera pesaba al bebé, indicaba la temperatura del agua y tenía una zona donde posarlo sin que pudiera resbalar ni girarse. Akela lo pasó genial salpicando en el agua. No estaba seguro de hasta qué punto se había quedado limpia, pero estar un buen rato sumergida en agua jabonosa seguro que habría servido de algo.
Cuando terminó, la envolvió en una toalla y le puso un pañal limpio y un pijama con dibujos de ovejitas. La sentó en la mecedora en la cocina, le dio un biberón y pidió al servicio de habitaciones que les sirvieran la cena a Lana y a él.
Una vez Akela y Lana se habían quedado dormidas, agarró el teléfono y se lo llevó al despacho. Sabía que tenía que llamar a su hermano y que no podía retrasarlo más. Algunos de los empleados del hotel de Maui trabajaban con los de Oahu y, si a Mano le llegaba la noticia de que Kal se había casado y que tenía una niña, la cosa se complicaría mucho.
De momento quería ser discreto. Solo había señalado a su hermano como referencia, así que Mano era el único que necesitaba saberlo. Habían conseguido la custodia y, si todo iba bien, en un mes Akela volvería a casa y Lana y él podrían divorciarse discretamente. Si la situación se alargaba… bueno, al final tendría que contárselo al resto de la familia. Pero de eso ya se ocuparía si llegaba el momento.
Cerró la puerta del despacho, marcó el número de su hermano y se acomodó en la silla de piel. Se recostó, subió los pies a la mesa y contempló el paisaje. El sol se había puesto sobre el campo de golf, pero aún podía ver las luces del complejo en la distancia y un velero en el agua con el mástil iluminado.
–¿Sí? –respondió su hermano con voz soñolienta.
–Aloha, Mano. ¿Te he despertado? Solo son las ocho.
Mano se rio.
–Bueno, ya sabes que vivo una vida alocada. Paige y yo nos hemos quedado dormidos en el sofá viendo una película.
–¿Viendo una película?
Mano estaba ciego desde hacía una década.
–Sí, bueno, la estaba viendo ella, yo solo estaba escuchando. Era aburrida y nos hemos quedado dormidos. ¿A qué debemos el placer de esta llamada un simple miércoles por la noche? No sé nada de ti desde la fiesta de cumpleaños de tūtū Ani.
–Te estás convirtiendo en una anciana, Mano. Ya te quejas hasta de que no te llamo lo suficiente. Lo próximo que me dirás será que estoy demasiado delgado y que tengo que comer, como siempre dice la tía Kini.
–Eso es en lo que te convierte la vida doméstica. Paige y yo nos hemos pasado todo el fin de semana mirando casas. La semana que viene tenemos una ecografía y nos dirán si va a ser niño o niña. Centrarte tanto en la casa y en la familia te hace ver las cosas de otro modo.
Kal lo entendía perfectamente, aunque eso su hermano aún no lo sabía.
–¿Cómo se encuentra Paige?
La prometida de su hermano se había mudado de San Diego a Oahu. Aún tenía pendiente ir allí a conocerla y se sentía mal por ello, pero el trabajo se lo había impedido, como sucedía con muchas otras cosas. Y ahora que tenía una esposa y una hija de las que preocuparse, suponía que le sería aún más complicado sacar tiempo para ese tipo de cosas.
Una esposa y una hija. Qué curioso, la idea no le incomodaba tanto como habría pensado. Por supuesto, se trataba de un matrimonio fingido y el bebé no era suyo, pero aun así, esas palabras se habían colado en su vocabulario con más facilidad de la esperada tras años resistiéndose a la idea.
–Está bien, aunque creo que la mudanza y tantas emociones la tienen agotada. Los tobillos se le hinchan por la noche, así que le doy masajes y le pido batidos al servicio de habitaciones. La tengo muy consentida, como tiene que ser.
–¿Qué vas a hacer cuando compréis una casa y no tengas servicio de habitaciones?
–Pedir comida para llevar –respondió Mano sin vacilar–. Creo que hemos encontrado una casa que le gusta. Mañana vamos a hacer una oferta. Tiene unas vistas espectaculares.
–¿Y tú cómo lo sabes? –Kal y Mano siempre habían intentado quitarle importancia a la discapacidad de su hermano, y por eso trataban el asunto con ese humor negro.
–Lo decía en la descripción, así que tiene que ser verdad. Además, Paige soltó un grito al salir a la terraza, así que supongo que serán bonitas, y el precio, sin duda, entra en la categoría de buenas vistas y playa accesible.
–Bueno, ya me irás contando. Iré a verla.
–Bien –Mano vaciló un instante antes de añadir–: ¿Y a qué se debe tu llamada? No sueles llamarme solo para hablar, hermano.
Mano tenía razón. No invertían mucho tiempo en ponerse al corriente de los detalles de la vida del otro.
–Te llamo porque tengo una gran noticia.
–Teniendo en cuenta que estoy hablando con mi hermano Kalani, excluiré de la lista de opciones cualquier tipo de compromiso romántico. ¿Has dejado embarazada a tu profesora de tenis?
Kal se mordió el labio. La noticia dejaría a su hermano totalmente impresionado. Mano sabía muy bien lo que opinaba del compromiso y las relaciones y cuando se enterara de que se había casado con Lana, ni más ni menos…
–Dejé el tenis hace dos años. Y, además, tenía un profesor, no profesora.
–Te estás dejando barba.
–¿Y eso te parecería una gran noticia?
–Nunca has llevado barba. No sé. Dímelo. No se me dan bien las adivinanzas.
–De acuerdo. Te lo diré, pero por el momento esto tiene que quedar entre nosotros. Lo que menos necesito ahora mismo es que la familia al completo se vuelva loca con el asunto.
–Hmm… –exclamó Mano pensativo–. Esto tiene buena pinta. Prometo que solo se lo contaré a Paige.
–He dicho que no se lo cuentes a nadie.
Mano suspiró.
–Tengo pareja, que me lo digas a mí es como decírselo a ella por defecto. Si Paige no lo puede saber, entonces no me lo cuentes. Me veo físicamente incapaz de ocultárselo. Prometo que no se lo contará a nadie, así que confía en mí.
–De acuerdo. Me he casado –dijo todo lo deprisa que pudo–. Y tenemos una niña de seis meses con nosotros en casa durante un tiempo.
Se produjo un largo silencio mientras Mano procesaba las palabras. Kal esperaba preguntas, exclamaciones cargadas de confusión, pero no hubo nada de eso.
–Siempre tienes que adelantarme en todo –se quejó Mano finalmente–. Me comprometo y te casas. Estamos esperando un bebé y tú apareces con uno que ya ha nacido. No puedes dejar nada para mí, ¿verdad?
–No estoy de broma, Mano. Lana y yo nos casamos ayer y hoy nos han concedido la custodia de su sobrina.
–¿Lana y tú? –preguntó alzando la voz con sorpresa. Mano había conocido a Lana cuando asistió a la gran inauguración del hotel de Maui. Sabía que eran muy amigos, pero ¿que se hubieran casado?–. Me dijiste que es una persona increíble y preciosa, pero creía que solo erais amigos.
Eso creía él también y, sin embargo, se habían casado, después se habían besado y ahora se cuestionaba todo sobre su relación.
–Es increíble y preciosa y una gran amiga. Es una larga historia.
–Además, siempre has jurado y perjurado que jamás te casarías.
Kal tensó la mandíbula. Era cierto, y seguía pensando lo mismo sobre el matrimonio y la familia, pero eso no podía decirlo.
–Me di cuenta de que quería más y ella también. Me hizo cambiar de opinión y decidimos dar el paso antes de que uno de los dos se echara atrás.
Por mucho que quería contarle la verdad a su hermano, no podía arriesgarse a que nadie descubriera que el matrimonio era una farsa. Si perdían la custodia de Akela por mentir al juez, jamás se lo perdonaría, y Lana tampoco. Todo el mundo tenía que creerse la historia para que funcionara.
–¿Y qué tiene que ver el bebé en todo esto?
–Es de su hermana. Ya le había pedido matrimonio cuando nos enteramos de que iba a entrar en una clínica de rehabilitación y de que el padre está en la cárcel por venderle droga a un poli, así que seguimos adelante y nos casamos lo antes posible para poder obtener la custodia de la niña.
–¡Vaya! Casado, con una hija y con una cuñada en rehabilitación… Cuántas cosas están pasando en Maui.
Kal se rio.
–Ni te imaginas. Es mucha información para procesar, lo sé, pero quería contártelo para que te enteraras por mí y no por los empleados.
–Gracias. Ya sabes cómo les gustan los chismorreos. Me gustaría felicitarte, pero no estoy seguro de hacerlo. Como hombre recientemente enamorado, no capto en tu voz ese matiz que se suele asociar con el amor y el matrimonio. ¿Seguro que estás contento con lo que ha pasado? Me has pedido que no se lo cuente a nadie y me resulta extraño, tratándose de una noticia alegre. ¿No te habrá chantajeado nadie para hacer esto, verdad?
No exactamente, porque lo cierto era que había accedido a hacerlo sin dudarlo por Lana.
–Me he casado con Lana por voluntad propia, pero no quiero que la familia aparezca en tropel por aquí. Fue una ceremonia preciosa.
–Me alegro. Nunca pensé que fueras a casarte, pero ahora que lo has hecho, me alegro de que lo hayas hecho porque has querido. De todos modos, he de decir que estoy un poco decepcionado por haberme perdido ese gran evento. Estamos a menos de una hora de distancia. Paige y yo podríamos haber ido, ¿o es que formamos parte de ese tropel que intentas evitar?
Kal intentó ignorar el ligero tono de pesar en la voz de su hermano. Bromeaban tanto que costaba diferenciar si se estaba metiendo con él o si de verdad lamentaba haberse perdido la boda.
–Claro que no. Estuvimos solo los dos. Fue algo sencillo, no te has perdido nada. Seguro que tu extravagante boda eclipsará la nuestra.
–No tengo ninguna duda –dijo refunfuñando–. Paige no hace más que quedar con tūtū Ani para planearlo y organizarlo todo. Queremos celebrarla antes de que nazca el bebé, pero cada vez que se juntan, veo cómo la ceremonia y el presupuesto aumentan exponencialmente.
–¿Tenéis alguna fecha en mente?
–Creo que será el día de San Valentín y probablemente en la casa nueva. El jardín es bastante grande.
Tenía que anotarlo en su agenda. Era una época ajetreada en Hawái con todo el mundo desesperado por una escapada romántica en algún lugar que no estuviera cubierto de hielo y nieve. Se preguntaba qué le diría a su hermano cuando se presentara allí sin esposa ni bebé o qué les diría a todos los demás si finalmente aparecía con Lana y Akela. Era una relación con una duración inestable que hacía complicado el hecho de planificar cosas. No era para siempre. Era una farsa. Pero ¿durante cuánto tiempo fingirían? De eso no tenía la más mínima idea.
Si Mele no cumplía con su parte del trato y Lana obtenía la custodia durante meses, o incluso años, ¿esperaría que siguieran adelante con el matrimonio? No estaba seguro, pero sin duda eso complicaría las cosas. Sin embargo, teniendo en cuenta que solo llevaban dos días casados, optó por no preocuparse demasiado de momento.
–Bueno, te dejo tranquilo –dijo Kal finalmente, porque lo cierto era que no quería que Mano le preguntara por más detalles. En cuanto Paige se enterara, estaba seguro de que la prometida de su hermano empezaría a hacer preguntas que ni Mano ni él podrían responder.
–Que disfrutes de la luna de miel.
–Dalo por hecho –respondió Kal intentando sonar como un marido emocionado–. Aloha –añadió y colgó.
Y ahora que eso estaba hecho, tenía que enfrentarse a otra situación incómoda: volver a meterse en la cama con su mujer.